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  1. Altura: 1.80 Peso: 60 kilos. Raza: Sin´dorei. Ocupación: Iniciada de la Orden de los Caballeros de Sangre. Nombre: Natanne Sunshield. Edad: 80 años. Lugar de Nacimiento: Lunargenta. Sexo: Femenino. Altura: 1.80/peso: 60 kilos. Descripción Física: De cabello Blanco, el cual lleva hacia atrás en una coleta trenzada en sus costados, bien peinada y ordenada, dejando al descubierto sus ojos, los cuales poseen un tono verde agua de forma almendrada. Su expresión es seria y contundente. Su piel es blanca dando un contraste con su expresión, ya que parece de porcelana y Frágil. Posee una figura atlética y entrenada. Siendo más alta que el promedio de las elfas. Descripción Psicológica: De carácter fuerte, sincera, leal a las enseñanzas de su padre, de convicción firme, Introvertida, algunas veces orgullosa y soberbia. Reseña: La luna regala la luz por la ventana, la cual se posaba sobre la cuna; Donde dormirá su primogénito, el varón, el legado de la familia, quien llevaría la gloria de sus ancestros. En la otra habitación los gritos de su mujer daban a denotar que el momento estaba cerca, pronto nacería; En un segundo todo parecía silencio, solo el llanto de la criatura lo rompió, entonces el deseoso llego a la puerta esperando le abrieran para compartir junto a su mujer la felicidad de iniciar su familia juntos. Pasaba el tiempo y ninguna noticia venía a él, en su mente sabía que algo estaba mal, finalmente la puerta se abre allí al lado de su esposa estaba su hija. Sus ojos mostraban asombro, él esperaba un varón. Su esposa nunca había sido muy fuerte de salud, con aquel parto su muerte llegó poco tiempo después. El golpe, no solamente de la pérdida de aquella con quien compartiría su vida, sino también ver a una niña en lugar del varón que deseaba para que siguiera sus pasos, le calaba en el día a día. Nunca superó su pérdida y tampoco la decepción que su hija representaba, ¿pues cómo ella, una niña, crecería con el temple y porte necesarios para honrar a sus ancestros? No, para Zeir eso solo podía venir del varón que nunca tuvo; pasaron los meses y aquella situación le pudo más. Tomó la decisión de dejar a la niña al cuidado de una institutriz para que se hiciera cargo de ella en adelante. Justamente era aquella mujer que recibió a Natanne al nacer, siquiera él pudo cargarla, incapaz ante el mero hecho de verla, le recordaba a su amada que ya no estaba a su lado. Deseaba dejar a su hija con esa mujer y no volver a saber nada de ella nunca más. Pero había algo, quizás un profundo sentido de la responsabilidad, que le impedía dejar a su suerte aquella niña. Por ello decidió correr con todos los gastos que su cuidado y educación supusieran. Él se encargaría de pagar todo a la institutriz, pero ella jamás le mencionaría a la niña su nombre y que él había sido su padre. Arreglado eso, partió con la idea de jamás volver. Poco antes de que él partiera de aquella aldea cerca de la frontera, una amenaza se hizo presente, una batalla contra los trolls que destruirían todo a su paso. Su armadura brillaba de aquel color rojo y dorado, colocó cada pieza de esta en su cuerpo, tomó la espada de color negro, cuál ébano brillo tomando el tono rojizo de las llamas en la batalla. Luchó con la ferocidad y destreza que siempre le caracterizo, el honor por defender su patria era algo que aprendió desde que nació. Él sabía en el fondo que deseaba caer en batalla y reunirse con su amada Dasia. Más el destino le mostró que su camino era otro, su esposa ya no estaba, pero le había dejado un legado y el cegado por su dolor le había abandonado, no tardó en darse cuenta de que el lugar donde dejo a la pequeña no sería seguro. Con desesperación se abrió paso entre escombros y muertes, hasta llegar al sitio que ante sus ojos se encontraba destrozado, la mujer a la que dejo al cuidado de su hija yacía muerta frente a sus ojos. El sudor corría frío sobre su frente, y los minutos para él parecían eternos sin poder dar con su hija. Cuando escucho su llanto y dio con ella, sintió que Belore había sido generoso con él, tomo a la pequeña en sus brazos y salió de aquellas ruinas junto a ella. Al verla viva, tenerla en sus brazos, un sentimiento nacía en aquel guerrero, ella dependía de él, era su sangre, era frágil y pequeña, era la herencia del sueño que alguna vez tuvo junto a su amada, y no la volvería a abandonar. Desde entonces ayudo en lo que pudo en la reconstrucción de aquella aldea, criando a su hija a la vez, enseñándole a Usar la espada, pues cuando él partiera será ella quien debe ser digna de portar la reliquia familiar, la espada creada por sus ancestros la eterna flama. Le enseño de la mejor forma posible de escritura, lectura, música, arte. Cuando la miraba le recordaba un poco la fragilidad de Dasia, pero cuando entrenaban y mostraba su carácter se daba cuenta de que saco más de el de lo que hubiese querido, con el tiempo no solo le enseño tareas delicadas, estaba dispuesto a enseñarle sobre la forja y sobre la espada. Él sería su maestro, y hasta que su vida se apague estaría allí para guiarla y convertirla en alguien de utilidad para su nación. Así, Natanne crece junto a su padre aprendiendo el estricto código de vida que ha elegido llevar, el oficio de la forja, siendo también quien se encarga de las tareas del hogar, y lleva día a día el arduo entrenamiento que su padre le hace llevar desde que aprendió a caminar. El camino hacia el acero, el proteger a su nación, empezando por ayudar a su padre a forjar su espada. La noche en el taller parecía alterada, los metales se comenzaban a preparar y los martillos traían melodiosos golpeteos para dar vida aquellas armas. Mientras forjaban el acero, dándole forma a quien sería su compañera de batallas, algunas palabras comenzaron a resonar al mismo tiempo. el Golpeteo de los martillos., ´´Forja tu camino, forma tu espada, se uno con esta, forma tu alma, cumple tu destino´´. El calor era sofocante, desde hace días llevaba trabajando en el taller para darle forma a la espada. Su cabello colgaba nuevamente cubriendo uno de sus ojos mientras observaba como al sumergir el arma ya casi terminada el metal caliente hacía borbotear el líquido que lo enfriaba. Una vez el arma estuvo lista, preparó la funda para su uso. El olor al perfume de las flores estaba impregnado en esta y el sonido de la espada al enfundarla parecía una melodía. Finalmente, la espada estaba unida al guerrero como así lo estaban sus almas. Se colocó la armadura pieza por pieza, tomo su escudo apoyándolo en la otra mano y se observó al espejo con mirada decidida. Luego coloco la espada de madera en el pedestal de la entrada guardándola con sumo respeto y afecto. Zeir observo a su hija al terminar el trabajo en la forja. Bebieron un poco de té mientras la observaba con orgullo acariciando su cabello despeinándola un poco. Hasta ahora la había guiado en su entrenamiento y la forja, más ahora ella debería seguir su destino sola, pero algo estaba claro y es que su padre estaría esperándola siempre en casa. Luego de una noche de extensa labor en la fragua, ambos se dispusieron a dormir, mientras él observaba a su hija guardando el temor de poder perderle en silencio y con el pensamiento temeroso de que quizás aquella noche podrías ser la última juntos.
  2. "La fe es el principio de todo. Si tu dominio de las energías arcanas es aceptable, aunque no muy fuerte, eso no te impedirá convertirte en hechicera. Sin embargo, si tu fe es aceptable pero no lo suficientemente fuerte... nunca serás sacerdotisa." -Suma Sacerdotisa Dejahna Nombre: Silandris Estrellapálida Raza: Kaldorei Sexo: Mujer Edad: 149 primaveras Altura: 2, 14 m Peso: 96 Kg Lugar de Nacimiento: Polvo Estelar, Vallefresno. Ocupación: Iniciada de la Hermandad de Elune. Historia completa Descripción física "¡Estas mujeres luchan con una furia sin igual! jamás he visto algo parecido. Son... guerreras perfectas" - Grommash Grito Infernal Aquellos que han visto a los hijos de las estrellas son conocedores de que su fuerza no sólo reside en su basta comprensión del mundo sino también en la fortaleza de sus cuerpos mortales, Silandris no es una excepción a esta norma y es un vivo ejemplo de la herencia que corre por las venas de todos los Elfos de la noche, apartando los rasgos que la diferencian del resto de sus congéneres. Debido a esto su silueta femenina es esbelta para los estándares humanos y con unos músculos tonificados que si bien no llegan al grado de entrenamiento de las letales Centinelas es un indicativo del estilo de vida dinámico usual entre su pueblo, sus piernas están acostumbradas a recorrer los bosques de belleza mística que cubren la parte norte de Kalimdor y sus brazos están hechos al desgaste físico de las Lunas de fatigoso trabajo en los diversos Templos en los que ha permanecido a lo largo de su corta vida. Su peso no se aleja mucho de lo normal entre las elfas nocturnas, es liviana a pesar de su complexión atlética por lo que no sería extraño que un humano grueso o fornido pesara más que ella. Asímismo su altura se aleja del estándar humano, alzándose más allá de los dos metros pero sin llegar a la altura de los varones de su raza, todo ello la lleva a reflejar la imponencia y aspecto salvaje que convive con su belleza exótica e inhumana. Su rostro es una combinación extraña, por una parte está limpio de toda mácula. Ninguna cicatriz o desperfecto adorna sus facciones marcadas y por otra parte carece de los tatuajes faciales propios del sexo femenino de su raza, indicativo de que aún no puede ser considerada una adulta a pleno derecho y debe de llegar la noche en la que tenga que probar que es merecedora del orgullo de portarlos. Esta ausencia de adornos revelan con claridad las facciones marcadas y finas, al observar su rostro no da la impresión de ser la cara de una jovencita sino la de una mujer hecha y derecha, nadie podría afirmar su juventud de no ser por la remarcable ausencia de las marcas tribales. Como rasgo destacable cabe señalar su cabello violáceo, el cuál no suele crecer más allá de la espalda media y tiene por costumbre a amoldarse en coletas dependiendo de la labor a realizar, a pesar de esto lo más normal es verlo extendido hacia atrás en cascada y con discretos adornos naturales, comúnmente hojas caídas de árboles o pequeñas artesanías hechas con plumas de ave atadas en algunos mechones. Las manos en contraste están moldeadas por su insistencia en practicar la arquería, lo que le ha conferido una coordinación ojo-mano que compagina bien con su otra competencia destacable: el tratamiento con medicina natural y los importantes primeros auxilios que ha aprendido de forma básica gracias al aprendizaje que le han proporcionado las benevolentes Hermanas de la Hermandad de Elune. Por último su voz mantiene una entonación suave que podría considerarse armoniosa en el canto, talento artístico que lleva desarrollando desde su infancia con ayuda de su mentora y que ha ido perfeccionando en las ceremonias como Novicia de la hermandad. Después de todo en ocasiones sólo el canto de una voz pura puede aplacar los odios de las disputas como cuentan las leyendas sobre la Dama blanca de los elfos de la noche. Descripción Psicológica "Para aquellos que vivirán para contemplar las edades del mundo la comprensión de todo cuanto les rodea es más que una lección a aprender: es un legado" Bajo esta premisa la infancia de Silandris sirvió como telón de fondo para mantener una comprensión del mundo reservada para los Kaldorei, unas convicciones que en la actualidad y con su relativa juventud mantiene aún de forma inalterable, pues es su derecho de sangre y nacimiento templar sus pensamientos con sabiduría y sus actos con mesura. Para ella no hay mayor sacrilegio que la desforestación caprichosa de un entorno natural ni mayor necio que aquél que se esfuerza en contradecir el orden natural de las cosas. Su carácter arrojado y enérgico es tan sólo una manifestación de su escaso tiempo en el mundo comparándolo con el del resto de sus hermanas, un testimonio de su predisposición a probarse a si misma dentro de la sensatez y así hallar el equilibrio de mente y cuerpo que su gente persigue con el paso de los siglos. Esto hace de la joven Kaldorei una persona comprometida con sus metas y aquello a lo que puede considerar un "deber", su disciplina a la hora de abordar un desafío podría sorprender a razas más jóvenes con su comprensión de que la unidad a veces es una virtud necesaria para derribar formidables barreras, por lo que no es extraño que se someta a acatar las indicaciones de aquellos que muestran sensatez en sus acciones. Su creencia ferviente en la Diosa lunar de los elfos de la noche, Elune, se refleja en su profundo respeto por las Sacerdotisas lunares, es en ellas en quienes ve un ejemplo a seguir y en el que pensar cuando la ira se adueña de su corazón. No en vano debe a ellas su naturaleza piadosa y su empeño en contemplar la violencia como un último recurso para evitar daños mayores; toda vida es un valioso regalo de la Dama blanca y extinguir su llama debería de ser un pesar. Es esta figura idealizada de las devotas de Elune la que deja entrever en parte una herida emocional causada por la pronta pérdida de sus progenitores desde su infancia, su reacción natural de considerar a las Hermanas su familia y en especial a aquella que la crió como su madre de sangre causa inevitablemente un deseo irrefrenable de dependencia a su nueva familia. Podría decirse que a primera vista destaca como una persona introspectiva que impone una barrera de cauta cortesía para disuadir a los demás de ver más allá, esto es tan sólo una característica común que comparte con el resto de los Hijos de las estrellas y que la lleva a ser reacia al contacto prolongado con actitudes que sean sumamente opuestas a la suya a pesar de su siempre presente paciencia. Bajo la superficie de esta fachada es posible descubrir tarde o temprano una capacidad empática sorprendente en alguien generalmente cerrado con sus sentimientos, así como un espíritu fiel que ve las tradiciones ancestrales como una guía más que como una verdad absoluta, descartando completamente la soberbia élfica que a veces toma control de las palabras de Elfos nocturnos más venerables que ella. Voz Yolanda Mateos (Castellano)
  3. Nombre del Personaje Jackson "Jax" Putnam Raza Humano Sexo Hombre Edad 23 Altura 1.70m Peso 65Kg Lugar de Nacimiento Afueras de Villadorada Ocupación Ingeniero/Criminal Descripción Física Cuerpo promedio dentro de la media en lo que se refiere a tamaño, presenta un buen físico sin llegar a tener la musculatura marcada. Su rostro mantiene facciones típicas dentro de los estándares humanos, sin ningún elemento que sobresalga sobre el resto. Lo más curioso es su rostro que por lo general tiende a resultar ligeramente inexpresivo, lo cual da un ligero aire deshumanizador a la apariencia de Jax. Su pelo es liso y lo lleva corto. Su barbilla no es precisamente prominente y la mantiene afeitada con regularidad. Por lo demás es un humano promedio. Descripción Psíquica Es determinante aclarar que Jackson padece de síndrome de Asperger. Esto implica que su interpretación de los estímulos que le llegan es completamente distinta. Principalmente afecta a la interacción social recíproca (Es decir, a su interacción con otras personas), la comunicación verbal (Con palabras) y la no verbal (El lenguaje corporal), además de presentar una alta resistencia a aceptar cambios, presentando un pensamiento muy inflexible que se retroalimenta por la existencia de campos de interés estrechos y absorbentes. Sus habilidades sociales son pobres, lo cual le han llevado a ser tratado por los demás o como alguien con alguna discapacidad mental o como a una persona loca. En realidad, se trata de una persona bastante inteligente, con grandes capacidades para memorizar y reproducir, lo cual le convierte en alguien muy eficaz a la hora de mecanizar acciones. Tiene memoria fotográfica, lo cual le hace idóneo para recordar prácticamente cualquier cosa que ve con sus ojos. Sin embargo, su condición como Asperger le impide leer señales sociales, y esto le lleva a no entender y por tanto no dar respuestas sociales y emocionales adecuadas. Ve el mundo como un lugar sumamente confuso, ya que es normal que lleve su atención a detalles pequeños, impidiéndole ver el cuadro completo de lo que sucede a su alrededor. Tiene problemas para comunicarse, puesto a veces tiene problemas para entender el lenguaje hablado ya que es incapaz de entender metáforas, expresiones no literales, analogías e incluso expresiones que impliquen inexactitud. Debido a su memoria, tiende a replicar frases que ha escuchado previamente, pero muchas veces lo hace sin tener en cuenta el contexto de las mismas, por lo que no es raro que a veces no se le entienda cuando hable. Su pronunciación tiende a ser monótona, incluso cuando habla de algún tema que suscita su interés. Además, cuando habla da la sensación de que no mantiene conversación alguna con nadie, sino que en realidad parece estar meramente dando información, hecho que se acrecienta por su mirada rígida y su cierta inexpresividad. Aun así, es alguien muy callado que no suele hablar con los demás, a excepción de aquellos que se encuentran en su círculo de confianza. No es capaz de comprender el lenguaje corporal, ni ningún tipo de sarcasmo o ironía lo cual de nuevo ofrece a cualquiera que no le conozca la sensación de que se trata de alguien disminuido intelectualmente. Tiende a interesarse especialmente por un tema en concreto, el cual va variando a intervalos de tiempo relativamente largos. Eso significa que rara vez se dedica a dos cosas a la vez, y mantiene su atención al 100% en algo la mayoría de las veces. Estos temas, de nuevo, van rotando, aunque la mayoría coinciden en que se tratan de actividades que requieren de seguir patrones concretos, como puede ser la anatomía, la ingeniería o incluso la estructura de las cerraduras. Sin embargo, tiene una ligera obsesión con terminar lo que empieza, por lo que incluso cuando ha perdido el interés, nunca abandonará algo a medio hacer. Suele autoimponerse rutinas rígidas para su día a día, en las que esquematiza todo lo que ocurre a su alrededor de manera ordenada. De este modo consigue mantener un estilo de vida más o menos independiente. Esta obsesión por la rutina le lleva a un pensamiento inflexivo, perjudicando su creatividad e imaginación, ya que cualquier cosa que se salga de sus esquemas le resulta incomprensible y una fuente de agobio y ansiedad. Que las cosas no salgan como espera le frustran y agobia muchísimo, hecho que le lleva a reaccionar mal ante dichas situaciones. Su actitud ante estas situaciones suele ser desmedida, ya que a menudo se encuentra incapaz de comunicar su frustración. Con el paso del tiempo ha ido desarrollando diversas estereotipias que suelen aflorar en momentos de tensión o ansiedad, que suele ser producida en situaciones en las que Jax se siente presionado o incomodado por los demás. En primer lugar, tiende a ladear ligeramente la cabeza hacia los lados cuando algo le incomoda o le resulta molesto. Si la molestia persiste, entonces pasa a rascarse el antebrazo derecho. Esta estereotipia va aumentando de intensidad hasta el punto de que cuando está altamente estresado agita el dedo índice de su mano derecha, a menudo golpeando alguna parte de su cuerpo o alguna superficie. Si la fuente de ansiedad persiste aun así acaba por perder el control y gritar antes de romper a llorar. Entre las cosas que le agobian y le incomodan se encuentra cualquier elemento que dañe o altere sus patrones rutinarios, aunque cuando tiene que relacionarse encuentra incómodos ambientes donde la gente haga mucho ruido o donde no se respete su espacio personal. Odia que alguien le incordie cuando está ocupado o que le molesten si está ocupado. Para entretenerse es normal que de vez en cuando haga filigranas con lo que sea que tenga en las manos, bien sea un lápiz, una moneda o un colgante. Este comportamiento no es estereotípico, pero si es cierto que lo hace cuando no tiene otra cosa que hacer, lo cual indica que ha perdido prácticamente cualquier interés en lo que sucede a su alrededor. Por último, es alguien sumamente emocional, aunque no lo demuestre. Con sus allegados es cariñoso a pesar de que su forma de expresar cariño no sea convencional, sino que simplemente está más dispuesto a tolerar comportamientos que le molesten o a permitir que hagan ligeros cambios a su rutina. Ficha Rápida No (1000 palabras mínimo) Historia Afueras de Villadorada: Año 13 después de la apertura del Portal Oscuro. Un trueno retumba en las montañas que repuntan al norte del Bosque de Elwynn. En un porche de madera que cubre la pedriza entrada de una cabaña a las afueras de Villadorada un niño que acaba de pasar su cuarto invierno observa paralizado como las gotas impactan sobre el pedregoso camino salpicando todo a su alrededor. Realmente poco importa si salpican las gotas o no, porque ya de por sí está todo empapado, pero sin embargo el niño sigue observando, sin apenas pestañear, refugiado bajo el porche de madera. No comprende la lluvia y de hecho nunca comprenderá del todo por qué nunca llueve a la misma hora, o siquiera los mismos días. Una mano acaricia el hombro desnudo del joven. Las gotas pierden completamente su encanto y el niño gira el rostro. Observa a una mujer, su madre, le llama para ir a cenar. El niño, llamado Jackson, acompaña a su madre hacia el interior de la cabaña, donde esperan su padre y su hermana. Se acerca a la silla, primero apoya el pie izquierdo, luego el derecho, porque así es como siempre se ha sentado, y así es como siempre tiene que sentarse. Observa el plato, puré de patatas y judías. El puré delante y las judías detrás. Así las hace su madre, porque así es el puré de patatas con judías. Siempre así. Año 15 después de la apertura del Portal Oscuro. Jackson juega con un carro de madera. Pero no juega como el resto de los niños de su edad. Él lo monta y lo desmonta. Le quita las ruedas, y las vuelve a colocar en los ejes. Ni siquiera cambia el orden. La rueda delantera izquierda siempre tiene que ser la rueda delantera izquierda. Lo monta y lo vuelve a desmontar, primero quita la rueda trasera izquierda, luego la derecha, luego quita el eje… Nunca cambia el patrón, simplemente se entretiene y se maravilla. Para él su mundo gira en torno a ese patrón. Simple, ordenado, en equilibrio. Él no se da cuenta, pero su hermana llega corriendo a la casa. Entra llorando y chillando, buscando desconsoladamente a su madre. Pasan varios minutos y de nuevo su madre le aborda, apartándole de su entretenimiento. - Jackie… papá no va a volver. Pero Jackie no lo entiende. Su padre llega al anochecer, cuando termina de trabajar, a excepción de los miércoles y los viernes que sale a cazar. Hoy es Jueves, así que llegará al anochecer. Y cuando llega siempre le levanta en brazos y le cuenta qué árboles ha talado, aunque Jackie nunca escucha. Llega el anochecer, Jackie se levanta y se planta frente a la puerta, pero pasa el tiempo y su padre no llega a casa. Pasa horas, como si de un maniquí se tratase, pero su padre no vuelve. Su padre nunca volverá. Año 18 Jackson juega en un pozo. No saca agua, solo mueve la manivela que sube y baja el cubo con el que se saca agua. Tres ciclos hacia arriba, y tres ciclos hacia abajo. Su madre le toma de la mano y se lo lleva a Villadorada. En la plaza del pueblo hay niños jugando, pero él no los comprende. No comprende por qué corren, por qué cambian de ritmo o por qué alteran su trayectoria. Nada es ordenado, no ve un patrón en su comportamiento. Simplemente no lo entiende. Su madre le detiene frente a un banco. Le pide que espere, volverá en diez minutos. Le da un lápiz y un pequeño pergamino por si le apetece dibujar. Jackson mira el papel, él dibuja después de comer y todavía no ha comido. Coge el lápiz y lo mueve de un lado a otro de la mano, lo hace girar sobre sus dedos y va desplazándolo como si de un titiritero se tratase. El lápiz describe giros y vueltas entre los dedos del niño, siempre en un mismo orden. Primero desde el índice al meñique y vuelta para volver a empezar en el índice. Un niño se le acerca, intenta hablarle pero Jackson sigue pendiente a su lápiz. Poco tiempo tarda otro niño en quitarle el lápiz de las manos. Vuelve la mirada hacia quien le ha arrebatado su juguete. Varios niños se encuentran alrededor suyo, le gritan y le hablan. Todo a su alrededor da vueltas, no entiende nada de lo que está pasando. ¿Por qué gritan? ¿Por qué no puede jugar? ¿Qué está ocurriendo? Jackson grita, más fuerte de lo que cualquiera de los niños podrían siquiera imaginar. Pero no emite palabra alguna, solo un grito salido de lo más profundo de sus pulmones. Por un segundo todo a su alrededor parece detenerse. Los demás niños dejan de gritar, miran sin comprender del todo qué acaba de ocurrir. Jackson sigue clavado como un poste, no mira hacia nadie, y su gesto, a parte de las lágrimas que afloran por sus enrojecidos ojos, no ha cambiado prácticamente. Su madre llega e increpa a los niños. Les cuenta que Jackson es diferente a ellos, pero ninguno parece comprenderlo del todo. Más adultos comienzan a apelotonarse, pero ellos tampoco entienden el comportamiento del niño. Lo tachan de loco, de anormal, pero a su madre no le importa. Para ella es su hijo, y sabe que en realidad es mucho más de lo que aparenta. Año 22: Todo ha cambiado. Hace un año que la madre de Jackson murió. Ahora es su hermana Betty quien cuida de él. Pero no es lo mismo. El puré no lleva judías, ya no hay carne especiada para comer el tercer sábado de cada mes. Ni siquiera duerme en su cama de siempre. Todo es distinto y Jackson no entiende por qué. Nada debería ser como está ocurriendo. Solo su hermana permanece. Ella entiende en parte cómo funciona la mente de Jax, como ella le llama. Ahora ha dejado de llamarse Betty y se llama Eris, pero eso tampoco lo entiende. Para Jax, Betty siempre será Betty. El resto es desigual a como era antes. Sus patrones ya no están, todo funciona de forma incomprensible para él y no puede ser. No puede cenar antes del anochecer, no puede dormir en un sitio distinto cada noche. Nada de eso tendría que ocurrir. Pero su hermana lo comprende, intenta explicarle que no siempre las cosas ocurren como deberían ser, pero Jax sigue sin entenderlo. La paciencia de su hermana ayuda a que poco a poco, Jax vaya haciéndose a la idea de que la vida que ha conocido toda su vida ha dejado de existir. Cada vez que la ansiedad le puede, su hermana le abraza, le recuerda lo mucho que le quiere y le tranquiliza diciéndole que todo va a salir bien. Él no entiende muchos gestos que ella hace, pero al menos las palabras de cariño le reconfortan. Es un pequeño acto que sabe que siempre ocurre cuando las cosas van mal. Año 26 La vida se ha normalizado un poco para Jax. Su hermana a base de paciencia y soberbio esfuerzo le ha enseñado poco a poco a ser un poco más flexible. Se ha acostumbrado a su nueva vida, y poco a poco ha creado nuevas rutinas que son compatibles con su nuevo estilo de vida. Su hermana tuvo que hacer la calle para que los dos comieran, aunque él no entiende prácticamente a qué se dedica exactamente. Simplemente entiende que trabaja por las noches. Por el día los dos comen juntos, y de vez en cuando le trae algo a su hermano con lo que se entretenga. Jax se aficionó a las matemáticas desde que Eris le trajo un libro que birló de la bolsa de uno de sus clientes. Encuentra orden y tranquilidad en los números, estudiando las leyes que los gobiernan. Todo sucede exactamente como sus libros dictaminan. Con el tiempo, su hermana le trae más libros, que estudia y devora rápidamente. Poco tiempo después deja las matemáticas a un lado para volver su mirada al dibujo. Calca todo lo que le viene a la cabeza, aunque es incapaz de imaginar nada. Todo tiene que haberlo visto, todo tiene que estar en su memoria. Y tras sus dibujos, llega el turno de la ingeniería. Encuentra una tabla atornillada a una carretilla y descubre que para construir hay que seguir una serie de pasos que no tarda en memorizar. Jax encuentra en estas tareas un refugio seguro donde estar tranquilo. Y, aunque preferiría una vida mucho más estable, es medianamente feliz. Año 32 Es tarde, Jackson está terminando de cenar lo que cena prácticamente todos los días. Puré de patatas. Lo hace exactamente como recuerda que lo hacía su madre, como debe de ser. No le gusta la comida de la casa dónde han acogido a su hermana y a él. Les permiten quedarse siempre que su hermana aporte un poco de dinero y él ayude con las tareas de la casa. Por ahora es un lugar provisional, como muchos otros. Su hermana aparece llorando. Es extraño, debería estar trabajando. Algo va mal. Se acerca a ella, está sollozando y tiene una quemadura que recorre su rostro. No entiende qué ha ocurrido. ¿Por qué se haría algo así? Es lo primero que piensa el joven. Su hermana sigue llorando, llamando la atención del resto de residentes, que al ver su estado ni siquiera preguntan, sino que van a buscar a un galeno para que trate su quemadura. Mientras tanto, Jax y su hermana se quedan solos en el pequeño salón de la vivienda. Jax observa a su hermana llorando, pero no entiende por lo que está pasando. No entiende por qué está llorando, ni si le duele. Pero algo llega a su memoria, recuerdos de su adolescencia, de su niñez. Recuerda una serie de palabras, que sin entender mucho qué significan repite delante de su hermana, emulando el tono cálido que ella transmitía a su hermano. - … Te quiero mucho, todo va a salir bien. No comprende el significado de la expresión, no sabe por qué está bien decirlo, pero lo hace sabiendo que a él le tranquiliza. Eris se abraza a su hermano mientras éste sigue repitiendo cada poco la misma frase. Quizás Jax no comprendiera las emociones de la misma forma, pero eso no significaba que él no pudiera sentir.
  4. Nombre del Personaje Celereon Cinderfate Raza Sin'dorei Sexo Hombre Edad 293 Altura 1.85m Peso Sobre los 90Kg Lugar de Nacimiento Brisa Pura Ocupación Espada a sueldo, mercenario. Descripción Física Con una altura y corpulencia superior a la media de sus compatriotas elfos, Celereon destaca sobre la mayoría con un porte ciertamente majestuoso, hombros anchos y brazos fuertes. Su musculatura claramente marcada por décadas de entrenamiento y riguroso cuidado, está algo ensombrecida por algunas cicatrices, fruto de varios combates en los que se ha enzarzado. Pelo negro y liso, pero con tres mechones cercanos al rostro unidos en una fina trenza, la cual finaliza en un nudo acordonado con una diminuta cinta de color burdeos. Mentón ligeramente marcado, y rostro experimentado debido a su madurez, recientemente ha decidido dejarse una perilla medianamente larga y una ligera barba incipiente que resalta especialmente cuando viaja. Curiosamente en su rostro no hay rastro de cicatrices, aunque hay un par de recortes en su oreja izquierda, insuficientes para comprometer su capacidad de escucha. Por lo general lo que más destaca de su físico es su altura y corpulencia, ya que por lo demás se trata de un elfo cuyas facciones se encuentran en la media. Su voz no obstante es grave y cálida, en contraposición quizás con el aspecto de rudeza que puede generar su cuerpo y rostro, en especial desde que decidió dejarse barba. Descripción Psíquica Fue criado en un ambiente prácticamente bucólico, en una familia bastante liberal (para los estándares de su raza), lo cual le ha llevado a, aún considerando a los Sin’dorei como una raza favorecida, a respetar o al menos a no mirar demasiado por encima del hombro al resto de razas de Azeroth, a excepción de los no-muertos a los que considera aberraciones, o a los Quel’dorei, a los que califica de traidores a la patria. Ese sentimiento de relativo respeto se ha acrecentado debido a la naturaleza viajera de Celereon, que ha pasado cerca de medio siglo viajando por Azeroth en total. Eso también le ha permitido formarse e incluso estudiar levemente el comportamiento del resto de razas, algo que le resulta especialmente útil y que considera crucial para el combate. Es por tanto alguien bastante meticuloso y estratega a la hora de luchar, tomándose todo el tiempo necesario (dentro de lo posible) para estudiar a su adversario, aprovechando que por lo menos él “tiene todo el tiempo del mundo” a términos prácticos. A pesar de ser un mercenario que vende sus habilidades por dinero, no es alguien en exceso egoísta, y tiene un alto sentimiento del honor y de la justicia, algo que le ha llegado a pasar factura en alguna que otra ocasión. Considera que el arte y la cultura también son importantes, y no descuida su faceta intelectual. Tiene ligeros conocimientos en dibujo y sabe tocar la flauta, algo que ha amenizado bastante sus viajes. También prefiere disfrutar de momentos contemplativos o de la lectura de algún libro antes que de la compañía de los demás, haciéndole un elfo algo introvertido y solitario. Sin embargo, no es tímido ni rehúye el entablar conversación, lo cual sorprenderá a muchos, pues demuestra ser alguien con quien conversar durante horas debido a sus conocimientos en multitud de ramas. En resumen, se trata de un elfo patriota, que busca ayudar a su gente a su manera, para lo cual se debe a una férrea disciplina y voluntad, acompañada de un gusto refinado por el arte y la lectura. Ficha Rápida No (1000 palabras mínimo) Historia Diario de Celereon Cinderfate: Año 32 posterior a la apertura del Portal Oscuro Mi llamo Celereon Cinderfate, hijo de Cynaria Cinderfate y Rubidion Cinderfate. Me crié en una pequeña hacienda en la Aldea Brisa Pura, naciendo hará cerca de tres siglos. Mis padres me inculcaron los valores básicos que todo elfo perteneciente a la ahora conocida como raza de los Sin’dorei, honor, tradición y amor a la patria. Pocos inviernos tardé en conocer las maravillas del Alto Reino, aquel que considero mi hogar, la ciudad de la que me enamoré, por la que estoy dispuesto a verter mi sangre por el bienestar de mis compatriotas. No conocí más dicha que entre los jardines de Plaza Alacón, lugar donde me he sorprendido pasar tardes enteras disfrutando de cualquier banco en compañía de cualquier tomo que mereciera la pena leer, sobre todo cualquiera que incluyera a alguno de los muchos espadachines famosos que han surgido en el Alto Reino. Mi infancia resultó gratificante, todo lo que un niño podría querer. Mi padre decidió regalarme una espada de madera a mi decimosexto invierno y me llevó a un instructor de esgrima con el que empecé a entrenar. Me inculcó la disciplina que creo a día de hoy me caracteriza, y me mostró que la esgrima no solo consistía en agitar el acero hasta que el oponente dejara de moverse. No, en el interior de aquel arte había una milenaria tradición detrás, una que enseñaba honor y respeto por el oponente, que no solo requería estar en buena forma física, sino además conocer el valor de la vida, pues al final será inevitable que tengas que arrebatarla, y antes de arrebatar algo debes comprender el valor que tiene. Así pues, me dediqué durante décadas a estudiar, compaginando mis arduos entrenamientos con noches de estudio. Anatomía básica, religión, leyes, música, pintura… Comprendí que un guerrero debía apreciar el mundo que le rodeaba más que el resto, yo debía apreciar el mundo que en algún punto de mi vida quizás tendría que proteger. Y así fue, que fueron sucediéndose los inviernos, seguidos de hermosas primaveras y anaranjados otoños, que fui convirtiéndome en un espadachín. Mi padre optó por regalarme mi primera espada, a la que decidí bautizar como “Presta”, debido a lo ligera que era. Pasé alrededor de medio siglo en el Alto Reino, hasta que decidí conocer el resto del mundo que se abría ante mí. Poco tardé en despedirme de mis padres y marcharme, con la promesa de volver siendo una mejor versión de mi mismo. Mi primer viaje fue duro, no estaba acostumbrado a las largas jornadas en los caminos, ni a pasar noches a la intemperie sin más refugio que una pequeña tienda que me había fabricado con algunas telas cosidas de forma rudimentaria. Sin embargo, a pesar del frío y del hambre, conseguí establecer contacto con algunos asentamientos de mi pueblo, donde pude aprender cómo era la vida fuera del Alto Reino. Pasé varios meses conviviendo entre los míos en Quel’danil y luego proseguí mi viaje, a tierras humanas. Por el camino pude aprender algunas costumbres de los enanos de Pico Nidal, y conocer algo de su historia. Y así fui poco a poco empapándome de las culturas de humanos y enanos, visitando algunos de los reinos de la humanidad. Allí fue donde decidí pasar un par de años, en compañía de tan extrañas criaturas (Tan extrañas como peculiares a su modo). Aun así, también aprendí de los humanos su naturaleza impulsiva y en ocasiones carente de honor. En una taberna un truhan me sorprendió con un abrecartas e intentó acabar con mi vida en plena taberna debido a una estúpida riña que a día de hoy no tiene importancia, seguramente porque después de tres siglos y medio la descendencia de ese indeseable ya será pasto de las lombrices. De ese encuentro conseguí mis primeras cicatrices, que no las últimas. Después de mi aventura por los reinos humanos, decidí retornar al Alto Reino casi diez años después de mi partida. Durante todo ese tiempo traté de mantener correspondencia con mis padres, a los que relataba mis vivencias como cuando un infante le enseña su juguete nuevo a sus amigos. Al volver decidí retomar mi aprendizaje y adiestramiento, pero poco tardé en descubrir que, en esta ocasión, el mar clamaba mi nombre, y acudí raudo a su llamado. Me enrolé en un barco mercante y en aquella tripulación estuve otros quince años, hasta que la cálida luz del atardecer irrumpiendo en las vidrieras de la ciudad de Lunargenta volvieron a encandilarme en su festival de colores y brillos. El tiempo siguió su transcurso y pasaron las décadas, que se tornaron en tres siglos. Llegaron los orcos a Azeroth, pero yo permanecí donde debía, en mi pueblo con los míos. Pero cuando los pielesverdes se acercaron a nuestras fronteras y se aliaron con los Trols que tanto dolor habían causado a mi pueblo, decidí ofrecer mi espada para defender el reino en el que me había criado. Varias refriegas recuerdo de aquella guerra, ninguna digna de cantar alguno, pues entonces descubrí que la guerra distaba mucho de los cuentos con los que me deleitaba, donde el honor se dejaba a un lado y la sangre de unos y de otros regaba los campos arrasados por las llamas. Una vez acabó el conflicto, decidí retirarme de la lucha, pues necesitaba descansar de tanta muerte y destrucción. Me refugié en Quel’danas, lugar donde decidí reposar mente y cuerpo durante al menos unos años. Pero el reposo me hizo abandonar mi obligación como ciudadano y observé impotente como la Plaga arrasaba Lunargenta, para luego destruir mi hogar en su casi totalidad. Solo la fortuna sabe como mi familia se salvó de la invasión de la Plaga. Al retornar a lo que quedaba del reino, vi como además la sociedad se fracturaba cuando más juntos debíamos permanecer. Nuestro príncipe Kael’thas decidió renombrarnos como Elfos de Sangre, título que acepté con gusto y honor, pues ya no estaría dispuesto a dejar que otros luchasen y se sacrificasen por mí.
  5. Thala

