Saltar al contenido

Murdoch

Roler@
  • Contenido

    117
  • Registrado

  • Última Visita

  • Days Won

    12

Murdoch last won the day on July 16 2019

Murdoch had the most liked content!

Reputación en la Comunidad

227 Excellent

Sobre Murdoch

  • Rango
    Miembro Avanzado
  • Cumpleaños December 3

Visitantes recientes del perfil

2.432 visitas al perfil
  1. 1. El velludo derroche de testosterona de James Hoat. - @ElCapitan 2. La galantería de Asmodeo - @Abrahel 3. La exótica belleza de Sam Badian - @Archibald
  2. Nunca hollada. Allá, en lo alto del roquedal, incluso los ojos más gélidos eran capaces de embelesarse con la atávica hermosura del paisaje. Con sus arenáceos islotes y sus garbosos peñones; o con la miríada de algarrobos, palosantos, nogales espinosos, y árboles de palma, que unidos y revueltos, cosidos a lianas y matojos, componían una caótica y frondosa espesura de singular belleza. La prístina exuberancia de la jungla se alargaba por cada rincón que la tierra firme había ganado a la inmensa planicie de agua salada, perlando con su agreste verdor la fastuosa estampa que los ojos del joven atisbaban a vislumbrar. Un mar en calma (cálido y abundante) lamía con melodiosa delicadeza las blanquísimas arenas de la orilla mientras el tenaz sol meridional descendía su tórrido abrazo sobre la tierra virgen. Varno repasó la majestuosa estampa por enésima vez, notando cómo la brisa calentorra y tropical le acariciaba el rostro. Un rostro que desde luego había conocido días más gentiles, ante de caer desmejorado y flaco, opacado por la luenga barba blonda que se había adueñado de media faz. Tan ruinosas lunas habían hecho buena mella en todos los que una vez tomaron la osada decisión de acompañarlo desde las campiñas del corazón del Imperio hasta las recónditas tierras salvajes del Mar del Sur. No solo en sus cuerpos ni en sus rostros, también en sus mismísimas almas. Tuercespina es tierra de frontera; entre la civilización y la barbarie, entre lo rozagantemente nuevo y lo más hondo, primigenio y ancestral que este Continente alberga. Y como todas las fronteras está maldita. Aquejada de una maldición tan lenta y sibilina como las malas artes de los nativos, que por ser dignos vástagos de ella tan bien han sabido entenderla. Que cala y permea todo cuanto roza sin levantar a su paso ni una brizna de hierba ni una hoja liviana. Que se hunde en los huesos y araña el alma hasta retorcerla –poquito a poco– y labrarla a su cruda y miserable imagen y semejanza. Él siempre lo tuvo claro: no hay santos en la frontera. Ella sola pare y alumbra toda clase de descastados canallas, pero un único género de héroes: aquellos con los que el joven había fantaseado toda su bisoñez. Los héroes de la frontera no son, de cierto, del todo fieles. Atraviesan la vida con cierto desencanto y una indiscutible elegancia de corazón; cuentan la verdad como si fuera mentira; son descreídos y soñadores a un mismo tiempo, duros y pendencieros, aunque arriesgarían la vida para ofrecer su capote a un hombre acorralado. Los héroes que admiraba no moraban en palacios ni en templos; pues demasiado a menudo frecuentaban muelles y lupanares. También habitan, reflexionó, en los sueños de unos pocos, y les susurran al oído con la voz ronca de la noche. Al amanecer, ya nunca están ahí. Pese a todo (en cierta locuaz y candorosa manera) todavía pretendía convertirse en uno de ellos. Pero cada día y cada noche vivía con el miedo en el cuerpo. Ninguno de entre los suyos podía sacarse esa siniestra impresión de lo más profundo de las vísceras. Hasta los más aguerridos y fieros habían lividecido ante la brutalidad y la miseria que reinaban en aquella tierra. Ciertamente a los tremebundos nativos había de reconocérseles un mérito: eran astutos en el menester del miedo. Con pericia y maña fueron capaces de sembrarlo en los corazones de todos los hombres de leche que ahora hollaban sus costas. Sus endiablados ardides los habían extenuado hasta el límite de la cordura; y quizá solo en ese espacio bronco y hueco la