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Murdoch

Roler@
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Mensajes publicados por Murdoch


  1.  

    Atributos
    6 Físico
    8 Destreza
    6 Inteligencia
    6 Percepción

    Valores de combate
    24 Puntos de vida
    18 Mana
    8 Iniciativa
    9 Ataque a Distancia (Pistola de chispa)
    12 Ataque a Distancia (Ballesta ligera)
    12 Ataque CC Sutil (Espada ligera)
    10 Ataque CC Sutil (Daga)
    11 Defensa

    Habilidades

    Físico
    2 Atletismo
    Destreza
    1 Pistola de chispa
    4 Ballesta ligera
    4 Espada ligera
    2 Daga
    1 Cabalgar
    2 Escalar
    3 Defensa
    1 Nadar
    2 Robar bolsillos
    4 Sigilo
    2 Trampas/Cerraduras
    Inteligencia
    3 Tradición/Historia
    1 Alquimia
    1 Religión
    2 Ilusión básica
    1 Mimetizar imagen
    Percepción
    4 Advertir/Notar
    2 Buscar
    3 Callejeo
    2 Reflejos

                                                    Especialización: Ilusionismo.

     

     


  2.  

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    • Nombre: Aiden.
    • Estatura: Un metro y setenta y ocho centímetros.
    • Peso: Setenta quilos.
    • Edad: Veinticuatro inviernos.
    • Raza: Humano del Norte.
    • Origen: Reino de Gilneas.
    • Ocupación: Ladrón, agitador-bandido.

    • APARIENCIA:

    Spoiler

    Es todavía mozo joven, que no ha alcanzado el cuarto de siglo. Gracias a haber tenido un plato caliente las más de las ocasiones no ha quedado raquítico ni esmirriado como tantos otros pilluelos de arrabal. Tiene talla decente y aspecto sano: quizá un pelín delgaducho, mas de carnes torneadas y fibrosas. Piel pálida y rostro agraciado, bendecido todavía por la virtud de la juventud; luce una larga melena parda, algo revuelta, y castaña barba de un mes en la faz.

    Los ojos son de un azul vívido y cristalino, bonitos; de mirada pícara y sagaz. Su otra virtud es la dentadura: la conserva entera y razonablemente cuidada. Tal vez por ello acostumbra a dibujar sonrisas con tal facilidad que hay quien diría que lleva semejante gesto, altanero y locuaz, esculpido en los labios.

    Apenas alguna cicatricilla menor salta a la vista, y carece de marcas o tatuajes. La voz es corriente y moliente, ni ronca ni chillona, aunque conserva el acentillo cantarín y osado de la jerga natural de los bajos fondos de la Ciudad de Gilneas.

    Acostumbra a vestir harapos humildes; camisolas holgadas, gambesones ajados, y botas viejas con remiendos. Del cinto cuelgan alfanje y puñal, cerca de la pistola; y a la espalda en el arnés la vieja ballesta.

    • CARÁCTER:

    Spoiler

    Se ha criado con el aire de las callejuelas toda la vida; entre pillastres, pordioseros y maleantes, de suerte que es digno hijo de arrabal. Las miserias que han aderezado su corta existencia no han bastado para agriar del todo su humor, aún fresco, burlón y satírico. De lengua ingeniosa y engatusadora, siempre se ha aprovechado de todas las ventajas que le ofrecía ese don de gentes que desde mocoso comenzó a explotar. Es bravucón, osado y algo pendenciero; quizá hasta bordear la insolencia.

    Razona rápido y razona bien (aunque para su desgracia demasiado a menudo comete la imprudencia de obrar por impulso con aún mayor presteza), con el ingenio propio de quien desde muy rapaz tuvo que poner la mollera a discurrir trampas, mentiras y argucias para ganarse unos cobres. Aunque la vida lo ha llevado a enfangarse y mancharse las manos desde muy temprano en los tumultos que sacudieron la ciudad, Aiden no tiene mal corazón.  Ya ha tenido que arrebatar más de una vida en el fragor de la liza, pero evitará hendir su hoja en la carne de un inocente siempre que pueda. De cuando en cuando piensa en la Luz, en las Virtudes, y todo eso; al fin y al cabo la beneficencia de la Iglesia fue bálsamo para la miseria que reinaba en los aciagos días de su bisoñez.

    Con todo, las ideas de su mentor lo han impregnado hasta el tuétano: aborrece al tirano Genn Cringris y a su cohorte de leales. Siempre juzgó correcto quitarles a los que se habían lucrado con las miserias de la guerra para nivelar un poquito las cosas; si entregar el botín a los desposeídos por la derrota o dejarlo en sus propios bolsillos es ya otra cuestión más peliaguda que merece sus matices. Es un agitador pertinaz, criado en un tiempo de barricadas, mosquetes y cuchillos, y los discursos grandilocuentes y enardecidos hacen vibrar su corazón. Ha sido y es absolutamente leal como un perrillo fiel a su segundo padre, a la hermandad que capitanea y a la causa que pregona, y aunque en más ocasiones de las que pueda recordar ha mentido o engañado por calderilla, para averiguar tal o cual rumor, o para llevarse al huerto a alguna moza prometiendo el oro y el goblin para que se abriera de piernas, pocas cosas desprecia tanto como los traidores.  

    • HISTORIA:

    Spoiler

    Nuestro muchacho tuvo la escasa fortuna de venir al mundo en un tiempo que ya se anunciaba turbulento, y lo hizo bajo el cielo áspero y gris de la Ciudad de Gilneas. Una urbe antigua, colosal y orgullosa, a la que algunas de las mentes más lúcidas del reino tenían por costumbre dedicar títulos y honores grandilocuentes: Corte del ReinoAlma y Corazón de GilneasCuna de Artes y Ciencias, Perla de los Reinos del Norte. Aquel juego de adulaciones y agasajos podía parecer una auténtica mofa de mal gusto si uno tenía los arrestos de descender a los rincones más humildes de la ciudad.

    Así era. Lo único que brillaba en las calles que criaron a Aiden eran la miseria y la inmundicia; los montones de basura pudriéndose al capricho del tiempo, el olor a meados que impregnaba los rincones, y que casi era gentil si se osaba compararlo con la peste fecal y penetrante que arrastraban los canales. Las únicas artes y ciencias que se conocían por allí eran la picaresca, el pillaje, la estafa y la violencia fácil; y desde luego ni los más necios se atreverían a afirmar que esas callejuelas fueran la cuna de nada. Allí los teatros y corrales de comedia habían sido usurpados por vulgares reñideros donde cada noche entre aguardiente y apuestas peleaban los perros, o los mismos hombres a mano desnuda; y el lugar de salones, clubes y casas de placer (que tanto abundaban por otros rincones más dignos de la urbe), había sido vilmente ocupado por mugrientos lupanares, antros de mala estampa y mesones ruinosos.  Esos miserables parajes habían acogido a gentes llegadas de la campiña desde hacía generaciones; a aquellos campesinos que para su fortuna (o a menudo desgracia) se decían libres, por carecer de ataduras respecto a feudos y señores.

    De tal condición era el padre de nuestro Aiden, que respondía al nombre de Toddard, y no lo era por riqueza, ni por mérito alguno, sino por la vana casualidad de haber sido engendrado en alguna recóndita aldeucha de las montañas que carecía de señor legal. Había sido pastor de cabras y ovejas en su más temprana juventud, pero cuando alguna peste diezmó al menguado rebaño, resolvió malvender cuanto le quedaba para llevar a su nueva esposa (la primera apenas le había durado un año, pues fue arrancada de esta vida por obra y gracia de algunas fiebres de primavera) y a su incipiente familia mas allá de las altas murallas de la capital, que se rumoreaba próspera y segura. Para su infortunio, pudo comprobar de primera mano que los rumores (como acostumbra a suceder) solo eran rumores. No halló una tierra de oportunidades, ni paraíso del que manaran la leche y la miel. Y el desgraciado Toddard no pudo (o supo) encontrar por allí mejor oficio que el de estibador en los almacenes, cargando y descargando por una miseria y como un mulo la mercancía que traían las barcazas que navegaban aquel río.

    Por eso Aiden, mediano de tres hermanos, supo desde muy crío lo que era el suplicio de un día o dos sin comer, o el tormento de una fría noche de invierno en la destartalada casucha que hubo de llamar hogar.  Aquello era, aún así, más de lo que otros muchos podían soñar: un techo, una familia, y suficiente comida para llenar el buche la mayor parte de las veces. Los bajos fondos daban cobijo a un montón de pordioseros, miserables, enfermos y tullidos que no podían sino envidiar el tesoro que el muchacho tenía entre las manos. Así, el joven rapaz se crió con el aire de las calles, ajeno a la certeza de que las cosas, por muy negras y ásperas que parezcan, siempre tienen la cualidad de empeorar.

    Sonaban tambores de rebelión en el Norte, y callejas de la capital hervían en un marasmo de agitación. El Muro y la insurrección en las comarcas de los confines estaban en boca de todos. Cuando algún tiempo después los tumultos se extendieron a la propia capital, todos los distritos se tiñeron con sangre. Y cuando Lady Lorna, de la Casa Crowley, cayó presa, y la insurrección se dijo sofocada en un arrebato de orgullo y necedad, estalló la guerra. Una guerra fratricida que marcaría el destino de todos los hijos de Gilneas, una guerra mil veces maldita y mil veces recordada por aquellos que tuvieron la fortuna de ver su final. Toddard, patriarca de la humildísima familia, se unió a la causa rebelde, pero no fue de esos agraciados. Los soldados del Rey Genn lo pasaron a cuchillo junto con otros milicianos insurrectos tras caer sobre ellos mientras se escondían en una pequeña granja a las afueras de la urbe; echaron sus cuerpos a una fosa y los sepultaron con fango.

    Fueron años muy duros para la familia. Viuda, pobre, y señalada como esposa de un rebelde, la madre de Aiden hubo de rebajarse a cualquier menester con tal de procurar el futuro de sus hijos. Los escasísimos cobres que de cuando en cuando ganaba por zurcir, remendar y coser la ropa de los modestos vecinos no eran ni de lejos suficientes para procurar tal sustento. Y así acabó mercadeando con lo único que tenía: el agujero entre los muslos. Quienes se dedican al oficio más antiguo de la Humanidad en suntuosos burdeles y casas de placer acostumbran a llamarse a si mismas meretrices, o damas de compañía. La pobre Edna, apaleada por los infortunios de la vida, no podía a aspirar a más sofisticación que el ser tachada de vulgar zorra o ramera que se deshonraba a si misma y a su familia al yacer con conocidos y extraños en el mismo lecho que meses atrás había compartido con un esposo traidor. Tampoco ella alcanzaría a ver el final de la guerra: acabaría enfermando y muriendo en las últimas semanas de la contienda.

    Entretanto Aiden, que aún era poco más que un mocoso, se ganaría el pan como un pilluelo más. Mendigando, robando y engañando a sus vecinos; correteando por las sombrías y agitadas calles de la urbe con otros bisoños granujas de medio pelo, en busca de cobres y peleas. Las casas de los caídos o exiliados por la guerra eran un botín suculento a ojos de estos pillos, que sin discernir de bandos o lealtades, no dejaban pasar la más mínima ocasión de colarse en alguna y desvalijar los escasos enseres que toparan.

    Los rumores de los hombres-lobo merodeando por los campos de batalla del norte eran aún un eco lejano y cuestionado en el corazón del reino cuando Lord Darius, patriarca de la Casa Crowley, Protector de las Marcas del Norte, y cabeza de la Rebelión intentó su movimiento más ambicioso y desesperado: llevar la guerra a las entrañas de la capital, a las mismísimas puertas de la Corte del Rey.  Cuando los disturbios estallaron, aún más sangrientos y estruendosos que aquellos que Aiden recordaba de años atrás, el muchacho no contaría más de quince o dieciséis otoños. Enardecido por el fervor de los discursos, y alentado por el odio y el rencor que lo atenazaban desde la muerte de su padre a manos de los leales, Aiden se unió aquella noche a las refriegas que se extendieron por la ciudad. Su hermano Roderic lo siguió. Ambos estuvieron en las improvisadas barricadas, labradas con muebles y trastos que cortaron callejas y plazas. Jamás pudo olvidar el rugido de los disparos y cañones esa infausta noche, los gritos inundando cada recoveco y la sangre tiñendo adoquines y paredes. Durante una salva, algún perdigón alcanzó a su hermano en la tripa, y el pobre muchacho murió desangrado en los brazos de Aiden en cualquier mugriento callejón. Su madre jamás lo superaría: murió pocos meses después. De pena, se dijo Aiden.

    Cuando la carnicería fratricida tocó a su fin nada quedaba para Aiden y Meredith Lynch, huérfanos de padre y madre. La casucha donde en tiempos moró la familia fue desvalijada y luego ocupada. El pánico ante la plaga de hombres-lobo (ahora ya demostrado real, tan tangible como temible) inundaba el reino por los cuatro costados. Nuestro mozo continuó delinquiendo y rapiñando por las calles, pero se afanó en procurar un futuro más halagüeño para su hermanita, lejos de los bajos fondos. A través de conocidos y caras amables procuro que la joven Meredith fuera acogida en calidad de criada por una adinerada casta de aristócratas de tercera fila para atender los quehaceres diarios en la casona familiar. Todavía no sabía que su vida estaba a punto de dar otro tumbo.

    Conoció a Duncan Degore en una taberna de mala muerte. Había oído un par de chismorreos sobre aquel hombre y cuando supo que un amigo en común podía hacer los honores no dudó en pedirle el favor. Duncan era, en palabras de las autoridades del reino, un proscrito sobre el que pesaba la condena de muerte. La lista de cargos de los que se le había encontrado culpable era tan abultada que no merece siquiera ser detallada en estas líneas. Para Duncan y sus escasos seguidores la guerra nunca había terminado; eludían a las autoridades (por otro lado, demasiado ocupadas con otros gravísimos problemas) bajo nombres falaces y se movían a capricho por las tierras de un reino asolado por la guerra mientras instaban a villanos y campesinos a retomar la lucha contra el tirano Cringris y aplicaban su particular justicia (que más tenía de venganza o vulgar saqueo) a algunos de los súbditos leales del Rey. La chusma rebelde de Degore venía huyendo de un norte cada vez más atenazado por las bestias lupinas, con rumbo a las comarcas meridionales del país; donde si bien el apoyo a la causa rebelde era mucho más tímido, también había menos ocasiones de acabar entre las fauces de cualquiera de estas viles criaturas.

    Aiden se unió a ellos y puso toda su pasión y su fervor (también su rencor y su rabia) en la causa que este nuevo heraldo de la rebelión pregonaba entre los suyos. Lo cierto es que a simple vista nada diferenciaba a Duncan de otros muchos cabecillas desesperados que se habían negado a acatar el Tratado de Paz, y lideraban exiguas milicias y guerrillas que se movían en los márgenes de la marginalidad. Pero los hombres de Duncan solo respondían verdaderamente ante él, y no a los intereses de algún aristócrata descontento que con un mano firma la paz y con la otra alimenta veladamente tal clase de aspiraciones. Eran pocos, es cierto. Nunca más de dos docenas. Desarrapados y harapientos, vagabundos por bosques y caminos cual comuna errante. Llevaban consigo mujeres y algún crío, dos o tres carros, y montones de falsos pretextos y e identidades irreales: una caravana de artistas errabundos, un hatajo de refugiados huyendo de las plagas de licántropos, o humildes trabajadores de la feria del condado vecino.

    No eran los más temibles, ni los más belicosos. Pese a lo encendido de los sermones de Degore, gastaban la mayor parte del tiempo yendo de aquí para allá. Asentándose en algún rincón seguro durante un par de semanas mientras buscaban cómo exprimir beneficio para la hermandad y para la causa por los alrededores para después volver a ponerse en marcha hacia otra parte. Hurtos, estafas, alguna pelea… pero nada demasiado escandalosos. No al menos en aquellos primeros tiempos. Algunos incluso rumorearon que el hatajo de inadaptados que seguían al tal Degore no eran otra cosa que una vil estratagema de este para mantenerse oculto y respaldado entre la turba mientras vendía humo y ofrecía en vano la clase de palabras que los corazones quebrados de la chusma anhelaban escuchar.

    Varios años pasó Aiden en su compañía. Duncan lo enseñó a leer y a escribir siendo ya casi veinteañero. Lo ilustró y lo moldeó a su imagen y semejanza, como un padre con su retoño. A cambio, nuestro mozo se entregó en cuerpo y alma a los designios de la banda: sus habilidades para el robo, el merodeo y el engatusamiento fueron cosa bien apreciada por sus camaradas. Tuvo ocasión de ser educado entre ellos; incluso el díscolo y libertino arcanista Gilard de Trevel, mano derecha de Degore, y huido de la ciudad-estado de Dalaran muchísimos años atrás, supo encontrar cierto potencial en el muchacho, instruyéndolo en tal o cual truquillo.

