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    Prólogo: Las lechugas crecen bien La azada subía y bajaba, removía la tierra roturada y dejaba huecos en ella. Metros de campo tenían ya brotes verdes: Patatas, lechugas, nabos… y zanahorias protegidas por una valla de madera, para protegerlas de los trúhanes Múres. El sol ya se recogía pasando tras el Muro del Espinazo del Dragón, por lo que en poquísimas horas se quedaría sin luz. Por lo que la joven granjera empezó a recoger sus herramientas, dejando la fauna por hoy. Todo se hacía en silencio, sólo el ruido de las cigarras y grillos se escuchaba no muy lejos de la pequeña parcela. La joven granjera ya se habría acostumbrado a esta nueva vida, que no difería de la de antaño, sólo que ahora pasaba más tiempo sola. Cuando todo estuvo recogido y el cielo se tornó en un leve azulado grisáceo, fue cuando Sayori se sentó en las escaleras que subían a su pequeña casa, que para ella era un palacio, pues como he dicho, vivía ahora sola. Sayori comía una vara de bambú que medía un metro por lo menos, la roía y devoraba con presteza, pero con la mente en otro lado… Ella pensaba más en su familia, que en la comida. ¿Piensas que sus padres habían muerto y esta es la parte dramática? Ah no, ni mucho menos. La verdad es que sus padres seguían vivos, pero ahora vivían en el Bosque de Jade, en Floralba, pues los suertudos les había tocado el premio gordo del juego: Panda Tope. ¿Y cual era el premio? ¡Un pequeño retiro con todo lo necesario para no preocuparse nunca más por trabajar en el campo! - Un día, yo también ganaré una lotería… -Decía la joven, mientras seguía devorando la vara de bambú. Sayori en verdad era feliz viviendo así, sus padres le habían regalado unas pocas tierras y la casita donde vivía, todo con lo que habían logrado por vender sus antiguos campos y casa más grande. Ahora era independiente, ahora ella se ganaba la vida como sus padres antes… Y aunque estuviera sola, no lo era del todo cierto. Capítulo I El Hozu se ha llevado las lechugas La pandaren hembra sudaba, su piel estaba caliente, su pelaje erizado y revuelto, así como su cabello que permanece recogido de mala forma. - Es… es tan pequeñita, tan frágil. Además, apenas tiene pelo. Que cosita más curiosa. - Así somos todos al nacer. No seas tonto y acércate para cogerla. - ¿¡Qué!? -El gran y fornido pandaren blanco y negro, negó con manos y cabeza - ¿Por qué no? Venga, ahora que está dormida. Al final el macho Pandaren se acercó, titubeando. Era cómico ver a un pandaren tan grande y robusto, que con su brazo podía sacar volando un hozu, pero ahora tenía un miedo atroz por simplemente coger a su cría recién nacida en brazos. - Por Chi-ji… Si no pesa nada, ja..ja..ja. -La cría era una bolita rosada con algo de pelaje blanco - Niuzao le dará fuerzas y será … casi tan grande y fuerte como tú. -La madre Pandaren estaba exhausta, pero no por ello se mantenía sonriente y alegre por ver a su marido con su cría en brazos. - ¡Já! Me conformaré con que sea tan inteligente como tú… Aunque un poco de fuerza no le vendrá mal, no. Y ese día, más caluroso de lo normal y cerca de la noche, fue cuando los Katsumuto del sur del Alcor, pasaron a ser tres miembros. Los Katsumuto siempre habían vivido en el Valle de los Cuatro Vientos, eran un clan de agricultores, aunque había algún ganadero y unos cuantos otros artesanos. También era costumbre que el primogénito tomara su tiempo en los ashigaru pues para el clan, era un deber para con los demás, así como un buen método de granjearse amistades, aprendizaje, disciplina y ejercicio. Fue así, como el granjero cuida y observa su campo, es como creció Sayori. Tutelada por su madre y protegida por su padre. Su infancia pasada en el campo, en compañía de primos repartidos por todo el valle y con amigos de la familia. Era una vida simple y cotidiana en el campo, como muchos otros Pandaren de una zona tan tranquila y sólo hubo una vez en la que presenció algo “anormal” y fue un intrépido Hozu que se presentó en las tierras de su padre. - Hola pequeña granjerita ¿Este campo es tuyo? -Dice el Hozu, saludando de forma extraña con un movimiento de mano a la altura de la frente - Es de mi padre, señor mono -Sayori repitió el saludo, no tan grácil como el Hozu - ¿Señor mono? ¡Puajajaja! Ains… Llámame Julu, pequeña. ¿Dónde anda tu padre? - En el Alcor, yo cuido del campo -Era pequeña por ese tiempo, pero no tímida en trato, además el Hozu le parecía amistoso y nunca había visto uno de cerca - Entonces es contigo con quien tengo que hablar si quiero unas pocas verduras… ¿Me darías dos lechugas y algunas cebollas? - ¿Y qué me darías a cambio, Julu? - ¡Vaya! ¿Tengo que darte algo a cambio? ¿No basta con que lo necesite? - ¡Pero yo también necesito las verduras! -Bramó la pequeña Pandaren, que no media más que el Hozu - Mmmh… Que temperamento para ser tan pequeña. Bien, pues volveré en una semana y te ofreceré algo a ti y a tu familia, a cambio de verduras. Y así fue como pasado una semana, el Hozu volvió, con un pequeño carro de una rueda. - ¡Aquí estoy, como prometí! -Dijo el Hozu, saludando a la familia Katsumuto que se encontraba toda en el campo - Estos Hozen pillos… -Murmuró el padre de Sayori, dispuesto a darle con el rastrillo, pero su mujer se lo impidió y fue a hablar con él - Saludos, debes ser Julu el Hozu. Mi hija ha dicho que vendrías a darnos algo a cambio de que te cedamos unas verduras. - ¡Ajá, ajá! Me ofrezco yo. Pero saber que no aceptaré trabajos manuales, eso es para Pandaren. - Bien es sabido de las artes de los Hozen en la lucha, la caza y demás cosas de gran vigor. - Julu es bueno, pero no es Julu Julu. ¿Pero qué necesitáis? No creo que haya que proteger vuestras verduras, no hay peligros por aquí. - No deberás proteger nada… Sólo entrenar y enseñarle lo que puedas a mi pequeña. Sayori tuvo un brinco en el corazón… Su padre por el contrario yacía estupefacto. - ¡Julu puede hacer eso! A cambio de verduras, Julu enseñará algunas cosas a la pequeña pandaren. -Sonrió mostrando todos sus dientes, sobretodo al macho pandaren que hizo crujir la madera de su rastrillo. Era curioso y digno de ver, como cada semana Julu el Hozu venía en busca de algunas verduras y entrenaba a la pequeña Sayori en artes como otear los