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Psique

Roler@
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Mensajes publicados por Psique


  1. Que la Luz sea bondadosa en sus caminos, y limpie de rencor y orgullo herido su poblada cabeza, a ojo de mal cubero.

    Os tomáis muchas molestias por una pasada afrenta, mas si es de deber que deba ser saldada, así ha de ser cuando nos encontremos, mas si residís donde recuerdo, he de recomendaros invertir más en un cerco que en una almáciga, o los desperfectos en estas ni un adinerado reino podrá haceroslas pagar. Si otro fuerais, más cercano y conocido, sentiría entrañado mi espíritu por tan banal excusa para abrir correspondencia con mi persona. Pero empiece por E o por J vuestro nombre, admito que me sois una persona desconocida como para suponerlo. Aun así, os concedo de buen grado de ahora en adelante el mentaros como el primero.

    El rencor enturbia la mente, y las posesiones alejan a uno de la pulcritud de la vida austera que todos hemos de llevar. No os lo toméis como que pretendo zafarme, soy mujer de palabra.

    Vuestras inclinaciones no saldrán de este sepulcro, por el bien de vuestro propio futuro. Y guardaré junto a él mi opinión al respecto. Reconstruiros, sed hombre honroso y buscad una mujer humana que os pueda dar lo que vuestra valentía y tesón se merece, perpetuar vuestro nombre. Algún día la guerra ha de acabar para nos, y para vos también, aunque con seguridad pueda decir que gozaréis de tiempo para construir un cimiento sólido en vuestra vida que el que auguro para mi.

    La Luz quiere a todos sus hijos, paciente como una madre. Volveros virtuoso, de seguro junto a ella podréis dejar atrás vuestros dolores.

    PD: una espada es un arma de caballero, más que una pala.

    Gabrielle O'Connor

     

     

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  2. 1º- Donnovan

    Que si que está muerto, pero es el papu de todos nosotros true alfa. Además pega unos voceríos a los incompetentes que da gusto. Y si el espadón al 8 no es suficiente, tienes la lanza ligera capaz de atravesar de lado a lado a una vermis de maná de 3 metros.

    Pj de @Focus

     

    2º- Ludwig

    Tiene cara de perro, malas pulgas pero no importa. Es dilf. Ya ha ganado, el resto a casita. No habla bien a nadie, no le cae bien a nadie y seguramente no querria este premio si pudiera elegir, más motivos para mencionarlo.

    Pj de @Thala

     

    3º- Bueno vale hablé muy rápido, porque pa dilf está también Ifán, VANGUARDIA DE VANGUARDIA aka dilf, con la sexualidad de una esponja. Tambien cara de perro pero de los guays, de los dogos caros escarlata. O de oso ruso soviético.

    Pj de @Prototaip

     

    Pd: thalariel no entra en este top, lo siento Thala, su androgeneidad me hace sentir fea y poco femenina.

    Pd2: Thomas se pasó de largo en lo de dilf asi que incumple mi requisito indispensable.

    Pd3: Enemigo, ambos sabemos que no te regalaré la victoria, pero creeme recuerdo quien tiene los dineros de la Mano y el aireacondicionado. Y te aseguro que no lo olvido.

     

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  3. Yo no morí en la guerra.

     

    Mi cuerpo se mecía como las olas hasta que la pleamar me devolvió al océano del que me sacó.

    Nadie vino a buscarme.

     

    Recuerdo el tirón de la gravedad, el golpe seco de la roca contra mi cuerpo, y luego, el dolor lamido por la espuma del mar.

    Vino tinto espumoso, del que nace al norte.

    En mi norte.

     

    Posiblemente esta sea la pregunta más personal que le puedas formular a uno de los nuestros. Las tragedias se mascan en cada respuesta, se degusta su morbo contra el paladar. Nos hace sentir ese cosquilleo. Pero lo que eleva su trascendencia en una ultimísima nota que prevalece en el regusto, es el momento exacto.

     

    Todos morimos al final.

    Nos diferencia el cómo, nuestra máscara personal a través de la cual vivimos nuestros últimos momentos.

     

    Yo no recuerdo quién me mató.

    Pero recuerdo ese azul. Esa luz al otro lado de la superficie.

    El cosquilleo de las aguas abriéndose ante mi, casi virginales y al mismo tiempo, maternales.

     

    Ese azul fue lo último que vi.

    Y fue lo primero que alcancé a ver cuando mis ojos se abrieron inexplicablemente.

     

    Azul mi piel. Azul mi destino. Azul mi alumbramiento.

    Nunca una escalada fue tan costosa.

    Nunca tomar aire fue tan doliente.

     

    Una parte de mi ansiaba volver ahí abajo, otra, me empujaba hacia la playa.

    La Luz sabe que el tacto de las arenas jamás fue tan áspero.

    Un pez fuera del agua.

     

    Un dolor que no sentía, una oscuridad que no veía, un pulso inexistente.

     

    ¿A dónde ir?

     

    Dejé que mis pasos inconscientes me llevasen de memoria, mecánicos, y allí encontré el muelle.

    Mis ropas mojadas y desgastadas como un guijarro me recordaron lo que fui.

    Pero no lo añoraba.

    Una despedida dulce en el puerto, un gentil adiós rasgando un ápice de dicha, buscando que el recuerdo no duela.

     

    Y una mano se posa sobre mi hombro, tira, me vira.

    Qué feo es el oro cuando conoces los entresijos del zafiro.