    Pero las cosas se torcieron poco a poco. Como cualquiera podía presagiar acabaron siendo desenmascarados y reconocidos. Y el hostigamiento de las tropas y milicias leales al Rey se saldó con sangre. Algunos (empezando por aquellos que viajaban con familia, mujeres e hijos al cargo) se dispersaron tras los primeros encontronazos violentos. Otros pocos cayeron víctimas del perdigón y el acero. Para cuando las tropas imperiales posaron sus pies en las playas del Reino, y las huestes de la Reina Alma en Pena derribaron la Muralla, la situación no tenía vuelta atrás. Los pocos que quedaban junto a Duncan se fueron replegando hacia parajes cada vez más salvajes, despoblados e inhóspitos hasta acabar adentrándose en los bosques y montañas del Norte. Quizá con la ciega esperanza de que con la tan presente amenaza de las manadas de licántropos salvajes que aún moraban la espesura y la sombra del temible ejército no-muerto los perseguidores renunciaran a su captura. Aiden siguió a su líder como el más leal de los sabuesos, soportando frío, hambre y penurias.

    Algunos de los hombres que lo seguían eran partidarios de viajar al sur y ofrecerse en calidad de amigos y colaboradores al Imperio. Duncan desoyó tales opiniones. Y cuanto más se alejaban de la civilización más ásperos eran los días. Todos sabían que no verían el final del invierno. De tal suerte que, como acostumbra a suceder, la traición se gestó en el seno del menguado reducto: tres desgraciados se confabularon para entregar a sus hermanos ante la milicia de un señor feudal local. Las huestes del lord cayeron sobre la banda con nocturnidad y alevosía y lo que sucedió entre las níveas colinas de Setoviejo solo merece el apelativo de matanza. Casi todos los seguidores de Degore murieron o se dispersaron esa noche, entre disparos, gritos y tinieblas. Pero su líder (aún malherido) pudo eludir la muerte en una ocasión más. Aiden permaneció a su lado; lo arrastró entre la extenuación y el desvarío por el lóbrego bosque junto con otros poquitos supervivientes. Hallaron cobijo en una destartalada cabaña de leñadores donde la vida de Duncan se hubiera desvanecido de no ser por la inesperada y desinteresada ayuda de una de esas parias gentiles conocidas como brujas de la cosecha.

    Permanecieron en esa cabaña, ocultos y hacinados como ganado, en los más crudo del invierno. Y cuando el inclemente frío y las crueles ventiscas remitieron un pellizco, Duncan, todavía maltrecho y postrado, ordenó a Aiden ir tras la pista de los traidores que los habían vendido por una bolsa de miserables monedas.

    Y así partió una vez más, camino de la ciudad que lo vio nacer…

     

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  3.  

     

    Atributos
    8 Físico
    6 Destreza
    6 Inteligencia
    6 Percepción

    Valores de combate
    32 Puntos de vida
    18 Mana
    8 Iniciativa
    12 Ataque CC (Espadón ligero)
    10 Ataque CC (Sin armas [equilibrado])
    10 Defensa

    Habilidades

    Físico
    2 Atletismo
    4 Espadón ligero
    2 Sin armas [equilibrado]
    Destreza
    2 Cabalgar
    4 Defensa
    2 Nadar
    2 Sigilo
    Inteligencia
    2 Religión
    2 Tradición/Historia
    2 Reprender esencia
    2 Detectar Entes Malvados
    2 Toque de Luz
    Percepción
    2 Advertir/Notar
    2 Reflejos

    Especialización:

    • Luz:
      • Reprensión

  4. HAROLD GERHART

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    • Nombre: Harold Gerhart.
    • Estatura: Un metro y ochenta y cinco centímetros.
    • Peso: Noventa quilos.
    Edad: Treinta y cinco inviernos.
    • Raza: Humano del Norte.
    • Origen: Reino de Lordaeron.
    • Ocupación: Hombre de armas; escudero-paladín novicio.

    • APARIENCIA:

    Spoiler

    Es hombretón grande y fornido, de amplia espalda y firme brazo. Tuerto, y con varias cicatrices esculpidas en la faz, su rostro no resulta siempre grato de mirar: tiene mandíbula ancha y cuadrada, labios finos, nariz recia, más menuda que grande, cuyo tabique ha sido deformado en alguna pelea, y un único ojo de un límpido azul cristalino. Acostumbra a mostrar el mentón bien afeitado y pulcro, dejando a la vista algunas marcas, arrugas e imperfecciones que ensombrecen su cara. Los mechones de su cabellera, de un rubio sucio, lucen cortos, algo ensortijados, pero con el brillo del trigo pegado a cada hebra de pelo. La voz es cavernosa: grave, profunda y algo enronquecida; con un marcado acento que pronto lo delata como hijo de Lordaeron.

    CARÁCTER:

    Spoiler

    Harold es, de acuerdo con sus propias palabras, un hombre de frontera. Una frontera entre la civilización y la barbarie; entre las Sagradas Virtudes y la gran depravación que reina en la espesura de las Tierras de la Peste, plagadas de aberraciones, sectarios y horrores innombrables. Se repite cada mañana que solo gracias al sacrificio de gentes rectas y abnegadas como sus hermanos escarlatas, algunos patéticos hombrecillos cobardes y pusilánimes tienen ocasión de aborrecer y calumniar sus métodos y creencias desde la comodidad de salones y alcobas, a muchas leguas de las tierras podridas del corazón de Lordaeron.

    Sus hermanos de la Cruzada Escarlata lo han modelado y templado en el credo de la Llama Carmesí y Harold ha acogido estas creencias con fervor y pasión sincera. Ha tenido el infausto sino de vivir tiempos aciagos y tal género de vida ha acabado endureciendo su corazón. Sin embargo, y pese a ello, no es hombre malvado ni sádico (aunque algunos pudieran tachar de crueles tales o cuales decisiones que ha tenido que tomar en los últimos años), pero sí firme creyente en el Bien y el Mal absolutos, enfrentados en una eterna partida de naipes por el alma humana.

    Es reservado, seco y algo hosco la mayor parte del tiempo; como un vigía que jamás abandona su guardia. Aunque no es un necio: no se quebrará como un incauto por ser incapaz de doblarse siquiera una pulgada llegado el momento. Ahora ha tenido la fortuna de ser ilustrado e iluminado por los clérigos, y hace gala de cierta astucia, paciencia (la Segunda Virtud, hay quien diría) y pragmatismo a la hora de alcanzar sus propósitos.

    • HISTORIA:

    Spoiler

    Harold vio por primera vez la luz del Sol hace ya más de tres décadas, y tuvo la escasa fortuna de hacerlo en una recóndita aldeucha de la costa norte de Lordaeron. Los lugareños la llamaban Caucebarro, y lo cierto es que el nombre hacía justicia con semejante paraje. Era poco más que un puñado de chozas de pescadores erguidas a la vera del roquedal; un rincón áspero y duro a los pies del indómito Mar del Norte, sembrado de lodo, marismas y hierba alta, y barrido por los gélidos vientos norteños. Allí, lejos de la bella y solemne Ciudad Capital, o siquiera de cualquier villorrio que se precie serlo, las gentes malvivían criando puercos, o tratando de arrancarle al mar sus preciados frutos. La mayoría de los que vivían lo suficiente para aprender a empuñar la espada acababan haciendo el petate y yendo en busca de su propia fortuna tierra adentro, a menudo bajo el pendón real en al ejército de Su Majestad, o entre las huestes y mesnadas de los nobles del reino que estuvieran dispuestos a acogerlos a cambio del rancho, el techo y unas pocas monedas.

    Harold fue hijo de Segmund, y Segmund era cangrejero y pescador por aquellos días. Como buen hijo de Lordaeron había sido hombre de armas en su juventud, y servido como capitán de la guardia de alguna familia de nobles de cuarta fila. Pero esos días ya quedaban demasiado lejos. Harto de los sinsabores de tal género de vida, el padre de nuestro hombre resolvió retirarse a algún lugar apartado en los roquedales de la costa y vivir en sosiego el resto de sus días. Allí se desposó con una mujer quince años más joven y trajo al mundo a ocho retoños.

    Y así, bajo el bramido de las olas, entre pescadores y labriegos, lluvia y fango, Harold vio pasar los años de su bisoñez. Vio apagarse a algunos de sus hermanos siendo aún muy jóvenes, arrastrados al último abrazo de la muerte por alguna de las pestes que el frío invierno traía consigo, cuando los días eran cortos y los parajes se teñían de un inmaculado manto blanco. Aprendió de su padre el oficio (a serpentear por las rocas en la busca de moluscos, peces y cualquier criatura que pudiera echarse al puchero), y también tales o cuales cosas sobre cómo empuñar el acero. Incluso estuvo en su compañía la desafortunada mañana de primavera en que su corazón dejó de latir.

    Apenas contaba quince o dieciséis otoños cuando partió tras la esperanza de un futuro más halagüeño; con el petate ligero, la bolsa vacía, y la vieja espada de su progenitor en el talabarte. De ella hubo de malvivir en los siguientes años (habida cuenta de que poco más que acero cortante y agallas firmes tenía para ofrecerle al mundo); fue miliciano en un par de guardias concejiles a cambio de cobijo y comida, y más tarde cazador de proscritos y escolta de caravanas.

    Los menesteres de tal oficio acabaron llevándolo a la vieja fortaleza conocida como la Mano de Tyr, en el corazón del reino, escoltando un par de carromatos cargados con preciada mercancía. Eran días extraños y sombríos, pues por aquellas comarcas ya circulaban toda clase de rumores acerca de virulentos brotes de enfermedad asolando las villas de los confines septentrionales del reino (incluso se hablaba de muertos alzándose de su último reposo por obra de aberrantes sortilegios oscuros). De tal suerte que viajaron rápido, evitando mesones y posadas, acampando en los aledaños del camino, o en la mismísima espesura. Para cuando la menguada comitiva alcanzó la ciudadela, los rumores ya habían esparcido el pánico entre los lugareños. Dos días después, y antes siquiera de que pudieran pertrecharse para partir de regreso a la capital, se acordó la cuarentena: nadie podría entrar ni salir de los muros de la ciudad hasta que la orden fuera revocada.

    Para desgracia de todos, apenas una semana después los habitantes de la Mano pudieron comprobar que los rumores (incluso los más funestos) eran cosa cierta. Se avistaron muertos vivientes deambulando por los bosques, y el pánico cundió intramuros. Aquello no iba a ser sino el preludio de un larguísimo aislamiento, en el que la ciudad hubo de soportar el implacable asedio de las huestes de la Plaga. Durante esos aciagos días, Harold se enroló (temprano y voluntario) en la guarnición de hombres de armas y milicianos que defendían la muralla. Cuando el lord decidió unir su mesnada y su fortaleza a la causa de la Cruzada Escarlata, nuestro hombre pasó a servir a la Llama Carmesí tanto el como resto.

    No acató la orden ni con pesar ni a regañadientes, sino al contrario: con la Cruzada llegaron nuevos víveres y se relajó el duro racionamiento. Más aún, Harold encontró buen acomodo entre los hombres y mujeres que iban llegando al bastión con la llama cosida en los blasones. Los hermanos sacerdotes lo enseñaron a leer y a escribir ya entrada la veintena, lo ilustraron e iluminaron hasta moldearlo y templarlo en las sagradas forjas de la rectitud, la piedad y la obediencia. Y Harold recibió el credo escarlata con fervor y pasión. Cosió la Llama al pecho y peleó y sangró por la Cruzada en más de una refriega. Una de esas escaramuzas contra los impíos podridos estuvo a punto de costarle la vida: recibió severas heridas, que lo dejaron tuerto y resentido por largo tiempo. Pero sobrevivió a las fiebres que siguieron a las heridas, y pudo recobrarse con tesón y sufrimiento.

    Fue entonces cuando alguno de sus insignes hermanos superiores reparó en él: en su aptitud, valor y abnegación, y así fue invitado a tomar los votos e instruirse (pese a lo maduro de su edad) como novicio paladín. Como manda la tradición, su camino en tal excelso aprendizaje sería tutelado por un hermano paladín de pleno derecho: el anciano Ser Godwald Hersse, caballero, mentor, y veterano de la Segunda Guerra.

    Los siguientes dos años Harold los pasó recibiendo sus enseñanzas en la Abadía de la Mano de Tyr, leyendo viejos tomos polvorientos, orando, y meditando para poner coto a la ira, la envidia y otras bajas pasiones. En el patio de armas su cuerpo no volvió a ser el mismo: la visión era torpe, y se sentía abotargado y entumecido por las heridas y la convalecencia; pero poco a poco, con tesón y paciencia, volvió a ser digno espadachín pese a semejantes limitaciones.

    Una fría noche de invierno Ser Godwald fue llamado al Seno de la Luz. Harold fue privado de su mentor. Y aquella no iba a ser sino la primera de las nuevas que iban a agitar de nuevo los cimientos de su vida…

     

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  5. CAPÍTULO VII.

     Rueda la corona. 

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    Aquí tenéis la pluma, señor Bedlam.

    Las palabras se deslizaron por sus tímpanos, amortiguadas; y Jake alzó un tanto la vista. Al otro lado del vetusto escritorio de castaño el hombrecillo lo escudriñaba desde detrás de las lentes de sus anteojos, con un par de pupilas azules y límpidas. Zavros estaba sentado a su diestra con semblante solemne, hojeando alguno de los muchos papelajos que ahora se amontonaban en la mesa.

    Jake apretó los dientes cuando otra jaqueca martilleó su sien. Quizá fuera la luz, que se colaba por entre los ventanucos de la estancia para arañar sus ojos, demasiado acostumbrados ya a la penumbra del lóbrego almacén en el que había resistido como un gato panza arriba las últimas semanas. O puede que fuera culpa del opio. Demasiadas horas lejos de su abrazo estaban haciendo merma en su espíritu. Aunque estaba sentado notaba sus propias piernas débiles y renqueantes, y con profundo pesar volvió a repasar el documento que habían deslizado hacia él.

    Tensó de nuevo la mandíbula cuando llegó a la sexta línea, y espiró algo de aire. Algunos de los escoltas del viejo los observaban en silencio, apoyados contra una de las paredes del pequeño despacho. Tenía a su espalda a sus tres últimos muchachos, traidores y acongojados, que decidieron arrastrarlo cual vulgar tributo de paz hasta el nuevo caserón en el que Don Zavros había resuelto alojarse mientras atendía sus asuntos en tierras de Elwynn. Pensó en ellos, y luego pensó en Brandon y los demás. Esperaba encontrarlos allí ese día; estaba seguro de que después de todo lo ocurrido el pelirrojo querría presenciar su caída. Pero no estaba entre aquellos hombres de rostro curtido y acento extraño.

    Mientras repasaba las líneas venideras del pergamino, hincando los dientes en sus labios hasta hacer brotar la sangre, recordó a Effron, a Paul, a Will… tenía sus malditas caras lampiñas gravadas en la retina, tatuadas a hierro en el alma. Por un instante la culpa le cruzó el pensamiento, y se sacudió la cabeza como si así pudiera desterrar el remordimiento. Era responsable. Lo sabía. Pero ya era demasiado tarde para enmendar eso; quizá siempre hubiera sido demasiado tarde.

    Levantó el mentón, hincando los ojos de nuevo en el leguleyo, y musitó con voz rota y áspera.

    Honraréis vuestra palabra. Perdonaréis mi vida, y me daréis salvoconducto al sur. —alcanzó a decir, tal vez queriendo volver a oírlo antes de estampar su firma.

    Mi cometido es la ley. Y no otro. —replicó el hombrecillo, en tono socarrón; aunque sin el menor atisbo de extrañeza o inquietud—. Estoy aquí para formalizar la venta como la Luz manda; no me vengáis con otros asuntos que no me incumben.

    Zavros levantó la mirada del pergamino que lo entretenía, y oteó a Bedlam con su único ojo.

    Vuestra rebelión acaba aquí, hijo. —pronunció con tono calmado, y un cierto aire triunfal—. Os he ofrecido una rendición honrosa, y eso os daré.

    Jake dejó escapar algo de aire de entre los labios, deshinchándose como un globo. Se sentía estúpido, mediocre, y derrotado. Alargar la mano hacia el tintero y garabatear una tosca firma fue su particular vía crucis, su camino al calvario, su paseo de la vergüenza. Pudo ver cómo el condenado viejo perfilaba una sonrisa sardónica cuando la punta de la pluma rasgaba el papiro, ante la mirada expectante de todos los presentes.

    Bien. —dijo el jurisconsulto, al tiempo que atraía el documento para sí, y lo repasaba una última vez—. Todo está en orden. Os felicito señor Bedlam, al fin habéis hecho algo prudente.

    Zavros miró al hombre de su diestra, y volvió a trazar una sonrisa taimada.

    Sé que sois hombre ocupado, Gaspard. No os robaré más tiempo aquí. Dejad que mis hombres os acompañen hacia la salida. —alzó la mano huesuda, para hacer un ademán a los que montaban guarda contra la pared.

    Con inusitada calma y en sobrio silencio, el letrado recogió sus legajos, ordenándolos toscamente, para después incorporarse pesado y abandonar la estancia en compañía de dos de los guardaespaldas de la Víbora.

    Bedlam permaneció allí con la cabeza gacha; sin quebrar la quietud. Jamás se había sentido tan humillado, tan despreciablemente cobarde. Apenas una semana antes estaba dispuesto a hacerse saltar por los aires en el almacén; a descender una tormenta de pólvora y fuego sobre cualquiera que osara asaltar su castillo, y ahora no podía evitar sentirse como otra persona; un extranjero, entre rubricas, legajos y despachos.