campos, ejercicios variados tanto físicos o perceptivos… O simplemente hacían los tontos por mera diversión. También fue más curioso que el Hozu se convirtiera en gran amigo de su padre, luego de que otros Hozen fuera a pedirle verduras, estaba vez dando algo de valor a cambio. Capítulo II Tuve que haber sembrado nabos Con el paso de los años, Julu el Hozu dejó de enseñar a Sayori, el pobre estaba mayor y ya no tenía la agilidad de antaño, además la pandaren ya había crecido y había tenido otros maestros como los Eremitas que pasaban por el Alcor cada cierto tiempo a enseñar a los más jóvenes. Su madre había pasado la adolescencia y parte de la madurez en uno de los numerosos templos de los Danzarines de los Elementos que había dispersados por toda Pandaria, y Sayoria había crecido viendo a su madre danzar en el campo, llamando a elementos del agua para que regaran el campo cuando hacía falta, o usando ese mismo elemento para revitalizar la tierra misma. Por lo que a Sayori le tocó seguir los pasos de su madre y fue con ella hasta el templo de Yonghe -Palacio de Paz y Armonía- allí sería enseñada en el arte del baile acorde al elemento de la tierra. La separación con la familia podría ser dura, pero Sayori tenía convicción y quería aprender lo que su madre hacia con tal gracia, quería que sus campos también florecieran … ¡Por lo que armada de valor, fue y pasó unos cortos años hasta que llegada la mayoría de edad, volvió a casa convertida en … Bueno, al menos sabía los pasos! Aunque también es cierto, que no había manifestado nada, sólo sabía bailar, pero… Ningún Elemental había llegado a ella, y aunque Sayoria no se sentía derrotada, sentía más un impulso por seguir. Puesta al día de nuevo, volviendo al hogar y con su familia a su lado. Sayori puso en practica lo aprendido y por días, dedicaba horas a bailar por los campos de labranza. Da igual que lloviera, da igual que hiciera un sol que rompía piedras, que no hubiera comido o estuviera cansada… Ella seguía, seguía bailando sin parar. Pero nada pasaba, por mucho que pusiera en practica los movimientos y las enseñanzas, que “sintiera” la tierra, no lograba… hasta que un día su madre se unió a ella. - No lo entiendo, mamá. ¡Hice exactamente todo lo que me habían enseñado! Todos los pasos, todos los movimientos, las formas…Pero nada ocurre, no logro que pase nada. - Ya veo, hija… ¿Pero ¿qué has hecho desde que has vuelto? Han pasado años desde la última vez que cuidaste el campo, labraste la tierra, viste los frutos del esfuerzo florecer. - Pero… -Entonces lo entendió. ¿Cómo esperaba estar en consonancia con los elementos? ¿Cómo esperaba que estos vinieran a ella por su baile, si no ponía verdadero interés por lo que representaba? - El pescador que no cuida el mar, ya puede ir todos los días a pescar… El granjero que no riega y limpia su campo, no puede esperar que salgan buenos frutos. Has puesto mucho en tu baile, es hermoso, Sayori… pero te falta el cuidado por el medio, el equilibrio por el todo. Cuida y ama al campo, bríndale de bailes, sé uno con lo que cuidas y entonces tendrás su favor. Sayori reanudó con normalidad el trabajo de campo, ayudando a su familia y llevando lo recolectado al Alcor. Lo único que ahora cambiaba, es que bailaba mientras hacia todo eso, con movimientos rítmicos acompañaba sus acciones, hasta que cada baile era para algo determinado y éste se volvía un ritual cualquiera. Y un día, revisaba su campo, colocaba maderas para alzar las plantas caídas o espacia agua y bailaba al son de sus acciones, notó que algunos brotes se movían con vida propia y esta crecía de forma notable. Las semillas eran esparcidas y en menos tiempo germinaban. Sayori siguió y seguiría bailando y cuidando su campo, al final muchas otras cosas las hacía bailando, por lo que se volvió costumbre y formó ya parte de ella. Epílogo La vida en el campo no es nada fácil Sayori ya llevaba dos varas de bambú. El sol ya se había ocultado y el campo era oscuridad. Otra vez se había quedado soñando despierta mientras tomaba su “chuche” - Me voy a hacer la cena, que mañana hay que levantarse tempranito. -Y un bailoteo cómico, fue subiendo los escalones hasta entrar en su casa y prepararse un plato caliente de verduras. Otro día más pasaba para la joven. Otro día de esfuerzo, labranza y paz. No todo era monotonía, pues desde que sus padres se habían mudado, ella se había inscrito voluntaria para la guardia Ashigaru, así que no todo era trabajar el campo y bailar, a veces tenía que recorrer los campos de cultivo o pasar un tiempo en Alcor. Era gratificante, divertido y honorable portar la armadura de su padre -la cual había sido adecuada a su cuerpo- y sus viejas armas, un orgullo de sentirse parte de una herencia de su clan, así como de la defensa de su pueblo. Los caminos del Valle eran vigilados por Sayori, que no paraba de bailar y nunca dejaba de sonreír.
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    Nombre del Personaje: Higashi Saito Raza: Pandaren Sexo: Hombre Edad: 27 Cumpleaños: 04 de Huáiyí (04 de Enero) Altura: 2'15 Peso: 220 Lugar de Nacimiento: Floralba, Bosque de Jade Ocupación: Científico, estudioso, alquimista y filósofo errante Descripción Física: Saito es un pandaren que no destaca demasiado de la media en altura, con un cuerpo en buen estado y un pelaje frondoso y brillante denotando el goce de buena salud. Su cabello está recogido en forma de coleta de caballo sobre la cima de su cabeza, de un color marrón oscuro que se repite a lo largo de varias partes de su cuerpo, siendo la excepción la zona del vientre, el pecho, las muñecas, los pies y partes de la cara en donde su pelaje es de un tono color blanco. Sus ojos son de un color verde oscuro que recuerda a los bosques de los que se origina, estando estos rodeados por dos manchas de pelaje marrón. Sus zarpas no son especialmente largas ni están mucho más afiladas que las de otros pandaren y de hecho se podría decir que, al contrario, sus zarpas son algo más pequeñas y redondeadas que las de la media. Descripción Psíquica: Saito es un pandaren disciplinado y diligente en todo lo que se propone, pudiendo llegar a abarcar largas horas de trabajo con gusto si con ello obtendrá nueva sabiduría sobre el mundo. Su perseguimiento del saber le ha