    Hakim

    Ficha realizada por la maravillosa @Psique
  6. vigon

    Adry Nalar

    Adry Nalar Raza: Hunana Sexo: Mujer Edad: 17 años Altura: 1,67 Peso: 50 kg Lugar de nacimiento: Stromgarde Ocupación: Maga Personalidad: Una chica bastante sonriente a pesar de todo, decidida y capas de esmerarse por lo que desea, a veces algo seria, pero no poca habladora. Apariencia: Una chica de labios carnosos y largos, una nariz pequeña, ojos de un tamaño promedio y color ámbar, un pelo rojizo y corto, una cara alargada y las mejillas marcadas. Suele llevar ropas de colores vivos. Historia:
  7. vigon

    Riley Bluelight

    Riley Bluelight: Historia original corta: Características: Datos: editando...
  8. Bullet

    Zahra Lobosangriento

    Zahra Lobosangriento Raza: Orco Sexo: Mujer Edad: 25 Altura: 1,90M Peso: 81KG Origen: Campo "Joe Sands" Ocupación: Chamán Lobo Gelido. Descripción Física Descripción Psicológica. Historia
  9. vigon

    Rick blackplain

    Rick Blackplain foto. Raza: Humano Peso: 75 Kg Sexo: Hombre Ocupación: Recluta Edad: 17 años Lugar de nacimiento Villa oscura Altura: 1,80 Residencia: Villa dorada Historia original (corta): Descripción Física Rick Blackplain es un joven alto, que tiene el pelo café y algo desordenado, unos ojos de tamaño promedio de color café oscuro, una cara un poco alargada con un mentón marcado, además de una piel blanca acostumbrada a ocaso por naturaleza. Descripción Psíquica Un joven e impulsivo por naturaleza, tiene un sentido del bien muy marcado aunque del honor a veces es otra cosa a veces (llegando a hacer trampa si es que se da el momento y no es grave), vengativo de vez en cuando en especialmente marcado con la muerte de su mejor amigo y la posible muerte de su respectiva familia. Trata de hace llevable todos sus problemas sonriendo y pasándolo bien en algunos momentos que se le ve haciendo bromas y demás. Campañas participadas y misiones participadas: Tierra de la peste:
  10. tinchov1

    Garn

    Nombre del Personaje Garn Raza Orco Sexo Hombre Edad 26 Altura 2,10 mts Peso 183 kg Lugar de Nacimiento Pantano de las Penas Ocupación Ayudante de establo Descripción Física Garn es un orco de piel verde amarillenta, de pelo negro. De cuerpo fuerte y ligero de pies. Sus piernas se ven mas marcadas con cicatrices, mucho mas que sus brazos. A pesar de su joven edad, su rostro parece de algunos años mas. Se lo puede ver vistiendo ropas livianas. Descripción Psíquica Orco cabeza dura, siempre va por el "prueba y error". Esto lo ha ayudado a enfrentar diversos problemas y solucionarlos luego de intentarlo unas cuantas veces. Nunca ha aprendido a leer o escribir. Se lleva bien con orcos de clanes distintos, aunque siempre se siente mas en casa con los Grito de Guerra y Rocanegra. Ficha Rápida Si (300 palabras mínimo) Historia Hace 26 años nacía Garn, en una cueva remota en lo que hoy es conocido como el Pantano de las Penas. Su clan había luchado en la segunda guerra, y luego de la derrota a manos de los humanos, lograron escapar y sobrevivir en este remoto lugar. Sus padres luchaban contra la fauna y flora del pantano, así como con los humanos que rondaban la zona. Garn tuvo que aprender a luchar desde muy pequeño, ya que sus padres temían que en cualquier momento fueran asesinados. Garn aprendió a ser sigiloso para evitar llamar la atención de los humanos y de los "perdidos", estas criaturas deformadas y agresivas que rondaban el pantano. Sobreviviendo en el pantano por su cuenta, el pequeño grupo de orcos sobrevivió. En él había un orco del clan Rocanegra, dos del clan Foso Sangrante y cuatro del clan Grito de Guerra. Garn pertenecía al clan Grito de Guerra, hijo de grandes guerreros y herreros, quienes habían luchado por generaciones. Garn aprendió a cazar utilizando diferentes técnicas provenientes de cada clan que conformaba el grupo. Cuando tuvieron la chance, el grupo de orcos ayudó a reconstruir el Rocal, donde los orcos se asentaron en el Pantano de las Penas. Allí fue cuando se unieron a la causa de Thrall, y se unieron a la nueva Horda. Garn pasó mucho tiempo entrenando, y luchado, defendiendo el terreno de la Horda y protegiendo a su familia. Cuando Garrosh tomó el mando de la Horda, Garn decidió viajar hacia el viejo continente de Kalimdor, reuniéndose con gente de su clan que vivía en la capital orca. En Orgrimmar fue donde Garn expandió su arsenal, aprendiendo el manejo de distintas armas que no estaban a su disposición en el Rocal, mientras trabajaba asistiendo en el establo. En Orgrimmar también conoció a algunos de los guerreros orcos más importantes. Lleno de vigor, Garn continuó entrenando para un día alcanzar tal nivel y ser recordado por su clan.
  11. vigon

    Glyde Redrock

    Glyde Redrock Raza: Humana Peso: 47 kg sexo: Femenino Lugar de nacimiento: Bosque del Elwynn Edad: 17 años Residencia: Nómada Altura: 1,52 Ocupación: Comerciante Historia: Personalidad: Una chica alegre según se le ve, aunque de mecha corta cuando es molestada por su estatura o por parecer menor, suele ser muy paciente y atenta a los detalles, aunque a veces ser egocéntrica y charlatana… Puede ser llorona a veces pero una vez se decide a algo o comprende que necesita hacerlo lo hace. Físico: Una chica de cabellos negros y largos bien rizados, pecosa con ojos grandes y celestes, labios finos, piel blanca una figura delgada, y con un gusto más o menos escaso además de ser bastante baja pareciendo a veces una niña.
  12. Nombre del Personaje Auguste Lümmel Raza Humano Sexo Hombre Edad 40 Altura 1.75 mts Peso 80 kg Lugar de Nacimiento Lümmel, suroeste de Gilneas Ocupación Mercenario huargen Descripción Física Un hombre tosco y curtido, con ojos profundo de mirada seria y ceño fruncido. La cara deja entre ver algunas feas cicatrices así como en el resto de su cuerpo. De complexión gruesa con hombros anchos y brazos fuerte al igual que sus piernas, no tiene una estatura sobresaliente y se mantiene en la media. Su cabello es oscuro y bastante descuidado. Descripción Psíquica Las diferentes batallas han borrado todo rastro de compasión en su mente, aunque en su infancia apelara por el honor y la justicia estar de frente en los campos de batalla le han enseñado la horrible cara de la muerte. Aun así, todo esto le ha aclarado la mente pudiendo identificar rapidamente las intenciones de las personas asi como mantener sus pensamientos controlados en ves de dar respuestas impulsivas. No suele disfrutar mucho de la compañía aunque aun añora la imagen de su hijo por lo cual suele mostrarse condescendiente con los mas jóvenes que se encuentren desamparados. Ficha Rápida No (1000 palabras mínimo) Historia He luchado y padecido por estas tierras toda mi vida. Nací al suroeste de la península gilneana donde las olas chocan rutinariamente con las escabrosas montañas y riscos que cubren toda la playa. No tuve una infancia dichosa, era un niño mas aglutinado en el viejo orfanato de Lümmel, un pueblo libre habitado principalmente por curas y campesinos, el poblado recibía el nombre por la antigua tribu gilnea que habitaba estos acantilados, sin embargo algunos niños rumoreaban que el nombre del poblado era la forma como los gilnea maldecían a los colonos que se atrevían a tocar el su tierra sagrada. Allí pase la mayoría de mi niñez hasta que decidí seguir mis mas locos sueños y viajar lejos de mis natales tierras. Hui a la capital por recomendaciones de un viejo errante que viajaba entre ambos sitios, le hice confidente de mis tontos sueños juveniles de servir al rey como uno de sus mas nobles caballeros. El anciano alentó mis ideas y me apoyo en gran parte del camino antes de que la falta de alimento terminara apagando su vida. Absorbí todo su conocimiento del mundo y los valores que movían su vida, la justicia y el honor eran primordiales, El nombre que se crea y las acciones con que obra es lo que compone a un hombre, por ello decidí portar el nombre de ese sabio anciano para alargar su vida a través del tiempo, Auguste Lümmel fue el nombre que decidí portar y servir a la mesnada de la corona serian mis acciones. Una vez estuve en la capital, pude corroborar las narraciones del viejo Auguste, las grandes maravillas que se gestaban bajo la mano del rey eran formidables, grandes vidríales cubrían la enorme estructura de la catedral que se ubicaba en el centro de la ciudad junto con los edificios proliferados a su alrededor. Me dirigí entonces al barrio militar en busca de unirme a la mesnada profesional de la corona, donde los mas nobles y honrados caballeros son formados. No tarde mucho en descubrir que en el campo de batalla poco o nada importaba lo que piense cada soldado, el honor y la justicia son reservados para la nobleza y no para simples milicias. Transcurrieron muchos años antes de que mi mente empezara a corregirse al punto de perder por completo cualquier motivo para seguir luchando. El remedio vino del pasado, regresar al casi abandonado pueblo donde nací revivió en mi la llama de la vida. Contraje matrimonio con Caroline de Hammerfall quien obraba como enfermera en los campamentos de soldados, ambos decidimos partir a mis oriundas tierras para formar una familia. Mi hijo admiraba las mismas costas escarpadas que antes solía hacer yo. Aun cuando había abandonado mucho de las ideas que el viejo Auguste había inculcado en mi, aventure a mi hijo a seguir la misma senda, sin embargo mi hijo no tendría que huir de esas tierras pues allí yacía su hogar. Pasados al menos ocho inviernos con mi familia me vi obligado a abandonarles, pues los soldados volvían a ser llamados por sus señores para un nuevo enfrentamiento, un combate que no iba dirigido contra los usuales extranjeros sino dirigido a nuestra propia gente, a los insurgentes que se oponían a los designios del rey de construir el enorme muro y aislar la península de los otros reinos. sangre por mil heridas defendiendo esta tierra y hasta asesine a mis hermanos gilneanos por los designios del rey. Nada de eso recompenso las tragedias que aun a día de hoy me atormentan. Aun cuando la guerra se había enfriado nuevos problemas surgieron en el reino de manos de males místicos alejados de cualquier conocimiento humano. Los extintos lobos se erguían a dos patas en colosales bestias lupidas que asolaban poblados enteros en una sola noche. Primero cayeron los reinos del norte antes de que empezara a expandirse este horrible mal. Nada me hacia enfrentarme a estas bestias mas que mi propia supervivencia y la de mis compañeros en el frente, sin embargo, cuando el mal toco a mi propio hogar se había convertido en un asunto personal. Cabalgue a mi pueblo a gran velocidad en cuanto tuve noticias de que este estaba siendo atacado por las bestias lupidas. Cuando llegue alli la masacre ya había sido consumada y los pocos hombres armados que quedaban se mantenían de pie abatidos por la ardua lucha que habían tenido. Obvie todos los desastres causados concentrándome en mi granja la cual yacía con la puerta rota y las ventanas destrozadas. Ingrese con el temor en mi mente, el temor que había estado persiguiéndome en todo momento desde que recibí las malas noticias sobre el ataque al pueblo. Mi familia pago el horrible precio que todo gilneano estaba pagando por traicionar a sus hermanos en guerras fratricidas, ambos con la piel suelta y la sangre ya seca en el suelo habian sido asesinados por las bestias. Nada quedaba ya para mi en el mundo mas que mi iracundo deseo de venganza contra la maldición que padecía gilneas, la justicia cobraba las muertes que habia logrado en el campo de batalla pero eso no era suficiente para ella. Me aleje del pueblo en dirección a los acantilados, acompañado únicamente de mi espada. Era el fin de la tierra, un súbito corte en la planicie que dividía la vida de la muerte. Me acerque al risco con la intención ultima de ganar a la justicia una partida tomando mi propia vida fuera del destino que tuviera preparado para mi. Sin embargo, las fuerzas que mueven el destino son mas fuertes que mi propia voluntad y atrajeron a una de las bestias huargen, rezagada de su manada buscaba aun mas alimento del que saciarse y mi propia humanidad era la comida perfecta. Algunos gritos escuche antes que la bestia lupina me embistiera evitando mi destino contra las olas mas abajo. Difusos son mis recuerdos de los dias que trascurrieron luego, los aldeanos me llevaron al pueblo donde fui encadenado como ya habia visto en numerosas ocasiones ocurrir con los sobrevivientes en los pueblos. La maldición huargen me trajo devuelta a la capital pero en esta ocasión me encontraba aun mas lejos de ser un noble caballero, estaba en el espectro contrario a eso. Encerrado como un perro en la barriada donde amontonaban otros malditos como yo. He sangrado y luchado por estas tierras en muchas ocasiones, he seguido los designios de rey al pie de la letra y aun así lo único que recibo es ser maldito y olvidado en el peor lugar de Gilneas. Donde todos los males confluyen abandonados de la mano de la luz. Arrebatado de mi único deseo de morir, me veo obligado a velar por mi propia vida sobreviviendo al caos de este mundo.
  13. Amelia Williams Raza Humano Sexo Femenino Edad 17 Altura 1.62 Peso 53 kg Lugar de Nacimiento Stromgarde Ocupación Aprendiz de Mago Descripción Física Amelia es una chica sencilla, con un físico delgado, frágil y pequeño, sin demasiado a destacar excepto por un pelo naranja rojizo, largo, espeso y ondulado, lleno de bucles adornando una pálida cara infantil y pecosa con grandes ojos azul violeta. Una sonrisa de oreja a oreja con dientes blancos y perfectos. El cuerpo de Amy no es especialmente fuerte, pero guarda una gran energía. Descripción Psíquica Una chica interesada en las artes, con una gran creatividad y memoria fotográfica e eidética, que aun comporta como una niña. Hay veces donde demuestra una gran madurez en momentos serios y aplicando una lógica aplastante. Sus habilidades sociales no son nada del otro mundo, aunque no tiene ninguna vergüenza para hablar o mostrar sus opiniones. Le encantan los dulces y los animales pequeños y peludos, aunque tiene una visión bastante extraña en lo que ella considera adorable o no. Adora dibujar y puede pasar horas abocetando lo que le rodea. Pasar el tiempo perdida en sus pensamientos e imaginando historias y aventuras es de sus cosas favoritas. HISTORIA Ficha de personaje Familiares y Amigos (Personajes originales) Robert Smith Raza: Humano Edad: 38 años Relación con el personaje: Maestro de Conjuración. Anya Aradum Raza: Enano Edad: 34 años Relación con el personaje: Amiga de Loch Modan Edrik Aradum Raza: Enano Edad: 52 años Relación con el personaje: Amigo de Loch Modan
  14. Grol