    Otto Zavros lo había vencido sin tener que disparar una sola bala, sin tener que mancharse las manos. No directamente, al menos, pero otros habían padecido en sus carnes la liza. En uno y otro bando; como meros peones en un tablero de ajedrez. Contingentes, y prescindibles.

    Un día tuvo la osadía de compararse a esos reyes de los tiempos antiguos. Fútil reyezuelo, se decía ahora. Tonto y vano. Sus enemigos lo habían sometido a una larga guerra de desgaste, a un asedio inmisericorde y prologando. Es cierto: no había catapultas ni arietes a las puertas de su mermado fortín. Los hilos eran muchísimo más finos, casi imperceptibles. Se trataba de algo más etéreo, más simbólico, pero no por ello menos cruel: el viejo lo había coronado, y ahora se ocupaba de destronarlo, devolviéndolo al fango después de dejarlo hecho pedazos en el camino.

    Se lo debía todo a ese vejestorio demacrado y mutilado que sonreía ladinamente a su frente. Él plantó en su corazón la semilla de la discordia, dando alas a la ambición que anidaba en lo hondo de su ser; pagó generosamente para que el prestamista pudiera armar su particular milicia de mocosos harapientos, y llenó sus almacenes de valiosas mercancías. Costeó sus caprichos, sus juergas y bacanales, y llevó el fruto de las amapolas del sur hasta los pulmones de Jake. Cómo había sido tan imbécil. Cómo pudo caer en aquella mentira tan conveniente para el tirasiano. Por más que lo creyera, él nunca había tenido el verdadero control de nada.

    Zavros sabía que Jake Bedlam tenía demasiada arrogancia dentro; que tarde o temprano pretendería labrarse su camino en el arrabal. Propio, y alejado de la alargada sombra de otros. El asunto del Chichi de la Puerca fue la ocasión perfecta para dejarlo cometer el error de hacer negocios por su cuenta y riesgo.

    Bastó con instigar a su segundo para ponerlo en su contra; en atraer y ganarse a Brandon para sus propósitos. El puto Zavros tenía que estar anhelando encontrar la situación que lo dejara como un idiota incompetente. O peor: como un tirano parricida y desalmado. Mientras tanto procuraba que no faltara el opio en los almacenes. Fue tan necio que no advirtió que todos los regalos que hace una serpiente están envenenados.

    <<Jake Bedlam no es nadie. Es una marioneta usada. Y rota.>>, se dijo ahora, resignado.

    Al final ellos habían puesto los muertos. Sus muchachos. Las luchas intestinas los desgajaron; su pacto con los Camisas Largas había sido un desastre y a buen seguro Roland y los suyos clamarían venganza ahora: habían enterrado a demasiados hombres por la incumplida promesa de pólvora y arcabuces.

    Las habladurías de conjura, la paranoia que lo asaltaba, y la locura que atenazaba su seso… Zavros las había sembrado también con maña y paciencia, haciendo y deshaciendo, hasta conseguir tenerlo hacinado como un perro, languideciendo, desgastándose, cavilando, y hundiéndose. Hasta hacer que sus últimos y menguados leales lo traicionaran. Fue arrastrado fuera de su ratonera, y entregado ante los hombres del carcamal. Ninguno de aquellos mozos deseaba seguir a su jefe a un destino tan aciago. 

    Así pues, ¿por qué volver a caer en el mismo amaño? ¿por qué confiar en la palabra del viejo? Consintió en renunciar a todo lo que su familia había conseguido en generaciones, y una burda firma bastó para despojarlo de cuanto tenía: lo que fue, lo que era, y lo que pudo haber sido.  Quizá fuera otro estéril delirio de brillantez. Quizá tan solo miedo a una muerte que se antojaba cercana. Tal vez Zavros lo enviara al Vacío, o tal vez no. En cualquier caso sospechaba que el tuerto lo quería vivo todavía. A lo mejor creía que podía sacar algún otro provecho de él. O puede que solo quisiera jactarse de su triunfo, como quien colecciona trofeos de caza.  Sea como fuere Jake estaba de acuerdo: quería seguir vivo. Y quería venganza, aunque fuera lo último que hiciera. Vivir para ver un nuevo día quizá le concediera tal ocasión. 

    ¿Puedo irme? —alcanzó a decir al fin, rompiendo el largo silencio que los había envuelto.

    Podéis. Pero no aún. —el viejo volvió a esbozar una sonrisa maliciosa—. Sabéis que ahí fuera no duraréis ni un minuto. No os preocupéis, haré que os preparen una alcoba aquí y seréis mi huésped hasta que pueda sacaros con seguridad de este reino.

    ¿Y cuando será eso? —replicó el prestamista, con desdén.

    Pronto. Entretanto quizá podáis ilustrarme sobre cierto librajo de cuentas que mis hombres encontraron en casa de vuestro padre. Me gustaría estar al tanto de los negocios. ¿Os parece?

    Jake resopló, dócil. Y les hizo un gesto a sus tres muchachos para que se fueran; a lo que nadie objetó.

    Iban a ser días muy largos.

    Resumen.

    —Paul fue enviado a la casucha arrendada por Nora con orden expresa de ejecutarla in situ por su felonía la noche del tiroteo. Iba a ser la primera de muchas venganzas. Sin embargo, Nora consiguió engañar al rapaz con un ardid y encajarle un perdigón en las tripas a traición antes de saber si sería capaz de apretar siquiera el gatillo. Después, con la ayuda de Hadrian y Varno os habéis desecho del cadáver. 

    —Vey ha sido contratada como nueva ayudante de barra de Caleb en el Chichi, tras la desaparición de Aurora.  

    —Un par de semanas después del incidente, Jake Bedlam es traicionado por sus leales y entregado a don Zavros en bandeja de plata.

    Consecuencias.

    —Nora ha matado a un mequetrefe asustado, a buen seguro para salvar su vida, y ha visto cómo sus tripas se desparramaban en el suelo del cuarto. Quizá hubiera sido posible encarar la situación de otro modo. O no. En cualquier caso la imagen de Paul agonizando en tu regazo mientras su vejiga se suelta y el orín pringa las ropas no será fácil de sacar de la cabeza.

    —Hadrian os ha coordinado para deshaceros del cadáver. Lo ha sacado envuelto y a hombros, como un fardo cualquiera en las tinieblas de la madrugada, y lo habéis quemado en el linde del bosque a media hora del arrabal. La fogata habrá ardido toda la noche, y al alba el humo podría haber atraído a algún montaraz o trampero que no encontraría mucho más que cenizas y algún hueso calcinado.

    —La situación ha dado un giro, de nuevo. 

    Duración:  Unas 8 horas, en varias sesiones.
    Máster: Varno  @Murdoch 

    Personajes participados y habilidades usadas:

    @Murdoch como VarnoCallejeo / Supervivencia [piras] / Advertir Tradición-Historia / Leyes [Imperio]

    @Beretta como AlondraCallejeo y como RunaAdvertir / Rastrear Tradición-Historia / Leyes [Imperio]

    @Nora Folch como NoraCallejeo / Pistolas de chispa / Sanación [torniquete] / Advertir /  Supervivencia [piras] Tradición-Historia / Leyes [Imperio]

    @Webleycomo HadrianCallejeo / Comercio / Rumores / Naipes [mutilado] / Advertir  Tradición-Historia / Leyes [Imperio]

    @Akross como DoyranCallejeo  / Advertir Tradición-Historia / Leyes [Imperio]

    @ElCapitan como HoatCallejeo / Advertir Tradición-Historia / Leyes [Imperio]

     @Gauss como VeyCallejeo / Comercio [ayudante de barra] Tradición-Historia / Leyes [Imperio]

    Notas offrol.

    Volvemos. Dejo aquí reflejadas las habilidades de última sesión, que estaba pendiente desde antes del salto a Legion, y un relato que dará paso al colofón final de esta parte del evento. La semana que viene determinaremos el destino de Bedlam. Y veremos cómo queda esto.

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  6. CAPÍTULO VI.

     Sangre y acero. 

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    Varno paseó la mirada por la funesta escena. El manto de la madrugada había descendido sus lóbregos brazos por los terruños de labranza y las sombras danzaban a su alrededor, apenas espantadas por unos cuantos farolillos. Quizá fuera mejor así, pues aún en las tinieblas la escena a la puerta del granero era de una dureza tal que haría estremecerse al más pintado. 

    Llovía fuerte y llovía mucho. Y para un lado y para el otro; con una perfección que a Varno se le antojo casi absurda. A sus pies el campo estaba anegado, y los surcos arrastraban la sangre y los fluidos que la oscuridad ocultaba con su abrazo. Aunque las tinieblas nada podían hacer para esconder el perfume de la muerte. Brazos cercenados, rostros reventados, tripas desparramadas... la explosión del barrilete de pólvora había bastado para quebrar el portón en un suspiro, pero había hecho una buena escabechina con los caídos que se amontonaban más cerca de la entrada. Y Varno pudo olerlo, más allá del denso aroma a la pólvora quemada que flotaba en el ambiente. Era un tufo de otra pasta; a vísceras, heces, y sangre. Notó una nausea breve, que acalló al erguirse. El viento frío le erizó la piel. 

    Entonces recordó las palabras que le había dicho a Alondra unos minutos antes. Eran ciertas. Si a su espalda se alzara un fortín, y fueran coseletes y gambesones bordados lo que vistieran los muertos troceados que se desparramaban por el lodo, su augusto padre trazaría una mueca de orgullo por tamaña refriega. Puede que lo estuviera observando desde algún lugar, proyectando una de aquellas miradas duras y altaneras que el joven cada día recordaba un poquito más lejanas, y más y más empañadas por el peso del tiempo. <<Recordar no tiene nada de sencillo, es un arte>>, pensó. Y el pensamiento lo devolvió a la realidad.

    No, aquello no era un castillo, y la mesnada de derrotados combatientes no eran la hueste de ningún señor, no portaban el blasón de algún zafio enemigo; de hecho, no portaban blasón alguno. Lo único que los vestía eran esas camisolas andrajosas, macilentas, que algún día habrían sido blancas. <<Todo el mundo tiene alguna camisola así>>, fue lo único que se le pasó por la cabeza. A su espalda solo se recortaba la efigie monstruosa del viejo granero donde el contrabandista guardaba su mercancía más volátil y peligrosa antes de dar la orden de llevarla hasta el mismo corazón del arrabal: pólvora. Pólvora de don Zavros, pólvora de las colonias del sur, pólvora que había triplicado su precio en las últimas semanas. Nada podía ser casual. 

    Brandon serpenteó por su espalda, tal vez llevara allí un rato largo, en realidad. Varno ni se había molestado en volverse hasta que oyó su voz, demasiado embotado en mirar a la nada que se dibujaba al frente.

    Brutt es rápido. Pero tus amigos esperan maravillas de sus piernas.—pronunció.

    Aguardaremos. —respondió el tirasiano, con tono sosegado y algo ausente—. No pueden tardar toda la noche. Y sin caballos no podremos volver con los heridos.

    El pelirrojo asintió con sequedad. Y ambos se quedaron en silencio oteando al vacío, donde el chaparrón seguía arreciando entre la negrura de la noche. 

    No sería hasta una hora después cuando casi al filo de la madrugada aparecieran los jinetes entre el horizonte: los hombres de Zavros. Y el grupo pudiera abandonar el terruño entre el fango, de regreso al arrabal de Villadorada.

    ***

    Resumen.

    —Después de que Nora se reuniera a espaldas de todos con Jake Bedlam, habéis tenido que precipitar una segunda reunión con Don Zavros. Parecía al corriente de toda la información, y pudo aportaros más luz a las sombras que envuelven los últimos tejemanejes del prestamista. Zavros os ha regalado la ubicación de la retoña raptada, como muestra de buena voluntad. 

    —Tras un arduo combate, los Camisas Largas (aliados desesperados de Bedlam) se han replegado de la granja. Elizabeth está en vuestro poder, aunque muy febril.

    Consecuencias.

    —Hoat ha decidido aceptar el regalo de Zavros. Quizá sea una muestra de buena voluntad, o quizá esté envenenado.

    —La mano de Will ha aparecido envuelta en una vieja camisola holgada. En su alcoba del Chichi os esperaba una sorpresa peor: alguien había roto el ventanuco y arrojado su cabeza, inerte y rebanada, al interior. Un mensaje claro de los Camisas Largas, a buen seguro. 

    —Habéis convencido a Brandon y a los suyos de atrincherarse en el granero, y plantar batalla a la mesnada de los Camisas Largas. Decidisteis dar la cara, y no huir por los sembrados dejando a la gorda atrás.

    Elizabeth, la hija de Caleb, está en vuestras manos. No es la princesa de cuanto que alguno pudo esperar: es tan grande como un tonel, más pesada aún, nada agraciada, y desprende un olor fuerte a sudor y meados. Digna prole de su padre. La fiebre la atenaza, y quizá no consiga salir adelante. Necesitará muchos cuidados, y la gracia de la Luz, para aferrarse a la vida. 

    —Casi una quincena de harapientos Camisas Largas han caído en la refriega, asaltando el granero. Vosotros habéis perdido a dos mozos a sus manos. Y más de uno volvéis heridos de consideración. Aún así el plan de defensa ha resultado ser un éxito rotundo, visto lo poco que os favorecían las tornas de antemano. 

    Bedlam está acabado. Sus aliados de última hora han sufrido un duro revés, y cabe esperar que se retiren a lamerse las heridas, privándolo de más apoyo. Pero continúa atrincherado con tres o cuatro leales en el almacén, tras haberlo convertido en un auténtico polvorín.

    Duración:  Unas 12 horas, en varias sesiones.
    Máster: Varno  @Murdoch 

    Heridas:

    Doyran: un machetazo en el brazo cuando os replegabais al interior del granero (-7PV), y un perdigonazo perdido en los últimos compases de la refriega (-11PV); total (-18 PV). 

    Hoat: uno de los mosquetes te ha reventado en las manos al disparar (-11PV), dejándotelas hechas un estropicio y con el dedo medio colgando. Quizá aún pueda salvarse. O ya no.

    Parker: te has hecho el héroe, y un perdigón se te ha encajado en el hombro (-12PV). La cosa se ha puesto aún más fea, Hadrian ha cauterizado la herida con la daga al rojo vivo, dejando la bala alojada dentro del hombro. Van a tener que abrirte la herida de nuevo, y sacártela, antes de volver a cerrarla, si pretendes seguir un tiempo más entre los vivos. Será una agonía más larga y desagradable que la propia cauterización, pero tal vez pensar en tu dama mientras te hienden la carne viva pueda consolarte una pizquita entre tanto dolor, y hacer que saques los arrestos para no desmoronarte más de la cuenta.

    Hadrian: la explosión hizo que varios cascotes se desplomaran del techo, y una teja fue a partirse en tu espalda (-6PV)

    Por obra y gracia de don Zavros, todos podéis ser atendidos en el dispensario, y sus arcas saldarán el precio de las curas y los remedios.*

    Personajes participados y habilidades usadas:

    @Murdoch como Varno: Callejeo / Advertir / Rifle de chispa / Pistola de chispa 

    @Beretta como Alondra: Callejeo / Advertir / Rifle de chispa / Pistola de chispa / Sanación [torniquete] / Tortura; y como Runa: Advertir.

    @Akross como Doyran: Callejeo / Advertir / Trampas [bomba de humo] / Rifle de chispa / Pistola de chispa / Conjuración [estaca de hielo] / Daga [arrojadiza] / Defensa

    @Nora Folch como Nora: Callejeo / Advertir / Sanación / Rifle de chispa / Pistola de chispa

    @ElCapitan como Hoat: Callejeo / Advertir / Rifle de chispa / Pistola de chispa 

    @TitoBryan como ParkerCallejeo / Advertir / Rifle de chispa / Pistola de chispa 

    @Webley como Hadrian: Callejeo / Advertir / Lanza ligera / Sanación [extracción y cauterización] / Defensa / Táctica militar

    @Kira como Nathaniel: Callejeo / Advertir / Rifle de chispa / Pistola de chispa

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  7. CAPÍTULO V.

     La mano que mece la cuna. 

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    El eco sordo y grave retumbó en las paredes del almacén mientras el cañón vomitaba un humillo liviano. Se hizo un silencio largo y afilado cuando ante la vista de los atónitos mequetrefes un Jake más pálido que la leche descendió el brazo tembloroso, quizá empezando a atisbar qué acababa de hacer.

    Pero Efron estaba desplomado ya en el suelo; había caído de la silla, y se sacudía en movimientos toscos y desagradables, casi como un pez que agoniza fuera del agua. Su mirada se abrió para esculpir una expresión de terror sincera y acongojante, que apenas unos segundos después se mantenía fría e inerte clavada contra los cajones y toneles amontonados en torno a la pared, como si realmente pudiera verlos aunque el último estertor de vida hubiera abandonado ya su magullado cuerpo: el perdigón se había encajado en el rostro a la altura del pómulo y salido por la nuca; reventando la faz y desgarrando carne y hueso hasta trazar en el cadáver del rapaz una herida asquerosa para cualquiera que osara mirarla.

    Bedlam se volvió con ojos desorbitados, tambaleante, y paseó la mirada por el hatajo de mocosos que lo observaban en corrillo. Pudo ver el miedo en los ojos de más de uno, pero también el desprecio. Y eso lo enardeció de nuevo.

