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Murdoch

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Todo el contenido de Murdoch

  1. 1. El velludo derroche de testosterona de James Hoat. - @ElCapitan 2. La galantería de Asmodeo - @Abrahel 3. La exótica belleza de Sam Badian - @Archibald
  2. Nunca hollada. Allá, en lo alto del roquedal, incluso los ojos más gélidos eran capaces de embelesarse con la atávica hermosura del paisaje. Con sus arenáceos islotes y sus garbosos peñones; o con la miríada de algarrobos, palosantos, nogales espinosos, y árboles de palma, que unidos y revueltos, cosidos a lianas y matojos, componían una caótica y frondosa espesura de singular belleza. La prístina exuberancia de la jungla se alargaba por cada rincón que la tierra firme había ganado a la inmensa planicie de agua salada, perlando con su agreste verdor la fastuosa estampa que los ojos del joven atisbaban a vislumbrar. Un mar en calma (cálido y abundante) lamía con melodiosa delicadeza las blanquísimas arenas de la orilla mientras el tenaz sol meridional descendía su tórrido abrazo sobre la tierra virgen. Varno repasó la majestuosa estampa por enésima vez, notando cómo la brisa calentorra y tropical le acariciaba el rostro. Un rostro que desde luego había conocido días más gentiles, ante de caer desmejorado y flaco, opacado por la luenga barba blonda que se había adueñado de media faz. Tan ruinosas lunas habían hecho buena mella en todos los que una vez tomaron la osada decisión de acompañarlo desde las campiñas del corazón del Imperio hasta las recónditas tierras salvajes del Mar del Sur. No solo en sus cuerpos ni en sus rostros, también en sus mismísimas almas. Tuercespina es tierra de frontera; entre la civilización y la barbarie, entre lo rozagantemente nuevo y lo más hondo, primigenio y ancestral que este Continente alberga. Y como todas las fronteras está maldita. Aquejada de una maldición tan lenta y sibilina como las malas artes de los nativos, que por ser dignos vástagos de ella tan bien han sabido entenderla. Que cala y permea todo cuanto roza sin levantar a su paso ni una brizna de hierba ni una hoja liviana. Que se hunde en los huesos y araña el alma hasta retorcerla –poquito a poco– y labrarla a su cruda y miserable imagen y semejanza. Él siempre lo tuvo claro: no hay santos en la frontera. Ella sola pare y alumbra toda clase de descastados canallas, pero un único género de héroes: aquellos con los que el joven había fantaseado toda su bisoñez. Los héroes de la frontera no son, de cierto, del todo fieles. Atraviesan la vida con cierto desencanto y una indiscutible elegancia de corazón; cuentan la verdad como si fuera mentira; son descreídos y soñadores a un mismo tiempo, duros y pendencieros, aunque arriesgarían la vida para ofrecer su capote a un hombre acorralado. Los héroes que admiraba no moraban en palacios ni en templos; pues demasiado a menudo frecuentaban muelles y lupanares. También habitan, reflexionó, en los sueños de unos pocos, y les susurran al oído con la voz ronca de la noche. Al amanecer, ya nunca están ahí. Pese a todo (en cierta locuaz y candorosa manera) todavía pretendía convertirse en uno de ellos. Pero cada día y cada noche vivía con el miedo en el cuerpo. Ninguno de entre los suyos podía sacarse esa siniestra impresión de lo más profundo de las vísceras. Hasta los más aguerridos y fieros habían lividecido ante la brutalidad y la miseria que reinaban en aquella tierra. Ciertamente a los tremebundos nativos había de reconocérseles un mérito: eran astutos en el menester del miedo. Con pericia y maña fueron capaces de sembrarlo en los corazones de todos los hombres de leche que ahora hollaban sus costas. Sus endiablados ardides los habían extenuado hasta el límite de la cordura; y quizá solo en ese espacio bronco y hueco la desesperación aflora bajo el disfraz de valentía. Movidos por la rabia, el rencor y el pánico, la mesnada de lobos de mar por azar devenidos en conquistadores de fortuna espoleó a los esquivos salvajes hasta las últimas consecuencias, profanando todo lo que para ellos creyeron sagrado. Con el grotesco ídolo ciego como rehén y trofeo en las lindes del campamento, ¿cuánto habrían de esperar para que aquellas aterradoras criaturas se presentaran ante él con los sus tambores de guerra? ¿Acaso ellos correrían mejor suerte que los hombres que los enfrentaron antes? Allí arriba (coronada la exigua cima del roquedal) con el cuitado acampamiento prolongándose bajo sus anhelantes pies, por un fugacísimo momento Varno se sintió libre de los terrenales miedos que tanto lo habían atenazado en los días que antecedieron. Aquellos que infunden las cosas desconocidas, que aplastan, hieren, envenenan y matan a los incautos. Que sollozan en la espesura con aire espectral, o moran tras el aguijón de alguna retorcida y letal alimaña. Por un momento pletórico y sagaz se sintió hermanado con todos los hombres valientes que antes de él habían despegado su mirada del suelo que los aferraba para alzarla hacia las estrellas (¿quién sabe si algún día estas mismas llegarían a ser rozadas por manos ardorosas?). Sabía bien que la mezquindad gobierna el corazón de la mayoría. ¿Cuántas veces, en su necia cerrazón, habrían los mediocres amedrentado a quienes osaron soñar con la audaz luz del descubrimiento? ¿Y qué sería del mundo si los intrépidos que le dieron forma jamás hubieran enfrentado la temerosa tiranía de los encogidos? Recordó a hombres salidos de un tiempo ya marchito; como aquellos que pisaron por vez primera una tierra hosca y fría en mitad del océano tras embarcarse hacia lo ignoto. Hombres como sus ancestros, que al contrario de lo que otros presagiaron, no hallaron abismo, borde o costado del Mundo por donde precipitarse al olvido; sino tierra propia y firme para arar y cultivar. Descendientes de tamaña gesta, los tirasianos llevaban esa ansia corriendo por las venas. Y nada podía apaciguarla. Ni siquiera los indescriptibles horrores seculares de las tribus trol del Cuerno Sur. Turno de guardia; mosquete en la mano. Víspera de otra noche de espantos. Por tres días y tres noches los habían aguardado; temerosos de su venida. Tenían la certeza de que más tarde o más temprano llegarían para reclamar lo que a la selva se le usurpó; resarciendo con sangre los sacrilegios que aquella pálida hueste de forasteros había perpetrado en su afán avaro. Vendrían, sí. Eso no se le escapaba a nadie. Ni los más cándidos osaban fantasear con un horizonte menos aciago. Tan solo se trataba de una mera cuestión de tiempo. Pero estaban preparados: los arcabuces vigilaban la honda espesura, la pareja de cañones miraba hacia el lodazal, y una impertérrita empalizada de estacas (salteada con cráneos profanados de otro tiempo) separaba el angosto acampamiento de sus agrestes lindes. Tesón, trabajo y esfuerzo fueron el precio a pagar por semejante baluarte. La Segunda Virtud había encontrado un curioso predicamento entre aquellas gentes profanas y pecadoras. Pero la Tercera no tenía lugar alguno en esas tierras ignotas. Ni para los salvajes ni para ellos. Una nausea le punzó el estómago ante la inminente perspectiva de una campal batalla. James tenía razón. No se puede pelear contra fantasmas. No puedes trinchar la nada, golpear el vacío, ni rebanar las correosas carnes de la inexistencia. Con cada envite y cada provocación pretendían conjurarlos en carne, sangre y hueso ante sus puertas. Atraerlos a donde se les pueda enfrentar y matar. Pero ninguno de aquellos ingenuos bravucones calibró la entera magnitud de lo que estaba por cernirse. [...] Resumen: Decisiones relevantes: Reputación: Recompensas: Habilidades usadas:
  3. Hombres de roca y sal. La miríada de voces hermanadas y acordes retumbaba sobre cubierta, deslizando estrofas melodiosas y graves que brotaban de lo más hondo de las rasposas gargantas. Un viento cálido se ocuparía de arrastrarlas, revolverlas y esparcirlas cuál arena en la playa. Aquel desorden, nacido y fruto de una decena de timbres átonos y díscolos acababa componiendo un lienzo ordenado, grato para el oído: un canto triste y melancólico (¿acaso no eran así todas las baladas?) propio de tierras lejanas, pero que al joven aventurero no podían resultarle más familiares. En cierta forma era como estar en casa, pensó. Tenía la extrañísima impresión de estarlo pese a que nada de lo que lo rodeaba en las inmensas planicies de agua y salitre pudiera evocar con su estampa semejantes recuerdos en su entraña. Se sentía gentil y extraño; propio y ajeno a un mismo tiempo entre aquellas gentes pintorescas, por desventura salidas de lo más hondo, salvaje y recóndito de su añeja patria. Era una emoción difícil de entonar con palabras. La tormenta había pasado, y el indómito astro-rey de los Mares del Sur relumbraba ya al filo de la mañana con una saña y fiereza encomiables sobre el cielo límpido y cristalino. Al horizonte la paleta de tonos añiles, índigos, cobaltos y tarcos se abrazaba en un colorido paramento de azules que cubría todo cuanto el ojo alcanzaba a ver por los costados del navío. Mar y cielo, unidos pero divididos como agua y aceite por la etérea línea del horizonte lejano se antojaban para Varno un lírico símil de la sensación que acarreaba en sus adentros. Ninguno había podido descansar ni pegar ojo en la larga noche que antecedió al día, epílogo de la tempestad y la desgracia. Y aún habrían de faenar por horas antes de que sus cuerpos exhaustos pudieran conocer el reposo de la pausa: se tensaban y aliviaban cabos, se achicaba agua salobre y se recomponía la mercancía para izar de nuevo el velamen. Contra el pronóstico de los más agoreros, la humilde chalupa de vela y remo había sido capaz de capear el temporal sin volcarse o quebrarse; aún a costa de dos pobres marineros que ahora estaban ‘danzando en las profundidades con la Madre’. O eso aseguraba Piesmojados. El harapiento charlatán sin duda se atribuiría el éxito en semejante lid. Algunas horas antes se había hecho amarrar por el vientre al palo mayor, para vociferar, canturrear y adorar a su ancestral diosa idólatra en lo más profundo y atroz de la tormenta. Ahora se paseaba por cubierta como pez por las aguas; ajeno al vaivén constante del cascarón de nuez, y de cierto bendecido con un estómago de hierro a prueba de adversidades y vomiteras. Varno lo siguió con la mirada por un fugaz instante, mientras los cánticos de la tripulación reverberaban en su tímpano. Repasó sus pies descalzos y mugrientos, sus calzas de mendigo, y su rostro ajado: los rigores de la vida áspera le habían besado la faz, siempre deslustrada y puerca, opacada por la luenga barba bermeja y la melena revuelta que ni aún apelmazada y sucia lograba ocultar el par de perlas hondas y grises que tenía por orbes. Cuando el ‘sacerdote del Mar’ le devolvió la mirada, Varno no pudo hacer otra cosa sino apartar apresuradamente la suya. Era un hombre extraño salido de tiempos ya caducos, más propios de fábulas y cuentos de viejas. Tiempos que en la fría y próspera ciudad de Boralus habían tocado a su fin. Sus letanías tremebundas y sus histriónicos ritos se antojaban para algunos de los hermanos de la Audaz Cofradía cosa extravagante y profana, casi peligrosamente herética. Quienes habían tenido la fortuna de nacer en tierras pías e ilustradas no podían contemplar aquella sarta de supercherías con buenos ojos; pero lo cierto era que tales tradiciones tampoco le resultaban a Varno (vástago de los caserones del Canal Largo, de la ciudad, el puerto y el mercado) muchísimo más suyas que a Madlyn, Charles o Dianne. Sin embargo, como buen hijo de Kul Tiras, estaba dispuesto a respetarlas y honrarlas. Al menos mientras permanecieran a bordo. De alguna manera las antiguas creencias y las supersticiones marineras quizá fueran el ánima más vívida y pura de la ilustre República; por más que el progreso y la civilización las empujaran y confinaran en los rincones más oscuros y agrestes de las Islas. —¡Cantad, cantad! —animó el lóbrego predicador, con un berrido que sacó a Varno de sus elucubraciones—. ¡Que la Señora de Todas las Aguas oiga vuestras voces, pues gracias a su amparo hemos resistido la tormenta! ¡Cantad para que pueda escucharos en las Profundidades! Varno se incorporó una pizca. Le dolía la rodilla y la boca aún le sabía a vómito seco, pero de cierta y extraña suerte estaba feliz. Habían sorteado otra tempestad. Las aguas volvían a mecerse mansas y el sol brillaba en un cielo libre de nubes. Tal vez aquello también fuera un buen presagio, ¿por qué no? Con algo de fortuna las cosas irían a mejor a partir de ahora, quiso repetirse el joven con una candidez tan fingida como forzada. Un golpe de realidad en las tripas lo devolvió al mundo. Una sacudida floja sobre cubierta en el momento y lugar adecuados bastó para que la remembranza de las aciagas vivencias de la noche retornara a sus pensamientos. Luz. No quería ser pesimista. Jamás lo había pretendido. De hecho, ser pesimista era lo último que quería en el mundo. Pero cada vez que cerraba los ojos, lo último que pasaba por su cabeza antes de quedarse dormido era irremediablemente triste. Triste como despertarse en mitad de un sueño dulce. Triste como pensar en su verga abandonada por todas las mujeres a las que nunca amaría. Triste como entonar el nombre de una madre muerta tan solo para que se pierda en el viento. Triste, en fin, como las pendientes, los precipicios y las cosas que caen como el plomo. Aun así, se deseaba suerte todas las noches justo antes de acostarse. <<Nadie vive solo de ilusiones. —pensó Varno, mientras una levísima nausea punzaba su tripa— Y la esperanza, como la mentira, tiene patas cortas y bordes afilados>>. [...] Resumen: Decisiones relevantes: Consecuencias: Reputación: Habilidades usadas:
  4. Murdoch

    [Carta] Para Alondra.

