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  1. Nombre: Gaspar Growell Raza: Humano Sexo: Hombre Edad: 45 Lugar de Nacimiento: Villa Lobos - Alterac Ocupación: Salteador de caminos - Contrabandista Historia rápida Melena negra. Sucia y repleta de canas. Su cara es un horrendo cuadro que refleja los malos hábitos que ha tenido durante toda su vida. Tiene un bigote mal cuidado que se une a una espesas patillas mal recortadas, y con alguna hebra plateada también. Las bolsas bajo sus ojos y los surcos en su frente delatan a un hombre que pasa de los cincuenta, aunque solo tenga cuarenta y tres. Tiene un par de tetas muy mal dibujadas a la altura del cuello. Hecho con una aguja y tinta. Su boca más vale no verla. La mayoría son implantes de acero. Tan solo conserva un par de dientes, y todo están ennegrecidos. Acostumbra a llevar ropa cómoda, vieja y usada. A juego con una pistolera que le cruza el pecho con dos pistolas de pedernal, y un machete colgándole del cinturón. Hedonista, putañero y libertino. Un cabronazo de la cabeza a los pies. Con un profundo humor ácido. No respeta absolutamente nada de lo que le rodea, salvo a su hermano. Al que le tiene un cariño especial. No se le podría considerar como el hombre más honrado, pero tiene una afilada visión para los negocios. Sabe hacer amigos del mundillo, y cómo mantenerlos para sacar beneficio. No sigue ningún código moral o ético. Le tiembla muy poco el pulso a la hora de deshacerse de un obstáculo. Pero no es un sádico. Ni siente ningún placer cuando lo hace. En definitiva. Es un hombre al que le gusta vivir en su miseria. Gaspar nació en las escarpadas y heladas montañas de Alterac. En un villorrio de poca monta, escondido entre los picos, conocido como Villa Lobos. Fue el mayor de tres hermanos. De madre costurera y padre artesano. Ducho en el arte de moldear y pulir los minerales. Ambos de muy baja cuna. Tan baja, que ninguno tuvo la oportunidad de ofrecer una educación digna para sus hijos. Y tan baja, que los tres conocieron a muy temprana edad el hambre. Muy a menudo no tenían más remedio que acostarse con los estómagos vacíos. Y con el tiempo, eso terminó con el vástago más joven. El invierno y el hambre apenas le ofrecieron un par de semanas de vida. Los dos criajos se criaron prácticamente juntos. Pues apenas se llevaban un par de años. Solían ir a la ciudad, a meterse en peleas y a robar vino para emborracharse. Aunque la mayoría de las veces eso les costaba una soberana paliza de su querido padre. Al final, la edad terminó llevándoselo. Y pocos meses después, la madre siguió su mismo destino. Pero los muchachos tuvieron el desparpajo y las agallas suficientes para salir al mundo y buscarse la vida. Fueron dando tumbos. Durante un tiempo malgastaron sus días como salteadores de caminos. A las órdenes de un tal Finch. Pero la banda se disolvió pocos años después. Finch apareció una mañana sin ojos, y con su propia verga en la boca. Terminaron, pues, engrosando las filas La Hermandad. Como simples secuaces; robando, extorsionando y en definitiva, despidiéndose cálidamente de todo ápice de código moral o ético. Allí pasaron un buen puñado de años. Pero tras un pequeño roce de Gaspar con su superior directo, que acabó en tragedia, los dos hermanos no tuvieron más remedio que desertar. A sabiendas de que algún día les encontrarían. Así pues, decidieron ir lo más al sur que pudieran. A Elwynn. Tal vez allí podrían volver a empezar.
  2. Gonhirrim leyó la carta junto al cálido fuego de la posada de Kharanos. Con el culo bien plantado en la silla y una Cebatruenos de barril recién estrenado. Cuando terminó de leerla, ojeó el mapa. Por suerte, se conocía bastante bien esas escarpadas montañas. - Maldito atrapamariposas. - Dijo. - ¿Qué diantres hace solo ahí?
  3. ElCapitan

