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Perséfone

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  1. Y sigo aquí, sólo que no dispongo de mucho tiempo. Bienvenida, tocaya.
  2. Oh, otro ser de luz. Os doy la bienvenida desde el Averno, espero que vuestra estancia sea larga y placentera por estos lares.
  3. Vale, gracias. ?Y respecto al tema de cobrar?. Vi que en otros eventos el máster al finalizar el evento añade un post indicando los participantes y lo que reciben para que quede registrado, ?en este se hará igual o cómo sabemos lo que recibe cada pj?.
  4. Hola. Cómo ayer fue la primera vez que asistí a un evento, me surge una pregunta, y es que según lo que entendí yo, al entregar las mulas con los abastecimientos se dio por terminado el evento, ¿no?. Y de ser así, los pjs tienen que rolear algo más para cobrar el pago por la misión o cómo va eso?. Disculpad mi ignorancia. Efharistó.
  5. Yo el sábado sí que fijo que no llegaría hasta las once, pero no tengo problema con el cambio.
  6. // A mi me gustaría participar pero, como ya dije, no llego a casa hasta las once o así. Si hay posibilidad de unirme, me lo decís. Efharistó.
  7. Sí, porque ayer estuve un rato esperando y no entró nadie; es porque huelo a azufre, ?verdad? Mis horarios son complicados, subo del inframundo a partir de las 23.00 hora española.
  8. Καλώς ήρθατε στον Άδη O lo que viene siendo "Bienvenido al Hades"... Bueno, al servidor, una es que está acostumbrada a recibir a los invitados en otras circunstancias Que vuestra estancia sea provechosa.
  9. Perséfone

    Elyrae Silvercrow

    Atributos 5 Físico 6 Destreza 9 Inteligencia 6 Percepción Valores de combate 20 Puntos de vida 27 Mana 8 Iniciativa 8 Defensa Habilidades Físico Destreza 1 Cabalgar 2 Defensa 1 Nadar Inteligencia 1 Fauna 2 Detección mágica 2 Sanación/Hierbas 2 Hechizo A 2 Hechizo B 1 Hechizo C 1 Dibujar Percepción 1 Advertir/Notar 1 Buscar 1 Etiqueta 2 Reflejos
  10. HISTORIA - Elyrae – llamó su madre a la joven quel’dorei – la comida está en la mesa. Pero ella hizo caso omiso, andaba inmersa en otro de aquellos libros sobre herboristería que tanto le gustaban. Solía coger tomos de la biblioteca y tomar notas en cuadernos con los datos que consideraba más importantes, luego dibujaba la planta a un lado y después, en el bosque, pasaba largas tardes examinando las hierbas que allí crecían para compararlas con sus anotaciones. ¡Cómo deseaba algún día poder partir de Lunargenta e ir a ver mundo para conseguir especímenes de esos de los que hablaban los libros pero que no se encontraban en tierras quel’dorei!. Y pensando en estas cosas Elyrae se quedaba absorta perdiendo su mirada azul en el horizonte, con una sonrisa dibujada en su níveo rostro de mejillas sonrosadas. - Elyrae, no te lo repetiré dos veces – volvió a asomarse Evanora por la ventana que daba al jardín interior de la casa. La elfa cerró de golpe el tomo de la biblioteca y su cuaderno y recogió con rapidez los útiles que había estado usando, se levantó del suelo, donde había estado tumbada boca abajo sobre el suave césped, y se sacudió las briznas de hierba que habían quedado adheridas a la seda de color amarillo claro de su vestido. - Tu padre bajará en un momento. -¿Se lo has dicho, madre? – preguntó dejando a un lado el paño con el que venía secándose las manos. - Elyrae, deberías ser tú quien hablara con él – la miró apoyando las muñecas sobre la mesa y negando ligeramente. - Pero es que a mí no me hará caso, ya he tratado otras veces de… - ¿De qué se habla? – preguntó el patriarca llegando hasta la mesa y apartando una silla para sentarse. - Querido, Elyrae tiene algo que decirte – sonrió Evanora a su esposo con un gesto más zalamero que de costumbre. - ¿Has hablado ya con la sacerdotisa Fhertala sobre tu tutoría? – Elyrae miró a su madre con un gesto que claramente decía “¿Qué te había dicho?”