    Tras pasar por muchas manos, y a buen seguro con varios meses de retraso, la misiva quizá acabe llegando a la Vigilia de la Luz, en el corazón de las Tierras de la Peste. Lacrada, aunque arrugada y sucia tras semejante periplo.
  5. Aguadulce. Hacía un calor espantoso al filo del mediodía. Un bochorno sucio y tropical que tornaba al propio aire pesado y compacto. Por encima de la exuberante bóveda arbórea el ardiente sol de las Tierras del Sur destellaba con halo abrasador; castigando sin atisbo de clemencia a toda criatura que osara aventurarse bajo su tórrido manto. Varno se sacudió el sudor que perlaba su frente de un manotazo, y levantó la mirada del raído mapa para otear la estampa por enésima vez: la pareja de barcazas se deslizaba sobre las aguas del río, corriendo sin prisa pero sin pausa al todavía lejano abrazo del mar. Hacía tres días que habían remontado ese mismo río con el rumbo contrario; y ahora regresaban, menguados y exhaustos, deshaciendo el terrible camino que los llevó a la infausta colonia. Abotargado por la canícula, por un fugaz instante pensó que aquellas aguas sobre las que navegaban debían estar a punto de hervir. Por los costados de la orilla la agreste espesura se alargaba como un interminable muro de palma, helecho, algarrobo, magnolia tuercespina y mirtáceo espinoso. Si el mapa no andaba muy errado y la fortuna se alineaba por una vez de su parte, tocarían la desembocadura en dos o tres horas. Sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda sudada al vislumbrar otro par de crocoliscos tendidos sobre el fango de la ribera. Con sus cuerpos escamosos y aletargados, y sus fauces pétreas y terribles. Cuando estaban quietos, cual inertes estatuas de mármol, algún incauto podía cometer el error de menospreciar su amenaza (las bravatas y baladronadas con tan temibles bestias ya formaban parte de la retorcida cultura de los pillastres de los Mares del Sur, de sus necios desafíos y de sus trasnochadas apuestas). Pero toda la expedición había comprobado ya de primera mano con qué ligereza, con qué ferocidad (y con qué elegancia, se atrevió a pensar entonces el joven tirasiano, con un atisbo de culpa por escoger semejante término), puede despedazar un crocolisco hambriento a un mozo incauto. Dos buenos muchachos habían hallado su amargo final entre tales fauces; y sin embargo aquella calamidad no había sido sino la mera antesala de toda la ristra de infortunios que vapulearon a la comitiva al posar los pies en la tan anhelada Villa de Aguadulce. Varno no podía sacarse las palabras de Hoat de la cabeza. A buen seguro nacidas del miedo y la superstición, pero hirientes y afiladas como puñales. Tenía la imagen de aquel famélico y demacrado anciano trol esculpida a fuego en la memoria: de sus brazos largos y esqueléticos, de su macilenta túnica adornada con un puñado de humildes abalorios de hueso y piedra, y de esa máscara de palo tan tosca y primitiva como inquietante. Todavía recordaba el sonido de la matraca agitándose en su cayado cuando los encaró desde la orilla, impertérrito ante el disparo de advertencia que hicieron los muchachos. <<Quizá era la misma muerte, que venía a recibirnos>>. Las palabras de su veterano camarada se le clavaban más y más en las sienes. Varno conocía muchas historias (había pasado, quizá, más tiempo del aconsejable buscándolas en viejos tomos mentirosos y en labios fanfarrones), pero se resistía a convertirse en un crédulo: su aspiración eran las luces del saber ordenado, y no las retorcidas tinieblas de la superstición. Tal vez solo fuera un viejo trol perdido en la inmensidad de la jungla. Pero tenía la sensación de haberse adentrado en una tierra verdaderamente maldita al dejarlo atrás. Sí algo tenía claro después de tanto tiempo es que esas cosas sí existían (vudú y mal fario eran, desde luego, palabras temidas hasta por los más aguerridos y viles criminales de los Mares del Sur). La colonia de Aguadulce se había fundado sobre una atroz carnicería. Sus cimientos eran la sangre y el fuego: los gritos de los salvajes mientras los extranjeros ahogaban a sus retoños en el río y pasaban a cuchillo a los más ancianos; o el aroma fétido de la carne calcinada en nombre de la civilización. Ese mismo olor, pegajoso y dulzón, que Varno todavía tenía pegado a las narices. Sí, las maldiciones existen. Y si el día que hombres de piel rosada redujeron a cenizas aquel poblado para alzar el suyo propio alguno de los sibilinos nativos salvó el pellejo, tuvo que rogar una y mil veces a sus crueles dioses para que castigaran la arrogancia de los forasteros. Diez años son solo un suspiro en una selva que ha visto desfilar ante sí milenios. ‘Hueso agusanado’. Plaga, hambre, enfermedad. Y los sempiternos pecados de la Humanidad aflorando prestos aún en tan lejana tierra: la avaricia, el miedo, el rencor. Quizá la tierra estuviera maldita, o quizá fueran los propios colonos los que trajeran esa maldición albergada en sus entrañas. Tal vez la caída del infame lord Frederic, burgomaestre y protector de la colonia, sea cosa vana y estéril. Pocos quedan ya en semejante agujero, poblado de tullidos, viudas y huérfanos. <<Pocos. Mal avenidos. Y seguramente condenados>>, meditó Varno. Aunque otra parte más cándida de él quería creer que todavía quedaba esperanza para aquella gente; que aún podían salvarlos si honraban la promesa que hicieron ante la turba. Desde luego había algo en esa hermana Cassandra que lo había embelesado. Podía tener que ver con esos ojos tan verdes y profundos como la exuberancia de la selva; o con ese rostro apacible y hermoso que casi se antojaba ajeno a lo abatido de su aspecto: a la grasienta melena azabache o al macilento hábito atezado de sangre, barro y porquería. Jamás lo reconocería por lo sagrado de su condición (y menos aún ante Nora), pero por supuesto cuando conoció a la novicia no pudo evitar echar a volar brevemente la imaginación para figurársela por un instante tendida en el lecho y tan desnuda como su madre la trajo al mundo. Sin embargo, la razón del prendamiento no tenía tanto de carnal (o al menos eso se dijo a si mismo) como de espiritual. La joven religiosa evocaba la estampa con la que se había imaginado a la Divina Mereldar desde que era un mancebo. Con ese halo de santidad alrededor. Si las trasnochadas cavilaciones de Hoat resultaban ser ciertas, y el vetusto trol fuera una encarnación de la mismísima parca, algo de divino tenía que haber también en esa piadosa muchacha que no perdía la sonrisa aún rodeada de muerte y desolación. Mientras estas y otras yermas elucubraciones cruzaban el pensamiento del tirasiano, los botes mantenían su incansable descenso por las aguas turbias y enfangadas. Una docena de exóticos pajarracos con plumajes de mil colores graznaban desde las alturas o revoloteaban entre lianas y ramajes. Quizá fuera entonces cuando acabó de asumirlo: había vuelto a Tuercespina, y aquel periplo no tenía vuelta atrás. [...] Resumen: Decisiones importantes: Consecuencias: Recompensas: Habilidades utilizadas: Notas offrol:
  6. Notas Offrol: Los carteles podrían irse encontrando en tablones, mentideros, mesones y fondas del Imperio (básicamente, en tierras del Reino de Ventormenta y de la República de Kul Tiras) y en algunas colonias y puertos libres de los Mares del Sur (o sea, Tuercespina y todas las islitas y archipiélagos que pueda haber por allí). Era algo que quedaba pendiente para dar un poquito más de pretexto a quienes tengan algún personaje perdido por ahí y pretendan interesarse en estos roles de una manera u otra. Hemos quedado que cada introducción requerirá en principio de algún masteo individual y personalizado para el personaje en cuestión (ahora mismo hay un par pendientes, si no recuerdo muy mal) y la idea es irnos turnando entre varios para hacerlos. En cualquier caso sobrará con que me deis un toque a mi por aquí, por el juego o por Discord para lo que sea. Si sacamos adelante alguna expedición o tal más gorda y ambiciosa procuraré que también se cuelguen nuevos carteles en este mismo hilo. Y poco más. Como decía solo es una pequeña excusa para que a algún personaje le pueda sonar remotamente eso de la Cofradía si quiere. ¡Un saludo chavales!
  7. Murdoch

    Larence de Vadociego.

    • Nombre: Larence de Vadociego.• Estatura: Un metro y setenta y nueve centímetros.• Peso: Sesenta y tantos quilos.• Edad: Veintiséis inviernos.• Raza: Humano del Norte.• Origen: Villa de Vadociego, Reino de Stromgarde. • Ocupación: Vagabundo, espiritista. • APARIENCIA: • CARÁCTER: • HISTORIA:
  8. Va, yo tambien me animo. Buena iniciativa Imperator. La usaré para los canallitas de la Cofradía con alguna licencia personal.