    Markus Kruber

    Nombre del Personaje Markus Kruber Raza Humano Sexo Hombre Edad 33 Altura 1'85 Peso 90 Lugar de Nacimiento Lordaeron Ocupación Recluta Descripción Física Kruber es un hombre fuerte, su cuerpo está marcado por una cicatriz que corta su ojo izquierdo. Un gran mostacho unido a unas patillas ocupan gran parte de su faz. Sus ojos son de un azul propio de la realeza de Lordaeron. Descripción Psíquica Kruber es una persona afable, carismática y leal. Aunque no sea considerado como inteligente goza de astucia. Sufre de PTSD debido a la pérdida de su antiguo regimiento, no obstante, un sentimiento de lealtad y orgullo le impide dejar el ejercito. Ficha Rápida Historia Markus Kruber nació en una pequeña granja de Trabalomas, cansado de la agotadora vida de granjero siempre soñó con viajar y ver mundo, por lo que el entonces joven Markus tras huir de la granja de su familia acabó siendo reclutado por la milicia local de Arathi donde pasaría los próximos tres meses de su vida combatiendo contra enemigos del imperio tales como gnolls, trolls, orcos y la plaga que amenazaba al reino de Stromgarde desde el norte. Sería un nigromante quien arruinaría la carrera de Kruber. Los No Muertos atacaron a las huestes imperiales. El regimiento de Kruber estaba en el flanco oriental, formando una barrera impenetrable contra los guerreros esqueléticos. Por un momento pareció que los vivos podrían ganar, y lucharon con ferocidad adicional para lograrlo. Pero entonces el joven Kruber vio a un viejo liderando una horda de zombis. En un extraño instante sus miradas se encontraron, el nigromante sonrió, y empezó a lanzar uno de sus hechizos. Momentos después, un colosal orbe de oscuridad envuelta en tintes purpúreos barrió a los espadachines, matando a todo lo que tocaba mientras absorbía las almas de los desventurados soldados. Uno de sus compañeros empujó a Kruber fuera de la trayectoria, sacrificando altruistamente su alma. Al final de la batalla, los No Muertos se habían disipado y el Imperio había ganado, pero para Markus fue una victoria pírrica. Sus compañeros de regimiento habían caído y él había quedado traumatizado. Abrumado por el shock, Markus intentó que lo licenciaran, deseando abandonar la vida militar y simplemente volver a casa, pero recibió un no por respuesta. La posterior disputa que tuvo con el joven noble que hizo que todo su regimiento pereciera resultó en un translado a Bosque de Elwynn. Ser enviado desde una de las provincias más ricas del Imperio a una de las más pobres y castigadas por la guerra era claramente un castigo, pero Kruber dio la bienvenida al cambio, esperando encontrar un liderazgo competente y una serie constante de acciones con propósito en su nuevo puesto. A día de hoy se le puede ver patrullando la ciudad de Villadorada en busca de malhechores y alborotadores.
  15. Theradriel Ban’Onthar Nombre: Theradriel Ban’Onthar Raza: Quel'dorei Sexo: Hombre Edad: 293 Altura: 1,73m Peso: 64 Lugar de Nacimiento: Aldea Bruma Dorada, Quel'thalas. Ocupación: Sanador ambulante/Mercader/Bardo Historia completa Descripción física: Theradriel es un elfo que no destaca especialmente por su aspecto, es normal, ni hermoso ni feo, un rostro más de los que podría verse en cualquier avenida de Lunargenta en sus días de gloria. Su estatura, cuando se halla bien erguido es de metro setenta y tres, relativamente bajo entre su gente. Su cuerpo es delgado y terso, aunque no llega a exhibir una notoria musculatura. La única gran huella que marca los escasos y delicados relieves de su anatomía son grandes cicatrices que lo cubren desde el cuello hasta los talones, cortes de garras surcan y se alzan sobre su abdomen y la espalda, se envuelven con filigranas de incisiones en sus brazos y las piernas, y esconden algunas pecas. Tiene, en el omóplato derecho, una marca de nacimiento, de un tono levemente más oscuro que el resto de su piel y que recuerda vagamente a la forma de un pájaro hornero. Sus manos son grandes y delicadas, con dedos largos, aunque ni estos se libran de las cicatrices, y poseen cual anillos marcas de cortes. Algunos de los nudillos salidos señal de que antaño se rompió los huesos rompen la perfecta silueta de las mismas. Las palmas de sus manos tienen viejas marcas de cortes, más finas y limpias que el resto de su cuerpo, mientras que las yemas de los dedos tienen, a excepción del pulgar derecho, unos callos pequeños y redondos en la cúspide de estas. Sus rasgos son tan hermosos como los de cualquiera de sus congéneres, ni más, ni menos. Angulosos y armoniosos al mismo tiempo, sus pómulos son altos, y su mandíbula prominente. Sus cejas copiosas y expresivas enmarcan unos ojos almendrados de un intenso celeste, de pobladas pestañas y audacia incipiente. Posee una nariz larga y recta, casi perfecta, solo manchada por una peca oscura entre el puente de esta y el lagrimal izquierdo. Sus labios son carnosos, pero no demasiado gruesos, casi siempre curvados en una sonrisa discreta. El cabello de un café claro se presenta lacio en su cabeza y su rostro, cuidado en ambos. En el primero casi siempre trenzado o en una coleta, lo recoge sin demasiado empeño, pero lo atiende con esmero. La perilla sin embargo siempre esta ordenada y recortada pulcramente. Aunque es un viajero, mira mucho su higiene, y más allá del polvo de los caminos no suele hallarse sucio, es habitual que huela a perfumes, inciensos o a los vapores de lo que le eche en su pipa. Descripción psíquica: La personalidad jovial y extrovertida de Theradriel suele dar una imagen engañosa de sus adentros. Es un hombre sociable y de buen carácter, que varía de una conducta apacible a histriónica acorde al momento, con un humor que pasa de ser acido a horrendamente negro. Es fácil que esté dispuesto a echar una mano, compartir y aprender con otros, a ser un hombro, sin embargo, tienda a buscar para sí mismo el provecho. Posee una gran sed de conocimiento, siempre abierto a ver la utilidad y la valía en cualquier disciplina. No solo es curioso para aquello que tiene una utilidad concreta, disfruta del saber no solo como una herramienta, también como un fin. Todo eso hace que sea difícil de entrever que, al mismo tiempo, es un hombre cuya moral ha ido ganando laxitud hasta casi desaparecer, y que se mueve a conveniencia, que no posee para sí mismo ni para los demás, decencia en la mayoría de los aspectos. Un sujeto de alma egoísta, que ha encontrado refugio en los placeres para paliar las miserias con las que la vida lo ha azotado, y de todas las cuales ha aprendido. Theradriel compartimenta muy bien cada aspecto de su vida, le da a todo y todos un lugar concreto, ha encontrado en la conformidad de la realidad una manera de no sufrir las penurias como tales, sino como un aspecto más de la intensidad de la vida. El busca, quiere, ansia y está decidido a vivir, y disfrutar de ello. La paciencia es una de sus virtudes, aunque pueda parecer, en el conjunto, un rasgo particular, no deja de ser muy marcado. Sus arranques libertinos no quitan que sea un hombre sereno, y meticuloso, incluso maniático, algo que se refleja bastante en la higiene, pese a su conformismo y su habito en los caminos. Historia La casa de la familia Ban’Onthar se alzaba a las afueras de la aldea Bruma Dorada. Desde el patio se podía ver como la gran arboleda se erguía sobre la otra orilla del rio, y, cuando el viento soplaba del este, el aire traía un leve aroma a salitre si uno cerraba los ojos y respiraba profundamente. En una de esas noches, donde la brisa nocturna portaba un deje a mar, la morada familiar permanecía en vela. Aunque hacía largo rato que el astro rey se había ocultado en el horizonte, la luz salía de entre casi todas las cortinas. Las dos lunas se veían desde la ventana del dormitorio de la joven Serailäe, en su lenta ascensión para dominar el cielo. La música de una lira se escuchaba con claridad, y una suavidad apacible, aunque aquel que hacía sonar el instrumento se hallaba en otra habitación. Faltaban unas pocas horas para que Alodien celebrara su mayoría de edad, y como era costumbre en su familia, practicaba para mostrar a cercanos y familiares que había madurado, no solo en cuerpo y mente, también como artista. Cuando el sol se hundiera en el horizonte al día siguiente, expondría ante todos una pieza de su propia creación. Mientras sus dedos se habituaban al nuevo instrumento, otorgado con motivo de esa fecha especial, sus padres se encargaban de preparar el jardín y el hogar para los invitados. Sus hermanos menores, quienes deberían haber estado durmiendo, se encontraban sentados en el suelo, de piernas cruzadas. Sus allegados, fingían ignorar que conocían sobre los desvelos de los jóvenes. Serailäe jugaba con el borde de su camisón, retorciéndolo entre sus dedos y estirando la tela, manteniendo la espalda bien recta, y la mirada centrada en las lunas. A su espalda, Theradriel se hallaba casi en la misma postura, peinando los cabellos castaños de la chiquilla entre sus dedos, húmedos con una crema de textura oleosa, que cubría con una fina película todo lo que tocaba, y no terminaba de desprenderse de sus manos aun cuando escurría las mismas en la sedosa melena de la elfa repetidas veces. Olía a miel, aloe y almendras, llenando el pequeño dormitorio con esa mezcla. - ¿Crees que madre se enfade? -Susurro con voz dudosa, aguda y dulce como el canto de un mirlo, antes de fruncir los labios en una mueca insegura, y desplazar la mirada hacia la puerta. - ¿Por qué? ¿Por qué seas la muchacha más hermosa de la fiesta? - Le respondió con cierto retintín el improvisado peluquero, hundiendo los dedos en el tarro de cerámica para recoger más mezcla, sin abandonar ese tono bajo, cómplice. Aunque no había nadie cerca que pudiera oírles, el cosquilleo nervioso de lo prohibido anidaba en sus entrañas, esa sensación excitante que solo los jóvenes albergan por las cosas más sencillas, que creen que les son vetadas. Serailäe hincho el pecho, ufana. Una sonrisa involuntaria y sincera se dibujó en su faz. Theradriel no necesitaba mirar a su hermana para verla. Se sonrió y siguió aplicando la pomada cosmética de forma dedicada. - ¡Te lo preguntaba en serio! -Le recriminó tras regodearse unos instantes, sin poder ocultar la alegría del cumplido por completo. -Mañana es un día especial, madre no se enfadará porque quieras agasajar a Alodien ofreciéndole una buena imagen. - Respondió con seriedad, porque sabía que ella lo necesitaba. Ese entendimiento tan simple les era natural, y había procurado entre ambos una estrecha amistad. Aunque la edad que los separaba era visible y ostentosa por su juventud. Ella apenas exhibía la sombra de los encantos que florecerían en su primavera, aún lejana. Él se hallaría practicando en la soledad de su dormitorio como lo hacía su hermano mayor en menos de dos décadas. - ¿Crees que me queden unos bucles como los suyos? -Una nota discordante ahogó la última silaba de la pequeña. El silencio reino en la habitación durante varios segundos. Aunque todos los habitantes de la casa se percataron de ello, fingieron no hacerlo. -Haré lo que pueda. -Eludió con poca gracia el joven, dejando el cabello completamente húmedo y rezumando pringue perfumado en paz. El arpa volvió a sonar, como si nunca se hubiera detenido. Él se puso en pie y salvo la distancia que lo separaba de la artesa llena de agua fría, donde sumergió las manos, intentando deshacerse de los restos de potingue con un éxito moderado. - ¿Y si quedo como un espantajo? -Se giró la elfa, oteando la figura de su hermano dando vueltas por la habitación. Él tomo la pequeña clepsidra que había sobre el guardarropa, y la llenó. Al instante el ligero rumor del agua se sumó a la música. -Entonces me haré un peinado ridículo, y haremos un número cómico. -Aseveró, con toda la seriedad del mundo que permitió a aquella broma cumplir su cometido, y llenar la alcoba con la risa entrecortada de su hermana. -Si haces eso se van a enfadar. - Le reprochó, siguiendo la ideación imaginaria, la pantomima de que pudiera acontecer. Otro día él habría ido a por su flauta, y ella habría cantado con su hermosa voz hasta que el agua hubiera llegado a la última línea dorada del recipiente inferior del reloj. Sin embargo, aquella era la noche de Alodien, el silencio le pertenecía. -O quizás hagamos tanto el ridículo, que cualquier cosa que haga Alodien parecerá una genialidad. -Se irguió y alzó el mentón, fingiendo un destello de brillantez en su ridícula idea. -O termine estampándote la lira en esa cara tan dura que tienes por estropearle el día. - ¡Al revés! Su nombre será leyenda en comparación con nuestro espectáculo, y en agradecimiento, bautizará su lira con el nuestro. -Por eso te queda bien la flauta, porque no hay quien crea tus historias, y con ella no hablas. - Le sacó la lengua con una mueca infantil y juguetona, antes de volver a reír. - ¿Qué dices? ¡Pero si soy un encanto! -Apoyó la palma en su pecho, y se inclinó hacia atrás, en un gesto ofendido sobreactuado hasta para el teatro. Ella rió más fuerte, y se tapó la boca con ambas manos. - ¡Para para! -Suplicó entre risas, procurando ahogar estas en sus palmas o la garganta. - ¡Nos van a oír por tu culpa! -Eres tú la que se está riendo como un murloc. - Le hizo un gesto con la mano, conminándola a tomar asiento a los pies de la artesa. - ¡Yo no me rio como un murloc! -Jagvjhahahagbrlgblargh jajaj gblrg. - La imitó pobre y exageradamente. Serailäe soltó su camisón mientras caminaba, dejando que la tela se meciera, holgada sobre su cuerpo ante su grácil andar, y le dio un golpe en el brazo al cretino de su hermano para que dejara de hacer esos ridículos sonidos. - ¡Para ya! Yo no me rio así. - Hizo un mohín, y se dejó caer al suelo, apoyando la espalda contra la pared pulida la artesa. -Haz algo útil, y enjuágame esto, me siento pegajosa. Esta vez fue el quien se rió, solo dejando escuchar su voz, aun aguda, entre los dientes, apretados con firmeza para evitar alzar el tono. Theradriel guio la cabeza de su hermana hasta que el agua hizo una corona sobre su sien, y sacudió el cabello que flotaba dentro del líquido elemento. -Se me mete en las orejas. - Se quejó solo por el placer de hacerlo. El chasqueó la lengua y respondió rodando los ojos. Cuando las briznas castañas ya no tenían una pizca de potingue, y solo habían quedado oleosas, se frotó uno de los jabones que había sacado del dormitorio de su madre cuando habían incursionado para hacerse con los cosméticos, y enjabonó generosamente la larguísima melena que tenía a su cuidado. Cuando volvió a aclararla, el bálago no permitía ver el agua. Intercalaron los chascarrillos con el silencio, porque lo primero calmaba sus nervios, y lo segundo les permitía apreciar la dedicación y empeño que Alodien ponía en su música, y hacia que lo admiraran un poco más. En ese vaivén, de palabras y contemplación, Theradriel la peino y separó el cabello en finos mechones. Con paciencia fue enrollando cada uno de ellos en unas piezas de madera hueca en donde se fijaba con cintas gastadas, hasta que no quedó un solo cabello suelto, y la maraña de rulos mantenía el pelo tan alzado y firme que, la delgada y blanquecina nuca de Serailäe era bañada por la pálida luz lunar. Él joven habría jurado que no había forma alguna de dormir con semejante parafernalia en la cabeza, pero, fueran los nervios, que por fin habían aflojado, la apacible nana con el arpa, o la intempestiva hora, un sopor se había adueñado de la muchacha, que ya, mientras le colocaba los últimos cilindros en el cabello, se balanceaba suavemente al ritmo de los tirones, y bostezaba tratando de mantener los ojos abiertos. Theradriel la acompañó hasta el cabezal de la cama, donde ella se dejó caer, quedando dormida en el mismo instante en el que tocó el colchón, estiró de cualquier modo la sabana sobre la elfa que ya roncaba bajo, y devolvió el jabón, el tarro de crema y los ruleros sobrantes al tocador de su madre. Como la idea había sido de Serailäe, le dejó la artesa como estaba para que se hiciera cargo ella del desastre, y trató de conquistar el sueño en su propia cama. Aun y el cansancio del día de preparativos, solo cuando ambas lunas ya habían pasado su zenit logró dormirse. ***** El jardín y los aledaños de la casa estaban adornados con guirnaldas, en su mayoría cordeles de colores de los que pendían pequeños farolillos de papel, aun apagados, ramilletes y lazos. Las macetas flotantes, que normalmente se encontraban bordeando la pequeña rampa del umbral del hogar, se habían dispuesto entorno al linde de árboles que delimitaba el espacio libre alrededor de la casa, y acompañaban mesas bajas y banquetas exteriores, algunas cedidas por los vecinos para tal ocasión. Aunque no tenían el portento como para montar una tarima, no lo necesitaban. Una glorieta vieja, que había visto aquella celebración más veces de las que se podían contar, y albergado a generaciones enteras de esa sangre, incluso antes de que se conociera con el nombre de Ban’Onthar, servía como espacio para los músicos. Las enredaderas, que florecían todo el año, se enroscaban en las columnas, y eran podadas con moderación para que no perdieran parte de su aspecto salvaje. Durante todo el día, fueron llegando familiares, algunos incluso venían desde la capital para esa fecha. Los más cercanos y compañeros de profesión se turnaban en la glorieta para acompañar la reunión con música de fondo, que solo fue interrumpida cuando hubo que subir el arpa de Eretrhia al mediodía, y cerca del atardecer cuando la retiraron de la misma. Las mesas exponían platillos fríos para picotear, casi todo de pie, así como bebidas espiritosas, algunas infusiones y jugos variados. La jornada fue ajetreada para todo el mundo, muchos no se veían en años, los menos emparentados se juntaban solo en esas raras ocasiones, por eso, la actuación principal se reservaba para el final, cuando la gente se había saciado de comida, bebida y rumores, y había tenido tiempo de dormitar en los bancos por la tarde, o de solicitar discretamente tumbarse en alguna alcoba si su viaje había sido especialmente largo. La fiesta de verdad empezaba a la noche, cuando se encendían los faroles, y el patio quedaba iluminado por la titilante y colorida luz de los mismos. La glorieta quedo deserta por primera vez en horas, con una solitaria silla, esperando al homenajeado. Alodien era un elfo de estatura mediana, pero su porte lo hacía parecer más alto, y lo dotaba de una presencia llamativa, aunque nada severa. Andaba con soltura, sonreía de forma arrebatadora, y, aunque no era más bello que un elfo promedio, tenía una actitud y personalidad, una gracia al moverse, que lo hacía destacar entre la mayoría de elfos. Un don que no era desconocido ni escaso entre los participantes del festejo. Subió con su andar felino, sosteniendo una lira entre las manos. Se inclinó y saludó, ocultando con el movimiento de su gesto, un temblor breve y nervioso que controló con presteza, y tomó asiento con una soltura indolente y ensayada. No tardaron sus dedos en hacer vibrar las cuerdas, y llenar el silencio con el claro sonido de su instrumento. Con anhelo palpitaba el corazón a la luna, hasta que en el amanecer respiraba. / Era la ambrosía la mañana, y en ella codiciaba su rostro, su piel y su canto. / Con celo furibundo su interior se agitaba, condenado a observar de otro aquello que amaba. / Era agua y la envidia le quemaba. Embravecido y aflicto se sacudía en vano. / Por aquel que odiaba poseía sus ruegos, acariciaba de espuma sus pies, y de amor proclamas guardaba. Era un soprano magnifico, su voz era conmovedora, sus manos se movían diestramente entre las cuerdas. Aunque no podría haber tocado en la corte todos le observaban embelesados. No porque su letra fuera magnifica, o por la libre poesía de la historia que narraba, era la emoción que hacia vibrar su canto lo que hechizaba. Cuando llego la parte en la que había fallado la noche anterior, sus padres y sus hermanos contuvieron el aliento, sin embargo, la voz y el instrumento siguieron avanzando con una coordinada simbiosis. Pero esas palabras no le pertenecían, la piel se le escapaba, y el corazón le dolía. / Por sufrimiento y ansia retuvo entre sus aguas, el pequeño navío con el corazón de su amada. / Y ella permaneció aguardando en la orilla, llovían sus lágrimas, el dolor la retenía. / La luna pasó, también el día, y sobre la orilla del mar languidecía. Oteaba el horizonte su mirada hundida, y por el pescador perdido sin cesar rezaba. / No reflejo la resaca más sonrisas, solo un sufrimiento amargo. / Pero al fin ella se acercaba, se adentraba en el mar a paso lento y desesperaba. / La abrazaba el piélago con sus olas, se enredaba tierno en su cabello largo. La mano pequeña de Serailäe se agarró a la manga de la camisa de su hermano de forma disimulada, y trago saliva con fuerza, su mirada muy abierta, totalmente fascinada, observaba al trovador. Theradriel no se dio cuenta, estaba deslumbrado, presa de una envidia muy distinta a la que describía la canción, un sentimiento blanco y puro de arrobo. Pero ella no respondía, fría, inerte, se ahogaba, moría. / Entre peces y corales, entre sal agonía, silenciosa, caía en el olvido. / Su melena flotaba, su piel se desvanecía. / Solo el mar en su recuerdo se agitaba, tormentoso y vesano. / Añoro su luna carcelera, deseo los celos, las sonrisas de alegría que no le pertenecían. / Anhelo todo aquello que había perdido. La música del laúd siguió sonando un poco más después de que la última silaba hubiera abandonado los labios del cantor, y se perdió en la melodía hasta el silencio, solo entonces se extendió la última nota de la lira. Los más sensibles de entre los oyentes precisaron de unos instantes para reponerse, el resto se los concedieron. Cuando la cortesía hubo terminado, aplaudieron y empezaron a desfilar hacia la glorieta, felicitando al trovador por su “primera” pieza. -Algún día tendré a alguien que me escriba canciones tan hermosas como esta. - Murmuró Serailäe, parpadeando varias veces para dejar de tener los ojos vidriosos. -Me parece que vas a tener que ser tu quien componga. -La pinchó su camarada, mientras se reunían con sus padres, aguardando para agasajar a Alodien cuando hubieran terminado el resto de invitados. - ¿Y eso por qué? Encontraré alguien que cante y que me quiera. -Alzó el mentón, haciendo que los perfectos bucles castaños se sacudieran graciosamente entorno a su rostro y sobre sus hombros desnudos. -Eso va a ser aún más difícil. -Sonrió burlonamente el adolescente, con una malicia que no era realmente malintencionada. Ella le pellizcó el brazo por encima de la camisa, aunque la fina tela apenas amortiguó nada. -Entonces me la escribirás tú, y yo a cambio le pondré tu nombre al arpa que me haga papa cuando sea mi fiesta. – Aprovechando la espera, se decidió a atacar lo que había quedado en una fuente cercana de las tostadas de pan especiado con confitura de manzana. - Sabes que toco la flauta, si te canto algo, ¿Con que quieres que toque? ¿Con los pies? -Le robó de la mano el tentempié y lo engullo de un bocado ante la mirada estupefacta y de reproche de su víctima, la cual se vengó con premura dándole un puntapié en la espinilla de forma disimulada, haciendo que casi se atragante con el canapé. -Me compones algo con la flauta ¡Mira tú que listo! Como si no pudieras componer algo para mí. - Tomó otra tostada, pero esta vez la hizo desaparecer entre sus labios rápidamente, ni bien terminada la última palabra, para evitar que se la arrebataran. - ¿Y cómo sabrás si es algo para ti? -Se sonrió el joven. -Lo sabré. - Aseveró con tanta convicción, que él llego a creerla. Cuando el ultimo invitado hubo felicitado a Alodien, este ya no estaba en la glorieta, en su lugar, dos de sus tíos y un primo que vivían a un par de aldeas de distancia habían sacado brillo a sus instrumentos, y tocaban para que el resto de invitados pudieran bailar. -Los enanos no van a dejarte ni comer ni dormir con tal de que cantes sobre sus leyendas. - Theradriel fue el último en acercarse. Primero dejo que su hermana menor se cansara de abrazar a Alodien y de balancearse desde el talón a las puntas de los pies con entusiasmo, luego a que sus padres le hubieran obsequiado con medidas muestras de aprobación y afecto. No por educación, o cortesía. Theradriel admiraba a su hermano, un sentimiento que en aquel momento rozaba la reverencia, y le costó su orgullo, nervios y unos instantes reponerse antes de sentirse capaz de felicitarlo sin temor a quedar como un mocoso embobado. -Esa es la idea. -Contesto con una sonrisa placida, apoyando la mano sobre el hombro del muchacho. - Una ciudad tan nueva necesita sus propias canciones. - ¿No estás cansado? - Nada más pronunciar aquello, se sintió completamente estúpido. Quería alabar y decirle que tanto le había entusiasmado su pieza, o lo contento que estaba de que fuera a llevárselo en su viaje por recolectar cuentos y vivencias de otros pueblos, pero siempre le costaba ser honesto con su hermano. -Dormí bien anoche. - Mentía, porque Alodien pecaba de lo mismo, no queriendo romper la imagen que tenían de él los menores, aun y que aquello que sabían de la verdad solo lograba que lo admirasen más. – Cuando te toque a ti lo entenderás. - Sonrió nuevamente, con una calma que no sentía. Eran los nervios, la adrenalina que aun cosquilleaba en sus manos lo que lo hacía permanecer despierto, la emoción de que ahora era uno más. La noche fue larga, y paso rápidamente para casi todos los asistentes. Los chiquillos se fueron durmiendo a lo largo de la noche, y al amanecer, los invitados, casi todos insomnes, emprendieron la marcha hacia sus respectivas casas. ***** Theradriel había revisado su equipaje por lo menos cuatro veces en lo que iba de día, y más de una decena la última semana. Sabía que no se olvidaba nada, pero no podía sacarse de encima esa sensación de que, una vez atravesaran la frontera, seria cuando se acordara de qué había descuidado en sus preparativos. A medida que el momento de partir se acercaba, esa incertidumbre azuzaba la inquietud que le hacía una bola en la garganta, y le dificultaba tragar. -Pensaba que ya tenías el equipaje hecho. - La voz de Alodien reveló la presencia de este en el cuarto, que llevaba ya unos instantes sin resultar advertido, observando en silencio el prolijo orden de la ropa doblada, y los diversos enseres dispuestos sobre la almozalla. -Está hecho. -Se enderezó el dueño, como si acabaran de tensar la cuerda de una marioneta para hacer que se irguiera por completo. -Solo. -Frunció los labios un instante. - Reviso que no me esté olvidando nada. - Prosiguió, recorriendo la exhibición de pertenencias que aguardaban sobre la cama a ser acomodadas nuevamente en el morral de viaje. Su homologo imitó su gesto, mientras un silencio contemplativo se adueñaba de la alcoba. -Creo que tienes todo lo que necesitas. -Sentenció con tranquilidad el mayor de los elfos, dándole una palmadita en el hombro, con la que buscaba disipar los nervios de este. No había nada más que pudiera hacer para proporcionarle calma, sabía que no se arrepentía de haberle pedido que lo llevase con él, también era consciente de que, si trataba de aligerar su corazón recordándole que todavía podía decidir quedarse, permanecería en la villa. No porque ese fuera su deseo, sino porque, a pesar de lo que pudieran decir ambos, se creería una molestia, y tomaría cualquier excusa por la cortesía y los piadosos engaños de alguien que no le buscaba ningún mal y quería limpiar su conciencia. A medida que iban creciendo, su relación se había vuelto así, más distante. Había un profundo aprecio entre ellos, pero eso no había sido suficiente para salvar la grieta que, el orgullo, y la ambición de satisfacer las expectativas del otro, habían creado. Alodien extrañaba tiempos más sencillos, donde eran más pequeños, y eso les permitía ser más honestos, y confiar en sus palabras. Theradriel esperaba expectante por un provenir en donde se sintieran iguales, en que el futuro le permitiría que se miraran con honestidad y que la verdad fuera tan evidente, que no albergaran miedos al hablarse de las cosas más importantes. Serailäe entro en la habitación como un relámpago, apartó parte de los enseres de su hermano de la colcha, y se sentó en la cama con las piernas cruzadas, y los pies descalzos, con la planta ensombrecida por la tierra del jardín. Tomó aire, alzó el mentón, y con el porte y el tono de un bederre que hubiera decidido perdonar la vida a los condenados, habló. - ¿Qué me vais a traer de bonito? -Les exigió a ambos. El último mes había estado de un humor de perros porque no le habían permitido a ella acompañarlos en el viaje. Sobre todo, cuando vio que sus hermanos mayores no abogaban por ella ante sus padres, porque también la consideraban demasiado joven para tal travesía sin mayor supervisión. Finalmente les había perdonado. No quería que partieran con el enojo de por medio, pero tampoco estaba dispuesta a bajar la cabeza completamente. No se había retractado, simplemente los quería más de lo que estaba dispuesta a defender el tener razón, y una cosa, no significaba renunciar a la otra. - ¿Qué vas a querer? – Preguntó con una docilidad servil Alodien, acercándose a la cama. -Hm…- Se dejó caer hacia atrás la pequeña, acomodando ambas manos tras la nuca mientras miraba el techo. – Quiero…quiero… quiero algo que no se compre con dinero, y que no se deteriore con el tiempo. - Empezó, esbozando una sonrisa socarrona y desafiante hacia sus hermanos. - Algo que haya nacido en esa tierra. -Prosiguió, haciendo pequeñas pausas para rumiar. – y que mute con el tiempo. -Finalizó, tanto su petición como esa pantomima de que la estaba improvisando. -Haré lo que pueda. -Respondió servicial el mayor de los elfos, con una reverencia corta, siguiéndole el juego. - ¿Y tú? ¿No piensas traerme nada? -Giró de costado hasta quedar tumbada sobre su abdomen, para ver al joven de pelo castaño mal atado que intentaba meter todo su equipaje en el morral y apartarlo de la muchacha que ya había aplastado parte de la ropa. -Que codiciosa. ¿También yo tengo que traerte algo? - ¡Por supuesto! Ya que no quieres llevarme, vas a traerme algo. -Lo acusó. Y aunque era mentira, logro hacerle sentir los suficientemente culpable como para que no volviera a replicar. – Quiero…quiero…-Empezó una vez más. - Algo que pueda llevar siempre conmigo…- Giró por la cama, ya libre de útiles, y empujó con el pie el morral, haciéndolo caer a un costado del lecho. - Algo que tenga el corazón de esa tierra, y que tenga el sudor del esfuerzo. -Lo suyo es mucho más fácil. - Resopló por la nariz Theradriel. - ¿No prefieres que también te escriba yo algún cuento? -No.- Negó varias veces con la cabeza, con gesto caprichoso. - ¡Y no se vale que os ayudéis entre los dos he! -Él va a buscar leyendas para sus canciones, no es justo, no le has dado trabajo extra. -Y tú vas a hacer el vago, así que no te quejes, vas a tener algo en lo que trabajar. - Le sacó la lengua. -Ahí tiene razón. - Rio gustosamente Alodien por primera vez. Incapaz de replicar, el acusado chasqueó la lengua y cerró su morral a la vez que lo levantaba del suelo. Ella se sonrió. -Bueno, os iré a despedir mañana. - Dictaminó, saltando de la cama al suelo con esa agilidad de cervatillo que le era tan propia, y se acomodó la falda con las manos con aire solemne, antes de retirarse del dormitorio. ***** La partida había sido amena, aunque ambo elfos apenas habían podido dormir la noche anterior. La familia los acompaño hasta las afueras del pueblo, e hicieron la primera parte del trayecto en zancudo. Cuando el camino era amable, se daban el lujo de cantar por voces fragmentos de canciones populares, y de azuzar a sus monturas para que pudieran correr y estirar bien las patas. La frontera del reino de Quel’thalas con el resto del mundo era clara hasta para los bosques, el follaje y la tierra cambiaban, el aire era diferente una vez abandonado el reino. Aun y si no hubiera habido el portón del reino, o señal alguna, cualquiera habría podido distinguirlo. El aire estival y cálido barrio el frescor de la brisa primaveral de los bosques dorados. Arboles de follaje verde y denso, de hojas de aguja y formas nuevas bordeaban los caminos de tierra y piedra, apenas transitados, que conectaban las tierras de los sureños con el mágico reino de los elfos. En la primera posada del camino, refrescaron las monturas por los peores caballos. Tenían poca prisa y menos dinero, pues su idea era conseguirse el sustento mayormente tocando en las tabernas, y lo poco que llevaban era por si no los acompañaba la suerte. Alodien quería hacer de ese viaje una especie de peregrinaje personal, del que volver con historias, ideas que no poseían aquellos que jamás habían abandonado sus fronteras, y con algo más de experiencia. Theradriel veía en aquello una oportunidad para expandir su mente y sus ideas, para que muchas cosas dejaran de ser ideaciones y cuentos. -Son…. Feos. - El joven de la dupla había decidido fingir no hablar el común tan pronto como había visto al posadero, y los parroquianos del lugar. –Mira, tienen el pelo grasiento y su piel parece la de un escuerzo. El posadero, un hombre que aún tenía un par de décadas por delante, y la curva de la felicidad se pronunciaba poderosamente ante sí, miraba a los dos elfos desde detrás de la barra, con las manos apoyadas sobre su oronda barriga. - ¿Qué dice el mozuelo? -Que nos gustaría algo de heno para los caballos de refresco antes de partir. -Mis caballos están bien comidos. -Se dio un par de golpes sobre la panza el posadero. -Mejor comido está el, va a reventar Alodien, dile que pare de golpearse o nos va a bañar con sus tripas. - Bromeó con insolencia el adolescente, sin abandonar su lengua madre. Tenía la viveza de hacer esas maliciosas bromas, pero el cuidado de no pronunciarlas en un idioma en el que pudieran entenderlas. El posadero paso la mirada de uno a otro, interrogante. Imperturbable, y con su amabilidad característica, el mayor no tardó en responder, para no dar pista al humano de lo que realmente estaba ocurriendo. -Dice que le parecieron recias bestias, que seguro que nos llevan varias millas sin cansarse. – sacó de entre su camisa un saquito que tintineaba con la canción inconfundible de las monedas al repiquetear entre sí. - No está acostumbrado a ver caballos. -Mi caballo es una mierda. - Thanováth se peleaba con las riendas. En las ultimas millas el corcel había intentado girarse cuatro veces, se había negado a trotar otras dos, y casi había arrollado a un grupo de comerciantes que iban a pie cuando se le habían descontrolado las riendas, pese a que el camino estaba en buen estado. -Seria aun peor si el posadero hubiera entendido que es lo que estabas diciendo. -Oh vamos, no puedes decirme que no tenía razón. -La tienes, pero eso no significa que debas decirlo. -Soy un hombre sincero. -Imprudentemente soltó las riendas con una mano, para llevársela al pecho con teatralidad. A causa de tamaña estupidez, el equino se le encabrito y casi termina volando de la silla, por puro equilibrio y suerte logró mantenerse asido al lugar, y que la bestia volviera a caminar sin hacer numeritos de mal genio. -Serás un hombre sin crisma si sigues haciendo el tonto. Aunque esquivaron las ciudades, tuvieron que cruzar algunas aldeas. La dupla de hermanos evito pasar más de lo necesario en ellos, y solo hacían noche en las posadas que se encontraban en los cruces, en los cuales tocaban en conjunto durante varias horas a cambio de una cena humilde, y poder dormir en el salón cerca de las brasas del hogar. Cuando se sentían con ánimo de seguir viajando, y el día era especialmente caluroso, dormían al raso cerca del camino, observando el despejado cielo estrellado, y escuchando la orquesta de animales nocturnos regionales. Aunque las bromas pesadas y los comentarios audaces, e irrespetuosos de Theradriel fueron abundantes las primeras jornadas, después de una semana en los caminos ya se había empezado a habituar al aspecto de los campesinos y aldeanos. Cuando llevaban la mitad del viaje, y las grandes montañas que delimitaban las tierras del interior ya se podían ver en el horizonte en los tramos donde el camino era elevado, o los arboles no tapaban el paisaje, empezó a animarse a hablar el común, aunque su marcado acento lo hacía difícil de entender para los nativos. Alodien evitaba parar demasiado, no porque tuviera algún tipo de rechazo hacia la buena gente de Lordaeron, sino porque sabía que, si se detenía en cada aldea, empezaría a ralentizar aún más su marcha con tal de averiguar de estas, y quería estar de vuelta a su tierra antes de que llegase el invierno. Intentaron virar al sur en Villa Darrow, pero no había caminos, y el terreno era muy escarpado, así que se vieron obligados a rodear el Darrowmere hasta Andhoral y así cruzar el rio que alimentaba el lago para dirigirse a su destino. Cuando se hallaron en la intersección pasado el primer rio, encontraron tres caminos, el más cuidado era el empedrado que ascendía hacia Alterac, donde las inmensas montañas, cuya cúspide exhibía motas blancas aún bajo el sol veraniego, no necesitaba cartel ninguno para presentarse. Los otros senderos, de tierra, eran dos, el que seguía el segundo riachuelo hasta el mar, o el que lo cruzaba y ascendía por los montes al este. Tomaron el último tras hacer el último cambio de monturas en el hostal del cruce. Estuvieron a punto de llevarse un par de bayos de buen aspecto, cuando mencionaron su destino, entonces el encargado se negó a hacerles el intercambio si no era por dos carneros. - ¿Qué es esta suerte de bestia? ¿De verdad espera que nos montemos en esto? - Theradriel miró con suma curiosidad al extraño animal, y acercó con lentitud la mano, mientras su hermano discutía en un rincón de la cuadra, intentando conseguir los caballos. El bichejo con la mirada extraviada le olfateo la mano, y no tardo en enganchar con los dientes la manga del elfo para empezar a rumiar. - ¿Cierto o no que eres un ser muy simpático? -Acarició el áspero pelaje que salía, desmechado, desde la base de los rugosos cuernos del carnero. - No quisiera que me dieras una cornada amigo. - El bestia balo y perdió el pedazo de manga, aunque lo sustituyó rápidamente por un borde de la capa de viaje del elfo. - ¡Alodien!¡Alodien! -Llamó a su hermano haciendo aspavientos. - ¡Mira que gracioso el bicho! ¿No podemos llevárnoslo? Si el buen hombre dice que el camino es para un… -Carnero. -Se apuró a contestar el palafrenero, queriendo aprovechar el entusiasmo del joven para terminar de convencer al que poseía el dinero. -Son animales nervudos estos, te suben la montaña y ni siquiera resuellan. –Se acercó a otro de ellos y le dio un par de palmadas en el lomo, la bestia ni se inmutó, y él abrió los brazos exponiendo al animal, como si aquello hubiera sido una gran prueba. -Se los puedo tener ensillados y listos para el camino en el momento, incluso os pondré las sillas buenas, porque no conocéis mucho a las bestias. - Ofreció servicial y con amabilidad, aunque él llamaba sillas buenas a todas sus sillas, y aquel discurso no era parte de otra cosa que su acto de comerciante para poder sellar el arreglo. - ¿Ya vas a saber cómo montar esa bestia? - El mayor empezaba a ceder, pero tenía la duda en el rostro reflejada con tanta claridad para el dueño del establo como la luz del día. -Son buenas monturas estas, no se encabritan, a lo sumo se ponen tercos, pero los dejas pastar un rato, o les das en la cola con el vergajo y listo, no tienen mucha vuelta. -Me gustan más los caballos, tienen mejor aspecto. -Es de locos subir esos montes con los caballos, muy pedregosos, escarpados, y no hay paradas porque el terreno no permite construir nada a medio camino. No voy a cambiaros los caballos buenos por esos dos cansados para que me los matéis, no señor. -Colocó los brazos en jarra, empezando a perder la paciencia. Llevaban por lo menos una hora y media de discusión, el buen hombre hacía ya un rato largo que había empezando a hartarse. - ¿Qué más te da si son carneros o caballos? Acéptale al jayán las bestias, el animalejo este es más simpático que el otro rucio que me ha intentado matar una vez por milla. - Voceó en Thalassiano el joven, sin dejar de jugar con el morueco. Sabía que, si el vendedor conocía del mal carácter del caballo, les cobraría unos cuantos cobres extras. Alodien suspiró y cerró el trato. Al cabo de una hora ya no se veía el establo, y seguían el rio en busca del puente para cruzar hacia las montañas. Theradriel atusaba a su montura allá donde la gualdrapa no le cubría el costado, animado por lo extraña que le resultaba la criatura, y porque esta no parecía quererlo hacer volar de la silla. Su hermano tenía problemas para hacer avanzar la cabra cuando se acercaba demasiado a los matojos de tomillo que crecían a los lados del camino, pero pronto aprendió a evitarlos. Al final, el palafrenero tenía razón, y los carneros fueron una excelente elección para el largo y escarpado camino que tenían por delante. ***** Por encima de las copas de la foresta emergía una gigantesca águila de piedra, erguida, imponente, sobresalía más allá de los picos más altos de la cordillera, y su piedra pulida reflejaba la luz del sol estival. Al principio, había hecho creer a los elfos que se hallaban cerca de su destino, pues su tamaño era tal, que no cabía en su imaginario que pudiera encontrarse lejos de donde estaban. Aunque azuzaron sus carneros, y lograron mantenerlos a buen ritmo, habiendo aprendido a mantener el paso en el largo camino por la sierra, el aguilucho de roca no parecía más cerca que cuando habían atrapado por primera vez su silueta sobre el cielo. Las asentaderas les dolían del traqueteo, fruto del ritmo presto, y el sol ya había llegado a su zenit cuando se encontraron a un buhonero que tomaba el camino en dirección contraria. Tenía una barba blonda y de elaborado recogido, que aun así le cubría la hebilla del cinturón. Varios anillos de madera tallada sujetaban las guedejas al final de las trenzas. Al contrario que su cara, la cabeza la tenía completamente calva, y la luz destellaba sobre la curtida tez morena. En la figura redondeada y perfecta de su cráneo, se dibujaban cenefas de piel teñida con un azul desvaído. Aunque aquel ser era, por lo menos, un palmo y medio más menudo que el menor de los elfos, al que aún le quedaba crecer, su figura era recia, y los músculos de sus brazos se marcaban prominentes, expuestos, mientras sostenía las riendas de su carnero. La bestia cargaba con estoicidad un serrón de esparto, lleno hasta los topes y cubierto por una lona vieja de arpillera, atada con sencillez. El comerciante aminoró el paso a medida que llegaba a la altura de los viajeros. -Eeeaaa eeaaa Wilburga ¡Eeeeaa! - Se escuchó aun a lo lejos como el sujeto voceaba al tironear de la cabra para medir su paso. El enano no esperó a estar más cerca de los elfos para hablarles, en vez de eso, subió el tono, denotando una proyección de voz admirable. - ¡Os han embarullado los carteles veo! - Los dos elfos se miraron entre sí, buscando confirmar que habían entendido bien al paisano. - ¿No se me escucha? - Volvió a gritar el enano, esta vez más fuerte. En vez de empezar a dar voces, ambos hermanos asintieron ostentosamente. -Bien, bien, pues tendríais que dar media vuelta, y tomar el camino al este. Al pie del lago están los vuestros, con sus arcos, y sus flechas, y sus casas de madera. - Con sorpresa vieron los habitantes del norte, como el enano soltaba ambas riendas y gesticulaba con soltura al hablar, haciéndoles gestos completamente innecesarios gracias a la claridad con la que les llegaba su poderosa y estridente voz. En ningún momento pareció que fuera a caerse. Los elfos sintieron despejarse la duda que había sembrado el pelón montado. Viendo innecesario imitarlo siendo que cada vez se hallaban más cerca, optaron por guardar silencio. - ¿Se me escucha? -Volvió a gritar el enano. - Que los elfos están hacia allá, allá. -Empezó a señalar hacia su espalda. - Bueno, ¡La mía no! ¡La vuestra! - Señaló hacia el frente, con gesto tosco, y sin perder un ápice de la buena voluntad que lo movía a ser tan insistente. -Vamos a Pico Nidal señor. – Reveló finalmente Alodien, una vez se hallaron ya a poco más de un par de metros. -Oh, ya veo. – Los miró con una curiosidad que no se mantuvo lejos de su boca más de un suspiro. – Pues aún hay medio día de camino de dónde vengo, menos si apuráis los carneros. - Palmoteó a su buena dama de tiro en el cuello. La cabra baló. - ¿Para qué van dos elfos sin nada a Pico Nidal? ¡Sin ánimo de ofender! - Reveló la duda que le rondaba por la mente, mientras se inclinaba en su silla, corroborando que no portaban alforja alguna que no hubiera visto antes en un descuido, o por el tamaño. -Historia señor, venimos a escuchar historia, y a ver la ciudad. La fama la precede, aunque es más nueva que la mitad de los reinos que la rodean. -Alabó Alodien con un gesto amable, y la sinceridad en la voz. - ¡Ja! ¡Quizás es más nueva, pero seguirá aquí cuando el resto caiga! - Se hinchó jactancioso, ya llegando a la altura de los elfos. - Entonces estáis en la dirección correcta. Buen camino, buen viaje y que no os falte la cerveza. -Buen camino, buen viaje y que no te falte la cerveza. - Repitieron al unísono los dos elfos, arrancando una risotada al enano, que ya empezaba a dejarlos atrás, la cual no comprendieron. -Eeea eeeeea Wilburga ¡Eeeeeaaa! - Fue lo último que escucharon del Martillosalvaje, mientras cada cual se dirigía a su destino. Aquel breve encuentro causo en el joven Theradriel una honda impresión. Aunque al principio lo que había llamado más la atención al joven elfo había sido la apariencia estrafalaria del enano, fue su carácter lo que perduró en la mente, con una mezcla de simpatía y extrañeza. El griterío que normalmalmente le hubiera resultado molesto le había caído en gracia porque había algo genuino en el modo en el que el buhonero había hablado, en esa buena intención de ayudarles, que hacía que su elección de palabras, aunque discutible, no pudiera pasar bajo ningún caso por algo malintencionado. “Si todos los enanos son tan pintorescos, la estadía en sus tierras va a ser agradable.” Pensó, y no se equivocaba. Anochecía cuando llegaron a la ciudad. En las afueras, que no eran otra cosa que la ladera de la sierra, casas de techos curvos, sumamente bajas, emergían de la tierra casi por completo, muchos de sus techos se fundían con el terreno, cubiertos por gruesas capas de césped y verdor, dando la apariencia de una ondulante masa de pequeñas colinas con puertas, ventanales y pendientes de piedra. Muros bajos que les llegaban poco más arriba de las rodillas a los elfos bordeaban los caminos, cuya superficie se interrumpía y alzaba en pilares que sobresalían con faroles, también pétreos. Desde el pie de la capital podía verse como está se alzaba y sobresalía de la montaña. Unos torreones cilíndricos, con ventanas estrechas cual aspilleras, eran engullidas por las escarpadas pendientes de la sierra, a lado y lado del águila que presidía la urbe. Mientras que muchas casas eran chatas y anchas, otros edificios poseían una envergadura imponente que rivalizaba con las villas de los bosques de los elfos. Ninguno de los dos hermanos era capaz de adivinar la función de todos ellos, aunque advirtieron un mercado cubierto. Las calles empedradas estaban aún llenas de enanos que discurrían en todas direcciones. Diligentes los faroleros se encargaban que la luz no abandonara las mismas por mucho que se ocultase el sol, y gracias a ello no tuvieron el menor problema para localizar un mesón con un buen establo. ***** Karnad dio otro trago a su cerveza negra. La mayor parte del líquido empapó sus bigotes, y goteó por la comisura de sus labios, mojandole la barba, de un bermejo apagado que llevaba casi suelta. -Enanos contra enanos, eso sí que fue una pelea fiera, el problema vino cuando fueron algo más que enanos. - Su rostro estaba tan sombrío como su voz. El alcohol le había empezado a pasar factura y arrastraba las letras, su común resultaba difícil de entender a pedazos, porque se marcaba en demasía su acento. Un silencio lóbrego se extendió por todo el salón de la taberna, nadie se atrevió a romperlo ni siquiera con el murmullo de la cerveza rellenando una jarra, o humedeciendo un gaznate seco. Cada uno de los allí presentes esbozaba una expresión severa, un rictus necrológico, una contemplación respetuosa a los terrores que se narraban, y a los muertos. Los elfos aguardaron con paciencia a que su narrador terminara de respetar a sus conmilitones caídos. - ¡Un rayo os lleve! ¿Por qué queréis hablar de esto? -Rezongó el enano, bebiendo largamente. No esperaba una respuesta, porque ya se la habían dado muchas veces aquella noche. Habían tardado un mes entero en conseguir que no los mandaran al cuerno tras pronunciar el nombre de Grim Batol, y se habían ganado ser expulsados a patadas de una de las posadas de la ciudad. Otro mes más transcurrió hasta que lograron escuchar de las primeras batallas, anécdotas vagas por parte de algún que otro veterano de la Guerra de los Tres Martillos. Ya se terminaba el verano, cuando por fin habían conseguido un mejor relato de esa batalla negra, o por lo menos, estaban en ello. -Las sombras nos atacaron, ¡Nuestras propias sombras! Y no había casi luces ¿sabéis? Dentro de la montaña, en los pasillos, casi en completa oscuridad, y ganábamos. Oh si, estábamos destrozando a esos malnacidos, hijos de ogra, excrementos de wendigo putrefactos, …- Karnad siguió durante tres minutos más enumerando una ristra larguísima de todas las palabras malsonantes que conocía, aunque, como lo hizo en enánico, aquellos con quienes compartía mesa nunca supieron que estaba diciendo exactamente. -Y entonces Falrdrin desapareció, de la nada, escuchamos sus gritos. Y te juro que era un hueso duro de roer, perdió una pierna al principio de las disputas en Forjaz, pero incluso cuando se la cortaron, no llamo por su madre, palabra de enano. –Juró. El puño cerrado de Karnad impactó sobre la mesa de madera, haciendo saltar el contenido de la jarra, que lo salpicó todo, y rodar un par de picheles ya vacíos, que se estrellaron contra el suelo con metálico estruendo. -Las sombras te atrapaban, no sé cuándo empezó, dicen que fue esa hechicera, esa furcia hierro negro. - Otra ristra de insultos en su lengua madre hizo de interludio, aliviando un poco la tensión de la estancia. Incluso cuando Karnad narraba, el resto de enanos permanecían en silencio, sumidos en sus pensamientos, aunque poco a poco se levantaban y abandonaban el lugar, idos, como si les hubieran absorbido toda la alegría del cuerpo. Aun no se cumplían los 50 años de la de la guerra. -Mogud.