desesperación aflora bajo el disfraz de valentía. Movidos por la rabia, el rencor y el pánico, la mesnada de lobos de mar por azar devenidos en conquistadores de fortuna espoleó a los esquivos salvajes hasta las últimas consecuencias, profanando todo lo que para ellos creyeron sagrado. Con el grotesco ídolo ciego como rehén y trofeo en las lindes del campamento, ¿cuánto habrían de esperar para que aquellas aterradoras criaturas se presentaran ante él con los sus tambores de guerra? ¿Acaso ellos correrían mejor suerte que los hombres que los enfrentaron antes? Allí arriba (coronada la exigua cima del roquedal) con el cuitado acampamiento prolongándose bajo sus anhelantes pies, por un fugacísimo momento Varno se sintió libre de los terrenales miedos que tanto lo habían atenazado en los días que antecedieron. Aquellos que infunden las cosas desconocidas, que aplastan, hieren, envenenan y matan a los incautos. Que sollozan en la espesura con aire espectral, o moran tras el aguijón de alguna retorcida y letal alimaña. Por un momento pletórico y sagaz se sintió hermanado con todos los hombres valientes que antes de él habían despegado su mirada del suelo que los aferraba para alzarla hacia las estrellas (¿quién sabe si algún día estas mismas llegarían a ser rozadas por manos ardorosas?). Sabía bien que la mezquindad gobierna el corazón de la mayoría. ¿Cuántas veces, en su necia cerrazón, habrían los mediocres amedrentado a quienes osaron soñar con la audaz luz del descubrimiento? ¿Y qué sería del mundo si los intrépidos que le dieron forma jamás hubieran enfrentado la temerosa tiranía de los encogidos? Recordó a hombres salidos de un tiempo ya marchito; como aquellos que pisaron por vez primera una tierra hosca y fría en mitad del océano tras embarcarse hacia lo ignoto. Hombres como sus ancestros, que al contrario de lo que otros presagiaron, no hallaron abismo, borde o costado del Mundo por donde precipitarse al olvido; sino tierra propia y firme para arar y cultivar. Descendientes de tamaña gesta, los tirasianos llevaban esa ansia corriendo por las venas. Y nada podía apaciguarla. Ni siquiera los indescriptibles horrores seculares de las tribus trol del Cuerno Sur. Turno de guardia; mosquete en la mano. Víspera de otra noche de espantos. Por tres días y tres noches los habían aguardado; temerosos de su venida. Tenían la certeza de que más tarde o más temprano llegarían para reclamar lo que a la selva se le usurpó; resarciendo con sangre los sacrilegios que aquella pálida hueste de forasteros había perpetrado en su afán avaro. Vendrían, sí. Eso no se le escapaba a nadie. Ni los más cándidos osaban fantasear con un horizonte menos aciago. Tan solo se trataba de una mera cuestión de tiempo. Pero estaban preparados: los arcabuces vigilaban la honda espesura, la pareja de cañones miraba hacia el lodazal, y una impertérrita empalizada de estacas (salteada con cráneos profanados de otro tiempo) separaba el angosto acampamiento de sus agrestes lindes. Tesón, trabajo y esfuerzo fueron el precio a pagar por semejante baluarte. La Segunda Virtud había encontrado un curioso predicamento entre aquellas gentes profanas y pecadoras. Pero la Tercera no tenía lugar alguno en esas tierras ignotas. Ni para los salvajes ni para ellos. Una nausea le punzó el estómago ante la inminente perspectiva de una campal batalla. James tenía razón. No se puede pelear contra fantasmas. No puedes trinchar la nada, golpear el vacío, ni rebanar las correosas carnes de la inexistencia. Con cada envite y cada provocación pretendían conjurarlos en carne, sangre y hueso ante sus puertas. Atraerlos a donde se les pueda enfrentar y matar. Pero ninguno de aquellos ingenuos bravucones calibró la entera magnitud de lo que estaba por cernirse. [...] Resumen: Decisiones relevantes: Reputación: Recompensas: Habilidades usadas:
  3. Das lo que prometes

    1. Beretta

      Beretta

      Y qué-..hmm...¿qué...te ha prometido? 

    2. Archibald

      Archibald

      No lo sabes? ¿No te lo ha dicho él? Entonces yo no digo nada.