  9. Hacia confines lejanos. El rugido del trueno volvió a retumbar afuera, arrastrando un eco pesado y estridente por las inmensas planicies de agua y sal. Más allá de la sucia cristalera las olas se revolvían, meciendo a capricho al Tritón cuál mocoso impertinente que juguetea con su muñeco de trapo. En los cielos resplandecía el fulgor del rayo, que una y otra vez acababa abriéndose paso a través del denso manto de nubes que habían cernido la noche sobre aquel horizonte. Habían dejado atrás el corazón de la tormenta, aunque el viento salvaje y la lluvia inclemente que todavía acosaban a la desvencijada carraca aún hacían presagiar que lo peor podría ocurrir en cualquier momento. Varno se asomó al lóbrego pasillo donde se amontonaban los marineros heridos. Los desgraciados hacían cola para aguardar a que el hosco galeno, o su inesperada y joven ayudante, trataran de hacer algo por sus males: había cortes y laceraciones, contusiones por caídas, golpes, patinazos y tropezones de toda ralea; algunos no pretendían mucho más que un trago de aguardiente para regar sus entrañas y aplacar los dolores. Podía entenderlo. Llevaban ya dos semanas racionados por la escasez y más de uno mataría al prójimo por una botella de ron o por un vasito de láudano. El candil del techo se zarandeaba a un lado y al otro haciendo a las sombras danzar sobre el tapiz que componían las roñosas paredes. Los gritos ahogados y sordos de los marineros en la enfermería retumbaban por cada costado del pasillo; entre el aire denso, cálido y fétido que inundaba las estancias. Varno entornó la mirada y volvió a contemplar fugazmente los cadáveres apilados en el rincón. Pensó en lo fácil que resulta que una explosión te desfigure el rostro en un santiamén hasta tornarte un amasijo de carne quemada, esquirlas de metralla y heridas sangrantes. Ni siquiera sus madres podrían reconocer a alguno de ellos si se lo pusieran delante. Luego pensó en la otra vida, y en si esos pobres grumetes habrían de tener semejante aspecto para toda la eternidad cuando fueran llamados al Seno de la Luz. Qué injusto sería eso. Y sintió otra nausea que lo sacó de tan estériles vacilaciones. Ya no tenía nada para vomitar -siquiera bilis- y por supuesto había perdido la cuenta de las veces que hubo arrojar el almuerzo por la borda desde que embarcaron esa fría tarde en Ventormenta. Sí. Aquel día una trémula nieve caía sobre los callejones de la urbe, y quizá muchas más leguas al Norte los canales de la vieja Boralus amanecían ya cubiertos de una capa de hielo y escarcha. No hacía tanto, y sin embargo parecían ya recuerdos lejanos. El invierno, como los escrúpulos, era otra de las cosas que carecían de sentido en Tuercespina. Y no merecía la pena malgastar tiempo añorándolas. Le ardía la mano; quemada y remendada. Tuvo el infortunio de que Fionna reventara al apretar su gatillo (y de buen seguro el estropicio hubiera sido muchísimo mayor si la pólvora en su cañón no hubiera estado tan húmeda y mojada al momento de la deflagración). No sabía si sentirse afortunado o desgraciado por ello. La vieja Fionna, que lo había acompañado en el arnés durante una década, había acabado mordiéndolo antes de perderse en las profundidades del océano. Era una buena pistola, ya no se hacen así. Y llevaba en su familia desde la Segunda (casi más que él mismo, en realidad). Para algunos bautizar con un nombre a una llave de chispa es cosa de idiotas, pero igual que antaño los caballeros concedían nombres rimbombantes a sus legendarias espadas, Varno agasajó a la pistola con uno cuando la robó del atrio de su padre. ¿Y qué mejor que darle el mismo que llevaba la moza a la que uno consigue por primera vez bajar las enaguas? Todavía se acordaba de la otra Fionna (no la pistola, sino la del Callejón de la Bandurria). Había olvidado muchas caras pero la suya podía seguirla evocándola con una razonable precisión: más bien redonda, con su ceño despierto, sus lozanas carnes (tal vez demasiado lozanas para otros más sibaritas) y aquel pequeño hueco entre los dientes que lo había vuelto loco. Amor púber, amor fugaz. Romance acalorado y breve. La vida no se hace mejor cuando creces, pensó, esa es otra mentira. Cuando en lugar de estar retozando con las turgentes carnes de alguna moza en un pajar te encuentras rodeado de mugre, de vómito y de gritos ahogados de dolor mientras navegas hacia una tierra indómita y hostil, quizá te preguntas si has tomado el camino correcto. El Tritón era un polvorín. Varno lo sabía también. Su capitán no lograría mantener el orden mucho tiempo más. Habían pasado de deslizarse sobre las aguas durante eternas semanas como una tortuga torpe y gorda, con pésimo viento, a capear una de las inclementes tormentas tropicales de los Mares del Sur. Y tal cosa no había hecho más que retrasarlos: no llegarían a la Bahía al día siguiente, ni al siguiente, ni al que está por venir. ‘Sinquilla’ ya había dado orden de navegar hacia la costa y detenerse en algún fondeadero para reparar la nave y aprovisionarse. Según las cartas de navegación, la Villa de Aguadulce, colonia de la República tirasiana, quedaba a menos de una jornada remontando en bote el río hacia las entrañas de la jungla. Y quizá los suministros que allí pudiera mercadear fueran la última esperanza para muchos. [...] Resumen. Decisiones relevantes. Habilidades.
  10. “[…] la tenebrosa jungla parece no conocer fin; sino que se alarga por los cuatro costados que el ojo alcanza hasta la línea del horizonte. Bajo la bóveda de los árboles el lugar del cielo ha sido usurpado por impenetrables copas y ramajes; el suelo está cubierto por hilos de niebla y densa maleza, y son verdaderamente escasos los caminos que atraviesan la tierra, pues sus moradores llevan milenios deslizándose por las entrañas de la espesura como fétidas serpientes. Los días son cálidos y asfixiantes, las noches húmedas y bochornosas; y así cualquier hombre que ose adentrarse en el corazón de la foresta no tardará en sentirse débil y acabará cayendo enfermo. Allá moran bestias capaces de despedazar al más aguerrido de los guerreros en un suspiro, y en sus pestilentes ciénagas se arrastran gusanos pálidos y ciegos. Es ahí, en lo profundo de las selvas, donde los salvajes trol adoran a sus iracundos dioses de barro y hueso, y les ofrecen toda clase sacrificios de sangre y vísceras mientras entonan horripilantes cantos en una lengua tan sucia y chirriante como el metal oxidado. Piratas y corsarios han reclamado las costas, y sus mugrientas aldeas se alzan y se abandonan en cuestión de meses. No hay en ellas más ley que la del acero y el oro: en los mentideros se comercia con cualquier cosa conocida, y en los mercados de carne se subastan hombres y mujeres al mejor postor. Y sin embargo, algunos necios todavía afirman que no hay lugar sobre la faz del orbe en el que un hombre pueda ser más libre y más próspero como bajo el cielo de Tuercespina.” – Crónica de los viajes de Havert de Prevost. [...] NOTAS OFFROL. ¡Buenas a todos! Ya era hora de retomar la trama de Varno. Venimos de aquí: [Elwynn] Problemas en el Paraíso; y por fin ha llegado el día en que la acción se traslade al foco de rol de Tuercespina y de los Mares del Sur. Como siempre los roles van para largo (con miras a los próximos meses) y van con calma, sin prisa y sin (espero) mucha pausa. De momento son solo unos poquitos (Hoat, Vey, y Nora) los que acompañan a Varno en esta aventura. Pero esperamos más interesados. Por supuesto, la trama tiene un carácter abierto para los personajes que quieran engancharse, siempre con un poco de coherencia y sentido común. Bastará con que me deis un toque por aquí o por el Discord para ver el momento y la forma en que apañemos las cosas para que quien quiera pueda tener ocasión de inmiscuirse en los acontecimientos. Roles de navegación, de exploración, de búsqueda de tesoros… intentaré que tengamos de todo lo que se espera, siempre con ese toque canallita que ya es marca de la casa. No hay un rumbo definido y las cosas podrán ir por unos derroteros u otros dependiendo de las decisiones que tomen los participantes. La idea es que de todo esto salga, de nuevo, un núcleo de rol duradero en el que más allá del hilo o la trama principal llevada por mí, haya hueco para otras subtramas, pequeños eventos, o roles casuales de quien quiera animarse a hacerlos. Voy a dejar también el par de avisos de rigor como de costumbre, y el primero es que el contenido de lo que se pueda rolear en determinados momentos podría ser susceptible de clasificación como PG-18 por fuerte, visceral o explícito. El otro es que existe riesgo de muerte y mutilación de los personajes. En todo caso, y que esto quede claro, nunca por un mal dado en un momento determinado, pero sí por las acciones o decisiones que puedan tomarse a lo largo de la trama. Y poco más. Espero que pueda acabar saliendo algo decente de esto y que podamos echar algunos buenos ratos roleando. ¡Un saludo y ya sabéis donde estoy, chavales!
  11. Murdoch

    Varno de Mardole

    ¡De vuelta! Y actualizado de nuevo a 25/03/2019.
  12. Murdoch

    [Ficha] Aiden Lynch.

    Atributos 6 Físico 8 Destreza 6 Inteligencia 6 Percepción Valores de combate 24 Puntos de vida 18 Mana 8 Iniciativa 9 Ataque a Distancia (Pistola de chispa) 12 Ataque a Distancia (Ballesta ligera) 12 Ataque CC Sutil (Espada ligera) 10 Ataque CC Sutil (Daga) 11 Defensa Habilidades Físico 2 Atletismo Destreza 1 Pistola de chispa 4 Ballesta ligera 4 Espada ligera 2 Daga 1 Cabalgar 2 Escalar 3 Defensa 1 Nadar 2 Robar bolsillos 4 Sigilo 2 Trampas/Cerraduras Inteligencia 3 Tradición/Historia 1 Alquimia 1 Religión 2 Ilusión básica 1 Mimetizar imagen Percepción 4 Advertir/Notar 2 Buscar 3 Callejeo 2 Reflejos Especialización: Ilusionismo.