vuelto un ser especialmente filosófico, a menudo planteándose situaciones y cuestionando cosas que el resto de sus compañeros raciales normalmente no se plantearían. Pero esto no lo hace en un afán de perder de vista el presente, lo cual considera de las cosas más importantes, si no en un intento precisamente de entender su presente y el de todos cuantos le rodean. ¿Cómo floreció esa flor? ¿cómo llegó a ser? ¿por qué la encontramos algo bello? ¿por qué una flor y no una piedra? ¿puede ser una piedra bella? ¿Qué es “bello”? Saito no ve estas preguntas como un medio para entender el pasado, ni el futuro, si no el presente en el que él y todos los demás viven, y adora plantearse tales preguntas durante horas, así como divagar largo y tendido sobre todas las cosas. Posee además un fuerte respeto por los elementales de Pandaria así como por los Augustos celestiales, de los cuales aunque adora a todos es Yu’Lon la fuente de su inspiración desde que era pequeño, pues por su color de ojos creció rodeado de historias y supersticiones que le ponían a él como alguien favorecido por la imponente y sabia entidad. En el resto de cosas Saito es de temperamento calmado y meditativo, con una astucia y conocimientos destacando por encima de la media en parte por sus orígenes, en parte por sus estudios y, quizás, incluso un poco en parte por un intelecto nato, incluso si Saito es demasiado modesto para reconocerlo de tal modo. Filosóficamente tiene una cierta inclinación por la filosofía Tushui, pero como muchos otros no recurre al fanatismo y trata de hallar un equilibrio en el que pueda mantener su flexibilidad sin dejar de lado su disciplina y diligencia. Historia Prólogo: Cuando bebas agua, recuerda la fuente Un joven pandaren se encontraba observando desde su habitación el exterior, el resto de la enorme ciudad de Floralba. En aquellos precisos instantes se encontraban en pleno invierno, y el frío incluso en un sitio tan frondoso como lo era el Bosque de Jade era palpable. Fuera se podía apreciar toda la gloria de su ciudad natal, pues su hogar se encontraba en uno de los puntos elevados de la ciudad en donde las vistas y las perspectivas de estas eran sencillamente increíbles. El joven Saito de apenas nueve años solo podía atinar a maravillarse cada día observando las increíbles estructuras que decoraban su ciudad, recordando las historias y lecciones que su padre le impartía constantemente, pues ese era un buen gusto en común entre padre e hijo que el joven pandaren gustó desde pequeño compartir. Saito había crecido desde que tenía memoria con su padre, Higashi Dalai, como el mayor modelo a seguir y al que aspirar, e incluso si los años le demostrarían que el camino que le aguardaba era sustancialmente distinto, era innegable que en aquel entonces la figura de su padre era una de las cosas que más maravillaba al joven. Su padre se trataba de una persona jovial y optimista, capaz de valorar cada placer de la vida sin perder de vista jamás su deber en la sociedad del Imperio; su labor era tan sagrada para él como los mismos augustos celestiales y pocas cosas había en el mundo capaz de apartarlo de la diligencia que aportaba en su trabajo además del tiempo que pasaba con su familia, la cual siempre había sido y siempre sería su primera prioridad. ¿Y a qué se dedicaba su padre, que tanto fascinaba al joven? Como uno de los Eremitas de la ancestral ciudad de Floralba, su padre se dedicaba a la recaudación de todo conocimiento por antiguo que fuese y a mantener la historia de su pueblo para que nuevas generaciones pudiesen aprender de los errores y aciertos del pasado y aplicar la nueva sabiduría encontrada en esas lecciones, y fue de su padre de donde surgió en Saito el enorme respeto por los Eremitas de todo el Imperio Pandaren que hasta la actualidad aún carga consigo. Ese frío día de invierno en particular tenía algo de especial. Saito tenía nueve años ya porque los acababa de cumplir, y este era su cumpleaños. Era muy temprano por la mañana y se acababa de despertar, pero incluso tan temprano ya podía oír a sus padres más allá de su habitación preparándolo todo para otra enorme celebración llena de los conocidos de sus padres y los amigos que Saito había conocido en sus pocos años de vida en la ciudad. Pero, lo más importante, habría otro año más una enorme cantidad de las increíbles comidas preparadas por su madre. Su madre, Higashi Jia Li, siempre había sido una figura más doméstica y maternal para Saito de lo que lo era su padre. Donde su padre se encargaba de cultivar los conocimientos de su hijo y la disciplina, su madre se encargaba de cultivar en su hijo la bondad y el aprecio por la vida, una labor que Saito siempre valoraría y atesoraría en sus recuerdos como la más valiosa de sus memorias. Ella era además quien preparaba todos esos deliciosos platos y recetas de un sabor incuestionable que dos veces al día reunían a su pequeña familia. Sin embargo, a pesar de oír a sus padres trabajar duramente en tenerlo todo preparado para recibir con un enorme festín a todos los vecinos, conocidos y amigos de la familia no podía oír ningún regaño de sus padres, por lo que solo podía asumir con total certeza que Mei no se encontraba levantada aún. Higashi Mei Lin se trataba de su hermana menor de seis años, tres años más joven de lo que lo era Saito. Se trataba de una bola de energía que siempre iba detrás de su hermano mayor, metiéndose en problemas y toda clase de situaciones en las que de alguna u otra forma acaba envolviendo a su hermano inocente en las locuras de su hermana y en los que el joven pandaren no tenía ningún interés en verse envuelto en primer lugar, pero parecía ser algo casi inevitable. A pesar de ello era su hermana, y él la apreciaba más que a nada en el mundo solo seguido por el amor, admiración y respeto que profesaba a sus padres. Luego, mientras con toda la calma del mundo Saito se vestía para afrontar el animado y ajetreado día que le esperaba para su cumpleaños, oyó el primer ruido de cerámica rota avisando de que su hermana se había levantado al fin, seguido de un pequeño regaño de su padre y los sonidos posteriores de una risa restándole importancia tras el reproche. Oyendo las risas, Saito a menudo se daba cuenta en una muestra de madurez excepcional