  4. Hombres de roca y sal. La miríada de voces hermanadas y acordes retumbaba sobre cubierta, deslizando estrofas melodiosas y graves que brotaban de lo más hondo de las rasposas gargantas. Un viento cálido se ocuparía de arrastrarlas, revolverlas y esparcirlas cuál arena en la playa. Aquel desorden, nacido y fruto de una decena de timbres átonos y díscolos acababa componiendo un lienzo ordenado, grato para el oído: un canto triste y melancólico (¿acaso no eran así todas las baladas?) propio de tierras lejanas, pero que al joven aventurero no podían resultarle más familiares. En cierta forma era como estar en casa, pensó. Tenía la extrañísima impresión de estarlo pese a que nada de lo que lo rodeaba en las inmensas planicies de agua y salitre pudiera evocar con su estampa semejantes recuerdos en su entraña. Se sentía gentil y extraño; propio y ajeno a un mismo tiempo entre aquellas gentes pintorescas, por desventura salidas de lo más hondo, salvaje y recóndito de su añeja patria. Era una emoción difícil de entonar con palabras. La tormenta había pasado, y el indómito astro-rey de los Mares del Sur relumbraba ya al filo de la mañana con una saña y fiereza encomiables sobre el cielo límpido y cristalino. Al horizonte la paleta de tonos añiles, índigos, cobaltos y tarcos se abrazaba en un colorido paramento de azules que cubría todo cuanto el ojo alcanzaba a ver por los costados del navío. Mar y cielo, unidos pero divididos como agua y aceite por la etérea línea del horizonte lejano se antojaban para Varno un lírico símil de la sensación que acarreaba en sus adentros. Ninguno había podido descansar ni pegar ojo en la larga noche que antecedió al día, epílogo de la tempestad y la desgracia. Y aún habrían de faenar por horas antes de que sus cuerpos exhaustos pudieran conocer el reposo de la pausa: se tensaban y aliviaban cabos, se achicaba agua salobre y se recomponía la mercancía para izar de nuevo el velamen. Contra el pronóstico de los más agoreros, la humilde chalupa de vela y remo había sido capaz de capear el temporal sin volcarse o quebrarse; aún a costa de dos pobres marineros que ahora estaban ‘danzando en las profundidades con la Madre’. O eso aseguraba Piesmojados. El harapiento charlatán sin duda se atribuiría el éxito en semejante lid. Algunas horas antes se había hecho amarrar por el vientre al palo mayor, para vociferar, canturrear y adorar a su ancestral diosa idólatra en lo más profundo y atroz de la tormenta. Ahora se paseaba por cubierta como pez por las aguas; ajeno al vaivén constante del cascarón de nuez, y de cierto bendecido con un estómago de hierro a prueba de adversidades y vomiteras. Varno lo siguió con la mirada por un fugaz instante, mientras los cánticos de la tripulación reverberaban en su tímpano. Repasó sus pies descalzos y mugrientos, sus calzas de mendigo, y su rostro ajado: los rigores de la vida áspera le habían besado la faz, siempre deslustrada y puerca, opacada por la luenga barba bermeja y la melena revuelta que ni aún apelmazada y sucia lograba ocultar el par de perlas hondas y grises que tenía por orbes. Cuando el ‘sacerdote del Mar’ le devolvió la mirada, Varno no pudo hacer otra cosa sino apartar apresuradamente la suya. Era un hombre extraño salido de tiempos ya caducos, más propios de fábulas y cuentos de viejas. Tiempos que en la fría y próspera ciudad de Boralus habían tocado a su fin. Sus letanías tremebundas y sus histriónicos ritos se antojaban para algunos de los hermanos de la Audaz Cofradía cosa extravagante y profana, casi peligrosamente herética. Quienes habían tenido la fortuna de nacer en tierras pías e ilustradas no podían contemplar aquella sarta de supercherías con buenos ojos; pero lo cierto era que tales tradiciones tampoco le resultaban a Varno (vástago de los caserones del Canal Largo, de la ciudad, el puerto y el mercado) muchísimo más suyas que a Madlyn, Charles o Dianne. Sin embargo, como buen hijo de Kul Tiras, estaba dispuesto a respetarlas y honrarlas. Al menos mientras permanecieran a bordo. De alguna manera las antiguas creencias y las supersticiones marineras quizá fueran el ánima más vívida y pura de la ilustre República; por más que el progreso y la civilización las empujaran y confinaran en los rincones más oscuros y agrestes de las Islas. —¡Cantad, cantad! —animó el lóbrego predicador, con un berrido que sacó a Varno de sus elucubraciones—. ¡Que la Señora de Todas las Aguas oiga vuestras voces, pues gracias a su amparo hemos resistido la tormenta! ¡Cantad para que pueda escucharos en las Profundidades! Varno se incorporó una pizca. Le dolía la rodilla y la boca aún le sabía a vómito seco, pero de cierta y extraña suerte estaba feliz. Habían sorteado otra tempestad. Las aguas volvían a mecerse mansas y el sol brillaba en un cielo libre de nubes. Tal vez aquello también fuera un buen presagio, ¿por qué no? Con algo de fortuna las cosas irían a mejor a partir de ahora, quiso repetirse el joven con una candidez tan fingida como forzada. Un golpe de realidad en las tripas lo devolvió al mundo. Una sacudida floja sobre cubierta en el momento y lugar adecuados bastó para que la remembranza de las aciagas vivencias de la noche retornara a sus pensamientos. Luz. No quería ser pesimista. Jamás lo había pretendido. De hecho, ser pesimista era lo último que quería en el mundo. Pero cada vez que cerraba los ojos, lo último que pasaba por su cabeza antes de quedarse dormido era irremediablemente triste. Triste como despertarse en mitad de un sueño dulce. Triste como pensar en su verga abandonada por todas las mujeres a las que nunca amaría. Triste como entonar el nombre de una madre muerta tan solo para que se pierda en el viento. Triste, en fin, como las pendientes, los precipicios y las cosas que caen como el plomo. Aun así, se deseaba suerte todas las noches justo antes de acostarse. <<Nadie vive solo de ilusiones. —pensó Varno, mientras una levísima nausea punzaba su tripa— Y la esperanza, como la mentira, tiene patas cortas y bordes afilados>>. [...] Resumen: Decisiones relevantes: Consecuencias: Reputación: Habilidades usadas:
  5. Murdoch