  13. • Nombre: Aiden.• Estatura: Un metro y setenta y ocho centímetros.• Peso: Setenta quilos.• Edad: Veinticuatro inviernos.• Raza: Humano del Norte.• Origen: Reino de Gilneas.• Ocupación: Ladrón, agitador-bandido. • APARIENCIA: • CARÁCTER: • HISTORIA:
  14. Murdoch

    [Ficha] Harold Gerhart

    Atributos 8 Físico 6 Destreza 6 Inteligencia 6 Percepción Valores de combate 32 Puntos de vida 18 Mana 8 Iniciativa 12 Ataque CC (Espadón ligero) 10 Ataque CC (Sin armas [equilibrado]) 10 Defensa Habilidades Físico 2 Atletismo 4 Espadón ligero 2 Sin armas [equilibrado] Destreza 2 Cabalgar 4 Defensa 2 Nadar 2 Sigilo Inteligencia 2 Religión 2 Tradición/Historia 2 Reprender esencia 2 Detectar Entes Malvados 2 Toque de Luz Percepción 2 Advertir/Notar 2 Reflejos Especialización: Luz: Reprensión
  15. Murdoch

    Harold Gerhart

    HAROLD GERHART • Nombre: Harold Gerhart.• Estatura: Un metro y ochenta y cinco centímetros.• Peso: Noventa quilos.• Edad: Treinta y cinco inviernos.• Raza: Humano del Norte.• Origen: Reino de Lordaeron.• Ocupación: Hombre de armas; escudero-paladín novicio. • APARIENCIA: • CARÁCTER: • HISTORIA:
  16. CAPÍTULO VII. Rueda la corona. —Aquí tenéis la pluma, señor Bedlam. Las palabras se deslizaron por sus tímpanos, amortiguadas; y Jake alzó un tanto la vista. Al otro lado del vetusto escritorio de castaño el hombrecillo lo escudriñaba desde detrás de las lentes de sus anteojos, con un par de pupilas azules y límpidas. Zavros estaba sentado a su diestra con semblante solemne, hojeando alguno de los muchos papelajos que ahora se amontonaban en la mesa. Jake apretó los dientes cuando otra jaqueca martilleó su sien. Quizá fuera la luz, que se colaba por entre los ventanucos de la estancia para arañar sus ojos, demasiado acostumbrados ya a la penumbra del lóbrego almacén en el que había resistido como un gato panza arriba las últimas semanas. O puede que fuera culpa del opio. Demasiadas horas lejos de su abrazo estaban haciendo merma en su espíritu. Aunque estaba sentado notaba sus propias piernas débiles y renqueantes, y con profundo pesar volvió a repasar el documento que habían deslizado hacia él. Tensó de nuevo la mandíbula cuando llegó a la sexta línea, y espiró algo de aire. Algunos de los escoltas del viejo los observaban en silencio, apoyados contra una de las paredes del pequeño despacho. Tenía a su espalda a sus tres últimos muchachos, traidores y acongojados, que decidieron arrastrarlo cual vulgar tributo de paz hasta el nuevo caserón en el que Don Zavros había resuelto alojarse mientras atendía sus asuntos en tierras de Elwynn. Pensó en ellos, y luego pensó en Brandon y los demás. Esperaba encontrarlos allí ese día; estaba seguro de que después de todo lo ocurrido el pelirrojo querría presenciar su caída. Pero no estaba entre aquellos hombres de rostro curtido y acento extraño. Mientras repasaba las líneas venideras del pergamino, hincando los dientes en sus labios hasta hacer brotar la sangre, recordó a Effron, a Paul, a Will… tenía sus malditas caras lampiñas gravadas en la retina, tatuadas a hierro en el alma. Por un instante la culpa le cruzó el pensamiento, y se sacudió la cabeza como si así pudiera desterrar el remordimiento. Era responsable. Lo sabía. Pero ya era demasiado tarde para enmendar eso; quizá siempre hubiera sido demasiado tarde. Levantó el mentón, hincando los ojos de nuevo en el leguleyo, y musitó con voz rota y áspera. —Honraréis vuestra palabra. Perdonaréis mi vida, y me daréis salvoconducto al sur. —alcanzó a decir, tal vez queriendo volver a oírlo antes de estampar su firma. —Mi cometido es la ley. Y no otro. —replicó el hombrecillo, en tono socarrón; aunque sin el menor atisbo de extrañeza o inquietud—. Estoy aquí para formalizar la venta como la Luz manda; no me vengáis con otros asuntos que no me incumben. Zavros levantó la mirada del pergamino que lo entretenía, y oteó a Bedlam con su único ojo. —Vuestra rebelión acaba aquí, hijo. —pronunció con tono calmado, y un cierto aire triunfal—. Os he ofrecido una rendición honrosa, y eso os daré. Jake dejó escapar algo de aire de entre los labios, deshinchándose como un globo. Se sentía estúpido, mediocre, y derrotado. Alargar la mano hacia el tintero y garabatear una tosca firma fue su particular vía crucis, su camino al calvario, su paseo de la vergüenza. Pudo ver cómo el condenado viejo perfilaba una sonrisa sardónica cuando la punta de la pluma rasgaba el papiro, ante la mirada expectante de todos los presentes. —Bien. —dijo el jurisconsulto, al tiempo que atraía el documento para sí, y lo repasaba una última vez—. Todo está en orden. Os felicito señor Bedlam, al fin habéis hecho algo prudente. Zavros miró al hombre de su diestra, y volvió a trazar una sonrisa taimada. —Sé que sois hombre ocupado, Gaspard. No os robaré más tiempo aquí. Dejad que mis hombres os acompañen hacia la salida. —alzó la mano huesuda, para hacer un ademán a los que montaban guarda contra la pared. Con inusitada calma y en sobrio silencio, el letrado recogió sus legajos, ordenándolos toscamente, para después incorporarse pesado y abandonar la estancia en compañía de dos de los guardaespaldas de la Víbora. Bedlam permaneció allí con la cabeza gacha; sin quebrar la quietud. Jamás se había sentido tan humillado, tan despreciablemente cobarde. Apenas una semana antes estaba dispuesto a hacerse saltar por los aires en el almacén; a descender una tormenta de pólvora y fuego sobre cualquiera que osara asaltar su castillo, y ahora no podía evitar sentirse como otra persona; un extranjero, entre rubricas, legajos y despachos. Otto Zavros lo había vencido sin tener que disparar una sola bala, sin tener que mancharse las manos. No directamente, al menos, pero otros habían padecido en sus carnes la liza. En uno y otro bando; como meros peones en un tablero de ajedrez. Contingentes, y prescindibles. Un día tuvo la osadía de compararse a esos reyes de los tiempos antiguos. Fútil reyezuelo, se decía ahora. Tonto y vano. Sus enemigos lo habían sometido a una larga guerra de desgaste, a un asedio inmisericorde y prologando. Es cierto: no había catapultas ni arietes a las puertas de su mermado fortín. Los hilos eran muchísimo más finos, casi imperceptibles. Se trataba de algo más etéreo, más simbólico, pero no por ello menos cruel: el viejo lo había coronado, y ahora se ocupaba de destronarlo, devolviéndolo al fango después de dejarlo hecho pedazos en el camino. Se lo debía todo a ese vejestorio demacrado y mutilado que sonreía ladinamente a su frente. Él plantó en su corazón la semilla de la discordia, dando alas a la ambición que anidaba en lo hondo de su ser; pagó generosamente para que el prestamista pudiera armar su particular milicia de mocosos harapientos, y llenó sus almacenes de valiosas mercancías. Costeó sus caprichos, sus juergas y bacanales, y llevó el fruto de las amapolas del sur hasta los pulmones de Jake. Cómo había sido tan imbécil. Cómo pudo caer en aquella mentira tan conveniente para el tirasiano. Por más que lo creyera, él nunca había tenido el verdadero control de nada. Zavros sabía que Jake Bedlam tenía demasiada arrogancia dentro; que tarde o temprano pretendería labrarse su camino en el arrabal. Propio, y alejado de la alargada sombra de otros. El asunto del Chichi de la Puerca fue la ocasión perfecta para dejarlo cometer el error de hacer negocios por su cuenta y riesgo. Bastó con instigar a su segundo para ponerlo en su contra; en atraer y ganarse a Brandon para sus propósitos. El puto Zavros tenía que estar anhelando encontrar la situación que lo dejara como un idiota incompetente. O peor: como un tirano parricida y desalmado. Mientras tanto procuraba que no faltara el opio en los almacenes. Fue tan necio que no advirtió que todos los regalos que hace una serpiente están envenenados. <<Jake Bedlam no es nadie. Es una marioneta usada. Y rota.>>, se dijo ahora, resignado. Al final ellos habían puesto los muertos. Sus muchachos. Las luchas intestinas los desgajaron; su pacto con los Camisas Largas había sido un desastre y a buen seguro Roland y los suyos clamarían venganza ahora: habían enterrado a demasiados hombres por la incumplida promesa de pólvora y arcabuces. Las habladurías de conjura, la paranoia que lo asaltaba, y la locura que atenazaba su seso… Zavros las había sembrado también con maña y paciencia, haciendo y deshaciendo, hasta conseguir tenerlo hacinado como un perro, languideciendo, desgastándose, cavilando, y hundiéndose. Hasta hacer que sus últimos y menguados leales lo traicionaran. Fue arrastrado fuera de su ratonera, y entregado ante los hombres del carcamal. Ninguno de aquellos mozos deseaba seguir a su jefe a un destino tan aciago. Así pues, ¿por qué volver a caer en el mismo amaño? ¿por qué confiar en la palabra del viejo? Consintió en renunciar a todo lo que su familia había conseguido en generaciones, y una burda firma bastó para despojarlo de cuanto tenía: lo que fue, lo que era, y lo que pudo haber sido. Quizá fuera otro estéril delirio de brillantez. Quizá tan solo miedo a una muerte que se antojaba cercana. Tal vez Zavros lo enviara al Vacío, o tal vez no. En cualquier caso sospechaba que el tuerto lo quería vivo todavía. A lo mejor creía que podía sacar algún otro provecho de él. O puede que solo quisiera jactarse de su triunfo, como quien colecciona trofeos de caza. Sea como fuere Jake estaba de acuerdo: quería seguir vivo. Y quería venganza, aunque fuera lo último que hiciera. Vivir para ver un nuevo día quizá le concediera tal ocasión. —¿Puedo irme? —alcanzó a decir al fin, rompiendo el largo silencio que los había envuelto. —Podéis. Pero no aún. —el viejo volvió a esbozar una sonrisa maliciosa—. Sabéis que ahí fuera no duraréis ni un minuto. No os preocupéis, haré que os preparen una alcoba aquí y seréis mi huésped hasta que pueda sacaros con seguridad de este reino. —¿Y cuando será eso? —replicó el prestamista, con desdén. —Pronto. Entretanto quizá podáis ilustrarme sobre cierto librajo de cuentas que mis hombres encontraron en casa de vuestro padre. Me gustaría estar al tanto de los negocios. ¿Os parece? Jake resopló, dócil. Y les hizo un gesto a sus tres muchachos para que se fueran; a lo que nadie objetó. Iban a ser días muy largos. Resumen. —Paul fue enviado a la casucha arrendada por Nora con orden expresa de ejecutarla in situ por su felonía la noche del tiroteo. Iba a ser la primera de muchas venganzas. Sin embargo, Nora consiguió engañar al rapaz con un ardid y encajarle un perdigón en las tripas a traición antes de saber si sería capaz de apretar siquiera el gatillo. Después, con la ayuda de Hadrian y Varno os habéis desecho del cadáver. —Vey ha sido contratada como nueva ayudante de barra de Caleb en el Chichi, tras la desaparición de Aurora. —Un par de semanas después del incidente, Jake Bedlam es traicionado por sus leales y entregado a don Zavros en bandeja de plata. Consecuencias. —Nora ha matado a un mequetrefe asustado, a buen seguro para salvar su vida, y ha visto cómo sus tripas se desparramaban en el suelo del cuarto. Quizá hubiera sido posible encarar la situación de otro modo. O no. En cualquier caso la imagen de Paul agonizando en tu regazo mientras su vejiga se suelta y el orín pringa las ropas no será fácil de sacar de la cabeza. —Hadrian os ha coordinado para deshaceros del cadáver. Lo ha sacado envuelto y a hombros, como un fardo cualquiera en las tinieblas de la madrugada, y lo habéis quemado en el linde del bosque a media hora del arrabal. La fogata habrá ardido toda la noche, y al alba el humo podría haber atraído a algún montaraz o trampero que no encontraría mucho más que cenizas y algún hueso calcinado. —La situación ha dado un giro, de nuevo. Duración: Unas 8 horas, en varias sesiones.Máster: Varno — @Murdoch Personajes participados y habilidades usadas: @Murdoch como Varno: Callejeo / Supervivencia [piras] / Advertir / Tradición-Historia / Leyes [Imperio] @Beretta como Alondra: Callejeo y como Runa: Advertir / Rastrear / Tradición-Historia / Leyes [Imperio] @Nora Folch como Nora: Callejeo / Pistolas de chispa / Sanación [torniquete] / Advertir / Supervivencia [piras] / Tradición-Historia / Leyes [Imperio] @Webleycomo Hadrian: Callejeo / Comercio / Rumores / Naipes [mutilado] / Advertir / Tradición-Historia / Leyes [Imperio] @Akross como Doyran: Callejeo / Advertir / Tradición-Historia / Leyes [Imperio] @ElCapitan como Hoat: Callejeo / Advertir / Tradición-Historia / Leyes [Imperio] @Gauss como Vey: Callejeo / Comercio [ayudante de barra] / Tradición-Historia / Leyes [Imperio] Notas offrol. Volvemos. Dejo aquí reflejadas las habilidades de última sesión, que estaba pendiente desde antes del salto a Legion, y un relato que dará paso al colofón final de esta parte del evento. La semana que viene determinaremos el destino de Bedlam. Y veremos cómo queda esto.
