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Galas

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  1. Como Po, nadie tiene fe en mi. Pero yo se que lo lograré. ¡Maldita sea que lo lograré! Esta morralla hecha en 2 minutos será mi benchmark mes a mes para reflejar mis progresos. Ala, me voy a ver tutoriales en youtube.
  2. Galas

    [Ficha] Crom

    Nombre: Roman Polousnik Atributos9 Físico6 Destreza5 Inteligencia6 PercepciónValores de combate36 Puntos de vida15 Mana8 Iniciativa11 Ataque CC (Espadón Pesado)12 Ataque CC (Combate Desarmado O.)9 Defensa Habilidades Físico 3 Atletismo 2 Espadón Pesado 3 Combate Desarmado O. Destreza 2 Escalar 3 Defensa 1 Nadar 2 Sigilo Inteligencia 2 Supervivencia Percepción 2 Advertir/Notar 2 Reflejos Escuelas/Especializaciones
  3. Galas

    Crom el Poderoso

    Historia Parecía plata fácil. Marchar a las junglas del sur con un reconocido explorador imperial, en busca de la riqueza del antiguo y caído imperio trol, que actualmente eran poco más que varias docenas de tribus caníbales que se mataban entre ellas por el control, así como por los sangrenegra que habían invadido sus selvas. Anette no parecía muy segura, pero ante la promesa de su hermano Roman de que cuidaría de ambos, y que todo iría bien, acabó accediendo. No es que le faltase valor, al revés, Anette siempre había sido la más honorable y valiente de los dos hermanos. Cuando eran pequeños y los saqueadores trols de Arathi eran avistados en las cercanías de la aldea, el joven (Aunque no pequeño) Roman siempre era guiado por su hermana, entre sollozos, para ocultarse en el pequeño refugio que habían construido sus padres antes de morir bajo las zarpas de un zancudo de las colinas. Era entonces cuando la adolescente cantaba las nanas que había aprendido de su madre a su pequeño hermano, el cual le sacaba prácticamente dos cabezas pese a tener apenas ocho años, frente a sus trece. La vida no había sido fácil desde la muerte de sus padres, pero les habían dejado a su herencia una pequeña granja en una zona que si bien no era especialmente fértil, aportaba suficiente comida para que, por lo menos, los dos hermanos pudiesen sobrevivir. Por supuesto, contaron con la ayuda inestimable de sus familiares, pero con el paso de los años, el joven Roman fue creciendo para convertirse en una torre de hombre, pero todo lo que tenía de fortachón, lo tenía de simple y bonachón. En la aldea solían bromear con que Anette, que había crecido para convertirse en una joven cortejada por la mitad de los jóvenes de la aldea, no necesitaba comprarse una mula, pues tenía a Roman. Esas chanzas, aunque al propio Roman solían causarle gracia, eran respondidas con fuertes reprimendas por su hermana mayor. La Luz había bendito a su hermano con un cuerpo inmenso, y tan grande era su corazón como sus músculos. ¡Ay de aquel que hiciese incapié en su simpleza mental! Aunque, en honor a la sinceridad, en el contexto de una aldea de granjeros Strómicos, no es que esto se notase demasíado. Roman siempre había jugado con grandes varas a modo de espadas, pues jamás había olvidado las historias que su padre le contaba sobre los grandes caballeros del reino, que luchaban contra bestias mágicas y fantásticas para proteger a los inocentes, y aunque su hermana intentó apartarle esas ideas de la cabeza, al pasar los años el inmenso Roman no tardó en llamar la atención del noble local, que no tardó en reclutarlo para su pequeña guarnición profesional, pues apenas una década había pasado desde la segunda guerra, y viviendo cerca de la frontera sur de Stromgarde, los nobles del rey aun se encontraban debilitados tras haber resistido el avance de la Horda Orca en el inmenso puente de Thandol durante años. Y como no podía ser de otra forma, cuando ambos tenían apenas veinte inviernos, Anette siguió a Roman en su vida como guerrero, pues no podía dejar a su hermano solo. Aunque su reclutador no estaba muy convencido de que la mujer, que pese a su cuerpo atlético, no parecía tener conocimiento de combate alguno, consideró que reclutar a una muchacha joven era un precio asequible para tener entre las filas de su señor a semejante mastodonte. Sería así como en los años venideros, ambos serían instruidos con dureza y a golpe de vara, sobre todo en el caso del grandullón. Aunque en honor a la verdad, tras abrirle el cráneo al primer instructor en un impulso violento y pasarse tres meses en una celda, los siguientes instructores aprendieron a respetar los impulsos del gran hombre. Lo sorprendente, pese a todo, fue que el verdadero diamante en bruto no era el mastodonte, cuya simpleza hacía que su gran tamaño no pudiese ser explotado al máximo de su potencial, si no la joven Anette, cuya mente avispada la convirtió rápidamente en una de las mejores espadachines al servicio de su señor. Tan rápida era su espada y daga como lo era su lengua y su cabeza, e incluso con arco y ballesta se mostró diestra en apenas unos años. Seria así que aproximándose a la treintena de edad, tras casi una década de servicio, el anciano noble marchó al seno de la Luz, y aunque su heredero e hijo intentó convencer a ambos hermanos para que se quedasen con él, estos prefirieron marcharse en buenos términos, pues consideraban haber dado suficientes años de su vida a la defensa de su hogar. Así marcharían al sur, en busca de una nueva vida. La comodidad de su posición como guardia noble se había acabado volviendo redundante, y los que antiguamente habían estado satisfechos con una vida de granjeros, comenzaron a valorar la atracción de la adrenalina y la emoción de lo desconocido. Roman era adicto a estas sensaciones, y en pocos lados se sentía tan extasiado, su mente tan clara, como en mitad de una buena pelea. Por suerte, siempre tenía a su hermana mayor al lado, para controlarlo y hacerle mantenerse centrado en sus objetivos. Pasarían los años de durezas en el sur, y aunque su vida descendió en cuanto a calidad, no así sus experiencias. Los hombres perro atacaron, más ambos hermanos no estaban ahí para verlo, pues por aquel entonces ya se habían embarcado y desembarcado en las costas del sur. La Gran Esmeralda, El Tesoro del Sur. Vega de Tuercespina, una extensión cuasi infinita de vegetación salvaje, venenosa, y fauna letal, que se extendía por todo el sur de los Reinos del Este. Unos dos mil hombres y mujeres marcharon a la espesura, y solo una treintena regresaron tras más de cuatro años de lo que no podía describirse como otra cosa que un infierno. Por desgracia, ninguno de ellos fueron Roman, ni su hermana Anette. Formaban parte de un grupo reducido, su labor era viajar en el flanco derecho de la columna, a varias horas de distancia, para mantener a raya a las bestias salvajes de las bestias de carga y transporte, así como para combatir a las patrullas de cazadores Gurubashi que pudiesen encontrarse. Pero eso era más fácil decirlo que hacerlo. Los meses de viaje habían pasado factura, y las fiebres, la enfermedad, las bestias venenosas, la comida contaminada, pasaban factura a todos, incluido Roman. Hasta su hermana parecía haber envejecido media vida en lo que llevaban en esa selva. El peligro constante de recibir una lluvia de dardos con veneno mortal de rana en la espalda no ayudaba. En su caso, su perdición fueron los trols. Antes de poder darse cuenta, uno de los primeros en su grupo de treinta pisó una trampa que le empaló cuando una estructura de madera se alzó disparada desde el suelo, matándolo en donde hacia medio segundo estaba vivo. Lo siguiente fue el caos. Las flechas y los dardos cayeron sobre ellos, matando a un tercio, mientras el grandullón pegaba su espalda contra la de su hermana, desenfundando su gran espadón de hierro. Los trols no tardaron en caer sobre ellos. Roman siempre se había considerado grande, de hecho, jamás en su vida había tenido que alzar la cabeza para mirar a alguien a los ojos. Eso cambió tras entrar en la jungla. Incluso alzando la cabeza se quedaba corto para observar a un trol de la jungla erguido. Sus músculos hinchados, recubiertos de un espeso vello violáceo y apestoso, con un sudor vomitivo. Sus colmillos eran capaces de atravesar el pecho de un hombre sin protección. Y en la jungla, uno no puede permitirse lucir demasiada protección. Habían pasado apenas veinte minutos, y tanto Roman, como su hermana Anette y media docena de sus compañeros eran arrastrados maniatados por la jungla, con un destino incierto. No fueron los altares de sacrificio lo que se encontraron, al menos, no todos. Alguno fue devorado en banquete ritual, es cierto. Pero el destino de la mayoría fué el entretenimiento, las arenas. Mataron grandes tigres, fauna salvaje, Roman incluso llegó a intercambiar puñetazos con un enorme gorila de espalda plateada, más sus recuerdos de esa época simplemente no llegan a su mente, pues los potentes cócteles venenosos que estaban obligados a consumir de manera constante acabarían por acentuar su violencia e inestabilidad, dañando su mente de manera irreparable. El grandullón, que por aquel entonces era llamado Crom por los trols, un término que seguramente tenga significado en su lengua, había acabado siendo el último superviviente de su grupo. No recordaba cuando su hermana había fallecido, lo único que podía recordar era el sentimiento infinito de furia que le había invadido, la violencia consiguiente, y luego el vacío en su espíritu, pues una parte de si, la mejor, le había sido arrancada de cuajo, de la peor manera posible. Roman no era un hombre sensible. Su simpleza no le había hecho más empático como muchos otros, al revés, pero la pérdida de su hermana hizo que de sus ojos oscuros fluyesen ríos de lágrimas, que fueron sin falla, motivo de burla por sus amos trols. Crom no sabría decir cuantos años estuvo encerrado en su celda de madera y hueso, pero si que empezó a percibir cuando sus amos trols se aburrían de él. Ya no solo en la arena, pues más de una vez le sacaban para usarlo en toda clase de duras torturas para su mente y su cuerpo. Con lo poco que quedaba de su mente fragmentada, ideó un plan de huida, que le llevó más de dos semanas de perfilar y ultimar los detalles. Prestó una atención que pocas veces prestaba a las cosas. Anotó mentalmente las rutas de las patrullas trol, de sus cambios de guardia, si es que tenían tal cosa pues al fin y al cabo, no era más que una tribu. La noche de su huida, su vigía era un joven trol, apenas un adolescente. Crom esperó pacientemente, y con pequeños guijarros, consiguió atraer la atención del piel azulada, cuyos colmillos apenas estaban si desarrollándose. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca, no tardó en cogerle de la cabeza y romperle el cuello con un violento giro. El primer paso de su plan de huida había sido un éxito. Ahora faltaba el segundo paso. Cogió las llaves de hueso que colgaban del taparrabos del trol, y abrió su celda. Con ello, completó el segundo y último paso de su elaborado plan de huida. En plena noche salió corriendo, completamente desnudo, en dirección a la jungla. No tardó en comenzar a escuchar los gritos de alarma tras él, y de haber sido un hombre más religioso, Roman podría haber deducido que la Luz debía estar cuidandole en su huida, pues más de una vez una jabalina, una flecha o unas boleadoras le pasó a apenas unos centímetros. Fuese intervención de la Luz, suerte, o su puro instinto de supervivencia bombeando adrenalina en su cerebro, lo cierto es que consiguió huir de los trols tras arrojarse de cabeza a un río, del cual salió tras asfixiar a una cría de crocolisco que intentó devorarle la pierna. Crom, pues el hombre conocido como Roman había muerto en esa selva, junto a su hermana Anette, marchó en dirección norte, cansado, herido, mareado, pero con una convicción ardiente, un instinto primario. Sobrevivir.
  4. Galas