. - Padre, yo no quiero ser sacerdotisa. Yo quiero estudiar magia y… - Mientras estés bajo mi techo harás lo que se te diga, Elyrae – zanjó el tema Bal'thaes, el patriarca de la casa Silvercrow, y entonces la única hija de la pareja se levantó educadamente de la mesa, ya que Elyrae pese a estar tremendamente enfadada era una quel’dorei de modales taimados y exquisitos, y se excusó ante sus progenitores. - Si me disculpáis iré a mi cuarto, de pronto se me ha quitado el hambre – y se alejó con pasos tranquilos hacia la escalera que conducía al piso de arriba mientras su madre la seguía con la mirada y su padre se disponía a dar cuenta de la comida con un gesto de enfado en el rostro. - Deberías escucharla de vez en cuando, Bal’thaes. Ya no es una niña y tiene derecho a tomar sus propias decisiones. Sabes de sobra que a ella no le gusta el camino del sacerdocio, nunca le ha gustado a pesar de que llevas tratando de metérselo en la cabeza casi desde que nació pero la Luz no ha iluminado esa senda para que Elyrae la recorra. - Quiero que sea útil a la sociedad y qué mejor manera que ayude espiritualmente y además sanando a quien lo necesite en épocas de necesidad – respondió el quel’dorei terminando de masticar y sin dirigir la mirada a su esposa. - Está estudiando con el galeno Vyron desde hace años, creo que si tiene que ayudar a sanar a alguien estará cualificada, además acaba de empezar con la cirugía… pero claro, andas tan embebido en tus asuntos que apenas tienes tiempo para tu hija. Bal’thaes dejó el cubierto sobre la mesa y miró a su esposa con gesto reprobatorio. - Trabajo para poder sacar adelante a esta familia y poder proporcionarnos un buen nombre, y una buena casa, para que podamos vivir desahogadamente y para que no os falte de nada. - Quizá deberías preguntarnos, Bal’thaes, es posible que tu hija y yo deseáramos sacrificar parte del estatus familiar en beneficio de poder pasar más tiempo juntos. - Si con toda esta perorata estás insinuando que no os quiero, te equivocas; precisamente porque os quiero os procuro lo mejor. - Querido – le dijo ella poniéndole la mano suavemente sobre la mejilla y mirándole a los ojos – Sé que nos quieres, pero no puedes forzar a nuestra hija a que viva la vida que tu hubieras deseado vivir. Elyrae es un ave que necesita volar y tú la mantienes retenida en una jaula diciéndole sobre qué palo debe de saltar a cada momento. Debes dejarle elegir, si no terminarás perdiéndola. A regañadientes Bal’thaes consintió en que Elyrae comenzara sus estudios de magia y los compatibilizara con su aprendizaje sobre hierbas y medicina tradicional. En Quel’Thalas la vida era tranquila hasta que le trajo otra nueva disposición obligatoria a la Quel’dorei, a quien su padre había prometido sin previo aviso. Como es de imaginar la elfa se negó rotundamente y el patriarca, de nuevo sin el apoyo de su esposa, las reunió a ambas en la sala de visitas de la casa para hablar, o más bien zanjar, el asunto de una vez por todas. - No puedes negarte a esto, es un buen partido y un buen elfo, con tu unión a él aseguramos tu futuro por si algún día… - Padre, ¿por qué os empeñáis en seguir tratándome como a una niña?, hace tiempo que dejé de serlo – le interrumpió sin violencia en sus palabras, al contrario, normalmente cuanto más delicada era una situación más templanza parecía demostrar la joven. - Porque esta sigue siendo mi casa – espetó mirándola con el ceño fruncido. Elyrae sabía de sobra que esa coletilla que solía usar su padre era para finalizar un tema decantando sí o sí la balanza hacia su lado pero esta vez no se callaría o se marcharía, le haría frente, ya era hora de hacerle ver que se había convertido hacía ya muchas lunas en una elfa de pleno derecho y que el hecho de compartir la vivienda familiar no le daba