    [Carta] Para Alondra.

    Tras pasar por muchas manos, y a buen seguro con varios meses de retraso, la misiva quizá acabe llegando a la Vigilia de la Luz, en el corazón de las Tierras de la Peste. Lacrada, aunque arrugada y sucia tras semejante periplo.
  6. Aguadulce. Hacía un calor espantoso al filo del mediodía. Un bochorno sucio y tropical que tornaba al propio aire pesado y compacto. Por encima de la exuberante bóveda arbórea el ardiente sol de las Tierras del Sur destellaba con halo abrasador; castigando sin atisbo de clemencia a toda criatura que osara aventurarse bajo su tórrido manto. Varno se sacudió el sudor que perlaba su frente de un manotazo, y levantó la mirada del raído mapa para otear la estampa por enésima vez: la pareja de barcazas se deslizaba sobre las aguas del río, corriendo sin prisa pero sin pausa al todavía lejano abrazo del mar. Hacía tres días que habían remontado ese mismo río con el rumbo contrario; y ahora regresaban, menguados y exhaustos, deshaciendo el terrible camino que los llevó a la infausta colonia. Abotargado por la canícula, por un fugaz instante pensó que aquellas aguas sobre las que navegaban debían estar a punto de hervir. Por los costados de la orilla la agreste espesura se alargaba como un interminable muro de palma, helecho, algarrobo, magnolia tuercespina y mirtáceo espinoso. Si el mapa no andaba muy errado y la fortuna se alineaba por una vez de su parte, tocarían la desembocadura en dos o tres horas. Sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda sudada al vislumbrar otro par de crocoliscos tendidos sobre el fango de la ribera. Con sus cuerpos escamosos y aletargados, y sus fauces pétreas y terribles. Cuando estaban quietos, cual inertes estatuas de mármol, algún incauto podía cometer el error de menospreciar su amenaza (las bravatas y baladronadas con tan temibles bestias ya formaban parte de la retorcida cultura de los pillastres de los Mares del Sur, de sus necios desafíos y de sus trasnochadas apuestas). Pero toda la expedición había comprobado ya de primera mano con qué ligereza, con qué ferocidad (y con qué elegancia, se atrevió a pensar entonces el joven tirasiano, con un atisbo de culpa por escoger semejante término), puede despedazar un crocolisco hambriento a un mozo incauto. Dos buenos muchachos habían hallado su amargo final entre tales fauces; y sin embargo aquella calamidad no había sido sino la mera antesala de toda la ristra de infortunios que vapulearon a la comitiva al posar los pies en la tan anhelada Villa de Aguadulce. Varno no podía sacarse las palabras de Hoat de la cabeza. A buen seguro nacidas del miedo y la superstición, pero hirientes y afiladas como puñales. Tenía la imagen de aquel famélico y demacrado anciano trol esculpida a fuego en la memoria: de sus brazos largos y esqueléticos, de su macilenta túnica adornada con un puñado de humildes abalorios de hueso y piedra, y de esa máscara de palo tan tosca y primitiva como inquietante. Todavía recordaba el sonido de la matraca agitándose en su cayado cuando los encaró desde la orilla, impertérrito ante el disparo de advertencia que hicieron los muchachos. <<Quizá era la misma muerte, que venía a recibirnos>>. Las palabras de su veterano camarada se le clavaban más y más en las sienes. Varno conocía muchas historias (había pasado, quizá, más tiempo del aconsejable buscándolas en viejos tomos mentirosos y en labios fanfarrones), pero se resistía a convertirse en un crédulo: su aspiración eran las luces del saber ordenado, y no las retorcidas tinieblas de la superstición. Tal vez solo fuera un viejo trol perdido en la inmensidad de la jungla. Pero tenía la sensación de haberse adentrado en una tierra verdaderamente maldita al dejarlo atrás. Sí algo tenía claro después de tanto tiempo es que esas cosas sí existían (vudú y mal fario eran, desde luego, palabras temidas hasta por los más aguerridos y viles criminales de los Mares del Sur). La colonia de Aguadulce se había fundado sobre una atroz carnicería. Sus cimientos eran la sangre y el fuego: los gritos de los salvajes mientras los extranjeros ahogaban a sus