    Dareon

    Atributos 6 Físico 8 Destreza 6 Inteligencia 6 Percepción Valores de combate 24 Puntos de vida 18 Mana 6 Iniciativa 9 Ataque a Distancia (Arco Corto) 10 Ataque CC Sutil (Espada Corta) 10 Defensa Habilidades Físico 1 Atletismo Destreza 1 Arco Corto 2 Espada Corta 1 Cabalgar 2 Escalar 2 Defensa 1 Nadar 2 Sigilo 1 Trampas/Cerraduras Inteligencia 1 Fauna 1 Sanación/Hierbas 2 Supervivencia/Cazar 1 Tradición/Historia Percepción 1 Advertir/Notar 1 Buscar 1 Rastrear Escuelas/Especializaciones
  4. ElCapitan

    Dareon

    Los perros de la Guerra - Evento Maestre --- --- --- --- ---
  5. ElCapitan

    Dareon

    Nombre: Dareon Thul'andel Raza: Quel'dorei Sexo: Hombre Edad: 100 Lugar de Nacimiento: Quel'thalas Ocupación: Espadachín a sueldo Historia completa Dareon se planta como un elfo de peso y estatura corriente entre los suyos. Con una melena pajiza que acostumbra a llevar revuelta y poco cuidada. Su semblante acostumbra más a estar fruncido que relajado, que sumado a la maraña de cicatrices que tiene en la cara no es que le haga especialmente agradable a la vista. No puede presumir de ser el elfo más fornido. Más bien es delgado. Con los músculos suficientemente en forma como para aguantar largas jornadas a pie. Los harapos que acostumbra a llevar no se alejan mucho de los que podría llevar un indigente. Salvo por el peto de cuero que suele ponerse a veces. Siempre lleva sus dos espadas bien sujetas a la espalda, que como todo su equipo, dejan mucho que desear. Tiene un carácter difícil para los desconocidos. Le podrían tildar perfectamente de huraño y borde de buenas a primeras. Pese a lo mucho que lleva vivido, todavía le cuesta horrores empatizar con las personas. Sobre todo con los humanos. Por lo que suele decir todo lo que piensa sin ningún tipo de filtro. Por mucho que pueda doler. Es alguien que hace las cosas por instinto, sin detenerse a pensar demasiado en las consecuencias. Y eso le ha traído más problemas de los que le gustaría reconocer. Más allá de todo eso, es alguien al que le preocupan más las personas que le rodean que él mismo. Aunque para ganarse su confianza haga falta tiempo y paciencia. Nacido en Quel’thalas durante una corriente noche estival. De padre militar y madre dramaturga. Ambos de buena cuna y de apellido reconocido en la ciudad. Sinceramente, fue una alegría para ambos. A Dareon le esperaba el mejor de los futuros. Unos buenos estudios. Un buen entrenamiento, y por supuesto una vida repleta de caprichos y comodidades. Desgraciadamente, no pudo ni siquiera acariciar todos esos sueños, pues sus padres murieron siendo él todavía un niño. En una reyerta contra unos trols. O una emboscada, mejor dicho. O una masacre, mejor dicho todavía. La responsabilidad de criar al retoño, pues, pasó sin comerlo ni beberlo al hermano de su padre. Su tío. Un herrero de baja alcurnia. El último de los hermanos. El que nunca pudo presumir de apellido, salvo en la sombra. Un hombre que pese a todo, se dejó el lomo para que el muchacho no creciera siendo un iletrado. Aunque humilde, pudo ofrecerle una instrucción digna. Sobre todo en el oficio. Egoístamente, quizá. Pues pese a que la criatura desde muy temprana edad manifestó su deseo de enrolarse en las filas del ejército, su apreciado tío le obligó a trabajar en la herrería. Convenciéndole de que era un oficio noble. Más seguro al amparo de las enormes murallas de marfil de la ciudad élfica. Y era cierto, en realidad. Pero eso no les ahorró ni penurias ni problemas. No eran los únicos maestros del metal. Y a su modesto negocio solo acudían elfos soberbios. Cegados de codicia. De esos que prefieren combatir con rumores y chismes antes que con la espada. Elfos que para lo único que deseban blandir acero o engalanarse en brillantes armaduras, era para presumir en los desfiles. Sin lugar a dudas, la vida que tenía predestinada distaba mucho de la que en realidad vivió. Años más tarde se dió cuenta, de que de haber abandonado a su tío, el pobre habría