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Showing content with the highest reputation on 19/05/18 en todas las áreas

  1. 4 points
    La desesperación hace que muchos tomen la vía rápida para paliar sus desdichas. Entonces, el oro se manchó de carmín y la enfermedad terminó llegando a carcajadas histriónicas. Tipo de trama: investigación. Riesgo de muerte: bajo/medio. Ubicación: Arroyo Claro Objetivo: Determinar la enfermedad que padece Margarita y marcharse de Arroyo Claro. Sesiones planificadas: 11 Índice - Contexto, STs y sistemas - Preludio: el Grajo - Capítulo I: el Buey - Capítulo II: la Risa - Interludio: Bebe de este agua - Capítulo III: la Hiena - Epílogo: el Corcel
  2. 3 points
    Pico de Escarcha. Recursos actuales del Campamento 25/50. El campamento ha sido alzado y levantado por las fuerzas del Nuevo Orden, el cual se mantiene a ojos de los demás habitantes de Trabalomas oculto, tomando el nombre de Pico de Escarcha. En él, todos sus responsables están continuamente trabajando para así mejorar todas las infraestructuras de esta nueva posición, que les permitirá tener un buen control sobre la zona para así desestabilizara y generar el caos y terror sobre las aldeas y ciudades humanas de la zona. Las fuerzas militares actuales del campamento son: - Diez Guardias de la Muerte equipados con espada y escudo. Soldados, pertrechados con el atuendo oficial de Guardia de la Muerte, adaptables y con un gran entrenamiento y formación bajo sus muertas y podridas espaldas. Portan una espada ligera y un escudo mediano de hierro y un equipo estándar de mallas. No son la élite renegada, pero, serán más que suficiente para la tarea que hay por delante. Iniciativa 6+1d10 Ataque 6+1d10 Defensa 10+1d10 Absorción Física 3 Puntos de Vida 28 Daño 1d6+2 - Diez Tiradores de la Guardia de la Muerte, equipados con una ballesta ligera. Tiradores, pertrechados con el atuendo oficial de la Guardia de la Muerte, rápidos y mortales desde las sombras o las alturas, con gran precisión debido al riguroso entrenamiento que siguen las tropas en la Guardia de la Muerte. Portan una ballesta ligera y un equipo de ropas acolchadas que le permiten ser lo más silencioso posibles. Ideales para tender emboscadas a nuestros enemigos. Iniciativa 10+1d10 Ataque 10+1d10 Defensa 7+1d10 Absorción Física 1 Puntos de Vida 24 Daño 1d6+1 (Ignoran 3 armadura) - Por último, el campamento cuenta con Cinco aprendices a hechicería. Aprendiz a Hechicería de la Guardia de la Muerte, pertrechados con las pesadas togas oficiales de la Guardia de la Muerte, tienen cierto conocimiento arcano, aunque, aún son meros aprendices en la hechicería no se les debe subestimar, pues antes de ser asignados a las distintas misiones, son puestos a pruebas por los grandes Maestros Ejecutores de la Hechicería. Iniciativa 7+1d10 Ataque 10+1d10 Defensa 6+1d10 Defensa Mágica 6+1d10 Absorción Física 1 Puntos de Vida 20 Daño 1d6 Guardias de la Muerte -> 6/10 Tiradores de la Guardia de la Muerte -> 8/10 Aprendices a Hechicería -> 4/5 - Tropas totales disponibles 16/25 Construcciones en Pico de Escarcha: En Pico de Escarcha abundan las tareas y necesidades, el Sargento Donnovan lo sabe perfectamente y es por ello, que trabajando codo con codo junto con el Hechicero Danforth, han conseguido establecer el primer punto más importante en el campamento. Tener una zona dónde poder llevar a los rehenes capturados para el Nuevo Orden. Esto sólo ha sido el comienzo de todo lo que es necesario para obtener un gran campamento. Huir para combatir otro día. Teniendo ya nuestra primera prioridad construida, lo más importante en el campamento es tener una ruta de escape más o menos segura, las muertes inútiles no son permitidas en el Nuevo Orden. En caso de complicarse todo, mejor huir para volver otro día. (Para la realización de dicha ruta será necesario tener 8 puntos de recursos.) Sala mística. Al igual que las tropas necesitan ejercitarse en la arena, los hechiceros necesitan seguir puliendo sus artes mágicas, bien leyendo tomos arcanos o practicando la magia arcana en un lugar apropiado para ello, no podemos dejar que los hechiceros comiencen a la lanzar bolas de fuego por todo el campamento. (Para la realización de dicha infraestructura será necesario tener 10 puntos de recursos.) Torres de vigilancia (Lvl 2/3). Con unas pequeñas torres de vigilancias construidas, el siguiente paso sería reforzarlas en caso de ataque. (Para la realización de dicha infraestructura será necesario tener 18 puntos de recursos.) Puesto de mando. Es necesario tener un lugar digno del Nuevo Orden, dónde poder realizar planes y discutir la forma de proceder para crear la discordia en tierras humanas. También le dará un plus de glamour para cuando el Gran Ejecutor Franz se presente ante nosotros.(Para la realización de dicha infraestructura será necesario tener 6 puntos de recursos. Al construir el edificio mejora la reputación en 8 puntos con el Gran Ejecutor Franz-Hans Müller.) Mejora de muros (Lvl 1/3). Actualmente contamos con una defensa rudimentaria, no es algo digno de la potencia militar del Nuevo Orden, deberemos hacer esfuerzos para mejorarlo y levantar un digno muro que nos proteja de cualquier embestida.(Para la realización de dicha infraestructura será necesario tener 8 puntos de recursos.) Herrería (Lvl 2/3). Ya con un pequeño edificio construido. No estaría mal seguir aumentando la herrería para pertrechar mejor a nuestras tropas con armas de mayor calidad. Al igual que el equipo. Pero para ello aparte de los recursos necesitaremos a alguien que sepa acerca del oficio. (Para la realización de dicha infraestructura será necesario tener 16 puntos de recursos. Además de contar con un jugador en el campamento que tenga la habilidad Herrería en Formado.) Mina (Lvl 2/3). Actualmente el estado de la mina es muy precario, lo que nos dificulta una mejora de extracción de materiales, si conseguimos adecentar el lugar y darle algunas mejoras seguro que podremos extraer materiales más valiosos. (Para la realización de dicha infraestructura será necesario tener 12 puntos de recursos.) Aserradero (Lvl 2/3). Si seguimos mejorando la estructura, puede que incluso podamos sacar el doble de los materiales que recaudamos actualmente. (Para la realización de dicha infraestructura será necesario tener 10 puntos de recursos.) Caja fuerte (Lvl 2/3). Mientras mayor sea el edificio, mayor capacidad de recursos podremos almacenar para después seguir mejorando nuestras infraestructuras. (Para la realización de dicha infraestructura será necesario tener 20 puntos de recursos.) Culto a la Sombra (Lvl 2/3). Mejorar el templo hará que nuestras tropas sigan aprendiendo cómo mejorar su conexión con el Vacío, pero para ello, necesitaremos a alguien que se encargue de instruir a las tropas. (Para la realización de dicha infraestructura será necesario tener 40 puntos de recursos, además de contar con un jugador o NPC con hechizos de Vacío en nivel Diestro o superior.) Nuevos camaradas (Lvl 2/3). Aparte de mejorar el lugar, necesitaremos más poder para poder alzar más unidades y que sean más poderosas. (Para la realización de dicha infraestructura será necesario tener 30 puntos de recursos, además de completar la trama de Botica Nevada.) Mejoras de Pico de Escarcha: Acero y arena. Las tropas necesitan un lugar dónde poder ejercitarse y seguir entrenando para que sus muertas manos y pies no olviden como combatir adecuadamente. Gracias a los recursos obtenidos, ahora el campamento cuenta con un lugar donde las tropas pueden ejercitarse y practicar el arte de la guerra. Tener esta mejora en el campamento otorga la facultad Táctica Renegada. Táctica Renegada - Otorga +2 de ataque o +2 de defensa a todas las tropas Físicas durante un turno. Sólo puede usarse una vez por combate. Herrería (Lvl 1/3). Tras unas semanas combatiendo por Trabalomas, tanto el equipo, como las espadas necesitan reparación y ser afiladas de nuevo. Se necesita un lugar donde poder aplicar el arte de la herrería, también sería ideal buscar a alguien con tales conocimientos. Con este nuevo edificio en nuestro campamento, las espadas volverán a estar afiladas y listas para nuestros avances contra los enemigos de nuestra Dama. Tener esta mejora en el campamento otorga la facultad Espadas afiladas I. Espadas afiladas I - El filo de las hojas de nuestras tropas jamás se volverá a ver mellado. El primer ataque con éxito obtendrá +1 de daño. Sólo se puede usar en el primer ataque con éxito y para las tropas de daño físico. Remiendos. A pesar de nuestra grandeza, es necesario tener un lugar donde podamos hacer nuestras "reparaciones". Nuestros pútridos cuerpos se resienten y necesitan un mantenimiento urgentemente. Los daños que suframos en nuestros cuerpos podrán ser reparados gracias a este nuevo edificio. Tener esta mejora en el campamento otorga la facultad Reparado. Reparado - La curación pasiva para los miembros y unidades que estén en el campamento pasa a ser de 12 PdV por día. (Esta facultad solo es aplicable a entes no-muertos.) Mina (Lvl 1/3). Una gran conquista para el Nuevo Orden, con este nueva adquisición tendremos materiales suficientes para la mejora de nuestro campamento . La expulsión de esas arañas gigantes ha provocado que podamos disfrutar de los materiales, lo que otorga la facultad Abastecimiento I. Abastecimiento I - Otorga 8 puntos de recursos al campamento mensualmente. Torres de vigilancia (Lvl 1/3). Necesitamos un lugar, dónde poder ver desde las alturas, para estar atentos a un posible ataque o asedio, aunque, ¿Qué vivo que no esté demente asediaría a unos muertos?. La Construcción de torres de vigilancia a las entradas del Campamento otorgan la facultad Vigilante eterno I. Vigilante eterno I- Otorga +2 a las tiradas de percepción que se realicen en el campamento. Los enemigos no podrán hacer emboscadas al campamento. Aserradero (Lvl 1/3). Tal como esta, no se puede sacar provecho, habrá que repararlo para sacarle algo de utilidad. La reparación y acondicionamiento del aserradero otorga la facultad Abundancia I. Abundancia I- Otorga 8 puntos de recursos al campamento mensualmente. Culto a la Sombra (Lvl 1/3). Inculcar a nuestras tropas el culto a la Sombra, el culto a la energía de Vacío para así obtener tropas que sean los luchadores perfectos para combatir a la Luz y todo el que se oponga al Nuevo Orden. Es por ello que necesitamos un templo dedicado exclusivamente a ello, no debe ser algo muy pretencioso, solo debe ser lo justo y necesario para educar a nuestras tropas. El acondicionamiento a un lugar de culto provoca que se añada una nueva misión especial Adeptos de la Sombra. Nuevos camaradas (Lvl 1/3). Hay que acondicionar un lugar en el cual se puedan alzar nuevos soldados para el Nuevo Orden. Los vivos cuentan con un buen potencial militar. No pueden superarnos en esta Campaña. Esta facultad otorga la facultad Dar a Luz I. Dar a Luz I. Los cadáveres pueden ser alzados y enviados a Ciudad Capital, para que sean educados en el Nuevo Orden. Caja fuerte (Lvl 1/3). El Campamento deberá tener un lugar dónde poder guardar todos los materiales, no podemos dejarlos por ahí tirados. Lo que mas se apremia en el Nuevo Orden, es el ¿orden?. Así pues necesitaremos algún que otro almacén. Tras la construcción de dicho edificio otorga la facultad Más espacio I. Más espacio I - Esta facultad otorga +10 al almacenamiento de los recursos. - La mina necesita protección, si no, volverá a llenarse de arañas o cualquier otro indeseado para el Nuevo Orden. Es por ello que uno de los Guardias de la Muerte, se quedará para hacer guardia en dicha mina. Guardias de la muerte restantes 8/10. - El aserradero necesita protección, si no, cualquier indeseado podrá robar lo que nos pertenece por derecho. Es por ello que uno de los Guardias de la Muerte, se quedará para hacer guardia en dicha mina. Guardias de la muerte restantes 8/10. - La visita del Gran Ejecutor, ha traído consigo nuevas tropas y además mayor suministros, además al ser ahora una operación no secreta nos da la posibilidad de entablar relaciones con los demás puestos militares de Trabalomas para adquirir más suministros y/o Tropas. Aunque tal y como dijo el Gran Ejecutor Franz, deberemos ganarnos su apoyo. - No se podrá volver a construir ninguna estructura hasta 18-03-32.
  3. 2 points
    Un muchacho se acerca al hombre, tras mirarlo tras unos segundos tratando de comprender la descripción que le han dado finalmente le entrega una carta lacrada, tan rápido como se la entrega el muchacho se va de ahí corriendo a seguir repartiendo cartas. Al excelentísimo Dario D'Arago Esta en mi saber que quería reunirse conmigo, me ha sorprendido la locura que he presenciado ¿Tanto os ha calado mis palabras para querer volver a vernos? Espero que así sea por lo que comenzaré los preparativos para vuestra visita, despolvaran los colchones y encenderán las chimeneas. Es desquiciarte lo solo que uno esta en este lugar así que considérese invitado a nuestra gran celebración en la Colina del Ahorcado en Ocaso, me sentiría muy ofendido si se le ocurre venir con mas acompañantes sin haber sido avisado con antelación. ¿Que puedo hacer mientras pasa el tiempo esperando su llegada? Supongo que seguiré preparando a nuestra primera invitada para la celebración, empezaré por sus uñas que se encuentran en muy mal estado, se las arrancaré de sus finas manos y dejare crecer para que esta vez salgan saludables y perfectas, ya lo verá. No nos hagas esperar, Aurora le esta aguardando y todo hombre de bien sabe que no es educado hacer esperar a una dama, nos vemos pronto... J.V @Izuriel
  4. 2 points
    + La guerra por los pantalones Era de buena mañana, hacia menos de media hora que Rael había llegado a la Orden, mientras caminaba por los sacros pasillos de las cámaras de la Orden de Sangre, un atribulado Thala'riel se le acercó, no fue demasiado extenso, solo le comunicó que llamase a los 3 Iniciados a los que habían estado poniendo a prueba y se dirigieran a una de las salas de reuniones del Ala este, y tan rápido como apareció, se marchó. Rael, diligentemente, fue a buscar a los susodichos, encontrándolos en patio de entrenamientos interior de la Orden y llevándolos al lugar indicado. Cuando llegaron, la sala estaba vacía, más pasaron y tomaron asiento en su interior, unos instantes después llegó Thala'riel de forma algo apresurada, no perdió el tiempo y comenzó a explicar rápidamente por que les habían llamado. La noche anterior, un barco que había resultado dañado en alta mar debido a una tormenta naufragó en las costas del Alto Reino, por suerte ninguno de sus tripulantes habían resultado muertos, pero algunos necesitaban atención medica, sin embargo, parte del cargamento del barco se había perdido en el naufragio, y una pequeña aldea de murlocs de la costa se había adueñado de el como tesoro, no le dijeron el contenido de ese cargamento, pero dada la prontitud de la Orden y el hecho de encomendarse lo a la Orden de Sangre, estaba claro que alguien influyente quería que ese cargamento llegase a su destino. Era una oportunidad perfecta para poner a prueba a esos tres Iniciados, y finalmente comprobar si serían útiles como miembros del escuadrón Vestigios de Grandeza, así pues, les mandó a armarse, prepararse y marcó el lugar de reunión como uno de los establos a la salida de la ciudad. Rael y Thala'riel se adelantaron a los iniciados para mantener una conversación en privado sobre los mismo y tratar ciertos temas personales, además de preparar el carro y el zancudo que tiraría de el, con el que debían traer el cargamento perdido, y a la hora indicada, todos los miembros del grupo se encontraban, puntuales, ahí. Rael y Thala dieron unos pocos consejos a los iniciados, pues a pesar de que los murlocs no resultan enemigos desafiantes, quedarse rodeado y solo por estas bestias puede resultar letal, les indicaron que se protegieran unos a otros y que no menospreciasen a su enemigo, Así pues, partieron rumbo a la costa. Llegaron a lo alto de una colina cercana a la playa, desde la cual se podía ver la pequeña aldea, la miridia de murlocs que la habitaban y decenas de cajas dispersas por la costa, para su sorpresa, algunas de esas cajas estaban cerradas mágicamente, otras sin embargo ya habían sido forzadas y asaltadas por los murlocs, comenzaron a hablar sobre como encararían la situación, cuando de uno de los arbustos cercanos emergió un murloc, era grande, y tenía una cicatriz donde antiguamente debió de tener un ojo. Los caballeros desenvainaron sus armas, más el murloc no parecía agresivo, trataba de comunicarse de manera burda con los elfos. Muchos gruñidos y gestos mas tarde, consiguieron entender lo que quería el murloc, señalaba constantemente hacia la Aldea, al murloc mas grande que habitaba en ella, el cual portaba sobre su testa unos pantalones viejos, ajados y maltratados por las inclemencias del tiempo y del mar, señalando su cabeza como si fuera una corona. Rael y Lynessa dudaban de las intenciones del murloc, al parecer el ser había sido el anterior líder del banco, había sido expulsado y su corona robada, y quería recuperar lo. La comunicación con el ser era lenta y tortuosa, pero al final creyeron entenderlo, y si eliminaban al líder murloc, el tomaría el liderazgo y haría marcharse a los demás murlocs para que los caballeros pudieran trabajar. No había nada que asegurase que el murloc fuese a cumplir su palabra, sin embargo Thala'riel habia sido testigo hace no mucho de tiempo de como una banda de murlocs que parecía conocer a una compañera de la Orden les había ayudado, así pues decidieron probar suerte. Asaltaron la aldea, los murlocs rápidamente se organizaron y lanzaron en oleadas hacia ellos, atacándoles con sus lanzas, arrojándolas desde lejos también, los caballeros afrontaron el desafió confiados, más esa confianza pronto se desvanecería, los murlocs eran mas rápido de lo que se pudiera pensar, y no fue si no gracias a sus armaduras que alguno no acabó ensartado en sus lanzas rudimentarias. Combatieron a los murlocs lo mejor que pudieron, sin embargo no parecían tener fin y poco a poco empezaron a ser rodeados, y fue cuando el lider hizo acto de presencia, más ese fue su error, un ataque combinado de Rael y Thala'riel fue suficiente para terminar con la vida del ser, que cayó frente a la pesada lanza y el espadón de los adeptos. Con su líder muerto, los demás murlocs comenzaron a dudar, a retroceder poco a poco, más el murloc sin un ojo hizo acto de presencia, saltando hacia el cadáver de su antiguo enemigo, tomando los pantalones y colocándoselos en la cabeza a modo de corona, bramando a gritos a los demás murlocs. Estos comenzaron a arremolinarse entorno a el, y le lanzó una mirada seria a los caballeros de sangre, desvío la mirada hacia el cadáver de su competidor, y decidió ser leal al pacto que habían firmado, llevándose al resto de murlocs con el al agua. Una vez la playa fue despejada, acercaron el carro y comenzaron a cargarlo con las mercancías, pero mientras lo hacian Thala vió algo raro, acaso era eso un desdichado? Si, en efecto, uno de esos engendros portaba una caja entre las manos y trataba de correr hacia el bosque, Thala le pidió a Rael que le acompañase y ordenó a los iniciados que siguieran cargando el carro. Persiguieron al desdichado hasta dar con el en una pequeña cueva en la ladera de la montaña cercana a la costa, prepararon sus armas y se internaron en ella. Allí descubieron una especie de campamento, había restos de un fuego, grupos de hojas que hacían de colchones y restos de comida por doquier, en el centro se encontraba la caja abierta, llena de pociones de maná de manufactura goblin, y tres desdichados con un aspecto lamentable, bebían con ansias de ellas, estaban totalmente consumidos, los huesos se marcaban a través de la tensa piel, recordaban más a los cadáveres andantes que a otra cosa. Thala'riel decidió que había que eliminarlos, pues eso era mostrar clemencia y piedad por lo que un dia fueron elfos como ellos, Rael sin embargó se negó a participar en lo que consideraba un acto cruel, así pues, Thala actuó en solitario. Poco pudieron hacer los desdichados en su lamentable estado contra un adepto de la Orden bien armado, y sus gritos de terror y dolor dejaron eco en la cueva, aun varios segundos después de que sus voces fueran acalladas. Fue rapido, trató de hacerlo indoloro, pero lo hizo, convencido de que era lo correcto, y que les estaba haciendo un favor, que estaba siendo misericordioso, pues es lo que el desearía que le hicieran si acabase en ese estado, Rael sin embargo no estaba de acuerdo con su amigo, tomaron la caja de pociones y retornaron junto al resto, manteniendo una tensa conversación sobre el asunto. Una vez se reunieron, no dijeron nada, ninguno de los dos estaba de humor, cargaron la caja y emprendieron rumbo a casa, a entregar el cargamento, la misión, estaba cumplida. Lista de participantes y habilidades usadas Thala'riel Thirys (Master, @Thala) Espadón pesado, defensa, reflejos, Imbuir Arma, Esencia Sagrada, Advertir/notar, Atletismo Rael Asthros ( @Psique) Lanza Pesada, defensa, reflejos, advertir/notar, Atletismo
  5. 2 points
    . ''Dije Que la vida era una broma, no que la broma tuviera gracia...'' Nombre: Bertrand Raza: Humano Sexo: Masculino Edad: 25 Años Altura: 1.75m Peso: 85 Kg Lugar de Nacimiento: Bosque de Elwynn Ocupación: Bandido Descripción física: Un sujeto de rasgos bruscos, ojos azules y con la cabeza rapada. una cicatriz que cubre gran parte de su cabeza propinada por el porte de varias espadas, ocasiones en las que estuvo al borde de la muerte y a las que debe Descripción psíquica: Es Un bromista empedernido, de humor bastante ácido y casi depravado, No tiene sentimiento alguno de remordimiento, y todo esto se debe a la mala vida que tuvo de niño y las malas enseñanzas de su padre. Carga con el un colgante de un hada de hierro forjado, bastante ''marica'' pero como hagas un comentario de dicho colgante, ya te faltará mundo para esconderte. Tiende a pensarse las cosas varias veces antes de actuar, y dedicándose a lo que se dedica, le a permitido vivir mas de una vez. Historia: Una última broma... solo una más Mi amor... no mueras aun... <se rio mirando el cadáver de su amada atravesada por la espada de un guardia justo después de cometer un hurto a una tienda de abarrotes, arrancó su collar del cuello y corrió junto al resto de bandidos> Lo haré por ti mi pequeña... una última... la más grande de todas las bromas... <Besó el dije de hada y guardó sus lágrimas para tiempos más calmados y se internó en lo profundo del bosque> El descenso a la locura: Fría tarde de invierno, los copos de nieves quemaban la piel desprotegida de un pálido ''Berty'' apodo cariñoso de su madre al muchacho de ojos verdes. Cumplía sus quehaceres diarios, Ordeñar la cabra, alimentar las gallinas, asear al puerco... y pasear al galgo, lo normal para un niñato de solo 9 años. Su madre Bethaved, una cariñosa y jovial mujer, dedicada al cultivo de hierbas medicinales y flores aromáticas, aunque muchos le llamaban ''bruja'' por sus particulares bebidas de hierbas silvestres, Por otro lado... su padre... Imaginémonos la siguiente escena: Un bosque frondoso, hay ciervos y avecillas de la más bella procedencia... Un lobo ataca al ciervo y le asesina de una voraz mordida al cuello, ¿En esta situación quien es el padre del crio? Ninguno de los dos... es la mierda aún en proceso digestivo dentro del ciervo... una calaña de la más baja estirpe... Machista... Xenófobo... y racista como ningún otro, de Nombre Julius y dedicado a la cacería era quien traía el sustento a casa. Una buena mañana el zagal cumplía con sus labores diarias, mas como siempre no falta el idiota de turno que viene a ultrajar a las nobles gentes, esta vez, un chiquillo llamado Xavieh, acosaba al joven bertrand llamándole mariquita, a lo que el joven respondía con oídos sordos, ya habría tiempo de vengarse, pues como dicen por ahí cuídate de las mansas aguas... y bertrand no era menos, haciendo pequeñas bromas y jugarretas inocentes a los que le tocaban la moral, era su forma de ''hacer justicia'' pero esa mañana no iba a ser normal. Su padre, vio al crio burlarse de su vástago, ¡y enfurruñado le cogió de los pelos tirándole al chiquero de los cerdos ‘‘Rómpele la cara! enséñale quien es el marica, vamos!!'' dijo su padre bastante molesto, pues siempre le había reprochado a su mujer el cuidado que tenía para con su hijo, decía que le criaba de forma... bastante ''afeminada'' y esto le ponía de malas pulgas y terminaba zurrando a la pobre mujer hasta dejarle inconsciente en el piso ‘’ZURRALE JODER!! ¡¡O TE ZURRO YO A TI POR MARICON!!’’ Volvió a bramar furioso, el joven Bertrand se vio en un lio emocional, sumergido en sus pensamientos entre si romper su código moral y salvarse de una paliza… o Romperle los dientes al crio al cual se le veía acojonado… Vaya decisión tan dura, y los gritos de su padre no ayudaban en nada. Fue entonces cuando el padre saltó la cerca y pateó al crio en el abdomen hasta hartarse ‘’ ¡VAMOS NIÑO ASI!’’ Le decía al crio que con ojos idos miraba la brutal paliza y en un arrebato de odio golpeó la cabeza del criajo en el suelo dándole una tunda tremenda mientras su padre le acompañaba a la voz de ‘’ ¡UNA MAS! ¡¡UNA MAS!!’’ Aquello… marcó al crio de por vida. El quiebre final: Una noche el hombre entró borracho a la pequeña cabaña en la que residía la familia, Parloteando y entre gritos a la voz de ‘’¡¡Donde estas zorra!!’’ Claramente refiriéndose a la madre del pequeño, el cual, desde aquel día, se había vuelto más sádico en sus jugarretas, el hombre comenzó a patear todo, cual bestia montesca, acercándose cada vez mas al cuarto donde la madre y el pequeño dormían, el crio despierto escuchaba todo con los ojos encharcados en lágrimas mientras su madre le acariciaba el pelete y le cantaba una bonita canción, pero entonces… la puerta se abrió de sopetón y el hombre tomó a la mujer del cabello arrastrándola al piso para comenzar a propinarle una zurra como pocas, lo cual presenciaría el crio haciéndole resquebrajarse a tal punto de sonreír y reírse a carcajadas con la brutal paliza que le estaban propinando a su madre, su padre le vio con cara seria, incluso algo extrañado justo para contemplar una nueva actitud en el muchachito, el cual dejo de reír para mirarle a los ojos con un rostro serio y decirle ‘’Vamos… una más…’’ el crio se levantó y se lanzó contra su padre moliéndole la cara a golpes hasta matarlo mientras repetía una y otra vez Una más… Una más… Y así hasta que no quedó más que un charco de sangre y sus nudillos fracturados… después de esto… el crio abandonó su casa y nunca más volvió. Entre Filos y desgracia: El crio cubierto de sangre escapó al bosque, con una sonrisa de oreja a oreja, no sentía ni pena, ni remordimiento por haber matado a su padre, sentía mas bien… como cierta excitación, se sentó en un tocón y contemplo las estrellas mientras se reía de las palabras de piedad que pedía su padre hasta casi quedarse dormido, y lo hubiera conseguido… si no es por la daga en el cuello que interrumpió el descanso de aquel crio ensangrentado, Un bandido… un miembro de un grupo de bandidos que aterrorizaban los bosques desde hace ya Tiempo, intrigado por la apariencia del crio y la sangre que tenía, comenzó a preguntarle sobre la sangre y su soledad en el bosque, a lo cual el crio respondió con frialdad y sátira a todas sus preguntas, y fue así… como el historial criminal de Bertrand comenzó. Pasaron los años… y allí junto a aquellos bandidos encontró un hogar, aprendió a robar, asesinar, y timar… labores básicas de la pillería y después de casi morir en dos ocasiones por las espadas, le apodaron ‘’9 vidas’’ por la cómica leyenda de los gatos. Allí… conoció al amor de su vida… Florentina, una cría rebelde escapada de casa de no mas de 15 años, y el ya con 20 tacos encima se perdió entre los encantos de su rostro femenino, convirtiéndola en su compañera recurrente. Fue así… hasta el golpe a la tienda de abarrotes 5 años después, donde su muerte marcaria más el lado sádico que Bertrand convirtiéndose en su totalidad, en un sujeto sin sentimientos ni remordimiento, jurándole a su puro estilo, Hacer una ultima broma a sus asesinos...