    Baja el arma al ver que no le ataco.

    Me pregunta mi nombre, el cual digo por reflejo.

     

    Amelia Thatun.

    Hija del timonel del Griscristal.

    Marinera de la flota de Lordaeron.

     

    Se reagrupan.

     

    Ambar mis ojos, azul mi bandera, ahora no rey, sino reina.

    Qué está pasando, me pregunto, cuando erro cojeante hacia el edificio ruinoso.

    Qué fantasía me relatan.

    Son muchas las herramientas que reposan junto a la mesa. Por qué tantas.

     

    Me siento como una roca, y él, el percebeiro, rasgando de mi superficie aquello que aún palpita.

    El momento más grotesco fue cuando alcancé a verme en un espejo.

    ¿Esa… soy yo?

     

    No veo el azul de mi padre en mis ojos. Veo luces amarillas de un faro en la más insondable ausencia, negra.

    No puedo gesticular. No siento la boca, pero no puedo cerrarla, como un sabueso mordiendo un madero grueso. En su lugar, roca, no, tal vez… Hueso. Coral.

     

    Bocalizo sin mover la boca, oigo mi voz.

    Veo sin ojos.

    Pero no hay dolor en ello.

     

    Pero todo este proceso forma parte de la reeducación.

    Nos perdemos en la oscuridad para que nos guíen a través de ella.

    Y encontremos así nuestro lugar en el nuevo orden que rige el mundo desolado que ahora poblamos.

     

    El siguiente paso es autodescubrirse.

    Todo cuanto te rodea pasa a ser un plano subjetivo. La realidad es estrictamente lo que ocurre dentro de tus muros.

     

    Eres diferente.

    Entiendes que no sólo perdiste las constantes y la vida que llevabas.

    Una parte de ti murió con eso.

     

    Yo ya no siento pesar o aprensión al ver una herida.

    El tormento ajeno me es indistinto.

    Cómo si no cuando siquiera recuerdo el mío.

    A qué sabía la bilis, a qué huele la sangre.

     

    Nadie encaja el cambio al primer trago, ni al segundo.

    No se espera que lo hagas.

     

    Piensa ahora, ¿en qué has de aferrarte cuando la realidad parece el cuento, y el cuento, una pesadilla?

    A ese recuerdo. Al de tu muerte.

    Un ancla que te indica dónde comenzó el camino, para encontrar el norte.

     

    Los recuerdos de una vida se desgantan. Los rostros se difuminan, las voces desaparecen.

    Pero si alguna vez te preguntas qué nos mantiene, es ese momento.

    El que lo olvida, se pierde.

     

    Yo no recuerdo quién me mató.

    Pero recuerdo ese azul. Esa luz al otro lado de la superficie.

    El cosquilleo de las aguas abriéndose ante mi, casi virginales y al mismo tiempo, maternales.

     

    Un color que lo significa todo.

     

    Cuando pude andar lo suficiente como para encontrarme, me detuve.

    El siguiente paso es el más fácil. Eliges o eligen por tí.

     

    Nadie espera nada de ti, por lo que es fácil cumplir.

    Si no tienes fuerza, elegirás el puñal, si no conoces el acero pero sí los libros, aprenderás.

    Escoria sin separar.

     

    En cuanto a mi, mi paz pareció ser mejor que mi pulso.

    Mi silencio entendido como interés.

    Me vistieron con cuero, me dieron una ballesta y un virote y dijeron: apunta.

    Te das cuenta de que sin un corazón que te enturbie, tu mente está en calma.

     

    Les gusto.

     

    Dime a cuantos conoces cuya muerte y alumbramiento haya sido dulce.

    Y te enumeraré las cosas que nos hacen iguales, y cual en soledad, nos distingue.

     

    Todos morimos al final.

    Y tú, también tendrás ese momento para perderte y encontrarte.

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    • Nombre del Personaje
      Amelia Thatum
    • Raza
      Renegado
    • Sexo
      Mujer
    • Edad
      35
    • Altura
      1.75
    • Peso
      57
    • Lugar de Nacimiento
      Algún lugar de Lordaeron
    • Ocupación
      Recluta de los Mortacechadores

     

    Descripción Física

    Es relativamente fácil intuir, al menos, dónde falleció. Las energías nigromanticas que la alzaron han mantenido "latentes" los restos de corales y lapas marinas, que continúan adheridos en su cuerpo. Aunque por comodidad y practicidad la mayoría fueron retiradas, en el perfil diestro de su cara, cuya mejilla yace ausente, emergen dos hileras de placas de coral, dejando su mandíbula perpetuamente abierta aunque esto no la incapacite para que su voz espectral se pronuncie. Tiene los ojos de un color azul tan pálido que casi parecen blancos. Melena oscura, larga y figura esbelta.

    Descripción Psíquica

    Disciplinada, atenta y silenciosa. Es una persona que en vida sentía que tenía mucho que demostrar, y eso se ha mantenido tras su muerte. Fiel al Nuevo Orden, fanática de la ley y la disciplina.