    ¡¿Es esto lo que queríais de mí?!—clamó con voz rota, algo temblorosa, aun sosteniendo la pistola— ¡Decídmelo, os lo estoy ordenando!

    Ninguno osó darle réplica. La mayoría se limitaron a descender la mirada hacia los roñosos tablones del suelo, lejos del Bedlam delirante y del guiñapo en que había quedado convertido a su otrora compinche. Brandon se la mantuvo clavada, sin pronunciar palabra, y cuando sus ojos se cruzaron Jake arrojó con ira la pistola hacia el suelo, quizá quebrándola para siempre, y luego volvió a dirigirse a los suyos.

    ¡Os le he dado todo!—bramó, bañado en el sudor frio que le perlaba el rostro—¡Todo! ¡Y no voy a tolerar la traición bajo mi techo!

    Luego deslizó un dedo tembloroso y  acusador entre la turba de pillastres, aferrándose a su mermado equilibrio.

    ¿Cuántos más habéis estado conspirando con este desgraciado? —el silencio continuó incólume, y tal vez entonces Jake se dio cuenta que estaba inmerso en un soliloquio—. ¡Hablad, o que os lleve el Vacío! —insistió, fuera de sí, pegando una patada a la pipa de opio que fue a rodar entre los cajones— ¿Os pagan los Camisas Largas, o son los Grajos Negros los que os han prometido recompensaros cuando me halláis arrebatado lo que me pertenece? ¡Muy bien! —dibujó otro gesto airado con los brazos, mirándolos—. Pues decidles que no voy a consentirlo: ¡esto es lo que ocurre cuando juegas contra Jake Bedlam! ¿Me oís?

    Cálmate, Jake. —acertó a decir por fin Brandon, dando pábulo a su jefe—. Nadie ha conjurado contra ti. Has fumado y bebido demasiado.

    Bedlam resopló, buscando la silla para dejarse desplomar en ella. Y desde ahí volvió a otear a sus hombres por un largo rato. Terminó por hacer un gesto hacía el cuerpo de Efron, que yacía a su vera. Y habló muy despacito.

    Sacádmelo de aquí. Enterradlo, o dejadlo por ahí tirado, me da igual. —se humedeció los labios agrietados, volviendo a hundir los ojos en el cadáver—. ¡Y que alguien limpie toda esa maldita sangre!

    ***

    Brandon se acabó el vasito de brandy que le habían servido de un solo trago. Y luego regresó la mirada hacia Otto; sintió cómo un pequeño escalofrío le punzaba la baja espalda, y tosió una pizca. Puede que fuera por ese ceño adusto y seco, o por el condenado ojo. Sí, aquella mirada le ponía el vello de punta. Así que se limitó a apartar un tanto la vista, deslizándola por la amplia alcoba que los alojaba.

    Me temo que nuestro Bedlam se ha descarriado, hijo. —pronunció, y el pelirrojo notó cómo lo escudriñaba.

    Tenía una voz áspera, rota y grave, que confería a sus palabras un halo de autoridad. Tal vez aquella de la que a simple vista carecería de no ser por lo intimidante de su rostro. Otto Zavros, ‘la Víbora’, más conocido sencillamente como Don Zavros no hacía gala de un aspecto particularmente amenazador: era un anciano (eso no se le escapaba a nadie), enjuto y frágil, mas de gesto pétreo y mirada dura. Quizá la culpa de esto la tuviera la ausencia del ojo derecho, en una cicatriz que acostumbraba a llevar al aire, mostrando un globo vacuo, blanco, ciego e inerte. El acento foráneo se adivinaba en cada una de sus palabras, y desde luego sus modales parecían dignos de un lugar mejor que el lóbrego arrabal, pero allí estaba. Había llegado (seguramente de algún rincón lejano y exótico) hace apenas medio año, pero en sus escasos encuentros Brandon jamás lo había visto levantar la voz más de la cuenta. Acostumbrado a los excesos de Bedlam, eso lo inquietaba profundamente.

    Está sometido a mucha presión, don Zavros. —dijo el joven, irguiéndose en su asiento. Y retornando los ojos al rostro seco del viejo.

    A lo único a lo que está sometido es a lo que bebe, y a lo que se fuma. —replicó Zavros, en tono sosegado—. Estas calles lo asustan tanto como a ti; por eso busca valor en cualquier cosa capaz de embotarle el sentido. Alguien que necesita comportarse como un desquiciado para infundir respeto tiene los días contados, te lo digo yo. —el vejestorio hizo una mueca, acomodándose en el sobrio respaldo—. Tanta ambición como albergan sus entrañas no puede digerirse sin reventar por cada costado.

    Es prestamista. Creo que llevan eso de la ambición en la sangre. —apuntó Brandon, antes de que el anciano trazara una sonrisa sardónica.

    Sé que eres listo, y por eso te elegí a ti para suplir sus debilidades y mantenerlo bajo control.  Aunque los dos sabíamos que esto ocurriría más pronto que tarde, ¿no es así? Confieso que me ha decepcionado con mayor presteza de la esperada. Culpa mía: debí haberlo previsto. —alcanzó su propio vasito de brandy, y dio un sorbo corto, jugueteando con él entre los dedos; casi parecía disfrutar reconociendo su error, y eso turbó aún más al joven—. Un hijo que se vuelve contra su propio padre es una abominación que no merece ni un atisbo de confianza.

    Pero vos me dijisteis que le ofreceríais una...~ —Brandon dejó que las palabras murieran en sus labios a medio contar, y descendió la mirada, en cuanto el anciano hizo un gesto para invitarle a cerrar la boca—.

    Una salida honrosa. —concluyó Zavros—. Y así será. No en vano concedo mi palabra. 

    Por supuesto. —aseveró Brandon—. Disculpadme. No quería insinuar nada contra vos.

    Lo sé, rapaz. —musitó Zavros, con condescendencia—. Veré en persona a ese Hoat. Concierta una audiencia con él; si tanto anhela conocerme, no puedo privarlo de ello.

    Como mandéis, don Zavros. Mañana iré a ese antro y se lo haré saber.

    El vejestorio perfiló una mueca taimada, observándolo. Y negó con suavidad; se aclaró la garganta para pronunciar con teatralidad alguna de las citas que tanto gustaba de parafrasear.

    “Esa engañosa palabra: mañana. Nos va llevando por días al sepulcro, y la falaz lumbre del ayer ilumina al necio hasta que cae en la fosa”. —sonrió otra pizca, tras recitar en tono solemne, contemplando el ceño inexpresivo de Brandon, que por no saber, no había siquiera aprendido a leer—. Esta misma noche, muchacho. No hay tiempo que malgastar. 

    Brandon asintió otra vez más, consciente de haberlo entendido ahora. O eso creyó. Y volvió a dedicarle una mirada larga al vejestorio al tiempo que tragaba algo de saliva. La otra noche había visto cómo Jake esparcía los sesos de uno de los suyos por una vulgar rabieta, y aún así su corazón no albergaba por él ni la mitad del temor que aquel hombrecillo huesudo y frágil le insuflaba cuando lo miraba a los ojos.

    Resumen.

    —Habéis seguido indagando en los asuntos de Jake Bedlam y su panda de mocosos venidos a más. Brandon os ha confesado que las cosas allí comienzan a agrietarse, desbordado por la muerte tan gratuita de su compinche. Y finalmente Hoat y Nora lograron reunirse con Otto Zavros en la capilla.  

    —Sabéis que Jake Bedlam se ha pasado un par de días encerrado en el almacén. Lloriqueando, poniéndose ciego, y acusando a todo el mundo que iba y venía de darle la espalda. Pero ninguno de vosotros se ha acercado a tantearlo.

    Elizabeth, la hija de Caleb, continúa raptada y en paradero desconocido. Pero sabéis que está enferma. Ha estado vomitando y con altas fiebres durante tres días. 

    Consecuencias.

    —Os habéis ganado un poquito el corazón y la confianza de Will y Brutt, sobre todo Hoat y Alondra. Habéis optado por tratarlos con amabilidad, e incluso habéis jugado alguna partida de naipes juntos mientras charlabais, un poquito de cosas banales, y otro tanto de otras más serias.

    —Nora ha hecho llegar algún remedio para la hija de Caleb a través de la pareja de matones, cogiéndolo del dispensario. Quizá la ayude, o quizá sea tarde. Tal vez no te puedas resistir a pensar que si fuera cierto que Don Zavros se preocupa algo por la gorda retoña Brandon no tendría que ir mendigando ayuda de esa clase. 

    —Varno ha disuadido a Nora de tratar de acercarse a Jake Bedlam después del incidente. Tal vez nunca conozcamos qué hubiera podido salir de esa maniobra.

    —Habéis decidido apoyar a Otto Zavros en esta tesitura, mostrandole pleitesía. Y haríais bien en rezar por haber tomado la decisión correcta.

    Duración:  Unas 12 horas, en sesiones sueltas.
    Máster: Varno  @Murdoch 

    Personajes participados y habilidades usadas:

    @Murdoch como Varno: Callejeo / Comercio / Música [laúd / canto] Tradición-Historia 

    @Beretta como Alondra: Callejeo / Naipes [mutilado] 

    @Akross como Doyran: Callejeo / Rumores

    @Nora Folch como Nora: Callejeo / Comercio / Advertir Tradición-Historia 

    @ElCapitan como Hoat: Callejeo / Comercio / Rumores / Naipes [mutilado] / Advertir Tradición-Historia 

     

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  8.  

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    (Esta es la lista aproximada de lo que habría en el Chichi ahora mismo; sin perjuicio de que por los roles la oferta pueda ampliarse o modificarse).

    [...]

    HABITACIONES
    ***

    Alcoba de huésped.

    (1215i25w2.png por noche, 7015i25w2.png por semana)

    El Chichi cuenta con un puñado de cuartuchos fríos y pequeños diseminados a lo largo del pasillo. Lo mejor que puede decirse de ellos es que tienen solo una o dos camas, y procuran una intimidad que es desconocida en la mayoría de fondas del arrabal. Las comodidades son las justas, desde luego. Paredes y techos carcomidos por la humedad, muebles viejos, alguna gotera, mantas raídas y bastante suciedad. No es un palacio, y cualquiera que espere algo así ya debería intuir su decepción al comprobar los precios.

    Banco en el salón común.

    (515i25w2.png por noche)

    Por un puñado de monedas, el mesonero te puede sacar una manta y dejarte dormir en algún banco, o en el propio suelo una vez que se han cerrado las puertas. Tal vez estés huyendo del rodillo de tu parienta, o simplemente no tengas dónde caerte muerto. Tranquilo, todos podemos pasar por una mala racha.  Por supuesto no será la noche más memorable, ni cálida, ni cómoda, pero es mejor que pasarla al raso. Eso sí, a primera hora, te echarán fuera.

    BEBIDA
    ***

    Agua del pozo.

    (115i25w2.png por jarra simple, 415i25w2.png por jarra hervida con hojaplata o flor de paz)

    La elección predilecta de virtuosos y ascetas, aunque ni el propio Caleb la recomienda. Por el arrabal el agua suele correr turbia, y los días reposando en los toneles del Chichi no ayudan a mejorarla. Quizá nadie haya muerto aún por beberla pero podrías acabar con una buena indigestión. Mejor hervirla antes, por si las moscas.

    Algún tontaina ya ha pagado algo más por un poquito de agua hervida con hierbajos resecos de los que la oronda esposa de Caleb guarda en la despensa, de manera que si te gusta pagar el triple por un poco de agua manchada, estás de enhorabuena.

    Sidra de manzana.

    (315i25w2.png por jarra)

    En el Chichi no se sirven zumos. Lo más parecido por su escasa graduación son las sidras en las que el mesonero convierte las manzanas que están a punto de echarse a perder completamente. Tienen un sabor dulzón e intenso, y beber de más podría tenerte pegado a la letrina durante un par de días.

    Cerveza.

    (315i25w2.png por pinta, 215i25w2.png por media-pinta)

    La piedra angular de todo el bebercio en el tugurio. Se trata de una rubia algo ligera porque ha sido rebajada con agua. Aunque pocos replican a esto, tal vez por lo barata que resuelta. No será la mejor que sirvan en la villa, ni siquiera a este lado de las murallas, pero se deja tragar con cierta amabilidad. Y eso a Caleb le parece un éxito del que sentirse orgulloso.

    Vino.

    (315i25w2.png por jarra)

    Un caldo peleón que se deja beber. No suele estar picado, y eso ya es mucho decir en esos lares. Se sirve directamente desde la barrica y no en botella. Es después de la cerveza una de las elecciones más frecuentes. Cuando aprieta el frío muchos lo piden caliente y especiado, tal vez para disimular un poco más el sabor.

    Destilados.

    (unos 315i25w2.png por vaso, y 1215i25w2.png por botella)

    Whisky, ron, bourbon, aguardiente o incluso vodka enano. Del Siete Rosas de Poniente al Meado de Trogg, la variedad está lejos de ser impresionante, pero al menos existe. Varias hileras de botellas cogen polvo en el estante detrás de la barra; la calidad de todas ellas deja bastante que desear (son poco más que matarratas) así que sus precios rondan una misma horquilla. Se sirven solo en vasitos metálicos, rellenados hasta la altura de tres o cuatro dedos huesudos, o por botella entera. Una jarra equivaldría a un par de vasos.

    COMIDA
    ***

    Estofado de la casa.

    (115i25w2.png por cuenco)

    La especialidad del Chichi. Cada día el mesonero y su esposa se afanan por preparar una olla de este peculiar guiso parduzco. A veces es más espeso y otras más acuoso, ¡qué incertidumbre! Suele contener algún tropezón menudito flotando para darle algo de gracia. La receta ancestral es un misterio, de lo que no cabe duda es de que se trata de un puchero con mucho cuerpo. Huele fuerte, no muy bien, y no es precisamente una delicia para el paladar, aunque más de uno (incluido el propio Caleb) se lo zampa cada noche sin mucho reparo, de tal suerte que podríamos aseverar que en general no es venenoso. Algunas malas lenguas dicen que puede dar cagalera a los estómagos más finos, pero eso son solo burdos rumores. ¿No, Hadrian?

    Queso, pan y embutido.

    (515i25w2.png por platillo)

    Para paladares más exigentes y bolsillos algo más llenos, en las despensas del Chichi quedan algunas piezas de queso, cecina, chorizo y demás encurtidos que han logrado salvarse de las ratas y la podredumbre, acompañada por un buen mendrugo de pan duro.

    Manzanas.

    (115i25w2.png por pieza)

    Detrás de la barra siempre hay un cesto repleto de manzanas. La mayoría algo resecas y maduras; otras sencillamente agusanadas. Nada que un buen lavado no pueda solucionar.

    OTROS SERVICIOS
    ***

    Cuba de agua.

    (1215i25w2.png por uso)

    Con un pellizco de jabón. Esta bañera de madera es lo suficientemente grande para permitir que un adulto encogido quepa en ella. Por algunas monedas podrás quitarte toda esa roña que tienes pegada. O incluso frotar esa camisola amarillenta que algún día fue blanca. La tinaja está en la cocina, en la antesala del sótano, pero se te procurará cierta intimidad para que chapotees agusto. Por algunos cobres más el desgraciado mesonero podría hacer que alguien te la llevara a tu misma alcoba (por otros más, incluso que te echen una mano con el baño, todo puede hablarse), para que disfrutes de un placer de reyes tan poco comprendido en estos tiempos.

    Letrina.

     (215i25w2.png por uso)

    Todos los huéspedes tienen derecho a usar la letrina que hay construida fuera del barracón sin soltar ni un cobre. Los demás podrán evitarse por tan solo un par de moneduchas el jaleo de tener que evacuar las entrañas en medio de la calle, y limpiar con la mano las secuelas de tal hazaña. Por consideración a las buenas gentes de la vecindad, ráscate el bolsillo y usa la letrina.

     

     

     

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    ÍNDICE

    Comida, bebida y servicios.

    Personal, y otras gentes.

    Sótano.

    [...] 

    El Chichi es una posada de mala estampa como tantas otras que abundan en las callejuelas sórdidas y fangosas del arrabal de Villadorada. Desde fuera puede parecer poco más que un largo barracón de madera erigido en mitad del Callejón del Tordo, al que el tiempo ha maltratado hasta hacer lucir su estructura algo desvencijada y añeja.

    Sobre el umbral de la entrada un viejo rótulo aún permite adivinar el nombre gravado sobre la roña. Y clavada a la puerta, para que cualquiera que ose adentrarse lo tenga presente, cuelga una adusta tablilla que enmarca las leyes de la casa:

    A todos los hombres y mujeres de bien,  sed bienvenidos a esta honrada fonda.

    Afuera quedan las riñas y los lances. Los sabuesos pueden entrar, la chusma no.

    No se sirve a traidores:  los hijos de Alterac y de Gilneas no tienen lugar aquí.”

    Al otro lado el viajero hallará un salón amplio y lóbrego, con algunas mesas y sillas esparcidas por toda la estancia, y un angosto pasillo flanqueado por varias alcobas para los huéspedes. Quizá algún ingenuo lo haya descrito antes como un rincón pintoresco y hogareño, pero la cruda realidad es que se trata de un tugurio con todas las letras: la humedad carcome techos y paredes, el polvo se amontona en los estantes, y la limpieza brilla por su ausencia. Hace frío, aunque las brasas arden en la chimenea durante casi todo el año para caldear el ambiente, y por ahí cuelga la jaula que confina tras sus barrotes a un desagradable pajarraco desnutrido y feo, que aletea y grazna ajeno a la miseria que lo rodea.