  6. 2 points
    Gracias por su contribución Psique y Thala. He añadido lo aportado por una al vendedor de variados, y lo aportado por otro al vendedor Pandaren que he puesto junto al resto en la Isla Errante.
  7. 1 point
    Theradriel Ban’Onthar Nombre: Theradriel Ban’Onthar Raza: Quel'dorei Sexo: Hombre Edad: 293 Altura: 1,73m Peso: 64 Lugar de Nacimiento: Aldea Bruma Dorada, Quel'thalas. Ocupación: Sanador ambulante/Mercader/Bardo Historia completa Descripción física: Theradriel es un elfo que no destaca especialmente por su aspecto, es normal, ni hermoso ni feo, un rostro más de los que podría verse en cualquier avenida de Lunargenta en sus días de gloria. Su estatura, cuando se halla bien erguido es de metro setenta y tres, relativamente bajo entre su gente. Su cuerpo es delgado y terso, aunque no llega a exhibir una notoria musculatura. La única gran huella que marca los escasos y delicados relieves de su anatomía son grandes cicatrices que lo cubren desde el cuello hasta los talones, cortes de garras surcan y se alzan sobre su abdomen y la espalda, se envuelven con filigranas de incisiones en sus brazos y las piernas, y esconden algunas pecas. Tiene, en el omóplato derecho, una marca de nacimiento, de un tono levemente más oscuro que el resto de su piel y que recuerda vagamente a la forma de un pájaro hornero. Sus manos son grandes y delicadas, con dedos largos, aunque ni estos se libran de las cicatrices, y poseen cual anillos marcas de cortes. Algunos de los nudillos salidos señal de que antaño se rompió los huesos rompen la perfecta silueta de las mismas. Las palmas de sus manos tienen viejas marcas de cortes, más finas y limpias que el resto de su cuerpo, mientras que las yemas de los dedos tienen, a excepción del pulgar derecho, unos callos pequeños y redondos en la cúspide de estas. Sus rasgos son tan hermosos como los de cualquiera de sus congéneres, ni más, ni menos. Angulosos y armoniosos al mismo tiempo, sus pómulos son altos, y su mandíbula prominente. Sus cejas copiosas y expresivas enmarcan unos ojos almendrados de un intenso celeste, de pobladas pestañas y audacia incipiente. Posee una nariz larga y recta, casi perfecta, solo manchada por una peca oscura entre el puente de esta y el lagrimal izquierdo. Sus labios son carnosos, pero no demasiado gruesos, casi siempre curvados en una sonrisa discreta. El cabello de un café claro se presenta lacio en su cabeza y su rostro, cuidado en ambos. En el primero casi siempre trenzado o en una coleta, lo recoge sin demasiado empeño, pero lo atiende con esmero. La perilla sin embargo siempre esta ordenada y recortada pulcramente. Aunque es un viajero, mira mucho su higiene, y más allá del polvo de los caminos no suele hallarse sucio, es habitual que huela a perfumes, inciensos o a los vapores de lo que le eche en su pipa. Descripción psíquica: La personalidad jovial y extrovertida de Theradriel suele dar una imagen engañosa de sus adentros. Es un hombre sociable y de buen carácter, que varía de una conducta apacible a histriónica acorde al momento, con un humor que pasa de ser acido a horrendamente negro. Es fácil que esté dispuesto a echar una mano, compartir y aprender con otros, a ser un hombro, sin embargo, tienda a buscar para sí mismo el provecho. Posee una gran sed de conocimiento, siempre abierto a ver la utilidad y la valía en cualquier disciplina. No solo es curioso para aquello que tiene una utilidad concreta, disfruta del saber no solo como una herramienta, también como un fin. Todo eso hace que sea difícil de entrever que, al mismo tiempo, es un hombre cuya moral ha ido ganando laxitud hasta casi desaparecer, y que se mueve a conveniencia, que no posee para sí mismo ni para los demás, decencia en la mayoría de los aspectos. Un sujeto de alma egoísta, que ha encontrado refugio en los placeres para paliar las miserias con las que la vida lo ha azotado, y de todas las cuales ha aprendido. Theradriel compartimenta muy bien cada aspecto de su vida, le da a todo y todos un lugar concreto, ha encontrado en la conformidad de la realidad una manera de no sufrir las penurias como tales, sino como un aspecto más de la intensidad de la vida. El busca, quiere, ansia y está decidido a vivir, y disfrutar de ello. La paciencia es una de sus virtudes, aunque pueda parecer, en el conjunto, un rasgo particular, no deja de ser muy marcado. Sus arranques libertinos no quitan que sea un hombre sereno, y meticuloso, incluso maniático, algo que se refleja bastante en la higiene, pese a su conformismo y su habito en los caminos. Historia La casa de la familia Ban’Onthar se alzaba a las afueras de la aldea Bruma Dorada. Desde el patio se podía ver como la gran arboleda se erguía sobre la otra orilla del rio, y, cuando el viento soplaba del este, el aire traía un leve aroma a salitre si uno cerraba los ojos y respiraba profundamente. En una de esas noches, donde la brisa nocturna portaba un deje a mar, la morada familiar permanecía en vela. Aunque hacía largo rato que el astro rey se había ocultado en el horizonte, la luz salía de entre casi todas las cortinas. Las dos lunas se veían desde la ventana del dormitorio de la joven Serailäe, en su lenta ascensión para dominar el cielo. La música de una lira se escuchaba con claridad, y una suavidad apacible, aunque aquel que hacía sonar el instrumento se hallaba en otra habitación. Faltaban unas pocas horas para que Alodien celebrara su mayoría de edad, y como era costumbre en su familia, practicaba para mostrar a cercanos y familiares que había madurado, no solo en cuerpo y mente, también como artista. Cuando el sol se hundiera en el horizonte al día siguiente, expondría ante todos una pieza de su propia creación. Mientras sus dedos se habituaban al nuevo instrumento, otorgado con motivo de esa fecha especial, sus padres se encargaban de preparar el jardín y el hogar para los invitados. Sus hermanos menores, quienes deberían haber estado durmiendo, se encontraban sentados en el suelo, de piernas cruzadas. Sus allegados, fingían ignorar que conocían sobre los desvelos de los jóvenes. Serailäe jugaba con el borde de su camisón, retorciéndolo entre sus dedos y estirando la tela, manteniendo la espalda bien recta, y la mirada centrada en las lunas. A su espalda, Theradriel se hallaba casi en la misma postura, peinando los cabellos castaños de la chiquilla entre sus dedos, húmedos con una crema de textura oleosa, que cubría con una fina película todo lo que tocaba, y no terminaba de desprenderse de sus manos aun cuando escurría las mismas en la sedosa melena de la elfa repetidas veces. Olía a miel, aloe y almendras, llenando el pequeño dormitorio con esa mezcla. - ¿Crees que madre se enfade? -Susurro con voz dudosa, aguda y dulce como el canto de un mirlo, antes de fruncir los labios en una mueca insegura, y desplazar la mirada hacia la puerta. - ¿Por qué? ¿Por qué seas la muchacha más hermosa de la fiesta? - Le respondió con cierto retintín el improvisado peluquero, hundiendo los dedos en el tarro de cerámica para recoger más mezcla, sin abandonar ese tono bajo, cómplice. Aunque no había nadie cerca que pudiera oírles, el cosquilleo nervioso de lo prohibido anidaba en sus entrañas, esa sensación excitante que solo los jóvenes albergan por las cosas más sencillas, que creen que les son vetadas. Serailäe hincho el pecho, ufana. Una sonrisa involuntaria y sincera se dibujó en su faz. Theradriel no necesitaba mirar a su hermana para verla. Se sonrió y siguió aplicando la pomada cosmética de forma dedicada. - ¡Te lo preguntaba en serio! -Le recriminó tras regodearse unos instantes, sin poder ocultar la alegría del cumplido por completo. -Mañana es un día especial, madre no se enfadará porque quieras agasajar a Alodien ofreciéndole una buena imagen. - Respondió con seriedad, porque sabía que ella lo necesitaba. Ese entendimiento tan simple les era natural, y había procurado entre ambos una estrecha amistad. Aunque la edad que los separaba era visible y ostentosa por su juventud. Ella apenas exhibía la sombra de los encantos que florecerían en su primavera, aún lejana. Él se hallaría practicando en la soledad de su dormitorio como lo hacía su hermano mayor en menos de dos décadas. - ¿Crees que me queden unos bucles como los suyos? -Una nota discordante ahogó la última silaba de la pequeña. El silencio reino en la habitación durante varios segundos. Aunque todos los habitantes de la casa se percataron de ello, fingieron no hacerlo. -Haré lo que pueda. -Eludió con poca gracia el joven, dejando el cabello completamente húmedo y rezumando pringue perfumado en paz. El arpa volvió a sonar, como si nunca se hubiera detenido. Él se puso en pie y salvo la distancia que lo separaba de la artesa llena de agua fría, donde sumergió las manos, intentando deshacerse de los restos de potingue con un éxito moderado. - ¿Y si quedo como un espantajo? -Se giró la elfa, oteando la figura de su hermano dando vueltas por la habitación. Él tomo la pequeña clepsidra que había sobre el guardarropa, y la llenó. Al instante el ligero rumor del agua se sumó a la música. -Entonces me haré un peinado ridículo, y haremos un número cómico. -Aseveró, con toda la seriedad del mundo que permitió a aquella broma cumplir su cometido, y llenar la alcoba con la risa entrecortada de su hermana. -Si haces eso se van a enfadar. - Le reprochó, siguiendo la ideación imaginaria, la pantomima de que pudiera acontecer. Otro día él habría ido a por su flauta, y ella habría cantado con su hermosa voz hasta que el agua hubiera llegado a la última línea dorada del recipiente inferior del reloj. Sin embargo, aquella era la noche de Alodien, el silencio le pertenecía. -O quizás hagamos tanto el ridículo, que cualquier cosa que haga Alodien parecerá una genialidad. -Se irguió y alzó el mentón, fingiendo un destello de brillantez en su ridícula idea. -O termine estampándote la lira en esa cara tan dura que tienes por estropearle el día. - ¡Al revés! Su nombre será leyenda en comparación con nuestro espectáculo, y en agradecimiento, bautizará su lira con el nuestro. -Por eso te queda bien la flauta, porque no hay quien crea tus historias, y con ella no hablas. - Le sacó la lengua con una mueca infantil y juguetona, antes de volver a reír. - ¿Qué dices? ¡Pero si soy un encanto! -Apoyó la palma en su pecho, y se inclinó hacia atrás, en un gesto ofendido sobreactuado hasta para el teatro. Ella rió más fuerte, y se tapó la boca con ambas manos. - ¡Para para! -Suplicó entre risas, procurando ahogar estas en sus palmas o la garganta. - ¡Nos van a oír por tu culpa! -Eres tú la que se está riendo como un murloc. - Le hizo un gesto con la mano, conminándola a tomar asiento a los pies de la artesa. - ¡Yo no me rio como un murloc! -Jagvjhahahagbrlgblargh jajaj gblrg. - La imitó pobre y exageradamente. Serailäe soltó su camisón mientras caminaba, dejando que la tela se meciera, holgada sobre su cuerpo ante su grácil andar, y le dio un golpe en el brazo al cretino de su hermano para que dejara de hacer esos ridículos sonidos. - ¡Para ya! Yo no me rio así. - Hizo un mohín, y se dejó caer al suelo, apoyando la espalda contra la pared pulida la artesa. -Haz algo útil, y enjuágame esto, me siento pegajosa. Esta vez fue el quien se rió, solo dejando escuchar su voz, aun aguda, entre los dientes, apretados con firmeza para evitar alzar el tono. Theradriel guio la cabeza de su hermana hasta que el agua hizo una corona sobre su sien, y sacudió el cabello que flotaba dentro del líquido elemento. -Se me mete en las orejas. - Se quejó solo por el placer de hacerlo. El chasqueó la lengua y respondió rodando los ojos. Cuando las briznas castañas ya no tenían una pizca de potingue, y solo habían quedado oleosas, se frotó uno de los jabones que había sacado del dormitorio de su madre cuando habían incursionado para hacerse con los cosméticos, y enjabonó generosamente la larguísima melena que tenía a su cuidado. Cuando volvió a aclararla, el bálago no permitía ver el agua. Intercalaron los chascarrillos con el silencio, porque lo primero calmaba sus nervios, y lo segundo les permitía apreciar la dedicación y empeño que Alodien ponía en su música, y hacia que lo admiraran un poco más. En ese vaivén, de palabras y contemplación, Theradriel la peino y separó el cabello en finos mechones. Con paciencia fue enrollando cada uno de ellos en unas piezas de madera hueca en donde se fijaba con cintas gastadas, hasta que no quedó un solo cabello suelto, y la maraña de rulos mantenía el pelo tan alzado y firme que, la delgada y blanquecina nuca de Serailäe era bañada por la pálida luz lunar. Él joven habría jurado que no había forma alguna de dormir con semejante parafernalia en la cabeza, pero, fueran los nervios, que por fin habían aflojado, la apacible nana con el arpa, o la intempestiva hora, un sopor se había adueñado de la muchacha, que ya, mientras le colocaba los últimos cilindros en el cabello, se balanceaba suavemente al ritmo de los tirones, y bostezaba tratando de mantener los ojos abiertos. Theradriel la acompañó hasta el cabezal de la cama, donde ella se dejó caer, quedando dormida en el mismo instante en el que tocó el colchón, estiró de cualquier modo la sabana sobre la elfa que ya roncaba bajo, y devolvió el jabón, el tarro de crema y los ruleros sobrantes al tocador de su madre. Como la idea había sido de Serailäe, le dejó la artesa como estaba para que se hiciera cargo ella del desastre, y trató de conquistar el sueño en su propia cama. Aun y el cansancio del día de preparativos, solo cuando ambas lunas ya habían pasado su zenit logró dormirse. ***** El jardín y los aledaños de la casa estaban adornados con guirnaldas, en su mayoría cordeles de colores de los que pendían pequeños farolillos de papel, aun apagados, ramilletes y lazos. Las macetas flotantes, que normalmente se encontraban bordeando la pequeña rampa del umbral del hogar, se habían dispuesto entorno al linde de árboles que delimitaba el espacio libre alrededor de la casa, y acompañaban mesas bajas y banquetas exteriores, algunas cedidas por los vecinos para tal ocasión. Aunque no tenían el portento como para montar una tarima, no lo necesitaban. Una glorieta vieja, que había visto aquella celebración más veces de las que se podían contar, y albergado a generaciones enteras de esa sangre, incluso antes de que se conociera con el nombre de Ban’Onthar, servía como espacio para los músicos. Las enredaderas, que florecían todo el año, se enroscaban en las columnas, y eran podadas con moderación para que no perdieran parte de su aspecto salvaje. Durante todo el día, fueron llegando familiares, algunos incluso venían desde la capital para esa fecha. Los más cercanos y compañeros de profesión se turnaban en la glorieta para acompañar la reunión con música de fondo, que solo fue interrumpida cuando hubo que subir el arpa de Eretrhia al mediodía, y cerca del atardecer cuando la retiraron de la misma. Las mesas exponían platillos fríos para picotear, casi todo de pie, así como bebidas espiritosas, algunas infusiones y jugos variados. La jornada fue ajetreada para todo el mundo, muchos no se veían en años, los menos emparentados se juntaban solo en esas raras ocasiones, por eso, la actuación principal se reservaba para el final, cuando la gente se había saciado de comida, bebida y rumores, y había tenido tiempo de dormitar en los bancos por la tarde, o de solicitar discretamente tumbarse en alguna alcoba si su viaje había sido especialmente largo. La fiesta de verdad empezaba a la noche, cuando se encendían los faroles, y el patio quedaba iluminado por la titilante y colorida luz de los mismos. La glorieta quedo deserta por primera vez en horas, con una solitaria silla, esperando al homenajeado. Alodien era un elfo de estatura mediana, pero su porte lo hacía parecer más alto, y lo dotaba de una presencia llamativa, aunque nada severa. Andaba con soltura, sonreía de forma arrebatadora, y, aunque no era más bello que un elfo promedio, tenía una actitud y personalidad, una gracia al moverse, que lo hacía destacar entre la mayoría de elfos. Un don que no era desconocido ni escaso entre los participantes del festejo. Subió con su andar felino, sosteniendo una lira entre las manos. Se inclinó y saludó, ocultando con el movimiento de su gesto, un temblor breve y nervioso que controló con presteza, y tomó asiento con una soltura indolente y ensayada. No tardaron sus dedos en hacer vibrar las cuerdas, y llenar el silencio con el claro sonido de su instrumento. Con anhelo palpitaba el corazón a la luna, hasta que en el amanecer respiraba. / Era la ambrosía la mañana, y en ella codiciaba su rostro, su piel y su canto. / Con celo furibundo su interior se agitaba, condenado a observar de otro aquello que amaba. / Era agua y la envidia le quemaba. Embravecido y aflicto se sacudía en vano. / Por aquel que odiaba poseía sus ruegos, acariciaba de espuma sus pies, y de amor proclamas guardaba. Era un soprano magnifico, su voz era conmovedora, sus manos se movían diestramente entre las cuerdas. Aunque no podría haber tocado en la corte todos le observaban embelesados. No porque su letra fuera magnifica, o por la libre poesía de la historia que narraba, era la emoción que hacia vibrar su canto lo que hechizaba. Cuando llego la parte en la que había fallado la noche anterior, sus padres y sus hermanos contuvieron el aliento, sin embargo, la voz y el instrumento siguieron avanzando con una coordinada simbiosis. Pero esas palabras no le pertenecían, la piel se le escapaba, y el corazón le dolía. / Por sufrimiento y ansia retuvo entre sus aguas, el pequeño navío con el corazón de su amada. / Y ella permaneció aguardando en la orilla, llovían sus lágrimas, el dolor la retenía. / La luna pasó, también el día, y sobre la orilla del mar languidecía. Oteaba el horizonte su mirada hundida, y por el pescador perdido sin cesar rezaba. / No reflejo la resaca más sonrisas, solo un sufrimiento amargo. / Pero al fin ella se acercaba, se adentraba en el mar a paso lento y desesperaba. / La abrazaba el piélago con sus olas, se enredaba tierno en su cabello largo. La mano pequeña de Serailäe se agarró a la manga de la camisa de su hermano de forma disimulada, y trago saliva con fuerza, su mirada muy abierta, totalmente fascinada, observaba al trovador. Theradriel no se dio cuenta, estaba deslumbrado, presa de una envidia muy distinta a la que describía la canción, un sentimiento blanco y puro de arrobo. Pero ella no respondía, fría, inerte, se ahogaba, moría. / Entre peces y corales, entre sal agonía, silenciosa, caía en el olvido. / Su melena flotaba, su piel se desvanecía. / Solo el mar en su recuerdo se agitaba, tormentoso y vesano. / Añoro su luna carcelera, deseo los celos, las sonrisas de alegría que no le pertenecían. / Anhelo todo aquello que había perdido. La música del laúd siguió sonando un poco más después de que la última silaba hubiera abandonado los labios del cantor, y se perdió en la melodía hasta el silencio, solo entonces se extendió la última nota de la lira. Los más sensibles de entre los oyentes precisaron de unos instantes para reponerse, el resto se los concedieron. Cuando la cortesía hubo terminado, aplaudieron y empezaron a desfilar hacia la glorieta, felicitando al trovador por su “primera” pieza. -Algún día tendré a alguien que me escriba canciones tan hermosas como esta. - Murmuró Serailäe, parpadeando varias veces para dejar de tener los ojos vidriosos. -Me parece que vas a tener que ser tu quien componga. -La pinchó su camarada, mientras se reunían con sus padres, aguardando para agasajar a Alodien cuando hubieran terminado el resto de invitados. - ¿Y eso por qué? Encontraré alguien que cante y que me quiera. -Alzó el mentón, haciendo que los perfectos bucles castaños se sacudieran graciosamente entorno a su rostro y sobre sus hombros desnudos. -Eso va a ser aún más difícil. -Sonrió burlonamente el adolescente, con una malicia que no era realmente malintencionada. Ella le pellizcó el brazo por encima de la camisa, aunque la fina tela apenas amortiguó nada. -Entonces me la escribirás tú, y yo a cambio le pondré tu nombre al arpa que me haga papa cuando sea mi fiesta. – Aprovechando la espera, se decidió a atacar lo que había quedado en una fuente cercana de las tostadas de pan especiado con confitura de manzana. - Sabes que toco la flauta, si te canto algo, ¿Con que quieres que toque? ¿Con los pies? -Le robó de la mano el tentempié y lo engullo de un bocado ante la mirada estupefacta y de reproche de su víctima, la cual se vengó con premura dándole un puntapié en la espinilla de forma disimulada, haciendo que casi se atragante con el canapé. -Me compones algo con la flauta ¡Mira tú que listo! Como si no pudieras componer algo para mí. - Tomó otra tostada, pero esta vez la hizo desaparecer entre sus labios rápidamente, ni bien terminada la última palabra, para evitar que se la arrebataran. - ¿Y cómo sabrás si es algo para ti? -Se sonrió el joven. -Lo sabré. - Aseveró con tanta convicción, que él llego a creerla. Cuando el ultimo invitado hubo felicitado a Alodien, este ya no estaba en la glorieta, en su lugar, dos de sus tíos y un primo que vivían a un par de aldeas de distancia habían sacado brillo a sus instrumentos, y tocaban para que el resto de invitados pudieran bailar. -Los enanos no van a dejarte ni comer ni dormir con tal de que cantes sobre sus leyendas. - Theradriel fue el último en acercarse. Primero dejo que su hermana menor se cansara de abrazar a Alodien y de balancearse desde el talón a las puntas de los pies con entusiasmo, luego a que sus padres le hubieran obsequiado con medidas muestras de aprobación y afecto. No por educación, o cortesía. Theradriel admiraba a su hermano, un sentimiento que en aquel momento rozaba la reverencia, y le costó su orgullo, nervios y unos instantes reponerse antes de sentirse capaz de felicitarlo sin temor a quedar como un mocoso embobado. -Esa es la idea. -Contesto con una sonrisa placida, apoyando la mano sobre el hombro del muchacho. - Una ciudad tan nueva necesita sus propias canciones. - ¿No estás cansado? - Nada más pronunciar aquello, se sintió completamente estúpido. Quería alabar y decirle que tanto le había entusiasmado su pieza, o lo contento que estaba de que fuera a llevárselo en su viaje por recolectar cuentos y vivencias de otros pueblos, pero siempre le costaba ser honesto con su hermano. -Dormí bien anoche. - Mentía, porque Alodien pecaba de lo mismo, no queriendo romper la imagen que tenían de él los menores, aun y que aquello que sabían de la verdad solo lograba que lo admirasen más. – Cuando te toque a ti lo entenderás. - Sonrió nuevamente, con una calma que no sentía. Eran los nervios, la adrenalina que aun cosquilleaba en sus manos lo que lo hacía permanecer despierto, la emoción de que ahora era uno más. La noche fue larga, y paso rápidamente para casi todos los asistentes. Los chiquillos se fueron durmiendo a lo largo de la noche, y al amanecer, los invitados, casi todos insomnes, emprendieron la marcha hacia sus respectivas casas. ***** Theradriel había revisado su equipaje por lo menos cuatro veces en lo que iba de día, y más de una decena la última semana. Sabía que no se olvidaba nada, pero no podía sacarse de encima esa sensación de que, una vez atravesaran la frontera, seria cuando se acordara de qué había descuidado en sus preparativos. A medida que el momento de partir se acercaba, esa incertidumbre azuzaba la inquietud que le hacía una bola en la garganta, y le dificultaba tragar. -Pensaba que ya tenías el equipaje hecho. - La voz de Alodien reveló la presencia de este en el cuarto, que llevaba ya unos instantes sin resultar advertido, observando en silencio el prolijo orden de la ropa doblada, y los diversos enseres dispuestos sobre la almozalla. -Está hecho. -Se enderezó el dueño, como si acabaran de tensar la cuerda de una marioneta para hacer que se irguiera por completo. -Solo. -Frunció los labios un instante. - Reviso que no