    Crom el Poderoso

    CROM EL BÁRBARO Nombre: Roman Polousnik. CROM Raza: Humano Sexo: MACHO Edad: 34 años Altura: 2,04m Peso: 137 Kg de MÚSCULO Lugar de Nacimiento: Baronía de Rocafirme, sur de Stromgarde Ocupación: Superviviente Índice: Eventos Masteados: Eventos Asistidos: Descripción Física: Roman, o Crom, como se hace llamar, es una mole de hombre, alto cual orco y casi tan corpulento como uno. De facciones duras y bastas, dista mucho de ser hermoso o siquiera atractivo, al revés. Sus ojos son pequeños, de un color marrón intenso, y una mirada severa que refleja violencia e inestabilidad. Su cabello, desgreñado, es de un color negro, oscuro como la noche, y cae sobre unos hombros y una espalda increíblemente musculada, cerrando el marco de su rostro con una barba de varios días, mal afeitada y oscura. Su piel está repleta de cicatrices, de un color moreno oscuro, no natural, si no por un bronceado tras décadas bajo el duro sol. Sus manos son enormes, de gruesos dedos y palmas callosas, capaces de tumbar de una bofetada a una mula. Descripción Psicológica: Roman es un hombre inestable. Su cuerpo recibió la mayor parte de los nutrientes en su desarrollo, dejando un cerebro relativamente lento. Jamás ha sido el más avispado, dejando ese papel para su hermana mayor, Anette. Su poca inteligencia, combinado con su gran tamaño, lo ha convertido con el paso de los años en un hombre violento, que se rige por sus impulsos, y tras años perdido en las selvas de Tuercespina, torturado, esclavizado y envenenado, esto solo ha enfatizado sus lados más salvajes, causando daños irreparables a su mente. Sin el pilar fundamental a su psique que era su hermana Anette, inteligente, sagaz, empática, Roman es un hombre carente de guía y de fácil manipulación, de deseos simples y sin la capacidad de dibujar planes a largo plazo o rutas que seguir en su vida.
  5. Todo mierdi trailers modernos: Y este si que es una obra maestra
  6. La aldea de Landermin era una población pequeña, como otros cientos había en el reino de Gilneas, sin nada destacable. La dura ventisca helada la había prácticamente aislado , y eso se había sumado a una repentina epidemia que había acabado con las vidas de muchos de los habitantes de la población. El ambiente, deprimente, húmedo y nublado, fue lo que recibió a la bruja de la cosecha Catriona, cuando llegó por los caminos de Gilneas. Se ofreció al instante a ayudar a los males de la gente, interesándose por la epidemia que parecía haber azotado la aldea. Conocería a un variopinto grupo de habitantes, y con una alta y consumida mujer de caballos rubios, se embarcaría en la misión de buscar el origen de la epidemia y salvar a la prima pequeña de la susodicha. Una cabaña abandonada, extraña maquinaria extranjera, y pútridos hongos fue todo lo que encontraron antes de que la mujer rubia sucumbiese al mismo mal que, por desgracia, se acabaría cobrando la vida de su prima. Sola, Catriona se vio obligada a recurrir a la ayuda de otro habitante de las espesuras, un conocido suyo, con el cual buscarían llegar hasta la base y origen de este mal. Y, aparentemente lo encontraron. No sabían exactamente lo que habían encontrado, pero intuían que que había sido el origen del mal. Por desgracia, sus conocimientos no fueron suficientes para desarrollar una cura, y la epidemia, aunque acabaría remitiendo al haber cortado su origen, se cobraria muchas vidas que tal vez los brujos de la espesura hubiesen podido salvar.
  7. Galas