caído en desgracia pocas semanas después. Al menos así, podían comer durante un mes más. Con lo justo, eso sí. Aunque nunca desearon mucho más. En cierto modo, tuvo la inmensa suerte de no convertirse en uno de esos repugnantes gusanos a los que le solía forjar las espadas. En cualquier caso, los años siguieron su curso. Y Dareon creció con ellas. Oscuros y sangrientos días llamaron a su puerta. Fue en la invasión de la Tercera donde perdió definitivamente todo lo poco que tenía. Perdió a su tío. Como muchos otros perdieron a hijos, hermanos, a padres y a hermanos. Los muertos arrasaron con todo. Convirtieron las calles en ríos de sangre y vísceras. Y arrastraron a un joven Dareon, junto a muchos otros elfos, al exilio. Solo, y tan ingenuo como un rapaz. Durante una buena temporada vagó por las bastas tierras de Azeroth junto a otro grupo. En busca de un nuevo hogar. Muchos fueron a parar a Quel’danil. Dareon fue uno de ellos. Y no fue por su destreza en el combate. En aquel entonces no había recibido más instrucción que la de su tío. Y él tampoco era un extraordinario espadachín. Más bien le mantuvo vivo el azar. O el destino. O sencillamente la suerte. Pues durante el camino perecieron más de los que les habría gustado. Fue allí, en las montañas del Valle de Quel’danil, donde verdaderamente empezó a crecer como espadachín. Durante una buena temporada trabajó como herrero, pero tuvo las oportunidades necesarias para desarrollar otras habilidades. Como la caza, el rastreo, el tiro con arco, y desde luego, el combate a espada. Y esta vez con elfos que sabían lo que hacían. Sin embargo, no fue allí donde decidió envejecer. Después de aquello fue dando tumbos por el mundo. Viajando solo. Y alquilando o prestando su espada a quien él consideraba oportuno. Empezó a vivir de aquello, y de las alimañas que conseguía cazar en sus viajes. Al menos, tuvo las agallas de empezar a valerse por sí mismo. Convenciéndose cada vez más de que no necesitaba a nadie para sobrevivir. Fue en estos años, cuando definitivamente terminó de olvidar la sangre noble que corría por sus venas. Con los años, fue a parar a una compañía de espadas libres del norte. Espadas errantes, que vagaban de un sitio a otro levantado el escudo y la espada por los que no podían hacerlo. Una compañía bastante humilde, liderada por un anciano veterano de cien batallas que una vez vistió los colores de los fieros guerreros de Stromgarde. Aquel fue su primer contacto con los humanos. Aunque también había enanos. Y gnomos. Se enfrentaban a poco más que escaramuzas. Y nunca se quedaban en un lugar fijo. Acostumbraban a moverse por las montañas y los valles. Y muy de cuando en cuando se dejaban caer por las villas. Fueron labrándose cierta fama, no obstante. Y en más de una ocasión prestaron sus espadas a las milicias. Pero como suele decirse, todo principio debe tener un final. Los actos de la compañía no hicieron más que entorpecer los planes de los señores más ambiciosos. Y como castigo, más de la mitad de la compañía fue pasada a cuchillo por los matarifes de aquellos que miraban a esos hombres como un estorbo. Una vez más, y tentando a la suerte, Dareon consiguió escapar de aquella masacre. Conocían su cara, pero eso no le impidió viajar más al sur. A lomos de un rocín que poco le quedaba para pegar su última carrera. Todo aquello no hizo más que regar su odio hacia los que viven solamente de su ambición. No era para menos, en realidad. Esa clase de personas llevaba pisoteándole desde que tenía uso de razón. Y ahora, habían masacrado a los únicos a los que podía llamar familia. En cualquier caso, consiguió llegar a Ventormenta sin más problemas que los que se fue encontrando por el camino. Aunque, acostumbrado a la vida en las montañas, la gente de ciudad a veces le agotaba la paciencia. Nunca tuvo demasiada, en realidad. Pero quizá fuera allí donde por fin lograría conseguir un poco de paz. Quizá fuera allí donde por fin podría volver a empezar de cero.
  6. ElCapitan