me esté olvidando nada. - Prosiguió, recorriendo la exhibición de pertenencias que aguardaban sobre la cama a ser acomodadas nuevamente en el morral de viaje. Su homologo imitó su gesto, mientras un silencio contemplativo se adueñaba de la alcoba. -Creo que tienes todo lo que necesitas. -Sentenció con tranquilidad el mayor de los elfos, dándole una palmadita en el hombro, con la que buscaba disipar los nervios de este. No había nada más que pudiera hacer para proporcionarle calma, sabía que no se arrepentía de haberle pedido que lo llevase con él, también era consciente de que, si trataba de aligerar su corazón recordándole que todavía podía decidir quedarse, permanecería en la villa. No porque ese fuera su deseo, sino porque, a pesar de lo que pudieran decir ambos, se creería una molestia, y tomaría cualquier excusa por la cortesía y los piadosos engaños de alguien que no le buscaba ningún mal y quería limpiar su conciencia. A medida que iban creciendo, su relación se había vuelto así, más distante. Había un profundo aprecio entre ellos, pero eso no había sido suficiente para salvar la grieta que, el orgullo, y la ambición de satisfacer las expectativas del otro, habían creado. Alodien extrañaba tiempos más sencillos, donde eran más pequeños, y eso les permitía ser más honestos, y confiar en sus palabras. Theradriel esperaba expectante por un provenir en donde se sintieran iguales, en que el futuro le permitiría que se miraran con honestidad y que la verdad fuera tan evidente, que no albergaran miedos al hablarse de las cosas más importantes. Serailäe entro en la habitación como un relámpago, apartó parte de los enseres de su hermano de la colcha, y se sentó en la cama con las piernas cruzadas, y los pies descalzos, con la planta ensombrecida por la tierra del jardín. Tomó aire, alzó el mentón, y con el porte y el tono de un bederre que hubiera decidido perdonar la vida a los condenados, habló. - ¿Qué me vais a traer de bonito? -Les exigió a ambos. El último mes había estado de un humor de perros porque no le habían permitido a ella acompañarlos en el viaje. Sobre todo, cuando vio que sus hermanos mayores no abogaban por ella ante sus padres, porque también la consideraban demasiado joven para tal travesía sin mayor supervisión. Finalmente les había perdonado. No quería que partieran con el enojo de por medio, pero tampoco estaba dispuesta a bajar la cabeza completamente. No se había retractado, simplemente los quería más de lo que estaba dispuesta a defender el tener razón, y una cosa, no significaba renunciar a la otra. - ¿Qué vas a querer? – Preguntó con una docilidad servil Alodien, acercándose a la cama. -Hm…- Se dejó caer hacia atrás la pequeña, acomodando ambas manos tras la nuca mientras miraba el techo. – Quiero…quiero… quiero algo que no se compre con dinero, y que no se deteriore con el tiempo. - Empezó, esbozando una sonrisa socarrona y desafiante hacia sus hermanos. - Algo que haya nacido en esa tierra. -Prosiguió, haciendo pequeñas pausas para rumiar. – y que mute con el tiempo. -Finalizó, tanto su petición como esa pantomima de que la estaba improvisando. -Haré lo que pueda. -Respondió servicial el mayor de los elfos, con una reverencia corta, siguiéndole el juego. - ¿Y tú? ¿No piensas traerme nada? -Giró de costado hasta quedar tumbada sobre su abdomen, para ver al joven de pelo castaño mal atado que intentaba meter todo su equipaje en el morral y apartarlo de la muchacha que ya había aplastado parte de la ropa. -Que codiciosa. ¿También yo tengo que traerte algo? - ¡Por supuesto! Ya que no quieres llevarme, vas a traerme algo. -Lo acusó. Y aunque era mentira, logro hacerle sentir los suficientemente culpable como para que no volviera a replicar. – Quiero…quiero…-Empezó una vez más. - Algo que pueda llevar siempre conmigo…- Giró por la cama, ya libre de útiles, y empujó con el pie el morral, haciéndolo caer a un costado del lecho. - Algo que tenga el corazón de esa tierra, y que tenga el sudor del esfuerzo. -Lo suyo es mucho más fácil. - Resopló por la nariz Theradriel. - ¿No prefieres que también te escriba yo algún cuento? -No.- Negó varias veces con la cabeza, con gesto caprichoso. - ¡Y no se vale que os ayudéis entre los dos he! -Él va a buscar leyendas para sus canciones, no es justo, no le has dado trabajo extra. -Y tú vas a hacer el vago, así que no te quejes, vas a tener algo en lo que trabajar. - Le sacó la lengua. -Ahí tiene razón. - Rio gustosamente Alodien por primera vez. Incapaz de replicar, el acusado chasqueó la lengua y cerró su morral a la vez que lo levantaba del suelo. Ella se sonrió. -Bueno, os iré a despedir mañana. - Dictaminó, saltando de la cama al suelo con esa agilidad de cervatillo que le era tan propia, y se acomodó la falda con las manos con aire solemne, antes de retirarse del dormitorio. ***** La partida había sido amena, aunque ambo elfos apenas habían podido dormir la noche anterior. La familia los acompaño hasta las afueras del pueblo, e hicieron la primera parte del trayecto en zancudo. Cuando el camino era amable, se daban el lujo de cantar por voces fragmentos de canciones populares, y de azuzar a sus monturas para que pudieran correr y estirar bien las patas. La frontera del reino de Quel’thalas con el resto del mundo era clara hasta para los bosques, el follaje y la tierra cambiaban, el aire era diferente una vez abandonado el reino. Aun y si no hubiera habido el portón del reino, o señal alguna, cualquiera habría podido distinguirlo. El aire estival y cálido barrio el frescor de la brisa primaveral de los bosques dorados. Arboles de follaje verde y denso, de hojas de aguja y formas nuevas bordeaban los caminos de tierra y piedra, apenas transitados, que conectaban las tierras de los sureños con el mágico reino de los elfos. En la primera posada del camino, refrescaron las monturas por los peores caballos. Tenían poca prisa y menos dinero, pues su idea era conseguirse el sustento mayormente tocando en las tabernas, y lo poco que llevaban era por si no los acompañaba la suerte. Alodien quería hacer de ese viaje una especie de peregrinaje personal, del que volver con historias, ideas que no poseían aquellos que jamás habían abandonado sus fronteras, y con algo más de experiencia. Theradriel veía en aquello una oportunidad para expandir su mente y sus ideas, para que muchas cosas dejaran de ser ideaciones y cuentos. -Son…. Feos. - El joven de la dupla había decidido fingir no hablar el común tan pronto como había visto al posadero, y los parroquianos del lugar. –Mira, tienen el pelo grasiento y su piel parece la de un escuerzo. El posadero, un hombre que aún tenía un par de décadas por delante, y la curva de la felicidad se pronunciaba poderosamente ante sí, miraba a los dos elfos desde detrás de la barra, con las manos apoyadas sobre su oronda barriga. - ¿Qué dice el mozuelo? -Que nos gustaría algo de heno para los caballos de refresco antes de partir. -Mis caballos están bien comidos. -Se dio un par de golpes sobre la panza el posadero. -Mejor comido está el, va a reventar Alodien, dile que pare de golpearse o nos va a bañar con sus tripas. - Bromeó con insolencia el adolescente, sin abandonar su lengua madre. Tenía la viveza de hacer esas maliciosas bromas, pero el cuidado de no pronunciarlas en un idioma en el que pudieran entenderlas. El posadero paso la mirada de uno a otro, interrogante. Imperturbable, y con su amabilidad característica, el mayor no tardó en responder, para no dar pista al humano de lo que realmente estaba ocurriendo. -Dice que le parecieron recias bestias, que seguro que nos llevan varias millas sin cansarse. – sacó de entre su camisa un saquito que tintineaba con la canción inconfundible de las monedas al repiquetear entre sí. - No está acostumbrado a ver caballos. -Mi caballo es una mierda. - Thanováth se peleaba con las riendas. En las ultimas millas el corcel había intentado girarse cuatro veces, se había negado a trotar otras dos, y casi había arrollado a un grupo de comerciantes que iban a pie cuando se le habían descontrolado las riendas, pese a que el camino estaba en buen estado. -Seria aun peor si el posadero hubiera entendido que es lo que estabas diciendo. -Oh vamos, no puedes decirme que no tenía razón. -La tienes, pero eso no significa que debas decirlo. -Soy un hombre sincero. -Imprudentemente soltó las riendas con una mano, para llevársela al pecho con teatralidad. A causa de tamaña estupidez, el equino se le encabrito y casi termina volando de la silla, por puro equilibrio y suerte logró mantenerse asido al lugar, y que la bestia volviera a caminar sin hacer numeritos de mal genio. -Serás un hombre sin crisma si sigues haciendo el tonto. Aunque esquivaron las ciudades, tuvieron que cruzar algunas aldeas. La dupla de hermanos evito pasar más de lo necesario en ellos, y solo hacían noche en las posadas que se encontraban en los cruces, en los cuales tocaban en conjunto durante varias horas a cambio de una cena humilde, y poder dormir en el salón cerca de las brasas del hogar. Cuando se sentían con ánimo de seguir viajando, y el día era especialmente caluroso, dormían al raso cerca del camino, observando el despejado cielo estrellado, y escuchando la orquesta de animales nocturnos regionales. Aunque las bromas pesadas y los comentarios audaces, e irrespetuosos de Theradriel fueron abundantes las primeras jornadas, después de una semana en los caminos ya se había empezado a habituar al aspecto de los campesinos y aldeanos. Cuando llevaban la mitad del viaje, y las grandes montañas que delimitaban las tierras del interior ya se podían ver en el horizonte en los tramos donde el camino era elevado, o los arboles no tapaban el paisaje, empezó a animarse a hablar el común, aunque su marcado acento lo hacía difícil de entender para los nativos. Alodien evitaba parar demasiado, no porque tuviera algún tipo de rechazo hacia la buena gente de Lordaeron, sino porque sabía que, si se detenía en cada aldea, empezaría a ralentizar aún más su marcha con tal de averiguar de estas, y quería estar de vuelta a su tierra antes de que llegase el invierno. Intentaron virar al sur en Villa Darrow, pero no había caminos, y el terreno era muy escarpado, así que se vieron obligados a rodear el Darrowmere hasta Andhoral y así cruzar el rio que alimentaba el lago para dirigirse a su destino. Cuando se hallaron en la intersección pasado el primer rio, encontraron tres caminos, el más cuidado era el empedrado que ascendía hacia Alterac, donde las inmensas montañas, cuya cúspide exhibía motas blancas aún bajo el sol veraniego, no necesitaba cartel ninguno para presentarse. Los otros senderos, de tierra, eran dos, el que seguía el segundo riachuelo hasta el mar, o el que lo cruzaba y ascendía por los montes al este. Tomaron el último tras hacer el último cambio de monturas en el hostal del cruce. Estuvieron a punto de llevarse un par de bayos de buen aspecto, cuando mencionaron su destino, entonces el encargado se negó a hacerles el intercambio si no era por dos carneros. - ¿Qué es esta suerte de bestia? ¿De verdad espera que nos montemos en esto? - Theradriel miró con suma curiosidad al extraño animal, y acercó con lentitud la mano, mientras su hermano discutía en un rincón de la cuadra, intentando conseguir los caballos. El bichejo con la mirada extraviada le olfateo la mano, y no tardo en enganchar con los dientes la manga del elfo para empezar a rumiar. - ¿Cierto o no que eres un ser muy simpático? -Acarició el áspero pelaje que salía, desmechado, desde la base de los rugosos cuernos del carnero. - No quisiera que me dieras una cornada amigo. - El bestia balo y perdió el pedazo de manga, aunque lo sustituyó rápidamente por un borde de la capa de viaje del elfo. - ¡Alodien!¡Alodien! -Llamó a su hermano haciendo aspavientos. - ¡Mira que gracioso el bicho! ¿No podemos llevárnoslo? Si el buen hombre dice que el camino es para un… -Carnero. -Se apuró a contestar el palafrenero, queriendo aprovechar el entusiasmo del joven para terminar de convencer al que poseía el dinero. -Son animales nervudos estos, te suben la montaña y ni siquiera resuellan. –Se acercó a otro de ellos y le dio un par de palmadas en el lomo, la bestia ni se inmutó, y él abrió los brazos exponiendo al animal, como si aquello hubiera sido una gran prueba. -Se los puedo tener ensillados y listos para el camino en el momento, incluso os pondré las sillas buenas, porque no conocéis mucho a las bestias. - Ofreció servicial y con amabilidad, aunque él llamaba sillas buenas a todas sus sillas, y aquel discurso no era parte de otra cosa que su acto de comerciante para poder sellar el arreglo. - ¿Ya vas a saber cómo montar esa bestia? - El mayor empezaba a ceder, pero tenía la duda en el rostro reflejada con tanta claridad para el dueño del establo como la luz del día. -Son buenas monturas estas, no se encabritan, a lo sumo se ponen tercos, pero los dejas pastar un rato, o les das en la cola con el vergajo y listo, no tienen mucha vuelta. -Me gustan más los caballos, tienen mejor aspecto. -Es de locos subir esos montes con los caballos, muy pedregosos, escarpados, y no hay paradas porque el terreno no permite construir nada a medio camino. No voy a cambiaros los caballos buenos por esos dos cansados para que me los matéis, no señor. -Colocó los brazos en jarra, empezando a perder la paciencia. Llevaban por lo menos una hora y media de discusión, el buen hombre hacía ya un rato largo que había empezando a hartarse. - ¿Qué más te da si son carneros o caballos? Acéptale al jayán las bestias, el animalejo este es más simpático que el otro rucio que me ha intentado matar una vez por milla. - Voceó en Thalassiano el joven, sin dejar de jugar con el morueco. Sabía que, si el vendedor conocía del mal carácter del caballo, les cobraría unos cuantos cobres extras. Alodien suspiró y cerró el trato. Al cabo de una hora ya no se veía el establo, y seguían el rio en busca del puente para cruzar hacia las montañas. Theradriel atusaba a su montura allá donde la gualdrapa no le cubría el costado, animado por lo extraña que le resultaba la criatura, y porque esta no parecía quererlo hacer volar de la silla. Su hermano tenía problemas para hacer avanzar la cabra cuando se acercaba demasiado a los matojos de tomillo que crecían a los lados del camino, pero pronto aprendió a evitarlos. Al final, el palafrenero tenía razón, y los carneros fueron una excelente elección para el largo y escarpado camino que tenían por delante. ***** Por encima de las copas de la foresta emergía una gigantesca águila de piedra, erguida, imponente, sobresalía más allá de los picos más altos de la cordillera, y su piedra pulida reflejaba la luz del sol estival. Al principio, había hecho creer a los elfos que se hallaban cerca de su destino, pues su tamaño era tal, que no cabía en su imaginario que pudiera encontrarse lejos de donde estaban. Aunque azuzaron sus carneros, y lograron mantenerlos a buen ritmo, habiendo aprendido a mantener el paso en el largo camino por la sierra, el aguilucho de roca no parecía más cerca que cuando habían atrapado por primera vez su silueta sobre el cielo. Las asentaderas les dolían del traqueteo, fruto del ritmo presto, y el sol ya había llegado a su zenit cuando se encontraron a un buhonero que tomaba el camino en dirección contraria. Tenía una barba blonda y de elaborado recogido, que aun así le cubría la hebilla del cinturón. Varios anillos de madera tallada sujetaban las guedejas al final de las trenzas. Al contrario que su cara, la cabeza la tenía completamente calva, y la luz destellaba sobre la curtida tez morena. En la figura redondeada y perfecta de su cráneo, se dibujaban cenefas de piel teñida con un azul desvaído. Aunque aquel ser era, por lo menos, un palmo y medio más menudo que el menor de los elfos, al que aún le quedaba crecer, su figura era recia, y los músculos de sus brazos se marcaban prominentes, expuestos, mientras sostenía las riendas de su carnero. La bestia cargaba con estoicidad un serrón de esparto, lleno hasta los topes y cubierto por una lona vieja de arpillera, atada con sencillez. El comerciante aminoró el paso a medida que llegaba a la altura de los viajeros. -Eeeaaa eeaaa Wilburga ¡Eeeeaa! - Se escuchó aun a lo lejos como el sujeto voceaba al tironear de la cabra para medir su paso. El enano no esperó a estar más cerca de los elfos para hablarles, en vez de eso, subió el tono, denotando una proyección de voz admirable. - ¡Os han embarullado los carteles veo! - Los dos elfos se miraron entre sí, buscando confirmar que habían entendido bien al paisano. - ¿No se me escucha? - Volvió a gritar el enano, esta vez más fuerte. En vez de empezar a dar voces, ambos hermanos asintieron ostentosamente. -Bien, bien, pues tendríais que dar media vuelta, y tomar el camino al este. Al pie del lago están los vuestros, con sus arcos, y sus flechas, y sus casas de madera. - Con sorpresa vieron los habitantes del norte, como el enano soltaba ambas riendas y gesticulaba con soltura al hablar, haciéndoles gestos completamente innecesarios gracias a la claridad con la que les llegaba su poderosa y estridente voz. En ningún momento pareció que fuera a caerse. Los elfos sintieron despejarse la duda que había sembrado el pelón montado. Viendo innecesario imitarlo siendo que cada vez se hallaban más cerca, optaron por guardar silencio. - ¿Se me escucha? -Volvió a gritar el enano. - Que los elfos están hacia allá, allá. -Empezó a señalar hacia su espalda. - Bueno, ¡La mía no! ¡La vuestra! - Señaló hacia el frente, con gesto tosco, y sin perder un ápice de la buena voluntad que lo movía a ser tan insistente. -Vamos a Pico Nidal señor. – Reveló finalmente Alodien, una vez se hallaron ya a poco más de un par de metros. -Oh, ya veo. – Los miró con una curiosidad que no se mantuvo lejos de su boca más de un suspiro. – Pues aún hay medio día de camino de dónde vengo, menos si apuráis los carneros. - Palmoteó a su buena dama de tiro en el cuello. La cabra baló. - ¿Para qué van dos elfos sin nada a Pico Nidal? ¡Sin ánimo de ofender! - Reveló la duda que le rondaba por la mente, mientras se inclinaba en su silla, corroborando que no portaban alforja alguna que no hubiera visto antes en un descuido, o por el tamaño. -Historia señor, venimos a escuchar historia, y a ver la ciudad. La fama la precede, aunque es más nueva que la mitad de los reinos que la rodean. -Alabó Alodien con un gesto amable, y la sinceridad en la voz. - ¡Ja! ¡Quizás es más nueva, pero seguirá aquí cuando el resto caiga! - Se hinchó jactancioso, ya llegando a la altura de los elfos. - Entonces estáis en la dirección correcta. Buen camino, buen viaje y que no os falte la cerveza. -Buen camino, buen viaje y que no te falte la cerveza. - Repitieron al unísono los dos elfos, arrancando una risotada al enano, que ya empezaba a dejarlos atrás, la cual no comprendieron. -Eeea eeeeea Wilburga ¡Eeeeeaaa! - Fue lo último que escucharon del Martillosalvaje, mientras cada cual se dirigía a su destino. Aquel breve encuentro causo en el joven Theradriel una honda impresión. Aunque al principio lo que había llamado más la atención al joven elfo había sido la apariencia estrafalaria del enano, fue su carácter lo que perduró en la mente, con una mezcla de simpatía y extrañeza. El griterío que normalmalmente le hubiera resultado molesto le había caído en gracia porque había algo genuino en el modo en el que el buhonero había hablado, en esa buena intención de ayudarles, que hacía que su elección de palabras, aunque discutible, no pudiera pasar bajo ningún caso por algo malintencionado. “Si todos los enanos son tan pintorescos, la estadía en sus tierras va a ser agradable.” Pensó, y no se equivocaba. Anochecía cuando llegaron a la ciudad. En las afueras, que no eran otra cosa que la ladera de la sierra, casas de techos curvos, sumamente bajas, emergían de la tierra casi por completo, muchos de sus techos se fundían con el terreno, cubiertos por gruesas capas de césped y verdor, dando la apariencia de una ondulante masa de pequeñas colinas con puertas, ventanales y pendientes de piedra. Muros bajos que les llegaban poco más arriba de las rodillas a los elfos bordeaban los caminos, cuya superficie se interrumpía y alzaba en pilares que sobresalían con faroles, también pétreos. Desde el pie de la capital podía verse como está se alzaba y sobresalía de la montaña. Unos torreones cilíndricos, con ventanas estrechas cual aspilleras, eran engullidas por las escarpadas pendientes de la sierra, a lado y lado del águila que presidía la urbe. Mientras que muchas casas eran chatas y anchas, otros edificios poseían una envergadura imponente que rivalizaba con las villas de los bosques de los elfos. Ninguno de los dos hermanos era capaz de adivinar la función de todos ellos, aunque advirtieron un mercado cubierto. Las calles empedradas estaban aún llenas de enanos que discurrían en todas direcciones. Diligentes los faroleros se encargaban que la luz no abandonara las mismas por mucho que se ocultase el sol, y gracias a ello no tuvieron el menor problema para localizar un mesón con un buen establo. ***** Karnad dio otro trago a su cerveza negra. La mayor parte del líquido empapó sus bigotes, y goteó por la comisura de sus labios, mojandole la barba, de un bermejo apagado que llevaba casi suelta. -Enanos contra enanos, eso sí que fue una pelea fiera, el problema vino cuando fueron algo más que enanos. - Su rostro estaba tan sombrío como su voz. El alcohol le había empezado a pasar factura y arrastraba las letras, su común resultaba difícil de entender a pedazos, porque se marcaba en demasía su acento. Un silencio lóbrego se extendió por todo el salón de la taberna, nadie se atrevió a romperlo ni siquiera con el murmullo de la cerveza rellenando una jarra, o humedeciendo un gaznate seco. Cada uno de los allí presentes esbozaba una expresión severa, un rictus necrológico, una contemplación respetuosa a los terrores que se narraban, y a los muertos. Los elfos aguardaron con paciencia a que su narrador terminara de respetar a sus conmilitones caídos. - ¡Un rayo os lleve! ¿Por qué queréis hablar de esto? -Rezongó el enano, bebiendo largamente. No esperaba una respuesta, porque ya se la habían dado muchas veces aquella noche. Habían tardado un mes entero en conseguir que no los mandaran al cuerno tras pronunciar el nombre de Grim Batol, y se habían ganado ser expulsados a patadas de una de las posadas de la ciudad. Otro mes más transcurrió hasta que lograron escuchar de las primeras batallas, anécdotas vagas por parte de algún que otro veterano de la Guerra de los Tres Martillos. Ya se terminaba el verano, cuando por fin habían conseguido un mejor relato de esa batalla negra, o por lo menos, estaban en ello. -Las sombras nos atacaron, ¡Nuestras propias sombras! Y no había casi luces ¿sabéis? Dentro de la montaña, en los pasillos, casi en completa oscuridad, y ganábamos. Oh si, estábamos destrozando a esos malnacidos, hijos de ogra, excrementos de wendigo putrefactos, …- Karnad siguió durante tres minutos más enumerando una ristra larguísima de todas las palabras malsonantes que conocía, aunque, como lo hizo en enánico, aquellos con quienes compartía mesa nunca supieron que estaba diciendo exactamente. -Y entonces Falrdrin desapareció, de la nada, escuchamos sus gritos. Y te juro que era un hueso duro de roer, perdió una pierna al principio de las disputas en Forjaz, pero incluso cuando se la cortaron, no llamo por su madre, palabra de enano. –Juró. El puño cerrado de Karnad impactó sobre la mesa de madera, haciendo saltar el contenido de la jarra, que lo salpicó todo, y rodar un par de picheles ya vacíos, que se estrellaron contra el suelo con metálico estruendo. -Las sombras te atrapaban, no sé cuándo empezó, dicen que fue esa hechicera, esa furcia hierro negro. - Otra ristra de insultos en su lengua madre hizo de interludio, aliviando un poco la tensión de la estancia. Incluso cuando Karnad narraba, el resto de enanos permanecían en silencio, sumidos en sus pensamientos, aunque poco a poco se levantaban y abandonaban el lugar, idos, como si les hubieran absorbido toda la alegría del cuerpo. Aun no se cumplían los 50 años de la de la guerra. -Mogud.