    [Ficha] Taleesa y Zang

    Nombre: Taleesa Atributos 7 Físico 7 Destreza 6 Inteligencia 6 Percepción Valores de combate 28 Puntos de vida 18 Mana 7 Iniciativa 9 Ataque a Distancia (Ballesta Ligera) 8 Ataque CC Sutil (Daga) 8 Defensa Habilidades Físico 1 Atletismo Destreza 2 Ballesta Ligera 1 Daga 1 Escalar 1 Defensa 1 Nadar 2 Sigilo 1 Trampas/Cerraduras Inteligencia 2 Fauna 1 Sanación/Hierbas 2 Supervivencia Percepción 1 Advertir/Notar 1 Buscar 2 Rastrear 1 Reflejos 1 Música (Flauta de Pan) Escuelas/Especializaciones Nombre: Zang (Mascota Taleesa) Atributos5 Físico5 Destreza4 Inteligencia7 PercepciónValores de combate20 Puntos de vida12 Mana8 Iniciativa6 Ataque CC Sutil (Colmillos de Mantaraya)6 Defensa Habilidades Físico 1 Atletismo Destreza 1 Colmillos de Mantaraya 1 Defensa 1 Nadar 1 Sigilo Inteligencia 2 Descarga Abisal Percepción 1 Advertir/Notar 1 Reflejos Escuelas/Especializaciones Dificultad 10 Descarga Abisal: (Toque) La raya abisal concentra las energías que fluyen por su cuerpo para descargar un choque de energía arcana contra un enemigo, causándole 1d6 de daño mágico. Requiere estar cuerpo a cuerpo.
  8. Historia Era un día como cualquier otro en el norte de Terokkar. Los avispones rondaban por las marismas costeras del Mar de Zangar como de costumbre. Los Esporiélagos se agazapaban entre los grandes champiñones esperando a que el sol se pusiese y las temperaturas bajasen para salir a cazar en bandadas. Usarían su táctica habitual. Rodearían a un animal mucho más grande que ellos, lo rodearían, y lo saturarían con esporas venenosas hasta que cayese rendido y comenzar a devorarlo como una bandada de moscas un trozo de carne podrida. Yo, por mi parte, me encontraba corriendo como de costumbre a toda velocidad. Mis pezuñas saltaron sobre un tronco derribado y semi podrido para seguir chapoteando a toda velocidad por el terreno embarrado. Por muy niña que fuese, llevaba medio siglo viviendo en estos pantanos y los conocía como mi propia cola. Desgracia para mi, el reptador de las Marismas que había molestado ese día, también llevaba toda su vida creciendo en este lugar. Las largas patas del animal se movían bastante más lentas que mis cortas piernas, pero una de sus zancadas era como diez de mis pasos. De tanto en tanto, mirando por encima de mi hombro, venia al furioso bicho acercarse tras de mi, agitando las pinzas y abriendo y cerrando las tenazas que tenía por boca. Una visión terrible la verdad, había visto docenas de veces a animales desventurados desaparecer entre las fauces de los reptadores. Pero qué podía decir. Era joven, rápida, estaba aburrida, y el peligro me encantaba. Resbalando por el barro me escondí rápidamente tras el tronco de una gran seta, expectante, con el pecho subiendo y bajando según el aire entraba y salía a raudales por mi boca. Intenté calmarme y respirar por la nariz, según veía como el gran reptador pasaba un par de metros de largo, y se quedaba quieto, moviendo sus antenas, obviamente rastreándome. No perdí un segundo, y echando mano rápidamente al tirachinas que llevaba a la cintura, cargué un pequeño guijarro, dando de lleno a una de las dos protuberancias lumínicas que salían de la cabeza del animal. El reptador obviamente furioso chilló girándose frenético, pero yo ya no estaba ahí. Mis pasos ya me habían alejado bastante de la escena. Los años pasaron. Los años se hicieron lustros, los lustros décadas, y las décadas fueron sucediéndose en la vida de una aburrida draenei de las marismas del Mar de Zangar, hasta que como todos sabremos a día de hoy, estalló lo que en el futuro sería conocido como el genocidio draenei. Por mi parte no me vi personalmente afectada por el asunto… aun que eso no significa que no sufriese como muchos otros. Un día a nuestras humildes cabañas comenzaron a llegar docenas de refugiados que parecían haber visto a todos sus fantasmas. La realidad era mucho más terrible. Los orcos, corruptos por los que antaño llamamos hermanos y ahora eran unos corruptos hijos de… atacaron de manera relámpago a nuestro pueblo. Su avance fue atroz y sus hachas sesgaron rápidamente las vida de miles de draenei. Pero lo que me contaron a continuación fue aun mucho más doloroso. Un día llegaron una gran cantidad de refugiados… de la batalla de Sattrath. ¿Sattrath? ¡Ahí era donde servía mi madre! Orgullosa capitana de la Guardia del Cielo Sha’tari, que llevaba sirviendo en ella protegiendo la gran ciudad desde que yo tenía uso de razón. Me pasé durante días gritando a todos los refugiados cuantos venían, gritando su descripción y su nombre, pero nadie sabía nada. Un día incluso intenté salir del pueblo dirección Sattrath, pero mi padre me descubrió y entre mordiscos y arañazos me encerró en mi habitación con gesto serio, aun que juraría que en ese momento lo vi llorar. Al cabo de una semana nos despejamos de dudas. El ritmo de llegada de los refugiados había ido disminuyendo hasta que habían dejado de llegar. Hasta que un día llegó un draenei muy herido, con un tabardo desgarrado. Salimos en su auxilio rápidamente y lo atendimos, aun que pude ver como cuando me vio palideció. Tras un par de horas, habiéndolo dejado descansar, me acerqué a la casa donde estaba, para ver porqué había reaccionado así al verme. Entonces lo supe. No había venido al poblado por casualidad. Lo habían enviado… lo había enviado mi madre. Me informó de que me había reconocido al momento por mi gran parecido con ella. Me narró como su unidad luchó valientemente contra los orcos, hasta que… Un medallón. Su medallón de la guardia del cielo Sha’tari. Todo lo que me quedó de ella. El soldado no sobrevivió a sus heridas, pero pudo marcharse tranquilo habiendo cumplido su promesa. Lo que un día llamábamos hogar se estremeció con la fuerza de diez mil hidras. Ante nuestros ojos pudimos ver como el cielo sobre nuestras cabezas comenzaba a temblar. ¡A contraerse! Sí, no me he comido ninguna seta. El cielo comenzó a mutar repentinamente. ¡Pude ver como una colina salía volando por los aires! Bueno, siendo sincera, sí que parece que me haya comido un champiñón. Bueno, como decía, el mundo se quebró sobre si mismo. Lo que antes era el Mar de Zangar, se convirtió en una enorme extensión de las marismas que lo rodeaban. Años después me enteré de todo el asunto. De como los orcos una vez exterminados los draenei decidieron que como que este mundo se quedaba pequeño. Je. Menudos prepotentes. Eso que les hicieron esos humanos les estuvo bien merecido… aun que una desgracia que todo acabase como acabó. Pero viéndolo por el lado bueno, gané unas marismas de docenas de kilómetros cuadrados para correr por ellas. Una pena que la inocencia que tenia cuando corría por ellas de niña, no fuese algo que se pudiese recuperar… Ballesta a la espalda, calibrando mi monóculo con cristal de tonalidad verdosa, patrullaba con agilidad las fronteras del terreno donde cazaba nuestro pequeño pueblo. Con la pérdida de la mayoría de adultos y el viaje de otros hacia el Norte hacia varios meses ante el llamado de nuestro profeta, era de los pocos que quedaba en condiciones de hacer algo en el pueblo. Y mi trabajo se había disparado las últimas semanas cuando de golpe una especie de seres mitad humanoide mitad serpiente habían aparecido en masa en las Marismas, y habían comenzado a construir en el centro del gran lago unas inmensas edificaciones… tubos por todas partes… todo a su alrededor moría y se secaba. Por suerte para la supervivencia de mi gente, se habían instalado bastante lejos, aun que eso no quitaba que de vez en cuando alguno se aventurase en nuestra tierras. Y cuando uno se acercaba peligrosamente al pueblo, era cuando a mi ballesta le tocaba actuar. Pero esta vez fue distinto. Corría saltando de una zona firme a otra cuando escuché unos sonidos de pelea cerca de mí. Pero no eran los sonidos que proferiría un sporoggar al ser arrastrado a una muerte cruel por una bestia del barro. Eran más animal. Con cuidado y silencio me acerqué entre unas vegetaciones para ver una escena a varios metros sobre el terreno embarrado. Varios esporiélagos volaban frenéticamente alrededor de una raya abisal. Una raya abisal joven, de piel rojiza, por su tamaño. Los espiroélagos nunca se habrían atrevido a atacar a una raya abisal adulta salvo que estuviese muy herida, teniendo en cuenta que los quintuplican en tamaño. Observe durante varios segundos como la ya herida raya abisal peleaba inútilmente contra los tres esporiélagos que la rodeaban, rociándola con sus esporas venenosas. Y cuando quise darme cuenta, ya estaba cargando una flecha en mi ballesta. No supe exactamente porqué. Había visto cientos de veces a animales devorar a otros, incluso a crías, y no había hecho nada, pues la naturaleza es como es. Pero como dicen, puedes hacer algo mil veces, y a la mil uno, hacerlo distinto. Cargué mi ballesta, apunté y tras un segundo el mecanismo se puso en marcha, volando el raudo virote y dando de lleno en el lomo a uno de los esporiélagos, lo cual puso en alerta a los otros dos que sin esperarse la ayuda de la raya abisal salieron volando a toda velocidad, mientras el otro caía muerto entre el barro. Me intenté acercar a la raya abisal, que renqueaba sangrando por un costado, pero cuando mi mirada se cruzó con la suya, esta se perdió a toda velocidad volando entre la espesura. No me molesté en seguirla. He de reconocer que en ese momento me sentí orgullosa… y poderosa, de por una vez, haber intervenido sin interés alguno en lo que hacía. Aun que ciertamente, esa noche cené esporiélago. La lluvia caía fuerte y constante esa noche. Mis pezuñas se hundían, amortiguadas, en la húmeda tierra sobre la que caminaba. Lo que no se amortiguaba era el serpenteante sonido de la pesada cola del ser de gran tamaño que seguía entre la espesura. Nagas. Odio a esos tipos. Llevaba mi habitual equipo azulado de cuero, y mi fiel ballesta que me había acompañado durante tantos años a la espalda. Mi monóculo verdoso me ayudaba a ver algo mejor a distancias mayores. Ya llevaba más de una hora siguiendo a este sujeto. Un mirmidón, con su gran espada curva, que se había separado sin razón aparente de otro grupo mayor. Y como todo el que se separa en las marismas, no había tardado en ser abordado por varias de las criaturas nativas. Ahora, herido entre su piel escamada y supongo que agotado por lo pesada de su respiración, reptaba en busca de un refugio, supongo. Justamente, hacia el poblado. Por desgracia para él. O eso creía yo. No tardé en comenzar a sentir la emoción de la cacería, según pasaban los minutos y seguía al Naga. En cierto momento, decidí pisar una rama que crujió, lo cual hizo que el Naga se pusiese alerta. Cargué mi ballesta, expectante, sintiendo el corazón latir con fuerza cuando el naga miró hacia donde yo estaba, pero sin verme. Todo podría haber acabado en ese momento… podría haber disparado, el virote le habría dado al ser reptil en la frente y todo habría seguido como siempre. Pero por alguna razón no lo hice. No disparé, estuve varios minutos inmóvil, hasta que el naga continuo su reptar por la humeda tierra, y yo continué tras él, notando la adrenalina en mi cerebro según notaba como el Naga se iba poniendo más y más nervioso. Comenzaba a mirar frenético hacia todos los lados, y a acelerar su paso, y yo no pude si no sonreír ante esta escena, aun que tuve que acabar acelerando yo también para no dejarlo atrás. Y ese fue el segundo error de esa noche. Giré una de las grandes setas pues lo había perdido de vista, solo para ver venir de golpe contra mi cabeza una pesada espada curva. Atiné a agacharme y rodar por el suelo, solo para ver a un furioso naga separando la espada del tronco del hongo. Prácticamente lo había partido en dos… no quería imaginar lo que habría pasado de darme a mi. Comencé a cargar rápida mi ballesta, aun que el ser se avalanzó sobre mí, rugiendo furioso aun que con un desdén burlón. Entonces me di cuenta, como hacía mucho que la presa se había vuelto cazador, y el cazador, cazado. Comencé a bailar a su alrededor, esquivando sus golpes con facilidad, pues aun así el naga seguía herido y había perdido bastante sangre. Había logrado cargar la ballesta, y solo tenia que encontrar el momento justo para disparar. Pero veía como el naga golpeaba y solo llegaba a rajar el aire o chocar contra plantas y vegetación. La emoción de la pelea comenzó a embargarme. Me sentí invencible. Veia como pese a haberme pillado por sorpresa, seguía superando al naga aun cuando este me había llevado a su terreno. Yo, la joven draenei cazadora, enfrentada cara a cara a semejante bestia, y estaba venciendo. Sonreí mostrando los colmillos. Pero como decía mi abuela, quién rie el último, ríe mejor. Y entonces cometí el tercer error de la noche. Ante un espadazo fallido del naga, intenté saltar para acabar ya con esto, dando un giro por el lateral del reptil, cuando lo noté. Noté como sus escamosos dedos se cerraron con fuerza alrededor de mi cola, deteniéndome en el aire, y antes de darme cuenta, vi su espada directa hacia mi, directa a mi vientre. Supongo que así acababa todo. ¿No? Un día estás corriendo y cazando por los bosques y al siguiente estás sobre el barro, sujetando de mala manera tus tripas mientras tu sangre se mezcla con el barro por haber abusado de tus capacidades. Llegué a verlo acercarse a mi, según mi vista se empañaba y mis ojos subían hacia la oscuridad. Llegué a escuchar chillidos y gritos, pero para mi todo se sumió en la oscuridad. Y hasta aquí llega mi historia. Taleesa, la draenei de la espesura, muerta en la flor de la vida, a sus 169 años, de la mano de un naga herido y subestimado. O eso pensé. Comencé a escuchar voces. ¿Alguien me llamaba? Solo se que en la oscuridad apareció una luz, y que esa luz comenzó a brillar cada vez con más fuerza, hasta que llegó a cegarme. ¿Por qué? En la oscuridad estaba cómoda, era todo tan agradable… y la Luz dolía tanto… “¡Taleesa! ¡Taleesa, despierta! ¡Por los Naaru y el Profeta, ni se te ocurra abandonarnos ahora!” ¿Abandonar a quién? En la oscuridad no había nadie a quién abandonar. Solo frío… silencio… y calma… pero al igual que como cuando me refugiaba entre las sábanas por las mañanas para no ir a recoger plantas con mi madre, unas manos firmes me sujetaron por los hombros y sentí un fuerte tirón que me alzó. Abrí lentamente los ojos, enfocando la vista. Sobre mi un techo de madera. Estaba recostada y tapada. Y a mi lado, la anciana Maetha, mirándome con gesto preocupado. -¡Bendito sea el gran Velen! Al fin despiertas. Llevo tres días a tu lado con la Luz. A los Naaru agradezco este milagro... – Dijo la anciana draenei, mientras alguna que otra lágrima caía por su rostro. Los días pasaron, sin llegar a levantarme aun de la cama. Me sentía terriblemente débil, con jaqueca y cansada. Tenía un montón de vendas alrededor del torso, aun que la anciana no me permitía mirar cuando me cambiaba las vendas. Pero cuando llevaba como dos semanas, me permitió levantarme con ayuda. Y lo primero que me dijo fue: -Vamos, hay alguien que quiere verte… ha estado viniendo cada día desde que te trajeron de vuelta. Deberías darle las gracias, fue quién te salvó. ¿Algun draenei joven? En la aldea no quedaban muchos preparados para luchar. Con pasos lentos y dolorosos, me encaminé hasta fuera de la tienda, para ver a quién me indicaba. Al principio no vi a nadie hasta que ella lo señaló. Recostado sobre una musgosa piedra, descansando. Piel rojiza. Una cicatriz en el ala izquierda… ¡Lo reconocía! Era la raya abisal que había salvado hacía varias semanas. No pude si no reir, aun que rápidamente sentí como si me partiese por la mitad bajo las vendas. Al final me había pagado la deuda. El inmenso portal se alzaba ante mi y Zang. Docenas de orcos marrones, orcos verdes, draenei, humanos, y otras razas que jamás había visto cruzaban por el mismo, tanto en una dirección como en otra. Vi como algún conflicto se generaba entre los transeúntes. La tensión se notaba en el ambiente, pero los grandes vindicadores de la ciudad de Shattrath imponían el orden, pues al parecer era un paso neutral bajo la protección del gran A'dal. Observé a mi compañero que se mantenía flotando cerca de mi hombro. Ciertamente resultaba un horizonte nuevo e impresionante, pero la vida me había enviado una señal. No podía seguir estancada como las aguas de las tierras donde me había criado. -¿Qué dices Zang? ¿Preparado para comenzar la aventura?- La raya me respondió con uno de sus característicos gruñidos graves que ya había aprendido a interpretar como un asentimiento, y cargándome bien la ballesta atada a la mochila, eché a caminar, comenzando a subir la gran cantidad de escalones que me separaban de mi nuevo destino.
  9. Galas