     

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  4. Nombre: Amelia Thatum

     

    Atributos
    5 Físico
    8 Destreza
    7 Inteligencia
    6 Percepción

    Valores de combate
    20 Puntos de vida
    21 Mana
    8 Iniciativa
    11 Ataque a Distancia (Ballesta ligera)
    10 Ataque CC Sutil (Estoque)
    9 Ataque CC Sutil (Combate CC Equilibrado)
    10 Defensa

     

     

    Habilidades

    Físico
    2 Atletismo
    Destreza
    4 Ballesta ligera
    2 Estoque
    2 Combate CC Equilibrado
    1 Escalar
    2 Defensa
    1 Nadar
    1 Robar bolsillos
    2 Sigilo
    1 Trampas/Cerraduras
    Inteligencia
    2 Leyes
    1 Navegar
    1 Sanación/Hierbas
    2 Supervivencia
    1 Tradición/Historia
    2 Alquimia

    • Mal de alta mar
    • Poción de maná
    • Poción de salud débil
    • Picadura de mantaraya

    Percepción
    2 Advertir/Notar
    1 Buscar
    1 Etiqueta
    2 Rastrear
    2 Reflejos
    1 Rumores

     

    Escuelas/Especializaciones

     

     

    Recetas de alquimia

     

    Aprendiz

    • Mal de alta mar: Un personaje que descienda del 75% de su salud por un ataque inflingido con un proyectil o con arma embadurnada en Mal de alta mar, habrá de hacer una tirada de Percepción vs Dif 12. En caso de fallar, el individuo notará una pérdida ligera del sentido del equilibrio y afectará a sus capacidades motoras, padeciendo un -1 a las tiradas relacionadas con Destreza durante tantos turnos como nivel de Alquimia. Dificultad para Purificarlo Mágicamente: 12
    • Picadura de Mantaraya: Un personaje que descienda del 50% de su salud por un ataque inflingido con un proyectil o arma embadurnado en Picadura de Mantaraya, queda envenenado. Perderá 1 PdV por turno o por minuto fuera de combate durante tantos turnos como nivel de Alquimia. Dificultad para Purificarlo Mágicamente: Dif 12.
    • Poción de maná: regenera 1d6 de maná.
    • Poción de Salud Débil: Regenera 1d6 PdV en combate. Solo puede sanar daño leve (Por encima del umbral de herido)
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  5. Algunos ya lo habréis visto, pero igualmente lo meteré aquí. ¡Emblemita para la Corte de los Mendigos! Os pongo bajo ella la justificación de la iconografía que he elegido para darle esta imagen.(las menciones se han vuelto locas, oiga, daos por anunciados los demás @Focus @Tercio @Nathan

     

    PMJtyeO.jpg

     

     

    Emblema: calavera descoronada por las ratas

     

    Calavera: Muerte, destino inevitable, mortalidad.

    Significado: La calavera es el símbolo que se vincula con la muerte, de los más conocidos. Sin embargo en este contexto y época, también se la asocia con las oscuras artes de la subyugación y negación del reposo eterno. La Corte de los Mendigos es una cofradía maldita desde su nacimiento, blasfemos y herejes que invocan oscuras energías y hacen de los cadáveres un ejército que no se cansa y siempre es fiel.

     

    Corona torcida: usurpación, corte.

    Significado: en mención a las grandes casas, aquellas que subyugan y abaten al pobre y al humilde, que visten galas y oro costeado por el sufrimiento de quienes les sostienen por debajo. Una declaración de intenciones. Una declaración de guerra al antiguo orden, pues si algo es igual para el señor, la monja o el labrador, es que la muerte siempre llega.

     

    Ratas: mendigos, pobreza, escasez y miseria.

    Significado: las ratas son sinónimo de pobreza, de baja casta, de hambre y miseria. Corren libres e indignas, sin compasión, devorando todo cuanto encuentran sin consideración por el rico o el necesitado. Una sola es una molestia, cientos, un enjambre insaciable. Rechazados, parias, desertores, blasfemos o herejes unidos por la necesidad. En el idioma de las dentelladas, la peste o la hambruna, quienes las sobreviven son aquellas que la trajeron: las ratas. Reinas en la muerte, cuando el cadáver ya no puede sostener la corona por sí mismo, cuando la enfermedad es su mejor arma que parasita la vida y la sesga inmisericordiosa, y sobretodo, banal. La supervivencia del conjunto es lo que las mantiene unidas, y también, el miedo a las demás. Una corte, o un enjambre. Unidos por necesidad, insaciables, con temor a sus hermanas. Caóticas, indisciplinadas, pero conscientes e imparables.


     

    Las tres ratas

     

    Codicia. Necesidad. Miedo.

     

    Tres hermanas que se asisten.

    Tres faltas humanas que dominan al pobre, al mendigo o al rechazado.

    Tres pecados sociales, que son juzgados por el justo e ignorados por el prógimo.

     

    Castigo del que sufre, verdugo de su propio tormento. Del que se arrastró, suplicó y fue ignorado por todos los demás. Aquel que con el tiempo, entendió que ese filete que le arrojaron no fue compasión, sino el anhelo del acomodado que quiere su conciencia tranquila. El placebo de los misericordes. Aquel que sintió las dentelladas del resto de los perros de las naciones, de sus propios hermanos, que querían tanto como él saciar su hambre. Cuando la moneda dada te convierte en objetivo de la codicia, y en lugar de sacarte, te entierra más hondo en el pozo. O te mata en un oscuro callejón.

     

    Codicia de aquellos que ambicionan lo que no tienen, y se lo quitan a otros cuando la caridad nunca es suficiente.

    Necesidad de quienes solos son ignorados, pero juntos se hacen fuertes e ineludibles.

    Miedo de aquel que sabe que de la necesidad, nace la dependencia y la desconfianza.