retoños en el río y pasaban a cuchillo a los más ancianos; o el aroma fétido de la carne calcinada en nombre de la civilización. Ese mismo olor, pegajoso y dulzón, que Varno todavía tenía pegado a las narices. Sí, las maldiciones existen. Y si el día que hombres de piel rosada redujeron a cenizas aquel poblado para alzar el suyo propio alguno de los sibilinos nativos salvó el pellejo, tuvo que rogar una y mil veces a sus crueles dioses para que castigaran la arrogancia de los forasteros. Diez años son solo un suspiro en una selva que ha visto desfilar ante sí milenios. ‘Hueso agusanado’. Plaga, hambre, enfermedad. Y los sempiternos pecados de la Humanidad aflorando prestos aún en tan lejana tierra: la avaricia, el miedo, el rencor. Quizá la tierra estuviera maldita, o quizá fueran los propios colonos los que trajeran esa maldición albergada en sus entrañas. Tal vez la caída del infame lord Frederic, burgomaestre y protector de la colonia, sea cosa vana y estéril. Pocos quedan ya en semejante agujero, poblado de tullidos, viudas y huérfanos. <<Pocos. Mal avenidos. Y seguramente condenados>>, meditó Varno. Aunque otra parte más cándida de él quería creer que todavía quedaba esperanza para aquella gente; que aún podían salvarlos si honraban la promesa que hicieron ante la turba. Desde luego había algo en esa hermana Cassandra que lo había embelesado. Podía tener que ver con esos ojos tan verdes y profundos como la exuberancia de la selva; o con ese rostro apacible y hermoso que casi se antojaba ajeno a lo abatido de su aspecto: a la grasienta melena azabache o al macilento hábito atezado de sangre, barro y porquería. Jamás lo reconocería por lo sagrado de su condición (y menos aún ante Nora), pero por supuesto cuando conoció a la novicia no pudo evitar echar a volar brevemente la imaginación para figurársela por un instante tendida en el lecho y tan desnuda como su madre la trajo al mundo. Sin embargo, la razón del prendamiento no tenía tanto de carnal (o al menos eso se dijo a si mismo) como de espiritual. La joven religiosa evocaba la estampa con la que se había imaginado a la Divina Mereldar desde que era un mancebo. Con ese halo de santidad alrededor. Si las trasnochadas cavilaciones de Hoat resultaban ser ciertas, y el vetusto trol fuera una encarnación de la mismísima parca, algo de divino tenía que haber también en esa piadosa muchacha que no perdía la sonrisa aún rodeada de muerte y desolación. Mientras estas y otras yermas elucubraciones cruzaban el pensamiento del tirasiano, los botes mantenían su incansable descenso por las aguas turbias y enfangadas. Una docena de exóticos pajarracos con plumajes de mil colores graznaban desde las alturas o revoloteaban entre lianas y ramajes. Quizá fuera entonces cuando acabó de asumirlo: había vuelto a Tuercespina, y aquel periplo no tenía vuelta atrás. [...] Resumen: Decisiones importantes: Consecuencias: Recompensas: Habilidades utilizadas: Notas offrol:
  7. Notas Offrol: Los carteles podrían irse encontrando en tablones, mentideros, mesones y fondas del Imperio (básicamente, en tierras del Reino de Ventormenta y de la República de Kul Tiras) y en algunas colonias y puertos libres de los Mares del Sur (o sea, Tuercespina y todas las islitas y archipiélagos que pueda haber por allí). Era algo que quedaba pendiente para dar un poquito más de pretexto a quienes tengan algún personaje perdido por ahí y pretendan interesarse en estos roles de una manera u otra. Hemos quedado que cada introducción requerirá en principio de algún masteo individual y personalizado para el personaje en cuestión (ahora mismo hay un par pendientes, si no recuerdo muy mal) y la idea es irnos turnando entre varios para hacerlos. En cualquier caso sobrará con que me deis un toque a mi por aquí, por el juego o por Discord para lo que sea. Si sacamos adelante alguna expedición o tal más gorda y ambiciosa procuraré que también se cuelguen nuevos carteles en este mismo hilo. Y poco más. Como decía solo es una pequeña excusa para que a algún personaje le pueda sonar remotamente eso de la Cofradía si quiere. ¡Un saludo chavales!
  8. Murdoch