    Taleesa - Vientos Abisales

    Taleesa Nombre: Taleesa Raza: Draenei Sexo: Mujer Edad: 169 años Altura: 2,19m Peso: 150 Kg Lugar de nacimiento: Costas del Mar de Zangar Ocupación: Trotamundos Historia Rápida: No Índice Eventos asistidos: Eventos realizados: Mensajería: Descripción física: Draenei joven, 169 años de buena estatura, 2,19m y cuerpo fibroso y resistente aun que no musculado, 150 Kg. Su piel es de un color violeta oscuro y su pelo, blanco como la nieve y largo. Lo más destacable es su cola, notablemente larga. Su rostro es de rasgos afilados acorde a su edad, en el punto intermedio entre joven y adulto, y su cuerpo está definido con muslos marcados y fibrados. Sus cuernos son de tamaño medio, inclinados hacia atrás y luego las puntas hacia adelante. En el vientre, en diagonal cruzándolo desde debajo del pecho izquierdo, tiene una terrible cicatriz algo más clara que la tonalidad violeta oscura de su piel. Descripción psicológica: Draenei joven lo cual se refleja en su carácter. Bastante poco refinada para una draenei, por donde se ha criado y educado. Con un fuerte instinto de supervivencia que muchas veces se deja de lado por la impulsividad que la embarga a veces, aun que intenta controlarlo por experiencias recientes en su vida. Bastante pragmática, aun que simpática, amable, y respetuosa con los Naaru, la Luz, los mayores a ella, y cualquiera que muestre una actitud similar. Aun así, sus colmillos pueden echar veneno si es necesario. Le gusta bastante el sarcasmo con gente que sabe que no se ofende por ello. Zang Nombre: Zang Raza: Raya Abisal Sexo: Macho Edad: Joven Tamaño: Pequeño: 1,5m de punta de cola a fauces. Peso: 80 Kg y en aumento Lugar de nacimiento: Marismas de Zangar Ocupación: Trotamundos Descripción física: Raya abisal joven, de piel de un tono rojizo oscuro. Su boca está compuesta por varias hileras de afilados dientes, y sus cuatro ojos, así como parte bioluminiscente en la frente le dan una apariencia totalmente alienígena. Su larga cola y aletas son de un color oscuro, casi negro. Por su costado discurre una amplia cicatriz. Su cuerpo mide aproximadamente ochenta centímetros de largo, siendo el resto de su tamaño su cola. Descripción psicológica: Zang es joven, y como todas las rayas abisales joven, es activa, navegando con velocidad por los cielos sin descanso, persiguiendo pequeños pájaros u otros animales, sea para comerselos o "jugar" con ellos. Sus pasatiempos favoritos son chapotear en los charcos embarrados, asustar gatos, y arrancar banderolas de sus postes.
  10. Gruñidos. Golpes, puñetazos y sudor. En el gran descampado, los Iniciados de la Orden de Sangre practicaban sobre la arena el combate desarmado cuerpo a cuerpo. Los cuerpos esculpidos por años, décadas de entrenamiento, adornados por cicatrices ganadas con dolor en el servicio, se retorcían unos sobre otros en una cacofonía coordinada bajo la severa mirada de los instructores que con vara en la mano corregían las posturas de los luchadores. Aunque otros elfos, como los Forestales, despreciarían el instruirse de esas maneras, los Caballeros de Sangre sabían que, a diferencia de los salta-árboles, una vez en la dura y brutal meele, el cuerpo era el mejor arma de un caballero. Además, era en estas lizas, donde la sangre ardía por la adrenalina y los jadeos en las nucas rodeaban el cuello de los elfos en un vaho cálido, donde se forjaban la mayor parte de amistades, de juguetonas rivalidades, o incluso algo más, que luego culminarían en que cada miembro de la Orden de Sangre considerase a sus hermanos más unidos a él que su propia familia de sangre. Como muchas otras veces, Azálea mantenía una presa firme alrededor del cuello de su rival. Su pecho bajaba y subía alterado mientras jadeaba, sujetando contra su torso el brazo de su compañera, mientras sus tersos y sudorosos muslos aprisionaban su cuello, amenazando con causar la inconsciencia a su rival. Por suerte para ella, esto no llegó, pues dando palmadas sobre la liza de arena, se sometió a la llave de la Iniciada de cabello rubio. Esta se incorporó, tendiéndole una mano envuelta en vendajes de cuero a su rival, la cual cogió con firmeza para, una vez en pie, ponerse ambas firmes saludando a su instructor, el cual les dio permiso para retirarse. Los pasos de la elfa, destacaba sobre sus compañeras tanto por su altura como por su físico, se detuvieron, toalla al hombro, luciendo el conjunto de entrenamiento que exponía más piel de la que cubría, cuando un novicio joven de la orden se le detuvo delante, claramente cohibido ante la figura de la Iniciada. - Iniciada Belore'zaram, esto ha sido entregado en las dependencias para usted. - Respondió, ligeramente titubeante y sin alzar la vista hacia su interlocutora. -¿Una orden, de despliegue tal vez? - Inquirió con su habitual expresión neutra, aunque su respiración alterada la forzaba a jadear ligeramente, sin haber recuperado aun su porte marmóreo habitual. - No Iniciada. Es una misiva externa a la Orden, personal. - Y fue tras eso que se retiró, con su toga rojiza siseando entre sus piernas, alejándose del gran descampado de entrenamiento. La Iniciada leyó la misiva, y según sus ojos descendían, absorbiendo los textos ahí escritos, sus cejas se alzaban en una relación inversamente proporcional. Al acabar de leer, no pudo evitar mirar a su alrededor. Pero no, a diferencia de otras veces donde había sido víctima de bromas de sus compañeros y compañeras de la Orden, no había nadie malamente escondido tras una columna o pared. Releyó la misiva de nuevo, por si acaso algún mensaje secreto se le hubiese pasado por alto, pero a la cuarta re-lectura tuvo que desistir. Con un leve carraspeo, para aclarar la mente, reanudó su camino hacia el gran edificio de la Corte de Sangre. Con paso firme, como era habitual aunque algo había variado en la alta elfa, pues sin embargo, un leve rubor rojizo había teñido las puntas de sus largas orejas, normalmente tan pálidas como su piel.
  11. ??? ℂ???????? Nombre: Frisk Diabéteks Confianza: Conocido Interesante (5/10) Ocupación: Médico voluntario de Gnomeregan Nombre: Uliánov Vissariónovich Bronstein Confianza: Conocido (4/10) Ocupación: Músico callejero (Probablemente)
  12. La noche se despidió con el plato fuerte, un gran Lechucico asado a lo largo de más de medio dia, girando lentamente, relleno de repollos y especias, recubierto de fuertes pero deliciosas saltas, y un baile tranquilo para los que aun tenían fuerzas para el mismo. Todos se lo pasaron bien, tanto elfos como enanos, y aunque algunos de los habitantes de Quel'danil maldecirían a los festejadores por las horas de sueño robadas a la mañana siguiente ,lo que es cierto es que cuando al amanecer los carromatos y los enanos comenzaron a abandonar el refugio, tras haber recogido la zona de la feria, se notaba un aire de tristeza en el pueblo, pues se sabía que deberían pasar muchos años antes de que Quel'danil volviese a estar tan animada. Es lo que tienen los enanos. Son ruidosos, brutos y directos, pero en sus modos honestos, carentes de los refinamientos que a veces resultan tan cargantes en las relaciones élficas, que se les acaba cogiendo cariño.
  13. Hay numerosas festividades en el refugio élfico de Quel'danil. Algunas tienen que ver con el paso de las estaciones, u otros fenómenos celestiales que, a diferencia del Alto Reino y su primavera eterna, tienen gran importancia para los elfos del refugio forestal. Otros están relacionados con hechos históricos, acontecimientos importantes, o recordar a grandes figuras del pasado. El festival que estaba a punto de acontecer era uno de los segundos. Hacia unos cuatrocientos años, un invierno especialmente duro había dejado las reservas de comida de Quel'danil por los mínimos, y se avecinaban tiempos difíciles para los altos elfos. Pero, en su momento de mayor necesidad, el clan McWunnell, fruto de la amistad de uno de sus Earl con uno de los veteranos forestales del refugio, acudió en su ayuda. Llevaron carros y carros repletos de repollos, duros y gruesos, repletos de nutrientes. Aunque alimentarse de repollos durante varios meses fue un suplicio para los elfos y sus delicados estómagos, lo que es cierto es que les ayudó a pasar el invierno. Desde entonces, cada diez años, cuando las temperaturas son más bajas, y la nieve recubre las tierras altas, es tradición que una comitiva del clan McWunnell acuda a Quel'danil para celebrar, junto a un buen número de miembros del clan, la historia compartida con los altos elfos. Pastel de repollo, tarta de repollo, repollo relleno, repollo gratinado, toda clase de delicias basadas en el repollo (Y en otros ingredientes, que son en general preferidos por los asistentes elfos) inundan las grandes mesas comunales en la zona de fiestas, mientras los músicos enanos amenizan la velada con sus agudas gaitas. Muchos elfos consideran este festival una mala experiencia necesaria por motivos diplomáticos, al fin y al cabo, esa era la labor original de Quel'danil, pero otros, con el paso de las décadas, han acabado cogiendo el gusto a los joviales enanos y a los variados juegos que traen. Al fin y al cabo, una vez a la década no hace daño. // Masteo en Quel'danil que realizaré este sábado 19 de 19:00 hasta que aguante el cuerpo. La idea del rol fue de @Leia (Alyra), que me ayudará a mastear si le apetece, y si no pues a decorar. Es poco más que una excusa para, aprovechando que ha aparecido tanta gente y tantos nuevos personajes por la zona, socializar un poco, que los pjs se conozcan más, puedan surgir nuevas tramas, etc... El evento como es obvio será principalmente social, pero mastearé distintas chuminadas para darle algo de salseo al asunto. Que venga quién quiera y esté por la zona o alrededores.