- Pronuncio con sumo desprecio y en un susurro. La mayoría de los presentes hicieron un rictus con las manos, y dieron un par de golpes con el talón en la tierra, para alejar el mal agüero. Theradriel les imitó, porque jamás había desdeñado el poder que entrañaban las palabras. -Peleabas y de golpe algo te envolvía, era tu propia sombra que te agarraba, te atraía a las tinieblas. -Se estremeció el enano. - Y a medida que te sumergía te abrasaba por dentro. Y no muchacho, no el cuerpo como cuando te salpicas con aceite. ¡El alma! - Levantó la jarra y engullo de un solo trago todo su contenido, como si creyera que así su espíritu sería más pesado y no podría abandonarlo. Alodien asentía en silencio, atento, hechizado. Theradriel había aprendido rápido a traer más cerveza cuando esta se acababa, porque si cuando el enano volviera a tener sed no tenía nada a mano, usaría esa excusa para no seguir hablando. Aquello lo habían aprendido por las malas. -Los hicimos recular, más por el miedo de permanecer dentro que otra cosa. - Murmuró con honestidad, pasándose la mano por la cara, secándose la barba con la palma en el proceso. - Nos abríamos paso, pero no solo eran nuestras sombras. Eran las nuestras, las de ellos, las que generaban los faroles cada vez que se tumbaba uno en la refriega. Demonios, diablos, no me preguntes que era aquello, no quiero saberlo, ni siquiera pensar en ello. ¿Por qué diantres de estoy contando esto muchacho? -Preguntó por enésima vez. – Nunca me había sentido tan dichoso de tener el cielo sobre la cabeza como cuando salí de allí, nunca. La mano del enano tanteo la mesa, y encontró con otra jarra de cerveza, con la espuma aún caliente, de la que dio buena cuenta. - Los perseguimos hacia sus tierras, hasta que reventó todo, se vio el humo a lo lejos por días. – Durante una buena hora se entretuvo contando como cazaron e hicieron recular al ejercito Hierronegro junto con los Barbabronce. Nadie le interrumpió, porque parecía necesitar el poder recrearse en ello. -No quiero saber que paso, pero no nos metimos allí. Ganamos la guerra y volvimos a casa. Aunque ya no teníamos una. Algunos intentaron entrar, la hermana de mi mujer, por ejemplo, no la vimos más, a seis niños dejo huérfanos. El mediano, Garim, es el que tengo en la barra, es un buen muchacho, tiene brazos fuertes. -Se acomodó en el asiento y se pasó ambas manos por el rostro, tratando de barrer los desagradables recuerdos que había despertado aquella charla. - Yo no volví a entrar. Ni aunque hubiera tenido a mis muchachos a dentro me habría metido en ese lugar maldito, la luz sabe que puedo engendrar más, pero que de esa montaña no se sale vivo. La conversación se alejó rápidamente de la Guerra de los Tres Martillos, o por lo menos, de Grim Batól, y tomó un aire más ameno. Los enanos que quedaban en el salón, casi todos emparentados con el dueño del lugar, que había ejercido de narrador aquella noche, se sumaron a la mesa, y bebieron, rieron y cantaron canciones obscenas hasta que ahogaron todos los recuerdos. Si aquello había sido la verdad, o solo las memorias distorsionados por los estragos de la guerra, era algo que ninguno de los dos hermanos se atrevía a aventurar, lo único que podían asegurar era que lo relatos de Grim Batol, eran, sin excepción alguna, espeluznantes, y ninguno de los dos puso un pie en esa montaña jamás. ***** El otoño ya había teñido todo Lordaeron cuando Alodien y Theradriel emprendieron la vuelta. De los enanos habían aprendido muchas cosas, canciones, cuentos e historia, no solo de las fantásticas, también de las reales y tremendas que creaban mitos y leyendas. Aprendieron qué cosas no había que hacer nunca con un enano, entre ellas intentar gritar más fuerte, lo que le había ocasionado al menor una ronquera que lo tuvo callado una semana. Beber lo mismo o más que ellos, e incluso la mitad era una imprudencia para Alodien, y una temeridad para un novato como Theradriel. Se habían encontrado anonadados tras comprobar, al borde de reventar sus chalecos, que comer la misma cantidad que ellos, por menudos que fueran, era una autentica salvajada. Aprendieron de lo que tenían que cuidarse, pero, sobre todo, aprendieron a disfrutar y descubrir un mundo completamente diferente. Los enanos eran, para el joven, intensos, los reyes de la jarana. Siempre tenían un juego nuevo, aunque muchos de ellos implicaran beber, apostar, competir en alguna proeza de fuerza o realizar algún reto ridículo, peligroso o ambas cosas. Observaron cómo los peores, y más originales insultos, podían escupirse con el mayor de los afectos, y de paso, memorizaron unos cuantos. Mientras que Alodien quedo completamente encandilado con sus juegos de palabras, y la seriedad que podían adoptar sus sabios, el menor admiró con asombro como algo, que le había resultado, en apariencia, caótico, tenía un orden claro, como los enanos eran un pueblo libre en donde cada cual sabía cuál era su sitio, y cada clan era un mundo nuevo. Pero, mientras el mayor sació la semilla de curiosidad y ansia de saber que lo había llevado fuera de las fronteras de su reino, en Theradriel había echado raíz una necesidad incipiente por conocer otras tierras, y gentes. La dupla de elfos decidió quedarse con los carneros durante casi todo el viaje de vuelta, y, aunque fueron más lentos, también resulto menos accidentado su trayecto. El frio, al que no estaban nada habituados, les impidió acampar a la intemperie, y empezaron a parar para tocar en las plazas de los pueblos para conseguir más solvencia. Cuando llegaron a la encrucijada de Corin, se encontraron con una caravana de mercaderes en la que había un par de elfos, y se sumaron a esta. Hicieron Quel’thalas a pie, y tomaron caminos separados una vez había quedado atrás la frontera, y los peligros de esta. Se despidieron del grupo de arropieros que se dirigía a la aldea Brisa veloz y siguieron por su cuenta. Durante todo el camino, Alodien se dedicó a componer una canción sobre un enano y su grifo, su vínculo con el aire y la tierra, una melodía sencilla y tranquila, pero pegadiza. Theradriel había comprado un par de anillas de piedra y madera como las que usaban los enanos para atar su pelo, y con unos cordeles de colores, una cadena sencilla, y algunas plumas que había recogido de los grifos, y limpiado concienzudamente, fabrico un abalorio para el cabello. Había quedado exótico. Serailäe atesoro ambas cosas. ***** La factoría de su padre era casi un santuario, un lugar sagrado en la casa. Nunca habían jugado en él, jamás entraban sin permiso, y les imponía un respeto visceral. Ninguno de los tres hijos había sido lutier, como lo era su padre o la ascendencia de este. Todos habían demostrado un don innato para la música, y la prominencia de su madre, por encima de la de su progenitor, había impedido que la familia los empujara a tomar otra vía. Por eso, tanto Theradriel, como sus hermanos, se sentían invasores en el taller de su padre. - ¿Padre? - Atravesó el umbral de la puerta con medio cuerpo y actitud reverente, tras anunciar su presencia. Aguardó una respuesta que le indicase que podía penetrar en la estancia, sin moverse. La habitación olía a resina, madera y aceite, con una fuerza que hacía difícil respirar. El mismo aroma que, de una forma más sutil, siempre impregnaba las ropas y el cabello del dueño artesano a cargo del lugar. Meranth Ban’Onthar era un hombre parco y de pocas palabras, distante, que demostraba su afecto de formas poco convencionales. No era la clase de padre que abrazaba mucho a sus hijos, o que les hacía saber con halagos que los aprobaba. En vez de eso, se expresaba con los actos. Para su primogénito, y ahora también el segundo portador de su sangre, se había decidido en dedicarse en cuerpo y alma a elaborar un instrumento para cada uno una vez llegaba su setenta y cinco cumpleaños. Cuando llegara el momento, también Serailäe gozaría de esa atención. -Al fondo. - Para cualquier persona con oído musical era evidente que el artesano no había nacido para cantar, pero toda la delicadeza y armonía de la que carecía su voz, la pagaban con senda destreza sus manos. Sentado en un taburete alto, e inclinado sobre una mesa, el lutier sostenía una larga caña hueca con una de sus manos, la otra tomaba una herramienta extraña, una pieza cilíndrica de metal con un mango fino retorcido y largo. El extremo con el peso reposaba sobre una llama, sobre la cual era girado para tomar calor. -En el estante a mi derecha tienes tres tamaños más pequeños, pruébalos. - Aunque nunca alzaba la voz, ni había hosquedad en su tono, la fría autoridad que esta poseía siempre había ayudado a alimentar la distancia entre Meranth y sus hijos. Mientras Theradriel obedecía, y llenaba el lugar con fragmentos cortados de multitud de canciones sencillas con las flautas, el artesano proseguía su labor. Selló la caña por dentro, para que cualquier resto de fibra no alterase el sonido, sello del mismo modo, con una varilla de hierro más fina, los agujeros tras lijarlos. Aunque no era preciso para algo que solo serviría para escoger el tamaño y escala del instrumento final, barnizó el dizi con una fina película de aceite de almendra. La flauta que había escogido su hijo era de las más sencillas de fabricar, pero no por ello iba a dedicarle menos esfuerzo. Una vez terminada, le tapó un agujero con una lámina fina de piel de ajo, se aseguró de que quedara bien pegado, y lo depositó en el estante donde reposaban el resto. Theradriel probó a conciencia todas las flautas, aunque una parte de él tenía muy claro cuál iba a llevarse incluso antes de haber escuchado su sonido. Finalmente, escogió aquella que había visto fabricar a su padre, pese a que no sería la misma que terminaría regalándole. -Es la que tiene una escala más grave. -Me gusta su sonido. - Respondió el muchacho, atajándose a cualquier tipo de reproche, sin percatarse, como ocurría a menudo, de que solo era un mal intento de comenzar una charla. Últimamente el joven estaba más a la defensiva, pues se creía juzgado por su elección de instrumento. Pensaba que al pedir una variedad de flauta que casi no poseía reto alguno en su fabricación, su padre lo tendría en menos. Meranth, por supuesto, no tenía ni la más remota idea de aquello. El silencio se adueñó del taller, volviéndose paulatinamente más incómodo. - ¿Necesitas algo más, padre? - Ofreció el muchacho, paseando la vista por la ingente cantidad de herramientas, de uso desconocido, que poblaban la pequeña y abarrotada estancia. -No.-Tardo unos instantes en responder, considerando aquello, y otras cosas. -Me retiro a estudiar entonces. - Inclino con ligereza y educación la cabeza antes de abandonar el taller, procurando no apurar el paso. El hombre tomó asiento y suspiró en la soledad de su hacinada fabrica. Se sonrió a si mismo con nostalgia, y observo las flautas de caña. Evocó en su memoria recuerdos muy lejanos, de cuando sus hijos eran aún muy pequeños y no existía entre ellos la distancia. Rememoró las excursiones al rio, y como les mostraba, como un juego para infantes, como hacer con los restos de caña de la ribera, silbatos y flautas. ***** Aunque el lutier terminó el instrumento un par de ciclos antes de la fecha festiva, no entregó el dizi a su hijo hasta una noche antes. No porque fuera mezquino, o porque quisiera probarlo. Era esa su particular forma de decirle que confiaba en él, que incluso con una sola noche de práctica, fuera capaz de tocar de forma admirable. De que creía firmemente en las elecciones tomadas, y el trabajo que había realizado. Theradriel sentía los nervios en la nuez, y le faltaba el aire, ansioso, se preguntaba cómo iba a ser capaz de tocar la flauta si no era capaz de contener su propio aliento. Comió poco, desganado, y se retiró temprano con la excusa de que estaba cansado, aunque todos sabían que no dormiría aquella noche. Cuando llego a su alcoba encontró el dizi encima de la cama. El cilindro perfecto y brillante, de un café claro, media por lo menos dos palmos y medio de largo. Cada diez centímetros había una anilla de cobre partiendo el cuerpo de nogal con filigranas. También poseía topes del mismo metal. No era un instrumento complejo, tampoco especialmente caro, pero el muchacho no lo habría vendido por todo el oro del mundo. Se dejó caer en la cama, lento, como si el tiempo hubiera empezado a fluir más despacio, y alzó la ligera flauta. La sostuvo en alto y la examinó por todos lados. Aun olía a aceite de almendra, pero había sido aplicado con tanta moderación y cuidado que no le engrasaba las manos. Al lado del instrumento habían colocado atentamente lo poco que precisaba para conservarlo en buen estado. El flautista tomó una de las finas láminas de piel de ajo, y tapó el segundo agujero, fijándolo en el lugar con uno de los oleos que le había preparado su padre. Respiró hondo. Se lo quedó mirando. Y tocó, tocó hasta el amanecer. El jardín de la pequeña casa familiar había sido engalanado, como en todas las celebraciones importantes dignas de albergar a familiares de toda la región. Theradriel se llevaba bien con todos, porque era alguien sociable, pero no tenía con ninguno una especial amistad, por ello no se sintió culpable al escabullirse para echar una cabezada hasta el crepúsculo. Fue Alodien quien tuvo la previsión de irle a buscar con tiempo suficiente como para que se despejara antes de subir a la glorieta. -Despierta, no deberías dormirte en tu propia fiesta. - Le zarandeo en la cama, sobre la que se había dejado caer vestido sin descalzarse o taparse. Theradriel, demasiado adormilado como para ser consciente tan rápido del acontecimiento que se avecinaba, decidió hacer ver que no lo había escuchado. -No querrás que llame a padre. - Ofreció con calma y seriedad. El durmiente se alzó de un salto, y se quitó las legañas con las manos. -Ya estás grande para hacer esas amenazas. -Gruño el cumpleañero mientras bostezaba, distorsionando sus palabras. -Funciona. -Funciona. -Concedió, y se acercó al metal pulido que tenía como espejo en el tocador, para arreglarse el cabello. - ¿Cómo has estado? - Hacia unos cuantos años que Alodien vivía en la capital, había conseguido el mecenazgo de un potentado hechicero amante de las artes, y a su cuidado buscaba formas de entrelazar la música y la magia. -Bien, como siempre. ¿Y tú? -Bien. -se sonrió de lado. Antes de poder añadir nada más, el ruido exterior indicó que debían ir saliendo. - Te esperan. Theradriel paso por al lado de su hermano dispuesto a salir, pero una mano en su hombro lo retuvo y apretó con afecto. -Lo harás bien. El más joven de los elfos frunció los labios, dudando antes de hablar. - Me alegro que estés aquí. -Se sinceró. -No me lo perdería por nada. Theradriel subió a la glorieta con la mente en blanco, su cuerpo se movió por inercia, saludo con soltura, sonrió arrebatadoramente a sus familiares, se inclinó con una gracia teatral y tomó asiento, cuando lo hizo, no recordaba cómo había llegado allí. Sentía la flauta en sus manos, y el corazón latir tan fuerte que parecía querer salírsele del pecho. No era la primera vez que tocaba en público, pero aquella sensación nueva le hacía tener ganas de vomitar. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? No lo sabía. Miró al público, buscando una respuesta, los halló expectantes. No estaban nerviosos, no había desconcierto, así que, mientras se acercaba la flauta a los labios, asumió que aún no los había hecho esperar demasiado tiempo. La música empezó a salir con naturalidad, las manos se movieron por el instrumento como si lo conocieran de siempre, y sus dedos fueron tapando con precisión cada agujero para conformar aquella melodía de su propia creación que le había costado componer largos meses. Los parpados entornados velaron con las pestañas su mirada. Tras esa cortina que difuminaba la multitud, recorrió la primera fila hasta encontrar lo que buscaba. La tela verde bosque descubría los hombros y la clavícula, se ceñía en su cintura estrecha gracias a un cinturón dorado, y caía con gracia hasta sus pies. Dos cortes laterales rompían con elegancia la falda, desde la rodilla hasta la cadera, de modo que asomaban pálidas las curvaturas de sus piernas. Los dedos de sus pies asomaban bajo la seda, que ocultaba casi por completo las sandalias abiertas, y se curvaron cuando se inclinó hacia adelante, poniéndose de puntillas para verlo. Los bucles castaños se dejaron ver por un costado cuando ladeo la cabeza, y se zarandearon al viento. Theradriel se sorprendió al darse cuenta de cuanto había crecido realmente. La música de la flauta sonaba a sueño y primavera, era alegre y saltarina en algunos pedazos, en otros se tranquilizaba, ofreciendo una belleza placida y blanca. El sonido del Dizi, vibraba y envolvía a los presentes con serenidad, su sonido claro era lo único que se escuchaba en la noche. El flautista, presa de una especie de trance, donde no hablaba con palabras, y las notas llevaban su sentir, toco como jamás lo había hecho. Mientras los familiares se acercaban a saludar, y le dedicaban palabras de aprobación, que le entraban por un oído, y le salían por el otro, la mirada del nuevo músico buscaba a su familia con discreción. Sabía que, a no ser que hubiera hecho algo realmente pésimo, los invitados harían comentarios corteses, y solo al cabo de unas semanas era posible que recibiese verdaderas ofertas para tocar en algún lado, para amenizar algún negocio antes o después de algún artista de mayor portento. Madre le sonreía de lejos, tan deslumbrante como siempre. Padre se hallaba a su lado, muy quieto, procurando no caminar para disimular su cojera. Alodien, que hablaba con ellos, le hizo una seña de “bien hecho”. Serailäe fue más difícil de encontrar, se hallaba paseándose entre las mesas, tomando cuando nadie miraba, algunas copas de néctar a las que cambiaba el contenido por algo más fuerte, seguramente solo porque no le habían dado permiso de beberlo. Le dedicó una sonrisa radiante, con los pómulos rojos y la mirada contenta, alzó la copa como si brindara en su nombre, y tomó de ella. La atrapó haciendo esa treta unas cuantas veces, siempre en mesas diferentes, aunque cuando terminó de recibir a los invitados, e incluso a sus padres, no encontró ni rastro de ella. Dejo la flauta en su dormitorio, y volvió a la fiesta. Un pañuelo paso por delante de su rostro, el borrón cetrino apenas duró un instante antes de que la tela se le ciñera en la cintura, y sentir como se le apoyaba en la espalda la suave curvatura de un menudo cuerpo. -Vamos a bailar. - La voz le cosquilleo al ras de la oreja, y le invadió el olor a rosa mosqueta y mieles, mientras le tironeaba con el paño que lo envolvía. Aquella prisión solo duro un par de segundos. -Llegas tarde, apuesto a que ni siquiera me escuchaste tocar. - La acusó el bardo falsamente. -Mentiroso. –Le replicó risueña. - Vamos, toma el pañuelo. - Le azotó con la vaporosa tela. - ¿Ni siquiera me felicitas, y ahora encima me exiges? –Encaró una ceja, mientras tomaba uno de los bordes del pañuelo, y caminaba con ella hasta el lugar del jardín donde varias duplas danzaban entorno con un trozo de tela, daban giros y se envolvían en ella. -Le voy a poner tu nombre a mi instrumento y encima quieres que te elogie. – Chasqueó la lengua y negó con la cabeza, haciendo volar graciosamente su ondulada melena. – No tienes humildad. -Ni tu decencia. - Le replicó el elfo, empezando a moverse al son de la música. De los tres hermanos, ella era la que mejor bailaba, y él a quien peor se le daba, pero, aun así, lo hacia lo suficientemente bien como para evitar tropezarse con sus propios pies, ella daba giros y vueltas por ambos, otorgando a su danza un encantador aspecto. Por primera vez, el elfo se sentía incómodo en su presencia. Intentó centrarse en el baile, pero aquello no le proporcionó ninguna paz. Decidió que era una buena idea dejar de mirarle las piernas, pero su mirada entornada, y su expresión alegre no resultaron mejor idea, así que se centró en la gente que también hacia peripecias entorno a ellos. -Deberías de estar contento, si no fueras mi hermano estarías solo y nadie querría bailar contigo. – Bromeó, algo molesta al advertir su mirada ausente, mientras daba dos pasos a la derecha, y giraba sobre las puntas de sus sandalias, haciendo que la tela se le enrollara en el tallo hasta chocar con los dedos de su compañero. – El primo Dananthil ya me lo ha pedido tres veces, y me he quedado sin sitios donde esconderme. -He escuchado que tiene una gran afición por los insectos. - Sonrió maliciosamente Theradriel, tirando de la seda, haciéndola girar y dar varios pasos alejándose de él hasta que el chal quedó tirante entre ambos. Ella giró en torno al mezquino bailarín, envolviéndole, y aprovechó para pisarle discretamente. -¡Auch! ¿Has probado en hacerle eso a él? Seguro que así dejaría de pedirte bailar. -Rio entre dientes. A ella no le hizo la más mínima gracia la broma, y guardó silencio, cuando terminó la pieza soltó el paño, y lo dejó plantado en la fiesta, esquivando a los invitados en dirección a las afueras. Theradriel se quedó clavado en el lugar con el trapo verde, y suspiró profundamente, finalmente emprendió el camino tras ella. Se colocó en el margen de las mesas, y se escabullo cuando nadie parecía verlo. -Serailäe, sabes que no iba en serio. -Solo alzó la voz cuando la música de la fiesta se había convertido en un rumor tenue, y hasta el crujir de sus botas andar prestas era más fuerte que eso. No le respondió, aunque escucho como apuraba el paso, y se chocaba contra la foresta. -¡Serialaë! No corras. -Le pidió, acelerando hasta emprender la carrera. Pero ella hizo todo lo contrario. Cuando alcanzó a verla habían dejado los arboles atrás, bajos sus pies la playa, ante sí, la figura de su hermana recortada contra el paisaje nocturno del delta. Theradriel respiraba agitado, no solo no había podido alcanzarla, sino que además le había pasado más factura el correteo. Él se encorvó y apoyó las manos en las rodillas mientras intentaba recuperar el aliento. Ella se agachó, pero solo para dejar los zapatos sobre la arena. - ¿No me harás seguir corriendo? -Se enderezó alarmado al ver ese gesto. -No me sigas si no quieres. -Respondió con altivez la elfa, caminando saltarina hasta la orilla, subiéndose los faldones con las manos en un ademán juguetón y mojándose los pies. El elfo se sacó las botas, y las dejó al lado de los zapatos de ella, se arremangó los pantalones hasta las rodillas y se dispuso a acercarse al agua, pero cada paso que daba en dirección a la orilla, era un salto más que ella daba hacia el agua. - ¿En serio vas a hacer esto? -Encaro ambas cejas el joven, incrédulo. - ¿Hacer el que? -Puso una perfecta faz de inocencia, mientras se ponía de espaldas al cielo y observaba a su congénere, dando otro salto hacia atrás, cuidando de alzar la seda para que no se mojara el vestido. Theradriel puso los ojos en blanco, y siguió avanzando hasta que la fría agua del rio le empezó a humedecer el pantalón arremangado, y el borde del vestido creaba un peligroso ecuador cerca de donde se juntaban sus piernas. -Vamos ven, se te va a mojar el vestido. Serailäe dudo un instante, y soltó la seda, dejando que esta se mojara por completo, y, no queriendo ser la única que terminara empapada, lo salpicó sin miramientos. -Parece que llueve un poco. - Comentó con aire distraído y sorprendido al mismo tiempo, antes de volver a salpicar a su hermano, sin poder contener una sonrisa. -La madre que te pario. –Rio él, tratando de correr con torpeza en el agua, hasta que le llego a la cintura. - Vas a parecer un lince sacado del rio, vas a ver. - La amenazó sin una sola pizca de enfado. Durante un rato se persiguieron, al final, frustrado, el quel’dorei se abalanzó