     

    Bienvenido.

     

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    EPILOGO: CERTEZA

    Le dolía terriblemente el costado. Dos costillas le dijeron, y cerca estuvo de morir por un mal movimiento, pero aquel día no solo había feroces guerreros, también ilustres sanadores que velaron por ella para que viera un día más. Fácil es que uno olvide que el cuerpo envejece cuando las heridas cierran más velozmente de lo que lo harían de manera natural. La Luz no es sufrimiento, la Luz es vida y prosperidad.

    Vigilia se veía revitalizada también, con las gentes festejando la victoria, celebrando por los caidos que no vieron el final pero lo favorecieron. Jamás vio a tantos mensajeros ir y venir en unas pocas horas. Cientos de almas que querian contar su historia al mundo, a sus más queridos, o llevarles honra a sus maestros. Pero Gabrielle no era eso lo que derramó en aquella carta, y aun así, necesitaba una respuesta. Tampoco tenía a nadie más a quien brindarle el mejor de sus deseos, y contarle que pese a todo, seguía viva.

    Todos ellos, por suerte, estaban allí con ella.

    Una posibilidad que se tornó certeza al final. Su guerra no se había librado con acero, ni siquiera con Luz. Alzó la vista a la Atalaya que había sido testigo de sus dos victorias, incluso cuando ya no le quedaba más que la vida, el corazón sangrante y en la mano, siguió peleando. Qué duro se hace el último trayecto, cuando puedes ver el final. Se reconfortaba al pensar que tal vez, su papel sí había sido importante, pero lejos de vitorearse por ello, pues su historia no sería contada en las trovas como él bien le dijo, se sentía inmensamente feliz. Una felicidad que no se comparte, sino que se vive, y no por ello es menos real.

    Volvió a mirar a la tumba, donde reposaba el recuerdo del novicio de la Mano, mientras cobijaba el casco contra su vientre una última vez.

    El amor de Thomas la había cubierto de acero, y el corazón de Armand le había protegido de la furia.

    Reposó el casco sobre la espada mellada del viaje, de mil promesas incumplidas. Ahora estaba abollado por una flecha, la de la última batalla en la que quería que le acompañase.

    Juntos. Con ella lo llevó y llevaría siempre.

    - No fue en vano.-Le nació una sonrisa, y la certeza envidrió sus ojos.-Gracias, Armand...

    Mientras deshacía el camino del cementerio, alzó la vista a la Atalaya. La de ambos, la de todos. La suya.

    Y una flor blanca, se posó en el transcurso de su mirada.

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  7. Un pergamino lacrado sin sello, depositado en la bolsa del mensajero. Deslizado con discreción y anhelo de que partiera hacia el este con buen viento hacia Mano de Tyr. Tal vez se demorase en llegar, tal vez la respuesta nunca llegase, pero debía de escribirla y enviarla, cuando finalmente el camino le había dado paz, mas no había podido suplir ese vacío al que hoy, había hecho justicia.

    Algún día esa carta debía posarse sobre la mesa de algún corresponsal que se encargase del reclutamiento. Y tal vez, mereciera que esas palabras, fueran atendidas por ojos más relevantes que quisieran escuchar sobre el destino de un alma flagelante, aunque fuera por el nombre "Caer Darrow".

     

    Cuando la guerra acaba, los tambores siguen resonando en nuestras almas, y desde las playas asoladas, con el pulso aún tembloroso por lo visto en el interior de Caer Darrow, no acudo a amigos, ni a amantes ni al rezo desesperado. Acudo a aquella en la que otrora gesta, fue las tres cosas, y a las tres, deshonré.

     

    Gloriosa Cruzada, vanguardia de vanguardias, ultimísimo baluarte de vida y esperanza, llama siempre incandescente que aleja a las sombras más opacas y revive las pasiones de los espíritus de los hombres, con estas palabras, yo, humilde, menuda y arrepentida, os dirijo mis pensamientos.

     

    Mi nombre es Gabrielle O’Connor, religiosa de la Abadía de Villanorte, otrora recluta del Alba Argenta, que antes, fue Adepta de la Cruzada Escarlata. Superviviente de Colina Roja, cambiacapas, cobarde, deshonrosa o desertora, tal vez luchadora penitente, da igual el título que acompañe este nombre, o el que os inspire escoger, pues muchos son ciertos pero ninguno completo. Si no ha de sonaros mi nombre, memoraréis lo que ocurrió en los prados del magno reino de Stromgarde. Es cuanto necesito para que entendáis el motivo de estas reflexiones.

     

    Os abandoné, Cruzada.

    Os deshonré.

     

    No por amor, no por orgullo, no por ingrata, sino porque cuando se dictó mi sentencia, no podía perdonarme que aquello se hubiera dado lugar, avergonzada de mi. Como la mujer que solo sabe brindarle a su marido vergüenza y decepción, pues fue cuanto os traje del frente. Por no entender, por no respetar la voluntad de aquellos que por mucho habían demostrado merecer estar por encima de mi respecto a la voluntad de la Sagrada Luz. Me vencieron mis pasiones, me vencieron todas ellas, y tres meses en Tyr dedicada a la oración y a la reflexión, pues esa fue la sentencia del juicio, no me enclarecieron, sino que me ensombrecieron. Lo consideré laxo e inmerecidamente compasivo, cuando mi alma merecía y necesitaba ser penada por el peso de mis actos. No sentí que de esa forma, cual fraile, pudiera redimir mis faltas en la guerra, en mi compromiso para con mis hermanos, pues lejos de librar mi labor en iglesias o conventos, soy guerrera, no monja. Nuevamente, tropecé, nuevamente no lo entendí. Y sintiéndome inmerecedora del emblema en mi pecho, lo arranqué, y con él, perdí la mitad de mi misma.