  17. CAPÍTULO VI. Sangre y acero. Varno paseó la mirada por la funesta escena. El manto de la madrugada había descendido sus lóbregos brazos por los terruños de labranza y las sombras danzaban a su alrededor, apenas espantadas por unos cuantos farolillos. Quizá fuera mejor así, pues aún en las tinieblas la escena a la puerta del granero era de una dureza tal que haría estremecerse al más pintado. Llovía fuerte y llovía mucho. Y para un lado y para el otro; con una perfección que a Varno se le antojo casi absurda. A sus pies el campo estaba anegado, y los surcos arrastraban la sangre y los fluidos que la oscuridad ocultaba con su abrazo. Aunque las tinieblas nada podían hacer para esconder el perfume de la muerte. Brazos cercenados, rostros reventados, tripas desparramadas... la explosión del barrilete de pólvora había bastado para quebrar el portón en un suspiro, pero había hecho una buena escabechina con los caídos que se amontonaban más cerca de la entrada. Y Varno pudo olerlo, más allá del denso aroma a la pólvora quemada que flotaba en el ambiente. Era un tufo de otra pasta; a vísceras, heces, y sangre. Notó una nausea breve, que acalló al erguirse. El viento frío le erizó la piel. Entonces recordó las palabras que le había dicho a Alondra unos minutos antes. Eran ciertas. Si a su espalda se alzara un fortín, y fueran coseletes y gambesones bordados lo que vistieran los muertos troceados que se desparramaban por el lodo, su augusto padre trazaría una mueca de orgullo por tamaña refriega. Puede que lo estuviera observando desde algún lugar, proyectando una de aquellas miradas duras y altaneras que el joven cada día recordaba un poquito más lejanas, y más y más empañadas por el peso del tiempo. <<Recordar no tiene nada de sencillo, es un arte>>, pensó. Y el pensamiento lo devolvió a la realidad. No, aquello no era un castillo, y la mesnada de derrotados combatientes no eran la hueste de ningún señor, no portaban el blasón de algún zafio enemigo; de hecho, no portaban blasón alguno. Lo único que los vestía eran esas camisolas andrajosas, macilentas, que algún día habrían sido blancas. <<Todo el mundo tiene alguna camisola así>>, fue lo único que se le pasó por la cabeza. A su espalda solo se recortaba la efigie monstruosa del viejo granero donde el contrabandista guardaba su mercancía más volátil y peligrosa antes de dar la orden de llevarla hasta el mismo corazón del arrabal: pólvora. Pólvora de don Zavros, pólvora de las colonias del sur, pólvora que había triplicado su precio en las últimas semanas. Nada podía ser casual. Brandon serpenteó por su espalda, tal vez llevara allí un rato largo, en realidad. Varno ni se había molestado en volverse hasta que oyó su voz, demasiado embotado en mirar a la nada que se dibujaba al frente. —Brutt es rápido. Pero tus amigos esperan maravillas de sus piernas.—pronunció. —Aguardaremos. —respondió el tirasiano, con tono sosegado y algo ausente—. No pueden tardar toda la noche. Y sin caballos no podremos volver con los heridos. El pelirrojo asintió con sequedad. Y ambos se quedaron en silencio oteando al vacío, donde el chaparrón seguía arreciando entre la negrura de la noche. No sería hasta una hora después cuando casi al filo de la madrugada aparecieran los jinetes entre el horizonte: los hombres de Zavros. Y el grupo pudiera abandonar el terruño entre el fango, de regreso al arrabal de Villadorada. *** Resumen. —Después de que Nora se reuniera a espaldas de todos con Jake Bedlam, habéis tenido que precipitar una segunda reunión con Don Zavros. Parecía al corriente de toda la información, y pudo aportaros más luz a las sombras que envuelven los últimos tejemanejes del prestamista. Zavros os ha regalado la ubicación de la retoña raptada, como muestra de buena voluntad. —Tras un arduo combate, los Camisas Largas (aliados desesperados de Bedlam) se han replegado de la granja. Elizabeth está en vuestro poder, aunque muy febril. Consecuencias. —Hoat ha decidido aceptar el regalo de Zavros. Quizá sea una muestra de buena voluntad, o quizá esté envenenado. —La mano de Will ha aparecido envuelta en una vieja camisola holgada. En su alcoba del Chichi os esperaba una sorpresa peor: alguien había roto el ventanuco y arrojado su cabeza, inerte y rebanada, al interior. Un mensaje claro de los Camisas Largas, a buen seguro. —Habéis convencido a Brandon y a los suyos de atrincherarse en el granero, y plantar batalla a la mesnada de los Camisas Largas. Decidisteis dar la cara, y no huir por los sembrados dejando a la gorda atrás. —Elizabeth, la hija de Caleb, está en vuestras manos. No es la princesa de cuanto que alguno pudo esperar: es tan grande como un tonel, más pesada aún, nada agraciada, y desprende un olor fuerte a sudor y meados. Digna prole de su padre. La fiebre la atenaza, y quizá no consiga salir adelante. Necesitará muchos cuidados, y la gracia de la Luz, para aferrarse a la vida. —Casi una quincena de harapientos Camisas Largas han caído en la refriega, asaltando el granero. Vosotros habéis perdido a dos mozos a sus manos. Y más de uno volvéis heridos de consideración. Aún así el plan de defensa ha resultado ser un éxito rotundo, visto lo poco que os favorecían las tornas de antemano. —Bedlam está acabado. Sus aliados de última hora han sufrido un duro revés, y cabe esperar que se retiren a lamerse las heridas, privándolo de más apoyo. Pero continúa atrincherado con tres o cuatro leales en el almacén, tras haberlo convertido en un auténtico polvorín. Duración: Unas 12 horas, en varias sesiones.Máster: Varno — @Murdoch Heridas: Doyran: un machetazo en el brazo cuando os replegabais al interior del granero (-7PV), y un perdigonazo perdido en los últimos compases de la refriega (-11PV); total (-18 PV). Hoat: uno de los mosquetes te ha reventado en las manos al disparar (-11PV), dejándotelas hechas un estropicio y con el dedo medio colgando. Quizá aún pueda salvarse. O ya no. Parker: te has hecho el héroe, y un perdigón se te ha encajado en el hombro (-12PV). La cosa se ha puesto aún más fea, Hadrian ha cauterizado la herida con la daga al rojo vivo, dejando la bala alojada dentro del hombro. Van a tener que abrirte la herida de nuevo, y sacártela, antes de volver a cerrarla, si pretendes seguir un tiempo más entre los vivos. Será una agonía más larga y desagradable que la propia cauterización, pero tal vez pensar en tu dama mientras te hienden la carne viva pueda consolarte una pizquita entre tanto dolor, y hacer que saques los arrestos para no desmoronarte más de la cuenta. Hadrian: la explosión hizo que varios cascotes se desplomaran del techo, y una teja fue a partirse en tu espalda (-6PV) Por obra y gracia de don Zavros, todos podéis ser atendidos en el dispensario, y sus arcas saldarán el precio de las curas y los remedios.* Personajes participados y habilidades usadas: @Murdoch como Varno: Callejeo / Advertir / Rifle de chispa / Pistola de chispa @Beretta como Alondra: Callejeo / Advertir / Rifle de chispa / Pistola de chispa / Sanación [torniquete] / Tortura; y como Runa: Advertir. @Akross como Doyran: Callejeo / Advertir / Trampas [bomba de humo] / Rifle de chispa / Pistola de chispa / Conjuración [estaca de hielo] / Daga [arrojadiza] / Defensa @Nora Folch como Nora: Callejeo / Advertir / Sanación / Rifle de chispa / Pistola de chispa @ElCapitan como Hoat: Callejeo / Advertir / Rifle de chispa / Pistola de chispa @TitoBryan como Parker: Callejeo / Advertir / Rifle de chispa / Pistola de chispa @Webley como Hadrian: Callejeo / Advertir / Lanza ligera / Sanación [extracción y cauterización] / Defensa / Táctica militar @Kira como Nathaniel: Callejeo / Advertir / Rifle de chispa / Pistola de chispa
  18. CAPÍTULO V. La mano que mece la cuna. El eco sordo y grave retumbó en las paredes del almacén mientras el cañón vomitaba un humillo liviano. Se hizo un silencio largo y afilado cuando ante la vista de los atónitos mequetrefes un Jake más pálido que la leche descendió el brazo tembloroso, quizá empezando a atisbar qué acababa de hacer. Pero Efron estaba desplomado ya en el suelo; había caído de la silla, y se sacudía en movimientos toscos y desagradables, casi como un pez que agoniza fuera del agua. Su mirada se abrió para esculpir una expresión de terror sincera y acongojante, que apenas unos segundos después se mantenía fría e inerte clavada contra los cajones y toneles amontonados en torno a la pared, como si realmente pudiera verlos aunque el último estertor de vida hubiera abandonado ya su magullado cuerpo: el perdigón se había encajado en el rostro a la altura del pómulo y salido por la nuca; reventando la faz y desgarrando carne y hueso hasta trazar en el cadáver del rapaz una herida asquerosa para cualquiera que osara mirarla. Bedlam se volvió con ojos desorbitados, tambaleante, y paseó la mirada por el hatajo de mocosos que lo observaban en corrillo. Pudo ver el miedo en los ojos de más de uno, pero también el desprecio. Y eso lo enardeció de nuevo. —¡¿Es esto lo que queríais de mí?!—clamó con voz rota, algo temblorosa, aun sosteniendo la pistola— ¡Decídmelo, os lo estoy ordenando! Ninguno osó darle réplica. La mayoría se limitaron a descender la mirada hacia los roñosos tablones del suelo, lejos del Bedlam delirante y del guiñapo en que había quedado convertido a su otrora compinche. Brandon se la mantuvo clavada, sin pronunciar palabra, y cuando sus ojos se cruzaron Jake arrojó con ira la pistola hacia el suelo, quizá quebrándola para siempre, y luego volvió a dirigirse a los suyos. —¡Os le he dado todo!—bramó, bañado en el sudor frio que le perlaba el rostro—¡Todo! ¡Y no voy a tolerar la traición bajo mi techo! Luego deslizó un dedo tembloroso y acusador entre la turba de pillastres, aferrándose a su mermado equilibrio. —¿Cuántos más habéis estado conspirando con este desgraciado? —el silencio continuó incólume, y tal vez entonces Jake se dio cuenta que estaba inmerso en un soliloquio—. ¡Hablad, o que os lleve el Vacío! —insistió, fuera de sí, pegando una patada a la pipa de opio que fue a rodar entre los cajones— ¿Os pagan los Camisas Largas, o son los Grajos Negros los que os han prometido recompensaros cuando me halláis arrebatado lo que me pertenece? ¡Muy bien! —dibujó otro gesto airado con los brazos, mirándolos—. Pues decidles que no voy a consentirlo: ¡esto es lo que ocurre cuando juegas contra Jake Bedlam! ¿Me oís? —Cálmate, Jake. —acertó a decir por fin Brandon, dando pábulo a su jefe—. Nadie ha conjurado contra ti. Has fumado y bebido demasiado. Bedlam resopló, buscando la silla para dejarse desplomar en ella. Y desde ahí volvió a otear a sus hombres por un largo rato. Terminó por hacer un gesto hacía el cuerpo de Efron, que yacía a su vera. Y habló muy despacito. —Sacádmelo de aquí. Enterradlo, o dejadlo por ahí tirado, me da igual. —se humedeció los labios agrietados, volviendo a hundir los ojos en el cadáver—. ¡Y que alguien limpie toda esa maldita sangre! *** Brandon se acabó el vasito de brandy que le habían servido de un solo trago. Y luego regresó la mirada hacia Otto; sintió cómo un pequeño escalofrío le punzaba la baja espalda, y tosió una pizca. Puede que fuera por ese ceño adusto y seco, o por el condenado ojo. Sí, aquella mirada le ponía el vello de punta. Así que se limitó a apartar un tanto la vista, deslizándola por la amplia alcoba que los alojaba. —Me temo que nuestro Bedlam se ha descarriado, hijo. —pronunció, y el pelirrojo notó cómo lo escudriñaba. Tenía una voz áspera, rota y grave, que confería a sus palabras un halo de autoridad. Tal vez aquella de la que a simple vista carecería de no ser por lo intimidante de su rostro. Otto Zavros, ‘la Víbora’, más