    [Ficha] Veygar Logurmunt

    Atributos 5 Físico 6 Destreza 9 Inteligencia 6 Percepción Valores de combate 20 Puntos de vida 27 Mana 6 Iniciativa 7 Defensa Habilidades Físico Destreza 1 Cabalgar 1 Defensa 1 Nadar Inteligencia 1 Leyes 2 Sanación/Hierbas 2 Tradición/Historia 2 Evocar Energía 2 Abjurar Energía 2 Detectar Energía 2 Toque de Energía Percepción 1 Advertir/Notar 1 Buscar 1 Etiqueta 1 Rumores Escuelas/Especializaciones Evocación
  7. Los perros de la Guerra - Evento Maestre --- --- --- --- ---
  8. Nombre: Veygar Logurmunt Raza: Humano Sexo: Hombre Edad: 52 años Fecha de nacimiento: Abril. Año -23 APO. Lordaeron Ocupación: Consejero Veygar se planta como un hombre delgado y sin mucha fibra. De larga melena blanca a juego con una espesa barba que suele cuidarse a menudo. Su rostro está marcado por la edad. Con el semblante serio la mayoría de las veces. Conserva los ojos grises, comunes en los nacidos en las tierras del norte. Acostumbra a ir con ropa holgada y cómoda. Pero no reniega del cuero cuando la situación lo requiere. Nunca se separa de su bastón. Ni de su colgante en forma de runa. De carácter firme. Respetuoso con quien merece serlo, y quizá algo soberbio con los que considera que no. Es cauteloso con los desconocidos y bastante desconfiado al principio. Por lo que siempre trata de tener alguna argucia oculta por si las cosas se tuercen. Es un hombre de cálculos y explicaciones. Prefiere hacer las cosas bien, tomándose el tiempo que haga falta para ello. Pese a todo, no desea mal a nadie. Aunque siempre mirará primero por sus propios intereses. Y el de los que le rodean. “Y sabed, mi señor, que cualquier enemigo del Imperio es vuestro enemigo. No desfallezcáis. Ahora os toca a vos jugar a la guerra” - ¿Qué hago, Veygar? - Lorren dejó la pluma en el tintero. Y alzó la mirada al hombre que tenía enfrente. Al otro lado de la mesa. - ¿Qué demonios se supone que tengo que hacer con él? Lo único que conseguirá será traer la ruina a mi casa. - Es vuestro hijo. - Respondió Veygar. - Por sus venas sigue corriendo la sangre de los Bolster. Os guste o no. - ¡Ya lo sé, maldita sea! - El Lord dió un poderoso golpe sobre la mesa. Y apretó la mandíbula. - Pero no voy a conseguir nada con él. Lo tengo asumido. Solo tengo que sellar la carta. Amo a mi hijo. Pero no voy a consentir que ensucie mi apellido de esa manera. - Os ruego que recapacitéis. - Veygar se tomó la libertad de dar un par de pasos hacia la mesa. Al fin y al cabo, llevaban juntos muchos años. - Ponedlo bajo mi tutela. Aún está a tiempo de aprender las artes arcanas. - No - Respondió Lorren. Tajante. - Ahora más que nunca te necesito a mi lado. Edric irá a la abadía. Y no hay más que hablar. Veygar no tuvo más remedio que resignarse. Demostrándolo con un suave suspiro. Era cierto, el muchacho no había hecho más que traer quebraderos de cabeza a su padre, pero aún así le tenía cariño. Como a todos sus hermanos. Al fin y al cabo, había sido él el que les había enseñado a leer y a escribir. Incluso fue él el que los trajo al mundo. A Edric lo conocía desde que era un niño, y le conocía lo suficiente como para saber que la abadía no era su sitio. Pero ya daba igual. Hizo todo lo que pudo para disuadir a Lord Lorren. Pero todo fue en vano. En cualquier caso, Lorren no pasaba por su mejor momento. Su hijo mayor, Roland, se había marchado junto a un puñado de hombres a las montañas. A abatir una escaramuza orca. Y su padre estaba más tenso de lo habitual. Tanto, que a Veygar le estaba costando demasiado no cruzar esa estrecha línea de confianza. Le habría gustado. Tal vez así hubiera conseguido retener a