    Tan entrañable lugar solían frecuentarlo parroquianos locales ávidos de enterrar el morro entre el indulgente seno de la bebida, o de matar una noche más jugando a los naipes y los dados después de curtirse el lomo trabajando arduamente toda la jornada. De cuando en cuando, algún incauto trotamundos se afincaba de paso en sus habitaciones por la única causa de ser más pobre que una rata, antes de proseguir el camino hacia tierras más gentiles. Pero las últimas semanas han caído como un jarro de agua fría sobre el negocio; rumores de peleas y problemas han ahuyentado a parte de la clientela y ahora tan solo un menguado grupo de harapientos se deja caer por allí tras el ocaso: el resto del día suele estar miserablemente vacío, con la honrosa excepción de quienes se hospedan en aquellos lares.

    Resumen de responsabilidades.

    Mesonero – Caleb (ST)

    Administrador – James Hoat.

    Asistenta del administrador – Nora Folch.

    Ayudante de barraAurora.

    Seguridad Will y Brutt (STs) / Hadrian

    Huéspedes con alcoba – Varno / Doyran y Alondra / Madlyn / Hadrian / Elodía

    Situación actual.

    El establecimiento conocido como El Chichi de la Puerca es propiedad de su dueño y mesonero: Caleb (ST – masteado por @Murdoch, pero que cualquiera podéis interpretar para cosas rutinarias sin problema). Después de vuestros arriesgados tejemanejes James Hoat se ha convertido en el administrador de facto con la bendición de Jake Bedlam.

    El contenido del acuerdo negociado con el prestamista no solo le da derecho a recuperar íntegramente la deuda de Caleb con intereses, que asciende a 70 monedas de plata, sino también a 1/3 de las ganancias recaudadas por cualquier actividad, legal o ilegal, ejercida en el local a perpetuidad, sin participar en modo alguno en las pérdidas.

    Os habéis vuelto contra Bedlam, o él lo ha hecho contra vosotros. Todo depende de la perspectiva con la que queráis mirar. El acuerdo negociado se ha suspendido, y no parece claro qué ocurrirá en el futuro con él si alguien llega a suceder al prestamista. 

    Will ha muerto a manos de los Camisas Largas. Y Brutt se ha alineado con Brandon en el conflicto sucesorio. Hadrian ha asumido las labores de mantenimiento del orden en el tugurio.

    La hija del mesonero, Elizabeth, ha sido liberada. Se recupera de las fiebres en el dispensario del arrabal.

    Aún no se ha celebrado ninguna pelea en el sótano.

    Habéis apoyado a la mano que movía los hilos de Bedlam, don Zavros.

    Jake Bedlam está acabado, pero se ha atrincherado en su almacén con tres o cuatro mozos leales, y lo ha convertido en un auténtico polvorín del que se niega a salir.

    [Actualizado a 02/05/31]

     

    Notas offrol.

    Venimos de aquí (enlace): Problemas en el Paraíso. 

    E iba siendo hora de darle a esto cierta apariencia por el foro. Se trata de un foco de rol abierto, para todos los personajes que alguna vez os dejéis caer en el arrabal de Villadorada. En este momento la trama “principal” relacionada con el negocio y su dueño sigue su curso, y otras líneas o tramas menores pueden desplegarse. Por supuesto, puede albergar toda clase de rol casual, o servir de escenario para escenas, reuniones, o sucesos en las tramas y eventos de otros personajes aunque estas no estén relacionadas con el desarrollo del negocio. Sentíos libres de hacer, y de preguntar.

    Durante los próximos días la información que se recoge en este hilo se irá ampliando, hasta intentar que quede plasmado algo medio decente. Así se queda esto, ¡un saludo peña!

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  10. CAPÍTULO IV.

     Otra vuelta de tuerca. 

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    Varno deslizó el dedo por la superficie agrietada de uno de los toneles, arrastrando la gruesa capa de polvo y pelusa que había tenido ocasión de macerar allí durante al menos una década. Luego tosió una pizca. Las palabras de Caleb no se quedaban cortas, el sótano del Chichi era un agujero purulento, sembrado de trastes viejos, polvo y basura, donde las motas flotaban a trasluz a la vera del menguado candil, y la humedad había corroido el ambiente hasta el mismo tuétano: el aroma denso de la tierra húmeda se pegaba a la nariz, y varios charcos de agua turbia habían anegado ya el suelo pobremente adoquinado.

     Aunque desde luego lo peor eran las ratas. <<Gordas y tiernas>>, había dicho el hosco mesonero, y Varno no pudo sino reprimir una arcada al recordar sus palabras ahí abajo cuando una sombra peluda serpenteó entre los cajones a su zurda. Para los escasos iniciados en los secretos más herméticos del tugurio ya era cosa conocida el que esas groseras alimañas solían constituir la piedra angular del puchero acuoso y parduzco que tenía el honor de ser presentado como estofado de la casa. La mujer de Caleb se afanaba cada tarde en despellejar y trocear a las presas que su marido había cazado en su propio sótano hasta dejar pedazos de carne tan menudos que bien pudieran pasar por pollo, conejo o cerdo, si eran advertidos flotando entre el caldo.

    Resopló, mirándose alrededor. Ese asunto debía ser resuelto antes de que se corriera la voz, y nadie quisiera probar bocado. Al igual que debían despejar la bodega de tan molesta plaga si de veras pretendían organizar allí esos combates. Las escaleras crujieron bajo el peso de bota ajena, y pronto el ceño estoico de Caleb emergió de entre las tinieblas para caer al abrazo de la trémula luz del farolillo; aquello le confería un aspecto aún más desagradable, casi tétrico.

    Tienes razón. —pronunció Varno, mirando al posadero—. No creo que traer un gato baste para resolver lo de aquí abajo. A lo mejor hasta se lo comen ellas, o yo que sé. Va a hacer falta algo más de ayuda.

     Las hijas de puta se han puesto moradas a costa de mi comida, por eso están tan gordas. Me han dejado la despensa vacía.

     Ya…~ —volvió a musitar el joven, mientras asentía tres o cuatro veces para sí, quizá tratando de hacerse a la idea de una situación que aún le era extraña—. Lidiaremos con esto. Y saldremos adelante. —trazó algo parecido a una sonrisa, con cierta expresión de tristeza en la mirada, que apenas lograba adivinarse entre la penumbra—. Solo espero que no me destrocen la cara por el camino. Es lo único que han hecho bien mis queridos padres.

    ***

    Resumen.

    —Cada uno en su medida, habéis empezado a tratar de que las arcas del Chichi arrojen beneficios para Jake Bedlam este mes. Nora se ha pasado las noches haciendo cuentas, y se ha adjudicado la organización de la primera pelea, consiguiendo a uno de los contendientes. Hoat y Varno han comenzado a negociar el suministro de ron con un nuevo proveedor, y han conseguido algunas manos más para ayudar en la taberna de cuando en cuando. 

    —Brandon "el Largo" apareció por allí en compañía de dos muchachos de aspecto arrabalario: Will y Brutt, bastante canijos y rondando las quince o dieciséis primaveras. Se han acomodado en una de las habitaciones y desde hace días se pasean por el tugurio con la orden de mantener la paz, aunque cualquiera diría que se han dedicado a poco más que a dormir, beber o matar el tiempo jugando a los dados y los naipes. Tal vez podáis sacarles alguna otra utilidad. O no. Lo que sabéis de buena tinta es que os han espiado miserablemente, y Bedlam está al corriente de todos los entresijos y affaires que encierra la taberna. 

    —La tercera reunión de Nora con Jake Bedlam ha sido un desastre con todas las letras. El prestamista ha adulterado el plan que la mujer fue a proponer hasta tornarlo una humillación para vosotros, particularmente para Varno. Nathaniel, el luchador de Nora, pasará a estar apadrinado por el prestamista, mientras que ha de ser Varno (saldando así la cuenta pendiente que tenía con uno de los muchachos de Bedlam después de darle una buena tunda en la pelea que inició todo) el que se enfrente a él bajo severas amenazas para que todo salga tal y como Jake desea. 

    —Habéis decidido darle la vuelta a la tortilla y apuñalar por la espalda a vuestro bien amado socio. Para la conjura acordasteis una reunión secreta fuera del Chichi. Es un plan muy delicado, y peligroso; cualquier error lo echará a perder.

    Consecuencias.

    —Tenéis compañía: Will y Brutt se pasean por el Chichi como si lo hicieran por su propia casa. Quizá podáis dormir más tranquilos sabiendo que hay otro par de almas custodiando el lugar, pero desde luego sabéis que vuestra intimidad ya no está a salvo.

    —Caleb ha comenzado a trabajar en el problema de las goteras, espoleado por Nora. Pero la solución irá para largo. El estofado de la casa seguirá horneándose con la receta ancestral hasta que podáis permitiros probar algo nuevo.

    —Habéis comenzado a negociar con Kenway el suministro de su ron más corrientucho y barato, y quizá el acuerdo pueda llegar a buen puerto.

    Aurora ha solicitado un puesto como ayudante de Caleb en la barra, y lo ha aceptado a cambio tan solo de algo de rancho. La habrán puesto a fregar vomitadas secas y servir jarras las noches en que ronde por el tugurio. Sin duda con trabajadores así se levantará el Imperio en un santiamén, pero es difícil  evitar pensar que alguien te está timando.

    Hadrian ha aceptado hacerse cargo de la plaga de ratas del sótano a cambio de tener un techo en el que caerse muerto durante algunos días. No es el destino más honroso para un hombre de armas del Norte, pero la vida es así de dura.

    —Hoat ha traído a un pajarraco horrendo y medio moribundo, y lo ha bautizado como Piticli. Ahora su jaula adorna el estante de la chimenea, desde donde grazna en de cuando en cuando y repite alguna palabra que oye. Pasará a ser una cara conocida más de todos los parroquianos, por más que de pena y dolor quedarse mirándolo un rato. 

    Duración:  Unas 12 o 13 horas, en sesiones sueltas.
    Máster: Varno
      @Murdoch 

    Personajes participados y habilidades usadas:

    @Murdoch como Varno: Callejeo / Tradición-Historia /  Comercio / Música [laúd/canto] / Pistola de chispa [instrucción] / Espada ligera [instrucción] 

    @Beretta como Alondra Callejeo

    @Akross como DoyranCallejeo / Combate sin armas

    @Webley como HadrianCallejeo / Combate sin armas / Tradición-Historia 

    @Kira como Nathaniel:  Callejeo

    @Barbas como KenwayCallejeo / Comercio

    @Nora Folch como NoraCallejeo / Tradición-Historia Comercio / Pistola de chispa [instrucción] / Espada ligera [instrucción] / Cuchillo [instrucción]

    @ElCapitan como HoatCallejeo / Comercio Tradición-Historia 

    @Titobryan como AuroraCallejeo 

    Notas offrol.

    Otro más. Añadido índice, y aviso offrol en la primera página. ¡Un saludo!

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  11. CAPÍTULO III.

     Pactando con el diablo. 

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    Es buen momento para que os retiréis a descansar, jefe. —musitó Brandon, mirando a un Jake casi desplomado en la silla—. Ha sido una noche larga, y una gran juerga, pero mañana querréis estar sereno. ¿Os escolto a casa?

    El prestamista se limitó a perfilar una sonrisa taimada, quizá ajeno a lo que su hombre de confianza le decía. Irguió el mentón, y dejó que la nuca se recostara contra el respaldo. Había fumado mucho, y bebido más aún. A sus pies entre el montón de cajas, toneles y trastes de toda guisa que cogían polvo en aquel almacén dejado de la mano de la Luz algunos de los suyos se habían desplomado ya, y yacían exhaustos por un suelo sembrado de cristalillos y manchas de whisky o vómito reseco. Había tres muchachas por ahí desplomadas, también, tal y como sus madres las habían traído al mundo, quizá mujeres de mala vida, pero ninguna era oronda.

    Jefe, ¿me estáis escuchando? —volvió a insistir el larguirucho pelirrojo, con tono cortés.

    Entonces Jake trazó de nuevo una sonrisa maliciosa. El opio había esculpido una expresión de apatía e indolencia en su gesto. Tenía el torso desnudo, y la larga melena azabache cayéndole por los hombros. Sus ojos azules miraron a Brandon con aire vacuo y ausente, y luego pronunció muy despacito.

    Escoge a dos de los muchachos y llévalos mañana a ese tugurio. —se humedeció los labios, resecados por el humo, tal vez tratando de recordar el sabor de la mujer que apenas un ratito antes acababa de besar—. Que les preparen una habitación. No va a moverse ni una hoja ahí dentro sin que yo lo sepa.

    —Desde luego, Jake. Esto me da mala espina. —convino el otro, repasando el destrozo de una noche de jolgorio en el viejo almacén—. Pero tengo que reconocer que esa Nora le ha echado valor para venir aquí sola una segunda vez. —forzó una sonrisa amable, mirando cómo Bedlam se aferraba a su silla para no desplomarse a un lado—. Por un momento creí que le rajaríais el cuello con el cuchillo, o le bajaríais las bragas.

    —Yo también. —se limitó a pronunciar el prestamista, con una sonrisa bobalicona y maliciosa danzándole en los labios. Sin aclarar a cuál de las cosas se refería.

    —¿Vais a contárselo a Don Zavros? —escupió al fin, en tono delicado. Como si esa fuera la pregunta que llevara un rato martilleándole las sienes.

    —No. —concluyó el otro con presteza, y volvió a dejar que la sonrisa le bailara entre los labios—. No quiero molestarlo con estas tonterías. Y además… esto va por mi cuenta.

    Brandon asintió, dos o tres veces. Y volvió a mirar a su jefe. Aquello no era más que un almacén destartalado en un arrabal lóbrego que en nada se parecía a un palacio, pero por un instante no pudo sino pensar en esos reyes de las historias antiguas. Jake Bedlam le devolvió la mirada, desde su trono de madera roñosa, y luego dejó que sus ojos se perdieran en silencio por la pequeña corte de huérfanos, putas e hijos de la miseria que le rendían pleitesía a los pies.

    ***

    Resumen.

    —Después de trazar un plan común, Nora Hoat se han reunido con Jake Bedlam para llegar a un acuerdo. El prestamista quedó satisfecho ante la promesa de Hoat de poder pagar él toda la deuda del Chichi el mismo día siguiente, pero no fue tan necio como para caer en el ardid de ir personalmente a examinar el cobertizo que Hoat le ofreció en el bosque para guardar su mercancía. Siendo así, Nora regresó algunas horas más tarde, bien entrada la madrugada, en calidad de asistenta de Hoat para renegociar el acuerdo. Ha salido más o menos bien, pero habrás pasado uno de los peores ratos de tu vida.

    Consecuencias.

    —Os habéis asociado con vuestro adversario, y no podéis olvidar el contenido del acuerdo: Bedlam quiere recuperar setenta monedas de plata (las sesenta de la deuda de Caleb, mas otras diez de intereses por incumplir la primera promesa de pago), y recibirá a perpetuidad un tercio de las ganancias del Chichi sin asumir ni un cobre por los gastos. Ha consentido en que montéis el negocio de las peleas en el sótano, pero os ha dado un mes para demostrar que podéis hacer del tugurio algo rentable.

    —Hoat le ha prometido a Bedlam el uso de un pequeño cobertizo en el bosque, y sorteado así la inicial intención del prestamista de guardar su mercancía de contrabando en el sótano del Chichi. Brandon "el Largo", su hombre de mayor confianza, irá con Hoat a examinarlo.

    —En un acto de generosidad, Jake os ha prometido también enviar a dos de los suyos para mantener las cosas calmadas en el Chichi, y proteger el negocio. O sea, básicamente a espiaros.

    Hoat pasa a ser el administrador del Chichi de la Puerca con la venia de Jake Bedlam. Aunque técnicamente Caleb aún conserve la propiedad de su negocio, aquejado de una cuantiosa deuda. Nora sería, según le ha dicho al prestamista, su asistenta.

    Duración:  8 horas.
    Máster: Varno  
    @Murdoch

    Personajes participados y habilidades usadas:

    @Murdoch como Varno: Callejeo Tradición-Historia 

    @Beretta como AlondraCallejeo 

    @Akross como DoyranCallejeo

    @Nora Folch como NoraCallejeo / Comercio / Advertir Tradición-Historia 

    @ElCapitan como HoatCallejeo / Comercio / Advertir Tradición-Historia 

    Notas offrol.

    Ahí vamos con otro capitulo pendiente. Queda colgado aquí también. ¡Un saludo!

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  12. CAPÍTULO II.

     El rapto de la doncella. 

     

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    Despuntaba el alba, y afuera llovía. Las gotas zarandeadas por el viento frío golpeaban incesantemente los ventanucos de la posada, reventando contra sus sucios cristales. Llevaba toda la semana haciéndolo sin apenas tregua, y Varno había dejado de molestarse ya en limpiar el fango que cubría sus botas. El arrabal más merecía el nombre de lodazal en aquellos días, sembrado de escoria, porquería y despojos. Pero aquel tiempo de perros no le desagradaba del todo. <<Es casi como volver a estar en casa>>, pensó, mientras escudriñaba las callejuelas desde la ventana. Sus pensamientos fueron a divagar durante algún tiempo, tanto que para cuando el quejido chirriante de la puerta amartilló sus tímpanos hubiera jurado que llevaba un buen rato dormido de pie, apoyado contra el cristal.