conocido sencillamente como Don Zavros no hacía gala de un aspecto particularmente amenazador: era un anciano (eso no se le escapaba a nadie), enjuto y frágil, mas de gesto pétreo y mirada dura. Quizá la culpa de esto la tuviera la ausencia del ojo derecho, en una cicatriz que acostumbraba a llevar al aire, mostrando un globo vacuo, blanco, ciego e inerte. El acento foráneo se adivinaba en cada una de sus palabras, y desde luego sus modales parecían dignos de un lugar mejor que el lóbrego arrabal, pero allí estaba. Había llegado (seguramente de algún rincón lejano y exótico) hace apenas medio año, pero en sus escasos encuentros Brandon jamás lo había visto levantar la voz más de la cuenta. Acostumbrado a los excesos de Bedlam, eso lo inquietaba profundamente. —Está sometido a mucha presión, don Zavros. —dijo el joven, irguiéndose en su asiento. Y retornando los ojos al rostro seco del viejo. —A lo único a lo que está sometido es a lo que bebe, y a lo que se fuma. —replicó Zavros, en tono sosegado—. Estas calles lo asustan tanto como a ti; por eso busca valor en cualquier cosa capaz de embotarle el sentido. Alguien que necesita comportarse como un desquiciado para infundir respeto tiene los días contados, te lo digo yo. —el vejestorio hizo una mueca, acomodándose en el sobrio respaldo—. Tanta ambición como albergan sus entrañas no puede digerirse sin reventar por cada costado. —Es prestamista. Creo que llevan eso de la ambición en la sangre. —apuntó Brandon, antes de que el anciano trazara una sonrisa sardónica. —Sé que eres listo, y por eso te elegí a ti para suplir sus debilidades y mantenerlo bajo control. Aunque los dos sabíamos que esto ocurriría más pronto que tarde, ¿no es así? Confieso que me ha decepcionado con mayor presteza de la esperada. Culpa mía: debí haberlo previsto. —alcanzó su propio vasito de brandy, y dio un sorbo corto, jugueteando con él entre los dedos; casi parecía disfrutar reconociendo su error, y eso turbó aún más al joven—. Un hijo que se vuelve contra su propio padre es una abominación que no merece ni un atisbo de confianza. —Pero vos me dijisteis que le ofreceríais una...~ —Brandon dejó que las palabras murieran en sus labios a medio contar, y descendió la mirada, en cuanto el anciano hizo un gesto para invitarle a cerrar la boca—. —Una salida honrosa. —concluyó Zavros—. Y así será. No en vano concedo mi palabra. —Por supuesto. —aseveró Brandon—. Disculpadme. No quería insinuar nada contra vos. —Lo sé, rapaz. —musitó Zavros, con condescendencia—. Veré en persona a ese Hoat. Concierta una audiencia con él; si tanto anhela conocerme, no puedo privarlo de ello. —Como mandéis, don Zavros. Mañana iré a ese antro y se lo haré saber. El vejestorio perfiló una mueca taimada, observándolo. Y negó con suavidad; se aclaró la garganta para pronunciar con teatralidad alguna de las citas que tanto gustaba de parafrasear. —“Esa engañosa palabra: mañana. Nos va llevando por días al sepulcro, y la falaz lumbre del ayer ilumina al necio hasta que cae en la fosa”. —sonrió otra pizca, tras recitar en tono solemne, contemplando el ceño inexpresivo de Brandon, que por no saber, no había siquiera aprendido a leer—. Esta misma noche, muchacho. No hay tiempo que malgastar. Brandon asintió otra vez más, consciente de haberlo entendido ahora. O eso creyó. Y volvió a dedicarle una mirada larga al vejestorio al tiempo que tragaba algo de saliva. La otra noche había visto cómo Jake esparcía los sesos de uno de los suyos por una vulgar rabieta, y aún así su corazón no albergaba por él ni la mitad del temor que aquel hombrecillo huesudo y frágil le insuflaba cuando lo miraba a los ojos. Resumen. —Habéis seguido indagando en los asuntos de Jake Bedlam y su panda de mocosos venidos a más. Brandon os ha confesado que las cosas allí comienzan a agrietarse, desbordado por la muerte tan gratuita de su compinche. Y finalmente Hoat y Nora lograron reunirse con Otto Zavros en la capilla. —Sabéis que Jake Bedlam se ha pasado un par de días encerrado en el almacén. Lloriqueando, poniéndose ciego, y acusando a todo el mundo que iba y venía de darle la espalda. Pero ninguno de vosotros se ha acercado a tantearlo. —Elizabeth, la hija de Caleb, continúa raptada y en paradero desconocido. Pero sabéis que está enferma. Ha estado vomitando y con altas fiebres durante tres días. Consecuencias. —Os habéis ganado un poquito el corazón y la confianza de Will y Brutt, sobre todo Hoat y Alondra. Habéis optado por tratarlos con amabilidad, e incluso habéis jugado alguna partida de naipes juntos mientras charlabais, un poquito de cosas banales, y otro tanto de otras más serias. —Nora ha hecho llegar algún remedio para la hija de Caleb a través de la pareja de matones, cogiéndolo del dispensario. Quizá la ayude, o quizá sea tarde. Tal vez no te puedas resistir a pensar que si fuera cierto que Don Zavros se preocupa algo por la gorda retoña Brandon no tendría que ir mendigando ayuda de esa clase. —Varno ha disuadido a Nora de tratar de acercarse a Jake Bedlam después del incidente. Tal vez nunca conozcamos qué hubiera podido salir de esa maniobra. —Habéis decidido apoyar a Otto Zavros en esta tesitura, mostrandole pleitesía. Y haríais bien en rezar por haber tomado la decisión correcta. Duración: Unas 12 horas, en sesiones sueltas.Máster: Varno — @Murdoch Personajes participados y habilidades usadas: @Murdoch como Varno: Callejeo / Comercio / Música [laúd / canto] / Tradición-Historia @Beretta como Alondra: Callejeo / Naipes [mutilado] @Akross como Doyran: Callejeo / Rumores @Nora Folch como Nora: Callejeo / Comercio / Advertir / Tradición-Historia @ElCapitan como Hoat: Callejeo / Comercio / Rumores / Naipes [mutilado] / Advertir / Tradición-Historia
  19. (Esta es la lista aproximada de lo que habría en el Chichi ahora mismo; sin perjuicio de que por los roles la oferta pueda ampliarse o modificarse). [...] HABITACIONES *** Alcoba de huésped. (12 por noche, 70 por semana) El Chichi cuenta con un puñado de cuartuchos fríos y pequeños diseminados a lo largo del pasillo. Lo mejor que puede decirse de ellos es que tienen solo una o dos camas, y procuran una intimidad que es desconocida en la mayoría de fondas del arrabal. Las comodidades son las justas, desde luego. Paredes y techos carcomidos por la humedad, muebles viejos, alguna gotera, mantas raídas y bastante suciedad. No es un palacio, y cualquiera que espere algo así ya debería intuir su decepción al comprobar los precios. Banco en el salón común. (5 por noche) Por un puñado de monedas, el mesonero te puede sacar una manta y dejarte dormir en algún banco, o en el propio suelo una vez que se han cerrado las puertas. Tal vez estés huyendo del rodillo de tu parienta, o simplemente no tengas dónde caerte muerto. Tranquilo, todos podemos pasar por una mala racha. Por supuesto no será la noche más memorable, ni cálida, ni cómoda, pero es mejor que pasarla al raso. Eso sí, a primera hora, te echarán fuera. BEBIDA *** Agua del pozo. (1 por jarra simple, 4 por jarra hervida con hojaplata o flor de paz) La elección predilecta de virtuosos y ascetas, aunque ni el propio Caleb la recomienda. Por el arrabal el agua suele correr turbia, y los días reposando en los toneles del Chichi no ayudan a mejorarla. Quizá nadie haya muerto aún por beberla pero podrías acabar con una buena indigestión. Mejor hervirla antes, por si las moscas. Algún tontaina ya ha pagado algo más por un poquito de agua hervida con hierbajos resecos de los que la oronda esposa de Caleb guarda en la despensa, de manera que si te gusta pagar el triple por un poco de agua manchada, estás de enhorabuena. Sidra de manzana. (3 por jarra) En el Chichi no se sirven zumos. Lo más parecido por su escasa graduación son las sidras en las que el mesonero convierte las manzanas que están a punto de echarse a perder completamente. Tienen un sabor dulzón e intenso, y beber de más podría tenerte pegado a la letrina durante un par de días. Cerveza. (3 por pinta, 2 por media-pinta) La piedra angular de todo el bebercio en el tugurio. Se trata de una rubia algo ligera porque ha sido rebajada con agua. Aunque pocos replican a esto, tal vez por lo barata que resuelta. No será la mejor que sirvan en la villa, ni siquiera a este lado de las murallas, pero se deja tragar con cierta amabilidad. Y eso a Caleb le parece un éxito del que sentirse orgulloso. Vino. (3 por jarra) Un caldo peleón que se deja beber. No suele estar picado, y eso ya es mucho decir en esos lares. Se sirve directamente desde la barrica y no en botella. Es después de la cerveza una de las elecciones más frecuentes. Cuando aprieta el frío muchos lo piden caliente y especiado, tal vez para disimular un poco más el sabor. Destilados. (unos 3 por vaso, y 12 por botella) Whisky, ron, bourbon, aguardiente o incluso vodka enano. Del Siete Rosas de Poniente al Meado de Trogg, la variedad está lejos de ser impresionante, pero al menos existe. Varias hileras de botellas cogen polvo en el estante detrás de la barra; la calidad de todas ellas deja bastante que desear (son poco más que matarratas) así que sus precios rondan una misma horquilla. Se sirven solo en vasitos metálicos, rellenados hasta la altura de tres o cuatro dedos huesudos, o por botella entera. Una jarra equivaldría a un par de vasos. COMIDA *** Estofado de la casa. (1 por cuenco) La especialidad del Chichi. Cada día el mesonero y su esposa se afanan por preparar una olla de este peculiar guiso parduzco. A veces es más espeso y otras más acuoso, ¡qué incertidumbre! Suele contener algún tropezón menudito flotando para darle algo de gracia. La receta ancestral es un misterio, de lo que no cabe duda es de que se trata de un puchero con mucho cuerpo. Huele fuerte, no muy bien, y no es precisamente una delicia para el paladar, aunque más de uno (incluido el propio Caleb) se lo zampa cada noche sin mucho reparo, de tal suerte que podríamos aseverar que en general no es venenoso. Algunas malas lenguas dicen que puede dar cagalera a los estómagos más finos, pero eso son solo burdos rumores. ¿No, Hadrian? Queso, pan y embutido. (5 por platillo) Para paladares más exigentes y bolsillos algo más llenos, en las despensas del Chichi quedan algunas piezas de queso, cecina, chorizo y demás encurtidos que han logrado salvarse de las ratas y la podredumbre, acompañada por un buen mendrugo de pan duro. Manzanas. (1 por pieza) Detrás de la barra siempre hay un cesto repleto de manzanas. La mayoría algo resecas y maduras; otras sencillamente agusanadas. Nada que un buen lavado no pueda solucionar. OTROS SERVICIOS *** Cuba de agua. (12 por uso) Con un pellizco de jabón. Esta bañera de madera es lo suficientemente grande para permitir que un adulto encogido quepa en ella. Por algunas monedas podrás quitarte toda esa roña que tienes pegada. O incluso frotar esa camisola amarillenta que algún día fue blanca. La tinaja está en la cocina, en la antesala del sótano, pero se te procurará cierta intimidad para que chapotees agusto. Por algunos cobres más el desgraciado mesonero podría hacer que alguien te la llevara a tu misma alcoba (por otros más, incluso que te echen una mano con el baño, todo puede hablarse), para que disfrutes de un placer de reyes tan poco comprendido en estos tiempos. Letrina. (2 por uso) Todos los huéspedes tienen derecho a usar la letrina que hay construida fuera del barracón sin soltar ni un cobre. Los demás podrán evitarse por tan solo un par de moneduchas el jaleo de tener que evacuar las entrañas en medio de la calle, y limpiar con la mano las secuelas de tal hazaña. Por consideración a las buenas gentes de la vecindad, ráscate el bolsillo y usa la letrina.