para su edad que de nada podía quejarse, pues la fortuna era buena y le sonreía, y la prosperidad abundaba en su pequeña familia. Acabando de colocarse su ropa de tela fina y suave se dirigió con una sonrisa y pasos veloces a donde su familia se encontraba. Efectivamente, su madre ya se encontraba preparando toda clase de platos que no podía esperar a hincarles el diente para probar y saborear cada uno de ellos. Su padre se encontraba barriendo los restos de una pequeña jarra de cerámica que usaban para guardar agua y su hermana, presta y activa como siempre ya había desaparecido de la escena, probablemente para salir por todo el barrio a reunir gente. Y aunque Saito prefería y valoraba más las celebraciones modestas y las pequeñas muestras de afecto, no podía negar que la compañía de sus vecinos era buena y siempre bienvenida, y que el esfuerzo y esmero que sus padres ponían en dar un gran día en el cumpleaños de cada uno de sus hijos era digno de valoración y agradecimiento. Ese día transcurriría sin incidentes, y sería el cumpleaños que Saito con más fuerza recordaría por el resto de su vida, pues era la última celebración que él y su hermana compartirían jamás con su madre. Capítulo 1: Es de las nubes más negras que cae la lluvia más fresca Tras cuarenta y siete días de intensa lucha, Higashi Jia Li había acabado falleciendo al perder su lucha física contra una enfermedad acarreada por el duro invierno. Había enfermado tan solo dos días luego del noveno cumpleaños del joven Saito, y ahora la ausencia y el agujero en la familia se hacía sentir con dolor y pena. Pero su padre, fuerte y con una sabiduría que para los inocentes niños parecía infinita, se sentó junto a sus hijos en un banco de piedra. Justo en frente había un hermoso árbol de hojas rosas, hojas diminutas aún, que despertaban con la recién entrante primavera. Era la clase de árbol favorito de Jia Li y era por esa misma razón que era allí, debajo de este que yacía ahora su madre. Su padre les explicó allí, en esa misma tarde, sobre conceptos a los que los jóvenes niños aún eran inocentes. Les explicó sobre la pérdida y la pena, y les relató la historia del Emperador Shaohao. Con su ejemplo y una de las historias que tanto fascinaban a ambos niños, Dalai logró explicar a sus hijos de una manera simple cosas tan complejas como la vida misma y la lucha de cada día por mantener en equilibrio las emociones. Fue con ese ejemplo y esa historia que les explicó el por qué era importante no dejarse vencer por el miedo, la duda o incluso la ira. Fue con ese ejemplo que les explicó que no debían enfadarse con la naturaleza o el mundo por haber tomado a su madre tan temprano, si no que en su lugar entendiesen que algunas cosas no podían ser cambiadas y que otras tantas estaban destinadas a suceder, y que en su lugar honrasen la memoria de su madre viviendo cada día como si fuese el último, pues era lo que ella habría querido y esperado de sus hijos. Aunque la herida tardaría en sanar, las palabras de su padre en aquella tarde de los primeros días de primavera calarían profundo en ambos niños, que crecerían para convertirse en jóvenes amantes de la vida misma, entendiendo que todo ocurría por una razón. Los años consiguientes pasaron con una relativa normalidad. Su padre dedicaba más tiempo a sus hijos que a su trabajo en ausencia de Jia Li, pero era un precio que estaba dispuesto a pagar pues incluso si valoraba su trabajo, nada era más importante que la familia y Dalai lo tenía claro. Y, con el tiempo, algunos de los platos que había aprendido a preparar a sus hijos llegaron a rivalizar incluso con los de su difunta amada. Saito había alcanzado la adolescencia, y fue con sus 16 años que se enfrentó a la primera gran decisión de su vida. Tres caminos se habrían ante él de los cuales podría escoger solo uno y alteraría el curso entero de su vida. El joven se encontraba en su habitación observando de manera meditativa la imponente ciudad de Floralba desde la altura como solía hacerlo desde que tenía memoria. Una suave brisa recorrió la ciudad arrastrando varias hojas de otoño por el aire que cruzaron por enfrente a la ventana de Saito, varios metros más adelante. El sol se estaba ocultando en el horizonte y el día estaba llegando a su fin. Había tenido una buena vida en Floralba, y aquel apego por su tierra natal y todas las personas maravillosas que había conocido allí era lo que hacía la decisión tan difícil. Su primera opción era permanecer allí, permanecer junto a su hermana, su padre y todos sus amigos y conocidos, sus vecinos y hasta los animales y mascotas del barrio, todo con cuanto había crecido y a cuanto tenía apego y cariño. Tendría que conformarse con estudios locales, quizás acabar abriendo un negocio, tener una vida totalmente normal pero rodeado de todas las personas que amaba. Pero una parte de él sentía un impulso de aventura y una atracción por lo desconocido, una necesidad de conocer más de lo que abarcaba su ciudad, y su padre lo sabía. Sus otras dos opciones involucraban abandonar la ciudad por una cantidad de años indeterminados, quizás incluso por siempre. Su padre se había sentado a tener una charla seria con su hijo hacía siete noches ya. Le preguntó a su hijo que quería hacer, que le gustaba y cual era su verdadera pasión en la vida. Tal fue el orgullo de su padre, un Eremita erudito hasta la médula, cuando su hijo mencionó que su pasión era el aprendizaje y el estudio de todas las cosas que le rodeaban, e incluso de él mismo y el resto. Saito desde siempre había sido un joven que le fascinaba todo y que le encantaba hacerse preguntas sobre el mundo y el yo, y su padre lo sabía e incluso lo entendía. Fue esa noche que su padre le presentó sus otras dos alternativas. Por un lado podía dirigirse a uno de los templos dedicados a Yu’Lon en el Bosque de Jade, donde entrenaría junto a los monjes y eruditos que dedicaban su vida al estudio de los augustos celestiales, con especial énfasis en la sabiduría y el entendimiento propio, y era por sus ojos verdes que muchos en su círculo de amigos e incluso su propia hermana creían que aquel era el destino de Saito, beber de la sabiduría de Yu’Lon y convertirse en un monje dedicado a la divinidad. E incluso a Saito no le disgustaba la