    Caleb irrumpió en su propio mesón, calado hasta los huesos y jadeando como un sabueso después de una larga cacería. Traía un ojo morado, y la larga melena hirsuta apelmazada contra la cabeza, revelando con mayor saña que de costumbre la pronunciada calvicie que lo atenazaba.

    —Ya estás de vuelta. —musitó Varno, quizá saliendo del sopor, y recalcando lo obvio.

    —Así es genio. —replicó el otro, con su habitual desdén—. ¿Qué cojones haces ahí? Nunca te había visto levantarte tan temprano.

    No me he acostado. Te estaba esperando. —Varno lo miró, de pies a cabeza. Una segunda vez, y paseó la vista por todo el Chichi, que estaba completamente vacío—. Te han pegado. —terminó sentenciando de nuevo el capitán obvio.

    —Me puse algo idiota. —se limitó a responder el vejestorio, lacónico.

    Ya…~ —suspiró, asintiendo una pizca dos o tres veces—. Alondra ha oído que tienen a alguien de tu familia. ¿Vas a contarme qué ha pasado de una vez?

    Caleb soltó un bufido, y palideció como un muerto por un instante. Negando para sí. Se hizo un breve pero incómodo silencio en la desolada taberna, antes de que el viejo volviera a abrir la boca con voz más rota que de costumbre.

    Se han llevado a mi niña. —pronunció, y Varno pudo paladear un dolor sincero en sus palabras—. A mi hermosa y lozana Elizabeth. Qué hijos de puta.

    Varno frunció el ceño, y tragó saliva, afilando la mirada. Tardó un ratito en poder deshacer el tenso silencio que volvió a adueñarse luego de la conversación.

    —¿Por qué? ¿Quiénes son estos tipejos y qué tienen contra tí?

    La puta escoria faldera de Bedlam.—bufó, de nuevo, e hizo un gesto para abarcar con su mano todo el tugurio—. Cuando levanté esto tuve que pedirle dinero a su padre. Él era un buen hombre. No un idiota, pero desde luego tampoco un sádico. Supongo que por eso está muerto. Este barrio destroza a las personas decentes. —había un deje de rabia en su tono, algo como un lamento sordo que se adivinaba en sus palabras.

    —¿Era un prestamista?

    Sí. Y ahora lo es su hijo mayor. Después de los destrozos que nos causaron los hombres-perro en el asedio tuve que volver a pedir algo de dinero. —resopló—. Creía que era un pipiolo, y que recordaría que su padre y yo éramos amigos. Pero las cosas han empezado a irle demasiado bien, y se ha convertido en un auténtico soplapollas.

    —Tal vez haya hecho amigos. Por aquí nadie medra sin un buen padrino, ¿no? —inquirió Varno, con la curiosidad y la ignorancia de quien no lleva más de unos meses en tan sórdido agujero.

    —De eso no me cabe duda, rapaz. Hace medio año era un imbécil al frente de un negocio arruinado, y ahora tiene ese almacén lleno de trastes, y a una docena de putos criajos armados para servirlo mientras juegan a ser mayores. Qué puta fortuna tengo. Tienen a mi Elizabeth, y no van devolvérmela hasta que no les de lo suyo.

    —Ya…~ —Varno asintió, apenado, y se mordisqueó los labios—. ¿Y cuánto debes?

    —Sesenta plateadas. —musitó el viejo, tras un breve silencio remolón. Hundiendo la mirada en alguna mancha de sangre seca del duelo.

    —¡¿Sesenta?! —Varno alzó la voz, y abrió mucho los ojos. Pero no quedaba ya nadie despierto para escucharlos—. ¡¿Y en qué te las has gastado, Caleb, si esto está que se cae?!

    ***

    Resumen.

    —Brandon ‘el Largo’ y su hatajo de matones aparecieron una noche en el Chichi, después de la pelea, y se llevaron a Caleb escoltado al almacén de su jefe. Algún necio estuvo a punto de provocar una desgracia, pero la situación se relajó cuando el mesonero decidió ir por su propio pie sin oponer resistencia alguna. Alondra, Dickon y después Varno siguieron a la cohorte de harapientos hasta un humilde almacén del arrabal, no lejos de la taberna. La muchacha se acercó a poner la oreja por alguna rendijilla, y tras comprobar que no estaban destripando a nadie al otro lado, regresasteis.

    Consecuencias.

    —La barra del Chichi quedó desatendida, y más de uno pudo saquear a placer alguna botella antes de que Varno echara la llave de la posada.

    —Caleb ha vuelto con un moratón en el ojo, y hecho polvo. Ha terminado confesándoles a algunos el lío en que anda metido, tan desesperado como para (ahora sí) aceptar cualquier ayuda.

    —Conocéis la ubicación del almacén donde se llevaron al hosco mesonero, y el nombre del prestamista: Jake Bedlam.

    Duración: 4 horas.
    Máster: Varno  
    @Murdoch

    Personajes participados y habilidades usadas:

    @Murdoch como Varno: Sigilo / Rastrear / Advertir / Callejeo

    @Beretta como AlondraSigilo / Rastrear / Advertir / Callejeo

    @Akross como DoyranSigilo / Rastrear / Advertir / Callejeo

    @Blues como JaelleCallejeo

    @Blazerunner como MathewSin armas / Rastrear / Advertir / Callejeo

    @Barbas como KenwayCallejeo

    @Nora Folch como NoraCallejeo

    @ElCapitan como HoatCallejeo / Rumores

    Notas offrol.

    No sé si se me pasará alguien de los que estabais en la taberna, porque fue ya hace un par de semanas. Si eso ya sabéis, me dais un toque y edito. Lo dejo posteado para poder colgar otro par de capítulos que quedan pendientes y en el horno. Sé que voy un poco tarde, pero la vida es así -_-

    Edito para citaros a todos bien, ahora sí. ¡Un saludo!

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  13. CAPÍTULO I.

     El Chichi de la Puerca. 

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    Las luces de la mañana comenzaban a asomar entre los sucios ventanucos; afuera aún llovía, y soplaba un viento gélido. Desde luego el invierno se había empeñado en pegar sus últimos coletazos, poco dispuesto a dejar paso a días más apacibles. Y aquel lugar era poco más que un viejo barracón destartalado que se alzaba en algún rincón del arrabal de Villadorada, un agujero sórdido con unas cuantas mesas, una chimenea y media docena de habitaciones angostas, donde los lugareños se dejaban caer por las noches para empinar el codo hasta perder el sentido o echar una buena partida de naipes.

    Varno repasó con la mirada la alfombra de cristales rotos que todavía cubría el suelo; las mesas y sillas volcadas ya estaban en pie, pero aún quedaban algunas manchas de sangre seca impregnadas en los tablones. Agarró una escoba de esparto y empezó a amontonar los cristalillos en silencio. No pudo evitar lanzar una mirada velada al mesonero: un tipejo hosco y mal encarado, con una sempiterna mueca de desagrado esculpida en el rostro —habría visto ya sus cincuenta inviernos y en la melena grasienta, azotada por una incipiente calvicie, ya brillaban las hebras plateadas de la edad—. Estaba mudo y de rodillas, a la vera de una tinaja de agua, frotando como si no hubiera mañana algún trazo reseco de sangre que pringaba su suelo.

    Así que Varno lo observó durante otro ratito, aún callado, mientras arrastraba porquería con la escoba, hasta que al fin se atrevió a carraspear para quebrar el incómodo silencio.

    —¿Llevas toda la noche limpiando? —inquirió.

    Pero el otro se limitó a alzar la mirada, apenas durante un instante, para posarla en Varno. Luego la entornó de nuevo y continúo frotando con saña.

    —Vamos, Caleb —insistió Varno, mirándolo—. Llevo tres meses aquí y apenas hemos hablado. ¿Tienes problemas con alguien?

    —Sí. —espetó seco, sin alzar la mirada de los tablones—. Con mi parienta, para empezar. Está más gorda que un tonel y medio barrio se la ha follado ya. Ella me inspiró para ponerle nombre a este sitio.

    Varno resopló, sin saber si sonreír o no a semejante chascarrillo. Y negó para sí.

    —Te estoy hablando en serio. ¿No sabes quién puede estar detrás de esto?

    —No. —volvió a espetar, levantando los ojos—. Pero te juro que cuando enganche a esos mocosos les voy a arrancar los cojoncillos a mordiscos.

    —Tal vez pueda echar una mano con eso. Y después volvemos a hablar del precio de la habitación.

    —¿Si? —pronunció con desinterés el vejestorio, de nuevo afanado en la limpieza del suelo—. ¿Y por qué no empiezas por dejar de preguntar tanto y te acercas aquí para ayudarme a frotar, chico?

    —Ya…~ —dijo Varno, dejando la escoba apoyada en la pared—. A lo mejor te ha venido bien. La última vez que limpiaste esto la Emperatriz todavía mamaba de la teta.

    ***

    Resumen.

    —Media docena de harapientos indeseables irrumpieron de madrugada en el Chichi para poner patas arriba el lugar. Os visteis sorprendidos en mitad de la refriega; y durante unos pocos minutos que parecieron eternos volaron jarras, sillas y botellas, volcaron algunas mesas, y partieron unas cuantas caras. En cuanto las tornas se pusieron en su contra y habiendo armado ya buen revuelo, maltrechos pusieron pies en polvorosa para perderse en las sórdidas callejuelas del arrabal, entre el frío y la lluvia.

    Consecuencias.

    —Algunos golpes y magulladuras fruto de la pelea. Sin duda la peor parte se la llevó Mathew, después de que una botella de bourbon que alguien arrojó le reventase en la cabeza. Por si fuera poco uno de los alborotadores le propinó una soberana hostia en la cara luego; de manera que se diría que casi eres afortunado de seguir entre los vivos. 

    —Por el barrio bajo se habrá corrido la voz de la pelea en una de sus tantas tabernas. Ni tan siquiera hay muertos, así que es probable que nadie le preste demasiada atención al suceso más allá del mero chismorreo.

    Duración: 2 horas.
    Máster: Varno  @Murdoch

    Personajes participados y habilidades usadas:

    @Murdoch como Varno: Combate sin armas / Defensa / Reflejos / Callejeo

    @Beretta como Alondra: Daga / Defensa / Callejeo

    @Nora Folch como NoraDefensa / Reflejos / Callejeo

    @Akrosscomo DoyranCombate sin armas / Daga / Defensa / Callejeo

    @Blazerunnercomo MathewCombate sin armas / Defensa / Callejeo

     

    Fichas de adversarios.

     

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    -Chusma del arrabal-

    FICHA DE COMBATE

    Iniciativa: 8

    Ataque: /d10+8

    Defensa: /d10 +8

    Puntos de vida: 12

    Daño [sin armas]: /d6+2

    Daño [porras, botellas...]: /d6+4

     

    Notas offrol.

    Queda posteado el rol de anoche. Si alguien quiere tirar del hilo, aquí me tiene. Y por favor, absteneos de publicar en este post, para que vaya quedando limpio para lo que tenga que seguir. ¡Un saludo!

     

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  14. CAPÍTULO II.

     Amistades peligrosas. 

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    —Por las barbas de mi madre, chico. No se te puede dejar solo: estás hecho un desastre.

    Varno escudriñó el rostro de su viejo camarada de correrías, aún lívido. Lo cierto es que tenía una pinta tan deplorable como la última vez, quizá peor.  Era un enano grandullón (o al menos lo era entre los suyos) y corpulento, tuerto y atenazado por los rigores de la vida en alta mar, con una larga barba enmarañada tan negra como una bala de cañón pegada al rostro duro. Estaba algo más delgado, y desde luego un poco más calvo; aunque ya se había acostumbrado a rematar su pronunciada corona de laurel con una trenza larga y grasienta que le descendía hasta la mitad de la espalda.

    —Estoy bien, Tarnn. De verdad.—replicó el joven, mordisqueándose los labios.

    Ambos estaban sentados al borde del par de camastros de la habitación de Varno, uno frente al otro. El joven se había acomodado en el catre raído y roto, tal vez por temor a que si fuera su socio quien aposentara las posaderas allí este acabara por romperse del todo, provocando la furia del infausto mesonero que una y mil veces lo había advertido de que esa cama no debía usarse.

    —¿Bien?—repitió el enano, oteándolo desde enfrente con la mirada cristalina de su único ojo—. Te he encontrado durmiendo con los puercos ahí fuera. Estás lleno de porquería, y hueles peor que mis calzones. —esbozó una sonrisa amplia, jocosa, que dejaba entrever la pareja de fundas de oro que relucían entre su dentadura—. Si esa es tu idea de que las cosas vayan bien…

    Era cierto. Varno tenía la ropa llena de barro y mierda de cerdo, y la boca aún le sabía a vómito. Se había desplomado en la porqueriza de madrugada, mientras regresaba a la posada.

    —Solo ha sido esta vez. Anoche un soldado me dio algo de fumar que…~ no me sentó muy bien. —pronunció las palabras despacito, avergonzado por las trazas tan poco dignas en las que había tenido la mala fortuna de ser hallado por el enano.

    —Ya. Un soldado…—repitió el otro con sorna, acostumbrado a pillar al joven en más de un embuste, de dos, y de tres—. Todavía me miras como si estuvieras viendo a un fantasma.

    —No es muy diferente a eso. Quería pensar que aún no te habían matado, pero imaginaba que seguirías en la Bahía, o en algún otro puerto desastroso de los Mares del Sur. Gastándote hasta el último cobre en aguardiente y fulanas. —lo miró un instante, y trazó una sonrisa leve, algo melancólica—. Ya sabes, como en los viejos tiempos.

    Qué mas quisiera. Pero las cosas se pusieron feas. —tomo una bocanada de aire, corta. Y la dejó escaparse en un suspiro hondo y grave—. Tengo poco tiempo. Me ha llevado toda la mañana encontrarte y ya debería estar de vuelta.

    —¿De vuelta en dónde? —interrogó Varno.

    —Déjame hablar, mocoso. A eso he venido. Tengo un negocio que proponerte, y los dos podemos sacar tajada. —el enano irguió la espalda, sentado al borde de la cama. Mirando a Varno—. Llevo todo el invierno trabajando con unos tipos. Son tan pazguatos como tú, o más. ¿Recuerdas lo bien que se me da manejar el esquife? Pues al desgraciado que lo hacía con ellos antes no se le ocurrió otra cosa que morirse. Así que necesitaban reemplazarlo. Yo estaba en Ventormenta, y alguien les habló de mi en un lupanar del puerto.

    —¿Has vuelto al contrabando? —volvió a inquirir Varno, aunque el tono no se antojaba un reproche.

    —Sí. —alzó los hombros, y los dejo caer, con indolencia—. Pero escúchame rapaz. Me he cansado de ellos. No es que sean mala gente, pero creo que los voy a mandar a tomar por el culo. Y he pensado que como decís vosotros “para lo que me queda en el convento, me cago dentro”. —sonrió, volviendo a mostrar los dientes de oro—. Hará un par de semanas recogimos una mercancía que me hizo acordarme de ti. No es ninguna baratija, te lo aseguro. Y puedo decirte dónde está nuestra guarida, qué días saldremos a remontar el río…

    —Vas a pedirme que les de el palo por ti. —sentenció Varno, interrumpiéndolo, antes de trazar una sonrisa, a medio camino entre la resignación y la sorna.

    —No me mires así piltrafilla.  Será sencillo, ya lo verás. Te diré todo lo que tienes que hacer. Luego hablamos de cómo nos repartimos el pastel. —le devolvió la mirada, clara, y torció algo el gesto—. Y además me lo debes. Después de todas las que me he comido yo por ti.

     

    [...]

    —Te lo juro jefe. Un petardo. Y luego empezó a salir humo. —repitió el mozo, delante de sus compinches.

    Hacía frío, aunque el sol ya brillaba en lo alto cuando la mesnada de contrabandistas se reunió a la vera del pantalán en un corrillo. No eran más de una quincena, la mayoría muchachos jóvenes y harapientos salidos de las aldeas cercanas. Y Tarnn, el enano, estaba entre ellos.

    Aquel era un lugar casi desolado. Un viejo puesto de aduanas, quizá, que en otro tiempo habría tenido un aspecto más solemne. El abandono y la guerra lo habían reducido a poco más que una ruina: un cobertizo roñoso, un pantalán que a duras penas se erguía sobre el río, y el par de cabañas desvencijadas que daban cobijo a tan desnortada banda de pillastres.

    Las aguas del río descendían con cierta premura bajo sus pies; iban a reencontrarse con el gran Nazferiti, que en su ancho y calmado caudal discurría hacia poniente.

    —Sois imbéciles. Os he dicho mil veces que quiero que estéis de guardia cuando salgamos a hacer negocios. —bramó el tipejo que parecía su cabecilla, un hombre alto y esmirriado, calvo y con una espesa barba taheña—. ¿Qué se han llevado?

    —Pues he estado toda la noche haciendo inventario. —se atrevió a decir alguno—. Está todo. Menos un baúl. Ese que nos dieron tus amigos de los páramos la otra semana; el verde.