  14. El grupo de elfos marchó a Pico Nidal con un objetivo. Buscar información, y a ser posible un guía, para encontrar Malaquita Sanguina, un mineral cuyo valor económico no era mucho, pero que tenía relevancia cultural para los Martillo Salvaje, y cuya escasez había aumentado en las últimas décadas según los yacimientos del mismo se iban acabando. Allí encontraron a la enana de las colinas, Agora, que amablemente les guió hasta un viejo guerrero que sabía respecto al mineral. Con las indicaciones apropiadas, y bajo la promesa de regresar para cenar con el guerrero, su grifo y su mujer, y oir sus historias pasadas, marcharon. La caminata no fue muy larga, unas cuatro horas en el camino, y no hubo mayores contratiempos que el joven aprendiz de forestal siendo embestido por un orgulloso aunque pequeño facóquero. Cuando llegaron a la Roca de Dos Cabezas, el oscuro cañón se abría ante ellos. Dudaron, así que la enana acudió a la cercana aldea del clan Quiebratruenos a pedir información. Regresó con un aviso: La cantera estaba maldita. Horribles gritos capaces de dejar inconscientes a un enano alejaban a todo aquel que intentaba adentrarse en ella. Pero el grupo de elfos marchó decidido, envalentonados por resolver un misterio que los jóvenes enanos de las colinas de la aldea vecina no se atrevían a resolver. Cuando llegaron a la cantera, tras atravesar el largo y estrecho camino que serpenteaba entre las dos montañas, esta parecía desierta. Salvo viejo material abandonado, escaleras, carretillas, algunos picos y palas, no parecía haber nada notable. La exploraron unos minutos hasta ver una apertura entre un montón de roca, y en ella descubrieron el brillo rojizo de lo que solo podía ser el mineral que buscaban. La jóven enana de las colinas, acompañada de la elfa con aspiraciones detectivescas, entraron raudas en la apertura, antes de desaparecer y quedarse a oscuras, si no fuese por el farol que portaba la maga. ¡No se habían metido en una cueva natural, si no en la boca de un gigante montés, que ante los elfos ojipláticos del esterior, se incorporaba, despertado de su sueño! Tras unos segundos de tensión que por suerte acabaron sin que enana u elfa fuesen tragadas, la chamán intercedió y habló con el gigante, para entender la situación. Al parecer el enorme ser tenía una infestación de duendes de la roca en una cavidad en su espalda, que le causaba gran dolor, y llevaba años incapaz de hacer nada respecto al tema. Sus gritos de dolor, alejando a todo aquel que intentaba aventurarse en la mina. El grupo, por supuesto, se ofreció a ayudarle, pero por desgracia, cuando el gigante dio la espalda y se sentó para que le ayudasen, los altruistas samaritanos se vieron rodeados por docenas de estos duendecillos de roca, que si no se abalanzaban sobre ellos para descuartizarlos, eso sí, sin dejar de sonreir en ningún momento, era porque tenían siempre un ojo puesto en los movimientos del gigante. Pese a que los duendes de roca parecían más interesados en burlarse de elfos y enana, y se limitaban a lanzarles rocas, estas eran arrojadas con una precisión envidiable, y los elfos se marcharían a casa con buenos dolores de cabeza. Pero al final, con un hechizo del elfo-rey, la infestación en el gigante fue eliminada, y este pudo incorporarse, espantando a todos los duendecillos. La gran roca parlante se despidió del grupo, no sin antes darles las gracias, y ofrecerles un puñado de las gemas que habían venido a buscar, que obtuvo rascándose entre los dientes y dejándolas caer frente al grupo, pues al parecer su última comida, hacía unos 4 meses, había sido justamente una mena de ese mineral. Con el objetivo cumplido, aunque notablemente doloridos y magullados, desandaron el camino y regresaron a PicoNidal ya cuando las dos lunas salían a hacer su recorrido nocturno, justo a tiempo para acudir a su cita con el veterano guerrero, su grifo, y su mujer.
  15. Historia La mañana se había alzado como un día de tantos de cielos despejados y temperatura ideal en el alto reino élfico. Uno de los miles de días que Valya había vivido ya, recorriendo los bosques junto a sus compañeros forestales. Algunos días eran felices, las risas llenaban las largas horas de patrulla y los juegos y bromas eran habituales. Otros días eran tristes, cuando las flechas y los tomahawk volaban y la sangre mojaba la tierra de Quel'thalas, y volvía menos de los que habían partido. Pero este día era distinto. Este día una presión ominosa pesaba sobre todos los integrantes del grupo, especialmente en el corazón de la recientemente ascendida Cabo de la Real Hermandad de Forestales del Alto Reino, Valya Athaleia. Marchaban al sur de los bosques de Quel'thalas. Una amenaza como ninguna otra se cernía sobre sus tierras. Las noticias llegaron confusas y apenas hubo tiempo para organizarse. Un día, se avisó de que Ciudad Capital, cuna de la humanidad y el reino más poderoso de los Reinos del Este había sucumbido ante una horda imparable de cadáveres que mediante magia oscura abandonaban el descanso eterno para acabar con los vivos. Los retazos y ejércitos humanos aun luchaban contra esta amenaza cuando el grueso de la Horda redirigió su atención hacia el Alto Reino de los elfos. No hubo tiempo a movilizarse al sur antes de que la primera puerta hubiese caído. Entre que a Valya y a su grupo le dieron orden de marchar para apoyar en el sur, y estos cruzaron el río Elrendar, la segunda puerta ya había caído. Eso hizo que todo el grupo apresurase el paso a un ritmo casi frenético, pues si la tercera puerta caía eso significaría que las hordas de no-muertos tendrían paso libre hasta prácticamente Lunargenta, y el primer núcleo de población importante que estaba tras la tercera linea defensiva del Reino Élfico era Tranquillien, el hogar de Valya. Rezaba a la Luz con todas sus fuerzas que su familia hubiese huido ya al norte, pero no podía saberlo ni podría comprobarlo, pues su destino estaba lejos de Tranquillien. Ella y el grupo de 8 Forestales a su cargo, todos ellos compañeros, amigos, hermanos y hermanas, de los cuales a varios los consideraba mucho mejores Forestales que ella, más valerosos, más dignos, más diestros con el arco, llegaron a un pequeño poblado en las franjas occidentales del sur de Quel'thalas. Cuando llegaron, este estaba desierto. Eran apenas una docena de casas, que se fundían con el bosque que las rodeaba. No tenía muros. ¿Y porqué iban a tenerlos? La frontera con los Amani estaba a semanas de viaje, y salvo la breve intromisión de la Horda durante la segunda guerra, jamás habían tenido necesidad alguna de ellos. Su grupo se puso alerta al instante y se dispusieron a avanzar arcos en mano por la aldea. Estaban entrenados, estaban preparados, y habían luchado juntos en incontables ocasiones. Algunos habían caído por el camino, y otros nuevos se unieron, que con el paso de los meses o años, se volvieron sus hermanos. Todos ellos confiaban los unos en los otros y darían su vida por un compañero sin dudarlo dos veces. Eso es lo que significaba ser Forestal. Sin separarse demasiado unos de otros, cuatro de ellos esperaron en la plaza mientras el resto inspeccionaban los edificios. Valya se introdujo con la hoja curva semidesenvainada en una casa vacía cuya puerta estaba abierta. Sus pasos silenciosos no hacían siquiera crujir la madera que conformaba el suelo del hogar. Vio una mesa de platos que aun humeaban en ella. La familia que allí viviese debió de cenar cuando huyó... no, no huyó. Ascendió las escaleras lentamente, pero la escena que contempló en el piso superior no era ni comparable a los grotescos sacrificios caníbales de los trols. Vio a lo que antaño debió ser un elfo, un niño elfo, de apenas unos 20 años. Su boca estaba llena de sangre y agazapado mordisqueaba lo que debió ser el rostro de su padre. Cuando giró el rostro hacia Valya, no había hermosa luz cerúlea alguna en sus irises, solo un brillo amarillento y unos ojos opacos. La Forestal no llegó a tener tiempo de hablar antes de que se abalanzase sobre ella, derribandola. Los dientes del crío se clavaron con fuerza en la protección de cuero de su antebrazo, y tras los primeros segundos de confusión Valya reaccionó apuñalando le en la garganta y tirándolo a un lado con un grito, mezcla de frustración y miedo. Observó con los ojos abiertos como platos como la figura aun aun se resistía y gruñía intentando llegar a ella pese a tener el filo de la elfa atravesándole el cuello de lado a lado. Sentada, se arrastró para alejarse de la figura del niño elfo que se arrastraba hacia ella, gruñendo, regurgitando sangre. Lo intentó alejar con las piernas, su respiración acelerada como un rápido lince que caza al conejo, pero esta vez las posiciones se habían invertido. Gritó y cuando ya lo tenía encima de nuevo, cogió una de las flechas que se le habían caído del carcaj, y con un grito comenzó a clavársela en el rostro, una, otra, otra vez, hasta que su mano no estaba recubierta de sangre y el rostro del niño elfo había desaparecido reducido a una pulpa acuchillada y quebrada. Fue en ese momento cuando a sus oídos, que se habían aislado de todo ruido externo hasta ese momento, comenzaron a escuchar los ruidos de pelea fuera. Se incorporó rápidamente, apenas recogiendo un par de flechas, sin desclavar siquiera su filo del cadáver del niño, y corrió escaleras abajo, resbalando y tropezando, para llegar al marco de la puerta. Un coloso de carne cosida golpeaba de lado a lado a Shanna, la mayor del grupo y que consideraba una mentora y hermana, como si fuese un niño malcriado con un juguete de trapo. Su sangre salpicaba la plaza de la aldea cual lluvia. Ilr'thredas gritaba mientras cinco criaturas agazapadas de afilados dientes le devoraban vivos, y el resto luchaban por sus vidas, gritando su nombre. "¡Valya, VALYA!" decían. "¡¿Donde está la Cabo?!" oyó gritar. "¡Debemos retirarnos, por la Luz!", esa voz juraría que era la de Mare'yha. "¡No podemos abandonar a Valya!", fue lo último que oyó, probablemente de Ka'thrien, que si los rumores eran ciertos llevaba un par de meses planeando declararsele. No oyó más porque para entonces ya había cerrado la puerta de la casa y tapándose los oídos con fuerza, se refugió bajo la mesa del comedor, las lágrimas recorriendo sus mejillas, su respiración agitada amenazando con fulminarla allí y ahora, con su corazón quebrándose cual vasija de frágil cerámica. Pero no tuvo esa suerte. Los gritos por su nombre cesaron. Los gritos de dolor también cesaron. Y entonces se hizo el silencio, un silencio horrible. ¿Cuantos días habían pasado? No lo sabía. Lo que le dio las fuerzas suficientes para abandonar su escondite, deshidratada y hambrienta, fue un dolor intenso en el pecho, como si le hubiesen clavado un filo ardiente en el pecho, atravesándola de lado a lado. Algo que siempre había estado ahí pero que nunca había notado, acababa de ser cercenado de ella, y su falta se sentía más dolorosa que la mayor de las torturas. Lloró, lloró incesantemente. No por sus amigos, no por sus familiares, si no por el vacío inmenso que había devorado su alma cual vorágine. El Pozo del Sol había sido corrompido, aunque ella no lo supiese en aquel entonces. Se tambaleó, saliendo de la casa ruinosa. Pero lo que vio no era Quel'thalas. La primavera eterna había dejado paso a un bosque oscuro, de árboles muertos y retorcidos, los cadáveres agolpados en las calles. Caminó al sur, escondiéndose de las hordas de no-muertos errantes tanto como de los otros grupos de elfos con los que se cruzaba. Se perdió en lo que antaño fue su hogar pero ahora era el infierno en la tierra, hasta que abandonó el hogar ancestral de los elfos para nunca regresar.
  16. Galas