idea, pero su padre creía en un camino distinto para su hijo, un tercer camino que no había contemplado. En una de las grandes academias más multidisciplinarias del Valle de los Cuatro Vientos, en la ciudad de El Alcor, se encontraba un tío de Saito y hermano de su padre, y era además la academia en donde ambos hermanos habían estudiados. Era la academia en donde su padre había estudiado. Allí podría cumplir con la mayor pasión de Saito, la cual fervientemente había heredado de su padre: Allí, podría comprender el mundo que le rodeaba, estudiar el pasado, aprender del pasado y trabajar por mejorar el presente. Además; tendría a su tío, otro Eremita, que podría darle guía y cobijo en aquella ciudad. Y una parte de él le fascinaba la simple idea de conocer a su tío, de quien apenas había oído de su existencia en todos sus años de vida. El sol se había acabado de ocultar en el horizonte. Saito entendía la profundidad de esta decisión, pues estaba decidiendo el transcurso entero de su vida. Sus tres decisiones se limitaban a permanecer junto a su familia y amigos, convertirse en el monje que todos esperaban que se convirtiera o seguir su pasión y estudiar en una lejana academia. En cualquier caso, la decisión era delicada y Saito lo meditaba cada noche desde que había tenido esa charla con su padre, preparándose para el momento de afrontar la decisión, pues en su corazón no debía haber duda alguna cuando el momento llegara. La noche había caído. Saito cerró la ventana y apagó las luces de su habitación soplando suavemente las llamas. Pronto tendría que tomar una decisión, y no había mejor modo de hacerlo que bien descansado… Capítulo 2: Para quien no sabe a donde ir, todos los caminos sirven Una joven Ashigaru de no más de veinticinco años se había ofrecido a acompañar al joven Saito hasta la salida del Bosque de Jade. Lo cierto es que el bosque era peligroso para cruzarlo un joven de dieciséis años en solitario, así que la compañía en el camino había sido más que bienvenida por Saito. Para su fortuna, sin embargo, nada había ocurrido en el trayecto y tras varios días habían logrado alcanzar la salida del bosque que daba al Valle de los Cuatro Vientos. En ese punto la Ashigaru se despidió de Saito y sus caminos se separaron, pues debía regresar a Floralba y el joven continuar su trayecto hasta El Alcor. El trayecto a lo largo del valle pronto se tornó monótono, pero Saito apreciaba una belleza inexplicable en el paisaje con cada paso que daba en aquella nueva tierra. Acostumbrado a grandes extensiones de árboles cubriéndolo todo, el valle contrastaba con enormes extensiones de tierras visibles desde la lejanía y distancias casi vertiginosas que jamás habría imaginado. En donde no había grandes extensiones de césped, las granjas inundaban la vista junto con alguna aldea ocasional. Saito mismo tuvo que cruzar un par de ellas durante su viaje a El Alcor, en donde le recibieron con los brazos abiertos, con comida y con hospedaje, lo cual facilitó enormemente su travesía. Tras algunos días recorriendo los extensos caminos del valle el joven llegó a su destino. La enorme ciudad comenzó a alzarse en la lejanía, solo para recién tras un par de horas alcanzar la entrada a la ciudad. Allí tuvo que seguir las indicaciones que su padre le había dado para hallar la casa de su tío en El Alcor. Aunque algo perdido al comienzo, tras pedir algunas indicaciones a los lugareños logró encontrar el sitio. La casa de su tío se presentaba más grande que el hogar del que él provenía. Su tío le recibió con los brazos abiertos y una jovial y grave risa, acompañado de su esposa. Higashi Wu Hou era un nombre que no había oído en mucho tiempo excepto en contadas ocasiones de boca de su padre pues, aunque era su tío, este vivía demasiado lejos como para haber sido relevante durante la infancia de Saito. Por otro lado, Higashi Shi Lí era un nombre que jamás había oído, pues el casamiento de Wu Hou había sido hacía relativamente poco tiempo. Su tío se trataba de un pandaren alto, robusto aunque no especialmente musculado y de una voz gruesa, así como un pelaje de un tono marrón mas claro que el de su padre, de quien en comparación Wu Hou era además el más adulto, precisamente siete años más que su hermano menor. En la cocina ya esperaban a Saito con un auténtico banquete solo digno del Valle de los Cuatro Vientos, mayor incluso a los que había visto en las mejores festividades junto a su familia. Su tío le contó que trabajaba como Eremita, además de ser maestro de varias disciplinas en una de las academias de El Alcor, en donde compartía sus conocimientos con pandarens de todas las edades, jóvenes y adultos. Esa misma noche tras el festín con el que Wu Hou había recibido a su sobrino se le mostró a este la habitación en la que se estaría hospedando, en la segunda planta del hogar. La casa de su tío, así como su nueva habitación, se trataban de algo más grande y espacioso de lo que solía acostumbrar en su viejo hogar en Floralba y sin dudas le costaría un tiempo adecuarse al cambio. Para finalizar su tío se comprometió a llevarle al otro día hasta la academia, en donde podrían inscribir a Saito para recibir una educación más formal. Las luces de la habitación se apagaron y Saito quedo a solas una vez más. Observó por la nueva ventana de su habitación, ahora se trataba de una casa de dos plantas a lo cual no estaba acostumbrado pero la idea de poder ver la ciudad desde lo alto era algo a lo que sí estaba acostumbrado ya. Con cuidado tomó asiento en el escritorio que habían preparado para él y comenzó a escribir una carta que enviaría al día siguiente para hacer saber a su padre que el viaje había ido bien y que había llegado a salvo. Su nueva vida en El Alcor había comenzado. Capítulo 3: El tiempo discurre como el río, nunca vuelve La música sonaba alta en la ciudad. Se podía oír a los habitantes de El Alcor yendo de un lado al otro constantemente y preparándose para las festividades de verano y un aire jovial llenaba las calles de la ciudad, pues pocas cosas había que le gustase más a un pandaren que las festividades y los banquetes enormes llenos de bailes y risas. Saito atravesaba aquellas congestionadas calles tratando de alcanzar la academia, con calma y sin apurar sus pasos. Tenía ya veinticuatro