  20. ÍNDICE Comida, bebida y servicios. Personal, y otras gentes. Sótano. [...] El Chichi es una posada de mala estampa como tantas otras que abundan en las callejuelas sórdidas y fangosas del arrabal de Villadorada. Desde fuera puede parecer poco más que un largo barracón de madera erigido en mitad del Callejón del Tordo, al que el tiempo ha maltratado hasta hacer lucir su estructura algo desvencijada y añeja. Sobre el umbral de la entrada un viejo rótulo aún permite adivinar el nombre gravado sobre la roña. Y clavada a la puerta, para que cualquiera que ose adentrarse lo tenga presente, cuelga una adusta tablilla que enmarca las leyes de la casa: “A todos los hombres y mujeres de bien, sed bienvenidos a esta honrada fonda. Afuera quedan las riñas y los lances. Los sabuesos pueden entrar, la chusma no. No se sirve a traidores: los hijos de Alterac y de Gilneas no tienen lugar aquí.” Al otro lado el viajero hallará un salón amplio y lóbrego, con algunas mesas y sillas esparcidas por toda la estancia, y un angosto pasillo flanqueado por varias alcobas para los huéspedes. Quizá algún ingenuo lo haya descrito antes como un rincón pintoresco y hogareño, pero la cruda realidad es que se trata de un tugurio con todas las letras: la humedad carcome techos y paredes, el polvo se amontona en los estantes, y la limpieza brilla por su ausencia. Hace frío, aunque las brasas arden en la chimenea durante casi todo el año para caldear el ambiente, y por ahí cuelga la jaula que confina tras sus barrotes a un desagradable pajarraco desnutrido y feo, que aletea y grazna ajeno a la miseria que lo rodea. Tan entrañable lugar solían frecuentarlo parroquianos locales ávidos de enterrar el morro entre el indulgente seno de la bebida, o de matar una noche más jugando a los naipes y los dados después de curtirse el lomo trabajando arduamente toda la jornada. De cuando en cuando, algún incauto trotamundos se afincaba de paso en sus habitaciones por la única causa de ser más pobre que una rata, antes de proseguir el camino hacia tierras más gentiles. Pero las últimas semanas han caído como un jarro de agua fría sobre el negocio; rumores de peleas y problemas han ahuyentado a parte de la clientela y ahora tan solo un menguado grupo de harapientos se deja caer por allí tras el ocaso: el resto del día suele estar miserablemente vacío, con la honrosa excepción de quienes se hospedan en aquellos lares. Resumen de responsabilidades. Mesonero – Caleb (ST) Administrador – James Hoat. Asistenta del administrador – Nora Folch. Ayudante de barra – Aurora. Seguridad – Will y Brutt (STs) / Hadrian Huéspedes con alcoba – Varno / Doyran y Alondra / Madlyn / Hadrian / Elodía Situación actual. El establecimiento conocido como El Chichi de la Puerca es propiedad de su dueño y mesonero: Caleb (ST – masteado por @Murdoch, pero que cualquiera podéis interpretar para cosas rutinarias sin problema). Después de vuestros arriesgados tejemanejes James Hoat se ha convertido en el administrador de facto con la bendición de Jake Bedlam. El contenido del acuerdo negociado con el prestamista no solo le da derecho a recuperar íntegramente la deuda de Caleb con intereses, que asciende a 70 monedas de plata, sino también a 1/3 de las ganancias recaudadas por cualquier actividad, legal o ilegal, ejercida en el local a perpetuidad, sin participar en modo alguno en las pérdidas. Os habéis vuelto contra Bedlam, o él lo ha hecho contra vosotros. Todo depende de la perspectiva con la que queráis mirar. El acuerdo negociado se ha suspendido, y no parece claro qué ocurrirá en el futuro con él si alguien llega a suceder al prestamista. Will ha muerto a manos de los Camisas Largas. Y Brutt se ha alineado con Brandon en el conflicto sucesorio. Hadrian ha asumido las labores de mantenimiento del orden en el tugurio. La hija del mesonero, Elizabeth, ha sido liberada. Se recupera de las fiebres en el dispensario del arrabal. Aún no se ha celebrado ninguna pelea en el sótano. Habéis apoyado a la mano que movía los hilos de Bedlam, don Zavros. Jake Bedlam está acabado, pero se ha atrincherado en su almacén con tres o cuatro mozos leales, y lo ha convertido en un auténtico polvorín del que se niega a salir. [Actualizado a 02/05/31] Notas offrol. Venimos de aquí (enlace): Problemas en el Paraíso. E iba siendo hora de darle a esto cierta apariencia por el foro. Se trata de un foco de rol abierto, para todos los personajes que alguna vez os dejéis caer en el arrabal de Villadorada. En este momento la trama “principal” relacionada con el negocio y su dueño sigue su curso, y otras líneas o tramas menores pueden desplegarse. Por supuesto, puede albergar toda clase de rol casual, o servir de escenario para escenas, reuniones, o sucesos en las tramas y eventos de otros personajes aunque estas no estén relacionadas con el desarrollo del negocio. Sentíos libres de hacer, y de preguntar. Durante los próximos días la información que se recoge en este hilo se irá ampliando, hasta intentar que quede plasmado algo medio decente. Así se queda esto, ¡un saludo peña!
  21. CAPÍTULO IV. Otra vuelta de tuerca. Varno deslizó el dedo por la superficie agrietada de uno de los toneles, arrastrando la gruesa capa de polvo y pelusa que había tenido ocasión de macerar allí durante al menos una década. Luego tosió una pizca. Las palabras de Caleb no se quedaban cortas, el sótano del Chichi era un agujero purulento, sembrado de trastes viejos, polvo y basura, donde las motas flotaban a trasluz a la vera del menguado candil, y la humedad había corroido el ambiente hasta el mismo tuétano: el aroma denso de la tierra húmeda se pegaba a la nariz, y varios charcos de agua turbia habían anegado ya el suelo pobremente adoquinado. Aunque desde luego lo peor eran las ratas. <<Gordas y tiernas>>, había dicho el hosco mesonero, y Varno no pudo sino reprimir una arcada al recordar sus palabras ahí abajo cuando una sombra peluda serpenteó entre los cajones a su zurda. Para los escasos iniciados en los secretos más herméticos del tugurio ya era cosa conocida el que esas groseras alimañas solían constituir la piedra angular del puchero acuoso y parduzco que tenía el honor de ser presentado como estofado de la casa. La mujer de Caleb se afanaba cada tarde en despellejar y trocear a las presas que su marido había cazado en su propio sótano hasta dejar pedazos de carne tan menudos que bien pudieran pasar por pollo, conejo o cerdo, si eran advertidos flotando entre el caldo. Resopló, mirándose alrededor. Ese asunto debía ser resuelto antes de que se corriera la voz, y nadie quisiera probar bocado. Al igual que debían despejar la bodega de tan molesta plaga si de veras pretendían organizar allí esos combates. Las escaleras crujieron bajo el peso de bota ajena, y pronto el ceño estoico de Caleb emergió de entre las tinieblas para caer al abrazo de la trémula luz del farolillo; aquello le confería un aspecto aún más desagradable, casi tétrico. —Tienes razón. —pronunció Varno, mirando al posadero—. No creo que traer un gato baste para resolver lo de aquí abajo. A lo mejor hasta se lo comen ellas, o yo que sé. Va a hacer falta algo más de ayuda. —Las hijas de puta se han puesto moradas a costa de mi comida, por eso están tan gordas. Me han dejado la despensa vacía. —Ya…~ —volvió a musitar el joven, mientras asentía tres o cuatro veces para sí, quizá tratando de hacerse a la idea de una situación que aún le era extraña—. Lidiaremos con esto. Y saldremos adelante. —trazó algo parecido a una sonrisa, con cierta expresión de tristeza en la mirada, que apenas lograba adivinarse entre la penumbra—. Solo espero que no me destrocen la cara por el camino. Es lo único que han hecho bien mis queridos padres. *** Resumen. —Cada uno en su medida, habéis empezado a tratar de que las arcas del Chichi arrojen beneficios para Jake Bedlam este mes. Nora se ha pasado las noches haciendo cuentas, y se ha adjudicado la organización de la primera pelea, consiguiendo a uno de los contendientes. Hoat y Varno han comenzado a negociar el suministro de ron con un nuevo proveedor, y han conseguido algunas manos más para ayudar en la taberna de cuando en cuando. —Brandon "el Largo" apareció por allí en compañía de dos muchachos de aspecto arrabalario: Will y Brutt, bastante canijos y rondando las quince o dieciséis primaveras. Se han acomodado en una de las habitaciones y desde hace días se pasean por el tugurio con la orden de mantener la paz, aunque cualquiera diría que se han dedicado a poco más que a dormir, beber o matar el tiempo jugando a los dados y los naipes. Tal vez podáis sacarles alguna otra utilidad. O no. Lo que sabéis de buena tinta es que os han espiado miserablemente, y Bedlam está al corriente de todos los entresijos y affaires que encierra la taberna. —La tercera reunión de Nora con Jake Bedlam ha sido un desastre con todas las letras. El prestamista ha adulterado el plan que la mujer fue a proponer hasta tornarlo una humillación para vosotros, particularmente para Varno. Nathaniel, el luchador de Nora, pasará a estar apadrinado por el prestamista, mientras que ha de ser Varno (saldando así la cuenta pendiente que tenía con uno de los muchachos de Bedlam después de darle una buena tunda en la pelea que inició todo) el que se enfrente a él bajo severas amenazas para que todo salga tal y como Jake desea. —Habéis decidido darle la vuelta a la tortilla y apuñalar por la espalda a vuestro bien amado socio. Para la conjura acordasteis una reunión secreta fuera del Chichi. Es un plan muy delicado, y peligroso; cualquier error lo echará a perder. Consecuencias. —Tenéis compañía: Will y Brutt se pasean por el Chichi como si lo hicieran por su propia casa. Quizá podáis dormir más tranquilos sabiendo que hay otro par de almas custodiando el lugar, pero desde luego sabéis que vuestra intimidad ya no está a salvo. —Caleb ha comenzado a trabajar en el problema de las goteras, espoleado por Nora. Pero la solución irá para largo. El estofado de la casa seguirá horneándose con la receta ancestral hasta que podáis permitiros probar algo nuevo. —Habéis comenzado a negociar con Kenway el suministro de su ron más corrientucho y barato, y quizá el acuerdo pueda llegar a buen puerto. —Aurora ha solicitado un puesto como ayudante de Caleb en la barra, y lo ha aceptado a cambio tan solo de algo de rancho. La habrán puesto a fregar vomitadas secas y servir jarras las noches en que ronde por el tugurio. Sin duda con trabajadores así se levantará el Imperio en un santiamén, pero es difícil evitar pensar que alguien te está timando. —Hadrian ha aceptado hacerse cargo de la plaga de ratas del sótano a cambio de tener un techo en el que caerse muerto durante algunos días. No es el destino más honroso para un hombre de armas del Norte, pero la vida es así de dura. —Hoat ha traído a un pajarraco horrendo y medio moribundo, y lo ha bautizado como Piticli. Ahora su jaula adorna el estante de la chimenea, desde donde grazna en de cuando en cuando y repite alguna palabra que oye. Pasará a ser una cara conocida más de todos los parroquianos, por más que de pena y dolor quedarse mirándolo un rato. Duración: Unas 12 o 13 horas, en sesiones sueltas.Máster: Varno — @Murdoch Personajes participados y habilidades usadas: @Murdoch como Varno: Callejeo / Tradición-Historia / Comercio / Música [laúd/canto] / Pistola de chispa [instrucción] / Espada ligera [instrucción] @Beretta como Alondra: Callejeo @Akross como Doyran: Callejeo / Combate sin armas @Webley como Hadrian: Callejeo / Combate sin armas / Tradición-Historia @Kira como Nathaniel: Callejeo @Barbas como Kenway: Callejeo / Comercio @Nora Folch como Nora: Callejeo / Tradición-Historia / Comercio / Pistola de chispa [instrucción] / Espada ligera [instrucción] / Cuchillo [instrucción] @ElCapitan como Hoat: Callejeo / Comercio / Tradición-Historia @Titobryan como Aurora: Callejeo Notas offrol. Otro más. Añadido índice, y aviso offrol en la primera página. ¡Un saludo!