- Pronuncio con sumo desprecio y en un susurro. La mayoría de los presentes hicieron un rictus con las manos, y dieron un par de golpes con el talón en la tierra, para alejar el mal agüero. Theradriel les imitó, porque jamás había desdeñado el poder que entrañaban las palabras. -Peleabas y de golpe algo te envolvía, era tu propia sombra que te agarraba, te atraía a las tinieblas. -Se estremeció el enano. - Y a medida que te sumergía te abrasaba por dentro. Y no muchacho, no el cuerpo como cuando te salpicas con aceite. ¡El alma! - Levantó la jarra y engullo de un solo trago todo su contenido, como si creyera que así su espíritu sería más pesado y no podría abandonarlo. Alodien asentía en silencio, atento, hechizado. Theradriel había aprendido rápido a traer más cerveza cuando esta se acababa, porque si cuando el enano volviera a tener sed no tenía nada a mano, usaría esa excusa para no seguir hablando. Aquello lo habían aprendido por las malas. -Los hicimos recular, más por el miedo de permanecer dentro que otra cosa. - Murmuró con honestidad, pasándose la mano por la cara, secándose la barba con la palma en el proceso. - Nos abríamos paso, pero no solo eran nuestras sombras. Eran las nuestras, las de ellos, las que generaban los faroles cada vez que se tumbaba uno en la refriega. Demonios, diablos, no me preguntes que era aquello, no quiero saberlo, ni siquiera pensar en ello. ¿Por qué diantres de estoy contando esto muchacho? -Preguntó por enésima vez. – Nunca me había sentido tan dichoso de tener el cielo sobre la cabeza como cuando salí de allí, nunca. La mano del enano tanteo la mesa, y encontró con otra jarra de cerveza, con la espuma aún caliente, de la que dio buena cuenta. - Los perseguimos hacia sus tierras, hasta que reventó todo, se vio el humo a lo lejos por días. – Durante una buena hora se entretuvo contando como cazaron e hicieron recular al ejercito Hierronegro junto con los Barbabronce. Nadie le interrumpió, porque parecía necesitar el poder recrearse en ello. -No quiero saber que paso, pero no nos metimos allí. Ganamos la guerra y volvimos a casa. Aunque ya no teníamos una. Algunos intentaron entrar, la hermana de mi mujer, por ejemplo, no la vimos más, a seis niños dejo huérfanos. El mediano, Garim, es el que tengo en la barra, es un buen muchacho, tiene brazos fuertes. -Se acomodó en el asiento y se pasó ambas manos por el rostro, tratando de barrer los desagradables recuerdos que había despertado aquella charla. - Yo no volví a entrar. Ni aunque hubiera tenido a mis muchachos a dentro me habría metido en ese lugar maldito, la luz sabe que puedo engendrar más, pero que de esa montaña no se sale vivo. La conversación se alejó rápidamente de la Guerra de los Tres Martillos, o por lo menos, de Grim Batól, y tomó un aire más ameno. Los enanos que quedaban en el salón, casi todos emparentados con el dueño del lugar, que había ejercido de narrador aquella noche, se sumaron a la mesa, y bebieron, rieron y cantaron canciones obscenas hasta que ahogaron todos los recuerdos. Si aquello había sido la verdad, o solo las memorias distorsionados por los estragos de la guerra, era algo que ninguno de los dos hermanos se atrevía a aventurar, lo único que podían asegurar era que lo relatos de Grim Batol, eran, sin excepción alguna, espeluznantes, y ninguno de los dos puso un pie en esa montaña jamás. ***** El otoño ya había teñido todo Lordaeron cuando Alodien y Theradriel emprendieron la vuelta. De los enanos habían aprendido muchas cosas, canciones, cuentos e historia, no solo de las fantásticas, también de las reales y tremendas que creaban mitos y leyendas. Aprendieron qué cosas no había que hacer nunca con un enano, entre ellas intentar gritar más fuerte, lo que le había ocasionado al menor una ronquera que lo tuvo callado una semana. Beber lo mismo o más que ellos, e incluso la mitad era una imprudencia para Alodien, y una temeridad para un novato como Theradriel. Se habían encontrado anonadados tras comprobar, al borde de reventar sus chalecos, que comer la misma cantidad que ellos, por menudos que fueran, era una autentica salvajada. Aprendieron de lo que tenían que cuidarse, pero, sobre todo, aprendieron a disfrutar y descubrir un mundo completamente diferente. Los enanos eran, para el joven, intensos, los reyes de la jarana. Siempre tenían un juego nuevo, aunque muchos de ellos implicaran beber, apostar, competir en alguna proeza de fuerza o realizar algún reto ridículo, peligroso o ambas cosas. Observaron cómo los peores, y más originales insultos, podían escupirse con el mayor de los afectos, y de paso, memorizaron unos cuantos. Mientras que Alodien quedo completamente encandilado con sus juegos de palabras, y la seriedad que podían adoptar sus sabios, el menor admiró con asombro como algo, que le había resultado, en apariencia, caótico, tenía un orden claro, como los enanos eran un pueblo libre en donde cada cual sabía cuál era su sitio, y cada clan era un mundo nuevo. Pero, mientras el mayor sació la semilla de curiosidad y ansia de saber que lo había llevado fuera de las fronteras de su reino, en Theradriel había echado raíz una necesidad incipiente por conocer otras tierras, y gentes. La dupla de elfos decidió quedarse con los carneros durante casi todo el viaje de vuelta, y, aunque fueron más lentos, también resulto menos accidentado su trayecto. El frio, al que no estaban nada habituados, les impidió acampar a la intemperie, y empezaron a parar para tocar en las plazas de los pueblos para conseguir más solvencia. Cuando llegaron a la encrucijada de Corin, se encontraron con una caravana de mercaderes en la que había un par de elfos, y se sumaron a esta. Hicieron Quel’thalas a pie, y tomaron caminos separados una vez había quedado atrás la frontera, y los peligros de esta. Se despidieron del grupo de arropieros que se dirigía a la aldea Brisa veloz y siguieron por su cuenta. Durante todo el camino, Alodien se dedicó a componer una canción sobre un enano y su grifo, su vínculo con el aire y la tierra, una melodía sencilla y tranquila, pero pegadiza. Theradriel había comprado un par de anillas de piedra y madera como las que usaban los enanos para atar su pelo, y con unos cordeles de colores, una cadena sencilla, y algunas plumas que había recogido de los grifos, y limpiado concienzudamente, fabrico un abalorio para el cabello. Había quedado exótico. Serailäe atesoro ambas cosas. ***** La factoría de su padre era casi un santuario, un lugar sagrado en la casa. Nunca habían jugado en él, jamás entraban sin permiso, y les imponía un respeto visceral. Ninguno de los tres hijos había sido lutier, como lo era su padre o la ascendencia de este. Todos habían demostrado un don innato para la música, y la prominencia de su madre, por encima de la de su progenitor, había impedido que la familia los empujara a tomar otra vía. Por eso, tanto Theradriel, como sus hermanos, se sentían invasores en el taller de su padre. - ¿Padre? - Atravesó el umbral de la puerta con medio cuerpo y actitud reverente, tras anunciar su presencia. Aguardó una respuesta que le indicase que podía penetrar en la estancia, sin moverse. La habitación olía a resina, madera y aceite, con una fuerza que hacía difícil respirar. El mismo aroma que, de una forma más sutil, siempre impregnaba las ropas y el cabello del dueño artesano a cargo del lugar. Meranth Ban’Onthar era un hombre parco y de pocas palabras, distante, que demostraba su afecto de formas poco convencionales. No era la clase de padre que abrazaba mucho a sus hijos, o que les hacía saber con halagos que los aprobaba. En vez de eso, se expresaba con los actos. Para su primogénito, y ahora también el segundo portador de su sangre, se había decidido en dedicarse en cuerpo y alma a elaborar un instrumento para cada uno una vez llegaba su setenta y cinco cumpleaños. Cuando llegara el momento, también Serailäe gozaría de esa atención. -Al fondo. - Para cualquier persona con oído musical era evidente que el artesano no había nacido para cantar, pero toda la delicadeza y armonía de la que carecía su voz, la pagaban con senda destreza sus manos. Sentado en un taburete alto, e inclinado sobre una mesa, el lutier sostenía una larga caña hueca con una de sus manos, la otra tomaba una herramienta extraña, una pieza cilíndrica de metal con un mango fino retorcido y largo. El extremo con el peso reposaba sobre una llama, sobre la cual era girado para tomar calor. -En el estante a mi derecha tienes tres tamaños más pequeños, pruébalos. - Aunque nunca alzaba la voz, ni había hosquedad en su tono, la fría autoridad que esta poseía siempre había ayudado a alimentar la distancia entre Meranth y sus hijos. Mientras Theradriel obedecía, y llenaba el lugar con fragmentos cortados de multitud de canciones sencillas con las flautas, el artesano proseguía su labor. Selló la caña por dentro, para que cualquier resto de fibra no alterase el sonido, sello del mismo modo, con una varilla de hierro más fina, los agujeros tras lijarlos. Aunque no era preciso para algo que solo serviría para escoger el tamaño y escala del instrumento final, barnizó el dizi con una fina película de aceite de almendra. La flauta que había escogido su hijo era de las más sencillas de fabricar, pero no por ello iba a dedicarle menos esfuerzo. Una vez terminada, le tapó un agujero con una lámina fina de piel de ajo, se aseguró de que quedara bien pegado, y lo depositó en el estante donde reposaban el resto. Theradriel probó a conciencia todas las flautas, aunque una parte de él tenía muy claro cuál iba a llevarse incluso antes de haber escuchado su sonido. Finalmente, escogió aquella que había visto fabricar a su padre, pese a que no sería la misma que terminaría regalándole. -Es la que tiene una escala más grave. -Me gusta su sonido. - Respondió el muchacho, atajándose a cualquier tipo de reproche, sin percatarse, como ocurría a menudo, de que solo era un mal intento de comenzar una charla. Últimamente el joven estaba más a la defensiva, pues se creía juzgado por su elección de instrumento. Pensaba que al pedir una variedad de flauta que casi no poseía reto alguno en su fabricación, su padre lo tendría en menos. Meranth, por supuesto, no tenía ni la más remota idea de aquello. El silencio se adueñó del taller, volviéndose paulatinamente más incómodo. - ¿Necesitas algo más, padre? - Ofreció el muchacho, paseando la vista por la ingente cantidad de herramientas, de uso desconocido, que poblaban la pequeña y abarrotada estancia. -No.-Tardo unos instantes en responder, considerando aquello, y otras cosas. -Me retiro a estudiar entonces. - Inclino con ligereza y educación la cabeza antes de abandonar el taller, procurando no apurar el paso. El hombre tomó asiento y suspiró en la soledad de su hacinada fabrica. Se sonrió a si mismo con nostalgia, y observo las flautas de caña. Evocó en su memoria recuerdos muy lejanos, de cuando sus hijos eran aún muy pequeños y no existía entre ellos la distancia. Rememoró las excursiones al rio, y como les mostraba, como un juego para infantes, como hacer con los restos de caña de la ribera, silbatos y flautas. ***** Aunque el lutier terminó el instrumento un par de ciclos antes de la fecha festiva, no entregó el dizi a su hijo hasta una noche antes. No porque fuera mezquino, o porque quisiera probarlo. Era esa su particular forma de decirle que confiaba en él, que incluso con una sola noche de práctica, fuera capaz de tocar de forma admirable. De que creía firmemente en las elecciones tomadas, y el trabajo que había realizado. Theradriel sentía los nervios en la nuez, y le faltaba el aire, ansioso, se preguntaba cómo iba a ser capaz de tocar la flauta si no era capaz de contener su propio aliento. Comió poco, desganado, y se retiró temprano con la excusa de que estaba cansado, aunque todos sabían que no dormiría aquella noche. Cuando llego a su alcoba encontró el dizi encima de la cama. El cilindro perfecto y brillante, de un café claro, media por lo menos dos palmos y medio de largo. Cada diez centímetros había una anilla de cobre partiendo el cuerpo de nogal con filigranas. También poseía topes del mismo metal. No era un instrumento complejo, tampoco especialmente caro, pero el muchacho no lo habría vendido por todo el oro del mundo. Se dejó caer en la cama, lento, como si el tiempo hubiera empezado a fluir más despacio, y alzó la ligera flauta. La sostuvo en alto y la examinó por todos lados. Aun olía a aceite de almendra, pero había sido aplicado con tanta moderación y cuidado que no le engrasaba las manos. Al lado del instrumento habían colocado atentamente lo poco que precisaba para conservarlo en buen estado. El flautista tomó una de las finas láminas de piel de ajo, y tapó el segundo agujero, fijándolo en el lugar con uno de los oleos que le había preparado su padre. Respiró hondo. Se lo quedó mirando. Y tocó, tocó hasta el amanecer. El jardín de la pequeña casa familiar había sido engalanado, como en todas las celebraciones importantes dignas de albergar a familiares de toda la región. Theradriel se llevaba bien con todos, porque era alguien sociable, pero no tenía con ninguno una especial amistad, por ello no se sintió culpable al escabullirse para echar una cabezada hasta el crepúsculo. Fue Alodien quien tuvo la previsión de irle a buscar con tiempo suficiente como para que se despejara antes de subir a la glorieta. -Despierta, no deberías dormirte en tu propia fiesta. - Le zarandeo en la cama, sobre la que se había dejado caer vestido sin descalzarse o taparse. Theradriel, demasiado adormilado como para ser consciente tan rápido del acontecimiento que se avecinaba, decidió hacer ver que no lo había escuchado. -No querrás que llame a padre. - Ofreció con calma y seriedad. El durmiente se alzó de un salto, y se quitó las legañas con las manos. -Ya estás grande para hacer esas amenazas. -Gruño el cumpleañero mientras bostezaba, distorsionando sus palabras. -Funciona. -Funciona. -Concedió, y se acercó al metal pulido que tenía como espejo en el tocador, para arreglarse el cabello. - ¿Cómo has estado? - Hacia unos cuantos años que Alodien vivía en la capital, había conseguido el mecenazgo de un potentado hechicero amante de las artes, y a su cuidado buscaba formas de entrelazar la música y la magia. -Bien, como siempre. ¿Y tú? -Bien. -se sonrió de lado. Antes de poder añadir nada más, el ruido exterior indicó que debían ir saliendo. - Te esperan. Theradriel paso por al lado de su hermano dispuesto a salir, pero una mano en su hombro lo retuvo y apretó con afecto. -Lo harás bien. El más joven de los elfos frunció los labios, dudando antes de hablar. - Me alegro que estés aquí. -Se sinceró. -No me lo perdería por nada. Theradriel subió a la glorieta con la mente en blanco, su cuerpo se movió por inercia, saludo con soltura, sonrió arrebatadoramente a sus familiares, se inclinó con una gracia teatral y tomó asiento, cuando lo hizo, no recordaba cómo había llegado allí. Sentía la flauta en sus manos, y el corazón latir tan fuerte que parecía querer salírsele del pecho. No era la primera vez que tocaba en público, pero aquella sensación nueva le hacía tener ganas de vomitar. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? No lo sabía. Miró al público, buscando una respuesta, los halló expectantes. No estaban nerviosos, no había desconcierto, así que, mientras se acercaba la flauta a los labios, asumió que aún no los había hecho esperar demasiado tiempo. La música empezó a salir con naturalidad, las manos se movieron por el instrumento como si lo conocieran de siempre, y sus dedos fueron tapando con precisión cada agujero para conformar aquella melodía de su propia creación que le había costado componer largos meses. Los parpados entornados velaron con las pestañas su mirada. Tras esa cortina que difuminaba la multitud, recorrió la primera fila hasta encontrar lo que buscaba. La tela verde bosque descubría los hombros y la clavícula, se ceñía en su cintura estrecha gracias a un cinturón dorado, y caía con gracia hasta sus pies. Dos cortes laterales rompían con elegancia la falda, desde la rodilla hasta la cadera, de modo que asomaban pálidas las curvaturas de sus piernas. Los dedos de sus pies asomaban bajo la seda, que ocultaba casi por completo las sandalias abiertas, y se curvaron cuando se inclinó hacia adelante, poniéndose de puntillas para verlo. Los bucles castaños se dejaron ver por un costado cuando ladeo la cabeza, y se zarandearon al viento. Theradriel se sorprendió al darse cuenta de cuanto había crecido realmente. La música de la flauta sonaba a sueño y primavera, era alegre y saltarina en algunos pedazos, en otros se tranquilizaba, ofreciendo una belleza placida y blanca. El sonido del Dizi, vibraba y envolvía a los presentes con serenidad, su sonido claro era lo único que se escuchaba en la noche. El flautista, presa de una especie de trance, donde no hablaba con palabras, y las notas llevaban su sentir, toco como jamás lo había hecho. Mientras los familiares se acercaban a saludar, y le dedicaban palabras de aprobación, que le entraban por un oído, y le salían por el otro, la mirada del nuevo músico buscaba a su familia con discreción. Sabía que, a no ser que hubiera hecho algo realmente pésimo, los invitados harían comentarios corteses, y solo al cabo de unas semanas era posible que recibiese verdaderas ofertas para tocar en algún lado, para amenizar algún negocio antes o después de algún artista de mayor portento. Madre le sonreía de lejos, tan deslumbrante como siempre. Padre se hallaba a su lado, muy quieto, procurando no caminar para disimular su cojera. Alodien, que hablaba con ellos, le hizo una seña de “bien hecho”. Serailäe fue más difícil de encontrar, se hallaba paseándose entre las mesas, tomando cuando nadie miraba, algunas copas de néctar a las que cambiaba el contenido por algo más fuerte, seguramente solo porque no le habían dado permiso de beberlo. Le dedicó una sonrisa radiante, con los pómulos rojos y la mirada contenta, alzó la copa como si brindara en su nombre, y tomó de ella. La atrapó haciendo esa treta unas cuantas veces, siempre en mesas diferentes, aunque cuando terminó de recibir a los invitados, e incluso a sus padres, no encontró ni rastro de ella. Dejo la flauta en su dormitorio, y volvió a la fiesta. Un pañuelo paso por delante de su rostro, el borrón cetrino apenas duró un instante antes de que la tela se le ciñera en la cintura, y sentir como se le apoyaba en la espalda la suave curvatura de un menudo cuerpo. -Vamos a bailar. - La voz le cosquilleo al ras de la oreja, y le invadió el olor a rosa mosqueta y mieles, mientras le tironeaba con el paño que lo envolvía. Aquella prisión solo duro un par de segundos. -Llegas tarde, apuesto a que ni siquiera me escuchaste tocar. - La acusó el bardo falsamente. -Mentiroso. –Le replicó risueña. - Vamos, toma el pañuelo. - Le azotó con la vaporosa tela. - ¿Ni siquiera me felicitas, y ahora encima me exiges? –Encaró una ceja, mientras tomaba uno de los bordes del pañuelo, y caminaba con ella hasta el lugar del jardín donde varias duplas danzaban entorno con un trozo de tela, daban giros y se envolvían en ella. -Le voy a poner tu nombre a mi instrumento y encima quieres que te elogie. – Chasqueó la lengua y negó con la cabeza, haciendo volar graciosamente su ondulada melena. – No tienes humildad. -Ni tu decencia. - Le replicó el elfo, empezando a moverse al son de la música. De los tres hermanos, ella era la que mejor bailaba, y él a quien peor se le daba, pero, aun así, lo hacia lo suficientemente bien como para evitar tropezarse con sus propios pies, ella daba giros y vueltas por ambos, otorgando a su danza un encantador aspecto. Por primera vez, el elfo se sentía incómodo en su presencia. Intentó centrarse en el baile, pero aquello no le proporcionó ninguna paz. Decidió que era una buena idea dejar de mirarle las piernas, pero su mirada entornada, y su expresión alegre no resultaron mejor idea, así que se centró en la gente que también hacia peripecias entorno a ellos. -Deberías de estar contento, si no fueras mi hermano estarías solo y nadie querría bailar contigo. – Bromeó, algo molesta al advertir su mirada ausente, mientras daba dos pasos a la derecha, y giraba sobre las puntas de sus sandalias, haciendo que la tela se le enrollara en el tallo hasta chocar con los dedos de su compañero. – El primo Dananthil ya me lo ha pedido tres veces, y me he quedado sin sitios donde esconderme. -He escuchado que tiene una gran afición por los insectos. - Sonrió maliciosamente Theradriel, tirando de la seda, haciéndola girar y dar varios pasos alejándose de él hasta que el chal quedó tirante entre ambos. Ella giró en torno al mezquino bailarín, envolviéndole, y aprovechó para pisarle discretamente. -¡Auch! ¿Has probado en hacerle eso a él? Seguro que así dejaría de pedirte bailar. -Rio entre dientes. A ella no le hizo la más mínima gracia la broma, y guardó silencio, cuando terminó la pieza soltó el paño, y lo dejó plantado en la fiesta, esquivando a los invitados en dirección a las afueras. Theradriel se quedó clavado en el lugar con el trapo verde, y suspiró profundamente, finalmente emprendió el camino tras ella. Se colocó en el margen de las mesas, y se escabullo cuando nadie parecía verlo. -Serailäe, sabes que no iba en serio. -Solo alzó la voz cuando la música de la fiesta se había convertido en un rumor tenue, y hasta el crujir de sus botas andar prestas era más fuerte que eso. No le respondió, aunque escucho como apuraba el paso, y se chocaba contra la foresta. -¡Serialaë! No corras. -Le pidió, acelerando hasta emprender la carrera. Pero ella hizo todo lo contrario. Cuando alcanzó a verla habían dejado los arboles atrás, bajos sus pies la playa, ante sí, la figura de su hermana recortada contra el paisaje nocturno del delta. Theradriel respiraba agitado, no solo no había podido alcanzarla, sino que además le había pasado más factura el correteo. Él se encorvó y apoyó las manos en las rodillas mientras intentaba recuperar el aliento. Ella se agachó, pero solo para dejar los zapatos sobre la arena. - ¿No me harás seguir corriendo? -Se enderezó alarmado al ver ese gesto. -No me sigas si no quieres. -Respondió con altivez la elfa, caminando saltarina hasta la orilla, subiéndose los faldones con las manos en un ademán juguetón y mojándose los pies. El elfo se sacó las botas, y las dejó al lado de los zapatos de ella, se arremangó los pantalones hasta las rodillas y se dispuso a acercarse al agua, pero cada paso que daba en dirección a la orilla, era un salto más que ella daba hacia el agua. - ¿En serio vas a hacer esto? -Encaro ambas cejas el joven, incrédulo. - ¿Hacer el que? -Puso una perfecta faz de inocencia, mientras se ponía de espaldas al cielo y observaba a su congénere, dando otro salto hacia atrás, cuidando de alzar la seda para que no se mojara el vestido. Theradriel puso los ojos en blanco, y siguió avanzando hasta que la fría agua del rio le empezó a humedecer el pantalón arremangado, y el borde del vestido creaba un peligroso ecuador cerca de donde se juntaban sus piernas. -Vamos ven, se te va a mojar el vestido. Serailäe dudo un instante, y soltó la seda, dejando que esta se mojara por completo, y, no queriendo ser la única que terminara empapada, lo salpicó sin miramientos. -Parece que llueve un poco. - Comentó con aire distraído y sorprendido al mismo tiempo, antes de volver a salpicar a su hermano, sin poder contener una sonrisa. -La madre que te pario. –Rio él, tratando de correr con torpeza en el agua, hasta que le llego a la cintura. - Vas a parecer un lince sacado del rio, vas a ver. - La amenazó sin una sola pizca de enfado. Durante un rato se persiguieron, al final, frustrado, el quel’dorei se abalanzó sobre la pequeña y esquiva muchacha haciéndolos caer a ambos hasta sumergirse por completo. Con ambas lunas llenas, parecía que se bañaran en un lago de zafiro y plata. -Belore ¡Menudo salmón he pescado! -Exclamó riendo al emerger, alzándola de la cintura por encima del agua. -Mira por donde, porque yo tengo un merluzo aquí mismo. - Replicó con retintín, agarrándose para no caerse hasta que afianzo los pies en el suelo. Una vez por su cuenta, le apartó el pelo húmedo que se le pegaba en el rostro. -No quería ofenderte. -Suspiró el muchacho, dejando que trasteara con su pelo. Cerró los ojos, le costaba tenerlos abiertos. -A ninguna chica le gusta que la traten de esperpento. – Aclaró de puntillas, dejando los mechones más largos por detrás de sus orejas. -Sabes que no es cierto. -Claaaro claaaro, porque ahora leo la mente. - Respondió con ironía. – Pues cualquiera que te viera diría que te repelo. -Le dio un par de palmadas en la cara. - Vamos, abre los ojos, que no soy un basilisco, no voy a convertirte en piedra ¿sabes? – Aunque le puso humor, era evidente que la situación no la complacía. Theradriel refunfuño por lo bajo y la miro a los ojos. - Estas preciosa, y eres preciosa. - Dijo alto, claro y serio. Cayo sobre ellos el silencio. -Vamos a buscar ropa seca. - Habló él finalmente, ignorando el intenso corinto, fruto del rubor y la penumbra, que había conquistado la complacida expresión de sorpresa que exhibía la elfa. - ¿Ya? ¿ahora? No quiero. - Negó caprichosa, y se apartó dos pasos, antes de correr aún más delta adentro. Todo eran risas, y juegos, atraparse entre las olas argénteas, hasta que la distancia empezó a separarles demasiado. Se truncó la sonrisa de ella para dar paso a un aterrado desconcierto. Un alfaque la arrastraba cada vez más lejos. Serailäe empezó a correr con todas sus fuerzas, a tratar de empujar el agua para salirse de la corriente, pero la ropa le pesaba y no lograba escapar de ella. -No puedo volver. - Chillo asustada. - ¡Thera, no puedo volver! - ¡Nada con todo lo que tengas ¡- Le grito el, contagiado del pánico con presteza, mientras se apuraba entre las aguas para atraparla. Sin embargo, fue en vano. El pie de ella dio con un surco en el lecho, y perdió sustento, el agua la empujó hacia una corriente que la arrastró con violencia llevándosela hacia el mar. Theradriel se lanzó tras ella, tarde. El rio le empujó con fuerza, se golpeó contra las rocas del lecho del delta con brutalidad, giró en los torbellinos de agua cuando no lograba hacer fondo, y luchaba por tomar aire a cada momento, con los pulmones ardiendo. A tientas buscaba desesperado a su hermana en el líquido elemento. Pero solo cuando la sal ya le escocía en los ojos, y se calmó la corriente, fue capaz de vislumbrar flotando la figura de ella. Nado con desespero, medio ahogado, escupiendo agua y tierra, mientras la arrastraba a la orilla, llamaba su nombre cual rezo. Serailäe no respondía, apenas respiraba, un hilo de sangre manaba de su sien y le decoraba la mitad de la cara, tenía toda la piel magullada allí donde el vestido roto permitía ver su carne. Escupió agua, sin retomar la consciencia, y empezó a emitir quejidos angustiados cada vez que inhalaba. Exhausto y desesperado, la cargó como pudo y la llevó a casa. Cuando llegaron ya amanecía, y sus padres habían comenzado a buscarlos. ***** La casa había tenido un ambiente sombrío las últimas semanas, mientras Theradriel ultimaba los preparativos para partir. Así como lo había hecho Alodien antaño, él también había decidido viajar para inspirar su música, y aprender cosas de otros reinos. Aunque Pico nidal ya no era una novedad, y, había pasado su medio siglo, la había escogido como destino inicial. Pero ahora, dudaba en partir. - ¿Seguro que no quieres que espere a que te recuperes? - La culpa teñía cada letra que pronunciaba tan clara como el agua pura de un manantial. Serailäe se encontraba tumbada en el lecho, la sabana le cubría hasta el pecho, y las vendas emergían de los bordes para atraparle los hombros, y uno de los brazos, así como el cuello y la sien. Se había esquinzado la muñeca, abierto la cabeza, rasguñado todo el cuerpo, dislocado un hombro, roto varias costillas y una pierna, pero aun así no se había quejado una sola vez. Al contrario que su hermana, el solo había quedado muy magullado, y con algunos cortes menores que habían sanado rápido, toda una suerte dadas las circunstancias. -Voy a estar bien, y aun pasara un buen tiempo hasta que pueda seguirte el ritmo. -Negó con suma lentitud, y con tanta sutileza que apenas se movió. Originalmente ella debía acompañarlo, pero dadas las circunstancias, aunque sanara estupendamente, sus padres difícilmente le permitirían abandonar la región. No durante los próximos años por lo menos. Theradriel la semi incorporó con una delicadeza excesiva, le acomodó las almohadas y le acercó un cuenco con uno de los medicamentos, sosteniéndolo mientras bebía hasta que lo hubo vaciado por completo. -Además, tengo una mejor idea. - Sonrió débilmente. - Tienes que conocer muchos lugares, de esa forma, cuando yo cumpla, vas a hacerme de guía. Aunque estés trabajando en el palacio real. Les vas a decir que tienes algo más importante, y vas a mostrarme todas las maravillas que hay más allá del bosque. -Está bien. - Accedió dócilmente. Ella, nada satisfecha con esa actitud, alzo el brazo sano y tomó a su hermano de la nariz hasta que hizo que la mirara a los ojos. – Prométemelo. -Te lo prometo. -No, prométemelo bien. - Le dio otro tirón en la napia. -Yo, Theradriel Ban’Onthar, prometo que tras tu setenta y cinco cumpleaños voy a llevarte a viajar para ver las maravillas de los reinos vecinos, aunque el mismísimo Anasterian Caminante del Sol me haya llamado a palacio. - Dijo solemne y sincero, con voz nasal. -Bien. -Se sonrió satisfecha, soltándole. - Entonces ve a hacer bien tu equipaje, no sea que tengas que volver antes de tiempo y no tengas nada que enseñarme. - Le echó. ***** Su segundo viaje al sur fue muy distinto al primero desde el comienzo. Mientras que cuando había viajado por Alodien había tenido varias fronteras que habían velado su percepción del entorno, incluido en su vuelta, en esa ocasión sus descubrimientos fueron diversos. Entendía el acento en el común, por lo menos el lordeño. Como viajaba solo, era él quien hablaba en las posadas y comercios. Menos abstraído en su imaginario, le prestaba atención al abanico de sujetos que se personaban en su camino, y lo que había creído mercaderes ambulantes que intentaban venderle algo a un extranjero, cuando viajando, había visto de soslayo a algún hombre o mujer de mal aspecto aferrarse a la manga de su hermano, resultaron ser mendigos. -Una moneda para comer. -Se le enganchó con las manos huesudas al antebrazo una muchacha joven y consumida por la miseria, cuyo rostro poseía unas manchas rojizas en la piel que el trovador no había visto nunca. -Yo también tengo que comer, lo siento. -Respondió con educación intentando soltarse sin herirla. -Me muero de hambre. -Pide las sobras en alguna posada. -Le aconsejó, sin dejar de avanzar lento, teniendo con una mano las riendas de su bestia, que alejaba a pie del lugar en el que había hecho noche, y luchando con la otra por abrir la prisión de los escuálidos dedos que le impedía treparse al bayo. - ¿Cómo? ¿Sin dinero? Deme un cobre y quizás me tiren lo que les arrojan a los perros. - Suplicó ante el quel’dorei, quien estaba firmemente convencido de que hacía teatro para sacarle el dinero, y que nadie sería tan cruel como para tratar así a un congénere. – Pida asilo a alguien en su casa, trabaje para ellos. -Se encogió de hombros, y prosiguió hacia la salida del pueblo. Por algún motivo había creído que si llegaba allí la mujer volvería a la plaza y lo dejaría tranquilo. - ¿Y por qué? ¿Por la luz? Dicen que estoy enferma, no puedo ni hacer la calle ¡Mucho menos me querrán en sus casas! Por favor señor, un cobre y no le molesto más, un cobre para no morir de hambre en alguna callejuela. - Se le agarro con más firmeza, frenándolo casi del todo. Theradriel no sabía de donde sacaba la fuerza aquella menuda mujer, aunque tenía que reconocerle que, para ser una aldea perdida al lado de una ruta, el empedrado de la zona central del pueblo le había quedado muy bien hecho. -Pues váyase a otro pueblo, si ha hecho un buen trabajo aquí, seguro que la querrán en otros lados. - Que crueles que son los elfos. -Lloriqueó la mujer con desespero. - ¡Piedad! -Sollozó. Alguna gente murmuro y los miró, solo entonces se percató el elfo de los paisanos se apartaba de ellos, o mejor dicho, de ella, como si portara algo que los espantara. -Partiré mi pan contigo, y me dejarás tranquilo. - Le ofreció mosqueado el trovador, que no nadaba en abundancia precisamente, pero que sentía un mal presentimiento tras ver la reacción de la gente del pueblo. Sacó de su morral lo que le quedaba de un pan duro, y lo partió en pedazos con sendo esfuerzo, luego le tendió un mendrugo a la señora, y se trepo a su montura antes de que lo agarrase de nuevo. -La luz lo acompañe señor. -Envolvió la mujer enferma aquellas migajas de comida entre sus dos manos, y las apretó contra su pecho, como si fueran un tesoro. Aquella escena se repitió en un par de pueblos a lo largo de su camino, también le robaron a punta de cuchillo algunas veces. Aprendió rápido a evitar los unos y los otros, pero no a comprenderlos. Solo tras dos ciclos, cuando compartió viaje con un sacerdote de expresión severa y voz amable, dilucido la verdad tras esas escenas. Iba montado en una burra, con una toga sobria y gastada por el tiempo que se ceñía con un cinto en el que portaba un libro viejo, una bota, y poco más. Su montura no iba más cargada que el capellán. - ¿Y dice usted que no los acogen en sus casas y los dejan pasar frio en las calles en serio? - Theradriel se había percatado rápido que los hombres de fe eran respetados en todas las aldeas, los campesinos les pedían información y consejos, y estos, tenían una clara vocación de servicio. También había visto que los mendigos solían juntarse cerca de las iglesias, por eso, había decidido tratar de aclarar su mente. El clérigo, con una paciencia infinita, había ido explicándole algunas cosas al muchacho, y respondiendo a otras. -Exactamente. ¿Si lo hacen en tu tierra? -Retrucó el sacerdote tranquilamente, dando cariñosas caricias en el lomo de su diligente burra, la cual respondía al peculiar nombre de Margarita. - ¿Por qué no lo haríamos? – Para el quel’dorei aún era una idea extraña la de los mendigos. -Es un buen hogar el tuyo entonces. - Sonrió el hombre, arrugando aún más su rostro, y haciendo bailar una graciosa verruga velluda por su mejilla al estirar la piel. – Los mendigos a veces son personas enfermas, y nadie quiere agarrarse alguna fiebre. Otras simplemente no pueden mantenerlos, o tienen otras preocupaciones cuotidianas, miedo de que les roben. La gente no es perfecta. – Explicaba con parsimonia el sujeto. – Algunos desesperados atracan y desvalijan a la gente, o se venden. -Bueno, si hacen cosas y las venden pueden conseguir dinero y hospedarse en la posada del pueblo. -No muchacho, no, se venden a ellos, tú ya me entiendes. Pero el muchacho solo pudo responder con una expresión de desconcierto tal que el sacerdote descartó el pensamiento fugaz de que le estuviera tomando el pelo. -Se permiten hacer de todo por unos cobres. A veces de ahí salen algunos niños que nacen ya mendigos y terminan en los hospicios. - ¿Qué es un hospicio? -Respondió automáticamente. Julius se pasó su callosa diestra por lo poco que quedaba de su cabello un par de veces antes de contestar. -Un hospicio es donde van todos los niños huérfanos cuando sus familias no se hacen cargo, o no las tienen. Allí les dan de comer y un techo hasta que crecen y pueden valerse solos. -Suena horrible. -Frunció los labios el elfo, y volvió la mirada al frente. -Tu hogar debe de ser un lugar de en sueño. -Lo es. -Respondió con una convicción reforzada el muchacho. ***** El trayecto por Lordaeron tuvo un sabor agridulce. Pico nidal, sin embargo, se mostró más amable, pese a que distaba de ser perfecto. Paro en la posada de Karnad cuando estaba en la capital, y se dejó aconsejar sobre donde hacer noche si salía de esta. Su búsqueda fue menos sombría que la de la última vez, aunque más errática. Quería cuentos y leyendas, quería aprender cosas nuevas, pero el mundo era tan vasto que no sabía por dónde empezar. Cuando por fin se había decidido en ir a ver la gran presa de Loch modan, el destino le puso otra cosa en frente. El escándalo de la habitación adyacente hizo levantarse al elfo de su escritorio, y dejar la carta para su hermana a medias. Cuando se asomó al descansillo, una mujer con la faz tan roja como su cabello golpeaba la puerta de al lado, y soltaba una ristra de blasfemias en enánico, que, si bien el joven no comprendía de forma literal, podía reconocer como tales. La enana se giró y lo vio con una mirada tan intensa que amedrentó al muchacho. - ¿Puedo ayudarla en algo? -Ofreció este por inercia. - ¡Ja! ¡Ya quisiera! ¿Puedes levantar a los muertos?¡Porque alzar a este patán será más difícil que eso! Reunión con su primo ¡Un cuerno! -Espetó con un marcado acento que Theradriel no había escuchado nunca. Luego volvió a vociferar en enánico mientras aporreaba la puerta. Esta temblaba, pero, robusta como era, no parecía que fuera a salirse de sus bisagras. -Irgud, déjalo en paz, sabes que no va a despertarse, ven, lo haremos sin música. - Una niña humana se asomó por el hueco de las escaleras, con unos ropajes estrafalarios que no había visto el elfo en ninguna especie. -No puede dejarlo solo, se pone nervioso y se le empiezan a caer las marionetas. - Respondió la enana sin abandonar el mal humor, pero con un claro esfuerzo para no pagar su mal genio con la recién llegada. El elfo carraspeo varias veces hasta que finalmente ambas le miraron. -Habla muchacho habla, ¿O te has tragado una mosca? -Le azuzó la enana, que aún no había recobrado la paciencia. -Si necesitáis música… yo tengo una flauta. No sé qué queréis exactamente pero quizás puedo intentarlo. - Se ofreció, más por la curiosidad que le habían suscitado ambas mujeres, que porque pensara cobrarles. A los pocos minutos se hallaba en el salón de la posada, al lado de un teatrillo improvisado tras el cual estaba un humano cuya barba clareaba, y que tenía las manos embutidas en unas marionetas de tela y paja. Al sujeto le ponía incomodo el silencio, así que le habían encomendado tocar algo sencillo de fondo y cambiar el ambiente acorde a lo que fuera narrando. Había intentado que le dijeran el cuento que se representaba, por si llegaba a conocerlo, pero aparentemente el titiritero era un tanto excéntrico y no gustaba de revelar a nadie sus representaciones, que decía originales, aunque no eran más que cuentos clásicos con alguna variación singular y pintoresca. Theradriel partió el día previsto, pero no se dirigió a la presa. ***** La troupe viajaba en dos carruajes de buen tamaño, de esos que tienen una gran lona y su interior es como una tienda, que les permitía guarecerse, acampar dentro y protegerse de las inclemencias del tiempo, ya que vivían tanto en los caminos como en los pueblos. El líder del grupo, aunque aquello no constaba en ningún lado, era un humano llamado Felton. Había pasado sus treinta y hacia teatro con marionetas, demasiado melodramático para el gusto del elfo. Era enorme pero esbelto, tenía la tez tersa y oscura de la gente de Stromgarde, y una larga melena ondulada que se recogía en una coleta floja a la altura de la nuca. Él era quien hablaba con los posaderos e intentaba conseguir comida a cambio de actuar en las tabernas, acordaba con otras caravanas pagar a medias espadas a sueldo, y se encargaba de lidiar con los problemas. Los enanos manejaban los carneros que tiraban de los carros, y que les pertenecían. El que más las cuidaba era Dunmir, un Martillosalvaje especialmente bajo y con la piel llena de tatuajes por doquier. Su cabello era rubio y áspero como el de las bestias que tanto quería, y su barba siempre estaba mordisqueada. Tocaba la pandereta, y había adiestrado a una cabrita que nunca lo dejaba solo, para que al son de su instrumento hiciera cabriolas, y trucos con un taburete. Irgud, una Barbabronce de sangre caliente y un corazón tan grande que no le cabía en el pecho, era la madre de otros siete enanos que viajaban con ellos, todos actores. Casi había adoptado como a una hija más a Geraldine, una gilneana muy joven de ojos verdes que leía la mano por unas pocas monedas cuando paraban en los pueblos, y que se inventaba la mitad de lo que decía. Willard tenía aspecto de ser muy viejo, aunque estaba a punto de cumplir cincuenta. Tenía el pelo largo, pero en forma de C, dejando brillante y pulida la cúspide de su cabeza. Se había dejado crecer una barba larga que le llegaba hasta el ombligo, y al igual que su melena, era blanca como la lana de oveja. Venía de Dalaran, aunque no tenía la más remota idea de magia. Se dedicaba a asistir al grupo con sus mezcolanzas, y a preparar sustancias como luces o nieblas para las representaciones del resto. Era un alquimista lo suficientemente bueno como para montar puestos en los pueblos. Cuidaba de la salud de la gente y de las cabras, la mitad de las cuales había ayudado nacer, y por eso, aunque era un poco especial, todos le querían. La persona con la que peor se llevó Theradriel era un semielfo llamado Melvyn, oriundo de Alterac, un huérfano que se había criado en una inclusa, y que tenía un gran desagrado por los quel’dorei, culpando esa parte de su sangre de nunca haber sido aceptado del todo entre los humanos, a quienes consideraba su verdadera gente. Pese a sus mañas, era un diestro volatinero. ***** Stratholme era una ciudad bulliciosa. El barullo de la gente resonaba en los edificios que ascendían y se entre lazaban gracias a sus tendederos. La ropa mojada hacia caer una fina llovizna de agua jabonosa a los transeúntes de primera hora de la mañana. La compañía no había logrado llegar a ningún acuerdo con las dos primeras posadas a las que se había detenido. La primera de ellas porque ya tenían un pequeño grupo de músicos que comían poco y ocupaban menos espacio, en el segundo lugar, Dunmir había armado un gran escándalo cuando se habían negado a dejarle entrar a su pequeña cabra blanca. -Menuda mierda. - Se quejó Melvyn, mientras se dirigía hacia la parte delantera del carro. Miró hacia los dos ocupantes del ajado banquillo, y tomó el asiento más alejado del quel’dorei, quedando en un extremo, separado de este solo por el esbelto stromgardiano quien ejercía de cochero. -El tiempo dirá. -Respondió con aire místico el titiritero, y ese tonó especial que la gente usa cuando cita algo célebre. -Al menos no están acaparando el asiento, ya no podía respirar más allí dentro. -El tiempo dirá. -Repitió del mismo modo el sujeto, con notable buen humor. - ¿De dónde es esa cantinela? -Intervino el elfo, intrigado y sin nada mejor que hacer mientras traqueteaban en dirección a la siguiente posada que hallaran. Como la ciudad estaba hecha con una especie de sistema de esclusas, tardaban bastante en cambiar de distrito, y no tenía esperanzas de llegar pronto a puerto. El semielfo lo ignoró, como venía haciendo desde que habían comenzado a viajar juntos. Felton en cambio respondió con claro buen humor. -Había una vez un hombre que vivía con su familia en una pequeña granja. Gracias a su trabajo y esfuerzo ahorraron y compraron un caballo. Pero una noche, al poco de que este llegara, cerraron mal la cerca y se escapó. – Comenzó a narrar animadamente. - “¡Que mala suerte!”. - Cambio la voz hacia una estridente y que podría haber pasado por la de una mujer perfectamente. - Se apiadaron las vecinas al enterarse. –Prosiguio. - “El tiempo dirá”. -Cambio el tono al de un hombre mayor, solemne, sin que le temblara una sola palabra ante la abrupta diferencia de sonido. - Dijo el anciano. Theradriel empezó a ver por dónde iban los tiros, aun así, no interrumpió al humano. Se reclinó sobre la estructura del carruaje hasta acomodarse, y escuchó atento. -Poco después el caballo volvió, llevando consigo un grupo de corceles salvajes. “Que buena fortuna” Exclamaron las vecinas. “El tiempo dirá” Respondió el viejo. - Una vez más, Felton dio voces a sus personajes con destreza. –El único hijo del granjero, embelesado por los caballos salvajes, intentó domar a uno de ellos, pero cayó y se rompió las piernas en el intento… La narración fue acompañada por una vecina, bajo cuyo balcón pasaban. Sin mirar hacia la calle, la buena mujer tiró el contenido de la bacinilla hacia esta, bañando por completo al semi elfo y salpicando de soslayo al titiritero. - “¡Que mala suerte!”