    Larence de Vadociego.

    • Nombre: Larence de Vadociego.• Estatura: Un metro y setenta y nueve centímetros.• Peso: Sesenta y tantos quilos.• Edad: Veintiséis inviernos.• Raza: Humano del Norte.• Origen: Villa de Vadociego, Reino de Stromgarde. • Ocupación: Vagabundo, espiritista. • APARIENCIA: • CARÁCTER: • HISTORIA:
  9. Va, yo tambien me animo. Buena iniciativa Imperator. La usaré para los canallitas de la Cofradía con alguna licencia personal.
  10. Hacia confines lejanos. El rugido del trueno volvió a retumbar afuera, arrastrando un eco pesado y estridente por las inmensas planicies de agua y sal. Más allá de la sucia cristalera las olas se revolvían, meciendo a capricho al Tritón cuál mocoso impertinente que juguetea con su muñeco de trapo. En los cielos resplandecía el fulgor del rayo, que una y otra vez acababa abriéndose paso a través del denso manto de nubes que habían cernido la noche sobre aquel horizonte. Habían dejado atrás el corazón de la tormenta, aunque el viento salvaje y la lluvia inclemente que todavía acosaban a la desvencijada carraca aún hacían presagiar que lo peor podría ocurrir en cualquier momento. Varno se asomó al lóbrego pasillo donde se amontonaban los marineros heridos. Los desgraciados hacían cola para aguardar a que el hosco galeno, o su inesperada y joven ayudante, trataran de hacer algo por sus males: había cortes y laceraciones, contusiones por caídas, golpes, patinazos y tropezones de toda ralea; algunos no pretendían mucho más que un trago de aguardiente para regar sus entrañas y aplacar los dolores. Podía entenderlo. Llevaban ya dos semanas racionados por la escasez y más de uno mataría al prójimo por una botella de ron o por un vasito de láudano. El candil del techo se zarandeaba a un lado y al otro haciendo a las sombras danzar sobre el tapiz que componían las roñosas paredes. Los gritos ahogados y sordos de los marineros en la enfermería retumbaban por cada costado del pasillo; entre el aire denso, cálido y fétido que inundaba las estancias. Varno entornó la mirada y volvió a contemplar fugazmente los cadáveres apilados en el rincón. Pensó en lo fácil que resulta que una explosión te desfigure el rostro en un santiamén hasta tornarte un amasijo de carne quemada, esquirlas de metralla y heridas sangrantes. Ni siquiera sus madres podrían reconocer a alguno de ellos si se lo pusieran delante. Luego pensó en la otra vida, y en si esos pobres grumetes habrían de tener semejante aspecto para toda la eternidad cuando fueran llamados al Seno de la Luz. Qué injusto sería eso. Y sintió otra nausea que lo sacó de tan estériles vacilaciones. Ya no tenía nada para vomitar -siquiera bilis- y por supuesto había perdido la cuenta de las veces que hubo arrojar el almuerzo por la borda desde que embarcaron esa fría tarde en Ventormenta. Sí. Aquel día una trémula nieve caía sobre los callejones de la urbe, y quizá muchas más leguas al Norte los canales de la vieja Boralus amanecían ya cubiertos de una capa de hielo y escarcha. No hacía tanto, y sin embargo parecían ya recuerdos lejanos. El invierno, como los escrúpulos, era otra de las cosas que carecían de sentido en Tuercespina. Y no merecía la pena malgastar tiempo añorándolas. Le ardía la mano; quemada y remendada. Tuvo el infortunio de que Fionna reventara al apretar su gatillo (y de buen seguro el estropicio hubiera sido muchísimo mayor si la pólvora en su cañón no