     

    No volví a portar arma alguna en pos de ninguna causa, y tan rápido me uní a las legiones del Alba, las abandoné. Pues aunque el propósito sea el mismo, nada podía llenar ese vacío.

     

    Siempre seré sierva de la Luz.

    Pero siempre seré cruzada.

     

    Meses de confinamiento en Villanorte, donde mis batallas eran para con la masa madre y mis alivios, las misas de cada mañana a las cinco.

     

    Un voto de silencio.

     

    Un deseo de poner en manos del sino divino la suerte desta ingrata vida, débil e impotente, que empuñaba entre mis manos, en mi corazón, incapaz de volverla a blandir dignamente.

     

    Y así inicié el viaje de peregrinación, confiando en que el camino acabase conmigo la Luz sabe donde o si esta lo tenía en gracia y buen ver, en las tierras de lo que otrora fue mi hogar, antes siquiera de alcanzar a ver la tumba del Santo.

     

    No porté armaduras de acero en mis viajes, jamás supliqué asistencia de la Luz, no tuve en el camino más que a mi misma y a buena compañía, que me dio un ahijado, y me lo arrebató el frente y mis malas decisiones, o tal vez, mi penitencia debía ser así, exenta de toda dicha.

     

    Quiso la Luz que me reservara un fin en la cruzada más importante en esta última década, cuando volví a cruzar mis pasos con el ahora Templario Thomas Benet del Alba Argenta, que por favor y complacencia hacia una vieja amiga de Colina Roja, quiso acogerme bajo su ala y aceptarme en el frente, en Vigilia de la Luz, como voluntaria.

     

    Os doy mi todo, Cruzada.

    Os doy mi arrepentimiento.

    Os doy mi súplica y anhelo.

     

    Sabed que me arrojé a este viaje inclemente donde lo di todo, por la Cruzada.

    Sabed que si luché con armas melladas o filos lustrosos, fue por la Cruzada.

    Que si abatí a enemigo alguno, fue por la Cruzada.

    Que si tuve que morir o vivir, fue por honra a la Cruzada.

    Y sabed que si luché en Caer Darrow, fue por la Cruzada, pues quien alguna vez lo fue sabe que nunca dejará de serlo.

     

    Y ahora que entendéis mis pasos, ahora que sabéis cual es el fin último de mi vida, Cruzada mia…

     

    Os solicito una última cosa.

     

    Os pido un precio.

     

    Decidme cual es el precio de la honra que os he de devolver, aunque sea un imposible.

    Pedidme que os de mi carne, y yo misma me ataré a la hoguera por canalla.

    Pedidme que os rinda Stratholme, y allí iré, sola o acompañada, a buscar mi muerte y vuestra gloria.

    Pedidme cada día de mi vida, y yo misma me arrojaré al exilio, en las montañas o en algún monasterio perdido.

    Pedidme que os derrote a cien enemigos, y os traeré la cabeza de miles.

    O pedidme que abrillante cada losa de la Catedral de Mano de Tyr, y moriré enluciendo sus peldaños.

     

    Pedidme cual sea el precio para volver a ser quien fui.

    Cual es el precio que se me exige para merecer volver a ser una con mis hermanos.

    Pedidme un imposible y lucharé por él como si no lo fuera.

     

    Y os pido, por quien sigue siendo hija de la Luz y sierva, que no ignoréis esta carta, cual sea la respuesta, en voz o en escrito, en perdón o en castigo, en entendimiento o burla. Necesito saber que mi última voluntad ha sido escuchada, ni que fuera por lo vivido y sangrado entre estas murallas que hoy por fin, cae ante la Luz.

     

    Pues en ella entendí que sin ti, sólo la Luz ha de quedarme.

    Que sin la Llama, mi fuego se extingue.

     

    Gloria a vosotros, cruzados, hermanos y hermanas, a todos aquellos que pelean por las santas causas o que murieron defendiéndolas.

    Gloria a la Llama siempre incandescente.

    Gloria a la Cruzada Escarlata.

    Siempre.

     

    Gabrielle O'Connor

     

    //no se cuando podría enviarla, ni cuando estaría bien que llegase. Sientase libre de responder si lo considera oportuno cuando crea a bien, @Malcador

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  8. 7cd871150cf3048fd9675558c7b7094c.jpg

     

    La mañana se pronunciaba esperanzadora, con el cielo aunque de reflejo infecto, estaba limpio de nubes de tormenta. El verano de las desoladas tierras cae sin clemencia ni permiso. Pero hay quien augura en ella una promesa de victoria.

     

    El novicio bajó del caballo, entregando las órdenes dadas por las huestes del Alto Señor para que mañana todo estuviera en orden antes de partir al frente. Era el último día entre esos muros, con muchas promesas, deudas y franquezas que profesar en un sólo día. Los pecados serían arrastrados hacia los campos del entuerto, y algunos sólo encontrarían perdón en su final, luchando, sangrando y muriendo con sus hermanos.

     

    La justicia fue dictaminada por el Templario Benet, y con su marcha, los designados harían cumplir su voluntad.