años y la vida en El Alcor le había tratado bien. Tras seis años en la academia había logrado abrirse un hueco rápidamente e incluso si no solía ser especialmente popular sus ideas y meditaciones a menudo eran escuchadas, pues si por algo destacaba Saito era por su capacidad de razonar y meditarlo todo. El aire dentro de la academia era mucho más calmado. Aunque en El Alcor todos se preparaban para enormes festividades y banquetes todos tenían claro que la academia se trataba de un sitio de contemplación y aprendizaje, aunque no faltaba en la recepción de esta la preparación de algunos banquetes menores como parte de las celebraciones. Allí Saito se encontró con Wu Hou, quien había partido hacia la academia más temprano ese día. Las palabras que intercambiaron fueron breves, pues su tío se dirigía a impartir clases sobre arte y ciencia arcana mientras que, por otro lado, Saito se dirigía a una pequeña aula apartada en donde se estudiaban toda clase de danzas, movimientos, sonidos y música para conectar con los elementos. El día que Saito dijo a su tío, hacía ya tres años, que añadiría a todos sus estudios diarios un par de horas dedicadas a un reducto grupo de la academia enfrascados en el estudio elemental, Wu Hou le costó creérselo. Siendo un hombre ducho en los secretos de lo arcano había esperado que el joven Saito siguiera sus pasos, pero el caso había sido totalmente distinto. En su primer año el joven pandaren había mostrado un interés creciente por la música, el baile y el canto pues lo consideraba el modo más puro en el que un ser inteligente podía comunicarse. Como mera consecuencia natural, tras oír la historia de Yin y Yang en su segundo año durante sus lecciones sobre la historia del Imperio Pandaren el interés del joven adulto por todo lo relacionado a ellos no hizo si no más que crecer, y es sobre la historia de Yin y Yang probablemente lo más concreto en lo que llegó a versarse relacionado con la historia pandaren. Luego de eso había sido solo cuestión de tiempo antes de que, a las clases de matemáticas, astronomía, historia, música, alquimia y una larga lista de disciplinas distintas que le interesaban, se sumase el estudio de la comunicación elemental. Sin embargo, tras varios años Wu Hou lo había asumido e incluso alentaba a su sobrino a continuar con el camino que fuese de su pasión y elección, pues pocas cosas más importantes había que el estar conforme con la vida que uno mismo ha escogido, y eso era algo que su tío al igual que su padre comprendían a la perfección. El día acabó lentamente y el sol había comenzado a descender por el horizonte. La academia comenzaba a quedar vacía, y aunque la academia no cerraba de manera oficial era tradición como en cada año con la llegada de las diversas festividades de verano que muchos en la academia dejasen de lado sus responsabilidades un tiempo para dedicar enteramente las festividades y celebraciones a los grandes banquetes y fiestas. Su tío era una de esas personas, pero no él. Saito sabía apreciar las festividades y las aprovechaba tanto como podía, y sin lugar a dudas dedicaba menos horas de estudio y meditación durante los tiempos de verano, en donde podía aprovechar a reunirse con las amistades que había conocido durante su tiempo en El Alcor y festejar y comer juntos, o aquellas escapadas de un romance de verano de hacía dos años con una aventurera errante que había pasado por la ciudad, el cual se desvaneció con el tiempo cuando la intrépida y vigorosa aventurera volvió a partir de la ciudad en busca de aventuras. Saito incluso fue tentado ante la invitación de partir con ella, pues reconocía la pasión que la suscitaba la oportunidad de recorrer el continente de lado a lado para ver con sus propios ojos todo lo que había aprendido y sobre lo que usualmente meditaba y divagaba durante largos ratos. Pero era algo para lo que no estaba preparado, y había rechazado la invitación prefiriendo permanecer en El Alcor junto a su tío, estudiando tras la seguridad y comodidad que la academia otorgaba. Pero quizás, y solo quizás, eso podría llegar a cambiar un día… Pues la semilla de la duda y la tentación ya había sido plantada. Epílogo: El dragón inmóvil en las aguas profundas se convierte en presa para los cangrejos Saito cargaba ya con veintisiete años en su espalda. Se encontraba en su habitación, observando por la ventana de la segunda planta de la casa de su tío la ciudad de El Alcor. Hacía frío y una suave nieve caía fuera, pues era invierno. Nieve, jamás había visto nieve en las espesas junglas de las que procedía, pero desde hacía años era ahora algo habitual para él y a lo que se había acostumbrado. A veces nevaba en invierno y le parecía algo normal. ¿Cuándo se había normalizado? En algún punto hacía años, seguramente. Era su cumpleaños, pero era también un día gris. Su tío, quien le había dado cobijo por años, finalmente había enfermado debido a su elevada edad. Tan solo tenía setenta y siete años para la edad de su fallecimiento, lo cual a sus ojos le parecía una edad algo temprana y prematura, pero lo cierto es que su tío siempre había sido alguien más dado a los placeres y gustos de la vida que muchos de sus compañeros raciales, y la edad de su muerte era probablemente algo esperable. A dos habitaciones de distancia aún podía oír el llanto de la esposa de su tío, ahora viuda. Le tocaba a él escribir la carta a su padre informándole del fallecimiento de su hermano. Encendió lentamente una vela sobre su escritorio y tomó un trozo de papel junto con un frasco de tinta y una elegante pluma. Mojando la punta en la oscura tinta azul comenzó a escribir, símbolo por símbolo y con una excelente caligrafía el mensaje para su padre. El mensaje no era complejo, pues sabía que su padre era fuerte y que su filosofía sobre la vida era infranqueable, y era él quien en un primer lugar le había preparado hacía ya dieciocho años para enfrentar estos momentos oscuros con paz y equilibrio. Además informó a su padre de otra noticia junto con la carta. Con la muerte de su tío no quería continuar siendo un incordio a la ahora viuda de su difunto tío, pues aunque no dejaba de repetir que estaría encantada de alojar con los brazos abierto a quien como un hijo había criado durante años, lo cierto es que