manga ancha a dirigir su vida. - No voy a ceder, padre. No me casaré con alguien sólo por afirmar mi posición en la sociedad; yo ya tengo mi propia posición, ejerzo de galeno desde hace mucho tiempo, bien lo sabéis. La gente me quiere y me respeta, y soy buena en mi labor, eso me ha granjeado una buena reputación que no requiere de un título, y respecto a mis ingresos son lo suficientemente buenos como para… - Si no acatas lo que te digo te marcharás de esta casa, Elyrae – le interrumpió su padre esta vez, y la elfa cerró la boca y se echó ligeramente hacia atrás en su asiento sintiendo una bofetada invisible. Bal’thaes esperaba que su hija recapacitara con aquella amenaza pero lo que no previó es que no cediera a aquel chantaje. - De acuerdo… Subiré a hacer mi equipaje – aceptó con semblante y voz serenos, aunque en sus ojos, aparte de la determinación por lo que estaba a punto de hacer, se reflejaba una profunda tristeza. Se levantó, dio la espalda a sus padres y salió de la sala convencida de que aquella iba a ser su última tarde en aquella casa. - ¿Estás loco? – exclamó Evanora levantándose de su silla y caminando hacia su esposo – Te exijo inmediatamente que hables con ella y rectifiques. Vamos a perderla por tu soberbia y tu orgullo - Bal’thaes se quedó donde estaba, con la mirada fija en la puerta y haciendo caso omiso a su consorte - No harás nada, ¿verdad? No consentiré que…. Las palabras de Evanora quedaron interrumpidas por unos gritos provenientes de la calle. Unos gritos que poco a poco fueron subiendo de tono. Al salir de la sala se encontró con Elyrae que se acercaba a la puerta intrigada también por aquellos ruidos de gente que parecía hablar con apremio. - ¿Qué ocurre, hija? - No lo sé – dijo abriendo la puerta de la casa y saliendo fuera para comprobarlo in situ. Ambas elfas se quedaron en los escalones de la entrada, viendo a algunas personas correr y decir cosas inconexas, hasta que Elyrae preguntó a un quel’dorei que pasó junto a su puerta. - ¿Qué es lo que ocurre? - Dicen que la defensa de los monolitos se ha roto – contó con apremio el elfo. - Pero eso es imposible – dijo Evanora negando con gesto incrédulo y mirando hacia atrás, donde apareció la figura de Bal’thaes en el umbral de la puerta. Entonces se oyó un siseo en el cielo, y una estrella fugaz de color negro dejó una parábola bruna a su paso. Los ojos de los cuatro elfos que estaban hablando siguieron el recorrido de aquel meteoro y observaron horrorizados cómo lo que parecía ser una concatenación de cadáveres descompuestos y unidos entre sí por algún tipo de magia oscura se estrellaba contra una de las torres de la biblioteca dejando tras de sí un agujero que hizo que la construcción se estremeciera. Se desató la vorágine. La gente de Lunargenta, confundida, se echó a la calle para comprobar cómo un sinfín de proyectiles oscurecían la tarde. Nadie sabía a ciencia cierta qué es lo que estaba pasando pero el caos se desató en poco tiempo en la ciudad a medida que las construcciones y las calles quedaban reducidas poco menos que a escombros salpicados de los restos putrefactos de los cadáveres con los que estaban siendo bombardeados. Bal’thaes había cogido por el brazo a su esposa y a su hija y había tirado de ellas hacia dentro de la casa pero entonces un joven elfo llegó gritando el nombre de Elyrae y la agarró por la muñeca. - Lady Elyrae – la llamó por el título de cortesía por el que solían referirse a ella en actitud de respeto y gratitud por el trabajo que desempeñaba cuidado de su prójimo – tenéis que venir conmigo a la sala de curas, aquello es un caos, hay muchos heridos, los sanadores no dan abasto –apremió con gesto angustiado. - Ni hablar, vendrás con nosotros, tenemos que huir de aquí – sentenció su padre tirando del brazo por el que la tenía sujeta, a lo que ella pegó un tirón