. - Exclamaron Felton, con voz de anciana, y tres de los enanos que se hallaban dentro de la carreta, quienes debían de conocerse la historia tan bien que se coordinaron a la perfección con las dramáticas pausas de quien la contaba. Melvyn blasfemo y los insultó a todos, sin embargo, solo consiguió que algunos se asomaran a fuera de las lonas e hicieran burla con su estado, además de unirse al cuentacuentos para exclamar. - “El tiempo dirá” El pequeño convoy estallo en risas durante un buen rato, con tanta fuerza que los improperios del empapado muchacho no llegaron a escucharse. Cuando el stromgardiano considero que era suficiente hizo un par de florituras con la mano pidiendo silencio. Todos callaron, aunque siguieron mirando burlones al equilibrista lleno de orines y excrementos. -Poco después estalló la guerra, y se hizo una gran leva, pero no se llevaron al hijo del granjero, porque seguía en cama. Entonces las vecinas, a cuyos hijos les aguardaba un destino incierto se lamentaron. “Que suerte tienes, aun conservas a tu hijo” Y el anciano respondió; - “El tiempo dirá”. - Todos los ocupantes de la caravana pusieron sus voces más dignas, todos menos Melvyn. Antes del cenit consiguieron hospedaje en una posada grande, que tenía hasta sus propios establos. Acordaron dormir en el salón de la posada a cambio de que el flautista tocara todas las noches durante la cena, y que el resto hicieran algún espectáculo breve terminada la misma. No podían pasar la gorra, porque el posadero planeaba ser quien cobrara a su clientela, pero en pago les habilitaba un baño a compartir un par de veces por semana y les daba dos veces por día un plato de comida caliente a cada uno y una pinta para bajarlo. Mientras se estaban organizando, la nuera del dueño, una rubia de vertiginosa silueta, se les acercó con apuro al ver al semielfo empapado de pies a cabezas, y lo entró casi a rastras para procurarle un baño, ropa seca y un lugar donde cambiarse. Theradriel y Felton se miraron y sonrieron, a veces el tiempo hablaba presto. ***** A principios de otoño, la compañía dejo la animada urbe humana y tomó camino hacia la ciudad estado de Dalaran atravesando Alterac. Paraban en todas las aldeas, aunque fuera por unas horas y así hacer algo de dinero. Pese a ello viajaban rápidos, queriendo llegar a su destino final antes del invierno. Theradriel ascendió hacia esa cordillera de picos blancos con una mirada soñadora, y los recuerdos del pasado frescos en su memoria como si acabara de vivirlos. Pudo ver los ecos en los mismos establos donde se detuvo antaño con su hermano mientras alimentaban los carneros y les daban un poco de descanso. El elfo se separó de sus acompañantes y deambuló por la cuadra como un espectro. - ¿Qué necesita señor? – Tardaron en reconocerse, porque para ambos había pasado el tiempo. El quel’dorei lo miró en silencio unos pocos segundos antes de darse cuenta de que era el mismo palafrenero de la última vez, solo que su cabello clareaba y escaseaba, las manos callosas se habían arrugado como una fruta vieja al sol, y tenía los ojos lechosos. El mozo de la cuadra solo entrecerró la mirada, aunque le sonaba, no lo reconoció por completo. Theradriel estaba más alto, aunque su estatura dejaba mucho que desear para un elfo. Sus rasgos se habían endurecido dejando atrás las redondeces de la infancia, y había crecido una pequeña perilla que recortaba con minuciosidad. -Me recuerdas a alguien. -Se rasco la nuca el humano. - ¿Tu no viajabas con tu hermano? ¿Un mozo más joven y animado? Ah, no puede ser, de eso hace muchos años. -Dudó el sujeto. - Que me aspen, no puede ser, hace demasiado, que importa, todos los elfos os veis casi iguales. - Negó para si el hombre. - Si tu grupo necesita nada más, que me llamen, si no, no deambuléis por los establos, casi me agarra algo en la patata al verte aparecer de entre las sombras. - Le recriminó el anciano, llevándose una mano a la altura del pecho para ilustrar sus palabras. Los caminos al montañoso reino eran estrechos y asfixiantes, pues los muros de roca ascendían a lado y lado del camino como si fueran las paredes de un laberinto. Las montañas les devolvían su jarana con eco cuando cantaban y tocaban. Theradriel había aprendido por el sendero varias canciones enanas bien obscenas, las cuales repetía, pero no entendía para nada, aunque se hacía una idea de la temática. El y la prole de Irgud mataban las horas y animaban al resto con aquello. La mujer hacia ver que se hartaba de vez en cuando y los azotaba a todos con un manojo de esparto, entonces sus hijos cantaban más fuerte y animaban al resto para que se les sumaran. La primera aldea se personó horas después de haber abandonado las caballerizas al pie de las montañas. Las casas de piedra tenían muros gruesos. Celosías de madera cubrían las estrechas ventanas y las protegían del frio. Los techos eran empinados, altos, de tejas lisas y negras. Aunque era con claridad una villa humana, no se parecía en nada a los reinos vecinos. Lo que más llamó la atención al trovador fueron las manchas blancas que salpicaban porciones de los techos y caminos. Algo húmedo le cayó en la frente. Miró hacia arriba, pero solo encontró una capota de nubes gris perla. Otra gota helada se depositó en su mejilla, pero al contrario de la violencia de la lluvia, tomo lugar con delicadeza. Theradriel sacó las manos de su capa, donde las guarecía del fresco, y se quitó los guantes, luego mostró las palmas al cielo. Nieve. La menuda muchacha de ojos verdes lo agarro de la manga y le hizo un gesto para que saltara de la carreta con ella, antes de escuchar confirmación alguna, dio una cabriola y aterrizó en el suelo. -Vamos a buscar plantas Má. - Le advirtió a Irgud, quien asintió sin moverse del sitio. -Pregunta por nosotros en la taberna, si no conseguimos quedarnos allí armaremos las tiendas en las afueras, o en el patio de algún granjero si nos dejan. -Solo es nieve. - Comentó la muchachita mientras lo guiaba entre la maleza, en dirección contraria al pueblo. Portaba una canasta de mimbre, que zarandeaba en su brazo, y estaba ataviada con ropas de pieles y encapuchada con un abrigo escarlata que le había terminado de tejer Irgud unos pocos días atrás. -No hay nieve de donde yo vengo. - El trovador caminaba a escasa distancia de la niña, contemplando el entorno sin apenas controlarla. Sus llamativos ropajes, como siempre, la hacían fácil de vigilar por el rabillo del ojo. - ¿Nunca has jugado con la nieve? -La jovencita siguió pasando entre los arbustos hasta parar delante de una planta de hojas oscuras y pequeños frutos rojos que recordaban a ella. El negó con la cabeza y salvó la distancia que los separaba. -No te distraigas con tonterías o te pasará como a caperucita y se te llevará el lobo por irte por las ramas. - La amenazó bromista el elfo. -Eso no ocurrirá, porque para eso venimos a buscar muérdago. -Contesto desenfadada y risueña. - Willard hace con ella un aceite para espantar a los lobos. - Empezó a treparse al árbol sobre el que se enredaba la planta para cosechar de ella las ramas más tiernas. - Sujétame el canasto y guarda lo que te vaya tirando ¿sí? - Pidió la pequeña estirándole sus cosas. - ¿Para qué más quiere mase Willard esto? -Comentó intrigado el quel’dorei observando la foresta. -Hace algo para las fiebres también, y una cosa para los bebes que se vende mucho. –Empezó a enumerar la muchacha. Como era joven y despierta todos la usaban como aprendiz. Tomó de aquella planta ramas jóvenes, hojas tiernas y algunas raíces. Mientras lo hacía, charlaban animadamente, e incluso practicaron algunas líneas de un par de obras que Geraldine quería hacer con la familia de intérpretes que la había acogido. -Ven, mira esto, ¿Lo ves? - La gilneana se había inclinado sobre un arbusto de frutos esponjosos, que variaban en una gama amarilla y bermeja. - Lo veo. -La miró interrogante el elfo. -Más de cerca. -Insistió en ella, tomando un par con las manos. Él se agachó y cuando estaba por abrir la boca para preguntar que esperara que viera de nuevo, le embutió un madroño en el gaznate. - Esto es un agradecimiento. -Sonrió la pequeña. -Por ayudarme con las plantas. -No es nada. - Le revolvió el cabello con la mano enguantada tras engullid la fruta. - Lo has hecho casi todo sola. -Concedió certero. -Sí, pero Irgud ya no quiere que vaya sola, porque dice que como no soy de ningún lado pueden intentar tomar ventaja de mi si voy sola, y me van a dejar un regalo nada agradable. -Resopló por la nariz la humana, que estaba en los albores de su pubertad todavía. -En ese caso, avísame cuando vayas a buscar hierbas, me enseñaras sobre ellas así te podré ayudar a encontrarlas también. - Se encogió de hombros. - ¿Sabes que también se hacer cosas con ellas? -Animada ante tal propuesta, lo agarró del brazo y lo siguió conduciendo por el bosque. - ¿A sí? Pensé que era Willard quien las trabajaba. -Sí, le doy casi todas a Willard, pero yo sé hacer pinturas para el teatro también, y eso no lo hace Willard porque dice que es perder el tiempo. -También tendrás que enseñarme sobre eso. De algún modo vas a tener que pagar por mi escolta. ¿No te parece? -Hm…. Bueno ¡Está hecho! -Se detuvo la joven, y dio la vuelta sobre sus talones quedando ante el elfo, luego alzo el brazo con todos los dedos doblados menos el meñique. - ¿Trato? -Trato. -Contesto el elfo, viendo confuso el gesto de la mocosa. -Así no se hacen los tratos, tienes que levantar el brazo como yo. -Empezó a explicar, ya bien concienciada de su papel docente. El obedeció y ella enganchó su meñique con el del atento alumno. - Así se sella una promesa. - Sonrió tras estrujarle el dedo con el propio. -Ahora sí, trato hecho. - Repitió contenta. ***** No pasaron más de un par de días en cada pueblo, y cruzaban el reino a buen ritmo. Por desgracia el invierno fue temprano aquel año, las nevadas vinieron antes de tiempo e hicieron los caminos peligrosos y casi intransitables. La compañía quedó atrapada hasta la primavera. Como ninguna posada podía albergarlos tanto tiempo, y la mayoría de mercaderes evitaban Alterac en invierno, tuvieron que montar su propio campamento en la foresta entre varias aldeas para poder conseguir dinero sin desplazarse demasiado, y no gastar en lo que no fuera preciso. Gracias al dalarino nadie enfermó de gravedad los primeros meses, y los remedios del anciano, que no era tan viejo, sirvieron como buena fuente de sustento cuando la gorra no les daba suficiente. Fue Willard quien cayó enfermo finalmente cuando se derretían las primeras nieves, al inicio de primavera. Quizás por su edad, por el frio o por haber estado tratando a muchos enfermos, no solo en su campamento, también por las aldeas. -Ahora infusiona las plantas, pero espera a que el agua este bien caliente, a que hierva. - Tumbado en un camastro de pieles y lana reposaba el viejo. Su tienda cerrada la mantenían caliente colocando piedras que sacaban del fuego cada poco tiempo. Geraldine no tenía permitido entrar, todos temían que cayera enferma y se la llevara la muerte. Theradriel era un adulto, y les importaba un poco menos, como había estado ayudando al alquimista los últimos meses era quien había quedado a cargo de cuidarlo. El quel’dorei colocó en una bolsa de arpillera de pequeño tamaño un poco de tomillo, un par de rodajas de la raíz desecada de muérdago y unas flores secas de cártamo. Lo ató bien y lo dejó en el fondo del cuenco, luego, solo cuando el agua bullía claramente, vertió el líquido sobre el recipiente. El olor del remedio inundó la pequeña tienda en cuestión de segundos. El anciano inspiró profundamente, y se aguantó la tos. -Ya casi me siento mejor. Mientras se hace, rállame un poco de corteza de sauce, estaba en… mi bolsa verde, sino mira en el arcón de la entrada… oh… ¿Tampoco está allí? Déjame que piense. - El elfo seguía las indicaciones al pie de la letra, acostumbrado al carácter olvidadizo de su maestro. - Le di un poco a Felton la semana pasada, y lo que me quedó lo dejé en… ¡Al lado de los libros para no olvidarme cuando anotara las existencias! -Exclamó finalmente. Tampoco estaba allí, pero como para escribir hacía falta la caja de enseres para ello, el quel’dorei asumió con certeza de que lo habría guardado allí al tenerla ya abierta para sacar el plumín cuando la había encontrado. Aunque se había manchado un poco de tinta, seguía siendo útil. Para cuando la nieve ya se había fundido del todo Willard estaba en pie y caminaba perfectamente. Había repuesto sus existencias y vuelto a azuzar con sus jugarretas al resto cada vez que atrapaba a alguien tratándolo de viejo excéntrico. Melvyn se pasó dos días rascándose gracias a un polvo irritante en los calzones, y el menor de los hijos de Irgud tuvo una diarrea de caballo por llamar a sus ideas chifladuras, aun así, todos recibieron su castigo con buen humor, celebrando que su amigo se había repuesto. Agradecido, Willard pago de su bolsillo para los hombres una noche de fiesta antes de abandonar la cuna de la nieve. Bebieron la cerveza más barata que consiguieron, porque así podían comprar más, y comieron poco porque querían ponerse alegres. Theradriel nunca había bebido tanto, pero entendió que celebraban como el alquimista se había librado de la muerte, y, como decía un dicho que había resultado ser muy útil al viajar; “allá donde vas, haz lo que vieres”. Cuando terminaron en la taberna emprendieron camino hacia el fondo del pueblo. - ¿A dónde vamos? -Preguntó el quel’dorei, quien se sostenía del dalarino mientras ambos caminaban haciendo eses. -Vamos a descubrir los encantos ocultos de Alterac. - Dijo con teatralidad, y su dicción comprometida por el licor, un embriagado Felton. - ¿Y por qué no viene Melvyn? -Preguntó el mismo de nuevo. -Porque tiene miedo de encontrarse con su madre. - Respondieron los enanos a coro antes de destornillarse de la risa, por lo cual un par terminaron en el suelo. Theradriel nunca había entrado en un burdel hasta aquel momento, y pasaría una larga temporada hasta que entrara en uno de nuevo, pero con el tiempo, se volvería costumbre. Amaneció entumecido de la mejor de las maneras, con el alivio en el cuerpo y viendo a las mujeres con una mirada nueva. También se llevó otro recuerdo. Al mes, a medio camino por el monte hacia Dalaran, cambio la huella de las meretrices por unos chancros indoloros, pero de mal aspecto, que ya habían desaparecido cuando penetraron en la gran ciudad de los magos. ***** - ¿Qué me recomiendas esta vez? - Irgud y Felton tenían esa conversación cada vez que se acercaban a alguna ciudad importante. Los enanos tenían un larguísimo repertorio de obras que representar, y el humano un gran ojo para escoger cual dedicarle a que publico. -La de los cien magui, cuando vinimos hace unos años tuvo mucho éxito, y seguro que a los nuevos aprendices que haya ahora les gustará. -Aconsejó el stromgardiano con convicción. - ¿Por qué esa? -Aquella pregunta rondaba la mente del quel’dorei desde que habían empezado a viajar juntos hacía ya más de un año, finalmente se había decidido en pronunciarla en voz alta. -A la gente le gusta que hablen de ella si es para decir cosas buenas. -Explicó Felton con sencillez. - A los magos les gusta que les recuerden que salvaron al mundo, a los de mi tierra que fueron el corazón de toda mi gente, a los enanos les gusta que les recuerden que ganaron la guerra. -Trazó círculos con la mano en el aire exageradamente. - Todos se quieren sentir únicos y especiales, si vas a Gilneas y no mencionas sus rosas, eres un zopenco, es lo mismo que pasar por Kul’tiras y no contar algo sobre marineros. - ¿No les es más interesante escuchar cosas sobre otros lugares, historias nuevas? - La mirada del elfo paso hacia la enana buscando una confirmación sobre lo que contaba el titiritero. -Les gustan las nuevas, siempre que tengan una buena dosis de terreno conocido sobre el que regodearse. Tal y como se había pronosticado, la obra fue un éxito. No por nada era ese humano quien ejercía como líder del convoy. Los siete enanos, ataviados con camisones largos a los que habían pegado estrellas y sombreros de cucurucho, sacudiendo ramas y bastones decorados que habían conseguido en el camino. Interpretaban a los primeros magos humanos. Se subieron a una mesa que usaban como fuerte, mientras que, tras un banco cubierto con un mantel verde, el titiritero manejaba marionetas emulando al trol perecer bajo los conjuros de los hechiceros. Willard prestó ayuda haciendo efectos de humo y luces con un par de mezclas de las suyas y, para el final apoteósico, una lluvia de fuego falso. La gente exclamó con sorpresa y vitoreo a los magos. Aquella noche la gorra quedó tan llena que tuvieron que pasarla dos veces, e incluso alguno de los enanos, cuando su madre no miraba, acercó a la multitud el cucurucho de su disfraz. ***** Casi todas las representaciones eran por las tardes o las noches. En los caminos estudiaban, practicaban, dormían, comían o preparaban lo que pensaran mercar en los pueblos. El traqueteó de la carreta permitía hacer muchas cosas, pero cuando se trataba de escribir, el elfo prefería aguardar a tener armada su tienda en suelo firme. - ¿A quién le escribes? - Geraldine se asomó por encima de su hombro. Los pendientes de metal y piedras chocaron contra los pómulos del trovador que seguía rasgando el papel con la pluma de ganso. -A la mujer del encargado de la zahúrda, para decirle que sus pendientes no los perdió, que fue su marido que se lo regaló a una adivina de tres al cuarto porque se pensó que así conseguiría algo más que una lectura de mano. - Contestó socarrón el flautista, sin moverse. - ¿Cómo es ella? - Consultó la chiquilla, que ya no era tan pequeña, y apoyaba sus encantos en la espalda del elfo mientras este escribía, imperturbable. El olor a lirios le llegaba con fuerza, también percibía de soslayo el brillo de sus labios y el rubor artificial que se aplicaba todas las mañanas, coqueta. - ¿Cómo sabes que es un “ella”? - Retrucó el elfo, con la vista en el papel. La Gilneana era llamativa, y lo sería más si los años seguían siendo generosos con ella, aun así, no podía rivalizar con la imagen de los suyos, por eso el elfo estaba tranquilo a su alrededor, y por eso la pequeña había encontrado en el trovador un reto para probar sus dotes. -Los hombres solo os ponéis esquivos cuando hay una mujer de por medio. - Respondió segura, rodeando el cuello del elfo con los brazos. – Y, porque siempre le envías cosas. ¿Es tu mujer? -No. - ¿Tu hija? -No - ¡Ya se! La mujer de un amigo, un amor imposible, por eso nunca la mencionas. Theradriel se rio a carcajada batiente, y se vio obligado a dejar la pluma en el tintero para no estropear el documento. -Es mi hermana. No hablo de ella porque de todo lo que compartimos, mi hermana no es una de esas cosas. -Mi idea era más interesante. -Quien sabe, quizás no es la mujer de mi amigo, si no la de mi hermano, y esto son cartas secretas, pero te digo otra cosa por si llegara a venir a buscarme para reclamarme algo, que saltaras a mi defensa. –Bromeó el trovador. Theradriel recibía a menudo cartas de Serailäe, a las que siempre respondía con presteza. Le había enviado perfumes cuando había aprendido a hacerlos, flores secas cuyos colores se mantenían tras prensarlas, y le escribía poesías en todas las cartas sobre los lugares que iba visitando. También la invitaba a menudo a partir con ellos, se ofrecía a ir a buscarla a casa y traerla de regreso cuando se cansara. Serailäe siempre se negaba cortésmente, le daba las gracias por los presentes, eludía las invitaciones y le instaba a seguir viajando y conociendo lugares. Le decía cuáles de ellos querría visitar en el futuro, cuando el camino les perteneciera solo a ellos dos. Theradriel sospechaba que ella seguía enferma, aunque ella le aseguraba que no. Como el resto de la familia la ratificaba, no le quedaba más remedio que creerles. -No hablas mucho de ti. -Porque soy más interesante desde que empecé a viajar con vosotros. - Contestó audazmente. -Entonces tendré que leerte la mano para que me cuente. - Le advirtió, separando una mano del abrazo para hacer ademan de tomarle la diestra. El elfo se la concedió. -A ver qué te inventas. - La desafío. -Yo no me invento cosas, es una ciencia. Mira y aprende. -Le dio la vuelta hasta que la palma quedó hacia arriba. - Tus callos están solo en las yemas, y tienes la forma de los agujeros de la flauta, así que tu mano me dice que eres músico. - Empezó la joven. -Eso ya lo sabias. -Tienes que hacer ver que no, como los aldeanos, a ellos no los conozco, pero sus manos hablan. - Paso el índice por la línea que enmarcaba con una C la base del pulgar y que se metía hacia su muñeca. - Tendrás una vida muy larga. -Soy un elfo. -Replicó alzando una ceja. -Mira la mía entonces. - Ella le mostró su mano, donde esa misma línea era sumamente corta, no llegaba ni a la mitad de la base del pulgar. – No viviré mucho, por eso Má siempre tiene miedo que me enferme, o me preñen. – Si aquello era una ciencia o una superstición, ambas mujeres lo creían en serio, y aunque Geraldine intentaba ocultar su tristeza, Theradriel pudo oír el miedo escondido en su voz. -Esta línea es el amor. -Siguió la chiquilla. - Como no se une con tu vida, significa que nunca te vas a casar, pero ves estas líneas finas… vas a tener muchos amoríos. No me pongas esa cara, se dónde van todos con el maese Willard a gastarse las monedas, bribones. - Rio risueña. - ¿Qué más te dice mi mano? -No pasas mucho tiempo bajo el sol, casi no tiene pecas, no está curtida, y tu tez es clara. Tampoco tiene mugre, ni hueles a rayos, aunque eres viajero, así que me dice que eres un hombre vanidoso. -Magia de los elfos. - Mintió descaradamente. -Y el jabón que guardas en tu bolsa, así como los aceites y las cremas para el pelo. -Es de mala educación revisar las pertenencias ajenas. -Tssh, tu mano me está hablando. - Bromeó. - También dice que estas comiendo menos. Tienes los anillos sueltos. -No está mal. -Sentenció el elfo. -Si eres un aprendiz diligente quizás podría dejarte ayudarme en algún pueblo. Siempre llamas la atención de las mozas, y si ven que tienen excusa para acercarse por unos pocos cobres podemos ganar un buen dinero. -Ofreció medio en broma medio en serio mientras le daba vuelta la mano y le obligaba a cerrar el puño. - Y mira por donde, hasta podría cumplirse tu destino. - ¿Qué destino? -El ejército de las líneas de descendencia que tienes en la mano. - Le acusó divertida. -La mitad por lo menos son cicatrices de tallar las raíces con el maese Willard. -La mitad siguen siendo muchas. Y lo eran. ***** En el camino lo compartían todo, en las posadas y los campamentos no era muy diferente. Se ayudaban entre sí, armaban solos, o con otras carretas, pequeños mercados y ferias. No pasaron muchos años hasta que Theradriel los considero como una segunda familia. Para ellos ocurrió mucho antes. Aunque el elfo era músico, y no tenía una clara intención de ser nada más que eso, siempre ayudaba al resto con sus cosas, y nunca rechazaba aprender de ellos. Por eso terminó siendo el aprendiz del maese Willard cuando se trataba de alquimia, medicinas e incluso algún brebaje extraño de esos que gustan comprar en las aldeas. Cuando se aburría mucho, o Geraldine lograba convencerlo para dejarse engalanar con collares, brazaletes, pendientes y pañuelos de colores, hacía de místico y adivino con ella. La intimidad de la tienda para leer la fortuna había sonreído a su suerte, y librado a sus bolsillos de ser vaciados en algún local de alterne gracias a las mozas menos recatadas, tal y como había predicho su mentora. A Felton le musicalizaba los espectáculos de marionetas, se habían conocido así, y seguirían con esa dinámica hasta que se dijeran adiós. Incluso Melvyn se había congraciado con él en contadas ocasiones, y había intentado enseñarle a caminar por la cuerda, aunque en parte fuera solo por el placer de verle caerse. Viajaron por los reinos humanos, y los dejaron atrás, viajaron por las tierras de los enanos que dominaban los cielos, y también se despidieron de ellos. Las carreteras terminaron llevándolos al lugar que había visto nacer a Irgud y sus siete bastardos, tan crecidos que ya tenían hasta los suyos propios. En Kharanos armaron un teatrillo entre las dos carretas, e incluso colocaron un telón que iba de un tejado cercano a otro. Los actores se esmeraban más entre los suyos, según ellos, porque decían que los enanos eran el mejor público, además de los mejores actores. La princesa rapónchigo era la obra prefería de la matriarca, y, aunque sus hijos ya estaban un poco mayores, y demasiado barbudos para criterio del elfo, para representar a una doncella, había sido la obra escogida de forma unánime. Se habían repartido a suertes el papel de princesa, narrador, de príncipe, los dos hijos, el frente del caballo y el culo del mismo, aunque parecía más un pony que otra cosa. La bruja era un papel que se le endilgó a Irgud por elección popular. Sin embargo, hubo un pequeño contratiempo, y es que los dos que les había tocado el papel de equino, tuvieron la magnífica idea de pedirle a Willard un brebaje que los convirtiera realmente en un animal mientras estaban algo ebrios, cuando este se había negado, le habían compuesto una cancioncilla de dos versos nada educada sobre su alopecia. Theradriel se encontró a los dos gemelos escupiendo las entrañas por todos sus agujeros detrás de una casucha cuando lo mandaron a buscarlos porque ya había empezado la obra. Cuando volvió, con casi todos los actores en escena, no les quedó más remedio que embutir al quel’dorei en aquel disfraz y hacerlo debutar. - ¡Y apareció atraído por su bello canto el heredero montado en su fiel bayo! - Narro uno, mientras el ponny de tela intentaba no doblarse bajo el peso de su jinete. El más robusto de los actores embutido en una armadura de chapa que no habría parado ni una espada de madera. - ¿De dónde viene esa bella voz que me llama? - Exclamó al aire el falso caballero, al tiempo que su hermano, un pelirrojo con una gran mata de pelo en las orejas, se acomodaba sobre el vestido el relleno falso de sus senos y empezaba a berrear poniendo la voz tan fina como era capaz. Theradriel nunca supo definir que había sido más complicado, si contener la risa, o cargar a los dos enanos en el final apoteósico en el que partían hacia la puesta de sol montados en su lomo. Desde aquel momento, cada vez que necesitaban un extra, el quel’dorei era su hombre de confianza. O, dependiendo del caso, su mujer, hermanastra, bruja mala, leñador, o hechicero, pero nunca más el caballo. ***** Vieron varias fiestas de la cerveza antes de partir más al sur, atravesando la hostil tierra de los más peligrosos de los tres clanes. Fue un viaje horroroso, que hicieron con presteza. De los peligros y las cenizas murieron un par de las espadas a sueldo. Mese Willard pereció pocos meses después de una infección pulmonar, reminiscente de ese trayecto, gracias, en parte, a su edad ya avanzada. Le dieron sepultura como la luz mandaba y pagaron por un oficio sencillo en su nombre en la abadía de Villanorte, después siguieron, un poco menos alegres, su gira por el reino de Ventormenta. Theradriel decidió que llegaría al confín que aparecía en los mapas antes de volver a su tierra. Todos decidieron darle parte de las ganancias comunes para que se pagara una buena escolta para atravesar la selva. La última noche juntos no se derramó una sola lagrima. Acamparon juntos, con sus tiendas, su música y sus espectáculos. Esta vez actuaban para la familia, para ellos mismos. Felton representó un cuento de quel’thalas que Theradriel le había compartido hacia años, durante sus primeros días juntos. Los enanos cantaron, bebieron y cocinaron, armaron un festejo que no tenía nada que envidiarles a las tabernas cercanas. Irgud no paraba de repetirle que se trenzara bien el pelo, que no fuera hecho un vago, y que se cuidara bien del dinero cuando llegara a su destino. Dunmir no soltó su pandereta hasta que le dieron calambres. Melvyn se sentó a su lado, y no hizo ningún mal comentario, lo cual, para él, era un equivalente a admitir que iba a extrañarlo. Geraldine los sacó a bailar a todos, pero sobre todo al bardo. Él decidió que aquel era un buen día para dejarla ganar. ***** Bahia del Botín era un lugar caótico y extraño. Olía tan mal como cualquier urbe humana, pero la sal lo hacía un poco más tolerable. Había gentes de todas las clases, sobre todo, de las peores, pero Theradriel no era la misma persona que había partido de Quel’thalas tantos años antes. [….Querida Selariäe, me hallo en la otra punta del continente, en un mar completamente nuevo, sus aguas tienen un deje turquesa, la arena de la playa parece bronce en vez de plata. He llegado al confín del mundo y es hermoso. Ojalá estuvieras aquí. …] Había conseguido hospedaje en una habitación por la que apenas habría pagado nada, debido a su lamentable estado, ofreciéndose a tocar todas las noches, y a traer a la gente al lugar desde la entrada, también hacía de camarero o lavaba platos si no había buena caja. No era un gran trato, pero le permitía tener su propio espacio, comer todos los días por lo menos una vez, bañarse, visitar la ciudad y sus mercados. Aunque su idea inicial había sido partir rápido, había quedado encerrado pronto gracias a los incidentes que precedieron la primera guerra y al transcurso de esta. [… La guerra en los reinos humanos hace difícil viajar, espero acabe pronto y poder volver a casa. Los rumores hablan de unos seres verdes y monstruosos, dicen que han intentado entrar en la selva, pero que los han repelido …] Las respuestas de ella tardaban en llegar por el mismo motivo por el cual no se atrevía a tomar los caminos hacia Quel’thalas. [Háblame más de ese mar. ¿Cómo es el fin del mundo? ¿se pone el sol por el mismo lado? ¿sabe el aire a algo distinto? Si pudiera ir a algún lugar de todos, sería allí contigo…] Cuando Ventormenta cayó, Theradriel temió no ser capaz de volver nunca a su hogar. Su hermana ignoraba las noticias de la guerra, en vez de eso le hacía hablarle del extraño puerto goblin, parecía obsesionada con la idea del fin del mundo, de aquel lugar tan lejano. Hacía que le prometiera mostrárselo en todas sus cartas, y lo lograba. Como estaba atrapado, y no podía ni acercarse el, ni traer consigo a Serailäe, empezó a dibujar. Mal, pero empezó. Todos los días practicaba un poco, dibujaba algo desde su ventana, una parte del muelle, alguna isla que se recortaba lejana sobre el océano, alguno de los barcos pirata que atracaban. Los que más o menos se entendían se los enviaba con sus cartas. Aprendió rápido que si ponía regalos en ellos que pudieran tener algún valor nunca llegaban a su destino, pero los dibujos llegaban siempre. Pasó mucho más tiempo del que él hubiera deseado, pero finalmente hubo noticias de que la presencia de esos seres… “orcos” como algunos habían empezado a llamarlos, había aflojado en las costas de Ventormenta. Vendió todo lo que portaba encima, todo menos su flauta, y consiguió que alguien accediese a llevarlo hasta costasur. Pero no hicieron puerto allí, sino directamente en Lordaeron cuando vieron desde la lejanía los restos de la cruenta batalla que había acontecido en las costas de Trabalomas. El camino por tierra le tocó hacerlo a pie, porque no tenía ninguna forma de pagarse nada más. Por otro lado, el ejército había reclutado casi todos los hombres, y se había llevado gran parte de los caballos. Escaseaban tanto esas dos cosas como los alimentos, y el comercio estaba parado. La gente temía por la guerra, y llegaban rumores atroces de diversos lados. Cuando Theradriel llego a su reino, casi se desmaya. Vomitó lo poco que había comido hasta que las piernas le temblaron, y, aun así, sentía que no había terminado. Los ejércitos se habían ido, pero Quel’thalas seguía quemado. Por desgracia, aquella no fue la peor noticia. Serailäe había muerto a manos de los trols, que habían incursionado en el bosque antes de que se diera la alarma, y pudieran evacuar a todos los civiles. ***** La última vez Theradriel contemplo a su hermana, envidió la serena y placida paz de la imagen que ofrecía, y la envidió, porque la angustia lo rompía por dentro y le dolía más que cualquier enfermedad o penuria que hubiese padecido jamás. Cansado y destrozado por el viaje, no se movió del lugar en donde le permitieron velarla, dormitaba allí, sin levantarse, y solo comía pobremente si le acercaban algo. El dolor y la culpa lo encadenaban en aquel lugar. “Si hubiera vuelto…”” Si me la hubiese llevado…”” Si nunca me hubiera ido…”” Si no la hubiera perseguido hasta el agua…” En su mente aparecían miles de escenarios en los que la podría haber cambiado su destino, veía en cada día vivido la oportunidad desechada de salvarla que no había tomado. Habían intentado hablarle para que descansara un poco, se aseara y se permitiera un poco de reposo, pero, aunque se había comprometido a hacerlo, no cumplía su palabra, tampoco les permitía disponer del cuerpo. Meranth se acercó cojeando una tarde, no en mucho mejor estado que los hijos que le quedaban. Se detuvo ante la mortaja de lino y flores de entre las que emergía lo mejor que había creado en su vida, cuyo tiempo había terminado. Se inclinó sobre ella y le dio un beso en la frente, le trenzó uno de sus bucles con cuidado, y lo ató con una cinta de raso. Le susurró algo en thalassiano, y le cortó la trenza. Theradriel lo miró compungido, con el rostro seco de sal. Quería hablar, sabía que compartía su pena, pero por primera vez en su vida no encontraba las palabras, porque no había ninguna que pudiera expresar fielmente aquello que le consumía y que no se atreviera a pronunciar. Su padre se sentó a su lado y lloraron en silencio. Meranth le colocó el mechón de cabello en la palma y le hizo cerrar la mano. Cuando ambos se quedaron sin lágrimas, se fue. Poco después le dieron la sepultura apropiada. Con los años, la pena fue más leve, sobre todo para su hermano y sus padres. El primogénito de Alodien volvió a traer algo de alegría a la casa, lo llamaron Serileth en honor a la arpista. A su modo, nadie la olvidaba, pero todos seguían adelante. O casi. El crujir del papel sonó al lado de Theradriel, pero este no se giró. Su mirada celestina se hallaba fija en la sencilla estatuilla de piedra que cuidaba con devoción a diario. Alodien apiló con delicadeza todos los fajos de cartas sobre el banco, y contempló a su hermano con una honda preocupación. Aquella había sido su respuesta a la angustia que lo dominaba, a su ansia de romper la catalepsia que parecía querer hacerle perder a su segundo hermano tan poco tiempo después de haber perdido la primera. -No es tu culpa. -Se sentó en el extremo libre, dejando los torreones de años de correspondencia entre ambos. - Ella atesoraba tus cartas, viajaba a través de lo que le enviabas. - Alzó la mano, y salvo el espacio que los separaba, colocándola sobre el hombro de su hermano. Como los primeros brotes cuando se fundía la nevada, el flautista empezó a desprenderse de la esteticidad en la que llevaba sumido todo aquel tiempo, y finalmente, se dedicó en cuerpo y alma releer los años y años de correspondencia que le habían entregado. Comía con todos, no vagabundeaba, y aunque seguía pasando mucho tiempo entre los muertos, también se dedicaba a los vivos. Jugaba con su sobrino, y a veces, tocaba para quienes aún podían oírle. Su familia tomó en un primer momento esa vuelta a la actividad, a interactuar con el resto, como una buena noticia. Pronto descubrieron que solo era una nueva forma de perderlo. Theradriel vio en las últimas cartas de su hermana una última voluntad incumplida, una promesa pendiente con la que redimirse. Poco antes de la caída de Quel’thalas abandonó su casa por última vez, sin saber que nunca volvería a poner un pie en ella. ***** La travesía fue humilde, las comidas exiguas y su hospedaje monacal cuando llegaba a ser más que compartir un montón de paja en el establo de alguna granja. Portaba su flauta consigo, pero tocaba poco, lo justo para poder seguir su viaje. Iba rápido para hacerlo a pie. Cuando abandonó los reinos humanos, llegaban los primeros rumores de aldeas alejadas con las que se había perdido todo contacto. Theradriel no intentó preguntar por la troupe, aunque se detuvo a prestar sus respetos al Maese Willard cuando empezó a cruzar el reino de Ventormenta. El anciano, salvo su vida como había hecho hacia años con la de otros tantos, pues si hubiera seguido su viaje, le habría pillado su convalecencia en medio de la selva, y jamás lo habría contado. La ciudad había cambiado mucho desde la última vez que la había visto, aunque la reconstrucción no tenía nada que envidiarle a la original. Los canales que se podían ver desde la venta de la buhardilla que albergaba al quel’dorei no eran de los más olorosos que poseía la urbe humana. El elfo había conseguido hospicio en la casucha de un médico cuando, en los albores de su afección, este lo había reconocido como el aprendiz del alquimista anciano. Había accedido, por el pasado que le conocía, a tomarlo de ayudante a cambio de alojarlo y tratarlo una temporada. No solo de buena voluntad vivía el matasano, el elfo le había pagado lo que había conseguido tocando antes de que empezaran a vérsele las pústulas y chancros y le prohibieran entrar en la taberna en aquel estado, también se encargaba de la casa. Aunque era un precio excesivo para el trabajo que desempeñaba, pues limpiaba, auxiliaba al médico con los enfermos, cocinaba, limpiaba y se encargaba de preparar algunos remedios, no estaba en posición de quejarse, y soportaba, estoico, el precio que la vida le cobraba por las consecuencias de sus vicios. Portaba pegados al cuerpo paños y cataplasmas que absorbían el pus de las pústulas, y aliviaban el dolor de las llagas. Para no esparcir sus humores malos, iba siempre bien tapado, e incluso le hacía llevar atado un paño en la cara. Los vahídos eran habituales, ya fuera por la fiebre, o porque se hallaba exhausto. La mirada se le nublaba a menudo, por el encierro, el vapor de los remedios, y su propia condición, aun así, Theradriel había memorizado la disposición de los muebles, por ello, podía llegar a las camas de los enfermos casi sin problemas. El elfo se había acostumbrado a los quejidos de dolor, los murmullos angustiados en sueños y los desvaríos de los enfermos al punto que ya no las escuchaba. Sin embargo, aquel enfermo tenía algo en la voz que hacía que al quel’dorei le resultara difícil ignorarlo. -Siempre la miraba. -Murmuraba el anciano. Las pústulas, de un negro brillante, que poblaban casi toda su cara, le habían desfigurado el rostro. Vomitaba casi todo lo que comía, y apenas podía respirar. –Ya desde pequeña me había robado el corazón. Incluso para Thanováth era evidente que aquel hombre no viviría mucho, aun así, gracias al dinero, le aplicaban todos los remedios que podían aliviar su dolor, y alargar su estadía entre los vivos, por truculenta que fuera. -Era tan risueña, cierro los ojos y escucho que me llama desde la luz. Me está esperando. - Con esa cantinela se agarraba al elfo cuando tenía fuerzas, para pedirle que no le tratara. Pero alguien pagaba, alguien se aferraba a ese pobre viejo, posiblemente, porque fuera el único allegado que le quedara. Theradriel le envidaba por el modo en el que llevaba su perdida. Ese hombre no lloraba por no tener consigo su ser amado, ese hombre aceptaba la vida como un viaje, sentía a su amada como una guardiana que lo custodiaba, y que ahora que había llegado su hora, le reclamaba. El día en el que el elfo fue capaz de preparar a la perfección el compuesto a base de azarnefe que necesitaba para curarse, fue también el que se marchó de allí. Su último acto como el aprendiz de aquel medico fue acompañar en su lecho de muerte al enfermo de carbunco al que siempre escuchaba. Mientras atravesaba el umbral de la puerta, ataviado con sus ropas de viaje, y aun cubriendo su rostro mientras los restos de las postillas sanaban, se encontró con el benefactor del fallecido. Theradriel paso por su lado sin saludar a Melvyn. ***** Bahia del botín era el único lugar que no había cambiado, aunque sus casas pudieran no estar en el mismo lado, seguía siendo el mismo caos que era cuando el elfo lo había abandonado al final de la guerra. Parecía que el mundo se olvidaba de aquel estercolero donde se juntaban calaña y maravillas de todos los lugares del mundo. Theradriel se sintió a gusto en esa amalgama de gentes. La pequeña cala que había escogido se hallaba en una islita más allá de la estatua de piedra que daba la bienvenida a los barcos al mar. Había ido a remo, solo, sin estar seguro de si pensaba volver. Sentado sobre la arena, aun cálida del sol, dejaba que las olas lamieran sus piernas, y observaba entre sus manos la trenza castaña que había portado con su corazón hacia aquel confín olvidado. Saco el Dizi, que ahora portaba colgando de su final un dije pequeño, hecho con madera y plumas, el resto de aquello reposaba con su dueña. Colocó una lámina fina para tapar su segundo agujero, con tranquilidad y paciencia, con rito. Tocó por placer, por gusto y voluntad propia aquella canción que había cambiado su vida, y que también era de ella. Mientras las notas se embarcaban en el océano, él lo hacía más grande regándolo con sus lágrimas. Theradriel tocó una sola vez para los dos, y se cortó un mechón de cabello, los enterró ambos en el lugar más bello de la playa, luego se dirigió al mar. Un pulso en sus entrañas lo dobló en el suelo y le quitó el aliento antes de que pudiera adentrarse en las aguas. Se le cayó la flauta y clavó sus dedos en la tierra. Lo que quitó la vida a miles de sus congéneres, salvó la suya. Él apartó de si toda ambición del reposo eterno, tomó ese dolor, en ese momento, aquella puntualidad del destino en la ignorancia del momento sagrado que vivía como una orden de ultratumba que rezaba “vive”. Mientras tanto, la fuente del sol caía. ***** La sed le azotó de forma tenue, no solo fue una tenue preparación que rápidamente se desvaneció para dar lugar a algo catastrófico;. La noticia de la suerte de su gente fue devastadora para los primeros intentos del trovador de volver a vivir plenamente. Decidió permanecer en aquel puerto por un tiempo. Cuando la voluntad le fallaba, iba a ver el lugar en donde se había despedido finalmente de su hermana, el recuerdo le daba fuerzas, asi como los recuerdos. Geraldine le había enseñado a leer a la gente, Felton había sido un gran mentor para aprender cómo funcionaban sus mentes, el maese Willard le había permitido aprender a producir una suerte de productos que le podían reportar algo con sus ventas, con los actores había aprendido a actuar y mentir con la naturalidad con la que respiraba, de Dunmir se había llevado el humor, y de Melvyn el valor de tentar a la suerte. De Alodien tenía la paciencia para no rendirse cuando las cosas iban peor, de su madre la manía de consentirse con su aspecto para sentirse un poco mejor, y de su padre la tolerancia a la sobriedad del vivir, de la que hacía gala solo cuando era estrictamente necesario. Lento, como la calígine que ascendía lentamente de las aguas semi estancadas y sucias del puerto, su culpa se fue desvaneciendo, y eso le permitió sanar. ***** La restauración de la fuente del sol fue otra especie de señal de la providencia, y le despejó la mente permitiéndole poner en orden sus pensamientos. Theradriel quería vivir, y quería vivir bien. Añoraba los años dorados de su vida, antes de que cayera en la vorágine de penurias que casi lo había destruido por completo. Durante unos días se planteó la posibilidad de volver con su gente. Pronto la descartó. Quel’thalas era un sueño, un sueño imposible que había durado mucho, pero que estaba destinado a caer. Había sido cuestión de tiempo. No quería volver a vivir de sueños, de algo irreal que podían arrebatarle en cualquier momento. Tampoco quería volver a la casilla de salida de sus errores para que le pesaran cual espada pendiendo sobre su cabeza. Y finalmente, no quería enfrentar la realidad de su gente. Se negaba rotundamente de ver el estado en el que había quedado su tierra. Ni siquiera escribió para averiguar que había acontecido con su familia. Prefería que siguieran formando parte de su imaginario, quería creer que Alodien y su hijo vivían felices, que sus padres seguían en la aldea en la que había nacido, no estaba dispuesto a disipar esa posibilidad. Decidió que, si no estaban vivos, lo seguirían estando para el en el recuerdo. Decidió que había pasado suficiente tiempo en ese puerto, ese antro de condena había sido el retiro perfecto que le había ayudado a recomponerse, a pensar, ignorar el entorno cuando no podía hacerse cargo de sí mismo, también decidió que no quería vivir toda su vida en aquel estercolero de miseria, y languideciendo en cuchitril lleno de humedad. Con dinero,y los talentos que había cultivado en sus viajes pagó todas sus deudas y se fue. ***** Cruzar la selva era un horror, aunque bosque del ocaso no se quedó atrás. Era de noche, o parecía de noche, era difícil decirlo en aquel lugar maldito. Theradriel aun recordaba cuando los arboles eran verdes y el sol se colaba por las hojas como miles de escaleras al cielo. Se habían juntado un numeroso grupo de gentes para cruzar la selva, desde comerciantes de pieles a mercenarios que iban a buscar suerte a tierras más benevolentes donde les fuera más simple ganarse el jornal y no se jugaran tanto el cuello. El primero en verlos no pudo dar la alarma. El borrón negro se lo llevó, desensillándolo del pony, y desapareció al otro lado del camino antes de emitir un grito. El huargen se zampó al gnomo prácticamente de un bocado. Le siguieron el resto. Thaniovath intentó huir como pudo de ese caos, al igual que la mayoría de personas que no sabían defenderse. Entendió muy tarde que tendría que haberse escondido en una carreta. Los inmensos seres lupinos los cazaron, a él y a otros mercaderes, los tiraron de las monturas, y se abalanzaron sobre ellos. El elfo tuvo suerte, hasta él sabía que no podía llamarse de otro modo. Quedó atrapado entre las monturas y los cuerpos, el olor a sangre, vísceras y carnaza lo ocultaba, aunque solo era cuestión de tiempo. Los lupinos se comían a sus antiguos compañeros de viaje casi encima mismo de su propio cuerpo. Por un tiempo incierto, que se le hizo eterno, observo en silencio, aterrado, como esas bestias no dejaban ni los huesos, y cada vez estaban más cerca de encontrarle debajo de los restos de su cena. Cada vez que se peleaban entre ellos, por un pedazo de brazo, o de carne especialmente suculento, daba las gracias a la luz y los cielos, porque le hacían ganar algo de tiempo. Los supervivientes del convoy, principalmente mercenarios, que habían logrado salir de aquello, se toparon con él al re emprender su camino hacia villa oscura, así como con las bestias que se daban un festín con los restos. Lo último que vio fue un guantelete metálico alzándolo de debajo del padre de una familia a medio comer. La parte buena es que sobrevivió, la mala es que apenas le quedó un hueso en el cuerpo que no se hubiera partido. Gasto todo lo que le quedaba para que le atendieran como pudieran, y se quedó en la miseria. Durante medio año no podía ni caminar, antes de que terminara este era capaz de ir solo hasta la bacinilla. Tardo aún más en ser capaz de andar con muletas, y estas le costaba sostenerlas, pues sus manos no habían quedado tampoco indemnes. Mover la cuchara fue una lucha personal, también el asumir que quizás jamás podría volver a tocar un instrumento. La luz quiso que aquello no fuera cierto, y cuando ya cojeaba levemente, y se podía ayudar solo con un bastón, había logrado volver a tocar sencillas melodías con su dizi. Fueron meses duros, un gran tropiezo cuando por fin empezaba a correr de nuevo. Se convenció de dejar atrás el reino de Ventormenta. Tres de sus amigos habían conocido allí la muerte, también un amante, había abandonado a otro, aunque no se arrepentía de ello. Aquel lugar tenía una mala estela, estaba maldito, desde sus bosques negros hacia su ciudad de canales pestilentes. Theradriel lo dejó atrás cuando aún no se había curado por completo, convencido en jamás volver a poner un pie en sus tierras. El mundo era muy grande, y el, tenía muchas ganas de vivirlo. Sabía tocar, aunque sus manos no le permitían hacer más que unas pocas canciones sencillas con la flauta, su voz no había mejorado lo suficiente como para poder valerse cantando, y su cuerpo estaba lejano a poder bailar con destreza. Pero podía hacer perfumes y fragancias, algunas pócimas menores, también era capaz de tratar afecciones leves, y hacer las curas que se les escapaban a los comunes, y por encima de todo, conocía los caminos, y había aprendido a mercar lo que tenía lo suficiente como para valerse por sí mismo. El sendero al norte era un viejo conocido, que lo acogía con la nostalgia de un viejo amigo, y con la dureza que lo curtía y entusiasmaba al mismo tiempo. Mientras siguiera caminando, mientras la muerte y el dolor siguieran cubriendo Quel’thalas, ese sería su hogar, y al fin y al cabo, si las décadas cambiaban el mundo, más lo hacían los siglos. Tenía el tiempo a su favor, y él era un hombre paciente. *** Fin ***
  16. C0rt3x