Saito sentía que había llegado la hora de marcharse. Sentía que había llegado al límite de lo que podría aprender eficazmente desde la academia, pues el dragón inmóvil en las aguas profundas se convierte en presa para los cangrejos, como la frase de una de sus antiguas maestras de danza solía recitar. Había llegado el momento de poner a prueba todo aquello que había aprendido en la academia y de experimentarlo con sus propios ojos, pues no había mayor fuente de sabiduría en la vida de cualquier ser vivo que la experiencia propia, aquella única cualidad que separaba al mayor de los necios del mayor de los sabios. Aquella misma noche tras terminar de escribir la carta, Saito comenzó a empacar todas sus pertenencias para tenerlas prontas a la primera luz del alba, entregando de paso la carta para su padre a algún viajero que se dirigiese a Floralba, en una de las enormes caravanas pandaren. Él por su parte tomaría su propio camino pronto, pues un continente lleno de ancestral sabiduría le aguardaba.
  3. 1 point
    Un tropezón no es caída El grupo estaba reunido, las pocas nubes en el cielo les auguraban un viaje tranquilo y el viento soplaba hacia el norte. Era difícil para Odriel imaginar una mejor situación que aquella y el entusiasmo por el viaje que les aguardaba se iba intensificando.Habían sido varios días de preparaciones y un sinfín de horas dedicadas a analizar cada minucia que pudiera afectarles la travesía.Finalmente la mañana del embarque había llegado y por un par de semanas de lo único que tendrían que preocuparse era de no obstaculizar ni entorpecer el trabajo de los marineros. Para fortuna del grupo de quel’dorei y la draenei, el clima se mostró favorable en la mayor parte del trayecto y llegaron a Costasur rondando la fecha prevista. El poblado les recibió con una visión deteriorada de la zona y sus habitantes, la mayoría afectados por una u otra causa a raíz del avance renegado. A medida que atravesaban el poblado el grupo recibió varias miradas que si bien no eran hostiles si denotaban la incomodidad ante la presencia de aquel grupo exclusivamente formado por elfos y una de esas criaturas de apariencia caprina. A raíz de esto fue que Odriel, pretendiendo ahorrarles alguna mala experiencia a sus compañeros, se aproximó a Auric, el más joven de ellos, y le consultó si sería capaz de guiarlos hasta el paso de las montañas. Auric era quel’dorei que había crecido en Quel’danil y, al oír la solicitud del mago que depositaba su confianza en él, quiso mostrarse seguro ante el resto de sus compañeros. Fue así que el joven aceptó guiarlos y el resto le siguió rumbo a la salida del poblado. El camino les aguardaba con la promesa de compartir con ellos largas horas de monotonía y los elfos no parecían dispuestos a perder segundo algunos, por lo que se lanzaron hacia él y emprendieron el viaje sin demorarse en hablar con la gente del pueblo. Cuando ya se había alejado un par de leguas y el sol ya se elevaba en el firmamento, oyeron que algo se acercaba por el camino. Feldrendil y Klamendor enseguida advirtieron el reflejo de armaduras metálicas a la lejanía y todos acordaron ocultarse por si se trataba de algún posible enemigo. Ya ocultos desde los arbustos que crecían a los lados del camino, pudieron ver un pequeño contingente de soldados humanos que marchaban rumbo a costasur. En las armaduras eran evidentes los golpes y las manchas de sangre, por lo que asumieron que más de uno estaba herido. Aunque Odriel por un instante pensó en salirles al encuentro para consultarles sobre el estado del camino que les aguardaba, creyó que aparecer por sorpresa podría alertarlos. No fue sino hasta que se alejaron por completo que los elfos salieron de su escondite y reanudaron la marcha. De haber hablado con los soldados o la gente del pueblo hubieran tomado conciencia del estado de la zona, pero las oportunidades solo se dan una vez y los elfos no supieron aprovecharlas. Auric continuó guiándoles y para cuando se percataron que el rumbo tomado les llevaba a zona renegada era demasiado tarde. Unas risas comenzaron a oirse a sus alrededores y para cuando quisieron darse cuenta estaban rodeados por una patrulla de no-muertos. A pesar de las burlas renegadas proferidas al encontrarlos perdidos en aquella zona, no estaban mucho más abiertos al diálogo y el combate fue inevitable. Al no encontrar un hueco por el que pudiesen huir, Klamendor, Feldrendil, Astrea, Auric y Odriel formaron un círculo cubriéndose las espaldas mutuamente. Al principio los golpes de ambos magos y el joven arquero les dieron una leve ventaja sobre los guerreros con espadas renegados, pero la respuesta también fue dura por parte del brujo que los dirigía y uno de los arqueros. Para cuando entablaron la lucha cuerpo a cuerpo, Astrea ya había sido herida por una flecha, Auric había quedado imposibilitado de usar su arco y Klamendor se había paralizado ante la visión del rostro del no-muerto que se le aproximaba. El combate fue cruento y de no haber sido por el sacrificio de Astrea, Klamendor tal vez no hubiese sobrevivido. Al final todo quedó en calma y en el campo de batalla solo quedaban los cadáveres renegados y un grupo de elfos agotados y malheridos. La que peor estaba era Astrea, quien había recibido un profundo corte en una de sus piernas y apenas podía mantenerse en pie. Con las últimas fuerzas que les quedaban, Odriel y Auric ayudaron a la draenei a andar mientras que Feldrendil daba una mano a Kalmendor. Sin voltear la vista atrás y con el murmullo de las risas renegadas zumbando en sus oídos, abandonaron la zona, regresando hacia el este donde finalmente se verían obligados a buscar un sitio donde hacer un alto y montar un campamento improvisado para tratar sus heridas.
  4. 1 point