    —¿El verde? —el jefe soltó un bufido—. No me jodas, hombre. Ese lo tenía apalabrado con una gente de la capital.  —el hombre le pegó una patada a una piedra, con rabia, tal vez por no dársela a alguno de sus compinches en los morros—. Qué puta suerte. Me han robado en mi casa, y mientras la mitad de mis hombres estaban holgazaneando y jugando a las cartas. Os juro que os vais a enterar de lo que vale un peine.

    Alguna sonrisa ladina se dibujó entre la turba, tímida y avergonzada. La calvicie de su líder solía ser motivo de mofa habitual, pero solo a sus espaldas.

    —¡¿Qué cojones os hace gracia, gilipollas?! —rugió, casi fuera de sí—.  Aquí algún hijoputa se ha ido de la lengua. Y cuando me entere de quién ha sido más le vale rezar lo que sepa.

    ***

    Resumen:

    —Habéis ayudado a Varno a dar el palo a la banda de contrabandistas. Llegasteis a su guarida poco después del crepúsculo, y aprovechando la oscuridad sorteasteis cada obstáculo, eludiendo la mirada de los cuatro tipejos que montaban guardia fuera. En más de una ocasión estuvisteis a punto de ser descubiertos, pero al final nadie os ha visto. Todo ha salido casi bien, y eso no está nada mal. 

    Consecuencias:

    —Nadie os ha visto, pero habéis dejado claro que estuvisteis allí. El petardo-trampa de Doyran para cubrir la huida, y el cerrojo del almacén forzado por Alondra son pruebas palpables de la incursión. 

    —Alondra se ha llevado una señora hostia al caer desde el tejado del almacén al suelo, entre el fango. 

    Recompensas:

    —Baúl verde, algo roñoso y mas bien pequeño. Qué será, qué tendrá.

    Duración:  7 horas (4 de evento, y 2 o 3 de preparación).
    Máster: Varno — @Murdoch

    Personajes participados y habilidades usadas:

    @Murdoch como VarnoSigilo / Escalar / Advertir / Ilusión básica / Buscar

    @Beretta como Alondra: Sigilo / Escalar / Advertir / Cerraduras / Buscar; y como Runa: Advertir

    @Nora Folch como Nora: Sigilo / Escalar / Advertir

    @Akrosscomo Doyran: Sigilo / Escalar / Advertir  / Armas arrojadizas

     

    Notas offrol:

    La trama personal de Varno vuelve de entre los muertos. Ahora que tengo más tiempo que cuando la empecé voy a seguirla, y meterle caña. Así que aquí queda esto. Muchas gracias a los que estuvisteis en el rol de anoche, seguiremos haciendo. Y como siempre, por favor, evitad postear cualquier cosilla en este hilo, para que vaya quedando despejado para los capítulos que estén por venir.

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  15. Pues a mi Pluma y Espada (PyE) no me disgusta. Quizá la pega sea que no hace alusión ni al rol, ni a Warcraft, así que no sé hasta qué punto será atractivo de puertas para afuera. Pero vaya, tampoco se me ocurre nada que recoja alguno de esos conceptos y suene bien. En cualquier caso, me parece una buena opción.

     

    +1 al nombre de Curly, en resumen.

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  16.  

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    ÍNDICE

    Capítulo I

    El Chichi de la Puerca.

    Capítulo II

    El rapto de la doncella.

    Capítulo III

    Pactando con el diablo.

    Capítulo IV

    Otra vuelta de tuerca.

    Capítulo V

    La mano que mece la cuna.

     

    AVISO OFFROL

    Estos roles están abiertos a todo aquel que tenga una razón coherente para inmiscuirse en ellos. De hecho, mi idea era animar las cosas y mover el rol en el arrabal de Villadorada, visto que somos unos cuantos los que merodeamos por allí. Así que por supuesto, estaré encantado de sumaros y encajaros a todos los que queráis.

    Como siempre, esto va para largo, y va con calma. Hasta ahora he masteado yo mismo todos los roles, pero es probable que en el futuro algún otro tenga que animarse. Habrá también varias “líneas” y ramificaciones en la trama, más allá de los eventos principales.

    Quiero dejar claros aquí algunos avisos que son de rigor. Cada maestrillo tiene su librillo, y con el tiempo todos vamos perfilando nuestro estilo y preferencias a la hora de planear y narrar tramas o eventos. Supongo que también todos hemos coincidido con personas que narran de una manera por la que venderías tu alma al diablo por imitar, y del mismo modo hemos estado en roles que nos dejan bastante más indiferentes. Como decía, esto va de gustos y estilos, y sobre ello no hay nada escrito, mejor o peor.

    A mi personalmente no me entusiasma tomarme los roles como una sucesión de desplazamientos y combates cuyo final ya tenemos más o menos previsto de antemano para que nuestros personajes puedan sacar algún beneficio que queremos para ellos. Creo que la clave de esto está en sentir la libertad de elegir, las consecuencias de cada acto, y nutrirse de las aportaciones y las ideas de los demás personajes participantes.

    Así que en primer lugar tengo que advertir que el contenido de lo que se rolee en determinados momentos podría ser susceptible de clasificación PG-18 por fuerte, visceral o explícito. Y también de que existe riesgo de muerte y mutilación de los personajes. Que quede claro que nunca por un mal dado en un momento concreto, pero sí por las acciones y decisiones que los personajes tomen a lo largo de la trama.

    La gracia es hacer un esfuerzo por tratar de razonar y actuar conforme al sentido común que tendrían nuestros personajes, y no como personas que al fin y al cabo están jugando a un juego detrás de un monitor. El combate fácil no siempre es la mejor opción, y hacerse el héroe o el bravucón para subir las habilidades puede acabar haciendo que algo tan poco épico como un mocoso con sombra de pelusilla en el bigote te mate de un disparo a bocajarro en las tripas. Lo mismo si dais por hecho que los ST's son monigotes estúpidos cuyo único peligro depende de las estadísticas que tengan en su ficha. Nunca he tenido que llegar a grandes extremos, pero para todo hay una primera vez, dicen.

    De manera que eso, estoy encantado de tener a cuantos más personajes mejor, pero por la cuenta y riesgo de cada uno, visto además que las acciones de uno van a repercutir en los demás. Me dais un toque por el juego o por Discord, y vemos cómo os podemos ir enganchando.

    ¡Nos quedamos viendo, chavales!

    ***

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  17. Nombre: Tarnn Ojovago

     

    Atributos
    6 Físico
    8 Destreza
    6 Inteligencia
    6 Percepción

    Valores de combate
    24 Puntos de vida
    18 Mana
    8 Iniciativa
    10 Ataque a Distancia (Trabuco de chispa)
    10 Ataque CC Sutil (Lanza ligera [arpón])
    10 Ataque CC Sutil (Sin armas [equilibrado])
    10 Defensa

     

    Habilidades

    Físico
    Destreza
    2 Trabuco de chispa
    2 Lanza ligera [arpón]
    2 Sin armas [equilibrado]
    2 Defensa
    2 Nadar
    Inteligencia
    2 Comercio
    1 Fauna
    2 Navegar
    2 Supervivencia/Cazar
    2 Arqueología
    Percepción
    2 Advertir/Notar
    2 Reflejos


  18. TARNN 'OJOVAGO'

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     Nombre: Tarnn 'Ojovago'.
     Estatura: Un metro y cuarenta centímetros.
     Peso: Noventa y pico quilos.
     Edad: Ciento veinte inviernos.
     Raza: Enano.
     Origen: Khaz Modan.
     Ocupación: Lobo de mar; contrabandista.

     DESCRIPCIÓN FÍSICA:

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    De porte corpulento, silueta gruesa, brazo firme, y tez lechosa; atezada por el sol de alta mar. Su talla es algo superior a la de la mayoría de sus congéneres. Rostro maltratado por los rigores de la vida, que se presenta salpicado de arrugas e imperfecciones. La dentadura ha sido tocada por el escorbuto, de tal suerte que ahora gasta un par de fundas de oro en los dientes más negruzcos. Nariz gruesa, y tuerto del ojo derecho -cualidad que le ha valido su apodo-; el otro está teñido de un suave tono grisáceo, que le confiere una mirada cristalina y veterana.

    Luce, como buen hijo de Khaz Modan, una barba enmarañada tan negra como la bala de un cañón, con grueso mostacho que tiene costumbre de peinar en punta. Antaño hacía gala de una exuberante melena azabache; pero en días como estos tan solo exhibe una pronunciada calva, rematada por corona de laurel y larga coleta trenzada, algo grasienta, que desciende hasta la mitad de su espalda.

    Gusta de adornarse en cuerpo con diversos tatuajes gravados a hilo y aguja; nunca olvida colgarse al cuello algún medallón, y un diente de tiburón pende de su oreja a modo de pendiente.

    Calza bota de caña alta, camisola holgada, y capa de piel de foca. A su espalda, en el arnés, carga un viejo trabuco de chispa, y su inseparable arpón.

     

    • CARÁCTER

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    Borracho y putañero, de moral laxa y relajada; la mar lo ha despojado de cualquier atisbo de refinamiento. Disfruta, quizá demasiado, de la chanza simplona y obscena. Es bravucón, de carcajada fácil, más tozudo que una mula, y algo rencoroso.

    El brillo del oro hace que sus ojos se iluminen con codicioso deseo, lo mismo que una comida copiosa regada con unas jarras de cerveza cebatruenos. Las monedas no duran ni un día en sus manos, pues se encarga de derrocharlas con presteza; sin embargo, la riqueza efímera y los homenajes terrenales no lo son todo en la vida de este viejo lobo de mar: aprecia y valora la camaradería por encima de todas las cosas, y se enorgullece de nunca haber apuñalado por la espalda a un amigo -de los de verdad, al menos, se repite para si-.

    Tiene cierto talento natural para los negocios, y a pesar de que más de uno lo habrá tachado de ser poco más que un patán beodo, cuando toca ganarse el pan sabe comportarse con lucidez y buen juicio.

    • HISTORIA

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    Tarnn nació en algún sucio sótano de Forjaz hace ya más de un siglo. Por algún agravio que el tiempo ha olvidado su padre fue castigado con la expulsión del clan y el destierro de sus tierras ancestrales. Al pobre desgraciado no le quedó otro remedio que acudir la Ciudad de Bajo la Montaña, donde, aún siendo un descastado, podría encontrar algún oficio medio digno con el que llenar el estómago.

    Fue picapedrero por el rancho y una miseria hasta que un derrumbe en las galerías inferiores se lo llevó. Tuvo tiempo de engendrar y criar a cinco vástagos, de los que Tarnn fue primogénito. Así creció como un granujilla más en aquellas callejuelas, esculpidas en el corazón de la roca. En oficios de poco lustre desde que era un mancebo. Haciendo recados de aquí para allá, limpiando letrinas, o barriendo serrín en lóbregas fondas.

    Antes de cumplir su vigésima primavera se largó de allí con la ambición de quien desea conquistar el mundo esculpida en el gesto; tras algunas peripecias acabó recalando en el puerto libre de Menethil, donde halló oficio como mozo de carga, llevando y trayendo mercancías por los pantalanes, deslomándose para ganar el pan.

    Algún tiempo después se coló como polizón en un navío pesquero, y tuvo la buena fortuna de no ser arrojado por la borda cuando fue descubierto. Más aún, y no sin mediar ardua discusión, acabó siendo aceptado abordo como aprendiz en la tripulación.

    Muchos lustros han pasado desde entonces; años que desfilaron por delante de nuestro enano con aspereza y parsimonia. De un navío a otro, de esta tripulación a aquella. Navegó bajo los pendones de compañías comerciales; de adinerados mercaderes, pero también en humildes botes de pesca, ganándose los cuartos con sudor y abnegación.

    Encontró su lugar entre los hombres del Trilladonte, un balandro ballenero en el que sirvió por muchos años, hasta llegar a convertirse en segundo de abordo. Surcaban los mares del Norte a la caza de tan preciadas bestias, con las que se batían en feroz liza. El indómito mar embravecido, la chusma desarrapada y el gélido viento norteño se convirtieron en inseparables compañeros para él. Largas fueron las jornadas bajo la lluvia y la nieve, surcando las olas como diablos furibundos.

    Pero no tanto tiempo atrás la tripulación se topó de bruces con un aciago destino. Fueron abordados por bucaneros, hombres de fortuna y faltos de escrúpulos, que tras lograr que el capitán rindiera nave y carga, lo despacharon con una sonrisa en el gaznate. A los tripulantes se les ofrecieron dos opciones: unirse a la cuadrilla de salteadores del mar, o perecer en las heladas aguas. Tarnn escogió lo primero.

    Navegó junto a aquellos caballeros de fortuna también por tiempo largo. La condición impuesta por el capitán era que ninguno de los prisioneros fuera libre de abandonar la tripulación hasta haber saldado, con el salario y el botín, una sustanciosa deuda, contraída merced de ser perdonados y aceptados como uno más entre sus filas.

    En la tercera o la cuarta escaramuza, Tarnn recibió una herida nada lustrosa en su ojo derecho que lo dejó inservible, además de dotarlo de una mirada de lo más desagradable. Comenzó a ser apodado por aquellos bribones como Ojovago, y pesar de que acabó cubriendo el destrozo con un parche, se apropió de tal sobrenombre haciéndolo algo propio; por considerar, quizá, que había más honor en un nombre ganado por la fuerza de las armas, que en proclamarse hijo y heredero de un paria descastado.

    Después de algún desencuentro, y tras haber saldado la referida deuda, Tarnn abandonó la tripulación cuando esta se encontraba pertrechándose en la Bahía del Botín; entre exuberantes junglas y cayos, a un mundo de distancia de las adustas costas que lo habían visto curtirse. Se afincó allí, y empezó a ganarse los cuartos manejando un esquife para introducir y sacar cajones de contrabando en colonias y villorrios. También fue allí donde oyó hablar de los inconmensurables tesoros y reliquias que se escondían entre la selva, en ruinas malditas y playas secretas.

    Una noche, durante una partida de naipes en el Grumete Frito, conoció a un joven tirasiano, que entre risas y chanzas, vino a calentar la cabeza de nuestro enano, avivando el fuego de la codicia que ardía en su interior. Le habló de un gran tesoro que llevaba meses persiguiendo; lo colmó de relatos y evidencias, hasta acabar engatusándolo para unirse a tal búsqueda. Salieron tras él una semana más tarde, a bordo del esquife. Y lo buscaron sin tregua ni aliento durante casi dos años, sorteando enredos y desventuras; siguiendo las pistas, salvando el pellejo por la mínima en más de una ocasión. Pero todo fue en vano. Las dudas y el cansancio acabaron por minar el ánimo de los buscadores. Resolvieron claudicar del empeño antes que tal aventura tuviera una nueva ocasión de llevarse sus vidas.

    Siendo así, cada uno giró para su lado de la cama.

    Su joven socio se embarcó hacia Ventormenta, dejando atrás los Mares del Sur. Tarnn se aferró a su orgullo, y retomó sus poco menesterosas labores como contrabandista. Durante algún tiempo, al menos.

    Los problemas terminarían alcanzándolo de nuevo. Una noche desgraciada fue descubierto tratando de introducir un cargamento de aguardiente, tabaco y pistolas en Salguero, un montón de casuchas y cabañas destartaladas a la vera de una cala, que habían llegado a medrar como colonia bajo el amparo de la lejana Kul Tiras. La milicia del poblado lo prendió; y de nuevo tuvo que elegir entre pagar una cuantiosa multa, o dar con sus viejos huesos en una prisión de Tuercespina. Para poder soltar tamaña cantidad de monedas hubo de endeudarse con un afamado prestamista goblin de la Bahía del Botín. Empeñó el esquife, que todo cuanto poseía, y aún así, no bastó. Presionado por su la impaciencia de su acreedor, Tarnn dejó atrás la Bahía con nocturnidad y alevosía. Y se embarcó en el primer navío para el que logró pasaje, con rumbo a las verdes campiñas del corazón del Imperio.

     

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  19. PRÓLOGO.

    El saqueo de Valdecuervo. 

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    Waldo osciló la espada una vez más, y la hoja hendió las tripas y desgarró el vientre del desgraciado pillastre que tenía frente a si, dejando que los intestinos afloraran por la herida. De un tirón arrancó el acero de la carne de su adversario, y recuperó la guardia.

    En apenas un instante la muerte se había cernido sobre la aldea. Oía una docena de gritos elevándose en la noche como una sinfonía díscola y abominable. Los había de cólera, bañados en el fragor de la liza; viscerales y secos como una verdad amarga. Pero también de miedo, de incomprensión, de súplica y de dolor. Unos y otros se mezclaban al filo de la madrugada entre el barro, la sangre, y la miríada de siluetas que a la luz de sus antorchas se afanaban por huir, por matar, por violar, o simple y llanamente por entonar aquellos alaridos desgarradores y lastimosos.

    Vio a una joven con su retoño en brazos caer asaeteada en mitad de la calle. A un anciano mutilado arrastrándose por el lodo en sus últimos estertores de vida. Su corazón se encogió como una fruta madura. Quienes morían a su alrededor no eran rostros ajenos ni extraños, sino sus propios vecinos, sus parientes y amigos, con los que había compartido tantas y tantas noches al calor de las brasas; tantas chanzas, risas y canciones. Había pasado media vida tratando de proteger a esa gente, y en aquel instante se sintió viejo, cansado y derrotado.