soltándose y le miró a los ojos. - Lamento desobedeceros de nuevo, padre, pero mi sitio está con los que me necesitan – y asintió al elfo, quien echó a correr alejándose seguido por ella. El panorama en la sala de curas era espeluznante, los heridos no paraban de llegar y se amontonaban en las tres salas disponibles mientras los sacerdotes trataban indiscriminadamente a los que iban llegando viéndose sobrepasados por la situación. Por todos lados se escuchaban gritos de angustia y dolor y peticiones de auxilio. Elyrae caminaba por entre elfos malheridos, muertos, y mutilados mientras el sonido de los derrumbes y los gritos de terror se filtraban por todas partes. El suelo temblaba de tanto en tanto bajo sus pies y cuando pasó junto a una cama alguien la agarró de la manga del vestido y tiró con violencia, desgarrándole las costuras del hombro. - Por favor… ayudadme – pidió un quel’dorei mirándola suplicante. Elyrae bajó la mirada hasta su vientre, totalmente desgarrado y cuyos intestinos eran una masa sanguinolenta más fuera que dentro de su cuerpo. - Tranquilo – le dijo agarrándole con afecto la mano empapada en sangre que el elfo aún tenía aferrada a su manga – Haré que el dolor desaparezca – y rápidamente fue hacia una vitrina de dónde sacó una jeringa y un pequeño frasco con un líquido violáceo. Llenó la cánula con el fluido del frasco y buscó una vena en el macilento brazo del elfo – Ahora dormid, por la mañana os sentiréis mejor – mintió con entereza a sabiendas de que lo que le había inyectado lo dormiría para siempre, y cuando el quel’dorei cerró los ojos ella miró alrededor contemplando la descoordinación reinante que hacía que se atendieran heridas leves y se dejara en espera a los heridos verdaderamente graves. Caminó hacia un elfo con el que había compartido clases de medicina y le habló con firmeza. - Debemos de separar por gravedad a los heridos, los sacerdotes no pueden curar heridas que no sean realmente de vida o muerte, si no morirá mucha más gente de la que ya va a morir de por sí – Miró alrededor y vio un escritorio, se dirigió a él entre el tumulto y regresó con dos frascos de tinta, uno negro y otro rojo – Toma, haz una marca en rostro del herido, roja a los graves, negra a los que ya no se pueda hacer nada por ellos. - ¿Vas… vas a dejar morir a la gente, Elyrea? – la miró el elfo como si fuera una hereje. - En situación normal sabes que no daría a nadie por perdido, Phaeron, pero estamos ante una situación extrema. - Yo… yo no puedo hacer eso… no puedo decidir quién vive o quien muere – negó mientras recibía en sus manos los dos frascos de tinta. - Tú no decidirás nada, otros ya lo han hecho por ti. No te sientas culpable, estarás haciendo lo correcto, podremos salvar más vidas si priorizamos. Di a alguien que te ayude a agrupar a los heridos por las marcas, los que no sean graves que los pasen a esta sala y les trataremos aquí – y sin decir más se marchó para comenzar a atender heridos. La tarde agonizaba entre gritos, dolor, y muerte, y las noticias que iban llegando eran cada vez más funestas. Se decía que la Plaga recorría los bosques de Quel’Thalas, que la general Sylvanas había caído, y que la organización de forestales y magos no sería ya suficiente para detener al ejército cuyo objetivo era la Fuente del Sol. Elyrae operaba de urgencia a una quel’dorei embarazada para poder salvar al bebé ya que el corazón de la madre apenas si latía. Entonces el suelo tembló de nuevo, y una grieta en el techo avanzó como un rayo negro dibujado sobre firmamento blanco. - ¡Cuidado, el techo va a caer! – advirtió alguien, pero la elfa hizo caso omiso y continuó con su tarea, ya faltaba poco, sólo tenía que cortar la bolsa y sacaría al pequeño. - Ya casi está – se dijo a sí misma en un susurro, pero cuando iba a deslizar el bisturí sintió cómo alguien la agarraba por