    Suministros por aquí, suministros por allá. Santiago y Jared estaban reunidos en el improvisado campamento en el interior de Costasur. Hablaban sobre defensas, ataques, estrategias... lo que normalmente era el tema central tanto del Cabo como del Escudero. Finalmente se pusieron manos a la obra y comenzaron a mover la carreta de suministros a la aldea más próxima a Costasur, a a unas pocas horas de camino usando el camino Imperial. Pero el Cabo no usaría ese paso, usaría uno más escondido más alejado de las vistas y de posibles ataques. Pues de momento las fuerzas para proteger dicho cargamento eran escasas. Finalmente el grupo formado por el mercenario Kaileth, el Cabo Santiago, la Novicia Audrey y el Escudero Jared, se equiparon y pertrecharon adecuadamente para salir con la carreta de suministros. Prontamente alcanzaron el camino secundario que Santiago le hizo saber a Jared, era un camino casi olvidado, comido por la maleza, además del estado irregular y los innumerable baches que había provocó que la burra, llamada Roberta, intentase ir por dicho sendero, aunque Santiago hábilmente consiguió mantener bien a raya al animal en todo momento. Poco después el grupo tuvo que detenerse para descansar, beber algo de agua, para poder así proseguir con la marcha, aunque, Kaileth advirtió algo en la maleza, Santiago sin pensarlo de demasiado disparó hacia donde provenía dicho ruido. Quizá fue suerte o quizá sea cierta la habilidad magistral con el arco de los Montaraces, pero Santiago acertó un disparo a un conejo justo en el aire. Tras una breve charla y con el nuevo trofeo el grupo se dispuso a partir nuevamente hacia su destino. Pero fue entonces cuando una figura a lo lejos, se acercaba hacia el grupo. Una vez que estaba más cerca, se trata de un hombre, con bastantes inviernos a sus espaldas, de ropas sencillas y sucias, con una espesa barba gris en su rostro y una espada que le colgaba del cinto, se presentó a los demás como el "Mercader Mike". Era un hombre un tanto peculiar y sospechoso, pero aún así el grupo aceptó que marchara con ellos hacia la aldea vecina, pues compartían el mismo destino. Tras unas charlas y más largas presentaciones, el grupo se topó con su primer obstáculo, un enorme árbol interponía la llegada a la aldea, el Mercader Mike, aseguraba que esto se debía a unas tormentas y que él conocía un camino, pero que tendrían que dar un rodeo e internarse en el bosque. A Santiago no le gustaba la idea y no solo porque no confiara en Mike, si no, que además nunca ocurrían cosas buenas. Rechazaron dicha propuesta, pero como no había más alternativa. Kaileth se ofreció para acompañar a Mike, poco después tanto Mike como Kaileth, se perdieron por el bosque, mientras que Santiago, Audrey y Jared se quedaron con el carro. El joven mercenario cada vez, sospechaba más de Mike, además de que también se sentía observado, sin pensarlo mucho desenfundó su pistola de chispa y apuntó a Mike, el cual se descubrió a si mismo como cabecilla de un grupo de maleantes y tras decirlo unos tres más salieron de la maleza directos a Kaileth, el joven no lo dudó y disparó a uno de sus emboscadores, el disparo erró por escaso metros y el combate parecía inevitable. Pero gracias al enorme estruendo, el grupo de Santiago pudo oírlo. Mientras que Jared se quedó vigilando la carreta, Audrey y Santiago fueron en busca de Kaileth, allí encontraron al muchacho combatiendo y defendiéndose como podía de sus agresores. La escaramuza se decantó rápidamente a favor del grupo, aún así escaparon un par de bandidos, entre ellos Mike. Mientras que Santiago y Kaileth tenían una discusión moral sobre asesinar a bandidos. Aún así no todo lo que dijo Mike era mentira, pues si que había un camino para rodear dicho árbol y es el que el grupo usó para finalmente llegar a la aldea. La cual mantenía un estado precario, con apenas defensas, se notaba que la vida era difícil por esta modesta y humilde aldea. Más tarde conocieron al anciano que "dirige" la aldea, planearon como repartir todos los suministros y tras un pequeño desorden y caos, todo el mundo pudo recibir su justa parte o eso es lo que el grupo pensaba. La gente de la aldea no tenía palabras suficientes para agradecer esta pequeña ayuda. Además de eso, el grupo acordó ayudar a quitar ese árbol caído para así mejorar las comunicaciones de la aldea y a posteriori, asegurar todo el paso. Allí estaban todos los trabajadores reunidos, esperando que Santiago les dijese cómo proceder para cortar el árbol. Fue en ese entonces cuando el Montaraz escuchó un leve siseo y él conocía de sobra ese siseo, por ello se agachó automáticamente, rozándole una flecha la cabeza e impactando en el árbol. Habían caído en una emboscada o más bien una trampa, la cual había orquestado Mike. Unos cuantos mozos cayeron muertos debido a la lluvia de flechas, mientras que el grupo, gracias al carro de los suministros vacíos pudo protegerse, finalmente llegaron a una cobertura y la lluvia de flechas cesó. El grupo fue rápidamente hasta la aldea, allí presenciaron un horror, pues los maleantes estaban provocando el caos y la discordia por toda el lugar. Santiago y Audrey se vinieron un poco abajo, pero Jared rápidamente pudo alentar a ambos y se pusieron a trabajar. Mientras Audrey y Jared distraían al grosor de maleantes, Santiago se infiltraría para darle fin a Mike. No todo salió como se había planeado, se había complicado un poco más, pues resultaron ser más de los avistados poniendo en serios aprietos tanto a Audrey como a Jared. Por otro lado, Santiago tuvo que hacer gala de sus mejores habilidades de sigilo y atletismo para poder llegar a Mike y acabar con él. Los trabajadores que habían sobrevivido a la emboscada en el árbol llegaron con refuerzos y así poco a poco la situación fue controlándose, hasta que los bandidos y maleantes restantes se rindieron. Los aldeanos volvieron a agradecer al grupo, por haberlos salvado de esos crueles desalmados. Todos salieron notablemente afectados emocionalmente, pues había sido un gran momento de estrés y nervios a flor de pie, pero esto sólo sería el comienzo de lo que les espera por Trabalomas. // Master @Kario Duración: 7-8h aproximadas. Participantes - habilidades. @SwordsMaster como Santiago -> Atletismo, Advertir/notar, Fauna, Cabalgar, Reflejos, Evocación Básica, Arco, Espada, Sigilo, Defensa, Callejeo, Rastrear @ILUSDN como Kaileth -> Atletismo, Advertir/notar, Reflejos, Pistola de chispa, Espada ligera, Defensa @Blues como Audrey -> Atletismo, Purificar agua, Reprender Esencia, Crear Luz, Maza ligera, Defensa, Sigilo, Rastrear, Reflejos, Advertir/notar @Kario como Jared -> Atletismo, Crear Luz, Esencia Sagrada, Maza de guerra, Defensa, Reflejos, Advertir/notar
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