sobre la pequeña y esquiva muchacha haciéndolos caer a ambos hasta sumergirse por completo. Con ambas lunas llenas, parecía que se bañaran en un lago de zafiro y plata. -Belore ¡Menudo salmón he pescado! -Exclamó riendo al emerger, alzándola de la cintura por encima del agua. -Mira por donde, porque yo tengo un merluzo aquí mismo. - Replicó con retintín, agarrándose para no caerse hasta que afianzo los pies en el suelo. Una vez por su cuenta, le apartó el pelo húmedo que se le pegaba en el rostro. -No quería ofenderte. -Suspiró el muchacho, dejando que trasteara con su pelo. Cerró los ojos, le costaba tenerlos abiertos. -A ninguna chica le gusta que la traten de esperpento. – Aclaró de puntillas, dejando los mechones más largos por detrás de sus orejas. -Sabes que no es cierto. -Claaaro claaaro, porque ahora leo la mente. - Respondió con ironía. – Pues cualquiera que te viera diría que te repelo. -Le dio un par de palmadas en la cara. - Vamos, abre los ojos, que no soy un basilisco, no voy a convertirte en piedra ¿sabes? – Aunque le puso humor, era evidente que la situación no la complacía. Theradriel refunfuño por lo bajo y la miro a los ojos. - Estas preciosa, y eres preciosa. - Dijo alto, claro y serio. Cayo sobre ellos el silencio. -Vamos a buscar ropa seca. - Habló él finalmente, ignorando el intenso corinto, fruto del rubor y la penumbra, que había conquistado la complacida expresión de sorpresa que exhibía la elfa. - ¿Ya? ¿ahora? No quiero. - Negó caprichosa, y se apartó dos pasos, antes de correr aún más delta adentro. Todo eran risas, y juegos, atraparse entre las olas argénteas, hasta que la distancia empezó a separarles demasiado. Se truncó la sonrisa de ella para dar paso a un aterrado desconcierto. Un alfaque la arrastraba cada vez más lejos. Serailäe empezó a correr con todas sus fuerzas, a tratar de empujar el agua para salirse de la corriente, pero la ropa le pesaba y no lograba escapar de ella. -No puedo volver. - Chillo asustada. - ¡Thera, no puedo volver! - ¡Nada con todo lo que tengas ¡- Le grito el, contagiado del pánico con presteza, mientras se apuraba entre las aguas para atraparla. Sin embargo, fue en vano. El pie de ella dio con un surco en el lecho, y perdió sustento, el agua la empujó hacia una corriente que la arrastró con violencia llevándosela hacia el mar. Theradriel se lanzó tras ella, tarde. El rio le empujó con fuerza, se golpeó contra las rocas del lecho del delta con brutalidad, giró en los torbellinos de agua cuando no lograba hacer fondo, y luchaba por tomar aire a cada momento, con los pulmones ardiendo. A tientas buscaba desesperado a su hermana en el líquido elemento. Pero solo cuando la sal ya le escocía en los ojos, y se calmó la corriente, fue capaz de vislumbrar flotando la figura de ella. Nado con desespero, medio ahogado, escupiendo agua y tierra, mientras la arrastraba a la orilla, llamaba su nombre cual rezo. Serailäe no respondía, apenas respiraba, un hilo de sangre manaba de su sien y le decoraba la mitad de la cara, tenía toda la piel magullada allí donde el vestido roto permitía ver su carne. Escupió agua, sin retomar la consciencia, y empezó a emitir quejidos angustiados cada vez que inhalaba. Exhausto y desesperado, la cargó como pudo y la llevó a casa. Cuando llegaron ya amanecía, y sus padres habían comenzado a buscarlos. ***** La casa había tenido un ambiente sombrío las últimas semanas, mientras Theradriel ultimaba los preparativos para partir. Así como lo había hecho Alodien antaño, él también había decidido viajar para inspirar su música, y aprender cosas de otros reinos. Aunque Pico nidal ya no era una novedad, y, había pasado su medio siglo, la había escogido como destino inicial. Pero ahora, dudaba en partir. - ¿Seguro que no quieres que espere a que te recuperes? - La culpa teñía cada letra que pronunciaba tan clara como el agua pura de un manantial. Serailäe se encontraba tumbada en el lecho, la sabana le cubría hasta el pecho, y las vendas emergían de los bordes para atraparle los hombros, y uno de los brazos, así como el cuello y la sien. Se había esquinzado la muñeca, abierto la cabeza, rasguñado todo el cuerpo, dislocado un hombro, roto varias costillas y una pierna, pero aun así no se había quejado una sola vez. Al contrario que su hermana, el solo había quedado muy magullado, y con algunos cortes menores que habían sanado rápido, toda una suerte dadas las circunstancias. -Voy a estar bien, y aun pasara un buen tiempo hasta que pueda seguirte el ritmo. -Negó con suma lentitud, y con tanta sutileza que apenas se movió. Originalmente ella debía acompañarlo, pero dadas las circunstancias, aunque sanara estupendamente, sus padres difícilmente le permitirían abandonar la región. No durante los próximos años por lo menos. Theradriel la semi incorporó con una delicadeza excesiva, le acomodó las almohadas y le acercó un cuenco con uno de los medicamentos, sosteniéndolo mientras bebía hasta que lo hubo vaciado por completo. -Además, tengo una mejor idea. - Sonrió débilmente. - Tienes que conocer muchos lugares, de esa forma, cuando yo cumpla, vas a hacerme de guía. Aunque estés trabajando en el palacio real. Les vas a decir que tienes algo más importante, y vas a mostrarme todas las maravillas que hay más allá del bosque. -Está bien. - Accedió dócilmente. Ella, nada satisfecha con esa actitud, alzo el brazo sano y tomó a su hermano de la nariz hasta que hizo que la mirara a los ojos. – Prométemelo. -Te lo prometo. -No, prométemelo bien. - Le dio otro tirón en la napia. -Yo, Theradriel Ban’Onthar, prometo que tras tu setenta y cinco cumpleaños voy a llevarte a viajar para ver las maravillas de los reinos vecinos, aunque el mismísimo Anasterian Caminante del Sol me haya llamado a palacio. - Dijo solemne y sincero, con voz nasal. -Bien. -Se sonrió satisfecha, soltándole. - Entonces ve a hacer bien tu equipaje, no sea que tengas que volver antes de tiempo y no tengas nada que enseñarme. - Le echó. ***** Su segundo viaje al sur fue muy distinto al primero desde el comienzo. Mientras que cuando había viajado por Alodien había tenido varias fronteras que habían velado su percepción del entorno, incluido en su vuelta, en esa ocasión sus descubrimientos fueron diversos. Entendía el acento en el común, por lo menos el lordeño. Como viajaba solo, era él quien hablaba en las posadas y comercios. Menos abstraído en su imaginario, le prestaba atención al abanico de sujetos que se personaban en su camino, y lo que había creído mercaderes ambulantes que intentaban venderle algo a un extranjero, cuando viajando, había visto de soslayo a algún hombre o mujer de mal aspecto aferrarse a la manga de su hermano, resultaron ser mendigos. -Una moneda para comer. -Se le enganchó con las manos huesudas al antebrazo una muchacha joven y consumida por la miseria, cuyo rostro poseía unas manchas rojizas en la piel que el trovador no había visto nunca. -Yo también tengo que comer, lo siento. -Respondió con educación intentando soltarse sin herirla. -Me muero de hambre. -Pide las sobras en alguna posada. -Le aconsejó, sin dejar de avanzar lento, teniendo con una mano las riendas de su bestia, que alejaba a pie del lugar en el que había hecho noche, y luchando con la otra por abrir la prisión de los escuálidos dedos que le impedía treparse al bayo. - ¿Cómo? ¿Sin dinero? Deme un cobre y quizás me tiren lo que les arrojan a los perros. - Suplicó ante el quel’dorei, quien estaba firmemente convencido de que hacía teatro para sacarle el dinero, y que nadie sería tan cruel como para tratar así a un congénere. – Pida asilo a alguien en su casa, trabaje para ellos. -Se encogió de hombros, y prosiguió hacia la salida del pueblo. Por algún motivo había creído que si llegaba allí la mujer volvería a la plaza y lo dejaría tranquilo. - ¿Y por qué? ¿Por la luz? Dicen que estoy enferma, no puedo ni hacer la calle ¡Mucho menos me querrán en sus casas! Por favor señor, un cobre y no le molesto más, un cobre para no morir de hambre en alguna callejuela. - Se le agarro con más firmeza, frenándolo casi del todo. Theradriel no sabía de donde sacaba la fuerza aquella menuda mujer, aunque tenía que reconocerle que, para ser una aldea perdida al lado de una ruta, el empedrado de la zona central del pueblo le había quedado muy bien hecho. -Pues váyase a otro pueblo, si ha hecho un buen trabajo aquí, seguro que la querrán en otros lados. - Que crueles que son los elfos. -Lloriqueó la mujer con desespero. - ¡Piedad! -Sollozó. Alguna gente murmuro y los miró, solo entonces se percató el elfo de los paisanos se apartaba de ellos, o mejor dicho, de ella, como si portara algo que los espantara. -Partiré mi pan contigo, y me dejarás tranquilo. - Le ofreció mosqueado el trovador, que no nadaba en abundancia precisamente, pero que sentía un mal presentimiento tras ver la reacción de la gente del pueblo. Sacó de su morral lo que le quedaba de un pan duro, y lo partió en pedazos con sendo esfuerzo, luego le tendió un mendrugo a la señora, y se trepo a su montura antes de que lo agarrase de nuevo. -La luz lo acompañe señor. -Envolvió la mujer enferma aquellas migajas de comida entre sus dos manos, y las apretó contra su pecho, como si fueran un tesoro. Aquella escena se repitió en un par de pueblos a lo largo de su camino, también le robaron a punta de cuchillo algunas veces. Aprendió rápido a evitar los unos y los otros, pero no a comprenderlos. Solo tras dos ciclos, cuando compartió viaje con un sacerdote de expresión severa y voz amable, dilucido la verdad tras esas escenas. Iba montado en una burra, con una toga sobria y gastada por el tiempo que se ceñía con un cinto en el que portaba un libro viejo, una bota, y poco más. Su montura no iba más cargada que el capellán. - ¿Y dice usted que no los acogen en sus casas y los dejan pasar frio en las calles en serio? - Theradriel se había percatado rápido que los hombres de fe eran respetados en todas las aldeas, los campesinos les pedían información y consejos, y estos, tenían una clara vocación de servicio. También había visto que los mendigos solían juntarse cerca de las iglesias, por eso, había decidido tratar de aclarar su mente. El clérigo, con una paciencia infinita, había ido explicándole algunas cosas al muchacho, y respondiendo a otras. -Exactamente. ¿Si lo hacen en tu tierra? -Retrucó el sacerdote tranquilamente, dando cariñosas caricias en el lomo de su diligente burra, la cual respondía al peculiar nombre de Margarita. - ¿Por qué no lo haríamos? – Para el quel’dorei aún era una idea extraña la de los mendigos. -Es un buen hogar el tuyo entonces. - Sonrió el hombre, arrugando aún más su rostro, y haciendo bailar una graciosa verruga velluda por su mejilla al estirar la piel. – Los mendigos a veces son personas enfermas, y nadie quiere agarrarse alguna fiebre. Otras simplemente no pueden mantenerlos, o tienen otras preocupaciones cuotidianas, miedo de que les roben. La gente no es perfecta. – Explicaba con parsimonia el sujeto. – Algunos desesperados atracan y desvalijan a la gente, o se venden. -Bueno, si hacen cosas y las venden pueden conseguir dinero y hospedarse en la posada del pueblo. -No muchacho, no, se venden a ellos, tú ya me entiendes. Pero el muchacho solo pudo responder con una expresión de desconcierto tal que el sacerdote descartó el pensamiento fugaz de que le estuviera tomando el pelo. -Se permiten hacer de todo por unos cobres. A veces de ahí salen algunos niños que nacen ya mendigos y terminan en los hospicios. - ¿Qué es un hospicio? -Respondió automáticamente. Julius se pasó su callosa diestra por lo poco que quedaba de su cabello un par de veces antes de contestar. -Un hospicio es donde van todos los niños huérfanos cuando sus familias no se hacen cargo, o no las tienen. Allí les dan de comer y un techo hasta que crecen y pueden valerse solos. -Suena horrible. -Frunció los labios el elfo, y volvió la mirada al frente. -Tu hogar debe de ser un lugar de en sueño. -Lo es. -Respondió con una convicción reforzada el muchacho. ***** El trayecto por Lordaeron tuvo un sabor agridulce. Pico nidal, sin embargo, se mostró más amable, pese a que distaba de ser perfecto. Paro en la posada de Karnad cuando estaba en la capital, y se dejó aconsejar sobre donde hacer noche si salía de esta. Su búsqueda fue menos sombría que la de la última vez, aunque más errática. Quería cuentos y leyendas, quería aprender cosas nuevas, pero el mundo era tan vasto que no sabía por dónde empezar. Cuando por fin se había decidido en ir a ver la gran presa de Loch modan, el destino le puso otra cosa en frente. El escándalo de la habitación adyacente hizo levantarse al elfo de su escritorio, y dejar la carta para su hermana a medias. Cuando se asomó al descansillo, una mujer con la faz tan roja como su cabello golpeaba la puerta de al lado, y soltaba una ristra de blasfemias en enánico, que, si bien el joven no comprendía de forma literal, podía reconocer como tales. La enana se giró y lo vio con una mirada tan intensa que amedrentó al muchacho. - ¿Puedo ayudarla en algo? -Ofreció este por inercia. - ¡Ja! ¡Ya quisiera! ¿Puedes levantar a los muertos?¡Porque alzar a este patán será más difícil que eso! Reunión con su primo ¡Un cuerno! -Espetó con un marcado acento que Theradriel no había escuchado nunca. Luego volvió a vociferar en enánico mientras aporreaba la puerta. Esta temblaba, pero, robusta como era, no parecía que fuera a salirse de sus bisagras. -Irgud, déjalo en paz, sabes que no va a despertarse, ven, lo haremos sin música. - Una niña humana se asomó por el hueco de las escaleras, con unos ropajes estrafalarios que no había visto el elfo en ninguna especie. -No puede dejarlo solo, se pone nervioso y se le empiezan a caer las marionetas. - Respondió la enana sin abandonar el mal humor, pero con un claro esfuerzo para no pagar su mal genio con la recién llegada. El elfo carraspeo varias veces hasta que finalmente ambas le miraron. -Habla muchacho habla, ¿O te has tragado una mosca? -Le azuzó la enana, que aún no había recobrado la paciencia. -Si necesitáis música… yo tengo una flauta. No sé qué queréis exactamente pero quizás puedo intentarlo. - Se ofreció, más por la curiosidad que le habían suscitado ambas mujeres, que porque pensara cobrarles. A los pocos minutos se hallaba en el salón de la posada, al lado de un teatrillo improvisado tras el cual estaba un humano cuya barba clareaba, y que tenía las manos embutidas en unas marionetas de tela y paja. Al sujeto le ponía incomodo el silencio, así que le habían encomendado tocar algo sencillo de fondo y cambiar el ambiente acorde a lo que fuera narrando. Había intentado que le dijeran el cuento que se representaba, por si llegaba a conocerlo, pero aparentemente el titiritero era un tanto excéntrico y no gustaba de revelar a nadie sus representaciones, que decía originales, aunque no eran más que cuentos clásicos con alguna variación singular y pintoresca. Theradriel partió el día previsto, pero no se dirigió a la presa. ***** La troupe viajaba en dos carruajes de buen tamaño, de esos que tienen una gran lona y su interior es como una tienda, que les permitía guarecerse, acampar dentro y protegerse de las inclemencias del tiempo, ya que vivían tanto en los caminos como en los pueblos. El líder del grupo, aunque aquello no constaba en ningún lado, era un humano llamado Felton. Había pasado sus treinta y hacia teatro con marionetas, demasiado melodramático para el gusto del elfo. Era enorme pero esbelto, tenía la tez tersa y oscura de la gente de Stromgarde, y una larga melena ondulada que se recogía en una coleta floja a la altura de la nuca. Él era quien hablaba con los posaderos e intentaba conseguir comida a cambio de actuar en las tabernas, acordaba con otras caravanas pagar a medias espadas a sueldo, y se encargaba de lidiar con los problemas. Los enanos manejaban los carneros que tiraban de los carros, y que les pertenecían. El que más las cuidaba era Dunmir, un Martillosalvaje especialmente bajo y con la piel llena de tatuajes por doquier. Su cabello era rubio y áspero como el de las bestias que tanto quería, y su barba siempre estaba mordisqueada. Tocaba la pandereta, y había adiestrado a una cabrita que nunca lo dejaba solo, para que al son de su instrumento hiciera cabriolas, y trucos con un taburete. Irgud, una Barbabronce de sangre caliente y un corazón tan grande que no le cabía en el pecho, era la madre de otros siete enanos que viajaban con ellos, todos actores. Casi había adoptado como a una hija más a Geraldine, una gilneana muy joven de ojos verdes que leía la mano por unas pocas monedas cuando paraban en los pueblos, y que se inventaba la mitad de lo que decía. Willard tenía aspecto de ser muy viejo, aunque estaba a punto de cumplir cincuenta. Tenía el pelo largo, pero en forma de C, dejando brillante y pulida la cúspide de su cabeza. Se había dejado crecer una barba larga que le llegaba hasta el ombligo, y al igual que su melena, era blanca como la lana de oveja. Venía de Dalaran, aunque no tenía la más remota idea de magia. Se dedicaba a asistir al grupo con sus mezcolanzas, y a preparar sustancias como luces o nieblas para las representaciones del resto. Era un alquimista lo suficientemente bueno como para montar puestos en los pueblos. Cuidaba de la salud de la gente y de las cabras, la mitad de las cuales había ayudado nacer, y por eso, aunque era un poco especial, todos le querían. La persona con la que peor se llevó Theradriel era un semielfo llamado Melvyn, oriundo de Alterac, un huérfano que se había criado en una inclusa, y que tenía un gran desagrado por los quel’dorei, culpando esa parte de su sangre de nunca haber sido aceptado del todo entre los humanos, a quienes consideraba su verdadera gente. Pese a sus mañas, era un diestro volatinero. ***** Stratholme era una ciudad bulliciosa. El barullo de la gente resonaba en los edificios que ascendían y se entre lazaban gracias a sus tendederos. La ropa mojada hacia caer una fina llovizna de agua jabonosa a los transeúntes de primera hora de la mañana. La compañía no había logrado llegar a ningún acuerdo con las dos primeras posadas a las que se había detenido. La primera de ellas porque ya tenían un pequeño grupo de músicos que comían poco y ocupaban menos espacio, en el segundo lugar, Dunmir había armado un gran escándalo cuando se habían negado a dejarle entrar a su pequeña cabra blanca. -Menuda mierda. - Se quejó Melvyn, mientras se dirigía hacia la parte delantera del carro. Miró hacia los dos ocupantes del ajado banquillo, y tomó el asiento más alejado del quel’dorei, quedando en un extremo, separado de este solo por el esbelto stromgardiano quien ejercía de cochero. -El tiempo dirá. -Respondió con aire místico el titiritero, y ese tonó especial que la gente usa cuando cita algo célebre. -Al menos no están acaparando el asiento, ya no podía respirar más allí dentro. -El tiempo dirá. -Repitió del mismo modo el sujeto, con notable buen humor. - ¿De dónde es esa cantinela? -Intervino el elfo, intrigado y sin nada mejor que hacer mientras traqueteaban en dirección a la siguiente posada que hallaran. Como la ciudad estaba hecha con una especie de sistema de esclusas, tardaban bastante en cambiar de distrito, y no tenía esperanzas de llegar pronto a puerto. El semielfo lo ignoró, como venía haciendo desde que habían comenzado a viajar juntos. Felton en cambio respondió con claro buen humor. -Había una vez un hombre que vivía con su familia en una pequeña granja. Gracias a su trabajo y esfuerzo ahorraron y compraron un caballo. Pero una noche, al poco de que este llegara, cerraron mal la cerca y se escapó. – Comenzó a narrar animadamente. - “¡Que mala suerte!”. - Cambio la voz hacia una estridente y que podría haber pasado por la de una mujer perfectamente. - Se apiadaron las vecinas al enterarse. –Prosiguio. - “El tiempo dirá”. -Cambio el tono al de un hombre mayor, solemne, sin que le temblara una sola palabra ante la abrupta diferencia de sonido. - Dijo el anciano. Theradriel empezó a ver por dónde iban los tiros, aun así, no interrumpió al humano. Se reclinó sobre la estructura del carruaje hasta acomodarse, y escuchó atento. -Poco después el caballo volvió, llevando consigo un grupo de corceles salvajes. “Que buena fortuna” Exclamaron las vecinas. “El tiempo dirá” Respondió el viejo. - Una vez más, Felton dio voces a sus personajes con destreza. –El único hijo del granjero, embelesado por los caballos salvajes, intentó domar a uno de ellos, pero cayó y se rompió las piernas en el intento… La narración fue acompañada por una vecina, bajo cuyo balcón pasaban. Sin mirar hacia la calle, la buena mujer tiró el contenido de la bacinilla hacia esta, bañando por completo al semi elfo y salpicando de soslayo al titiritero. - “¡Que mala suerte!”