los hombros y tiraba de ella hacia atrás cayendo ambos al suelo justo a tiempo para que los escombros que cedieron del techo al hundirse parcialmente no la aplastaran – ¡¡¡No, no, no!!! – gritó al comprobar cómo los cascotes habían cubierto casi por completo a la parturienta. - ¡Elyrae, ya no puedes hacer nada, tenemos que salir de aquí, el edificio amenaza con derrumbarse! – le dijo Phaeron con premura, a lo que ella se levantó, se quitó el delantal y caminó desesperada por entre las camillas y las gentes agonizantes. Las paredes de casi todas las salas tenían grietas que las recorrían como venas oscuras que con cada pulso se hacían más extensas, Elyrae entró en la estancia donde habían colocado a los cadáveres y los moribundos y se apoyó en la pared dejándose resbalar hasta que se sentó en el suelo llevándose las manos a la cara, y por primera vez se permitió el lujo de desfallecer sollozando amargamente hasta que poco a poco recobró la compostura y sacudió la cabeza negando, se pasó las manos por las mejillas para retirar las lágrimas y se puso en pie, carraspeando ligeramente para volver a sacar fuerzas de flaqueza y dirigirse nuevamente a la enfermería. - ¡Hay que evacuar!, ¡han entrado en la ciudad! – se oyó a alguien decir mientras entraba como un vendaval en la enfermería, pero no bien hubo dicho estas palabras cuando un siseo se abalanzó sobre el edificio y ante la explosión de sombras negras las paredes terminaron por ceder. Abrió los ojos. Estaba tumbada en el suelo, sobre unas mantas, le dolía terriblemente la cabeza y los ojos tardaron en acostumbrarse a la penumbra del lugar, iluminado precariamente aquí y allá por algunas velas. Se incorporó y miró alrededor, había más gente acostada sobre mantas o en jergones precarios, se encontraban en lo que parecía ser una cueva, y cuando su cuerpo le respondió por completo se levantó y cogió una vela yendo hacia donde se escuchaban voces. El grupo de quel’doreis con el que habló le explicó que finalmente Lunargenta había caído y que ahora se hallaban en unas cuevas que no figuraban en casi ningún mapa, por lo que, de momento al menos, estaban a salvo. Le comentaron que la zona en la que ella se encontraba había sido la que menos daños había recibido y que además, ella, al parecer, había logrado conjurar un muro de hielo que le había servido de parapeto. - Ah, estás aquí – oyó una voz familiar a su espalda, se volvió y su padre le dio un abrazo por sorpresa, junto a él permanecía su madre que la miraba como sólo una madre puede hacerlo. A lo largo de los días, Elyrae fue ayudando con los heridos, que poco a poco se iban restableciendo, y cuando el peligro finalmente hubo pasado partió con sus padres hacia Quel'ithien donde se establecieron hasta que su padre le trajo noticias nuevas. - Volvemos a Quel’Thalas – anunció con cierto enfado a Elyrae cuando ella volvía a casa de una de sus clases. - ¿Qué?, ¿por qué? – preguntó mirando a su madre, quien negó con la cabeza, aunque algo se había imaginado al ver los equipajes en la puerta de la casa que ocupaban. - Porque ya no somos parte de este lugar. Volveremos a nuestro hogar, donde nos corresponde. Elyrae sabía que aunque ella había adoptado una postura relajada y había encontrado el modo de no sucumbir a la adicción a través de la meditación, su padre, de carácter vehemente, impulsivo, y autoritario ni siquiera lo había intentado. - Padre… yo no iré – dijo ella con gesto circunspecto y dedicó una mirada triste a su madre, quien agachó la cabeza y asintió, como si ya supiera cuál iba a ser la decisión de su hija al respecto. - No puedes quedarte, te tratarán como a una paria. ¿Tus padres regresan a su hogar y tú te quedas en este lugar entre gentes extrañas? Vendrás con nosotros. - Esa decisión no te corresponde a ti tomarla, padre; y ya está decidido. Entonces Bal’thaes la