    [Masteo] Panda no mata mono

    El mensaje fue claro. La acólita del Shado-Pan estaba desatendiendo sus labores, y un deber le fue entregado, solicitado por los ancianos de la aldea al Shado-Pan. Estando en el lugar era su deber que se viese cumplida. Usando sus habilidades de rastreo y sigilo, logró encontrar a los ladrones, pese a que su falta de experiencia hiciese que cometiese numerosos errores que pagó con dolorosos golpes. Sus filos fueron certeros y el cumplimiento de su deber fue eficaz y brutal. No hubo más dolor que el necesario, pero tampoco hubo piedad alguna. La estatua de piedra del Mogu estaba orgullosa. Posteriormente el Shado-Pan acudiría al lugar y colapsaría la entrada a las ruinas.
  17. Hoy estaba sembrado y hay para todos. Como siempre, que nadie se ofenda, la idea es reírnos de cosas que en retrospectiva son tonterías.
  18. Galas

    [Ficha] Ludoveca Zamenhoff

    Nombre: Ludoveca Zamenhoff Atributos 5 Físico 6 Destreza 6 Inteligencia 9 Percepción Valores de combate 20 Puntos de vida 18 Mana 15 Iniciativa 7 Ataque a Distancia (Arco Corto) 10 Ataque CC Sutil (Cuchillo) 8 Defensa Habilidades Físico 2 Atletismo Destreza 1 Arco Corto 4 Cuchillo 1 Escalar 2 Defensa 1 Nadar 4 Robar bolsillos 6 Sigilo 2 Trampas/Cerraduras Inteligencia 2 Fauna 2 Supervivencia Percepción 2 Advertir/Notar 3 Buscar 1 Callejeo 2 Rastrear 6 Reflejos Escuelas/Especializaciones
  19. Historia ¿Mi historia? Mi historia no podía ser más irrelevante, muy parecida a la de otras tantas mujeres gilneanas cuyos huesos acabaron sirviendo de abono para los hongos en los húmedos bosques, sin que nadie las recuerde. Pero asumo que me obligarás a contarla para poder pasar. ¿Verdad? De acuerdo, de acuerdo, procedamos entonces. Iré por partes, intentemos estructurarla para que sea más fácil de entender, pero ya auguro que aquí no leerás de grandes epicidades, de habilidades extraordinarias, o de hazañas de guerra, todo ello convenientemente olvidado justo antes del punto final de mi relato. No, mi historia empieza con una madre desangrándose como una mala puerca cuando me dio a luz, enterrada antes de que su hija pudiese ser siquiera bautizada. Eso dejó a un padre solitario a cargo de una hija, al menos tuvo suerte, y solo tenía que ocuparse de una boca. Pero la vida en las cordilleras del sur, en la península de Gilneas, no es tan sencilla. A mi padre apenas lo ví hasta que cumplí los siete años. Él vivía en el bosque, en una cabaña, y cazaba en los bosques de la ciudad pagando los impuestos pertinentes. No podía estar cuidando de una recién nacida , así que me crié junto a otros tantos muchachos , en comunidad, junto a las matronas de una aldea cercana llamada Brehmen. No recuerdo mucho de esa época, salvo que solíamos corretear por las calles embarradas, tirar piedras a los gatos, y hacer carreras sobre los gorrinos antes de que el ganadero, un anciano de muy mala uva nos cogiese y nos zurriagase las posaderas con su palo como si fuésemos uno de sus cerdos. En cuanto cumplí los siete años mi padre vino a recogerme. No es que no me visitase antes, solía venir un par de veces por semana, pero ahí fue cuando me llevó a vivir con él en la choza del bosque. Al principio estaba muy triste, dejé mi vida y mis amigos atrás, pero al final me acostumbré, pues solía regresar una o dos veces a la semana a la aldea a por enseres o para vender lo que íbamos cazando. Claramente al principio no hacia nada más que corretear detrás de él por los bosques, poner trampas de mala manera e intentar aprender lo que pudiese, fue ya con doce años aproximadamente, pues si he de serte sincera no recuerdo cuando nací, que empecé a tener fuerza suficiente para usar un arco. O eso quería pensar yo, verás, siempre he sido bastante debilucha, y me pasé más tiempo enferma que sana, aunque a mi padre nunca le dejó de sorprender que siempre sobreviviese a todas esas enfermedades, pero claro, pasaron factura, tengo entendido que un niño tiene que comer bien y estar calentito para desarrollarse como debe, pero bueno. ¿Qué soy, una señorita de ciudad? En resumen. La vida era dura, simple, jodida, vamos. Pero tampoco era la gran cosa, no podía quejarme, poca gente al menos que yo conociese vivía mucho mejor que yo, así que, ya ves tú. Lucecita Lucecita déjame como estoy. Por desgracia la Santa Luz no parecía con ganas de dejarnos como estábamos y entonces pues que te voy a contar, empezó la guerra civil. Por suerte en las regiones del Sur no es que llegase mucho conflicto, al menos no que yo me enterase, y nuestra vida siguió más o menos normal, lo único que cambió fue que algunos chavales jóvenes y amigos míos marcharon al norte, a buscarse los cuartos en la guerra para dejar de ser granjeros, panaderos o recogeboñigas. No volvió ninguno, no se si porque murieron o porque encontraron ya pareja allá al norte y se quedaron a vivir. Me gusta pensar que fue lo segundo. Pero eso no fue el problema. Por aquella época yo ya llevaba sangrando un par de años asi que ya me iba tocando hacer algo útil y empezar a parir la siguiente generación, que cada año los inviernos eran más duros y hacían falta más manos que poner a trabajar, así que mi padre con premura y mucho avispamiento arregló un matrimonio junto a su hermano, y sin más que unas tres o cuatro citas, para al menos hacer el paripé de un cortejo, pues me casé con mi primo. No es que yo fuese un bellezón, pero la verdad es que el mamón parecía una zarigüella que había aprendido a caminar, menudos morros que se gastaba, y vaya dientes pequeñitos y afilados. Que poco le gustaba que le llevase casi dos cabezas, pero bueno, he de decir que una vez empecé a conocerle, pues bueno, tampoco estaba tan mal. ¿Sabes? No es que nos casásemos por amor ni nada de eso, pero ya que nos íbamos a pasar toda la vida juntos, pues mira, al menos intentar llevarnos bien. Nos mudamos a una cabaña allí en el bosque, algo lejos de donde nuestros padres, y nos ganamos la vida pues como siempre habíamos hecho, cazando pequeños animales, con trampas y esas cosas. El único problema es que eso de poner a caminar a la siguiente generación pues era un tanto difícil. Ya os he dicho que mi salud era como era, y digamos que su longaniza parecía de esas baratas que tienen más serrín dentro que carne, así que fue bastante complicado. Tampoco es que ninguno de los dos estuviésemos compelidos a intentarlo muy a menudo, el hambre ,el frío y el trabajo quitaban mucho tiempo. Al menos, y esto lo descubrimos unos meses tras habernos ido ya a vivir solos, cerca de donde nos habíamos asentado resulta que había una choza de... eh... Brujas de la Cosecha, sí. Gente bastante siniestras, de hecho más de una vez me dijeron que yo me parecía a una, siempre tan descuidada y uraña, pero yo me reía, menudos palurdos, como iba a ser yo una de esas Brujas. Alguna que otra vez les llevamos pieles o carne y nos dieron algún potingue, y sinceramente, rara vez me encontraba tan bien como cuando me bebía sus pócimas, así que por mi parte me alegraba de su presencia ahí. No tanto mi marido, que siempre se santiguaba y se pasaba el día quejándose y diciendo que algún día se vendrían por la noche a nuestra casa a sacrificarnos y beberse nuestra sangre, pero yo le decía que a él ni muerto en mitad del bosque los animales se le acercarían pa' comérselo. Ay que equivocada estaba. Fue hará unos cuatro años , no voy a olvidarme. ¡Alegría, alegría! Al final el renacuajo había encontrado el camino por la ciénaga y se estaba convirtiendo en rana. Y voy a serte sincera, se sentía bien. Hasta parecía que tenia más salud, empecé a coger algo de carne, y oye, hasta el ánimo de mi marido había cambiado, que servicial, parecía todo un caballero de ciudad, reconozco que en esa época hasta le veía con otros ojos, y bueno, digamos que en nuestra casita la temperatura solía estar más alta. Pero ah. Las cosas buenas no están destinadas a durar, eso es algo que mi padre me enseñó bien, la vida es una carrera de fondo, los tiempos felices son los pequeños descansos que nos da, pero escasean. Fue una noche, yo ya tenía una buena barriga, lo cual probablemente me hiciese aparentar un palo con una uva pegada, pero oye, yo me veía estupendísima. Mi marido se había ido a cazar, pero no volvió. Ni esa noche, ni la siguiente, ni la siguiente. Volvió al tercer día, más limpio venia, y con ropa nueva. Y yo. "¿Pero oye y eso, pero de donde vienes?" y él que no, con evasivas, preguntando por mi, cambiando de tema. Aunque se le veía muy nervioso. Pero bueno, yo me alegraba de que hubiese vuelto porque ya me estaba temiendo que se hubiese despeñao por un barranco o que se hubiese encontrado a un Ettin y se lo hubiese zampado, que ya era invierno, y bajaban de las montañas heladas a buscar comida a los bosques. Pero no, no era nada de eso. Ya por aquel entonces venían rumores del norte, y no de tan al norte, y la verdad es que desde hacía unas dos semanas que habíamos empezado a escuchar unos gritos en la noche, en el bosque, como perros pero más graves y fuertes. A mi no me sonaban a nada que hubiese escuchado nunca, en el pueblo dijeron que eran una clase de animal muy peligroso, pero bueno. Teníamos más bien poco sentido y pensamos que con repartir antorchas alrededor de la cabaña no se acercarían. Relativamente hablando pues teníamos razón. No iban a entrar animales de fuera. Pero eso no significaba que el peligro no se metiese dentro. Lo recuerdo perfectamente, fue al segundo día de haber aparecido, ya el anterior se había pasado más tiempo en el bosque que en la cabaña, pero estaba muy loco, recuerdo que como estaba ya alto torpe se me cayó una sartén mientras hacía la comida y se puso como una fiera, incluso me levantó la mano, cosa que no había hecho nunca. No me golpeó claro, porque sabía que si lo hacía le iba la otra sarten a la cara, pero que se fue corriendo pidiendo perdón. Ay, pero al segundo día. Estaba yo cenando tranquila cuando de golpe entra, ni abrió la puerta, se tiró contra ella. Estaba gritando, con las manos en la cara, y yo claro me levanté con la cuchara de la sopa en la mano, asustada. Intenté acercarme a él para ayudarle pero solo me empujó, diciéndome que me fuese, que corriese, que estaba mal, que me iba a hacer daño. Y yo claro, pues en esos momentos una no reacciona y estuve ahí más tiempo del que debí, pensando en ayudarle. Cosa de la que nunca dejaré de arrepentirme. Mi marido estaba ahí, y un momento después, ya no. Vi como empezó a retorcerse y a gritar, vi como se rompía su ropa, como se le salían los huesos de la espalda, y no vi más porque en ese momento algo hizo crack en mi cabeza y tuve la suficiente inteligencia para echar a correr. Corrí, corrí, corrí por el bosque, tropecé, apenas veía por donde iba porque no paraba de llorar y las ramas me golpeaban la cara. Lo peor es que lo escuchaba. Escuchaba eses ruidos que había escuchado durante semanas, pero mucho más cerca. Escuchaba la madera crujir bajo sus garras, escuchaba su respiración, pesada. Mi corazón latía, tanto que pensé que me iba a explotar, y por una vez sentí lo que debían de sentir los conejos cuando iba detrás suya, con el arco. Pero que iba a hacer yo, con mi vestido, ya roto, embarrado, corriendo, llorando. Pues al final pasó lo que tenía que pasar, tropecé y apenas siquiera llegue a ver como se me tiraba encima la bestia que antes fue mi marido. Rode por el suelo, y sentí un dolor enorme, más del que había sentido nunca, pero en ese momento no identifiqué lo que era. Escuché un disparo creo, pero la verdad es que no recuerdo muy bien lo que pasó en ese momento, yo solo me levanté y seguí corriendo, y mi marido dejó de perseguirme. No se si suerte, instinto, u alguno de los espíritus de los que tanto hablan, pero corrí y corrí, sin saber a donde me llevaban mis pasos. Cuando no pude correr, caminé, y cuando no, gatee. Ya se me habían pasado las fuerzas del miedo, y ya hacía unos minutos que me retorcía de dolor, y no era yo la única, con la mano en mi vientre hinchado, que sangraba a mares, el malnacido de mi marido, ay, qué había hecho. Llegué a ver como se me acercaba una figura envuelta en plumas y pieles, pero tras eso perdí la consciencia. Las brujas me salvaron la vida esa noche. Por desgracia, solo pudieron salvar una. Tras eso estuve varias semanas allí. La verdad es que en ese momento solo me quería morir, y por poco lo consigo, pero si yo era terca, mi curandera aun más, y no dejó que se me llevasen los malos pensamientos. Ella me hablaba, me contaba sus cuentos y sus historias, yo ni le hacía caso, pero mientras me concentraba en ignorarla reconozco que no pensaba en lo que me acababa de pasar. Al final conseguí recuperarme, aunque el último regalo de mi marido lo llevaría siempre conmigo en el vientre, el cual se había quedado plano. Horriblemente plano. Me fui de la cabaña de la Bruja, pero realmente no me alejé mucho durante demasiado tiempo. ¿Qué iba a hacer? No iba a caerme muerta, pero sinceramente, la idea de volver a los bosques no me atraía mucho, pero no sabía hacer otra cosa. O bueno, sí. Verás, la guerra, los monstruos estos, huargen... muchos años de desgracia, pero sobre todo de muerte. ¿Y sabes que ventaja tienen los muertos? Que no necesitan nada. Sí, lo se. Que sacrilegio, pero mira. Una tiene que vivir de algo, y la caza había prácticamente desaparecido, así que... empecé a viajar. Cometí el error de novata de esperar a que acabase una de esas batallas campales que tenían los... rebeldes contra los que no eran rebeldes, para luego acercarme a robar botas y cosas así de los soldados, pero claro, no fui la única que pensaba tal cosa, y por poco no salgo viva de ahí. Así que cambié de idea, y me fui a por otros objetivos más sencillos. Los muertos que ya estaban enterrados y santiguados. Reconozco que las primeras veces lloré, lloré mucho, y vomité. Pero cuando empezaba a ver más dinero del que había visto en mi vida, y hasta comprarme ropa buena, pues bueno. Algo ayudó. Aunque si he de serte sincera, tratar con los muertos te cambia. Aun no lo se bien, pero lo se. Pero con el tiempo la verdad, es que volví al sur. Había aprendido a hacer unas cuantas cosas más, pero lo que me seguía llamando eran los bosques. Ahora hay guerra, dicen. Bueno, más sufrimiento, no es nada nuevo. Al menos dicen que los soldados de más allá del mar tienen botas de buena suela.
  20. Ludoveca Zamenhoff Nombre: Ludoveca Zamenhoff Raza: Humano Sexo: Mujer Edad: 28 años Altura: 1,83 M Peso: 56 Kg Lugar de nacimiento: Brehmen, sur de Gilneas. Ocupación: Saqueadora Índice Eventos Masteados De Setas y Escarabajos Eventos Asistidos Mísivas Descripción física Ludoveca, también llamada Ludovica, Lula, Lulu, es una mujer enfermiza, de complexión fibrosa, estirada, de costillas y homoplatos marcados, rostro consumido y pómulos prominentes, no por estructura ósea armónica, si no por los huesos que se marcan. Carece prácticamente de carne en cualquier parte del cuerpo. Su cabello es de un color rubio desgastado, feo, que deja crecer hasta los hombros, desgreñado. Carece de cualquier clase de brillo o belleza pues no tiene ni tiempo ni recursos para ello. Sus uñas suelen estar manchadas, rotas y con tierra bajo ellas, de manos callosas y dedos largos, finos y huesudos, de nudillos desgastados. Su rostro conserva cierto porte regio, roto por numerosas pecas en las mejillas y sobre la nariz, que enmarcan unos grandes ojos de un color azul intenso, que se mantienen siempre en un estado de cansancio, entrecerrados bajo unas cejas de un color más oscuro, casi marrón, en contraparte a su pelo. Su dentadura se mantiene blanca, y por suerte conserva todas las piezas, aunque sus dos dientes frontales superiores, las paletas, son más grandes que la media, y para más inri, se encuentran sensiblemente separadas, razón por la cual suele evitar enseñar los dientes, que esconde tras unos labios finos, pálidos como su piel, y cortados por el frío. Su piel está limpia de marcas, salvo por una horrible cicatriz de zarpazo en el vientre. Descripción psicológica Esta mujer carece de educación superior y de escrúpulos intrínsecos. Criada como mujer de campesino, no sabe leer ni escribir, y se ha ganado su vida cazando ratones y liebres en los bosques. Su carácter es bastante apático y ácido, no suele empatizar mucho con los demás, y tiende a valorar su propia y mugrienta supervivencia. No es especialmente cobarde, pero carece de cualquier clase de motivación que la lleve a ponerse en peligro, por lo cual tiende a evitarlo siempre que es posible. Pocas virtudes tiene esta mujer, o al menos, rara vez se ve dispuesta a hacerlas públicas. Su acento es fuerte, y habla mal, razón por la cual se esfuerza en mantener cierto porte y ocultar su acento con una marcada forma de hablar,muy formal, que la obliga a hablar lentamente, a veces aparentando cierta estupidez que contrasta con su rápida agudeza mental, su única cualidad destacable.
  21. Como te voy a pedir perdón si tu misma firma me da la razón.
  22. Galas