hubiera estado tan húmeda y mojada al momento de la deflagración). No sabía si sentirse afortunado o desgraciado por ello. La vieja Fionna, que lo había acompañado en el arnés durante una década, había acabado mordiéndolo antes de perderse en las profundidades del océano. Era una buena pistola, ya no se hacen así. Y llevaba en su familia desde la Segunda (casi más que él mismo, en realidad). Para algunos bautizar con un nombre a una llave de chispa es cosa de idiotas, pero igual que antaño los caballeros concedían nombres rimbombantes a sus legendarias espadas, Varno agasajó a la pistola con uno cuando la robó del atrio de su padre. ¿Y qué mejor que darle el mismo que llevaba la moza a la que uno consigue por primera vez bajar las enaguas? Todavía se acordaba de la otra Fionna (no la pistola, sino la del Callejón de la Bandurria). Había olvidado muchas caras pero la suya podía seguirla evocándola con una razonable precisión: más bien redonda, con su ceño despierto, sus lozanas carnes (tal vez demasiado lozanas para otros más sibaritas) y aquel pequeño hueco entre los dientes que lo había vuelto loco. Amor púber, amor fugaz. Romance acalorado y breve. La vida no se hace mejor cuando creces, pensó, esa es otra mentira. Cuando en lugar de estar retozando con las turgentes carnes de alguna moza en un pajar te encuentras rodeado de mugre, de vómito y de gritos ahogados de dolor mientras navegas hacia una tierra indómita y hostil, quizá te preguntas si has tomado el camino correcto. El Tritón era un polvorín. Varno lo sabía también. Su capitán no lograría mantener el orden mucho tiempo más. Habían pasado de deslizarse sobre las aguas durante eternas semanas como una tortuga torpe y gorda, con pésimo viento, a capear una de las inclementes tormentas tropicales de los Mares del Sur. Y tal cosa no había hecho más que retrasarlos: no llegarían a la Bahía al día siguiente, ni al siguiente, ni al que está por venir. ‘Sinquilla’ ya había dado orden de navegar hacia la costa y detenerse en algún fondeadero para reparar la nave y aprovisionarse. Según las cartas de navegación, la Villa de Aguadulce, colonia de la República tirasiana, quedaba a menos de una jornada remontando en bote el río hacia las entrañas de la jungla. Y quizá los suministros que allí pudiera mercadear fueran la última esperanza para muchos. [...] Resumen. Decisiones relevantes. Habilidades.
  11. “[…] la tenebrosa jungla parece no conocer fin; sino que se alarga por los cuatro costados que el ojo alcanza hasta la línea del horizonte. Bajo la bóveda de los árboles el lugar del cielo ha sido usurpado por impenetrables copas y ramajes; el suelo está cubierto por hilos de niebla y densa maleza, y son verdaderamente escasos los caminos que atraviesan la tierra, pues sus moradores llevan milenios deslizándose por las entrañas de la espesura como fétidas serpientes. Los días son cálidos y asfixiantes, las noches húmedas y bochornosas; y así cualquier hombre que ose adentrarse en el corazón de la foresta no tardará en sentirse débil y acabará cayendo enfermo. Allá moran bestias capaces de despedazar al más aguerrido de los guerreros en un suspiro, y en sus pestilentes ciénagas se arrastran gusanos pálidos y ciegos. Es ahí, en lo profundo de las selvas, donde los salvajes trol adoran a sus iracundos dioses de barro y hueso, y les ofrecen toda clase sacrificios de sangre y vísceras mientras entonan