miró a los ojos y su gesto, antes huraño, se transformó en uno de comprensión. La abrazó con fuerza, permaneciendo así unos momentos, y luego le besó en la mejilla separándose y saliendo de la sala. Elyrae lo vio marchar, sabía que para él eso era un “te quiero” y antes de que saliera fue ella quien pronunció aquellas palabras. - Te quiero, padre. - Yo nunca dejaré de quererte estés donde estés, mi pequeña – se detuvo un momento en el umbral de la puerta, miró al suelo y luego salió pues sabía que todo el cariño que sentía hacia su hija no era suficiente como para detener el mal que le aquejaba. Su madre se le acercó con lágrimas en los ojos, Elyrae sabía que aunque ella también había aprendido a superar su sed mediante la meditación jamás abandonaría a su padre así que simplemente se abrazaron, cada una sabía las condiciones de la otra. - Vayas donde vayas, sabes que siempre tendrás una familia que te ama, hija mía. - Lo sé, madre – respondió quedándose abrazada a ella y tratando de guardar en su memoria su tacto, su perfume, y la calidez de un abrazo que probablemente ya nunca más volvería a recibir.
  11. Descripción física La silueta femenina de Elyrae es esbelta y de formas sutiles, nada voluptuosas pero sí muy armónicas que acompañan a sus gestos taimados, y que junto con su voz suave y cálida le dan un aire frágil y delicado que suele inspirar confianza en aquellos que tratan con ella. En su rostro se combinan los rasgos característicos de los de su raza junto con algunas peculiaridades que le dan un aspecto bastante personal. De piel pálida tocada por un ligero tono sonrosado en mejillas y labios, sus almendrados ojos celeste suelen tener una serena mirada que puede llegar a llamar la atención porque dista de los de su raza en que un anillo de color azul cobalto rodea su pupila, dándole una intensidad y profundidad poco característica entre los de su pueblo, con los que sí comparte los rasgos finos y suaves de sus facciones Sus cabellos son de un rubio dorado salpicado aquí y allá por hebras de un rubio mucho más claro, y caen ondulados hasta más abajo de su trasero, por lo que suele llevarlos despejados del rostro recogiendo parte de ellos en sendas trenzas que se unen en su coronilla dejando el resto suelto siempre que no tenga que hacer ninguna labor complicada, para lo cual se los recoge normalmente en una larga trenza. Las manos, de largos y finos dedos, tienen la peculiaridad de estar siempre frías y la habilidad de no temblar cuando se enfrentan a suturas u operaciones complicadas. Descripción psicológica Habiendo tenido que batallar desde adolescente por su libertad de acción y pensamiento su carácter amable y tranquilo se complementa a la perfección con una férrea voluntad que le llevará a luchar contra viento y marea en pos de una causa si cree en ella. De educación exquisita y modales refinados, Elyraeh podría pasar perfectamente por una dama de alta cuna o haberse enlazado con algún noble de Quel’Thalas pero prefirió dedicarse a la magia, la herbología, y la sanación por vías tradicionales, sus verdaderas pasiones. Su carácter es abierto, quizá porque tuvo que aprender a relacionarse con otras razas debido a la escisión entre su gente y al exilio en tierras humanas, y siempre tiene una palabra amable disponible para cualquiera que pudiera necesitarla.
  12. Perséfone

    Elyrae Silvercrow

    • Nombre: Elyraeh Silvercrow • Raza: Quel’dorei • Sexo: Elfa • Edad: 350 • Altura: 1,70 cm. • Peso: 59 Kg. • Lugar de Nacimiento: Quel’Thalas • Ocupación: Galeno y herborista.
  13. Oh, genial entonces. Aviso que voy a ser un poco agobiante con las dudas porque desconozco bastante este juego, por no decir que sólo he mirado las razas y lo que habéis colgado en el foro, así que ruego paciencia con una servidora.
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