    [Historia] Wong Fei Hung

    Nombre del Personaje Wong Fei Hung Raza Pandaren Sexo Hombre Edad 22 Altura 2.15 m Peso 220 Kg Lugar de Nacimiento Krasarang Ocupación Acólito del Shado-Pan Descripción Física Wong es un Pandaren de estatura y peso medios, con una musculatura recia bajo su capa de pelo y grasa. Su pelaje es de un color blanco y negro. Sufre de heterocromía, por la cual tiene un ojo (el derecho) de color azul y el otro de color verde. Lo más característico de su cara es la "venda" en los ojos que le forma el contraste del pelaje negro sobre el blanco, resaltando aún más sus ojos. Descripción Psíquica Wong es tranquilo y amistoso, muy cercano con todo el mundo, si lo acabas de conocer, probablemente te achuche a modo de saludo. Es un Pandaren centrado, que no se rendirá hasta cumplir su objetivo, sea el que sea. Historia El sol volvió a salir como de costumbre, Wong se despertó con especial energía aquel día, pues cumplía tres años desde que entró como acólito en el Shado-Pan; se sentó al borde del camastro, se miró la palma de la zarpa con orgullo y se vistió, acomodándose su bufanda blanca como cada día para poder ir al patio a entrenar. Tras una larga y extenuante mañana de entrenamiento, llegaba la hora del almuerzo, con los años había aprendido cómo sortear a Plumablanca, con el fin de no ser uno de los elegidos para la "prueba del almuerzo" sin embargo, el gran halcón debió notar la aparente alegría de Wong cuando, de repente, apareció delante del joven Pandaren y en menos de un segundo su almuerzo había desaparecido. No era la primera vez que lo hacía, y tampoco era la primera vez que debía escalar a un sitio alto a por comida para subsistir, pues por suerte o por desgracia, los artes de la caza y el sigilo eran innatos en él, fruto de haberse criado en el mismo Krasarang. Así pues, sin mayor demora aunque con un evidente cansancio, se encaramó a la cima del "poste del almuerzo" y sin sudar demasiado, consiguió recuperar su comida, y descansar un poco antes del entrenamiento que le esperaba por la tarde. En todo el día no dejó de pensar en el día de las pruebas de los pétalos rojos que consiguió pasar hacía ya tres años, lo recordaba con una sensación agridulce, pues las pruebas, aunque duras, habían sido satisfactorias para él pero no tanto para su hermano tan solo un año menor. Superaron las dos primeras pruebas, sin embargo, para la tercera, Chang no tuvo tanta suerte, era mucho más desconfiado que su hermano, y por un desliz, o quizá por su falta de confianza, se precipitó al vacío sin conseguir ninguna ayuda, lo cual terminó con su corta vida. Bien sea por su hermano, o por su orgullo propio, el objetivo de Wong es superar su tiempo como acólito, y presentarse a la dura prueba de arrancarle los pelos del bigote a uno de los tigres que descansan en el Bosque de Jade con el fin de llegar a formar parte del Wu Kao.
  17. Thala

    Armand Lynch

    Ficha realizada por la maravillosa @Psique
  18. Nuvalia

    Margot Tanner

    (Imagen cortesia de Rokhen, gracias!) Nombre: Margot Tanner Raza: Humano Sexo: Mujer Edad: 25 Altura: 1,70 Peso: 65 Lugar de Nacimiento: Ventormenta Ocupación: Medicina Descripción física: - Pelo rubio. - Ropa sencilla pero limpia, sin pretensiones. - Aspecto esmerado, de quien cuida bastante su higiene personal. - Piel blanca, denota a alguien que no ha tenido que realizar trabajos físicos. Aunque posee piernas fuertes, habituadas a largas caminatas. - Complexión algo rellena sin entrar en obesidad. - Ni tatuajes ni marcas especiales Descripción psíquica: - Cierta religiosidad, fruto de su educación. - Buena amante de los niños. - Poco dispuesta a entablar relaciones amorosas, no son precisamente su prioridad. - Buena memoria. - A primera impresión puede comunicar algo de ingenuidad. - Tendencia a marearse en barco - Algo miedosa, aunque intenta sobrellevarlo - Gran capacidad de empatía - Terriblemente curiosa. - Por fuera denota serenidad, aunque en su interior hierba la inseguridad. Historia - Margot ya tiene doce años! Ya es hora querida! Simon Tanner reflexionaba con su mujer Tabatha acerca del futuro de su hija. Su caro jubón de zorro de Crestagrana desentonaba en aquel maloliente almacén atestado de pieles curtidas en el puerto de Ventormenta. - Querida, nos ha ido bien en el negocio, ese contrato con el ejército nos ha dado más oro del que necesitamos. No quiero que nuestra hija tenga que ensuciarse las manos curtiendo pieles, podemos permitirnos darle una buena educación, debemos mandarla a la abadía de Villanorte, allí será instruida como una paladin o sacerdotisa de la santa luz, eso nos dará prestigio. El oro no es problema. - Oh querido Simon, pero es nuestra única hija, es tan joven y frágil. La voy a echar de menos - Tabatha contemplaba cómo los operarios cargaban el barco con sus pieles curtidas, otro embarque hacia Rasganorte.. Así fué como Margot Tanner, hija de curtidores acaudalados ingresó en la abadía de Villanorte para adquirir una educación acorde con el nuevo estado social de sus progenitores. Paso 4 años aprendiendo historia, gramática, etiqueta y, por supuesto fue iniciada en el camino de la santa luz. Fue a la edad de 16 años cuando recibió la noticia, sus padres habían caído enfermos, un extraño mal parecía haberles atacado simultáneamente. A Margot se le concedió un permiso especial para asistirlos. La imagen que recibió a la joven fue de lo más descorazonadora, sus padres yacían postrados en cama, víctimas de una inexplicable parálisis que se iba apoderando lentamente de sus cuerpos. Ninguno de los bien pagados médicos sabía de dónde les venía el mal. Margot, desesperada fue a tomar la mano de su padre. Fue entonces cuando lo notó, fue una especie de corriente que recorrió su brazo y le hizo brincar el corazón. No sabia que era aquello, pero tuvo la certeza de que sus padres iban a morir. Miró a su alrededor, impotente, implorando a los médicos que hicieran algo, no importaba el precio del tratamiento. Dos días después los padres de Margot eran sepultados en el cementerio de Ventormenta. Aquel hecho hizo que Margot tomará una decisión, no volvería a dejar que la invadiera la impotencia delante de la enfermedad o el sufrimiento de sus semejantes. Decidida a aprender los secretos de la medicina fue tomada como aprendiz del maestro cirujano Grumman Eldher, de quien durante nueve años estuvo aprendiendo el arte de la medicina. Demostró tener ciertas dotes para la cirugía y la herboristería, no en vano había pasado su infancia ayudando a desollar animales en casa de sus padres y utilizado diversas hierbas para curtir sus pieles. Margot ayudaba a Grumman en sus visitas y atenciones a los ciudadanos de Elwynn. Solo en otras dos ocasiones volvió a notar esa especie de corriente que parecía recorrer todo su ser, los pacientes murieron poco después, aquello la aterrorizaba, por eso decidió sobreponerse a tal efecto, creyéndolo algo maligno, guardando el secreto en lo más profundo de su mente. Habiendo ya concluido su aprendizaje básico, busca establecerse como médico al servicio de alguna organización en Elwynn. (*) NOTA: La afección de los padres era intoxicación por mercurio, algo muy común en curtidores que empleaban ese producto como mordiente.
  19. Firefly

    Nevarye Blackheart

    Nevarye Blackheart Detalles: Raza: Humano Sexo: Mujer Edad: 25 Altura: 1,67 Peso: 54 Lugar de Nacimiento: Ventormenta Ocupación: Buscavidas Descripción física: Blackheart es una mujer con un rostro duro y gastado, de piel nívea y reseca por los vientos durante sus viajes. Su mirada es gélida pues el color de sus ojos es como el del hielo a primera hora de mañana bajo los rayos del sol, adoptando un tono azul claro, cristalino. Tiene la nariz fina y marcada, con un aro de metal en su extremo. Sus labios algo gruesos y rosados, aunque rasgados por la sequedad. En muchas ocasiones lleva marcas de pintura en su frente, pero lo que más destaca de ella sin lugar a dudas, es la enorme cicatriz de la quemadura que sufrió en el lado derecho de la cara. El cabello por otro lado, al igual que su piel, es de un color grisáceo casi blanco. Lo suele llevar recogido o echado hacia detrás para que no le moleste, aunque a veces lo utiliza para ocultar la cicatriz de su rostro, pues la hace fácilmente reconocible. Su cuerpo está musculado y fibroso, en ocasiones algo delgado cuando no tiene oportunidad de llevarse algo a la boca. Desde que comenzó a instruirse como paladina, hasta que abandonó la iglesia para continuar sola su camino, ha estado entrenando físicamente para el combate con armas grandes y pesadas. Suele llevar una armadura de metal, que bien puede combinar con telas y cueros. Además de que en muchas ocasiones oculta su rostro bajo una capucha, tratando de ocultar su identidad o para después no ser relacionada con los lugares por si es buscada posteriormente. Tiene numerosas cicatrices a lo largo de todo su cuerpo, quedando éstas ocultas bajo la capa de ropa y armadura. Descripción psíquica: Posee un carácter serio y poco delicado, demasiado centrada en llevar a cabo sus tareas dejando a un lado el disfrute y las necesidades personales hasta que no puede más. Es bastante activa y gusta de moverse por diferentes lugares intentado no llamar la atención, sin quedarse demasiado tiempo parada en ningún lugar y evitando los núcleos de población donde pueda sentirse agobiada. Prefiere la soledad y el silencio de los bosques a la comodidad de una posada, por lo que no es raro que acampe fuera de las ciudades en vez de buscar una cama entre sus muros. Es reservada y no le gusta hablar de su pasado. Pero también es una persona comprensiva que sabe escuchar a los demás, difícil de enfadar y mostrar su lado agresivo. Intenta ayudar a los demás si la razón es de peso y no se preocupa por cosas tales como las riquezas o el poder. Se considera una persona libre y odia que se entrometan en su camino, por lo que se enfrentará a cualquiera que busque pararle los pies cuando ya tiene una decisión tomada en su cabeza. No tiene un trabajo fijo, sino que se dedica a buscar herejías y bestias allí donde escucha rumores de que puede haberlas. Entre tanto, emplea sus manos para cualquier otra función y así sacar algunas monedas para pagarse la comida o las reparaciones de su ya gastado equipamiento. Historia - Ha sido niña, mi señor, una niña sana – pronunció con suavidad la femenina voz de la sirvienta, con las manos manchadas por el rojo de la sangre. Nevarye llegó a este mundo en una oscura noche de tormenta, donde el agua golpeaba con fuerza sobre las ventanas de cristal y los relámpagos hacían que la estancia se iluminase por completo, dejando en ridículo a los numerosos candelabros encendidos. Por leve que pareciera, esa situación marcaría desde entonces el resto de sus días como un acero candente llevado hasta su nívea piel. Donde las cálidas noches de verano desaparecía y daban lugar al frío y al miedo, una vida llena de miedo. Aquel hogar antaño fue un lugar noble, situado en una buena posición dentro de la grandiosa ciudad de Ventormenta. Sus padres, la familia Whiteheart, se habían entregado desde sus inicios a servir a Luz Sagrada y se habían convertido en renombrados sacerdotes dentro de la capital humana. Criaron a su hija bajo sus estrictas enseñanzas, queriendo que esta adoptara el mismo destino que sus padres habían buscado para ellos. Así pues, con edad temprana, tuvo que abandonar su hogar lleno de caprichos y abundancia, para marcharse al convento donde sería tratada como cualquier otra niña. Al principio todo fue rebeldía y rechazo pero poco a poco, a base de castigos y enseñanzas, fue entrado en vereda para convertirse en una buena estudiante. Aprendió a leer y escribir con fluidez, llegando a devorar los libros uno tras otro sin salir de su sobria habitación durante días. Parecía que la Luz Sagrada había llegado a cautivarla por completo, pero para entonces su vida no había hecho más que comenzar. En mitad de la noche sus sueños hicieron que se agitara, murmuraba palabras en voz baja mientras su rostro se perlaba por el sudor de lo que su mente imaginaba. Cuando de pronto un fuerte trueno hizo que se despertara, sobresaltada y angustiada, respirando entre sus finos labios con los ojos completamente abiertos. Un instante después, la puerta de madera que había frente a la cama recibió un par de suaves golpes. - ¿Estás despierta, Nevarye? Tengo una mala noticia que darte – la voz del anciano sacerdote era débil, pero incluso en su tono podía notarse una mayor tristeza. La puerta se abrió, dando paso al escuálido hombre que se hallaba tras ella. Tomó lugar en la misma cama donde la joven reposaba, ahora incorporada, para comenzar a relatarle una triste historia. El anciano le contó cómo los miembros de la iglesia habían marchado hacia el que de niña había sido su hogar, en busca de sus padres. Estos lejos de aparentar lo que en realidad eran, lucharon utilizando sus oscuros poderes y sembraron el caos durante unos minutos. Varios miembros de la Iglesia de la Luz perdieron la vida, pero finalmente también consiguieron terminar con los brujos que habían ido a capturar. Tras aquel suceso, la joven Nevarye nunca volvió a ser la misma. Su boca enmudeció y su mente se volvió irascible y e incontrolable. Se convirtió en una persona muy lejana hasta lo que entonces había sido y durante muchos meses el anciano sacerdote rezó para que esto cambiara. Sin saber si fue por la luz o por el tiempo trascurrido, finalmente Nevarye acudió a él con los ojos llenos de lágrimas. Le rogó por su perdón y le pidió que la entrenara, que hiciera de ella una fiel sirviente de la Luz para luchar contra sus enemigos. El viejo hombre aceptó, a pesar de que él ya no podría seguir haciéndose cargo de tu tutela. De nuevo, abandonó su hogar y a todo aquel que conocía, destinada a la abadía de Villanorte. Allí comenzó no solo sus enseñas teóricas, sino que también fue entrenada físicamente para que conociera el uso de las armas. Se le entregó una maza y un escudo, con los cuales hora tras hora combatía contra muñecos hechos de trozos de madera y paja. Compaginando sus actividades con los estudios. Pero incluso así, seguía teniendo una fuerte ira en su interior, una mancha que no podía limpiarse. Era incapaz de sentir la virtud de la compasión, lo que había provocado que el poder la Luz jamás se manifestara para ella. – Mi señor – vociferó un jinete recién llegado a la abadía, dirigiéndose a uno de los viejos paladines que se encargaban de su enseñanza – Me mandan desde la ciudad de Ventormenta. Informan de que han visto a muertos caminar al otro lado del río, allá en las Tierras del Ocaso. Le entregó una carta sellada, la cual el paladín tomó y leyó durante unos minutos antes de devolvérsela al mensajero. - Regresad con vuestro ordenante y decidle que partiremos de inmediato. La nigromancia es una herejía que no podemos permitir – sentenció, antes de girarse y hacerle un gesto a los iniciados que practicaban con las armas. Días después Nevarye se encontraba de camino hacia Bosque del Ocaso, montada en un carruaje junto a otra media decena de iniciados. Era la primera vez que los entrenamientos se volverían algo real y aquello provocaba que su miedo la consumiera. Sentía como le temblaban las piernas y su corazón latía con fuerza a medida que el carro se acercaba. Tenía fe de que la Luz la protegería, que no les habrían mandado aquel lugar si no fueran a sobrevivir. Pero todo aquello se desvaneció de su mente cuando unos golpes en la madera de fuera indicaron que ya habían llegado a su destino. Al salir se encontró una aldea destrozada, carente de vida alguna, pero tampoco había ningún cadáver. Examinó el lugar viendo enormes manchas de sangre en el suelo y por las paredes, hasta que a lo lejos vio una figura en el suelo. Con lentitud comenzó a acercarse, notando como el barro engullía sus botas a cada paso haciéndola más pesada, con la mano en el mango de su maza. Hasta que entonces lo vio. Era tan solo el cadáver de un viejo perro. Se podía apreciar por donde había sido destripado y de sus orificios brotaban una cantidad incontable de gusanos blancos que se alimentaban de la carne muerta. Se quedó observando aquella desagradable visión, casi hipnotizada, hasta que una voz desde su espalda la llamó haciendo que se girara. El grupo comenzó a seguir un rastro de huellas que se alejaban a pie de la aldea, con pasos erráticos y constantes. Se aventuraron hacia el interior del bosque durante varias horas, hasta que el agua comenzó a cubrir el suelo impidiendo que continuaran aquellas pisadas. Pero a lo lejos se dibujó una figura, un ser obeso y monstruoso, completamente desnudo tan solo cubierto el rostro con una raída capucha. Su cuerpo era deforme y estaba lleno de heridas, habiendo adoptado su piel un color grisáceo y una textura húmeda y casi pegajosa. El paladín agarró su maza y acto seguido los iniciados le imitaron. Comenzó una lucha contra el monstruo sobre las frías y estancadas aguas del pantano, negras como la misma noche. Estas no tardaron en llenarse de sangre y un par de iniciados perdieron su vida combatiendo la abominación que cortaba su camino. Pero finalmente el experimentado paladín logró derrotarla, quebrado su cráneo como una nuez con ayuda de su arma. Observaron todos los cadáveres durante un tiempo, pero tras ello, siguieron su camino, marchando hasta una iglesia en ruinas que se encontraba al otro lado del pantano en lo más alto de un cerro. Al salir del agua, Nevarye se arrancó las sanguijuelas de las piernas una por una, sin temor después de lo que sus inexperimentados ojos acababan de contemplar. Caminaron cuesta arriba hasta llegar a las viejas ruinas, donde varios hombres y mujeres con mirada ausente les estaban esperando. Sus ropas estaban rotas y podía verse bajo ellas la marca de las heridas. Aquellos debían ser parte de los aldeanos que buscaban. La joven cargó contra ellos, siento más rápida y hábil que los cadáveres recién devueltos a la vida. Aun así eran superados en número y poco a poco se vieron rodeados. Algunos iniciados cayeron también uniéndose a la alfombra de cadáveres por las cuales sus pies se movían tratando de caerse, tratando de abrirse paso hasta el interior de las ruinas. Uno a uno fueron derrotando a los monstruos herejes, hasta que solo el paladín y la iniciada quedaron en pie. Ambos tenían heridas abiertas bajo la armadura y respiraban con dificultad agotados, tanto que la joven tiró el escucho incapaz de sostenerlo durante más tiempo. Con ayuda de su maestro bajó las escaleras entre quejidos de dolor, llegando a una sótano medio sepultado donde un humano les esperaba sentado sobre un trono de madera. Iba vestido completamente de negro y entre sus manos reposaba una gran espada. - Tú has de ser el nigromante. Entrégate ahora y asume tu castigo, hereje, solo así podrás redimir tus pecados ante la Luz Sagrada – entonó el paladín, con tono altivo en sus palabras. El anciano soltó una sonora carcajada que retumbó por las paredes, levantándose de su asiento para acercarse a donde se encontraban. Con un solo movimiento el paladín y la iniciada fueron separados, siendo arrojados cada uno hacia un lado hasta que colisionaron contra la pared cercana provocando que algunos ladrillos cayeran al suelo junto a ellos. Nevarye escupió sangre entre sus labios tras soltar un quejido de dolor, alzando la vista para contemplar como el nigromante se acercaba a su maestro y tomaba su rostro con una de sus manos. - La Luz nunca será más fuerte que la Oscuridad. El mundo es caos, dolor y muerte; ¿Quién merece entonces algo de compasión? – susurró el anciano, con voz temblorosa y sin apenas fuerza. De pronto unas llamas verdes brotaron del suelo y comenzaron a consumir al paladín, que entre gritos de dolor rezaba a la Luz Sagrada. Nevarye comenzó a arrastrarse por el suelo con las pocas fuerzas que le quedaban, acercándose a ellos viendo como las llamas consumían la carne, viendo como el monstruo se deleitaba con el espectáculo. Tomó una pequeña daga que llevaba oculta en su cinturón y en cuanto se hubo acercado lo suficiente… clavó su filo sobre la parte trasera del pie del anciano, haciendo que cayera hacia detrás al haber perdido sus tendones. El fuego brotó de su mano, directo hacia el rostro de la joven iniciada, quemando su piel a la vez que esta se abalanzaba sobre su cuerpo. Clavó su puñal el costado del nigromante una vez, dos veces, tres veces… hasta en más de veinte ocasiones incluso cuando ya había dejado de moverse. Con el rostro medio desecho y el cuerpo lleno de heridas se dejó caer a un lado, cerrando los ojos incapaz de continuar, incapaz de aguantar un segundo más. Semanas después despertó sin saber dónde se encontraba, tumbada en una cama con el rostro y el cuerpo cubierto de vendas y ungüentos. Antes de que descubrieran que había vuelto en sí, tomó las pocas posesiones que tenía y se marchó, dejando todo atrás, alejándose de lo que había conocido hasta el momento. Convirtiéndose en una nómada que vagaba por las tierras ganándose la vida de la mejor manera que podía. Cuando un largo tiempo hubo pasado, decidió que era el momento de enfrentarse a la vida que había dejado atrás y reunirse con aquellos únicos que habían tenido el valor de acogerla. Como escolta de un mercader, que se dirigía a Ventormenta, regresó a la capital para encontrarse de nuevo con aquel viejo sacerdote con el que tantos años había estado, el mismo que se había encargado de criarla y buscarle un destino. Ante él confesó su abandono, avergonzada y con ojos acuosos, a lo que el viejo hombre respondió perdonándola por haber tomado su decisión. Le habló de la Sagrada Luz y cómo esta se manifestaba en los seres de Azeroth, pues no solo los miembros de la iglesia eran los encargados de velar por el honor y la justicia. Desde ese día camina labrándose su propio destino. Entregando su espada a aquellos que la necesitan, protegiendo a los débiles de la injusticia y buscando cualquier señal de herejía o maldad que durante el viaje se cruce en su camino
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    William Frank