horripilantes cantos en una lengua tan sucia y chirriante como el metal oxidado. Piratas y corsarios han reclamado las costas, y sus mugrientas aldeas se alzan y se abandonan en cuestión de meses. No hay en ellas más ley que la del acero y el oro: en los mentideros se comercia con cualquier cosa conocida, y en los mercados de carne se subastan hombres y mujeres al mejor postor. Y sin embargo, algunos necios todavía afirman que no hay lugar sobre la faz del orbe en el que un hombre pueda ser más libre y más próspero como bajo el cielo de Tuercespina.” – Crónica de los viajes de Havert de Prevost. [...] NOTAS OFFROL. ¡Buenas a todos! Ya era hora de retomar la trama de Varno. Venimos de aquí: [Elwynn] Problemas en el Paraíso; y por fin ha llegado el día en que la acción se traslade al foco de rol de Tuercespina y de los Mares del Sur. Como siempre los roles van para largo (con miras a los próximos meses) y van con calma, sin prisa y sin (espero) mucha pausa. De momento son solo unos poquitos (Hoat, Vey, y Nora) los que acompañan a Varno en esta aventura. Pero esperamos más interesados. Por supuesto, la trama tiene un carácter abierto para los personajes que quieran engancharse, siempre con un poco de coherencia y sentido común. Bastará con que me deis un toque por aquí o por el Discord para ver el momento y la forma en que apañemos las cosas para que quien quiera pueda tener ocasión de inmiscuirse en los acontecimientos. Roles de navegación, de exploración, de búsqueda de tesoros… intentaré que tengamos de todo lo que se espera, siempre con ese toque canallita que ya es marca de la casa. No hay un rumbo definido y las cosas podrán ir por unos derroteros u otros dependiendo de las decisiones que tomen los participantes. La idea es que de todo esto salga, de nuevo, un núcleo de rol duradero en el que más allá del hilo o la trama principal llevada por mí, haya hueco para otras subtramas, pequeños eventos, o roles casuales de quien quiera animarse a hacerlos. Voy a dejar también el par de avisos de rigor como de costumbre, y el primero es que el contenido de lo que se pueda rolear en determinados momentos podría ser susceptible de clasificación como PG-18 por fuerte, visceral o explícito. El otro es que existe riesgo de muerte y mutilación de los personajes. En todo caso, y que esto quede claro, nunca por un mal dado en un momento determinado, pero sí por las acciones o decisiones que puedan tomarse a lo largo de la trama. Y poco más. Espero que pueda acabar saliendo algo decente de esto y que podamos echar algunos buenos ratos roleando. ¡Un saludo y ya sabéis donde estoy, chavales!
  12. Murdoch

    Varno de Mardole

    ¡De vuelta! Y actualizado de nuevo a 25/03/2019.
  13. Murdoch

    [Ficha] Aiden Lynch.

    Atributos 6 Físico 8 Destreza 6 Inteligencia 6 Percepción Valores de combate 24 Puntos de vida 18 Mana 8 Iniciativa 9 Ataque a Distancia (Pistola de chispa) 12 Ataque a Distancia (Ballesta ligera) 12 Ataque CC Sutil (Espada ligera) 10 Ataque CC Sutil (Daga) 11 Defensa Habilidades Físico 2 Atletismo Destreza 1 Pistola de chispa 4 Ballesta ligera 4 Espada ligera 2 Daga 1 Cabalgar 2 Escalar 3 Defensa 1 Nadar 2 Robar bolsillos 4 Sigilo 2 Trampas/Cerraduras Inteligencia 3 Tradición/Historia 1 Alquimia 1 Religión 2 Ilusión básica 1 Mimetizar imagen Percepción 4 Advertir/Notar 2 Buscar 3 Callejeo 2 Reflejos Especialización: Ilusionismo.
×
×
  • Crear Nuevo...