    Noches en vela [Elwynn]

    Cuenta con mi maga para detener tus sucios planes maldito hereje de desviados gustos.
  23. Galas

    [Ficha] Lin Xia

    Nombre: Lin Xia Atributos7 Físico7 Destreza6 Inteligencia6 PercepciónValores de combate28 Puntos de vida18 Mana9 Iniciativa11 Ataque a Distancia (Arco Largo)11 Ataque CC Sutil (Lanza Ligera)9 Ataque CC Sutil (Daga)11 Defensa Habilidades Físico 2 Atletismo Destreza 4 Arco Largo 4 Lanza Ligera 2 Daga 4 Escalar 4 Defensa 1 Sigilo 2 Trampas/Cerraduras Inteligencia 1 Fauna 1 Sanación/Hierbas 2 Supervivencia 2 Tradición/Historia Percepción 3 Advertir/Notar 4 Rastrear 3 Reflejos 2 Música (Citara) 1 Caligrafía Escuelas/Especializaciones
  24. Historia Los crujidos de la nieve bajo las zarpas de Xia resonaban por las cordilleras nevadas como si fuese un alud de proporciones cataclísmicas, o eso era lo que sentía la pandaren mientras intentaba caminar de la manera más sigilosa posible. Arco en la espalda, avanzaba sujetándose con las garras a las heladas rocas de las paredes para evitar resbalar por los estrechos pasos montañosos. Daba igual cuantos años llevase uno transitando semejantes caminos. Hozen, Pandaren o Grúmel, un paso en falso era todo lo que hacía falta para acabar con los huesos quebrados al fondo, en las afiladas rocas que aúllan con los gritos del viento. Hacía ya tres horas que Xia había abandonado su hogar. Entonces ,el sol veraniego aun no había salido, y había contado con llegar a las trampas que había puesto la noche anterior antes de que el astro rey apareciese sobre el cielo, sus cálidos rayos golpeando los picos nevados con intensidad. Pese a lo que creían muchos pandaren del sur, era en las épocas del deshielo donde más peligrosas se volvían las montañas. La nieve comenzaba a derretirse y su solidez daba paso a una inestabilidad capaz de causar alúdes ante la más mínima perturbación, que arrasaban todo a su paso, fuese un viajero incauto, una caravana de Yaks o incluso aldeas enteras. Xia maldecía para sus adentros, pues había tenido quedar un gran rodeo por una zona mucho más peligrosa cuando el paso principal que debía de recorrer lo había encontrado totalmente obstruid por un corrimiento de tierra que no podía sortear. Había intentado acelerar el paso, pero el Sol le había ganado la carrera, y ahora su viaje por las montañas se había vuelto aun más difícil, pues las rocas estaban húmedas, la nieve inestable, y la tierra embarrada por el agua que discurría a chorretones por los cursos de agua forjados por los siglos gracias al discurrir del líquido elemento. Maldiciendo, no su mala suerte, sino su falta de previsión, pues probablemente podría haberse ahorrado esto de haberse levantado un par de horas antes, en plena noche, acabó por llegar al pequeño claro montañoso donde unos arbustos de hojas afiladas como cuchillas y unos árboles de troncos gruesos y baja altura daban cierto contraste en sus tonos verdes apagados al blanco virginal que cubría la región. Se aproximo a las trampas de madera, rezando para haber capturado a alguna perdiz nívea, pues era en estas fechas cuando nacían sus huevos y los progenitores salían a buscar alimento para sus insaciables polluelos. Una maldición que habría sido quitada de su boca por una bofetada de su abuela salió de sus labios cuando vio que las pequeñas jaulas de madera no solo estaban vacías, si no que habían sido totalmente destruidas. No tardó ni diez segundos en descubrir quienes habían sido los culpables, pues los rastros de heces y el hecho de que al parecer alguien hubiese escrito con orín un insulto en la nieve dejaba claro que habian sido los Hozen. Criaturas pulgosas, más de una vez Xia había preguntado a su padre porqué el Shado-Pan no había acabado con todos ellos, al menos, con los que viven en las montañas. Obviamente, comentarios tan radicales y poco reflexionados eran respondidos con un severo corte de su padre, por osar siquiera mencionar semejante idea de Mogu. Podría haberse quedado un rato maldiciendo, pero la pandaren sabía que no encontraría respuesta alguna en dejarse llevar por su enfado. Inspirando el gélido aire de las cumbres, se tranquilizó, antes de comenzar a recoger las trampas que por lo menos podrían ser reparadas con relativa facilidad, limpiándolas con nieve de la “suciedad” que los Hozen habían … echado por encima. Cuando el sol estaba en lo más alto de su viaje por el cielo, Xin llegó por fin a su aldea, cargando las trampas a la espalda. De apenas doce casas, escondida bajo un saliente rocoso que la protegía de aludes y otros corrimientos de tierra, Okai-Mashu no salía en prácticamente ningún mapa, ni siquiera los de la región. ¿Y porqué iba a hacerlo? Era una aldea irrelevante de cazadores, fundada según transmitían los más ancianos de la aldea por un Monje del Tigre hacia un par de siglos, que se casó con un espíritu de las montañas, siendo sus hijos los primeros habitantes de la aldea. Como hacía siempre, se detuvo y se inclinó ante la estatua de roca del Gran Tigre que se encontraba en la entrada de la ciudad, observando de manera permanente, con sus ojos de zafiro, la inmensidad de los valles ocres que a cientos de kilómetros más abajo se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Saludó con la cabeza a la Vieja Chou Chou al pasar por delante de ella, que estaba sentada delante del descansillo de su hogar cosiendo un tapete mientras sus dos nietos retozaban en la nieve. -Desciendes de los picos con una sombra muy larga, pequeña. - Su tono amable era enmarcado por una sonrisa casi sin dientes y unos ojos con unas cejas tan pobladas que parecía que nunca se habrían, en una expresión entrañable. -Lo lamento Chou Chou. Hoy no he sido capaz de mantener la compostura del Gran Tigre – Respondió Xia con un tono un tanto apático, que fue respondido por los dos nietos de la anciana pandaren, Mu y Fao corriendo hacia ella para abrazarse a sus piernas sonriendo. -Mi vista ya no es lo que era, pero escucho en tu espalda el ruido de la madera vacía y no los gorjeos de las perdices. No ha habido fortuna en tu caza. - Respondió con cierto rintintín la anciana, sin dejar de coser, alzando su rostro hacia la pandaren embutida en pesadas ropas de cuero de abrigo. -No, Chou Chou. Los Hozen de las montañas las han encontrado y de nuevo las han roto y profanado, comiéndose el cebo. - Xia intentaba impregnar su voz del enfado que le había causado por dentro la pérdida de la caza, pero tras tantas horas de viaje, el frío de las montañas había calmado su ánimo, y ahora no podía si no sonreir levemente mientras con su mano sujetaba la cabeza de uno de los cachorros pandaren que intentaba infructuosamente derribar a la mayor, mientras su hermano se sujetaba la pierna de la cazadora. -Bueno, el Tigre Blanco proveerá, pequeña. Recuerda, cuando el Hozen baja de la montaña... -Comenzó a decir la anciana pandaren, pero no llegó a acabar. -La buena fortuna tras ello acompaña. Sí, lo se anciana Chou Chou. -Con un tono entre la formalidad y el cansancio, Xia acabó el refrán de la abuela pandaren, respondiendo esta con una leve sonrisa. Dando a los gemelos pandaren un pequeño guijarro de forma curiosa que había recogido para distraerlos lo suficiente como para huir de su agarre, Xia inclinó la cabeza ante la vieja Chou Chou y empezó retomó su camino hacia su casa. No llegó a ver como la afable expresión de la anciana se cambiaba por una de tristeza mientras veia a la joven pandaren marchar a su hogar. La casa de la familia Lin era la más alejada de la aldea. Mientras que todas las demás se abrazaban unas a las otras alrededor de la pequeña plaza del pueblo, para mantener el calor en los meses más helados del invierno, la de la familia Lin se encontraba a unas pocas decenas de metros, alejada, algo más escondida entre las montañas. Desde su puerta se podía ver toda la aldea y la entrada a la misma, con la estatua del Gran Tigre al fondo, y esa era la posición que su padre, Lin Zhou, solía ocupar, fumando de su pipa en soledad. Pese a que hacía más de treinta años que había dejado el Shado-Pan para irse a vivir a las montañas y forjar una familia, en el fondo jamás había dejado de vivir en el monasterio. Cada mañana, sus rituales eran los mismos, su entrenamiento los mismos, y su mente, la mismo. En la aldea le conocían como el Viejo Lobo, pues pese a que su carácter era arisco, regido por tradiciones estrictas que para el resto de la afable aldea resultaban ajenas, desde su posición privilegiada vigilaba constantemente a sus vecinos, y que nada pasase al pequeño remanso de paz donde vivían. Hoy su padre no estaba ahí, cosa que no le extrañaba a Xia, pues en su retraso había llegado a la hora de la comida. Ya podía visualizar la regañina de su anciano padre por haber perdido tanto tiempo en las montañas, pero para su sorpresa, no hubo tal. Cuando abrió la puerta, dejando las trampas y su vara de viaje apoyadas en el descansillo, y se inclinó en señal de saludo, vio a su padre y a su madre, sentados en la mesa, esperándola. La comida en la mesa era escasa, como de costumbre. No solo porque vivían de las pocas reservas que quedaban tras un largo invierno, sino porque su padre siempre había mantenido una estricta dieta para su familia donde no había el más mínimo margen para la indulgencia. Pese a que durante los primeros años la joven Xia siempre se había