. - Exclamaron Felton, con voz de anciana, y tres de los enanos que se hallaban dentro de la carreta, quienes debían de conocerse la historia tan bien que se coordinaron a la perfección con las dramáticas pausas de quien la contaba. Melvyn blasfemo y los insultó a todos, sin embargo, solo consiguió que algunos se asomaran a fuera de las lonas e hicieran burla con su estado, además de unirse al cuentacuentos para exclamar. - “El tiempo dirá” El pequeño convoy estallo en risas durante un buen rato, con tanta fuerza que los improperios del empapado muchacho no llegaron a escucharse. Cuando el stromgardiano considero que era suficiente hizo un par de florituras con la mano pidiendo silencio. Todos callaron, aunque siguieron mirando burlones al equilibrista lleno de orines y excrementos. -Poco después estalló la guerra, y se hizo una gran leva, pero no se llevaron al hijo del granjero, porque seguía en cama. Entonces las vecinas, a cuyos hijos les aguardaba un destino incierto se lamentaron. “Que suerte tienes, aun conservas a tu hijo” Y el anciano respondió; - “El tiempo dirá”. - Todos los ocupantes de la caravana pusieron sus voces más dignas, todos menos Melvyn. Antes del cenit consiguieron hospedaje en una posada grande, que tenía hasta sus propios establos. Acordaron dormir en el salón de la posada a cambio de que el flautista tocara todas las noches durante la cena, y que el resto hicieran algún espectáculo breve terminada la misma. No podían pasar la gorra, porque el posadero planeaba ser quien cobrara a su clientela, pero en pago les habilitaba un baño a compartir un par de veces por semana y les daba dos veces por día un plato de comida caliente a cada uno y una pinta para bajarlo. Mientras se estaban organizando, la nuera del dueño, una rubia de vertiginosa silueta, se les acercó con apuro al ver al semielfo empapado de pies a cabezas, y lo entró casi a rastras para procurarle un baño, ropa seca y un lugar donde cambiarse. Theradriel y Felton se miraron y sonrieron, a veces el tiempo hablaba presto. ***** A principios de otoño, la compañía dejo la animada urbe humana y tomó camino hacia la ciudad estado de Dalaran atravesando Alterac. Paraban en todas las aldeas, aunque fuera por unas horas y así hacer algo de dinero. Pese a ello viajaban rápidos, queriendo llegar a su destino final antes del invierno. Theradriel ascendió hacia esa cordillera de picos blancos con una mirada soñadora, y los recuerdos del pasado frescos en su memoria como si acabara de vivirlos. Pudo ver los ecos en los mismos establos donde se detuvo antaño con su hermano mientras alimentaban los carneros y les daban un poco de descanso. El elfo se separó de sus acompañantes y deambuló por la cuadra como un espectro. - ¿Qué necesita señor? – Tardaron en reconocerse, porque para ambos había pasado el tiempo. El quel’dorei lo miró en silencio unos pocos segundos antes de darse cuenta de que era el mismo palafrenero de la última vez, solo que su cabello clareaba y escaseaba, las manos callosas se habían arrugado como una fruta vieja al sol, y tenía los ojos lechosos. El mozo de la cuadra solo entrecerró la mirada, aunque le sonaba, no lo reconoció por completo. Theradriel estaba más alto, aunque su estatura dejaba mucho que desear para un elfo. Sus rasgos se habían endurecido dejando atrás las redondeces de la infancia, y había crecido una pequeña perilla que recortaba con minuciosidad. -Me recuerdas a alguien. -Se rasco la nuca el humano. - ¿Tu no viajabas con tu hermano? ¿Un mozo más joven y animado? Ah, no puede ser, de eso hace muchos años. -Dudó el sujeto. - Que me aspen, no puede ser, hace demasiado, que importa, todos los elfos os veis casi iguales. - Negó para si el hombre. - Si tu grupo necesita nada más, que me llamen, si no, no deambuléis por los establos, casi me agarra algo en la patata al verte aparecer de entre las sombras. - Le recriminó el anciano, llevándose una mano a la altura del pecho para ilustrar sus palabras. Los caminos al montañoso reino eran estrechos y asfixiantes, pues los muros de roca ascendían a lado y lado del camino como si fueran las paredes de un laberinto. Las montañas les devolvían su jarana con eco cuando cantaban y tocaban. Theradriel había aprendido por el sendero varias canciones enanas bien obscenas, las cuales repetía, pero no entendía para nada, aunque se hacía una idea de la temática. El y la prole de Irgud mataban las horas y animaban al resto con aquello. La mujer hacia ver que se hartaba de vez en cuando y los azotaba a todos con un manojo de esparto, entonces sus hijos cantaban más fuerte y animaban al resto para que se les sumaran. La primera aldea se personó horas después de haber abandonado las caballerizas al pie de las montañas. Las casas de piedra tenían muros gruesos. Celosías de madera cubrían las estrechas ventanas y las protegían del frio. Los techos eran empinados, altos, de tejas lisas y negras. Aunque era con claridad una villa humana, no se parecía en nada a los reinos vecinos. Lo que más llamó la atención al trovador fueron las manchas blancas que salpicaban porciones de los techos y caminos. Algo húmedo le cayó en la frente. Miró hacia arriba, pero solo encontró una capota de nubes gris perla. Otra gota helada se depositó en su mejilla, pero al contrario de la violencia de la lluvia, tomo lugar con delicadeza. Theradriel sacó las manos de su capa, donde las guarecía del fresco, y se quitó los guantes, luego mostró las palmas al cielo. Nieve. La menuda muchacha de ojos verdes lo agarro de la manga y le hizo un gesto para que saltara de la carreta con ella, antes de escuchar confirmación alguna, dio una cabriola y aterrizó en el suelo. -Vamos a buscar plantas Má. - Le advirtió a Irgud, quien asintió sin moverse del sitio. -Pregunta por nosotros en la taberna, si no conseguimos quedarnos allí armaremos las tiendas en las afueras, o en el patio de algún granjero si nos dejan. -Solo es nieve. - Comentó la muchachita mientras lo guiaba entre la maleza, en dirección contraria al pueblo. Portaba una canasta de mimbre, que zarandeaba en su brazo, y estaba ataviada con ropas de pieles y encapuchada con un abrigo escarlata que le había terminado de tejer Irgud unos pocos días atrás. -No hay nieve de donde yo vengo. - El trovador caminaba a escasa distancia de la niña, contemplando el entorno sin apenas controlarla. Sus llamativos ropajes, como siempre, la hacían fácil de vigilar por el rabillo del ojo. - ¿Nunca has jugado con la nieve? -La jovencita siguió pasando entre los arbustos hasta parar delante de una planta de hojas oscuras y pequeños frutos rojos que recordaban a ella. El negó con la cabeza y salvó la distancia que los separaba. -No te distraigas con tonterías o te pasará como a caperucita y se te llevará el lobo por irte por las ramas. - La amenazó bromista el elfo. -Eso no ocurrirá, porque para eso venimos a buscar muérdago. -Contesto desenfadada y risueña. - Willard hace con ella un aceite para espantar a los lobos. - Empezó a treparse al árbol sobre el que se enredaba la planta para cosechar de ella las ramas más tiernas. - Sujétame el canasto y guarda lo que te vaya tirando ¿sí? - Pidió la pequeña estirándole sus cosas. - ¿Para qué más quiere mase Willard esto? -Comentó intrigado el quel’dorei observando la foresta. -Hace algo para las fiebres también, y una cosa para los bebes que se vende mucho. –Empezó a enumerar la muchacha. Como era joven y despierta todos la usaban como aprendiz. Tomó de aquella planta ramas jóvenes, hojas tiernas y algunas raíces. Mientras lo hacía, charlaban animadamente, e incluso practicaron algunas líneas de un par de obras que Geraldine quería hacer con la familia de intérpretes que la había acogido. -Ven, mira esto, ¿Lo ves? - La gilneana se había inclinado sobre un arbusto de frutos esponjosos, que variaban en una gama amarilla y bermeja. - Lo veo. -La miró interrogante el elfo. -Más de cerca. -Insistió en ella, tomando un par con las manos. Él se agachó y cuando estaba por abrir la boca para preguntar que esperara que viera de nuevo, le embutió un madroño en el gaznate. - Esto es un agradecimiento. -Sonrió la pequeña. -Por ayudarme con las plantas. -No es nada. - Le revolvió el cabello con la mano enguantada tras engullid la fruta. - Lo has hecho casi todo sola. -Concedió certero. -Sí, pero Irgud ya no quiere que vaya sola, porque dice que como no soy de ningún lado pueden intentar tomar ventaja de mi si voy sola, y me van a dejar un regalo nada agradable. -Resopló por la nariz la humana, que estaba en los albores de su pubertad todavía. -En ese caso, avísame cuando vayas a buscar hierbas, me enseñaras sobre ellas así te podré ayudar a encontrarlas también. - Se encogió de hombros. - ¿Sabes que también se hacer cosas con ellas? -Animada ante tal propuesta, lo agarró del brazo y lo siguió conduciendo por el bosque. - ¿A sí? Pensé que era Willard quien las trabajaba. -Sí, le doy casi todas a Willard, pero yo sé hacer pinturas para el teatro también, y eso no lo hace Willard porque dice que es perder el tiempo. -También tendrás que enseñarme sobre eso. De algún modo vas a tener que pagar por mi escolta. ¿No te parece? -Hm…. Bueno ¡Está hecho! -Se detuvo la joven, y dio la vuelta sobre sus talones quedando ante el elfo, luego alzo el brazo con todos los dedos doblados menos el meñique. - ¿Trato? -Trato. -Contesto el elfo, viendo confuso el gesto de la mocosa. -Así no se hacen los tratos, tienes que levantar el brazo como yo. -Empezó a explicar, ya bien concienciada de su papel docente. El obedeció y ella enganchó su meñique con el del atento alumno. - Así se sella una promesa. - Sonrió tras estrujarle el dedo con el propio. -Ahora sí, trato hecho. - Repitió contenta. ***** No pasaron más de un par de días en cada pueblo, y cruzaban el reino a buen ritmo. Por desgracia el invierno fue temprano aquel año, las nevadas vinieron antes de tiempo e hicieron los caminos peligrosos y casi intransitables. La compañía quedó atrapada hasta la primavera. Como ninguna posada podía albergarlos tanto tiempo, y la mayoría de mercaderes evitaban Alterac en invierno, tuvieron que montar su propio campamento en la foresta entre varias aldeas para poder conseguir dinero sin desplazarse demasiado, y no gastar en lo que no fuera preciso. Gracias al dalarino nadie enfermó de gravedad los primeros meses, y los remedios del anciano, que no era tan viejo, sirvieron como buena fuente de sustento cuando la gorra no les daba suficiente. Fue Willard quien cayó enfermo finalmente cuando se derretían las primeras nieves, al inicio de primavera. Quizás por su edad, por el frio o por haber estado tratando a muchos enfermos, no solo en su campamento, también por las aldeas. -Ahora infusiona las plantas, pero espera a que el agua este bien caliente, a que hierva. - Tumbado en un camastro de pieles y lana reposaba el viejo. Su tienda cerrada la mantenían caliente colocando piedras que sacaban del fuego cada poco tiempo. Geraldine no tenía permitido entrar, todos temían que cayera enferma y se la llevara la muerte. Theradriel era un adulto, y les importaba un poco menos, como había estado ayudando al alquimista los últimos meses era quien había quedado a cargo de cuidarlo. El quel’dorei colocó en una bolsa de arpillera de pequeño tamaño un poco de tomillo, un par de rodajas de la raíz desecada de muérdago y unas flores secas de cártamo. Lo ató bien y lo dejó en el fondo del cuenco, luego, solo cuando el agua bullía claramente, vertió el líquido sobre el recipiente. El olor del remedio inundó la pequeña tienda en cuestión de segundos. El anciano inspiró profundamente, y se aguantó la tos. -Ya casi me siento mejor. Mientras se hace, rállame un poco de corteza de sauce, estaba en… mi bolsa verde, sino mira en el arcón de la entrada… oh… ¿Tampoco está allí? Déjame que piense. - El elfo seguía las indicaciones al pie de la letra, acostumbrado al carácter olvidadizo de su maestro. - Le di un poco a Felton la semana pasada, y lo que me quedó lo dejé en… ¡Al lado de los libros para no olvidarme cuando anotara las existencias! -Exclamó finalmente. Tampoco estaba allí, pero como para escribir hacía falta la caja de enseres para ello, el quel’dorei asumió con certeza de que lo habría guardado allí al tenerla ya abierta para sacar el plumín cuando la había encontrado. Aunque se había manchado un poco de tinta, seguía siendo útil. Para cuando la nieve ya se había fundido del todo Willard estaba en pie y caminaba perfectamente. Había repuesto sus existencias y vuelto a azuzar con sus jugarretas al resto cada vez que atrapaba a alguien tratándolo de viejo excéntrico. Melvyn se pasó dos días rascándose gracias a un polvo irritante en los calzones, y el menor de los hijos de Irgud tuvo una diarrea de caballo por llamar a sus ideas chifladuras, aun así, todos recibieron su castigo con buen humor, celebrando que su amigo se había repuesto. Agradecido, Willard pago de su bolsillo para los hombres una noche de fiesta antes de abandonar la cuna de la nieve. Bebieron la cerveza más barata que consiguieron, porque así podían comprar más, y comieron poco porque querían ponerse alegres. Theradriel nunca había bebido tanto, pero entendió que celebraban como el alquimista se había librado de la muerte, y, como decía un dicho que había resultado ser muy útil al viajar; “allá donde vas, haz lo que vieres”. Cuando terminaron en la taberna emprendieron camino hacia el fondo del pueblo. - ¿A dónde vamos? -Preguntó el quel’dorei, quien se sostenía del dalarino mientras ambos caminaban haciendo eses. -Vamos a descubrir los encantos ocultos de Alterac. - Dijo con teatralidad, y su dicción comprometida por el licor, un embriagado Felton. - ¿Y por qué no viene Melvyn? -Preguntó el mismo de nuevo. -Porque tiene miedo de encontrarse con su madre. - Respondieron los enanos a coro antes de destornillarse de la risa, por lo cual un par terminaron en el suelo. Theradriel nunca había entrado en un burdel hasta aquel momento, y pasaría una larga temporada hasta que entrara en uno de nuevo, pero con el tiempo, se volvería costumbre. Amaneció entumecido de la mejor de las maneras, con el alivio en el cuerpo y viendo a las mujeres con una mirada nueva. También se llevó otro recuerdo. Al mes, a medio camino por el monte hacia Dalaran, cambio la huella de las meretrices por unos chancros indoloros, pero de mal aspecto, que ya habían desaparecido cuando penetraron en la gran ciudad de los magos. ***** - ¿Qué me recomiendas esta vez? - Irgud y Felton tenían esa conversación cada vez que se acercaban a alguna ciudad importante. Los enanos tenían un larguísimo repertorio de obras que representar, y el humano un gran ojo para escoger cual dedicarle a que publico. -La de los cien magui, cuando vinimos hace unos años tuvo mucho éxito, y seguro que a los nuevos aprendices que haya ahora les gustará. -Aconsejó el stromgardiano con convicción. - ¿Por qué esa? -Aquella pregunta rondaba la mente del quel’dorei desde que habían empezado a viajar juntos hacía ya más de un año, finalmente se había decidido en pronunciarla en voz alta. -A la gente le gusta que hablen de ella si es para decir cosas buenas. -Explicó Felton con sencillez. - A los magos les gusta que les recuerden que salvaron al mundo, a los de mi tierra que fueron el corazón de toda mi gente, a los enanos les gusta que les recuerden que ganaron la guerra. -Trazó círculos con la mano en el aire exageradamente. - Todos se quieren sentir únicos y especiales, si vas a Gilneas y no mencionas sus rosas, eres un zopenco, es lo mismo que pasar por Kul’tiras y no contar algo sobre marineros. - ¿No les es más interesante escuchar cosas sobre otros lugares, historias nuevas? - La mirada del elfo paso hacia la enana buscando una confirmación sobre lo que contaba el titiritero. -Les gustan las nuevas, siempre que tengan una buena dosis de terreno conocido sobre el que regodearse. Tal y como se había pronosticado, la obra fue un éxito. No por nada era ese humano quien ejercía como líder del convoy. Los siete enanos, ataviados con camisones largos a los que habían pegado estrellas y sombreros de cucurucho, sacudiendo ramas y bastones decorados que habían conseguido en el camino. Interpretaban a los primeros magos humanos. Se subieron a una mesa que usaban como fuerte, mientras que, tras un banco cubierto con un mantel verde, el titiritero manejaba marionetas emulando al trol perecer bajo los conjuros de los hechiceros. Willard prestó ayuda haciendo efectos de humo y luces con un par de mezclas de las suyas y, para el final apoteósico, una lluvia de fuego falso. La gente exclamó con sorpresa y vitoreo a los magos. Aquella noche la gorra quedó tan llena que tuvieron que pasarla dos veces, e incluso alguno de los enanos, cuando su madre no miraba, acercó a la multitud el cucurucho de su disfraz. ***** Casi todas las representaciones eran por las tardes o las noches. En los caminos estudiaban, practicaban, dormían, comían o preparaban lo que pensaran mercar en los pueblos. El traqueteó de la carreta permitía hacer muchas cosas, pero cuando se trataba de escribir, el elfo prefería aguardar a tener armada su tienda en suelo firme. - ¿A quién le escribes? - Geraldine se asomó por encima de su hombro. Los pendientes de metal y piedras chocaron contra los pómulos del trovador que seguía rasgando el papel con la pluma de ganso. -A la mujer del encargado de la zahúrda, para decirle que sus pendientes no los perdió, que fue su marido que se lo regaló a una adivina de tres al cuarto porque se pensó que así conseguiría algo más que una lectura de mano. - Contestó socarrón el flautista, sin moverse. - ¿Cómo es ella? - Consultó la chiquilla, que ya no era tan pequeña, y apoyaba sus encantos en la espalda del elfo mientras este escribía, imperturbable. El olor a lirios le llegaba con fuerza, también percibía de soslayo el brillo de sus labios y el rubor artificial que se aplicaba todas las mañanas, coqueta. - ¿Cómo sabes que es un “ella”? - Retrucó el elfo, con la vista en el papel. La Gilneana era llamativa, y lo sería más si los años seguían siendo generosos con ella, aun así, no podía rivalizar con la imagen de los suyos, por eso el elfo estaba tranquilo a su alrededor, y por eso la pequeña había encontrado en el trovador un reto para probar sus dotes. -Los hombres solo os ponéis esquivos cuando hay una mujer de por medio. - Respondió segura, rodeando el cuello del elfo con los brazos. – Y, porque siempre le envías cosas. ¿Es tu mujer? -No. - ¿Tu hija? -No - ¡Ya se! La mujer de un amigo, un amor imposible, por eso nunca la mencionas. Theradriel se rio a carcajada batiente, y se vio obligado a dejar la pluma en el tintero para no estropear el documento. -Es mi hermana. No hablo de ella porque de todo lo que compartimos, mi hermana no es una de esas cosas. -Mi idea era más interesante. -Quien sabe, quizás no es la mujer de mi amigo, si no la de mi hermano, y esto son cartas secretas, pero te digo otra cosa por si llegara a venir a buscarme para reclamarme algo, que saltaras a mi defensa. –Bromeó el trovador. Theradriel recibía a menudo cartas de Serailäe, a las que siempre respondía con presteza. Le había enviado perfumes cuando había aprendido a hacerlos, flores secas cuyos colores se mantenían tras prensarlas, y le escribía poesías en todas las cartas sobre los lugares que iba visitando. También la invitaba a menudo a partir con ellos, se ofrecía a ir a buscarla a casa y traerla de regreso cuando se cansara. Serailäe siempre se negaba cortésmente, le daba las gracias por los presentes, eludía las invitaciones y le instaba a seguir viajando y conociendo lugares. Le decía cuáles de ellos querría visitar en el futuro, cuando el camino les perteneciera solo a ellos dos. Theradriel sospechaba que ella seguía enferma, aunque ella le aseguraba que no. Como el resto de la familia la ratificaba, no le quedaba más remedio que creerles. -No hablas mucho de ti. -Porque soy más interesante desde que empecé a viajar con vosotros. - Contestó audazmente. -Entonces tendré que leerte la mano para que me cuente. - Le advirtió, separando una mano del abrazo para hacer ademan de tomarle la diestra. El elfo se la concedió. -A ver qué te inventas. - La desafío. -Yo no me invento cosas, es una ciencia. Mira y aprende. -Le dio la vuelta hasta que la palma quedó hacia arriba. - Tus callos están solo en las yemas, y tienes la forma de los agujeros de la flauta, así que tu mano me dice que eres músico. - Empezó la joven. -Eso ya lo sabias. -Tienes que hacer ver que no, como los aldeanos, a ellos no los conozco, pero sus manos hablan. - Paso el índice por la línea que enmarcaba con una C la base del pulgar y que se metía hacia su muñeca. - Tendrás una vida muy larga. -Soy un elfo. -Replicó alzando una ceja. -Mira la mía entonces. - Ella le mostró su mano, donde esa misma línea era sumamente corta, no llegaba ni a la mitad de la base del pulgar. – No viviré mucho, por eso Má siempre tiene miedo que me enferme, o me preñen. – Si aquello era una ciencia o una superstición, ambas mujeres lo creían en serio, y aunque Geraldine intentaba ocultar su tristeza, Theradriel pudo oír el miedo escondido en su voz. -Esta línea es el amor. -Siguió la chiquilla. - Como no se une con tu vida, significa que nunca te vas a casar, pero ves estas líneas finas… vas a tener muchos amoríos. No me pongas esa cara, se dónde van todos con el maese Willard a gastarse las monedas, bribones. - Rio risueña. - ¿Qué más te dice mi mano? -No pasas mucho tiempo bajo el sol, casi no tiene pecas, no está curtida, y tu tez es clara. Tampoco tiene mugre, ni hueles a rayos, aunque eres viajero, así que me dice que eres un hombre vanidoso. -Magia de los elfos. - Mintió descaradamente. -Y el jabón que guardas en tu bolsa, así como los aceites y las cremas para el pelo. -Es de mala educación revisar las pertenencias ajenas. -Tssh, tu mano me está hablando. - Bromeó. - También dice que estas comiendo menos. Tienes los anillos sueltos. -No está mal. -Sentenció el elfo. -Si eres un aprendiz diligente quizás podría dejarte ayudarme en algún pueblo. Siempre llamas la atención de las mozas, y si ven que tienen excusa para acercarse por unos pocos cobres podemos ganar un buen dinero. -Ofreció medio en broma medio en serio mientras le daba vuelta la mano y le obligaba a cerrar el puño. - Y mira por donde, hasta podría cumplirse tu destino. - ¿Qué destino? -El ejército de las líneas de descendencia que tienes en la mano. - Le acusó divertida. -La mitad por lo menos son cicatrices de tallar las raíces con el maese Willard. -La mitad siguen siendo muchas. Y lo eran. ***** En el camino lo compartían todo, en las posadas y los campamentos no era muy diferente. Se ayudaban entre sí, armaban solos, o con otras carretas, pequeños mercados y ferias. No pasaron muchos años hasta que Theradriel los considero como una segunda familia. Para ellos ocurrió mucho antes. Aunque el elfo era músico, y no tenía una clara intención de ser nada más que eso, siempre ayudaba al resto con sus cosas, y nunca rechazaba aprender de ellos. Por eso terminó siendo el aprendiz del maese Willard cuando se trataba de alquimia, medicinas e incluso algún brebaje extraño de esos que gustan comprar en las aldeas. Cuando se aburría mucho, o Geraldine lograba convencerlo para dejarse engalanar con collares, brazaletes, pendientes y pañuelos de colores, hacía de místico y adivino con ella. La intimidad de la tienda para leer la fortuna había sonreído a su suerte, y librado a sus bolsillos de ser vaciados en algún local de alterne gracias a las mozas menos recatadas, tal y como había predicho su mentora. A Felton le musicalizaba los espectáculos de marionetas, se habían conocido así, y seguirían con esa dinámica hasta que se dijeran adiós. Incluso Melvyn se había congraciado con él en contadas ocasiones, y había intentado enseñarle a caminar por la cuerda, aunque en parte fuera solo por el placer de verle caerse. Viajaron por los reinos humanos, y los dejaron atrás, viajaron por las tierras de los enanos que dominaban los cielos, y también se despidieron de ellos. Las carreteras terminaron llevándolos al lugar que había visto nacer a Irgud y sus siete bastardos, tan crecidos que ya tenían hasta los suyos propios. En Kharanos armaron un teatrillo entre las dos carretas, e incluso colocaron un telón que iba de un tejado cercano a otro. Los actores se esmeraban más entre los suyos, según ellos, porque decían que los enanos eran el mejor público, además de los mejores actores. La princesa rapónchigo era la obra prefería de la matriarca, y, aunque sus hijos ya estaban un poco mayores, y demasiado barbudos para criterio del elfo, para representar a una doncella, había sido la obra escogida de forma unánime. Se habían repartido a suertes el papel de princesa, narrador, de príncipe, los dos hijos, el frente del caballo y el culo del mismo, aunque parecía más un pony que otra cosa. La bruja era un papel que se le endilgó a Irgud por elección popular. Sin embargo, hubo un pequeño contratiempo, y es que los dos que les había tocado el papel de equino, tuvieron la magnífica idea de pedirle a Willard un brebaje que los convirtiera realmente en un animal mientras estaban algo ebrios, cuando este se había negado, le habían compuesto una cancioncilla de dos versos nada educada sobre su alopecia. Theradriel se encontró a los dos gemelos escupiendo las entrañas por todos sus agujeros detrás de una casucha cuando lo mandaron a buscarlos porque ya había empezado la obra. Cuando volvió, con casi todos los actores en escena, no les quedó más remedio que embutir al quel’dorei en aquel disfraz y hacerlo debutar. - ¡Y apareció atraído por su bello canto el heredero montado en su fiel bayo! - Narro uno, mientras el ponny de tela intentaba no doblarse bajo el peso de su jinete. El más robusto de los actores embutido en una armadura de chapa que no habría parado ni una espada de madera. - ¿De dónde viene esa bella voz que me llama? - Exclamó al aire el falso caballero, al tiempo que su hermano, un pelirrojo con una gran mata de pelo en las orejas, se acomodaba sobre el vestido el relleno falso de sus senos y empezaba a berrear poniendo la voz tan fina como era capaz. Theradriel nunca supo definir que había sido más complicado, si contener la risa, o cargar a los dos enanos en el final apoteósico en el que partían hacia la puesta de sol montados en su lomo. Desde aquel momento, cada vez que necesitaban un extra, el quel’dorei era su hombre de confianza. O, dependiendo del caso, su mujer, hermanastra, bruja mala, leñador, o hechicero, pero nunca más el caballo. ***** Vieron varias fiestas de la cerveza antes de partir más al sur, atravesando la hostil tierra de los más peligrosos de los tres clanes. Fue un viaje horroroso, que hicieron con presteza. De los peligros y las cenizas murieron un par de las espadas a sueldo. Mese Willard pereció pocos meses después de una infección pulmonar, reminiscente de ese trayecto, gracias, en parte, a su edad ya avanzada. Le dieron sepultura como la luz mandaba y pagaron por un oficio sencillo en su nombre en la abadía de Villanorte, después siguieron, un poco menos alegres, su gira por el reino de Ventormenta. Theradriel