     

    Ifán tenía ya las marcas de esa justicia a la espalda, pero nada en él había cambiado. Seguía atrapado en sus propios impulsos.

     

    Lo que empezó siendo una mañana plácida, se truncó inesperadamente, y un intercambio de golpes, un duelo franco sin buscar la sangre, tan solo la confianza en la fuerza del otro, deribó en más castigos. La indisciplina siempre tiene un precio, y nadie se libra de ella.

     


     

    Rol de entrenamiento, todos hemos aportado nuestro granito de arena, alternando el mastereo. Entorno a unas tres/cuatro horas de rol.

     

    Habilidades utilizadas:

    @Imperator como Thomas: Espada pesada, reflejos, defensa, leyes.

    @Kario como Jared: Leyes

    @Thala Thorne: Combate CC, reflejos, defensa, sanación de toque, Sanación/hierbas, Religión, leyes.

    @Psique Gabrielle: Espadón pesado, reflejos, defensa, leyes, religión.

    @Prototaip como Ifán: Combate cc, reflejos, defensa, leyes, religión.

    @Blues como Agnes: religión, leyes.

    @SwordsMaster como Robbers: religión, leyes.

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  9. De Vigilia a Pico Nidal, y de allí, a las Tierras del Interior, a un par de jornadas, donde los nobles recuerdan entre bosques, buscan, aquello que les hizo grandes para volverse a alzar de nuevo. Una carta lacrada, sin remitente ni procedencia. Personal, informal. Innadecuada pero necesaria, llega a las manos de Valya durante la mañana veraniega.

     

    Te recuerdo, Valya. Quiero que sepas que en mi mente aún rondas junto con todo lo demás. Intenté saber de tu destino hace mucho, aunque las circunstancias no me hayan invitado a hacer uso alguno de la palabra escrita para con quien fuera, te mereces unas pocas lineas y mis mas aférrimos saludos.

    Valya, el camino ha sido una penitencia supurante de dolor y sufrimiento.

    Recuerdo los ojos vidriosos con los que me mirabas, buscando esperanza y audacia, cuando las nubes ensombrecían los prados de Arathi y acechaban en las sombras los miedos como terribles consejeros. Recuerdo la necesidad de tu alma de encontrar paz, pero sobre todo, un perdón, mientras tu cuerpo temblada, vulnerable y expuesto, despojado de toda integridad mientras tu nobleza intentaba cumplir unas espectativas que te habías impuesto cumplir. Había algo en tu presencia que en mi propia alma no vi, vestida con el mayor de los orgullosos y la necedad más desesperada por, sí, no acabar como tu. Esta carta puede ser tomada como muchas cosas, como tú desees hacerlo, y ninguna será equivocada y puesta a juicio, pero antes de continuar, quiero que sepas que no te culpo. No te culpo por huir. No te culpo por no dejarte quebrantar por el apocalipsis de aquel día negro, y en el fuero de mi alma, que ante todo es individual y sensible, admito que te prefiero viva y a salvo que muerta y vestida con falsos honores, pues se con certeza que tu mente se habría roto mucho antes de expirar tu último aliento.

    Sé que una muerte así no te habría dado paz.

    Te quiero latente, libre, pues la golondrina siempre vuelve al hogar, donde anidan los suyos, y no por ello ha de ser menospreciada.

    Esta carta es un ensayo a la buena voluntad, a la que insistimos en tener incluso cuando ya ni podemos sangrar. Es el deseo de una vieja conocida por saber que, estés donde estés, no te has perdido.

    Yo sí lo hice.

    Me perdí en la oscuridad más obstinada, en el abismo más atróz. Me estirpé del pecho los colores que me hacían ser quien soy, y siento que la herida es demasiado grande como para poder continuar mi vida, por años que pasen, como antes lo hacía.

    Hoy siento que mi cuerpo tiembla, vulnerable y expuesto, despojado de toda integridad mientras mi nobleza intenta cumplir unas espectativas que me he impuesto cumplir.

    Hoy, entiendo a aquella elfa.

    Hoy entiendo lo que es haberlo perdido todo.

    Pero de todo derrumbe se extrae una enseñanza, por fría que sea. No hay camino que no nos enseñe dónde está el límite de nuestra alma, aun cuando la sentimos más extensa que los muros del cuerpo que la contienen, o más menuda que un susurro al oido.

    Pese a todo, se que tengo un papel que cumplir, frente a los muros de Caer Darrow. Pero mi guerra no se gana con acero o con Luz, se gana con penitencia y la entrega personal y tierna de una madre.

    Pero es duro el sentir que toda la estabilidad de tu mundo depende de una... Posibilidad. La posibilidad de que sí, tal vez, la Luz me quiera aquí por algo, no por simple aleatoreidad.

    La guerra es inminente, y sospecho que esta será mi última partida. No quería irme sin decirte, que de tu recuerdo, aprendí que la vida no acaba cuando uno muere, sino cuando pierde quién es.

    Quisiera traerte Luz, quisiera traerte fuerza, la que no me digné en el pasado a inspirarte, convencerte de que vires sobre tus pasos y rectifiques, cueste lo que cueste, pues al final, llega el día en que simplemente es demasiado tarde. Te lo dice alguien que conoce de cerca lo que es vivir con brevedad, pero con pasión. Te lo dice alguien que no vivirá el medio siglo, y no por ello vivirá menos.