Edric en el Risco. Pero no se lo podía permitir. No cuando se trataba de Lord Lorren. Señor del Risco. Veygar llevaba tantos años sirviendo a los Bolster que ya había perdido la cuenta. Su función allí era la de maestre y consejero. Era el encargado de la biblioteca, y el responsable de evitar que los niños Bolster crecieran siendo unos iletrados. Además, también tenía el don de manipular las artes arcanas. Aunque por suerte nunca tuvo la necesidad de llevar todos esos conocimientos a la práctica, salvo en muy contadas ocasiones. La teoría la tenía bien grabada, eso sí. Antes de que los caminos de Lorren y Veygar se cruzasen, era el ayudante del que un día fue su maestro. Fue él el que le rescató de las calles de Lordaeron. Lo encontró medio inconsciente en uno de los callejones, y aunque al principio no era más que un rapaz salvaje, muy pronto se dió cuenta de su rápida capacidad mental. Pese a todo, con el tiempo su maestro supo hacer de él un niño de provecho. Por aquel entonces Veygar no era más que un mozalbete escuálido y barbilampiño. Hacía las veces de escribano, y cuando su mentor se lo permitía, hundía el hocico en los libros de magia. Con él viajó de reino en reino, y de posada en posada. Fue durante todo esos viajes donde se empapó de casi todas las historias. Y donde aprendió prácticamente todo. Nunca fue un estudiante rebelde. Más bien un muchacho obediente y disciplinado. Con la mente muy despierta, eso sí. Como la acostumbran a tener los jóvenes ansiosos de saber. Ya desde su más tierna infancia se auguraba que su destino no estaba entre los más valientes guerreros. Ni siquiera entre los más patanes. Al menos supo balancear su falta de músculo con una mente brillante y un ingenio todavía más afilado. Evitaba ensuciarse las manos con espadas. En lugar de eso, buscaba el cobijo que los libros podían ofrecerle. Y era muy extraño verle sin un tomo o dos entre los brazos. A menudo se imaginaba a él mismo embutido en una de esas brillantes armaduras que llevan los caballeros. Blandiendo una espada tan reluciente como el oro, y a lomos de un corcel blanco y puro. Abriéndose paso por las filas enemigas como un héroe. Y alzándose como campeón tras la batalla. Sabía que eso nunca ocurriría, pero era joven. Y leía demasiado. Fue cerca de los veinte cuando se topó por primera vez con Lorren. Para entonces Veygar ya había aprendido a volar solo, pues su maestro murió un par de años antes. Lorren le adelantaba en edad, pero eso no fue problema para que con el tiempo forjaran buenos lazos de amistad. Como su difunto maestro, Lorren vió en él un gran potencial, por lo que no dudó en presentarlo en el Risco para que lo instruyeran como consejero. Allí, los hombres más ancianos le enseñaron los deberes y obligaciones que debía tener un maestre. Y la pleitesía que se debía rendir a la Corona. También aprendió a suturar heridas, a calmar fiebres, y a traer al mundo a recién nacidos. Las estaciones pasaron, y con los años Veygar terminó sucediendo al maestre anterior. Vivió en sus propias carnes las glorias y las penurias de los Bolster. Las sufrió y las celebró con ellos, hasta que un aciago día Lord Lorren, su fiel amigo, se reunió con sus padres. Dejando a un jovencísimo Edric al frente de más problemas que alegrías. Capitaneando una estirpe al borde de la extinción. Pese a todo, Veygar nunca les abandonó. Le ataba algo más que un sueldo. Mientras estuviera en sus manos, no dejaría que los Bolster terminasen de hundirse en el fango. No. Había llegado el momento de alzarse. Había llegado el momento de luchar.
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  10. ElCapitan