    William Frank Información principal Nombre: William Frank Raza: Humano Sexo: Hombre Edad: 25 Altura: 1.82 Peso: 77 Lugar de Nacimiento: Desconocido Ocupación: Soldado del Ejército Imperial Ficha: Enlace a ficha de William Música: Descripción física: William es un muchacho alto, con una buena musculatura, formada a base de callejear y pelear por mendrugos de pan, todo esto en la más absoluta clandestinidad, siempre que se pueda. De tez pálida y pelo castaño casi rojo, con unos ojos claros y una estructura facial tosca. Tiene el pelo corto generalmente, cejas no demasiado pobladas y barba rasurada. Sin cicatrices visibles. Descripción psíquica: William es gentil y medido con sus palabras, fruto de sus compañeros vagabundos, algunos de los cuales eran músicos, o antiguos nobles, que le enseñaron lo que necesitaría para sobrevivir. Positivo y amigable, de buenas formas y buena presencia, no suele guardar rencor ni llevarse mal con nadie. Historia Se puede leer lo siguiente, en un cuaderno viejo, sin portada con una letra casi indescifrable, con unos trazos nerviosos: Yo... Bueno, la verdad, no sabría por dónde empezar... Hace unos años, 10 creo, sí, algo así. Hace 10 años conseguí, o más bien adopté mi nombre actual. A decir verdad, no sé de dónde vengo, ni quién soy realmente, ni cuál es mi nombre de verdad, no recuerdo nada, y nadie de mi alrededor parece recordarlo tampoco, bueno... De mi alrededor por llamarlo de alguna manera... Veo cientos de personas al día, algunos sonríen, otros no tanto, la mayoría giran la cabeza al verme y, bueno, es normal, por aquí a poca gente le gusta ver a una panda de vagabundos... Algunas personas incluso nos escupen, y nos instan a conseguir trabajo, aunque no de las mejores maneras... Y ya, sé que debería trabajar, pero no es tan fácil... Yo... Necesito algo más... Pero bueno, que me lío, por dónde iba yo... Ah, sí, claro, mi nombre. Desconozco cuál es mi nombre realmente, pero adopté William, por un hombre, un vagabundo como yo. Murió, una pena, era un buen hombre, pero la peste pudo con él, enfermó, y murió, como lees, sí, sí, muerto, caput... Una pena... Era un buen hombre. Con él aprendí cosas básicas, sí, muy básicas. Siempre veía esos caballeros de brillante armadura, paseando con sus caballos, sus grandes espadas, y la gente los aclamaba, los quería, los adoraba. Esas armaduras... Luz, eran perfectas, ojalá algún día tuviese alguna, estaría tan feliz... Qué feliz sería... William (mi tutor, claro) me instó a conseguirlo, dijo que él se había codeado con algunos de ellos, pero nadie lo saludaba ya, desde que su apellido cayó en desgracia, no recuerdo muy bien cuál era, lo mencionó un par de veces, o tres, no más, una pena, una pena. Él fue el que me enseñó que la apariencia era muy importante, sino más importante que comer, casi. La apariencia lo es todo, es más que un título, cuando te ven, si a simple vista estás andrajoso, como un vagabundo, como cualquiera de nosotros, ya no te ven, quiero decir, te ven, pero hacen lo imposible por no hacerlo, apartan la mirada, hablan con sus acompañantes, madre mía, madre mía. Lo que hace la gente cuando no te quiere ver, cuando no quiere saber nada de ti... Yo, generalmente no soy tan nervioso, bueno, ahora sí, pero generalmente no, me gustan las cosas claras, claras y concisas, William me lo enseñó, con el tiempo sigo aprendiendo nuevas cosas, ahora solo tengo 15 años, pero pronto, pronto me armaré caballero, sí, siguiendo sus consejos seguro que lo lograré, algún día... Años más tarde... Luz, acabo de recuperar este cuaderno, tras un par de horas intentando descifrar la letra de un joven nervioso de a penas 15 años, hoy, 10 años después, puedo continuar esa historia... Ahora mucho más calmado, y con una mejor letra, espero. Al poco tiempo de escribir eso, conocí a un músico vagabundo, al día conseguiría unas cuantas piezas de cobre, que compartía conmigo con gusto, y mientras cenábamos algo de pan duro y queso (cuando cenábamos) cantaba unas bellas canciones que jamás olvidaré, tenía una voz muy dulce, que incitaba a pensar... A soñar... Me enseñó algunas canciones algo más fácil, que con el tiempo pude interpretar, con algunos desafines, pero pude hacerlo, mejor o peor, pero lo hice. Pero no pienses que solo vivía de la caridad del músico, también yo conseguía algo de dinero, no era fácil, no tenía talentos especiales, pero gracias a William, el viejo William, y a todo lo que me enseñó, por alguna razón conseguí caerle en gracia a algunas personas, que me daban siempre un par de monedas más de las que ellos querrían... Con el tiempo, el músico marchó a otro lugar, a buscar una mejor suerte, y sinceramente, espero que la consiguiese, era un buen tipo, muy bueno, aunque no recuerdo su nombre, ni siquiera recuerdo si algún día llegó a decírmelo... La vida en las calles era dura, uff, ya lo creo que sí, con el pasar de los años, conocí a todo tipo de gente, algunos buenas personas... Otros no tanto... Hará ya unos dos años, empecé a ahorrar. Fue un trabajo muy duro, incluso tuve que pasar algunos días sin comer, pero conocí a un hombre, que al igual que William me había dado un motivo más para seguir... El ejército. Era un soldado retirado, le faltaba una pierna y el ojo izquierdo, pero aún así, me dijo que era lo mejor que le había pasado en la vida, pertenecer a la guardia. Dijo que quizá sería un buen camino para lograr lo que quería, ser caballero, él había conocido a algunos también, incluso tenía compañeros que lo habían conseguido, así que me instó a alistarme, desde entonces ahorro, para comprar alguna ropa, para presentarme decentemente ante los soldados, para alistarme, ya sabemos lo importante que es la presencia ¿verdad? Sea a los ojos de quién sea, una camisa más o menos limpia y unos pantalones sin demasiados remiendos dan una muy buena imagen de la persona, el habla, algo que he aprendido con los años, hará el resto. Me enseñó todo lo que sabía sobre armas, a un nivel teórico, y practicábamos con palos pesados, imitando a los grandes mandobles de los caballeros... Luz, como me gustaba eso... Cada vez estaba más cerca de lograr mi sueño, y eso, eso hacía que cada día fuese mejor que el anterior, calidecía mi alma aún en los días más fríos, y miraba a los caballeros, con sus brillantes armaduras de otras formas. Ya no como dioses, sino como pronto, hermanos. Un día, de repente, desapareció, y hoy, dejo de escribir para comprar algo de ropa, y presentarme en el cuartel, con el fin de convertirme en caballero. Sea quien sea que lea esto, si es que algún día alguien lo llegase a leer, deséame suerte... Firmado: William (Sin apellido)
  21. Grol

    Grolkar Furia Maldita

    Nombre: Grolkar Furia Maldita Raza: Orco Sexo: Hombre Edad: 45 Altura: 2.15 Peso: 195 Lugar de Nacimiento: Nagrand-Draenor Ocupación: Aventurero Historia rápida Descripción física: Tras una vida entera marcada por la guerra el cuerpo de Grolkar esta lleno de horripilantes cicatrices que dan prueba de ello, este guerrero es considerado corpulento incluso por los de su raza. Habiendo nacido en el seno de un clan tan apegado a la guerra como es el clan Grito de Guerra, este porta símbolos de la horda tatuados por todo su cuerpo, ademas de la característica insignia del clan Grito de Guerra tatuado en su espalda. Tiene pelo largo acompañado de una pequeña barba color negro de la que resaltan canas debido a su edad. Sus ojos son enteramente color rojo intenso debido a haber bebido la sangre de Mannoroth. Un aro de hierro atraviesa su nariz. Descripción psíquica: Grolkar es un orco de un honor y orgullo tan grandes que muchas veces se convierten en defectos, es leal a la horda hasta la muerte, siente una gran admiración por Héroes como Grommash y Thrall, aunque la ascensión de este último significase un fin a su carrera de guerrero. Historia El cielo ardía en llamas, piedras de fuego llovían aquí y allá, un reducido grupo de orcos, humanos y elfos contenía una marea infinita de muertos vivientes, los ojos de Grolkar se iluminaban con un rojo resplandeciente nunca antes visto, espuma burbujeante salía de su boca mientras describía arcos con su hacha sobre los enemigos, un guerrero orco mas joven que el caía al suelo con la testa hundida provocada por un golpe contundente realizado por un guardia vil, una elfa nocturna se arrastraba por el suelo buscando la otra mitad del cuerpo de la que gracias a una abominación ahora carecía, un soldado humano yacía de rodillas recogiendo las entrañas que una oleada de necrófagos había desparramado por el suelo, el caos rodeaba al guerrero de la horda y poco a poco observaba como sus compañeros caían ante la interminable ola de no muertos o retrocedían bajo las heladas llamaradas que un Lich desataba, sabía que sus fuerzas no podrían aguantar mucho más, sabía que tenía que hacer algo, y tenía que hacerlo rápidamente. Grolkar podía fácilmente acabar con unos cuántos zombis, incluso con algún necrófago, pero el resto no muertos eran palabras mayores. Una enorme y gorda abominación llegó a la batalla, barría regimientos enteros de caballeros humanos con un solo golpe, y devoraba las entrañas de aquel tan necio como para desafiarle. Una luz proveniente de un poderoso druida con cornamenta de ciervo cegó a la bestia que aturdida, intentaba deshacerse de sus atacantes. El joven guerrero de la horda pensó en huir, en dejar sus armas y abandonar la batalla, pero esto no era posible, era un orgulloso miembro de los Grito de Guerra, su lealtad con la horda era como una cota de malla bien tejida, mientras los lazos de honor, amistad y lealtad se mantuvieran, nada la atravesaría, agito la cabeza intentado deshacerse de la opción de los cobardes y al rugido de "Los grito de Guerra son superiores" cargó contra el enorme no muerto, lo último que vio fue un gigantesco gancho de carne dirigirse hacia el. Grolkar despertó entre sudores, se llevó la mano al pecho, había una cicatriz enorme y horrible cuyo dolor era tan intenso que hacía que el enorme guerrero de la horda se retorciese y se quejase constantemente , Grol se volvió a dormir. Largo tiempo había pasado desde que su ahora herrumbrosa hacha había probado el dulce de la sangre, Grol añoraba aquellos años en los que sirvió bajo el mando del poderoso Grom Hellscream, desde que Thrall asumió el mando de toda la horda y por consiguiente del clan Grito de Guerra todo era distinto. Un guerrero consumado como Grol rebajado a servir como guardia de caravana en una perdida ruta de los baldíos, cuidando de unos cachorros sin dientes ni disciplina y subsistiendo a base de cecina de kodo. La ruta era aburrida y tediosa, de vez en cuando arrimaba un pequeño grupo de Jabaespines pero no eran rivales para la brutalidad y salvajismo con la que el severo orco luchaba. Grol observaba a sus compañeros con orgullo, todavía eran jóvenes e inexpertos, pero era lo único que le quedaba que se pareciese a su antigua vida de guerrero, el veterano cerró los ojos y recordó con melancolía la última batalla en la que participo, una batalla desesperada en la que el destino del mundo estaba en juego, luchó codo con codo junto a humanos y elfos contra un enemigo conocido como la Legión Ardiente, podía oír los gritos de horror, el olor a sangre y carne quemada, el entrechocar de… - Lok’tar camaradas. – La voz desconocida devolvió a Grol a la realidad que en un acto instintivo levantó su hacha.- Traigo un mensaje para el líder de caravana, un tal Grolkar Furia Maldita. El viejo orco portaba este apodo con vergüenza, ya que lo recibió cuando aceptó beber la sangre de Mannoroth, no podía soportar la idea de haber sido el perro faldero de los demonios que tiempo atrás condenaron a su gente. Furia Maldita enseño los colmillos al mensajero y arrancó el mensaje de sus manos, este llevaba estampado el sello de la horda, Grol empezó a leer: “ Honorable miembro de la Horda, he considerado la petición que me hiciste y tras mucho pensarlo he llegado a la conclusión de que debido a tus servicios prestados y a tu tiempo y veteranía sirviendo a la horda te concedo la oportunidad de ser relevado de tu cargo actual, serás libre de marchar y actuar como plazcas, siempre que esto beneficie a la horda de algún modo. "Jefe de Guerra Thrall “
  22. neorexx

    Solomon H. Springs

    ~Solomon Howard Springs~ ~Nacido en Kul'Tiras un otoño del año cinco~ ~Adoptado por el maestro Darius Springs~ ~Aprendiz de Encantamiento e Inventor~ Descripción Fisíca: Ojos tan verdes como el musgo de un roble, su dentadura está increíblemente blanca pues suele cuidar bastante su higiene, mantiene su cabello rubio atado por un lazo negro, pueden verse mechones que salen del frente ondulados dando cierto estilo a su cabellera, lleva una barba que a su gusto prefiere no cortar tan seguido. Tiene un porte firme y un andar que denota caballerosidad, pesando sus 68 kg y midiendo 1,82 m éste hombre de aspecto algo delgado no tiene pinta de granjero ni de leñador, aparenta ser alguien elegante a pesar de lo poco que tiene, sin embargo lo consigue. Descripción Psicológica: “Crear es para lo que estamos hechos, nuestra historia nos lo ha demostrado. Quien sabe hasta qué punto lleguemos, ¿Qué la cosecha se recoja sola? ¿Qué el hombre no necesite escribir sus cartas? ¿La comida se haga en unos segundos? Todos son sueños, y depende de nuestras manos y mentes hacerlos realidad. Veo hacia el futuro y me asombra lo que pueda encontrar, por eso pienso participar en él, ese es mi sueño. Y puedo decir que vale la pena pelear por él” ~Historia~ 02/09/31 Vale…dudaba que tuvieran siquiera papel en esta suerte de embarcación, pero aquí estamos. Querido maestro Darius, si está leyendo esto quiero que sepa que me disculpo por el desorden que he dejado en el cuarto, ah y tomé cierto tomo de tu “sagrada e intocable” biblioteca, también me disculpo por ello, ya se dará cuenta que tomo es cuando la revise de pies a cabeza, si, sé que lo hará. Voy a extrañar a la familia, al buen perro Braun, a mi pueblito natal Téralo…espero que el viejo Jacob no necesite mantenimiento por un buen tiempo, pero a pesar de tantas cosas más que vaya a extrañar, como la comida de la tía Maggie, tengo un sueño que alcanzar. Como bien sabrás, me has enseñado el arte de inventar, de salir al mundo y cambiarlo una pieza a la vez, me has enseñado las artes arcanas…nunca sabré por que le dejaste tanta sabiduría a alguien como yo, pero lo agradezco. Ahora es momento de cumplir ese sueño, el de viajar dando a conocer mis inventos y experiencias con la gente, no quiero estancarme reparando rifles y cerrojos…no, quiero ver que tiene que ofrecerme el mundo de allá afuera, espero que lo comprendas y sigas siendo mi amigo y mentor, hasta pronto. -Solomon Howard Springs -¿Por qué las despedidas son tan duras?…- dijo el viajero que, con un fuerte frío en sus manos, enroscó el papel, lo metió en una botella tapándola con un corcho y la arrojó al basto mar de Kul’Tiras. El hombre vio por una vez más su tierra natal y se dejó llevar por la brisa que impulsaba al barco hacia su destino. Las tierras de Elwyn, donde empezaría su nueva vida de inventor y mago, un duro viaje lleno de gente…interesante digámosle así, donde acabaría llegando con menos de lo que partió por alguna razón.
  23. neorexx