  22. CAPÍTULO III. Pactando con el diablo. —Es buen momento para que os retiréis a descansar, jefe. —musitó Brandon, mirando a un Jake casi desplomado en la silla—. Ha sido una noche larga, y una gran juerga, pero mañana querréis estar sereno. ¿Os escolto a casa? El prestamista se limitó a perfilar una sonrisa taimada, quizá ajeno a lo que su hombre de confianza le decía. Irguió el mentón, y dejó que la nuca se recostara contra el respaldo. Había fumado mucho, y bebido más aún. A sus pies entre el montón de cajas, toneles y trastes de toda guisa que cogían polvo en aquel almacén dejado de la mano de la Luz algunos de los suyos se habían desplomado ya, y yacían exhaustos por un suelo sembrado de cristalillos y manchas de whisky o vómito reseco. Había tres muchachas por ahí desplomadas, también, tal y como sus madres las habían traído al mundo, quizá mujeres de mala vida, pero ninguna era oronda. —Jefe, ¿me estáis escuchando? —volvió a insistir el larguirucho pelirrojo, con tono cortés. Entonces Jake trazó de nuevo una sonrisa maliciosa. El opio había esculpido una expresión de apatía e indolencia en su gesto. Tenía el torso desnudo, y la larga melena azabache cayéndole por los hombros. Sus ojos azules miraron a Brandon con aire vacuo y ausente, y luego pronunció muy despacito. —Escoge a dos de los muchachos y llévalos mañana a ese tugurio. —se humedeció los labios, resecados por el humo, tal vez tratando de recordar el sabor de la mujer que apenas un ratito antes acababa de besar—. Que les preparen una habitación. No va a moverse ni una hoja ahí dentro sin que yo lo sepa. —Desde luego, Jake. Esto me da mala espina. —convino el otro, repasando el destrozo de una noche de jolgorio en el viejo almacén—. Pero tengo que reconocer que esa Nora le ha echado valor para venir aquí sola una segunda vez. —forzó una sonrisa amable, mirando cómo Bedlam se aferraba a su silla para no desplomarse a un lado—. Por un momento creí que le rajaríais el cuello con el cuchillo, o le bajaríais las bragas. —Yo también. —se limitó a pronunciar el prestamista, con una sonrisa bobalicona y maliciosa danzándole en los labios. Sin aclarar a cuál de las cosas se refería. —¿Vais a contárselo a Don Zavros? —escupió al fin, en tono delicado. Como si esa fuera la pregunta que llevara un rato martilleándole las sienes. —No. —concluyó el otro con presteza, y volvió a dejar que la sonrisa le bailara entre los labios—. No quiero molestarlo con estas tonterías. Y además… esto va por mi cuenta. Brandon asintió, dos o tres veces. Y volvió a mirar a su jefe. Aquello no era más que un almacén destartalado en un arrabal lóbrego que en nada se parecía a un palacio, pero por un instante no pudo sino pensar en esos reyes de las historias antiguas. Jake Bedlam le devolvió la mirada, desde su trono de madera roñosa, y luego dejó que sus ojos se perdieran en silencio por la pequeña corte de huérfanos, putas e hijos de la miseria que le rendían pleitesía a los pies. *** Resumen. —Después de trazar un plan común, Nora y Hoat se han reunido con Jake Bedlam para llegar a un acuerdo. El prestamista quedó satisfecho ante la promesa de Hoat de poder pagar él toda la deuda del Chichi el mismo día siguiente, pero no fue tan necio como para caer en el ardid de ir personalmente a examinar el cobertizo que Hoat le ofreció en el bosque para guardar su mercancía. Siendo así, Nora regresó algunas horas más tarde, bien entrada la madrugada, en calidad de asistenta de Hoat para renegociar el acuerdo. Ha salido más o menos bien, pero habrás pasado uno de los peores ratos de tu vida. Consecuencias. —Os habéis asociado con vuestro adversario, y no podéis olvidar el contenido del acuerdo: Bedlam quiere recuperar setenta monedas de plata (las sesenta de la deuda de Caleb, mas otras diez de intereses por incumplir la primera promesa de pago), y recibirá a perpetuidad un tercio de las ganancias del Chichi sin asumir ni un cobre por los gastos. Ha consentido en que montéis el negocio de las peleas en el sótano, pero os ha dado un mes para demostrar que podéis hacer del tugurio algo rentable. —Hoat le ha prometido a Bedlam el uso de un pequeño cobertizo en el bosque, y sorteado así la inicial intención del prestamista de guardar su mercancía de contrabando en el sótano del Chichi. Brandon "el Largo", su hombre de mayor confianza, irá con Hoat a examinarlo. —En un acto de generosidad, Jake os ha prometido también enviar a dos de los suyos para mantener las cosas calmadas en el Chichi, y proteger el negocio. O sea, básicamente a espiaros. —Hoat pasa a ser el administrador del Chichi de la Puerca con la venia de Jake Bedlam. Aunque técnicamente Caleb aún conserve la propiedad de su negocio, aquejado de una cuantiosa deuda. Nora sería, según le ha dicho al prestamista, su asistenta. Duración: 8 horas.Máster: Varno — @Murdoch Personajes participados y habilidades usadas: @Murdoch como Varno: Callejeo / Tradición-Historia @Beretta como Alondra: Callejeo @Akross como Doyran: Callejeo @Nora Folch como Nora: Callejeo / Comercio / Advertir / Tradición-Historia @ElCapitan como Hoat: Callejeo / Comercio / Advertir / Tradición-Historia Notas offrol. Ahí vamos con otro capitulo pendiente. Queda colgado aquí también. ¡Un saludo!
  23. CAPÍTULO II. El rapto de la doncella. Despuntaba el alba, y afuera llovía. Las gotas zarandeadas por el viento frío golpeaban incesantemente los ventanucos de la posada, reventando contra sus sucios cristales. Llevaba toda la semana haciéndolo sin apenas tregua, y Varno había dejado de molestarse ya en limpiar el fango que cubría sus botas. El arrabal más merecía el nombre de lodazal en aquellos días, sembrado de escoria, porquería y despojos. Pero aquel tiempo de perros no le desagradaba del todo. <<Es casi como volver a estar en casa>>, pensó, mientras escudriñaba las callejuelas desde la ventana. Sus pensamientos fueron a divagar durante algún tiempo, tanto que para cuando el quejido chirriante de la puerta amartilló sus tímpanos hubiera jurado que llevaba un buen rato dormido de pie, apoyado contra el cristal. Caleb irrumpió en su propio mesón, calado hasta los huesos y jadeando como un sabueso después de una larga cacería. Traía un ojo morado, y la larga melena hirsuta apelmazada contra la cabeza, revelando con mayor saña que de costumbre la pronunciada calvicie que lo atenazaba. —Ya estás de vuelta. —musitó Varno, quizá saliendo del sopor, y recalcando lo obvio. —Así es genio. —replicó el otro, con su habitual desdén—. ¿Qué cojones haces ahí? Nunca te había visto levantarte tan temprano. —No me he acostado. Te estaba esperando. —Varno lo miró, de pies a cabeza. Una segunda vez, y paseó la vista por todo el Chichi, que estaba completamente vacío—. Te han pegado. —terminó sentenciando de nuevo el capitán obvio. —Me puse algo idiota. —se limitó a responder el vejestorio, lacónico. —Ya…~ —suspiró, asintiendo una pizca dos o tres veces—. Alondra ha oído que tienen a alguien de tu familia. ¿Vas a contarme qué ha pasado de una vez? Caleb soltó un bufido, y palideció como un muerto por un instante. Negando para sí. Se hizo un breve pero incómodo silencio en la desolada taberna, antes de que el viejo volviera a abrir la boca con voz más rota que de costumbre. —Se han llevado a mi niña. —pronunció, y Varno pudo paladear un dolor sincero en sus palabras—. A mi hermosa y lozana Elizabeth. Qué hijos de puta. Varno frunció el ceño, y tragó saliva, afilando la mirada. Tardó un ratito en poder deshacer el tenso silencio que volvió a adueñarse luego de la conversación. —¿Por qué? ¿Quiénes son estos tipejos y qué tienen contra tí? —La puta escoria faldera de Bedlam.—bufó, de nuevo, e hizo un gesto para abarcar con su mano todo el tugurio—. Cuando levanté esto tuve que pedirle dinero a su padre. Él era un buen hombre. No un idiota, pero desde luego tampoco un sádico. Supongo que por eso está muerto. Este barrio destroza a las personas decentes. —había un deje de rabia en su tono, algo como un lamento sordo que se adivinaba en sus palabras. —¿Era un prestamista? —Sí. Y ahora lo es su hijo mayor. Después de los destrozos que nos causaron los hombres-perro en el asedio tuve que volver a pedir algo de dinero. —resopló—. Creía que era un pipiolo, y que recordaría que su padre y yo éramos amigos. Pero las cosas han empezado a irle demasiado bien, y se ha convertido en un auténtico soplapollas. —Tal vez haya hecho amigos. Por aquí nadie medra sin un buen padrino, ¿no? —inquirió Varno, con la curiosidad y la ignorancia de quien no lleva más de unos meses en tan sórdido agujero. —De eso no me cabe duda, rapaz. Hace medio año era un imbécil al frente de un negocio arruinado, y ahora tiene ese almacén lleno de trastes, y a una docena de putos criajos armados para servirlo mientras juegan a ser mayores. Qué puta fortuna tengo. Tienen a mi Elizabeth, y no van devolvérmela hasta que no les de lo suyo. —Ya…~ —Varno asintió, apenado, y se mordisqueó los labios—. ¿Y cuánto debes? —Sesenta plateadas. —musitó el viejo, tras un breve silencio remolón. Hundiendo la mirada en alguna mancha de sangre seca del duelo. —¡¿Sesenta?! —Varno alzó la voz, y abrió mucho los ojos. Pero no quedaba ya nadie despierto para escucharlos—. ¡¿Y en qué te las has gastado, Caleb, si esto está que se cae?! *** Resumen. —Brandon ‘el Largo’ y su hatajo de matones aparecieron una noche en el Chichi, después de la pelea, y se llevaron a Caleb escoltado al almacén de su jefe. Algún necio estuvo a punto de provocar una desgracia, pero la situación se relajó cuando el mesonero decidió ir por su propio pie sin oponer resistencia alguna. Alondra, Dickon y después Varno siguieron a la cohorte de harapientos hasta un humilde almacén del arrabal, no lejos de la taberna. La muchacha se acercó a poner la oreja por alguna rendijilla, y tras comprobar que no estaban destripando a nadie al otro lado, regresasteis. Consecuencias. —La barra del Chichi quedó desatendida, y más de uno pudo saquear a placer alguna botella antes de que Varno echara la llave de la posada. —Caleb ha vuelto con un moratón en el ojo, y hecho polvo. Ha terminado confesándoles a algunos el lío en que anda metido, tan desesperado como para (ahora sí) aceptar cualquier ayuda. —Conocéis la ubicación del almacén donde se llevaron al hosco mesonero, y el nombre del prestamista: Jake Bedlam. Duración: 4 horas.Máster: Varno — @Murdoch Personajes participados y habilidades usadas: @Murdoch como Varno: Sigilo / Rastrear / Advertir / Callejeo @Beretta como Alondra: Sigilo / Rastrear / Advertir / Callejeo @Akross como Doyran: Sigilo / Rastrear / Advertir / Callejeo @Blues como Jaelle: Callejeo @Blazerunner como Mathew: Sin armas / Rastrear / Advertir / Callejeo @Barbas como Kenway: Callejeo @Nora Folch como Nora: Callejeo @ElCapitan como Hoat: Callejeo / Rumores Notas offrol. No sé si se me pasará alguien de los que estabais en la taberna, porque fue ya hace un par de semanas. Si eso ya sabéis, me dais un toque y edito. Lo dejo posteado para poder colgar otro par de capítulos que quedan pendientes y en el horno. Sé que voy un poco tarde, pero la vida es así Edito para citaros a todos bien, ahora sí. ¡Un saludo!
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