decidió que llegaría al confín que aparecía en los mapas antes de volver a su tierra. Todos decidieron darle parte de las ganancias comunes para que se pagara una buena escolta para atravesar la selva. La última noche juntos no se derramó una sola lagrima. Acamparon juntos, con sus tiendas, su música y sus espectáculos. Esta vez actuaban para la familia, para ellos mismos. Felton representó un cuento de quel’thalas que Theradriel le había compartido hacia años, durante sus primeros días juntos. Los enanos cantaron, bebieron y cocinaron, armaron un festejo que no tenía nada que envidiarles a las tabernas cercanas. Irgud no paraba de repetirle que se trenzara bien el pelo, que no fuera hecho un vago, y que se cuidara bien del dinero cuando llegara a su destino. Dunmir no soltó su pandereta hasta que le dieron calambres. Melvyn se sentó a su lado, y no hizo ningún mal comentario, lo cual, para él, era un equivalente a admitir que iba a extrañarlo. Geraldine los sacó a bailar a todos, pero sobre todo al bardo. Él decidió que aquel era un buen día para dejarla ganar. ***** Bahia del Botín era un lugar caótico y extraño. Olía tan mal como cualquier urbe humana, pero la sal lo hacía un poco más tolerable. Había gentes de todas las clases, sobre todo, de las peores, pero Theradriel no era la misma persona que había partido de Quel’thalas tantos años antes. [….Querida Selariäe, me hallo en la otra punta del continente, en un mar completamente nuevo, sus aguas tienen un deje turquesa, la arena de la playa parece bronce en vez de plata. He llegado al confín del mundo y es hermoso. Ojalá estuvieras aquí. …] Había conseguido hospedaje en una habitación por la que apenas habría pagado nada, debido a su lamentable estado, ofreciéndose a tocar todas las noches, y a traer a la gente al lugar desde la entrada, también hacía de camarero o lavaba platos si no había buena caja. No era un gran trato, pero le permitía tener su propio espacio, comer todos los días por lo menos una vez, bañarse, visitar la ciudad y sus mercados. Aunque su idea inicial había sido partir rápido, había quedado encerrado pronto gracias a los incidentes que precedieron la primera guerra y al transcurso de esta. [… La guerra en los reinos humanos hace difícil viajar, espero acabe pronto y poder volver a casa. Los rumores hablan de unos seres verdes y monstruosos, dicen que han intentado entrar en la selva, pero que los han repelido …] Las respuestas de ella tardaban en llegar por el mismo motivo por el cual no se atrevía a tomar los caminos hacia Quel’thalas. [Háblame más de ese mar. ¿Cómo es el fin del mundo? ¿se pone el sol por el mismo lado? ¿sabe el aire a algo distinto? Si pudiera ir a algún lugar de todos, sería allí contigo…] Cuando Ventormenta cayó, Theradriel temió no ser capaz de volver nunca a su hogar. Su hermana ignoraba las noticias de la guerra, en vez de eso le hacía hablarle del extraño puerto goblin, parecía obsesionada con la idea del fin del mundo, de aquel lugar tan lejano. Hacía que le prometiera mostrárselo en todas sus cartas, y lo lograba. Como estaba atrapado, y no podía ni acercarse el, ni traer consigo a Serailäe, empezó a dibujar. Mal, pero empezó. Todos los días practicaba un poco, dibujaba algo desde su ventana, una parte del muelle, alguna isla que se recortaba lejana sobre el océano, alguno de los barcos pirata que atracaban. Los que más o menos se entendían se los enviaba con sus cartas. Aprendió rápido que si ponía regalos en ellos que pudieran tener algún valor nunca llegaban a su destino, pero los dibujos llegaban siempre. Pasó mucho más tiempo del que él hubiera deseado, pero finalmente hubo noticias de que la presencia de esos seres… “orcos” como algunos habían empezado a llamarlos, había aflojado en las costas de Ventormenta. Vendió todo lo que portaba encima, todo menos su flauta, y consiguió que alguien accediese a llevarlo hasta costasur. Pero no hicieron puerto allí, sino directamente en Lordaeron cuando vieron desde la lejanía los restos de la cruenta batalla que había acontecido en las costas de Trabalomas. El camino por tierra le tocó hacerlo a pie, porque no tenía ninguna forma de pagarse nada más. Por otro lado, el ejército había reclutado casi todos los hombres, y se había llevado gran parte de los caballos. Escaseaban tanto esas dos cosas como los alimentos, y el comercio estaba parado. La gente temía por la guerra, y llegaban rumores atroces de diversos lados. Cuando Theradriel llego a su reino, casi se desmaya. Vomitó lo poco que había comido hasta que las piernas le temblaron, y, aun así, sentía que no había terminado. Los ejércitos se habían ido, pero Quel’thalas seguía quemado. Por desgracia, aquella no fue la peor noticia. Serailäe había muerto a manos de los trols, que habían incursionado en el bosque antes de que se diera la alarma, y pudieran evacuar a todos los civiles. ***** La última vez Theradriel contemplo a su hermana, envidió la serena y placida paz de la imagen que ofrecía, y la envidió, porque la angustia lo rompía por dentro y le dolía más que cualquier enfermedad o penuria que hubiese padecido jamás. Cansado y destrozado por el viaje, no se movió del lugar en donde le permitieron velarla, dormitaba allí, sin levantarse, y solo comía pobremente si le acercaban algo. El dolor y la culpa lo encadenaban en aquel lugar. “Si hubiera vuelto…”” Si me la hubiese llevado…”” Si nunca me hubiera ido…”” Si no la hubiera perseguido hasta el agua…” En su mente aparecían miles de escenarios en los que la podría haber cambiado su destino, veía en cada día vivido la oportunidad desechada de salvarla que no había tomado. Habían intentado hablarle para que descansara un poco, se aseara y se permitiera un poco de reposo, pero, aunque se había comprometido a hacerlo, no cumplía su palabra, tampoco les permitía disponer del cuerpo. Meranth se acercó cojeando una tarde, no en mucho mejor estado que los hijos que le quedaban. Se detuvo ante la mortaja de lino y flores de entre las que emergía lo mejor que había creado en su vida, cuyo tiempo había terminado. Se inclinó sobre ella y le dio un beso en la frente, le trenzó uno de sus bucles con cuidado, y lo ató con una cinta de raso. Le susurró algo en thalassiano, y le cortó la trenza. Theradriel lo miró compungido, con el rostro seco de sal. Quería hablar, sabía que compartía su pena, pero por primera vez en su vida no encontraba las palabras, porque no había ninguna que pudiera expresar fielmente aquello que le consumía y que no se atreviera a pronunciar. Su padre se sentó a su lado y lloraron en silencio. Meranth le colocó el mechón de cabello en la palma y le hizo cerrar la mano. Cuando ambos se quedaron sin lágrimas, se fue. Poco después le dieron la sepultura apropiada. Con los años, la pena fue más leve, sobre todo para su hermano y sus padres. El primogénito de Alodien volvió a traer algo de alegría a la casa, lo llamaron Serileth en honor a la arpista. A su modo, nadie la olvidaba, pero todos seguían adelante. O casi. El crujir del papel sonó al lado de Theradriel, pero este no se giró. Su mirada celestina se hallaba fija en la sencilla estatuilla de piedra que cuidaba con devoción a diario. Alodien apiló con delicadeza todos los fajos de cartas sobre el banco, y contempló a su hermano con una honda preocupación. Aquella había sido su respuesta a la angustia que lo dominaba, a su ansia de romper la catalepsia que parecía querer hacerle perder a su segundo hermano tan poco tiempo después de haber perdido la primera. -No es tu culpa. -Se sentó en el extremo libre, dejando los torreones de años de correspondencia entre ambos. - Ella atesoraba tus cartas, viajaba a través de lo que le enviabas. - Alzó la mano, y salvo el espacio que los separaba, colocándola sobre el hombro de su hermano. Como los primeros brotes cuando se fundía la nevada, el flautista empezó a desprenderse de la esteticidad en la que llevaba sumido todo aquel tiempo, y finalmente, se dedicó en cuerpo y alma releer los años y años de correspondencia que le habían entregado. Comía con todos, no vagabundeaba, y aunque seguía pasando mucho tiempo entre los muertos, también se dedicaba a los vivos. Jugaba con su sobrino, y a veces, tocaba para quienes aún podían oírle. Su familia tomó en un primer momento esa vuelta a la actividad, a interactuar con el resto, como una buena noticia. Pronto descubrieron que solo era una nueva forma de perderlo. Theradriel vio en las últimas cartas de su hermana una última voluntad incumplida, una promesa pendiente con la que redimirse. Poco antes de la caída de Quel’thalas abandonó su casa por última vez, sin saber que nunca volvería a poner un pie en ella. ***** La travesía fue humilde, las comidas exiguas y su hospedaje monacal cuando llegaba a ser más que compartir un montón de paja en el establo de alguna granja. Portaba su flauta consigo, pero tocaba poco, lo justo para poder seguir su viaje. Iba rápido para hacerlo a pie. Cuando abandonó los reinos humanos, llegaban los primeros rumores de aldeas alejadas con las que se había perdido todo contacto. Theradriel no intentó preguntar por la troupe, aunque se detuvo a prestar sus respetos al Maese Willard cuando empezó a cruzar el reino de Ventormenta. El anciano, salvo su vida como había hecho hacia años con la de otros tantos, pues si hubiera seguido su viaje, le habría pillado su convalecencia en medio de la selva, y jamás lo habría contado. La ciudad había cambiado mucho desde la última vez que la había visto, aunque la reconstrucción no tenía nada que envidiarle a la original. Los canales que se podían ver desde la venta de la buhardilla que albergaba al quel’dorei no eran de los más olorosos que poseía la urbe humana. El elfo había conseguido hospicio en la casucha de un médico cuando, en los albores de su afección, este lo había reconocido como el aprendiz del alquimista anciano. Había accedido, por el pasado que le conocía, a tomarlo de ayudante a cambio de alojarlo y tratarlo una temporada. No solo de buena voluntad vivía el matasano, el elfo le había pagado lo que había conseguido tocando antes de que empezaran a vérsele las pústulas y chancros y le prohibieran entrar en la taberna en aquel estado, también se encargaba de la casa. Aunque era un precio excesivo para el trabajo que desempeñaba, pues limpiaba, auxiliaba al médico con los enfermos, cocinaba, limpiaba y se encargaba de preparar algunos remedios, no estaba en posición de quejarse, y soportaba, estoico, el precio que la vida le cobraba por las consecuencias de sus vicios. Portaba pegados al cuerpo paños y cataplasmas que absorbían el pus de las pústulas, y aliviaban el dolor de las llagas. Para no esparcir sus humores malos, iba siempre bien tapado, e incluso le hacía llevar atado un paño en la cara. Los vahídos eran habituales, ya fuera por la fiebre, o porque se hallaba exhausto. La mirada se le nublaba a menudo, por el encierro, el vapor de los remedios, y su propia condición, aun así, Theradriel había memorizado la disposición de los muebles, por ello, podía llegar a las camas de los enfermos casi sin problemas. El elfo se había acostumbrado a los quejidos de dolor, los murmullos angustiados en sueños y los desvaríos de los enfermos al punto que ya no las escuchaba. Sin embargo, aquel enfermo tenía algo en la voz que hacía que al quel’dorei le resultara difícil ignorarlo. -Siempre la miraba. -Murmuraba el anciano. Las pústulas, de un negro brillante, que poblaban casi toda su cara, le habían desfigurado el rostro. Vomitaba casi todo lo que comía, y apenas podía respirar. –Ya desde pequeña me había robado el corazón. Incluso para Thanováth era evidente que aquel hombre no viviría mucho, aun así, gracias al dinero, le aplicaban todos los remedios que podían aliviar su dolor, y alargar su estadía entre los vivos, por truculenta que fuera. -Era tan risueña, cierro los ojos y escucho que me llama desde la luz. Me está esperando. - Con esa cantinela se agarraba al elfo cuando tenía fuerzas, para pedirle que no le tratara. Pero alguien pagaba, alguien se aferraba a ese pobre viejo, posiblemente, porque fuera el único allegado que le quedara. Theradriel le envidaba por el modo en el que llevaba su perdida. Ese hombre no lloraba por no tener consigo su ser amado, ese hombre aceptaba la vida como un viaje, sentía a su amada como una guardiana que lo custodiaba, y que ahora que había llegado su hora, le reclamaba. El día en el que el elfo fue capaz de preparar a la perfección el compuesto a base de azarnefe que necesitaba para curarse, fue también el que se marchó de allí. Su último acto como el aprendiz de aquel medico fue acompañar en su lecho de muerte al enfermo de carbunco al que siempre escuchaba. Mientras atravesaba el umbral de la puerta, ataviado con sus ropas de viaje, y aun cubriendo su rostro mientras los restos de las postillas sanaban, se encontró con el benefactor del fallecido. Theradriel paso por su lado sin saludar a Melvyn. ***** Bahia del botín era el único lugar que no había cambiado, aunque sus casas pudieran no estar en el mismo lado, seguía siendo el mismo caos que era cuando el elfo lo había abandonado al final de la guerra. Parecía que el mundo se olvidaba de aquel estercolero donde se juntaban calaña y maravillas de todos los lugares del mundo. Theradriel se sintió a gusto en esa amalgama de gentes. La pequeña cala que había escogido se hallaba en una islita más allá de la estatua de piedra que daba la bienvenida a los barcos al mar. Había ido a remo, solo, sin estar seguro de si pensaba volver. Sentado sobre la arena, aun cálida del sol, dejaba que las olas lamieran sus piernas, y observaba entre sus manos la trenza castaña que había portado con su corazón hacia aquel confín olvidado. Saco el Dizi, que ahora portaba colgando de su final un dije pequeño, hecho con madera y plumas, el resto de aquello reposaba con su dueña. Colocó una lámina fina para tapar su segundo agujero, con tranquilidad y paciencia, con rito. Tocó por placer, por gusto y voluntad propia aquella canción que había cambiado su vida, y que también era de ella. Mientras las notas se embarcaban en el océano, él lo hacía más grande regándolo con sus lágrimas. Theradriel tocó una sola vez para los dos, y se cortó un mechón de cabello, los enterró ambos en el lugar más bello de la playa, luego se dirigió al mar. Un pulso en sus entrañas lo dobló en el suelo y le quitó el aliento antes de que pudiera adentrarse en las aguas. Se le cayó la flauta y clavó sus dedos en la tierra. Lo que quitó la vida a miles de sus congéneres, salvó la suya. Él apartó de si toda ambición del reposo eterno, tomó ese dolor, en ese momento, aquella puntualidad del destino en la ignorancia del momento sagrado que vivía como una orden de ultratumba que rezaba “vive”. Mientras tanto, la fuente del sol caía. ***** La sed le azotó de forma tenue, no solo fue una tenue preparación que rápidamente se desvaneció para dar lugar a algo catastrófico;. La noticia de la suerte de su gente fue devastadora para los primeros intentos del trovador de volver a vivir plenamente. Decidió permanecer en aquel puerto por un tiempo. Cuando la voluntad le fallaba, iba a ver el lugar en donde se había despedido finalmente de su hermana, el recuerdo le daba fuerzas, asi como los recuerdos. Geraldine le había enseñado a leer a la gente, Felton había sido un gran mentor para aprender cómo funcionaban sus mentes, el maese Willard le había permitido aprender a producir una suerte de productos que le podían reportar algo con sus ventas, con los actores había aprendido a actuar y mentir con la naturalidad con la que respiraba, de Dunmir se había llevado el humor, y de Melvyn el valor de tentar a la suerte. De Alodien tenía la paciencia para no rendirse cuando las cosas iban peor, de su madre la manía de consentirse con su aspecto para sentirse un poco mejor, y de su padre la tolerancia a la sobriedad del vivir, de la que hacía gala solo cuando era estrictamente necesario. Lento, como la calígine que ascendía lentamente de las aguas semi estancadas y sucias del puerto, su culpa se fue desvaneciendo, y eso le permitió sanar. ***** La restauración de la fuente del sol fue otra especie de señal de la providencia, y le despejó la mente permitiéndole poner en orden sus pensamientos. Theradriel quería vivir, y quería vivir bien. Añoraba los años dorados de su vida, antes de que cayera en la vorágine de penurias que casi lo había destruido por completo. Durante unos días se planteó la posibilidad de volver con su gente. Pronto la descartó. Quel’thalas era un sueño, un sueño imposible que había durado mucho, pero que estaba destinado a caer. Había sido cuestión de tiempo. No quería volver a vivir de sueños, de algo irreal que podían arrebatarle en cualquier momento. Tampoco quería volver a la casilla de salida de sus errores para que le pesaran cual espada pendiendo sobre su cabeza. Y finalmente, no quería enfrentar la realidad de su gente. Se negaba rotundamente de ver el estado en el que había quedado su tierra. Ni siquiera escribió para averiguar que había acontecido con su familia. Prefería que siguieran formando parte de su imaginario, quería creer que Alodien y su hijo vivían felices, que sus padres seguían en la aldea en la que había nacido, no estaba dispuesto a disipar esa posibilidad. Decidió que, si no estaban vivos, lo seguirían estando para el en el recuerdo. Decidió que había pasado suficiente tiempo en ese puerto, ese antro de condena había sido el retiro perfecto que le había ayudado a recomponerse, a pensar, ignorar el entorno cuando no podía hacerse cargo de sí mismo, también decidió que no quería vivir toda su vida en aquel estercolero de miseria, y languideciendo en cuchitril lleno de humedad. Con dinero,y los talentos que había cultivado en sus viajes pagó todas sus deudas y se fue. ***** Cruzar la selva era un horror, aunque bosque del ocaso no se quedó atrás. Era de noche, o parecía de noche, era difícil decirlo en aquel lugar maldito. Theradriel aun recordaba cuando los arboles eran verdes y el sol se colaba por las hojas como miles de escaleras al cielo. Se habían juntado un numeroso grupo de gentes para cruzar la selva, desde comerciantes de pieles a mercenarios que iban a buscar suerte a tierras más benevolentes donde les fuera más simple ganarse el jornal y no se jugaran tanto el cuello. El primero en verlos no pudo dar la alarma. El borrón negro se lo llevó, desensillándolo del pony, y desapareció al otro lado del camino antes de emitir un grito. El huargen se zampó al gnomo prácticamente de un bocado. Le siguieron el resto. Thaniovath intentó huir como pudo de ese caos, al igual que la mayoría de personas que no sabían defenderse. Entendió muy tarde que tendría que haberse escondido en una carreta. Los inmensos seres lupinos los cazaron, a él y a otros mercaderes, los tiraron de las monturas, y se abalanzaron sobre ellos. El elfo tuvo suerte, hasta él sabía que no podía llamarse de otro modo. Quedó atrapado entre las monturas y los cuerpos, el olor a sangre, vísceras y carnaza lo ocultaba, aunque solo era cuestión de tiempo. Los lupinos se comían a sus antiguos compañeros de viaje casi encima mismo de su propio cuerpo. Por un tiempo incierto, que se le hizo eterno, observo en silencio, aterrado, como esas bestias no dejaban ni los huesos, y cada vez estaban más cerca de encontrarle debajo de los restos de su cena. Cada vez que se peleaban entre ellos, por un pedazo de brazo, o de carne especialmente suculento, daba las gracias a la luz y los cielos, porque le hacían ganar algo de tiempo. Los supervivientes del convoy, principalmente mercenarios, que habían logrado salir de aquello, se toparon con él al re emprender su camino hacia villa oscura, así como con las bestias que se daban un festín con los restos. Lo último que vio fue un guantelete metálico alzándolo de debajo del padre de una familia a medio comer. La parte buena es que sobrevivió, la mala es que apenas le quedó un hueso en el cuerpo que no se hubiera partido. Gasto todo lo que le quedaba para que le atendieran como pudieran, y se quedó en la miseria. Durante medio año no podía ni caminar, antes de que terminara este era capaz de ir solo hasta la bacinilla. Tardo aún más en ser capaz de andar con muletas, y estas le costaba sostenerlas, pues sus manos no habían quedado tampoco indemnes. Mover la cuchara fue una lucha personal, también el asumir que quizás jamás podría volver a tocar un instrumento. La luz quiso que aquello no fuera cierto, y cuando ya cojeaba levemente, y se podía ayudar solo con un bastón, había logrado volver a tocar sencillas melodías con su dizi. Fueron meses duros, un gran tropiezo cuando por fin empezaba a correr de nuevo. Se convenció de dejar atrás el reino de Ventormenta. Tres de sus amigos habían conocido allí la muerte, también un amante, había abandonado a otro, aunque no se arrepentía de ello. Aquel lugar tenía una mala estela, estaba maldito, desde sus bosques negros hacia su ciudad de canales pestilentes. Theradriel lo dejó atrás cuando aún no se había curado por completo, convencido en jamás volver a poner un pie en sus tierras. El mundo era muy grande, y el, tenía muchas ganas de vivirlo. Sabía tocar, aunque sus manos no le permitían hacer más que unas pocas canciones sencillas con la flauta, su voz no había mejorado lo suficiente como para poder valerse cantando, y su cuerpo estaba lejano a poder bailar con destreza. Pero podía hacer perfumes y fragancias, algunas pócimas menores, también era capaz de tratar afecciones leves, y hacer las curas que se les escapaban a los comunes, y por encima de todo, conocía los caminos, y había aprendido a mercar lo que tenía lo suficiente como para valerse por sí mismo. El sendero al norte era un viejo conocido, que lo acogía con la nostalgia de un viejo amigo, y con la dureza que lo curtía y entusiasmaba al mismo tiempo. Mientras siguiera caminando, mientras la muerte y el dolor siguieran cubriendo Quel’thalas, ese sería su hogar, y al fin y al cabo, si las décadas cambiaban el mundo, más lo hacían los siglos. Tenía el tiempo a su favor, y él era un hombre paciente. *** Fin ***
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    La cofradía de la llama. Claros de Tirisfal. Las melodiosas voces armónicamente acompasadas, entonaban ancestrales cánticos en lengua muerta, que evocaban la gloria del antiguo reino perdido. Al tiempo que los inciensos cargaban el ambiente de fragancias dulzonas, acrecentando la sensación reconfortante y la sutil alusión de pureza. El ocaso escondía los últimos destellos dorados, dando paso a la húmeda frescura nocturna. Las antorchas resplandecientes se batían con paciente insistencia, en desigual contienda contra las penumbras. Las figuras encapuchadas se encontraban formadas en círculo, ajenas al contraste que reinaba en las alturas. Ocultas entre olvidados pasillos mortuorios, sin que el frío y las tinieblas parecieran importarles. Habían culminado el cónclave fundamental, que marcaría a fuego el resto de su existencia, y quizás luz mediante, pasaría a la historia como el principio de una nueva era… Mano de Tyr. Héctor “El Vidente” terminaba de escuchar a su aprendiz predilecto, quien culminaba de leer el informe en voz alta. No se trataba de un problema cultural, pues el anciano inquisidor podría dar cátedra en casi todas las ciencias de dominio imperial. Sin embargo, no presentaba más que suturas en forma de cruz, en cada una de sus cuencas oculares. Afortunadamente su oído era agudo, entrenado precisamente para percibir los tenues susurros, de las confidencias más profundas que se le solían revelar. Tras meditar largo rato, Héctor le hizo señas al muchacho, quien ya sabía que debía tener a mano papiro y pluma: - Envía un grupo discreto de hermanos, y más bien de bajo rango. Que investigue si el retraso en la evacuación, y la pérdida de material clasificado, obedecen a acciones del enemigo. O por el contrario guarda relación con los defensores. – Sentenció "El Vidente".