    [Historia] Vincent Farrow

    Nombre: Vincent Farrow Raza: Humano Sexo: Hombre Edad: 24 Altura: 1,71 Peso: 70 Lugar de Nacimiento: Villadorada Elwyn Ocupación: Cazador de monstruos Historia completa Descripción física: Cabellos largos y ondulados rodean su cabeza con un color oscuro tirando un poco más a marrón que a negro, bajando por su frente y ceja derecha un tajo haciendo de cicatriz junto con otro en la mejilla, su nariz es firme y ligeramente curvada, la mirada de Vincent parece en todo momento atenta y expectante con unos ojos de color semejante a la miel y de parpados un tanto finos acompañados con unas cejas que realzan su expresión facial haciendo de éste un rostro interesante. Bajando desde sus patillas una barba ligera que cubre la mandíbula y el mentón llegando a parte del cuello, su piel es un tanto pálida pero con buen tono, de estatura mediana y peso ligero llegando a medir 1,71m y pesando alrededor de setenta kilos teniendo un cuerpo ágil y atlético acorde a su estilo de vida. Descripción psíquica: Vincent es alguien impredecible mentalmente, posee un ingenio y astucia que su percepción de la vida podría ser muy distinta a la de los demás, sin embargo no es consciente de esto y no se comporta como tal, como si solo sacara ese potencial cuando lo necesita y cuando no, pareciera que hablas con alguien distinto, alguien libre que juega bajo sus propias reglas, alguien atrevido, sarcástico, seguro y que mantiene una leve informalidad a la hora de hablar. Detrás de eso se encuentra el Vincent observador que atentamente calcula cada paso a dar y cómo actuar en cierta situación. A veces y tan solo a veces, disfruta de dejarse llevar por lo que venga, de actuar sin pensar aun qué eso vaya en contra de las probabilidades que le dicta su conciencia, de mirar al peligro y decir ¡A la carga! Como si no importara el número de enemigos o la calidad del equipamiento, tan solo vive el momento con la libertad y atrevimiento que su otra cara le impone. ~Historia~ Una perla entre cenizas -Vince…Vince, despierta- se oye la voz de un niño de unos once años. -Uhm…*despierta algo desanimado* ¿Que pasa Mike…?- dice el joven Vincent. -El viejo Evereth dejó solo su negocio, si nos apuramos podemos llevarnos un par de cobres- propone Mike. -Ya veo, bueno veamos que conseguimos. Tu vigilas yo me encargo- contesta Vince. -Vamos-concluye el joven Mike. Michael y Vincent eran el dúo dinámico de malhechores juveniles del orfanato, que abandonados a su suerte de tan jóvenes no hallaron otra manera de conseguir lo que querían si no robando y engañando de las maneras más astutas posibles para dos niños de once/diez años. Problemas los encontraban pero sabían salir de ellos impunemente mediante la astucia de Vince y la mente criminal de Mike. Poco les quedaba por perder, al no tener una figura paterna de autoridad ni una madre a quien no defraudar, hacían lo que querían cuando querían y si eso implicaba llevarse a “casa” algo ajeno que les gustara lo hacían. Pero…hablemos de Vincent, él a pesar de lo que hacía no era un criminal cualquiera, no, él era alguien muy enfocado, con una gran capacidad, alguien que aun que parecía dar el 100% luego te sorprendía con algo aún mayor. ¿Serán las malas compañías que lo llevaron a esto? ¿Serán ambiciones propias? Ni él lo sabía, solo quería ser alguien que no se dejara pisar por otras personas. Adopción y Nueva vida Vincent quizás no fue alguien brillante por su bondad y respeto en la niñez…pero, algo vio él, aquel hombre que caminaba como si cada paso que diera fuera el último pero lo hacía con orgullo, alguien que denotaba poder pero no en malas manos, que traía cierta seguridad a tu vida cuando te miraba. Su nombre era Erick Farrow y cambiaría la vida de Vincent al adoptarlo meses después. A Vince por otro lado, no le hacía mucha ilusión ser adoptado, la vida de un bandido le trataba bien al menos en su niñez, no tenía mucho por lo que preocuparse y se divertía con su mejor amigo Michael. Preparando sus cosas para mudarse de hogar se encontró con un recuerdo del pasado, la insignia que le había dado su difunto padre, quien sabe cuánto tiempo guardó aquel trozo de metal dorado que poco tenía de especial…pero para él era algo, un indicio de que tuvo una familia, por poco valor que denotara un pedazo de pasado, para Vince era un tesoro. A la mañana siguiente conoció a su padre adoptivo, éste era un hombre de treinta y seis inviernos que poca cara tenia de ser alguien amoroso y paternal, algo como esto pensaba Vince: ¿Tu, mi padre? ¿¿Enserio?? ¡Pero si parece que le pega a una pared y tira abajo la casa! Eso dejaba aún más a entender la primera impresión que daba Erick de ser alguien respetable y que nadie se atrevería a meterse con él, algo que en cierta manera agradó a Vincent, pues él quería ser alguien así en el futuro. -¿Y bien, cómo te llamas?- preguntaba su nuevo padre. -Vincent, señor- contestó el niño. Sonriente al oírle hablar se presenta- Bien me llamo Erick, un gusto Vincent espero que te sientas cómodo aquí- señalaba con la palma la gran casa cercana al bosque a la cual estaban llegando. -Oh, s…seguro- se hallaba mirando asombrado lo que para él era una mansión. Las siguientes semanas se convertirían en una experiencia para Vince, pues él nunca había vivido este tipo de vida donde se trabajaba para conseguir lo que uno quería, había mucho por mantener en aquella casa, vivir allí con Erick le enseñó la satisfacción de obtener recompensa por el trabajo duro. Erick era alguien que le gustaba cosechar lo que sembraba, cazar lo que comía y vestir lo que cazaba, pero… había algo que él ocultaba, Vincent ya se había dado cuenta y le daba cierta curiosidad, pero respetaba sus asuntos…sin embargo era algo muy específico, pues los jueves y sábados normalmente desaparecía de la casa todo el día y regresaba con una bolsa de monedas. Dos meses después Vincent es enviado a empezar sus estudios, nuevamente esto no le entusiasmó mucho que digamos, pero era lo que tocaba. Sin embargo eso no cambiaría el carácter rebelde que llevaba siempre consigo, siendo él el “chico malo” de la clase, encontrando problemas por donde pasaba y haciéndose respetar entre los suyos. No era alguien con quien quisieras meterte, pero tampoco alguien agresivo, simplemente iba a lo suyo y quien se pusiera en medio lo pagaría de algún modo. Su reputación de rebelde atraía las miradas de varios, algunas de desprecio y otras de admiración, pero ninguna le importaba…era alguien libre. A lo largo de los años Erick fue imponiendo cierto manejo del combate en Vincent, esto en cambio sí le agradaba más que los estudios y obligaciones, era donde se sentía cómodo y se dejaba llevar mediante una espada o sus puños, entrenaba ágilmente y sobrepasaba todos los obstáculos que le ponía su padre adoptivo, de alguna manera esto se sentía como una constante prueba y Erick veía con orgullo la capacidad de su hijo no solo en físico sino en razonamiento, pues de vez en cuando le hacía preguntas específicas que un adolescente normal no sabría responder con la precisión de Vince. Pronto algo sucedería que cambiaría su vida. Ecos del pasado -Vincent, despierta hijo…- la voz de Erick despertó a Vince en mitad de la noche, ésta sonaba un tanto distorsionada por algún tipo de sonido agudo. -¿Hm?... ¿Qué pasa viejo?- dijo Vincent al abrir los ojos. -Acompáñame, tenemos un asunto que atender…- contestó su padre adoptivo. -Bien *bosteza* cinco minutos más- -¡Despierta!, esto es serio- -Ya qué…- concluyó Vince. Ambos siguieron hasta fuera de la casa, se dirigieron por un camino hasta la espesura del bosque donde siguieron caminando por un tiempo, hasta que Vincent ya empezaba a dudar un poco sobre qué hacían y donde estaban. Notó que la vegetación era distinta, pues había vivido demasiado tiempo por allí como para no notarlo, la brisa no movía las hojas de los árboles, algo raro estaba pasando y el comportamiento de Erick no ayudaba a disimular todo esto. -Oye… ¿A dónde vamos exactamente?- preguntó Vince. -¿Recuerdas todos esos días en los que no llegaba a casa?- -Bueno… si, pero ¿eso que tiene que ver con lo que pregunté?- -Verás Vincent...oculto muchas cosas y quiero que sepas que es por tu bien el que no te las diga… pero esto… tu pasado, no puedo ocultártelo…- contestó Erick. -Mi… ¿pasado? ¿de qué hablas?- -Solo sigue caminando, no faltará mucho para que te des cuenta de que hablo- El misterio se sentía por todas partes, Vincent solo caminaba por un sendero desconocido para su persona, las horas pasaban y empezaba a perder la cordura, sentía que caminaban en un bucle pues todo era lo mismo, el mismo árbol, las mismas sombras, el mismo aroma… todo esto y el extraño comportamiento evasivo de su padre hizo que dejara de pensar lógicamente, poco a poco la paranoia invadía su ser, hasta que respiró hondo y empezó a meditar que sucedía realmente llegando a la conclusión de que esto no era real, aprendió a esquivar sus sentidos básicos ignorando lo que se veía, olía, oía y sentía, rompiendo así la barrera que había entre realidad y sueño que estaba experimentando. Sin darse cuenta ya no veía mucho, estaba ahora en un lugar oscuro y lúgubre del que no tenía recuerdo alguno que existiera por los bosques. -¿Qué…es este lugar?- se preguntaba asombrado por lo que pasaba a su alrededor, pues en un parpadeo pasó de estar caminando por un verde y soleado sendero a estar parado en tierra de nadie con el constante sentimiento de tensión que había en el aire. -¿Hm? ¿De qué hablas?...- contestó Erick. -Sabía que esto no era real… dime viejo, ¿Dónde estamos?- dijo Vince. -Vaya…evadiste mi ilusión por lo que veo- dijo Erick interrumpido por el llanto de personas y el chocar de las cadenas- Demonios, está aquí…- -¿Quie…?- -Baja la voz, debemos escondernos antes de que nos vea, rápido ve a ese arbusto- ordenó Erick interrumpiendo el habla de Vincent. Y así lo hizo, mantuvo total silencio detrás de lo que parecía ser un arbusto, la neblina jugaba en cierta forma a su favor en ese camino boscoso que se veía alrededor, se escuchaban los pasos de un corcel y el sonido de las cadenas acercándose poco a poco, un frío sudor recorría la frente de Vincent tras oír el inesperado indicio de compañía que estaba llegando. Aquella figura obscura que recorría montada en caballo, arrastraba lo que parecían ser personas atadas por férreas cadenas, lo que hasta ahora era un sueño extraño se convirtió en una pesadilla muy real que vivía el escondido Vincent tratando de evitar ser uno de los prisioneros de esa criatura humanoide. Al pasar un par de minutos Erick le hace una seña para que salga-Despejado, ven debemos seguir- -Ni hablar, viste esa cosa, ¿en dónde demonios estamos?- -Si quieres que esa “cosa” no nos encuentre debes moverte, vamos te explicaré todo cuando estemos con los demás- -¿Los demás? *suspira* Bien…- concluyó Vincent. Siguieron caminando hasta hallar el sitio donde se encontraban las otras personas de las que habló Erick, éstos eran hombres y mujeres armados de aspecto peculiar, pues todos parecían fuertes guerreros centrados en lo que hacían. -Te presento a la hermandad- dijo Erick -Así que este es el famoso Vincent, eh- dijo uno de los guerreros que se encontraban preparándose para lo que parecía ser una fuerte batalla. -Él es Roger, uno de los más habilidosos con la magia que conozco- -¿Magia?- Vincent observaba intrigado al tal Roger, pues nunca había tenido contacto alguno con la magia. -Así es, pero ese no es el caso ahora, ¿hay noticias del jinete capitán?- pregunto Roger a Erick -*asiente* Nos lo hemos topado de camino a aquí, si nos apuramos podremos rastrear sus pasos hasta “la guarida”- contestó a Roger. -Ya veo, reuniré al grupo- concluyó éste. -Sigo sin entender todo esto…- dijo el joven Vincent. -Lo sé hijo, todo se aclarará pronto. Por ahora debemos seguir el rastro de aquel jinete o las vidas de esas personas correrán un destino fatal… ¿Estas con nosotros?- dijo el “capitán”, como lo llamaban los demás, mientras le extendía la mano para levantarlo. Vincent un poco dudoso tomó su mano y siguió con el grupo, en el camino no podía evitar preguntarse tantas cosas que trataba de deducir por sí mismo en base a lo que vivió. -Ya veo, esto es lo que tratabas de ocultarme todo este tiempo...pero, ¿Por qué mostrármelo ahora? ¿Qué tiene que ver esto conmigo Erick?- preguntó el ahora calmo Vincent. -Todo tiene un porque…en éste caso el porque es muy doloroso para ti…- contestó penoso Erick. -Sabía que tenía que ver conmigo, dime que es, no es justo que camine a ciegas entre extraños en un lugar extraño con un psicópata extraño rondando por ahí…- -No es tan simple…verás, ese “psicópata” es tu padre Vincent, o al menos lo era antes de ser convertido en lo que es…-contestó el todavía penoso Erick, esto era personal para él. -Mi… ¿mi padre? No… ¡Mi padre era un soldado Erick! Uno que dio la vida por éste reino…- dijo Vincent sorprendido y un tanto molesto. -Lo sé, yo mismo le vi morir hijo…como te dije es complicado- contestó nuevamente el capitán. Ahora las dudas de Vincent se habían disparado aún más, cada vez entendía menos pues la imagen que tenía de su padre no era otra que de un honorable soldado. Pero según lo que planteaba Erick, algo había pasado y debía llegar al fondo de esto. La llamada de la Fatalidad //Musica totalmente recomendada para este capitulo. Allá donde la niebla se tornaba aún más densa, donde la luz lunar no penetraba en la espesura del bosque y donde yacían los restos de muchos desafortunados que cayeron en éste infernal hueco de podredumbre, los valientes cazadores se adentraban con desdén a lo desconocido, al terror que infundía el finísimo hilo de cordura que mantenía el ambiente de aquel lugar llamado… las catacumbas. Los cazadores encendieron luminosas antorchas para ver por el camino, espadas en mano y todos en un constante sentimiento de alerta caminaron hacia adelante, donde se oía el eco de las almas torturadas y el alarido de inocentes en peligro. Poco a poco se acercaban hacia el culpable de todas estas atrocidades, lo que no sabía Vincent es que no solo era aquel caballero negro montado en monstruoso corcel al que Erick llamó padre suyo…no, detrás de él se encontraba un nigromante que movía los hilos entre las sombras. La hora se acercaba, empezaba a verse una luz azulada tan letal como un animal acechante, esperando a devorar su presa en cuanto ésta se descuide. Los pasos debían tornarse cada vez más silenciosos, las antorchas tan apagadas como una fogata bajo la lluvia, la cobardía y el miedo no estaban permitidos, no para aquellos que querían seguir vivos en aquel lugar profano. En cuanto a Vincent, hacía lo que podía para mantener la cordura, mientras sostenía tembloroso el mandoble, las intenciones de matar se sentían por todos lados, nunca había presenciado este peligro y tensión en su vida, pero algo le decía que todo estaría bien en compañía de Erick, el capitán de los Cazadores Oscuros. -¿Y bien, sienten cómo sus almas se retuercen de dolor? ¡Jajajaja!- se oía una voz femenina regocijándose del horror que sufrían sus prisioneros. -¡Cariño tráeme la sierra! Estoy inspirada ¡Ja!- -Esa voz…era lo que me temía-dijo Erick entre susurros al escuchar la familiar voz de la nigromante. -Está torturándolos capitán, espero sus órdenes…- dijo uno de los cazadores. -Bien, es el momento… prepárense para atacar, ya saben la formación- decidió el imponente Erick. -Mierda…-comentó Vincent. Y avanzaron firmemente hacia el peligro, un grupo de seis contra un nigromante y su guardián, la batalla se libraría al poner un pie fuera de los pasillos de la catacumba hacia la recamara del nigromante. -¡Vaya! ¿Pero que tenemos aquí? Erick Farrow, eh- decía la demacrada figura de una mujer que parecía alejarse cada vez más de lo que era un humano. -Catherine… así que al final esto es lo que has escogido, ¡ser un monstruo!- dijo Erick preparado para matar. -Oh, por favor, no me des el discurso de turno ¡Jajaja!- contestó burlona Catherine. -¡Estás enferma! Mira lo que les has hecho a estas personas… ¡Mira en que convertiste a Will, tu esposo!- dijo Erick revelando una verdad que dejó atónito a Vincent. -¡Basta de charla! No querrás hacerme enfadar señor bondad y valentía- concluyó la nigromante. -M…madre…- dijo entre lágrimas Vincent. -Hijo ya no es tu madre, ¡ponte en guardia!- le contestó el preocupado capitán. -¿Vincent?..... Trajiste… a mi hijo ¿¡aquí!? ¡¡Tu atrevimiento no tiene perdón Erick Farrow!!- al enterarse de lo que hizo Erick, Catherine rompe en profunda ira y ataca a los cazadores junto con su “esposo”. -¡¡Calla arpía!!- y así cargó Erick a la batalla contra la nigromante, sin embargo el caballero de negra armadura con una sorprendente fuerza detiene a Erick, en la batalla los cazadores esquivan constantemente el enorme mandoble del caballero, mientras que Roger el mago se encuentra canalizando un potente hechizo. -¡Ja! ¡Veamos que tienes niño!- dijo provocante al mago que trataba de hacerle frente. El caballero se fija en el mago y va hacia él tratando de asestarle un espadazo, pero es detenido por una barrera arcana. Erick aprovechando el descuido del caballero hacia su ama, carga contra la nigromante cruzando espadas entre ellos. -No me hagas reír por favor- dijo Catherine al parar el ataque de Erick con su guadaña- ¡Toma esto!- con un rápido movimiento de mano izquierda disparó una línea azulada que conectada al cuerpo de Erick lo debilitaba. -¡Arghh! Sue…suéltame, tu… ¡despreciable traidora!- bramó resistiendo a la profana magia de la nigromante. -Como dije, no tienes perdón alguno Erick Farrow, ¡estaré encantada de darle muerte al legendario cazador de monstruos que eras! ¡Jajajaja!- con una expresión desquiciada Catherine denota su sed de sangre al hacer otro hechizo desgarrador dedicado a él. De repente empieza a escucharse un ruido desde las entrañas del suelo, los ataúdes se movían y Vincent no podía hacer más que paralizarse frente a esa escena, donde había conocido a sus padres de la peor manera que se pudiera imaginar. -¡Vincent! Aghh, ¡¡Huye hijo!!- dijo el capitán tratando de que Vince vuelva en sí. Pero allí se encontraba, mirando la insignia que le había dejado su padre, aquella que guardaba y llevaba consigo durante todos estos años, justo cuando parecía que los cazadores caerían aquel día Vincent se secó las lágrimas, se levantó, miró fijo a su ahora monstruoso padre e hizo algo que nadie se esperaba. -¡¡Padre!!- dijo él con un grito que retumbó en toda la cripta. -¿¡Acaso no recuerdas a tu hijo!? ¿¡Acaso no recuerdas éste emblema que compartiste con él!?- concluyó lanzándole el dorado emblema. Él caballero había atrapado el distintivo, lo observaba como si algo dentro de él lo reconociera, ¿Un último indicio de humanidad yacía dentro de esa coraza negra? Los cazadores esperaban expectantes la reacción de la criatura, ésta sin más que ver cerró la palma y se quedó en silencio profundo, siguiendo con su labor de matar al mago. -¡Ja! Buen intento, pero mi dominio sobre él es absolu…- dijo Catherine antes de ser atravesada por el espadón de Erick en el abdomen- ¡Aaghh! Tu… escoria- dijo a Erick antes de ser golpeada por su escudo. -Menos charla- contestó el capitán. La nigromante tratando de recuperarse del aturdidor golpe llamó a su caballero para que le brindara ayuda, pero éste no reaccionó. -¡¡William!!- gritó de nuevo. -¡¡¡Graaaaaaagh!!!- desprendió tremendo rugido el caballero que resonó por las catacumbas enteras, al parecer el golpe de Erick había desprendido a éste del dominio mental de la nigromante, librándole de su falta de voluntad. -Ca…cari…ño- decía la nigromante mientras se desangraba- Nuevamente bramó el caballero caído y de un agitado movimiento partió a su mujer en dos, dejando un rastro de sangre y órganos por el lugar. Aquella noche terminó al fin, William el padre de Vincent, decidió ser destruido pues no podía cargar con todas esas vidas con las que acabó en su no-muerte, era un hombre bueno, de honor y fe que por culpa de una desquiciada mujer acabó convirtiéndose en un monstruo. Eso le partió el corazón a Erick, eran buenos amigos en el pasado, habían luchado juntos en crudas batallas, pero todo tiene un porque. Catherine era una maga de guerra enamorada de Will, ambos se querían mucho, tanto que incluso en la muerte de él Catherine vio esperanza, se negaba a aceptar el destino que le tocó a William y dejó a su hijo atrás para ir en busca de un poder que le permitiría volver a ver a su amado sin importar el costo, a esto es lo que llevan los poderes oscuros después de todo, a consumir todo lo que quieres. A pesar de que Vince había sido abandonado y dejado a merced de la dura vida de crecer sin padres, Erick estuvo ahí para encontrarlo y lo hizo, era lo menos que podía hacer por su difunto amigo. Al llegar a casa Vincent no hizo otra cosa que encerrarse en su habitación, no a llorar ni a lamentarse, si no a reflexionar. Estaba pensando y tratando de encontrarse a él mismo para tomar una decisión que cambiaría el rumbo de su vida para siempre, ser uno de ellos. Meses después Vincent era entrenado bajo el brazo de los Cazadores Oscuros como un hermano de la orden, sus capacidades fueron bien recibidas en el gremio ya que era hábil con la espada y la estrategia, le llamaban “Neblina”. Sus miedos tuvieron que ser puestos a prueba y superados incontables veces, las monstruosidades que vería serian acaparadas por un sentimiento de justicia y valor que inspiraba al más débil en la batalla. Así serían sus días por unos años más…hasta que el fatídico día llegó. Festín para el Verdugo -¡Las sombras a las que nos enfrentamos claman venganza mis queridos hermanos y hermanas! ¡Sin embargo tenemos algo que ellos no!...quizá no sea poder o fuerza… ¡Pero es algo que nos mantiene unidos en cuerpo y alma! ¡Es la voluntad para darle una mano al mundo cuando todos le dan la espalda! Cuando no queda ni una gota de esperanza que exprimir… y si hemos de caer… ¡¡Nos levantaremos para dar pelea un día más!!- -Si…aún recuerdo ese discurso, ¿cómo olvidarlo?...después de todo, por algo he venido aquí- reflexionaba Vincent de camino a su antiguo hogar. La casona que antaño había sido el lugar donde todo dio comienzo, ahora en su decadente estado dejaba a simple vista un incendio que había arrasado con ella hace tiempo ya, pero Vincent sabía bien que había pasado con ella, era la misma razón por la que había huido de sus raíces. Una muerte acechante le perseguía a donde iba…el Verdugo le llamaban antaño los Cazadores Oscuros. Un ser que pocos osan llamarle humano, nadie ha visto su rostro y vivido para contarlo, solo se sabe que era antiguamente un caballero, pero ahora consumido por la sed de sangre y poderes profanos vive para servir a los brujos con los que lidiaba la hermandad… La Orden Ataúd de Plata. Al entrar a la casa, entre mucha madera quemada, ceniza y ruinas Vincent encontró algo, él no sabía como pero eso vio en su sueño, debía volver a la casa de Erick a buscar respuestas, y encontró algo más valioso, una carta…un adiós. Para mi amado hijo Vincent: Mi hijo, sé que siempre te fastidió que te llamara así, te gustaba considerarme como un amigo, un colega, alguien cercano. Quizá nunca te escuche decirme papá, quizá nunca pueda darte un abrazo y demostrar el aprecio que tengo por ti, pero a pesar de eso, sé que somos una familia, eres todo y lo único que me queda. Y por eso escribo esto…para que en el día en que ya no esté a tu lado sepas que estoy orgulloso del hombre en el que te has convertido. Aunque no lo sepas aún, tu grandeza supera la mía por mucho, y no siempre tomarás las mejores decisiones pero a pesar de eso debes caminar siempre con orgullo de los pasos que has dado. Cuida a los que te rodean hijo mío, pues en esta tierra lo único que nos aleja de ser los monstruos que somos, es la compañía de nuestros seres amados. Buena suerte, sé que lograrás grandes cosas. Atentamente Erick -...Padre...no dejaré que destruyan tu legado- dijo el ahora adulto Vincent al leer la carta final de Erick. Ese mismo día dejó atrás las sombras que lo rodeaban, dejó atrás el miedo que enfrentaba, tomó la iniciativa de vivir para luchar un día más cuando escribió la carta que convocaría a sus hermanos de nuevo al mundo que siempre enfrentaron. Los Cazadores Oscuros se reunirían una vez más tras dos años de esconderse entre las sombras.
  24. Nombre: Klamendor Daal'inar Raza: Quel'dorei Sexo: Hombre Edad: 84 Altura: 1,83 Peso: 78 Lugar de Nacimiento: Quel'thalas Ocupación: Ninguna de momento Historia completa Descripción física: De cabellos marrones claros, lleva una barba de mentón y cejas alargadas, klamendor es un elfo joven y apuesto aparentando unos 19 años humanos, tiene labios un tanto finos junto con una nariz delgada pero firme, goza de buena salud y físico teniendo una musculatura atlética, tiene un par de cicatrices en la espalda y hombro derecho. Descripción psíquica: Klamendor tiene una actitud un tanto rebelde, no suele dejarse pisotear por nadie, es alguien impulsivo que deja en claro que no se metan con él ni con sus amigos, si le importa alguien aun qué sea un poco lo defiende sin dudar, suele meterse en problemas por su actitud, particularmente con las autoridades, pero sabe cómo cuidar de sí mismo en ciertas situaciones, no siente respeto alguno por nadie a menos que lo merezca, sin embargo sabe callarse cuando es debido. Debido a su falta de memoria se sorprende por lo desconocido y tiende a curiosear bastante, quizas su actitud no sería la misma si tuviera sus recuerdos originales, pero es lo que aprendió a ser y es la actitud que se le acomodó segun las experiencias que tuvo. Historia La luna brillaba de tal manera esa noche en Quel’thalas, la lluvia calma pero duradera no dejaba un alma en las calles de la gloriosa ciudad, excepto un elfo que esperaba en los escalones de su hogar. Aquella noche Alvia estaba dando a luz a su futuro hijo, las horas pasaban y para el amanecer el niño había nacido. La puerta se abrió, recibiendo al hermano de Alvia el cual estaba fuera con sus pensamientos. -Pase señor- decía una quel’dorei que hacia el rol de partera. El joven espabilando se levanta del escalón y se dirige dentro para ver a su sobrino. Alvia cargaba al niño mirándolo con felicidad, al escuchar los pasos de su hermano le dirige la mirada y una sonrisa. -Lauren, ven saluda a Klamendor- el quel’dorei de roja cabellera se inclinaba para darle un vistazo al pequeño. -Klamendor… como nuestro abuelo- sonriendo un poco- bienvenido a la familia pequeño. El niño nacido en la familia Daal’inar, si bien era feliz con su madre, había crecido sin un padre ya que éste había caído en una escaramuza trol. A pesar de eso Lauren, el hermano de Alvia, hizo lo que pudo para darle lo más parecido a un padre, un hermano mayor, sin embargo él debía ocuparse de cosas importantes ya que era miembro de los forestales al igual que el esposo de su hermana, por lo que no tenía mucho tiempo para el pequeño. Lauren recordaba a su abuelo con mucho cariño, éste le contaba historias asombrosas de los misterios del mar y criaturas inimaginables, por lo cual decidió hacer lo mismo con el pequeño, a las noches le leía de un viejo libro de su abuelo. Klamendor era maravillado con esos relatos, él esperaba ansioso la siguiente noche ya que era de los momentos que mejor la pasaba con su “hermano mayor”, sin embargo cada vez se hacía menos frecuente la llegada de Lauren al pasar los años, ya que era de los soldados más valiosos y eficientes teniendo así responsabilidades cada vez más pesadas. El niño asistía a una Academia todos los días, no hacía muchos amigos pero era buen estudiante, durante un buen tiempo mantuvo esa actitud hasta que empezaron los problemas, constantemente era molestado por un grupo de niños, aprendió a ignorarlos hasta cierto punto, pero eso duró poco. Cuando Klamendor perdió la paciencia no supo otra manera de reaccionar más que a puñetazos agarrando al “líder” del grupo, la pelea no duró mucho ya que los separaron, pero a partir de entonces su actitud cambió completamente, cosa que le trajo más problemas. Una tarde volviendo a su casa, fue acorralado en pleno callejón para ser golpeado. -¡¿Y ahora que quieren?!-Les decía Klamendor. -Tu qué crees, darte lo que te mereces Daal’inar-Contestaba uno del grupo -¿Pensabas que no te devolvería el favor?- Contesta el “líder” Klamen aun que tenía miedo enfrentaba firme a los brabucones. -Entonces ven y pelea, no traigas a tu estúpida banda de subnormales- Decía con tono provocante -Jaj, ¡a darle chicos!-Respondía el líder El chico esquivaba y golpeaba como podía, algo había aprendido de su “hermano mayor”, pero no era suficiente, luego de ser golpeado un par de veces se ve tirado en el suelo con esperanza de que paren. -Y.. eh..¿a qué te sabe el suelo?-Decía el líder entre un par de jadeos por la pelea. Y en ese momento Klamen ve entre las piernas del chico a alguien que se acerca, y es entonces cuando ese alguien ya está detrás del “líder”. -Eh?, quie..*paf!*- el chico sale disparado contra una pared de una patada que lo deja en el suelo tratando de asimilar que pasó. Los demás se mueven rápido e intentan levantar a su amigo, mientras que Klamendor en el suelo mira un poco hacia arriba esperando ver el rostro de su “salvador”, siendo obstruido por los rayos del sol. -Quien…ah, quien está ahí?- preguntaba el pobre de Klamen tratando de levantarse. -Descansa, yo me encargo- decía con una voz femenina mientras que se dirigía al grupo. -¡Qué demonios!- decía el líder mientras se levantaba para devolverle el favor al que le golpeó. En ese momento Klamen ve como rápidamente rodean a la elfa de blancos cabellos, pero la chica les hacía frente para defenderlo, un espectáculo de puñetazos bien dados por parte de ella se ve hasta que la logran agarrar. -¡Ya la tenemos!-Exclamaba uno de los brabucones cansado por la pelea. Klamendor sin quedarse atrás se levanta y la ayuda tirando al elfo que la tenía, ahora trabajando en equipo para enfrentarlos. -¡Mierda, venga nos largamos de aquí!- decía el líder con miedo. -¡Imbeciles!- Klamen intentaba perseguirlos, pero es detenido por la chica. -Ya suficiente, les hemos dado una buena- decía ella sonriéndole un poco. -Querras decir tú…¿Quién eres, por qué me ayudaste?-dice él. -Oyee, ¿¿y el gracias por salvarme??- dice la chica cruzándose de brazos. -Yo hubiera podido con ellos…- dice él quitándose el polvo de la ropa. -Claaaro, y por eso estabas en el suelo ¿no?- dice ella con cierta ironía entre risas. -¡Calla, me atacaron entre cuatro no es nada justo!- dice él tratando de excusarse. -Ya ya, *ríe un poco* ¿Cómo te llamas?- Pregunta la chica -Klamendor…Klamendor Daal’inar, gracias supongo.. ya sabes, por venir- Contesta, ya un poco más tranquilo. -No agradezcas*le sonríe y le golpea el hombro amistosamente* Klamendor eh, yo soy Lirya, un gusto- -Igual- Klamendor contesta sonriente. -¿Sabes?, te queda mejor Klamen, te diré así de ahora en adelante- -Claro- concluye él Y asi el joven Klamendor conoció a su primer gran amiga, Lirya era un poco mayor que él, pero se entendían bien. Al cabo de unos años ella ya era instruida para ser forestal, lo cual despertó en Klamen cierta curiosidad, por lo que decidio hablar con Lauren a cerca de eso. Klamendor nunca había mostrado interés alguno por lo militar, ni había tocado una espada o arco en su vida, pero si quería ser parte de los forestales debía ser entrenado pronto, cosa que Lauren facilitó al joven elfo, él dio su firma y recomendación para que entrenara junto con su maestro, cosa que no fue fácil de conseguir, pero era un Daal’inar… ser forestal corría por sus venas, por lo que fue aceptado en poco tiempo. El entrenamiento era duro, pero efectivo . . . pronto el joven indefenso que era Klamendor se convertiría en un fuerte miembro de las filas de Quel’thalas, su destreza con el arco dejaba un poco que desear, no era lo más preciso que había pero con su espada lo compensaba, rápidamente fue ganando una buena maestría en el combate cuerpo a cuerpo, por lo que debía trabajar un poco más en el arco si quería ser aceptado. Cosa que logro con esfuerzo y dedicación, sin embargo Klamendor aún era muy joven, su fortaleza no era tan apreciada en los forestales, por lo que se sentía desanimado. A pesar de eso llegó el día, iría en una misión con Lauren, al fin saldría a la acción verdadera que tanto ansiaba. . . pero lo que encontró allí no fue lo que esperaba. Los cadáveres de sus compatriotas forestales, algunos decapitados, otros cercenados hasta la muerte, poquísimos eran los sobrevivientes y aún más pocos eran los que hablaban, pero el que hablo dijo algo que hizo recorrer un escalofrío por todos los forestales. -E..Es..Una em..emboscada… Ya..vienen- El elfo moribundo y sangrando hablaba entre balbuceos, pero se oía bien lo que dijo. -Forestales! Formación 4 ya!- Se escuchaba la orden del capitán de escuadrón. Lamentablemente ese día eran pocos los del escuadrón, no se esperaban lo que venía. De repente un buen grupo de trols Amani se enfrentaban ferozmente a los elfos que bien organizados se defendían como podían, pero no era suficiente . . . Klamendor en el fervor de la batalla combatía junto a Lauren protegiéndose el uno al otro, ellos dos junto con otros 5 se defendían ante el ataque trol. Lauren se aleja un poco sin notarlo entre que era atacado por tres trols y no es asistido como se debería, Klamendor al notarlo ataca con más furia tratando de alcanzar a su hermano, pero ya era tarde habían atravezado a Lauren con una lanza en el abdomen. -¡¡¡Noooooooooo!!!, ¡!Hermano!!-Grita con furia y tristeza dejándose llevar tratando de alcanzarlo -¡¡Recluta dos no se aleje!!-Ordena el jefe de escuadron. -¡Pero Lauren..!-Contesta Klamen siendo callado. -¡Ya ha muerto!, ¡¡¡Retirada!!!- Por miedo o cobardía el jefe de escuadrón ordena la retirada dejando a 3 de sus hombres atrás junto con Klamendor. -¡Demonios!, ¡Aaaagh!-Carga sin dudar contra los trols que tienen a Lauren matando a 2 en el proceso. Klamendor trata de quitar la lanza del cuerpo de su “hermano” pero éste dice algo antes. -Aaagh, no Klamen ya es tarde para mí, no hagas que tu madre llore por los dos-Contesta como puede a su “hermano menor”. -Hermano, no, ¡no te mueras! ¡te sacaré de aquí como sea!- Desesperado trata de levantar a Lauren -P..por favor, vete- Lauren dice sus últimas palabras intentando salvar el futuro de su sobrino -Lauren…!Lauren!, no.. ¡¡Nooo!!-En un último grito de dolor hace honor a su hermano tratando de matar a sus asesinos, pero un elfo no puede hacer nada contra un grupo de seis trols. Klamendor cae de rodillas al suelo después de un gran tajo en su espalda, el trol que asesta el golpe final se toma su tiempo para tomar a Klamen de la cabellera, pues éste iba a decapitarlo. -Este es el final, asi moriré- Pensaba Klamendor, cuando de repente una flecha atraviesa el cráneo de su captor, desplomándose en el suelo y Klamen cayendo finalmente preguntándose que habrá pasado. -¡¡Klamen!!- se oía una voz familiar, mientras que también se podían escuchar los gritos de dolor de varios trols. -A..Alguien dijo mi nombre…-Pensaba el agotado Klamendor, al oir ese grito abre lentamente los ojos, su vista borrosa no dejaba ver a quien estaba encima suyo ahora pero poco a poco se aclaraba la imagen. -¡Despierta por favor!- Era nada más y nada menos que Lirya, salvándolo una vez más junto con el tercer grupo de reconocimiento. -Li…Lirya… ¿E..Eres tú?- Decía con vos baja y temblorosa, había perdido mucha sangre. -Sí… tranquilo, te curaremos, e… ¡estaras bien Klamen!- Decía la asustada Lirya entre lágrimas. -O..otra vez, me s..salvas. Li…- Dejando escapar un suspiro y cerrando sus ojos, Klamen a simple vista parecía muerto, pero estaba inconsciente. -No, ¡no mueras!, hay tanto que quiero decirte, no… ¡Aaaaagh!-La elfa de blancos cabellos recayendo en el pecho de Klamendor lloraba desesperada por su supuesta muerte. -¡Busquen supervivientes y traiganlos!- Ordenaba el jefe del escuadrón tres. -Lirya levanta, déjame ver su pulso- Decía una quel’dorei con cierta habilidad médica. -Sí, está vivo, llévenselo con los demás- Lirya al escuchar esas palabras lo lleva rápidamente para poder sanarlo, su estado era delicado pero Klamendor pudo salvarse ese día, tuvo un gran golpe de suerte que no olvidaría, pero también sufrió una gran pérdida, tal como su padre Lauren cayó en nombre de Quel’thalas y su muerte, como la de los demás quel’doreis, fue honrada entre los miembros de los forestales. Unos días después Klamendor despierta en cama, lo que fue una simple escaramuza para los demás, fue el infierno para él . . . esa no era la vida que quería vivir, y haría algo al respecto. Luego de vestirse baja las escaleras de su habitación cuidadosamente, y antes de que se diera cuenta ya lo estaban “atacando”. -¡Klamen!- Lirya salta a abrazarlo- Que bien que estés mejor. -No si sigues apretando tanto-dice él entre risas. Ella sin embargo no deja de abrazarlo, esto extrañaba al joven elfo. -Oye, ¿estás bien?- dice Klamendor. -Sentí tanto miedo… tenía miedo de que murieras…tenía miedo…de perderte- Una lagrima cae de su ojo. Klamendor la abraza también- Tranquila, sé que fue duro, pero ya estoy aquí… a tu lado- En ese momento Lirya lo besa dejando en claro sus sentimientos por él. -Y yo nunca me separaré del tuyo- Dice ella en una pausa- Te amo. Ambos terminan besándose, para Klamendor ese momento fue el que despejó sus dudas acerca de lo que sentía por ella, la amaba pero no sabía que hacer ahora, ser forestal era el sueño de Lirya, ¿seguir como forestal para poder protegerse el uno al otro? O dejar eso atrás y esperar cada día por ella hasta que la matasen. . . la respuesta estaba clara, lo haría todo por ella. Pasaron años, todo seguía su curso, la paz que Quel’thalas gozaba era sublime, pero por desgracia todo tiene un final. Aquello que venía a atormentar a los altos elfos era la plaga de no-muertos de Arthas el príncipe traidor, con su gran legión de no-muertos arrasaba todo a su paso, poco podían hacer los quel’doreis que aun aguantaban contra aquella plaga, entre ellos Klamendor y Lirya guíando a los que pudieran para que huyeran seguros. -¡Klamen, allá!- Lirya señalaba a un par de no-muertos que venían a por los demás. -Demonios..!Lirya cúbreme con el arco!- Klamendor en un intento por ayudar a su gente se lanza para mantener a raya a los no-muertos junto con otros quel’doreis. La batalla no iba nada bien, los elfos morían, incluso el líder de los altos elfos ya lo había hecho. Habían perdido toda esperanza de salvar su ciudad, pero ya era tarde para huir… el grupo de Klamendor se veía rodeado de no-muertos, aun asi se mantenían fuertes ante tal amenaza. Sin embargo Lirya corría peligro, una gran abominación logró colarse por una casa alcanzando a la quel’dorei, ella con gran valentía enfrentaba al monstruo tratando de distraerlo del grupo, pero era muy grande para solo un elfo. -Li.. Aaagh*da un tajo mortal a un muerto* ¡Lirya, huye!.. Hgaa*otro espadazo*- Klamendor tratando de advertir a su amada mientras peleaba. Sin embargo Lirya sabía que si hacía eso la abominación iría a por él y los demás, por lo que siguió haciéndole frente por un tiempo, hasta que la derribó. -¡Lirya!-grita entre espadazos tratando de avanzar hacia ella, olvidándose de sus compañeros. -¡¡Aaaagh!!-corta todo los muertos que puede desesperadamente para llegar a ella, pues la abominación está alzando su arma hacia Lirya. En ese momento Klamendor estaba siendo muy lastimado, pero no importaba, si no hacía algo la mataría ese monstruo, por lo que rápidamente salta hacia el mismo. -¡¡Muere engendro!!- Clavando su espada en el cráneo de la abominación-¡Aaaaagh!- separando su cabeza de su cuerpo de un tajo muy forzado. El monstruo cae al suelo dejando un líquido violeta en el suelo. -¡Lirya huyamos, ya no queda nada por lo que pelear!- dice Klamendor extendiendo su mano para levantarla Ella viendo a todos morir y como rápidamente caía la ciudad en la que paso toda su vida y la ciudad que defendió no tuvo otra opción que huir para seguir viva, así como Klamendor. Ambos escaparon por el bosque, con algo de suerte encontraron a otro grupo de sobrevivientes, un día muy oscuro para los altos elfos que caminaban en silencio hacia su incierto destino. Despues de días caminando por las montañas, el grupo llegó a un risco el cual debían cruzar para llegar a la Avanzada Quel’danil, cuidadosamente cruzaron por el estrecho camino que les ofrecía el risco, Klamendor sin embargo estaba algo distraído, sentía culpa por aquellos a los que abandono a su suerte para salvar a Lirya. Quizá por afán del destino, él dio un paso en un punto del risco que era frágil, el pequeño trozo de suelo se desmoronó, tirando a Klamendor por falta de equilibrio, sin embargo él aún se aferraba al risco con su mano derecha. -¡Aagh!- Sentía como los dedos poco a poco le resbalaban, el suelo era un tanto húmedo por lo cual no duraría mucho. -¡Klamen!- gritaba Lirya ofreciéndole su brazo- ¡Toma mi mano!- los demás elfos se ofrecieron a sostener a la joven para evitar que ambos sucumbieran a la caída. Klamendor en un movimiento rápido alcanza a Lirya con su otra mano, pero la mano que sostenía el suelo hizo que también se desmoronara este trozo, poco a poco subían a Klamen, pero sus manos se resbalaban por la lluvia que hace minutos azotaba a la montaña. -Lirya no podré- Klamendor notaba como el suelo que pisaba ella también se iba desmoronando- Sueltame- -¡No!, ¡moriras!- Lirya observaba como se resbalaban sus manos, ya casi sucumbía a la caída- -Tranquila, volveré a por ti, te lo juro- Aunque sabía que no lo haría, tuvo que calmarla de algún modo- Lirya al darse cuenta de la situación con un brazo coge su collar y lo arranca de su cuello, entregándoselo como una promesa de que volverían a estar juntos- Por favor… vuelve- Sus manos finalmente dejan de sostenerse-¡¡Klamen!!-grita su nombre por ultima vez. Klamendor cae viendo a su amada a los ojos y colocándose el collar en el cuello.Cuando finalmente la caída llega a su punto de meta, cae al fondo de un arroyo, en parte el agua amortigua su caída dejándolo consciente por cierto tiempo, pero al ser llevado por la corriente con tal fuerza se golpea la cabeza con una roca de tamaño considerable, dejando su inconsciente cuerpo a merced de la corriente. Parecía que el futuro del joven elfo acabaría allí, en el mar flotando boca arriba cual cadáver . . . pero nuevamente, quizá por afán de la suerte o el destino, no fue así. -¡¡Hombre al agua!!- se oía un hombre de gruesa voz alertando a su tripulación. Pronto al Quel’dorei lo subieron al barco, aunque seguía inconsciente eso no duraría mucho. La Capitán sale de su camarote para revisar que sucede con su tripulación. Ella es una mujer de cabellos rojizos, piel blanca y buen cuerpo con porte fuerte. -¡¿Qué está pasando ahora?!, ¡sigan con su labor hombres!-Imponiendo autoridad entre aquellos que rodean al elfo. -Mi Capitán disculpe la molestia, hemos encontrado a un náufrago proveniente de estribor- decía el segundo al mando. -¡¿Qué?! Un náufrago por estos mares… ¿Y que hay con él?- preguntando intrigada. -¡Es un elfo!- contesta extrañado un hombre que ayudaba a subirlo. -Que estará haciendo un elfo por aquí… ¡Despertadlo!, quiero respuestas- Ordena La Capitán. A Klamendor lo despiertan de manera bruta, como es de esperarse de este tipo de gente. -¡Cof, cof!*tose* ¡Qué demo!.. ¿dónde estoy?-Dice el joven elfo espabilando. -Aquí las preguntas las hago yo extranjero… Bien, empecemos por tu nombre- Se acerca algo intimidante al elfo, mirándolo a sus azules ojos. -¿M..mi nombre?... no lo sé…-Intentando recordar sin éxito, al parecer ese golpe dejó algo más que un dolor de cabeza. -Que no lo sabes… ahá..!Regresadlo al mar!- Indignada por su respuesta La Capitán presiona al elfo. -¡Oye, espera!-Contesta alarmado Klamendor. -Hm, ¿acaso ya recuerdas tu maldito nombre?- Esperando por la respuesta del elfo. -. . . .- él deja un silencio meditando. -Ya veo, entonces no hay nada más que hablar- Le da la espalda. -Kla..-Por alguna razón recuerda un grito- ¡Klamen!.... ¡Klamendor Daal’inar!- Luego recuerda su nombre completo. La Capitán se da vuelta- Ves, no era tan difícil*se acerca* ¿Y bien, nada más?-Esperando respuestas. -No, no recuerdo nada…-Atormentado por sus pensamientos sin sentido mira al suelo sin poder darle respuestas a su captor. -Hmm…- se queda mirándolo un tiempo, notando un fuerte físico por parte del elfo- De algo servirás supongo. Maestre Hansel dadle lo básico para trabajar, y elfo…-Lo mira de nuevo. Klamendor la mira esperando que hable. -No cuestiones mis órdenes y seguirás vivo- se da vuelta y se dirige a su camarote con una sonrisa en su rostro. -Vale, levanta el culo compadre… te queda un largo día de trabajo- Le decía el tal Hansel Y a partir de entonces el joven elfo era parte de la tripulación, si bien era un trabajo duro el que hacía por alguna razón era lo que disfrutaba, el navegar por los mares era posiblemente uno de sus anhelos antes de perder la memoria, tantas cosas había olvidado y tantas pocas pudo recordar, lo más intrigante fue su collar que por algún motivo lo seguía llevando, él sólo sentía que era importante y que debía llevarlo con él. No se llevaba muy bien con los miembros de la tripulación los cuales eran la mayoría ladrones, estafadores, o mercenarios que por algún motivo no lo miraban con buenos ojos, con quien si se llevaba bien era con Hansel el segundo al mando. Los días pasaron, no habían hecho nada de mucha importancia era una embarcación de esas ilegales, hacían contrabando, tráfico de armas, etcétera. Pero nada como el premio gordo del que hablaba Hansel que cada vez se acercaba más. Un día fueron a parar a un puerto por alguna razón… -Chico, ¿ves ese barco de allí?- señalaba Hansel -¿Ese? Si lo he visto un par de veces… ¿Qué tiene de especial?- preguntaba intrigado el elfo. -Bueno, el barco nada en especial, pero lo que contiene… es artesanía de gran calidad, llevamos siguiéndolo por un tiempo, pronto llegará el momento de saquear- miraba con codicia el barco, aquello que le tenían planeado no era nada bueno. -Ya veo supongo que habrá que pelear- dice Klamendor. -¿Sabes usarla?-Han le alcanza una espada. -E..eso creo- dice el elfo inseguro. -Bueno espero que sepas que hacer cuando llegue el momento- después de darle la espalda se retira. -Descuida-Klamendor enfunda la espada y se retira también. Aquella noche fue de las más tensas para él, pensaba en que pasaría y el peligro que afrontaban, pero sobre todo ¿sería capaz de empuñar el espadón que Han le había obsequiado? Mañana lo averiguaría. Despertaron a primera hora de la mañana, todo pasó quizás demasiado rápido y antes de notarlo los demás y Klamendor ya estaban zarpando, tenían que seguirle el paso o tendrían que esperar aún más y esa no era una idea que a la capitana le agradara. El clima no era algo que ayudara del todo, llovía y no poco las nubes tan negras como el carbón y las olas azotaban a ambos barcos, poco a poco la batalla se acercaba. -¡¡Preparaos para abordar!!- Gritaba el segundo al mando siguiendo las órdenes de la capitana. Rápidamente Klamendor se pone en posición de abordaje junto a los demas, esperando así el momento para asaltar. -¡¡Listos… Ya!!- Los barcos casi pegados y aguantando dicha marea, el momento perfecto para abordar. Varios hombres saltan hacia el barco enemigo, preparando sus espadas se enfrentan a la guardia contratada que presentaba el barco, aquella era una escena que Klamendor ya había vivido, de algún modo que no sabe explicar se movía como si siguiera un patrón especifico y efectivo por lo que se veía. -¡Demonios el chico sabe lo que hace!-Exclamaba Hansel hacia su capitán. -Así parece- Contestaba esta con cierta sonrisa. Disparos y espadazos se escuchaban en el fervor de la batalla, ambos bandos estaban parejos sin embargo se veían superados los del barco enemigo, Klamendor seguía con el mismo ritmo parecía tener un porte de esgrima tal que no dejaba tregua a su contrincante. Cuando la batalla dió su punto final varios de los guardias se habían rendido ante la fuerza pirata que los embestía dejando así a la tripulación pase libre al saqueo. ¡Se arrepentirán! ¡Ya nos las veremos de nuevo! ¡Esto no acabará aquí! Varios decían mientras veían como se llevaban dicho botín de su barco. Sin embargo no todo quedo ahí, la capitana quizá se excedió pero decidió llevarse prisioneros, cosa que a Klamendor no le agradó demasiado. -¡Capitán son solo personas con un trabajo y familia! ¿por qué no las dejamos ir?- Exclamaba indignado por la situación ya que no era necesario. A lo que la capitán responde- ¡Así es la vida del pirata elfo, si no estás dispuesto a ensuciarte las manos no la lleves!-Dando por terminada la discusión. -Bien, así será*murmura para sí mismo Klamendor*- Aquella noche mientras todos celebraban con cerveza y disparos, el joven elfo tenía otros planes aquel día de batalla y saqueo sería el último para él en aquella tripulación pirata, sin que nadie se diera cuenta tomó prestado el bote y lo hizo zarpar hacia donde el destino le llevase, esa habrá sido la noche en que más se sintió libre de su olvidada vida. Varios días habían pasado, con la poca provisión que tenía no duraría mucho más, pero nuevamente un golpe de suerte le salvaría la vida aquella embarcación que se veía en el horizonte era ni más ni menos que una embarcación imperial, por suerte para él decidieron llevárselo rescatándolo de su naufragio. -¿Dígame que hacía un elfo como usted en alta mar?- Preguntaba el bucanero curioso. -No mucho, tratando de ir a mejores tierras- Contestaba el joven elfo. -Ya veo, bueno tuvo suerte de acabar aquí, iremos a Ventormenta- Decía el bucanero -Ventormenta eh, tiene buen nombre, ¿y que se supone que es para ustedes humanos?-Decía el intrigado Klamendor. -Vaya, usted estuvo muy alejado de la sociedad elfo, es la capital del imperio humano- Contestaba el bucanero. -Entonces será interesante ir allí- Decía el elfo mirando a su futuro destino. Y así el joven elfo proveniente de la caída Quel’thalas arribó en tierras humanas, su travesía estuvo llena de complicaciones, sin embargo aún le esperan más. Luego de asaltar el barco de artesanías a Klamendor se le repartió su parte de lo ganado, por lo que sus inicios en las tierras humanas no se vieron tan ajetreados, al joven Klamen aún le espera un largo camino y su memoria deberá darle algún indicio de ésta búsqueda por conocerse y desenterrar las partes del rompecabezas.
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