quejado, deseando comer tanto como los otros niños de la aldea, cuando la dureza de Kun-Lai hizo que su mente se templase ,acabó por percatarse que era por este estricto régimen que su padre había logrado que aunque hubiese épocas donde la aldea pasase algo de hambre, esta nunca llegase a sufrir una hambruna con consecuencias fatales. Se sentó, flexionando las rodillas, y apoyando ambas manos en la mesa. Tanto su padre como su madre miraban sus platos en silencio, con cierto tono sombrío. El ambiente estaba cargado de una tensión, pero no la habitual que avisaba de que su padre iba a proferir una de sus reprimendas, si no una distinta que nunca había sentido, que incluso parecía envolver a su madre. -Lo lamento padre, pero las trampas han sido asaltadas por los Hozen. No he podido traer ninguna perdíz. - Comentó con la cabeza gacha, esperando la respuesta fría de su padre. Para su sorpresa, esta no vino, más allá de un asentimiento leve. -Los pasos montañosos se deshielan y los Hozen bajan hambrientos de sus aldeas. La caza será más difícil las primeras semanas, hasta que la vida animal comience a resurgir y podáis descender a los valles. Pero por ahora, come. - Y con eso, cogió los palillos con su mano derecha. Pese a que ya tenia casi setenta años, la firmeza con la que manipulaba los palillos era envidiable. Pese a todo, Xin había visto como los años pasaban factura para el veterano guardián, y notaba los leves temblores de su pulso. -Sí, padre. - Xia pensó en responder algo, pero la tensión que notaba en el ambiente era cargante, y en cierto modo, ahogaba las palabras en su garganta antes siquiera de que estas pudiesen salir. Durante largos minutos comieron el arroz salvaje de las montañas, acompañado con una espesa salsa hecha de grasa de yak, en silencio absoluto. Xia lanzaba breves miradas a su padre, pero en su adusta tez de pelaje ocre asaltado por los mechones blancos de la edad, no se reflejaba nada. Pero esto era habitual. La sorpresa e inquietud en la joven pandaren venía de que su madre, Fa Muei, de carácter mucho más afable y alegre, mantenía las orejas gachas mientras comía en silencio. En un momento que sus ojos se cruzaron, esta sonrió a Xia, pero no fue tranquilidad lo que transmitió a su hija, pues esta notó al instante lo forzado del gesto. Cuando, en su radio visual, se percató de una misiva que reposaba sobre una mesilla de madera a un lado de la entrada, todo quedó claro. Pudo ver el sello de color naranja intenso en la misiva abierta. El emblema del Shado-Pan. Rápidamente, con un tono de voz algo agitado, miró a su padre, que habiendo acabado ya de comer esperaba a que su mujer e hija hiciesen lo mismo. -Padre. ¿Esa misiva... es del Shado-Pan? ¿Cierto? ¿Qué desean? Hace décadas que no te escriben nada... - Comenzó a hablar, pero la voz grave como una montaña de su padre la interrumpió. -Los asuntos del monasterio con tu padre son solo suyos, niña. - Su sequedad, que en otras ocasiones había bastado para que Xia agachase la cabeza, no bastaron esta vez, principalmente porque pudo ver la tensión en las orejas de su madre cuando comenzaron a hablar del tema. -Padre, con todo el respeto, soy lo suficiente adulta para saber que esa misiva no trae buenas nuevas, pues puedo notar en vos y en madre como una losa de piedra os ensombrece el ánimo. Por primera vez en muchos años, hubo varios segundos de silencio, y la respuesta de su padre no fue agresiva y seca. Si no grave y firme. -El Maestro del Wu Kao me ha reclamado, niña. El Enjambre mántide se acerca, y han solicitado que vuelva para ayudar a instruir a los nuevos acólitos y prepararnos para hacerle frente. En dos semanas marcharé al Monasterio. Los ojos de Xia se abrieron como platos, con la boca abierta, incapaz de articular palabras durante varios segundos. Cuando lo hizo, no se dio cuenta de como su tono, alterado, se alzaba a unos niveles que pocas veces se usaban bajo ese techo. -¡P-pero padre, tú ya serviste más de veinte años en el Shado-Pan, les diste tu juventud y tu sangre, tu deber ya ha sido cumplido! ¡No pueden reclamarte para ir a la guerra! - Acabó, casi gritando. -No sabes nada del deber, niña. Hice un juramento, que protegería Pandaria hasta el final de mis días, y no lo incumpliré mientras tenga fuerzas. - Respondió con seriedad su padre. Su madre, juntaba las manos, retorciendo los dedos, tensa. -Por favor, Xia, ya he hablado con tu padre de esto y... - No acabó de hablar, pues su hija se incorporó dando un golpe con las piernas a la mesa en su impetu. -¡NO! ¡Eres un anciano, padre! ¡No puedes abandonarnos y marcharte a una muerte segura, hay muchos otros que podrán luchar y...! Se calló de golpe cuando un golpe seco de su padre en la mesa hizo crujir la madera, fracturándola levemente. Xía se tensó, de las orejas a la punta de su cola, su cabello erizado ante la amenaza que transmitía la silueta de su progenitor. -¡Vigila tu tono, niña! No te he educado para que antepongas tus intereses egoístas al cumplimiento del deber. No se hablará más en esta casa respecto a esto. Pese a que su madre intentó incorporarse para evitarlo, Xia no pudo si no responder girándose con violencia y saliendo de su casa con un portazo, sus pasos agitados alzando al nieve mientras cruzaba en apenas unos segundos la plaza central de la población para salir por el torii que guardaba la entrada de la aldea. Sus pasos la llevaron hacia un claro algo apartado, donde los brotes verdes de la hierba se dejaban ver entre los retazos de la nieve que se derretía bajo el gentil sol. Allí Lin Xia se derrumbó, entre gritos ahogados de frustración, descargando su furia contra los inocentes árboles cuya madera se astilló cuando los puños de la pandaren impactaban en ellos. Fue tras más de una hora de violencia descontrolada, con las manos llenas de astillas y heridas, que Xia se desplomó boca arriba y cerró los ojos, inspirando en ejercicios que había aprendido desde niña, buscando que las emociones negativas abandonasen su espíritu, aclarando su mente. No fue hasta que el sol se había puesto ya y que las dos lunas comenzaron a recorrer el cielo, que se encaminó de nuevo hacia Okai-Mashu. Era de noche cerrada, y en la lejanía comenzaban a escucharse los truenos de la tormenta que resonaban con un eco grave entre las montañas. Se detuvo en la entrada de la aldea, bajo el torii de madera pintado de colores ocres, con la estatua de roca del Tigre Blanco a su lado. Desde su posición, podía ver su casa, al fondo y apartada del resto de los hogares. Ahí parada durante varios minutos, pudo ver sombras moverse reflejadas en las ventanas, recortando la luz anaranjada del fuego, antes de que esta se apagase quedando su hogar a oscuras. Los truenos, más intensos, transmitían un ominoso presagio y la electricidad que se cargaba en el ambiente hacía que los pelos de su espalda se erizasen. Lin Xia alzó la vista, viendo en los ojos zafiro del Gran Tigre su propio reflejo. El destello de un rayo cercano hizo que algo en su interior conectase, y el trueno que lo siguió arrancó de su espíritu cualquier ápice de duda que pudiese tener en su alma. Con la convicción reflejada en el rostro, avanzó con velocidad por la plaza desértica de la aldea, dirigiéndose al pequeño santuario que excavado en una pequeña gruta, contenía las tablillas de mármol ceremoniales con los nombres de los antepasados de los habitantes de la aldea. Con ceremonia, Xia encendió una vara de incienso que dejó como ofrenda sobre un plato de bronce, juntando ambas zarpas para pedir sabiduría y fortaleza a sus ancestros. Tras esto, y con los dos Cachorros de Xuen recorriendo los cielos con violencia, se dirigió hacia su casa con pasos decididos. Con sigilo, abrió la puerta, observando a su padre y a su madre durmiendo en el fondo tras el biombo de papel que separaba los habitáculos de la casa. No sin cierto reparo, cogió la misiva con el sello del Shado-Pan que reposaba en una mesilla al lado de sus padres, echándoles un último vistazo, antes de salir por la puerta. Rodeó su hogar antes de llegar a un pequeño cobertizo de madera, tras cuya puerta no había otra cosa que un armario. Este, a diferencia del resto de la casa, estaba tallado con maestría, y lucía el emblema del gran Tigre Blanco en sus puertas. Con reverencia, Lin Xia lo abrió, mostrando la vieja armadura de su padre, su lanza, y su hoja corta de batalla. Pese a que le quedase ligeramente grande, fue capaz de ponérsela, pues su padre había lucido esta armadura hacía muchos años, cuando su forma física era mucho mejor y su cuerpo estaba entrenado , esbelto por la firmeza de la juventud. Echándose el arco de caza a la espalda, y cogiendo las pocas provisiones que pudo reunir sin dejar a sus padres sin comida, echó a caminar hacia la salida de su pueblo. Le llevaría varias semanas solamente llegar hasta las grandes planicies ocres de Kun-Lai, y de ahí otras pocas hasta llegar a tierras más fértiles, pero era necesario. Se detuvo por última vez al lado de la gran estatua de Xuen, en la entrada de su aldea, mirando hacia atrás. ¿Regresaría a su aldea, podría volver a ver a su padre y a su madre? Lo desconocía, pero si algo tenía seguro es que no lo haría hasta haberse asegurado de proteger a su familia y a toda la gente que quería de la amenaza que crecía en el Oeste.
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