    Hinchó los pulmones, y pegó un alarido, que tronó en mitad de la calle.

    ¡Bharbo!—bramó, tratando de encontrarlo con la mirada entre el caos reinante—. ¡Llevad a la gente a la Cierva! ¡Aquí en medio estamos expuestos!

    El otro asintió, y entre golpes de espada, hacha y lanza, retrocedió hacia la posada del pueblo. Waldo lanzó otro tajo, y abrió el gaznate de un infeliz más. Sacudió la cabeza para apartar la melena grisácea del rostro, y entonces atisbó a vislumbrar cómo una hilera de ballesteros formaba al final de la calle. Buscó a los hombres de su milicia en un rápido vistazo alrededor.

    ¡Escudos!—vociferó, al tiempo que descolgaba el suyo de la espalda— ¡Conmigo hermanos! ¡Muro de escudos!

    Cuando la primera salva cruzó la única calle de la aldea tan solo un puñado habían tenido tiempo de formar junto a su capitán con los escudos en ristre. Otros tantos cayeron atravesados. Pocos podían presumir de contar con uno entre sus pertenencias, y menos aún habían podido pertrecharse adecuadamente antes de aprestarse a la defensa de sus hogares.

    Waldo notó cómo un par de virotes se incrustaban en su pavés, tras duro impacto. La punta de uno llegó a atravesar una pizca hacia el otro lado. Cuando bajó un poquito el escudo vio a varios salteadores cernirse sobre ellos. Volvió a interponerlo y la hachuela se estrelló contra la madera. Un golpe, otro, y otro. Intercambió algún empellón, y cruzó aceros. Llegó a cercenar el brazo de uno de sus oponentes a la altura del codo. Pero justo en aquel momento una saeta certera le atravesó el cuello.

    Era un hombre recio nacido y criado en esas ásperas laderas, y acostumbrado a soportar mil penurias a lo largo de su ya medio siglo de vida. Esta sería la última de todas ellas.

    Se desplomó allí mismo, con el regusto de la sangre pegado al paladar. Pronto esta le atragantó la boca, manando a bruscos borbotones. Tenía frío. Todo comenzó a oscurecerse mientras luchaba en vano contra espasmos y sacudidas.

    El cielo por fin había escampado y las estrellas titilaban en lo alto.

    ***

    Tomad algo de agua, querida. Os ayudará a recuperar el aliento.

    Mavis acercó un vasito roñoso a la joven, que apenas logró dar un par de traguitos antes de que las lágrimas asomaran en sus ojos. Tenía el pelo revuelto y enmarañado; estaba sucia, sudada y mojada, como un perro tras una larga jornada de cacería. Cuando separó el vaso de los labios, y a buen seguro por causa del tembleque, este se escurrió de sus dedos, y se estrelló contra el suelo derramando el contenido y yendo a rodar por las cocinas.

    No os preocupéis. Os serviré otro.—pronunció el gordinflón, sin aguardar a la disculpa.

    Lo que contáis es terrible.—dijo Edric, después de recoger el vasito caído y volver a plantarlo sobre la mesa. Mirando a la muchacha.

    Oh, lo es. Sin duda. Lo es. —aseveró Mavis, mirándola también a los ojos un instante.

    Edric carraspeó, y escanció él mismo otro chorro de agua desde la jarra. Luego lo deslizó por la mesa hasta acercárselo.

    Conozco el lugar. Mi padre solía decir que Valdecuervo tenía el mejor venado de estas montañas. No está lejos del Risco. Así que debéis haber caminado más de un día hasta llegar aquí.—espiró algo de aire por la nariz, y posó su mano sobre el hombro de la joven, que tan solo pudo corresponder el gesto con un sollozo hondo—. Con razón estáis exhausta.

    Con razón, querida.—volvió a apuntillar el orondo mercader.

    Edric lo miró, esbozando una mueca seria. Antes de levantar la mano del hombro de la muchacha, y pasearse por la cocina con gesto meditabundo. Ya era de noche, y ahí dentro no había más luz que la que concedían un par de velitas. Se veía el polvo flotar a trasluz.

    Esos riscos llevan décadas acogiendo a forajidos de toda ralea. Pero me sorprende que hayan sido capaces de hacer algo semejante. —se volvió, para mirarla—. Hacen falta muchos hombres para saquear una aldea entera, y los creía demasiado ocupados matándose entre sí.

    Oh.—Mavis chasqueó la lengua, alternando la mirada entre ambos—. Estoy convencido de que nuestra joven amiga ha tenido suficientes conjeturas por hoy, Edric. No osemos atormentarla más.

    Edric asintió, con un cabeceo seco. Y se dejó caer sobre la silla más cercana. Inquieto.

    Os llevaré a vuestra alcoba Rachel.—dijo Mavis, tomándola con delicadeza del brazo—. Quedaréis bajo mi cuidado hasta que todo este desaguisado termine por resolverse. Hay hueco para vos en esta casa, y podréis ayudarnos con la limpieza y la cocina.

    Ambos se perdieron en silencio, dejándose engullir por la oscuridad de la casona. Edric se quedó allí, a solas. Descansó las manos en el alféizar de la ventana, y dejó que su mirada se perdiera en la lejanía. Allá, tras las colinas, las luces de Villa del Lago alumbraban la noche, y la Dama Blanca danzaba sobre las aguas del Sempiterno.

     

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  20.  

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    ÍNDICE

    PRÓLOGO. El saqueo de Valdecuervo.

    [...]

     PERSONAJES (ST's)

    [...]

    NOTAS OFFROL

    Spoiler

     

    Dejo constancia de la trama que está comenzando a gestarse en Crestagrana con los Bolster y compañía. Por supuesto, pese a que acabamos de comenzar, está abierta para todos los interesados. Ya sabéis, solo tenéis que darme un toque, y buscaremos el pretexto adecuado para introducir a más participantes en cuanto sea posible. 

    Como ya dije en alguna otra ocasión, estos roles van para largo, y van con calma. Puede que incluso nos vayamos alternando entre varios en el masteo de las cosas.

    Por último, y como es de rigor, vuelvo a avisar por aquí de que existe riesgo de muerte y mutilación de los personajes. En todo caso, y que esto quede claro, nunca por un mal dado en un momento determinado, pero sí por las acciones o decisiones que puedan tomarse a lo largo de la trama, porque al fin y al cabo, las consecuencias de cada rol van a depender de ellas.

    Un saludo, peña, y nos estamos viendo.

     

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  21. Atributos
    6 Físico
    8 Destreza
    6 Inteligencia
    6 Percepción

    Valores de combate
    24 Puntos de vida
    18 Mana
    7 Iniciativa
    10 Ataque a Distancia (Arco)
    10 Ataque CC Sutil (Espada pesada)
    10 Defensa

     

     

    Habilidades
    Físico
    1 Atletismo
    Destreza
    2 Arco
    2 Espada pesada
    1 Cabalgar
    2 Defensa
    1 Nadar
    2 Sigilo
    Inteligencia
    1 Fauna
    2 Supervivencia/Cazar
    Percepción
    2 Advertir/Notar
    2 Rastrear
    1 Reflejos

     

    Escuelas/Especializaciones

     


  22. HATHAEL

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     Nombre: Hathael.
     Estatura: Un metro y ochenta y cinco centímetros.
     Peso: Ochenta quilos.
     Edad: Ciento cincuenta inviernos.
     Raza: Quel'dorei.
     Origen: Quel'thalas.
     Ocupación: Trampero; montaraz.

     DESCRIPCIÓN FÍSICA:

    Spoiler

    Alto y esbelto; nervudo y fibroso. Hathael es un elfo de facciones duras y semblante pétreo, con algunas cicatrices esparcidas por el cuerpo, y una mirada fría e impertérrita que logrará incomodar a más de uno. Luce larga melena azabache; lacia, y adornada por un par de trenzas, y una discreta perilla descuidada en el mentón. Su voz es sosegada, grave, y un poquito quebrada.

    Porta un ajado peto de cuero, junto con otros ropajes harapientos y gastados, sembrados de parches, remiendos, polvo y lodo. Siempre de colores sobrios. 

    En el talabarte pende la espada, y a la espalda, el arco y la aljaba.

     

    • CARÁCTER:

    Spoiler

    Nuestro Hathael es un lobo solitario, acostumbrado a la indómita soledad de la espesura. Sombrío y taciturno; estoico y adusto. Parco en palabras; quizá por ello aborrece a los charlatanes y a los aduladores, que tanto gustan de hacer filigranas con la lengua para agradar a los oídos ajenos. Aprecia la sinceridad por dura que esta pueda resultar.

    Puede ser frío como un témpano, capaz de arrebatar una vida sin duda o vacilación. A pesar de ello hace gala de principios firmes, y se quebrará antes que doblarse y traicionarlos. Odia la injusticia y a quienes la practican a diario. Es honesto, leal, y jamás traicionaría a un camarada. 

    Se lo podría tachar de arrogante y altivo, pues suele mirar al prójimo por encima del hombro, y juzga a la mayoría de humanos con desprecio y desdén. 

    • HISTORIA

    Spoiler

     

     

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    Un manto de otoño se muere a sus pies. Y sopla un viento frío por la ladera. Las primeras nieves ya han besado el suelo, y se amontonan en tímidos reductos esparcidos entre el vasto mar ocre de hierba y hojarasca.

    Sus dedos acarician la pluma de la flecha; con suavidad alza el arco al tiempo que tensa la cuerda. Respira. Espira. Lentamente. Quinientos pies más allá la bestia pace y rumia. Respira, y espira. Una vez más. Y la flecha vuela, cortando el aire.

    Luego un gemido lastimero se eleva en la soledad de la tarde, antes de que la criatura caiga desplomada. Ha sido un tiro certero, pues la punta ha atravesado el cuello. El elfo se acerca con paso cauteloso mientras su presa no deja de sacudirse en el suelo. No puede evitar perfilar una sonrisa de satisfacción; un venado siempre es buena caza. Y el invierno está cerca.

    […]

    Cae la noche y él se calienta a la vera de la hoguera; las llamas danzan mecidas por la fría brisa. Vuelve a nevar. Pronto todas esas lomas quedarán bajo un inmenso manto blanco, y las presas comenzarán a escasear. Pero Valdecuerno está cerca. A tres leguas según el mapa. 

    <<Mañana será un día largo>>, piensa.

    Remueve la hoguera. Y se queda mirando las llamas mientras un sopor dulce agarrota sus músculos y le embota el sentido.

    […]

    Despierta de golpe, sin recordar en qué momento cayó dormido. Ya no nieva, pero todavía está oscuro. Algo repica alrededor. Cascos de caballos batiendo la tierra Cerca; muy cerca. Atisba a ver tres antorchas titilando en las tinieblas cuando se yergue. Comprueba que la espada sigue en la vaina; en su cinto. 

    ¡Alto en nombre del rey!—brama uno de los jinetes.

    Él permanece erguido, con la diestra reposando en el pomo de la espada, hasta que los tres jinetes se acercan.

    ¿Sois vos ese al que llaman Hathael?—inquiere el hombre, con una pésima pronunciación.

    Lo soy. ¿Quién lo pregunta?—responde, severo.

    Ser Roderick Allister; banderizo de lord Hammont Preeslan, señor del Seto de Piedra.—pronuncia, con el ceño circunspecto— Y estos son Merlon Brennan, y mi joven escudero, Garry de Thin.

    El caballero desmonta, con aire pesado. Es un hombretón de espesa barba parda, pasados sus cuarenta, que escudriña a nuestro elfo a la luz de la antorcha. Antes de señalar con el guantelete el cuerpo del venado, mal envuelto en una manta húmeda.

    Una campesina asegura haberos visto dar caza a la bestia en tierras de mi señor. Es el tercer venado que robáis.

    En ese caso, Ser Roderick, decidle a vuestro señor que nada más ha de temer de mi. Me dirijo al este y no tengo intención de volver sobre mis pasos. —alterna la mirada, entre cada uno de los tres hombres—. Decidle también que si anhela venado en su mesa, salga presto de cacería, porque esta bestia me pertenece y estoy dispuesto a negociar un precio, pero no a entregárosla a cambio de nada.

    Me temo que no lo entendéis, elfo.—el hombre perfila una sonrisa tensa, mientras acaricia la empuñadura—. No hemos venido a hacer negocios, sino a prenderos para que respondáis de los crímenes de los que se os acusa.

    Hathael espira algo de aire. Y vuelve a repasar a los tres hombres con la mirada. De pronto, en un súbito movimiento desenvaina la hoja, y antes de que el Ser tenga ocasión de interponer el acero rasga su vientre bajo el peto, haciendo que las tripas se desparramen por la campiña. Uno de los hombres espolea al penco, y desenvaina la espada; un tajo oscila en el aire, pero el elfo consigue apartarse a tiempo. Agarra al jinete por el jubón, y de un tirón brusco lo hace caer al fango, donde el filo atraviesa sus entrañas.

    Para entonces el joven muchacho ya ha picado espuelas en la dirección contraria, y Hat corre hacia su arco. Alcanza una flecha de la aljaba. Tensa, inspira, y suelta.

    La silueta cae derribada algunos metros más allá, colina abajo. Y Hathael lanza un suspiro hondo.

    Vuelve a nevar, y el elfo se aleja a lomos de uno de los corceles; con la bestia amarrada por la cornamenta. El sol despunta por las lomas, mientras un millar de pensamientos le cruzan la cabeza. 

    […]

    A decir verdad, nuestro elfo vino al mundo en Quel’thalas, en el seno de una familia humilde. Su padre, y su abuelo antes que él, habían consagrado sus vidas al servicio del Alto Reino; y siendo así a nadie extrañó que siendo poco más que un rapaz el joven Hat siguiera los pasos de sus ancestros y se alistara en el ejército.

    Durante algún tiempo los menesteres que su patria tenía reservados para él estaban lejos de ser honrosos. Malgastó muchos días cavando fosas, limpiando letrinas o engrasando las armaduras de sus hermanos de armas.

    Tuvo el honor de curtirse cuando una vez más las belicosas tribus amani hicieron peligrar la frontera meridional del Reino. Hathael marchó junto al Cuerpo de Forestales en una campaña de pacificación que no sería sino la primera de muchas, en la que pudo comprobar la crudeza del conflicto.

    Pero volvió vivo, y volvió entero. Poco después contrajo nupcias con una joven, hija menor de una modesta familia de artesanos de la capital. Cuando partió de nuevo a la refriega ella ya se encontraba encinta. Regresó al hogar poco después del primer parto. Vendrían cinco más. Tres críos sanos y fuertes, y dos niñas preciosas.

    Y así los años pasaron, lentos pero impasibles, hasta tornarse en décadas. El salario de un humilde soldado no podía dar mucho de sí; y la familia vivía hacinada en una pequeña casita en Puntaestrella; un villorrio empobrecido y adusto en lo más profundo del bosque, desprovisto de muros y adoquines. A muchas leguas de allí, tras los muros de nácar y marfil, la orgullosa ciudad de Lunargenta se alzaba gallarda. Algún sabio no sin razón llegó a decir de ella que era la perla más bella del mundo conocido.

    Cuando la gran calamidad de la Tercera Guerra llamó a las puertas de tan antigua ciudad, Hathael fue llamado a filas; y partió presto a la defensa de su tierra. Pero todo intento era inútil. Derrota tras derrota, el Azote avanzaba imparable por los bosques del Alto Reino, segando millares de vidas a su paso. Su familia, como tantas otras, cayó a manos de las hordas de no-muertos.

    Herido, roto y solo partió junto a muchos otros elfos en busca de refugio; al sur. La mayoría perecieron en el camino, pero Hat vivió para llegar al Valle de Quel’danil, en el corazón de las tierras salvajes del continente. Allí pasó varios años, convertido en trampero y cazador; moviéndose por la foresta en busca de presas, sin que faltara la ocasión para entrechocar el acero contra el ancestral enemigo amani.

    Pero las cosas se torcieron, y tras un grave entuerto, nuestro elfo fue condenado al exilio por sus congéneres. De tal suerte que cabalgó aún más al sur hacia las tierras humanas del Reino de Arathor. Se unió a una compañía de hombres libres y puso su espada al servicio de cualquiera que pudiera pagarla. Las más de las veces se dedicaban a dar caza a salteadores de caminos, rufianes, o partidas troll desbocadas; pero a la llegada de un frío invierno, con los bolsillos y los estómagos vacíos, sus hermanos de armas no tardaron en comenzar a extorsionar y saquear al populacho. Después de una seria discusión Hat abandonó la compañía, y se dedicó a vagar solo por las ásperas planicies de Arathi.

    Vivía de la caza, y solo rara se acercaba a las aldeas para comprar algunos pertrechos o tratar de malvender algún fardo de pieles. De cuando en cuando los campesinos hacían colecta para pagar sus servicios, tal vez para ahuyentar a una manada de lobos voraces que diezmaban los rebaños, o dar muerte a bestias mayores; tales como osos de cueva, raptores moteados, o arañas gigantes.

    Así fueron sus días hasta el desgraciado incidente que le hizo enemistarse con un señor local. Prófugo y fugitivo cabalgó hacia el sur. Tan al sur donde aquellos hijos de Strom no pudieran hallarlo.

     

     

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