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    Alrik Úlfrsson Raza Enano Sexo Varon Edad 177 Años Altura 1'19 Centimetros Peso 128 Kilos Lugar de Nacimiento Karak'Medum (Reino de Khaz'Modan) Descripción física: Alrik fue antaño un enano de roja cabellera y barba de anaranjados destellos asemejándose a una vela danzante zozobrada por el viento. Actualmente y tras los estragos de la edad la intensidad de ese color se ha perdido en sustitución de un claro tono blanco que parece reflejo terrenal de las propias nubes. Sus ojos de igual forma son grises como el hielo que acaba de transformar las gélidas aguas. Su antaño fornida figura se deterioro drásticamente tras la caída de Karak Medum, siendo ahora solo un remanente de lo que fue. Ello no significa que carezca de musculos, como incluso el más escuálido de los enanos podría ganar fácilmente a un humano en fuerza aun pese a su edad, los tatuajes con motivos rúnicos decoran tanto brazos como espalda y pecho casi por entero, numerosos dibujos representando animales o símbolos para dotarle de seguridad. Su nariz siempre ha resultado aguileña, su barbilla muy pronunciada y las arrugas siempre han cortado su regia cara. Varias cicatrices recorren su tez haciendo de su contemplación todo un espectáculo de historias haciendo referencias al origen de las mismas. Descripción psíquica: Alrik como todos los chamanes tiene una característica primordial, es sumamente paciente, consciente de que nada puede acelerarse demasiado sin desembocar en un error. Sumamente hablador no ceja de reseñar las tradiciones enanas y Drakigsson una y otra vez sobre todo a los demás jóvenes a quienes tratará con la tozudez de un maestro aún sin conocerlos en demasía, presume además con bastante frecuencia de lo bien capaz que es de recordar cualquier suceso acontecido tiempo atrás, por otro lado Alrik es alguien hacia el cual desemboca rápido la ira en casos comunes, guardando el juramento de una venganza lenta pero inalterable hasta su finalización, esto tanto punto a favor como en contra le ha marcado en toda su vida. Comúnmente recurre a las metáforas que aunque entiende jamás es capaz de decir en el momento justo o hallar la inspiración para encontrar semejanzas acordes, es tozudo como todo enano y aun pese que su edad ya se marca tanto en su oído como vista cansada no asumirá que es ya un anciano ni aunque el mismísimo rey de Forjaz se lo diga con una tuba al oído. La lealtad es si mayor cualidad, una vez que ha jurado defender a alguien o trabajando amistad jamás deja en la estacada a quien tenga la fortuna, de carácter arisco jamás para de quejarse por todo cuanto le rodea y no dudará en golpear con su cayado a aquel lo suficiente osado para contradecir a este anciano. Historia Capitulo I Llamada & Partida (Actualidad) Hagall ascendió por entre la brumosa ladera para posarse en la enguantada mano de su amo, su pelaje de ébano resaltaba como un faro en la oscuridad que suponía aquel paisaje. La montaña ascendía hasta cientos de pies de altura rodeada por rocas casi inaccesibles, un lugar poco concurrido sin duda, solo los infatigables carneros recorrían sus pendientes imposibles, pero al fin y al cabo era el lugar que Alrik Ulfrsson había elegido para su exilio no por muchas más razones que esa. Después de todo el anciano enano gustaba en aquellos años de todo menos una compañía con quién sacar a relucir los errores de su pasado. Su fiel compañero un anciano cuervo le era suficiente para conocer sin intervención alguna todo cuanto debía conocer en las tierras bajas, las plagas, los nuevos imperios, las continuas guerras nada variaba incluida Karak'medum aun yaciendo en las sombras en espera que siglos o milenios más adelante terminará por ser finalmente olvidada, un reducto de una leyenda como eran los Drakigsson. Esa mañana el tiempo estaba peor que nunca, la ventisca se cernía sobre la blanca barba del anciano enano zarandeándole inmisericorde al compás de un tema desapercibido. Hagall había regresado después de estar dos semanas fuera, pero Alrik jamás había dudado de su compañero, los cuervos siempre vuelven, son la sabiduría encarnada y para ellos el perderse es algo utópico. "Dag'nervo", inquirió en la nota que llevaba pegada a la pata el cuervo, un mensaje simple enviado por otros exiliados Drakigsson al igual que el mismo, el Dag'nervo es una comúnmente conocida asamblea dónde todo Drakigsson ahora y siempre ha estado invitado para asistir, varios son los temas que se tratan, antaño cuanto Mithril podían acaparar a lo largo de un año según la demanda de los Barbabronce, otras veces ir a la guerra contra algún enemigo particularmente molesto para la raza enana en conjunto, como los asquerosos Troggs que con su pútrida presencia mancillaban las detalladas losas labradas a lo largo y ancho de Karak'medum. En los últimos años sin embargo había existido silencio, ninguna asamblea se había formado pareciendo un tema tabú el siquiera pensar la reconquista de su fortaleza, Alrik sin duda intuía hacia donde se decantaría los vientos de aquella asamblea esta vez. Tomando las bienes de que disponia todos ellos demasiado pocos procedio a descender de la montaña una semana despues, los suaves vientos de la cumbre parecieron ayudarle en la pesada bajada y cuando llego a las planicies inferiores lamentaron la perdida que habia supuesto el enano en esas cumbres desencadenando una tormenta. La lluvia se precipitaba sobre el conjunto de pieles de carnero que bestia el enano, parecia perpetua y amenazaba con anegar aquellas tierras, Alrik habia permanecido en aquella cumbre por largos años. Quizas mas de los que hubiera debido estar, no por cobardia si no por verguenza. Capitulo II Verguenza & Caida (14 Años antes) -!Estan atrevsando el porton! continuad apilando escoria frente a la puerta, que no la traspasen!- La fortaleza de Karak Medum asediada por orcos y dragones, el fin. Las llamas consumiendo las brillantes armaduras del ciego orgullo de los enanos ante semejante amenaza. Las barbas prendiendose como mechas encendidas fruto de la ciega vision de los lideres ante la amenaza. La puerta principal amenaza con ceder, desde el exterior los rugidos se entremezclan con las llamas y los fanaticos gritos de guerra se acrecentan, la puerta principal cede al fin. Una ola de llamas inunda la instancia principal del gran salon, imparable hasta frenar de subito con una corriente de aire nacida de la nada, los Skaars del clan luchan contra la poderosa fuerza elemental de las bestias en vano, son demasiadas. El agua se evapora, el fuego solo los alimenta, la tierra rebota en sus escamas y el viento empequeñece contra sus alas- -Retroceded! a los salones inferiores, aguantaremos! no decaigais, ¡Draki durg valmorak fagari Drakiggson!- los generales espetaban ordenes en todas direcciones, pocos las escuchaban incluso entre los regios enanos de gran formacion militar el caos reinante era demasiado para escuchar nada mas alla de los gritos de agonia de los que se carbonizaban vivos. El thane Vradik al que siempre habian dirigido esperanza en momentos de caos yacia en el suelo, inerte. Habia perecido como merecia un heroe, su hacha aguardaba hundida en el craneo del mas grande de los dragones rojos esperando ser retomada por su dueño, jamas volveria a suceder. Alrik se hallaba confuso, tosia freneticamente por el humo y trataba de llamar a los elementos para que le permitieran seguir luchando, pero ya era demasiado viejo para asedios tan prolongados, sus fuerzas flaqueaban y la energia no alcanzaba siquiera a rozar sus dedos nuevamente. Una de las antiquisimas columnas del gran salon termino por colapsar sobre dos dragones rojos que batallaban no menos de una docena de aguerridos enanos, sus nombres jamas se olvidarian en los muros que se les erigirian cuando la victoria llegase, gustaba de pensar para si mismo el cansado Alrik mientras recorria a paso dubitativo todos los estragos de la batalla. Un orco salto ante el, era alto, mucho mas que el propio enano. Sus musculos marcados por venas por las que parecia fluir una sangre que variaba entre tonos carbon y verde putrefacto casi brillando en la oscuridad de la estancia. Alrik no tenia donde escapar mas que luchar, el orco en su frenetico salvajismo se precipito sobre el blandiendo una enorme hacha enana que habria arrancado de las frias manos de algun compatriota, eso encendio nuevamente el infatigable odio del enano que con sus ultimas fuerzas lanzo una corriente de aire en direccion al orco. Insuficiente para matarlo o siquiera herirlo pero basto para desarmarlo y derribarlo, tiempo suficiente para que el anciano enano se arrojara sobre el. Llovieron los puñetazos en ambos sentidos, Alrik encima del orco golpeaba con ira pero desde el suelo el contrincante se revolvia como gato panza arriba, su corpulencia le habria bastado la victoria de no ser porque Alrik hallara fortuitamente el mismo hacha que le habia arrebatado de las manos, un ultimo puñetazo y el hacha ascendio y descendio subitamente poniendo fin a la resistencia y sangriento legado de la bestia verde. Todo a su alrededor se consumia de la forma menos favorable a los hijos del dragon, ya se contaba con menos de un centenar de defensores, los orcos y dracos rojos no cejaban de entrar por la brecha donde habia estado alta e impenetrable tiempo atras la gran puerta de Karak Medum. Su instinto de supervivencia palpitaba debatiendose, sabia que existian tuneles de huida en los niveles inferiores que conducian mas alla de las montañas hasta los verdes campos, zona segura donde sus aliados podrian socorrer al clan perdido. Pero otra parte dentro de si le clamaba por luchar, aun seguro de la evidente muerte le impulsaba a avanzar, sangrar, morir abrasado pero tomando un hacha en cada mano, cada latido erizaba la barba del chaman enano, cada grito de agonia a su alrededor dilataba sus pupilas. Alrik se hallaba en mitad de un caos y aun asi en voz baja canto funestamente el cantar que todos en aquellos salones habian conocido, Y ahí estaban los enanos bajo la piedra desnuda, con el mazo alzado y sin ninguna duda. Thorig el dorado, con reluciente armadura. Vradik el forjador, y su yelmo de miura, ¡levantad vuestras jarras y hachas! Cantaron los hermanos ¡No caeran hoy los escudos enanos. Alrik termino a mitad de cancion y colmado de verguenza y deshonor se perdio en los tuneles inferiores de la fortaleza, tras de el fuego de dragon habia consumido a sus mas renombrados vastagos para la eternidad. Capitulo III Agravio & Venganza (Actualidad) El Dag'nervo era insual, el primero en varios años y las costumbres se mantienen imperturbables, se da la bienvenida a los recien nacidos, pocos, demasiado pocos. Y se despide a los muchos caidos, tradicion y misticismo se junta siempre en esa solemne reunion. Los cuervos revolotean sobre las cabezas de una treintena de enanos reunidos, los remantenes del otrotra clan Drakiggson, los hijos del dragon. Demasiado orgullosos para olvidar y demasiados pocos para llevar venganza pensaba Alrik mientras escuchaba todo con inmaculada atencion y sepulcral silencio, rechisto varias veces a los jovenes que preferian narrar desventuranzas del camino hasta alli en vez de rememorar al thane Vradik y su hermano, al mismisimo Odinus. Hizo hincapie en varias cuestiones atenuantes, fue clave en algunas decisiones. En los Dag'nervo todos los miembros del clan son escuchados independientemente de su rango, pero si bien es cierto que los barbalarga como Alrik son escuchados por una fraccion mas de tiempo que los mas jovenes, nada salio en claro del debate pero a ojos del anciano reboso la esperanza de ver aunque en aplastante minoria a los jovenes y fuertes descendientes de aquellos defensores a quienes dejo atras en Karak Medum, incapaz de aguantar la mirada a algunos por mas de unos segundos se retiro a descansar y tomar el aire en alguna de las cercanas cornisas. En la contemplacion desde las cumbres veia casi todo Khaz'modan y mas alla, al fondo podia vislumbrarse la sombra de la majestuosa Forjaz, erigida en tiempos que nadie es capaz de recordar y jamas sitiada ni mucho menos conquistada por enemigo alguno, tambien dirigio su vista hacia el este donde sabia se hallaban las silenciosas puertas de Karak Medum, solo la oscuridad y el mal moraban dentro, una maldicion decian algunos, miedo a enfrentar enemigos pasados clamaban otros. Tan ensimismado en sus cavilaciones que no vio venir un copo de nieve hasta que estaba a un escaso kilometro de distancia, su vista era buena aun pese a la edad, aquello de movimiento erratico no podia ser un copo de nieve, era demasiado grande para haberlo visto desde tanta distancia penso. Entonces un aleteo se escucho por encima de su cabeza, Hagall volaba en el valle bajo aun siendo participe del Dag'nervo, el no pudo ser el precursor de tan conocido y reconfortable sonido. Miro a un lado y otro, las piedras relucian con la nieve a la luz del frio sol del norte cuando lo vio, su plumaje era blanco casi imperceptible en tales condiciones, sus ojos grises parecian tener una profundidad insondable mucho mayor a la que aparentaba. El cuervo blanco le observo, examinando al enano, midiendo, casi penso Alrik escudriñando su pasado y futuro, su verguenza pasada. Sucedio el minuto mas largo que el enano recuerda en su vida hasta que el graznido del cuervo anuncio su marcha, un suave aleteo que levanto brisas de viento que hicieron precipitar al enano por un instante, cuando se recompuso lo vio volar, hacia el este, hacia Karak Medum, silenciosa, oscura, imperturbable, su hogar. Sus ojos claros creyeron ver mas alla, atravesando la dura roca de montañas altas capaces de rasgar los cielos, lagos profundos de aguas gelidas, una oportunidad de redencion. Conforme los vientos le envolvian casi confirmando su creer, Alrik cerro los ojos y permanecio en aquella cumbre por todo lo que restaba de Dag'nervo, un dia y una noche hasta que finalmente descendio. Sus pasos eran mas seguros sobre la quebradiza nieve y su gesto de amargura ahora rebosada conviccion, quizas el anciano enano hubiera visto un destino posible en el que sus huesos y el de que sus huesos reposaran finalmente en las criptas de Karak Medum donde correspondian, su hora estaba cercana y lo presentia. Desde aquel dia recorre las tierras enanas hallando maneras, formas de preservar el conocimiento de su clan pero como ultimo fin retomar Karak Medum para morir alli, el enano de barba blanca se dirigio a Forjaz, Pico nidal incluso rondo las cercanas tierras de la montaña rocanegra pero al final todo enano regresa a su hogar, Alrik sin ser excepcion tomo la senda que le condujo hasta Nazsheim, primera piedra de muchas en un largo camino de agravio y venganza.
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    Darío abriría la carta y la leería de inmediato, con cierta dificultad debido a lo poco acostumbrado que está a leer. al principio su cara demostraría esfuerzo y ciera confusión, acentuada al leer la ubicación en la que es citado. Poco despues arrugó la carta en su puño -Sabía que algo no iba bien cuando le pregunté- pensó. Martilleó el metal con todas sus fuerzas procurando calmarse y cuando estuvo más tranquilo comenzó a afilar su espada y bruñir su armadura y tras acabar ese trabajo se dirigió en busca de Alexander. Había trabajo que hacer @IsildurJenkins @Focus
  11. 1 point
    Tribal Como primera nota diré que sí, todos son sets son de WOD, por comodidad y porque esa temática es la más afín. He prescindido de hombreras llamativas y cascos horteras, así que se quedan sets de apariencia "tribal" o "tosca" que casa con estas razas mejor que ningún otro set existente, donde el principal elemento visual es el cuero y las pieles de animales. Humildes, pero bonitas. Tela 106157 106159 106476 106479 106163 106164 106407 106408 106409 106410 106411 106412 106413 106539 106541 106542 106543 106544 106545 106606 106605 106607 106608 106609 106610 106611 106671 106672 106673 106674 106675 106676 106677 106638 106639 106640 106641 106642 106643 106644 113800 113798 113799 113801 113802 113804 Cuero 109787 109809 109829 109848 109884 109934 109787 109809 109829 109848 109884 109934 128456 128455 128457 128458 128459 128460 128461 124245 124249 124253 124266 124275 124280 113789 113790 113791 113792 113794 113796 106532 106533 106534 106536 106538 106664 106665 106666 106668 106670 106598 106599 106600 106602 106604 Malla 126692 126693 126694 126671 126672 126674 113813 113814 113815 113816 113818 113820 114713 114717 114722 114729 114735 114738 106166 107302 106168 106518 106170 117515 106173 106415 106417 106418 106419 106420 106421 106422 106646 106648 106649 106651 106652 106653 126194 126195 126197 126215 126216 126217 Placas (aunque parecen más malla-cuero por eso las he incluido) 106489 106490 106491 106493 106495 106588 106589 106590 106592 106594 106593 106591 114496 114499 114504 114508 114516 109793 109818 109837 109856 109892 109943 109985 128050 128033 128042 128057 128058 128068
  12. 1 point
    Buenas, dejo aqui una lista de posibles armas para el vendedor de tribales @Malcador Lanzas: 127334 112872 116835 61404 127335 126484 118801 110036 110040 Hachas de una mano 114909 106318 119781 115303 111535 116508 116610 116576 116593 109166 119206 125492 Armas de puño 127159 122396 116531 115133 126607 Mazas de una mano 116123 133446 127530 115310 113176 116584 118210 116500 118131 116550 115597 111070 115027 120056 Dagas 118127 111490 116462 116479 119460 116644 115064 119394 119395 120054 115025 117776 115947 117575 126042 128193 126477 126000 127179 109078 113175 118012 113180 113049 127607 Espadas de una mano 113287 116641 110032 110049 124624 116590 114915 126609 128197 124889 126003 128095 124387 Bastones 116623 116555 116606 116537 128198 Hachas a dos manos 115304 116492 116475 116611 116628 116594 126610 128097 125496 Mazas a dos manos 118245 133486 118206 116535 116518 119405 117384 118989 115137 128629 Espadas a dos manos 115138 119411 115819 126135 125021 117711 Arcos 127533 111783 127463 115305 116629 116578 119412 115029 Ballestas 112387 119413 118797 124891 126005
  13. 1 point
    Nombre: Niras Rim Género: Masculino Raza: Humano Lugar de nacimiento: Stromgarde Edad: 25 Altura: 1.9m Peso: 110kg Ocupación: aventurero Descripción física: Niras es un humano con una altura y masa impresionantes pero justificadas por su lugar de nacimiento. Es tan inquieto y constante para realizar esfuerzos físicos que su cuerpo presenta músculos muy trabajados, sobrepasando lo común pues él no se conforma con manejar bien su arma ni tan solo acostumbrarse a tolerar el peso de su armadura. Niras “necesita” sentirse agotado, constantemente. Es entonces cuando se siente en paz. Repitiendo este ciclo de satisfacción, consiguió un cuerpo extraordinario. Es de esos hombres que, aunque hubiesen llevado una vida sedentaria, seguirian teniendo una fuerza notable. Niras ocupa tanto espacio que cae en la frase de “te mata con una sola pierna”. Es de piel morena, y de rasgos faciales muy marcados. Sus pómulos hacen sombra a una mandíbula ancha que no necesita de barba para verse cuadrada. No tiene una nariz excesivamente grande, ni demasiado pequeña. Su barbilla es lo suficientemente prominente y ancha como para acompañar al resto de de su rostro. Largo cabello negro, y ojos verdes que destacan por el tono de su piel. Todo esto le da una apariencia similar a las de los héroes de las historias. Parece una personalidad importante, como uno de los aclamados personajes a los que les hacen estatuas. Alejándose así, por completo, de la estética del común, borracho, o campesino. Niras no es mejor que ninguno de ellos, pero en su imagen, actitud y caminar, se ve a alguien que está destinado para mucho más. Es ciego del ojo izquierdo, viéndose este totalmente blanco. También es sordo del oído del mismo lado y tiene cicatrices en este perfil, de distintos tipos de ataque que van desde la cien, descendiendo entre cruces de diferentes cortes hasta uno muy largo y visible que parte desde la comisura de su labio casi hasta su oreja. Esto le da la macabra imagen de que siempre está sonriendo de manera imposible cuando se lo ve desde lejos. Pero como el resto de su cara cae de lleno en la categoría del “atractivo hombre formidable”, sumado a su actitud, las personas suelen ignorar estas marcas. Aunque no deja de llamar la atención que de un lado este intacto y del otro muerto. Últimamente le han salido muchas canas que se ven a simple vista. Descripción psicológica: Niras Rim es un hombre sumamente cruel y arbitrario cuando se siente con completa impunidad. Desde muy joven cometió atrocidades en su propia tierra natal, así que ya normalizó lo que se considera malvado para el resto. Siendo así, no hay ningún remordimiento en matar al indefenso e inocente, pero sí satisfacción al conseguirlo. Incluso puede reírse de como se desploman o de las últimas expresiones que hacen sus propias víctimas. Disfruta conociendo a las personas, sus historias, incluso sus problemas. Niras necesita de las personas, no solo como una distracción; realmente le importan, pero no es íntimo con nadie. Si encuentra una razón y momento para deshacerse de alguien lo hace, sin planeación, en ese mismo instante. Ignora por completo a las organizaciones de la Alianza, las leyes de donde quiera que vaya, y la autoridad. Nada de eso le interesa. Así que se limita a imitar al resto cuando está en un lugar civilizado. Es alguien ambicioso, que todo el tiempo está pensando en el resultado de las cosas, y en estar mañana mejor que ayer. Esto y su hiperactividad lo obligan a alternar entre actividades físicas y sociales, pero nunca abordar otras como la lectura, ni dar forma al arte. Pero si consume arte, como es el caso de la música, pues la música le brinda un escenario donde puede mover el cuerpo. Así, el personaje padece de una paciencia limitada y una falta de concentración peligrosa, sumergido por completo en sus anhelos y en lo que se viene después. Fija su atención en una cosa. Falla al escuchar a quien no está viendo. No piensa de forma automática en mucho de lo que hace o dice a menos que, conscientemente, tome la decisión de medir sus palabras, en cuyo caso, se aísla bastante de lo que este sucediendo a su alrededor. Se la pasa agotando su cuerpo y gastando temas de conversación hasta finalmente terminar el dia sabiendo que hizo todo, todo el día, y así, dormir bien, para al día siguiente repetir el ciclo. Se asea, peina y afeita. Presta bastante atención a su apariencia a pesar de su forma de vida. Y que no lo haga con más dedicación o resultados es por falta de conocimiento/recursos que por otra cosa. Se involucra en los intereses de sus más cercanos. No tiene pasatiempos porque generalmente está haciendo otra cosa que le importa más, pero recuerda nombres y todo lo que le comparten. Niras procura que el resto crezca con él, y conseguir un beneficio mutuo. Por ejemplo, ayudar a un herrero en sus problemas, y luego negociar una armadura ya sin ser desconocidos. Él cree en el placer de generar un ambiente agradable para lidiar con el estrés de la vida aventurera. Tal vez no sepa explicarlo, pero se refleja en su manera de entablar relación con otros. Niras prefiere regresar al pueblo luego de combatir, y escuchar saludos y calidez, y no amargura y frialdad. Además, sabe que si trata bien a las personas se le abrirán las puertas, pero no lo ve como algo manipulador y egoísta. Lo piensa como una confirmación de que esa es la forma natural de interactuar con otros. La ideal, la correcta, y la más inteligente, y sobretodo, la que también deberían utilizar con él. No es ningún secreto ni visión que se guarda, más bien un hábito saludable y muy práctico. Cree que hacer lo contrario es autodestructivo. Niras es alguien que, si se siente seguro e inspirado, puede hacer lo que sea. Incluso acabar con todo. Historia: Él nació en el reino de Stromgarde. En los campos, no tras las murallas. Creció siendo educado por su madre sin la ayuda de ningún otro familiar. Nadie supo el destino del padre, pero esta mujer se hizo cargo de todo. Defendió el hogar, aprendió a cazar, y procuró enseñarle al chico valores masculinos, desechando los de su propio género. Su hijo crece admirandola. La convierte en el tipo de mujer que busca para si mismo a tal punto de tener pensamiento inapropiados. Niras crece vendiendo carne y pieles, obligado a trasladarse a través del reino a pie o caballo. Así se hizo evidente su pasión por interactuar con las personas; no le importaba permanecer un tiempo más en un lugar si lo invitaban a un festejo, o cena. También, y hasta el día de hoy, no dejó de demostrar una agitación muy típica de los niños. Su vida es un esfuerzo sin fin, llevándole a situaciones, como por ejemplo, encontrarse talando madera como un favor a otra persona o ni siquiera por eso. Acumulando una pila demasiado grande para si mismo. Niras consumió, de la boca de Stromgardianos de todas las edades, ideas y posturas que vanagloriaban a la especie humana, o solo a Stromgarde. Fuera de su control, todo su entorno hizo marcas profundas en su forma de ver el mundo. En aquel entonces solo le importaba lo que estaba dentro de sus fronteras, y lo de afuera era inferior. Niras no participó en ninguna guerra. Tampoco demostró orgullo por su patria más allá de las palabras. Evadía al deber porque se consideraba mejor que un soldado, él creía que era más especial que los integrantes del rango más poblado del ejército incluso cuando aun no tenia dos pelos de barba. Su vida era trabajo duro, amistades y favores, y conocer lugares, hasta que dejó de ser considerado un niño, vio su reflejo y que era muy ancho y de extremidades grandes. Queriendo demostrar que estaba a la altura, se hizo cargo de cuidar la casa. Es decir, ahora él cuidaba a su creadora. En el fondo queriendo impresionarla. Durante uno de estos viajes vendiendo partes de animales, ella murió mientras él no estaba, antes de que la vejez cambiará radicalmente su apariencia; al parecer por una muerte súbita, instantánea, pues no tenía ninguna herida. Y todavía sin saberlo, durante todo el viaje, contempló la baja estatura de todos los demás hombres, y retó a rostros familiares en competencias de fuerza, dejándolos en ridículo. Ya viviendo solo y desorientado, en el primer año, convenció a algunas personas a recorrer el territorio junto con él, con el fin de conocer de punta a punta la cuna de la humanidad. Se encontró con razas de las que solo había oído hablar, y cada vez que veía a una nueva Niras pedía, intrigado, una demostración física, y si eran hostiles también la presenciaba por razones obvias, pero en compañía de sus compañeros. Así resolvió que los humanos no eran tan especiales, y que todas las otras razas eran mejores en cosas que la suya no. Les envidiaba todo, incluso la longevidad, y no solo eso, sino que veía en la ropa, armas, y abalorios, materiales nuevos. Comenzó a preguntarse cosas sobre la magia, sin sentir rechazo o miedo ante esos pensamientos. Repentinamente lugares como Dalaran pasaron a llenar su mente de curiosidad pues representaban otro mundo de puertas más abiertas. Esto no lo hablaba con nadie, él sabía lo que pensaban los comunes y lo delicado de estas ideas. Así realiza que todas las demás razas, poderes, y lugares, le dan más miedo que su propio reino, y comienza a ponerse a prueba en las noches, atacando a caminantes al azar con un hacha de dos manos que había conseguido de un orco en su primer aventura. También peligraban sus propias amistades, si es que aceptaban irse con él un tiempo. No tenía entrenamiento, esto le costó la visión de un ojo a causa de cargar hacia un golpe que iba directo a él. Arañazos y cortes le arruinaron el perfil izquierdo del rostro, y un desafortunado encuentro con un piromante le obligó a soportar una serie de explosiones pequeñas a la altura del hombro, que le provocaron heridas leves, pero el ruido de los estallidos le inutilizaron un oído. Así, todo su lado izquierdo, que nunca supo defender, se hizo todavía más vulnerable. Asesinaba como un bárbaro, no como un guerrero disciplinado. Aprendiendo, a costa de su cuerpo, sobre el combate. No quería recibir órdenes, no quería proteger una frontera. Era más joven que ahora y queria resultados inmediatos. Como seguía transitando por poblados, descubrió a tiempo el rumor que esperaba: un orco, uno solo, estaba escondido en alguna parte, porque había desaparecidos y cadáveres encontrados, y las heridas de esos cadáveres tenían cortes más grandes que los de armas humanas. Lejos de confiarse, lo preparó así para tener la señal de que era momento de irse. Se lo volvió a ver en el puerto Menethil, igual de simpático y agradable, repentinamente intrigado por explorar el corazón del territorio enano. La verdad era que tuvo que hacer todo lo anterior para sentirse capaz de enfrentar al mundo. La idea seguía rondando en su cabeza, estaba seguro: si duelo a duelo contra los suyos sobrevivía, entonces podía aspirar a probarse con una raza mejor o en con el territorio de una raza mejor; que eran casi todas las otras. Cada día lejos de Stromgarde más se convencía de que la humanidad de allí estaba cubierta tras una cortina, murallas, armaduras gruesas, y una gran mentira. Que todos los otros no deberían querer nada de los humanos. Tanto lo pensaba, que se enamoró de las creaciones y tradiciones de otros. Básicamente, aceptó su rendición. Él trabajaba en el puerto a cambio de cualquier paga y asistía a la gente si era necesario. Aprendió sus nombres y se hizo querer igual que en casa, sobretodo con un nuevo compañero en su viaje hacia el hogar de los Barbabronce. Un canalla sigiloso que vio su debilidad, y con quien compartió noches de historias y amaneceres de solo entrenar. Niras aprende a ver un poco más. A lidiar con su excitación y el problema para percibir sus alrededores. Todo gracias a las prácticas con su amigo que se desenvuelve con sigilo y velocidad, atacando por los lados. De él se despidió con un ataque al cuello mientras dormía en una oportunidad, porque sospechaba que no era una persona confiable. Llega a Dun’morogh solo, y sonríe intensamente a todos los guardias de caminos a quienes respeta sin conocerlos, porque o son mejores, o son sus iguales. Hasta que vuelva a crecer y conseguir a otros tan grandes como él, y así, una y otra vez, hasta morir u obtener el premio mayor: ser imparable.
  14. 1 point
    // Y con esto se da por concluido el Evento, a falta de hablar con el Staff, lo más seguro es que la zona de Aszhara quede abierta oficialmente para el Relicario para que cualquiera que desee hacer algun tipo de rol o evento ahi, cuente ya con las bases establecidas, Muchas gracias a todos los participantes por venir y disfrutar todos juntos del Rol, cualquier critica constructiva, como siempre, será bien recibida! Nos vemos pronto Y foto de despedida de la mano de @Psique
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