    Quisiera que estés donde estés y hagas lo que hagas, no te hayas perdido.

    Y si mañana he de caer, quiero que sepas que cuando escuche tu nombre, no pensaré en una desertora.

    Pensaré en la lluvia que limpia el bosque quemado.

    Pensaré en que, mientras se viva, todo es posible.

     

    Gabrielle.

    @Galas

     

     

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  10.  

    Atributos
    5 Físico
    7 Destreza
    7 Inteligencia
    7 Percepción

    Valores de combate
    20 Puntos de vida
    21 Mana
    9 Iniciativa
    9 Ataque a Distancia (Honda)
    8 Ataque CC Sutil (Combate CC Equilibrado)
    8 Defensa

     

     

    Habilidades

    Físico
    2 Atletismo


    Destreza
    2 Honda
    1 Combate CC Equilibrado
    1 Defensa
    1 Nadar
    2 Robar bolsillos
    2 Sigilo
    1 Trampas/Cerraduras
    1 Prestidigitación


    Inteligencia
    1 Fauna
    1 Religión
    1 Sanación/Hierbas
    1 Supervivencia
    1 Tradición/Historia


    Percepción
    2 Advertir/Notar
    2 Buscar
    1 Callejeo
    1 Rastrear
    2 Reflejos
    1 Rumores

    Escuelas/Especializaciones

     

    Munición de pimienta: Pequeñas bolitas prensadas de pimienta que se usan en la honda para que estallen al impactar y provocar molestias en el objetivo. Éste gana un -1 en las tiradas relacionadas con Percepción durante 1 turno.

    Munición de pigmento: Pequeñas bolitas huecas rellenas de pigmento en polvo que al impactar estallan y manchan al objetivo.

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  11. - [...]Maldita chiquilla, ni a varazos vas a aprender. Habrase visto…-La verborrea de la sor continuaba como el zumbido de un tábano en verano contra una ventana. Y mientras fingia escucharla, no podía dejar de mirar la verruga que tenía en la mejilla. Se movia con cada mordida al aire, y ese pelo negro que salía justo del centro le daba asco, pero se reía de ella por tenerla. Cuando no estaba delante, claro, que no era tan tonta como la sor se pensaba.-¡¿Me estás escuchando?!

    - Sí, sor Eugenia.-Mintió bellaca. La monja le tiró del brazo y la arrojó dentro de la cocina, donde el resto de monjas miraban el lamentable espectáculo.

    - De aqui no te mueves hasta que saques hasta la última costra requemada de las ollas. Y pobre de ti como me digas que si y no cumplas.

    - Sí, sor Eugenia.-Le dijo en un recital tan mamado que apenas sonaba diferente de una vez a otra.

     

    La monja cerró la puerta de la cocina del hospicio de un portazo. Eme rodó los ojos, cogió el cepillo y se puso a frotar la cacerola, manteniéndola en el sitio entre sus dos piernas sentada en el suelo.

     

    - Emelina, hija… -Empezó sor Merina, la mayor.- ¿Qué fue esta vez?

    - Habrá vuelto a abrir el gallinero por la noche y se habrán escapado las gallinas.-Dijo sor Marga, más joven, con una nariz ganchuda y un tono rasposo de voz. Entre los niños la llamaban “sor Urraca”.

    - No he hecho nada.-Dijo Emelina con cansancio. El requemado iba a dejarle las manos bonitas por intentar quitarlo. Se chupó el dedo cuando la ya de por sí roída uña le empezó a sangrar por hacer fuerza.-Pero no me creen. Ha sido el tonto de Hugo.

    - Emelina, ese vocabulario.

    - Ese retardado de Hugo.

    - Emelina.

    - ¡Que ha sido él!

     

    Les dio la espalda siguiendo con su trabajo, enfurruñada con la vida. No era del todo una mentira pero tampoco era la verdad más franca. Esa mañana, estaba como solía perdiendo el tiempo con Hugo e Iván en el monasterio, y Hugo la retó a acertarle con una bola de pintura al fraile Gregor. Lamentablemente mandaron a los soldados tras ellos y Hugo le hizo la jugada maestra en el callejón, así que la pillaron sola. Que se preparasen, porque como se los cruzase…

     

    Las monjas siguieron parroteando sus cotilleos y sus cacareos incesantemente mientras preparaban la masa para el pan de mañana. Empezaba a anochecer en aquel momento. Las luces anaranjadas sobre las nubes que se filtraban por los ventanucos de la cocina mientras el aroma del pan flotaba en el ambiente. Y seguiría frotando mucho después de la cena, incluso más allá de la medianoche.

     

    El ritmo de las cepilladas iba en descenso, estaba cansada y le molestaba el labio que se había partido por un tropezón durante la carrera. Apoyó la mejilla sobre la olla y se quedó mirando la noche al borde del agotamiento, parpadeos pesados y ensimismamientos dispersos.

     

    Tenía un vacío ahí, a la altura del estómago. Siempre le nacía cuando tras pillarla en alguna de sus inocentes fechorías, pasaban las horas durante el castigo. No recordaba bien como era antes, pero hasta donde le alcanzaba la memoria, ese hueco no estuvo siempre ahí. Y le molestaba sentirse de esa manera.

     

    Se quedó dormida sin saberlo, y cuando se despertó adolorida la cara por el bronce de la olla seguía siendo noche cerrada. Había terminado el castigo, intuía, así que se levantó y fue a curiosear la cocina, buscando alguna golosina apetecible. No había cena tan siquiera, y sabiendo que sor Eugenia cerraba la despensa con llave, se contentó rollendo un par de cebollas que encontró sobre la mesa. Poco le alimentaban, pero le callaban el hambre.

     

    La cocina seguía en penumbra, tan en silencio. Habrían preguntado por ella pero seguramente no se acordaron de despertarla, o habrían asumido que ya se habrían escaqueado. Y allí estaba ella, mirando su reflejo en las sartenes colgadas, Emelinas grandes, emelinas pequeñitas o deformadas por el acero abollado. Se miró el labio partido y con un trapo humedo se quitó la sangre seca. Se acordó del pan que esperaba para mañana, sabía como se hacían pero rara vez le dejaban meter las manos en los guisos, a lo sumo pelar patatas y lavar lechugas. Ya era una mujer legalmente, pero lo único que se les ocurrió hacer con ella fue tenerla de recadera, mensajera y dando vueltas arriba y abajo. Los peores días eran cuando se las pasaba sin algo que hacer, dando vueltas por el hospicio donde había pasado más de la mitad de su vida junto a otros huérfanos. A veces tenía suerte y la mandaban a ayudar a limpiar los establos de los canes de Tyr, y tenía excusa para rebozarse en barro y jugar con ellos. Alguna vez la habían dejado prestada a algún suboficial para que le asistiera en su vida diaria, pero le duraba poco.

     

    Estaba aburrida. Siempre terminaba estándolo.

     

    Las monjas espolvoreaban harina sobre el pan recién hecho para reducir la humedad sobrante, así que abrió el espolvorón y le echó unos buenos puñados de sal. Lo removió con una cucharita y lo dejó ahí como si nada.

     

    Ya vería la forma de librarse mañana. Y se sentía un poco mejor por haberlo hecho.

     

    Se deslizó por los pasillos del hospicio, evitando la guardia en el patio por el transepto y subiendo hacia las habitaciones. Dormían juntos, en habitaciones de cinco separadas chicas de chicos en cada planta. María ya dormía, e Isabella estaba rezando arrodillada frente a la cama con una pequeña vela titilante en la mesilla, rosario entre los puñitos. Tendría poco más de ocho años, y llevaba como Emelia toda su vida viviendo entre esos muros por la caridad de la Cruzada Escarlata en Tyr.

     

    Eran tantos.

    No solía haber camas libres.

     

    Algunos tenían suerte y les acogía alguna familia, otros, la mayoría de ellos varones, al cumplir más allá de los doce eran alistados a la Cruzada para prepararse y servir como escuderos un tiempo antes de ser reclutas. Otros se quedaban totalmente incapaces de tomar decisión alguna sobre su propia vida, como le pasó a Emelina, siempre cogiendo toda oportunidad para mandarla al traste por aburrimiento.

     

    Se arrodilló junto a ella, pidiéndole permiso para acompañarla en su rezo. Isa le dijo que rezaba por sus padres, a los cuales no volvió a ver tras la caída. Emelina, como siempre, rezó por su hermano pequeño, Ian, al cual no volvió a ver tras separarse en una evacuación de civiles.

     

    Pero en el fondo sólo pensaba en los caretos que pondría mañana la gente al morder el pan salado.

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  12. wZGTEY8.jpg

     

    Azul vida

     

    Siento que cada decisión fue una villanía.

    Que cada parte del camino nació de la necesidad más egoista o del temperamento más desolador.

    No creo poder corresponderte con justicia, cuando siquiera pude cumplir el deseo de esos ojos celestes.

    Un camino inacabado que concluyó en el instante en que no pudiste sostenerme una sóla mirada más.

    Siento que todo cuanto quisiste, lo arrojaste a un lado cuando no obtuviste de mi lo que necesitabas.

    No estabas preparado para nada. No te allané el camino, tan solo lo cubrí de sombras y miedos. Quise traerte Luz, y cubrí tu mente de oscuridad.

    Porque dicen que la juventud es un tesoro, sólo aquellos que envidian o se avergüenzan de lo que son. Porque por juventud te impusiste, por juventud te viraste, y por juventud corriste hacia adelante.

     

    A pesar de que no he hecho algo que no fueran decisiones egoístas, no solté aquella cuerda. Decidí ser la mejor versión de mi misma cuando más me necesitaste. Escuché tus gritos a mi espalda, y siquiera pude girarme para verte morir.

    Ni siquiera pude detenerte.

    Ni siquiera lo intenté.

     

    Dejo sobre tu tumba la espada que me protegió en este viaje, mil promesas imcumplidas ahora reposan sobre tu tumba.

    Deseo creer que no fue un arrebato suicida lo que te empujó hacia adelante y que de verdad, nos diste tiempo.

    Deseo creerlo para consolarme, por mi misma. Por necesidad. Necesito perdonarme lo que tú me perdonarías sin comentarlo, aun cuando yo no puedo.

    Azul vida en tus ojos, azul era tu inocencia y tu fuerza. Azul era el cielo que debió verte morir rodeado de gloria, azul tu estandarte y honra.

     

    No olvidaré esos ojos, aunque deba hacer el esfuerzo de miles, por todo lo que fuiste y no tuviste tiempo de demostrar.

    En mi memoria siempre estarás vestido de los mayores honores y la más clara de las luces.

    Armand Lynch. Mi amigo, mi hijo, mi azul vida.

     

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