    [Ficha] Gonhirrim

    Atributos 8 Físico 6 Destreza 6 Inteligencia 6 Percepción Valores de combate 32 Puntos de vida 18 Mana 6 Iniciativa 10 Ataque CC (Martillo de Guerra) 7 Ataque a Distancia (Ballesta Ligera) 7 Ataque a Distancia (Trabuco de Chispa) 8 Defensa Habilidades Físico 2 Martillo de Guerra Destreza 1 Ballesta Ligera 1 Trabuco de Chispa 2 Cabalgar 2 Defensa 1 Nadar 1 Trampas/Cerraduras Inteligencia 1 Comercio 2 Fauna 1 Leyes 2 Supervivencia/Cazar 1 Tradición/Historia Percepción 1 Advertir/Notar 1 Bailar 1 Buscar 1 Rastrear Escuelas/Especializaciones
  11. ElCapitan

    Gonhirrim Barbapétrea

    Nombre: Gonhirrim Barbapétrea Raza: Enano Sexo: Hombre Edad: 120 Fecha de Nacimiento: Septiembre. Año -91 APO. Forjaz - Dun Morogh. Ocupación: Cazador de bestias Tuerto de un ojo. De rasgos duros y maltratados por los años. Tiene una incipiente calva repleta de quemaduras y tatuajes rúnicos. De sus gruesas y peludas orejas penden unos aros de acero que no se quita nunca. Tiene una nariz ancha y prominente, fracturada desde hace años. Los surcos en su frente y las bolsas bajo los ojos demuestran que es un enano de más de una centuria. Posee una larga y ensortijada barba que le llega hasta la cintura, normalmente recogida en trenzas y adornada con argollas de plata. De anchas espaldas y brazos como troncos. Y una barriga cervecera muy a tener en cuenta. Bajo todo ese amasijo de metales que acostumbra a llevar como armadura, su piel es un tapiz de cicatrices que se ha ido agenciando aquí y allá. Adherido al cinto lleva su cuerno de guerra y su aljaba de virotes.Una rudimentaria ballesta a la espalda, y un martillo siempre a mano. Su semblante adusto y arrugado dejan muy poco espacio a las bromas fáciles. Pese a ser un enano amigo de sus tradiciones y los buenos festines, cuando va sobrio le gustan las cosas claras. Es testarudo, y muy poco dado a mostrar síntomas de debilidad o cobardía. De hecho, aborrece a los trepas y a los pusilánimes. Pero admira y respeta a todos aquellos que sepan demostrar sus habilidades. No es sencillo ganarse su plena confianza, pero cataloga la amistad como uno de los pilares fundamentales en la vida. Por lo que no dudaría en sacrificar su propia vida por sus amigos. Puede ofenderse con nimiedades; desde el rechazo de una cerveza, hasta un sutil comentario sobre su calva. Pero sin lugar a dudas, lo que más le duele son las traiciones y las deslealtades. Más allá de eso, es un enano de corazón noble. Dispuesto a ofrecer ayuda al débil. Octubre. Año 22 DPO. Campamento del Marjal - Marjal Revolcafango - ¡Seis meses! - Vociferó el enano. Con un anca de rana humeante en la mano. - ¡Seis meses en este pantano y todavía no hemos encontrado nada! - Parece mentira, Hygdur - Contestó un segundo. - ¿No has leído nunca sobre los raptores del Marjal? Son tímidos. - Mis cojones sí que son tímidos. - Hygdur le dió un soberano bocado al muslo. Estaba ardiendo, pero le daba igual. Había comido muy poco los últimos cuatro días. - Lo único que hemos visto hasta ahora son cocotriliscos y mosquitos ¡Muchos mosquitos! Era cierto. Hacía seis meses que habían aceptado ese contrato. Un reconocido comerciante de las ciudades del este había recurrido a los cazadores para esta misión. Había oído hablar de ellos. Ni siquiera sabía si eran buenos en su trabajo, pero muy pocos dedicaban sus vidas a la caza de esa clase de criaturas. En total eran siete; Hygdur, Hrüin, Kastor, Ofulg, Gonhirrim y los gemelos Gunter y Bunter. Aunque cuando formaron el grupo llegaron a ser hasta diez. Los otros tres habían perecido por el camino. En diferentes lugares y circunstancias. En los seis meses que llevaban en esa ciénaga habían comido mal y dormido peor. Estaban acostumbrados a esa vida, pero las tripas de un enano al final añoran los grandes banquetes de sus salones. Seis meses en una tierra hostil, repleta de innumerables criaturas y exóticas plantas. El único que se había empapado de toda la información de la zona era Hygdur, y era el más vago. Nunca se quedaban en una zona. Cuando el sol estaba bajo empezaban a desplegar el campamento improvisado en zona segura, y cuando despuntaba el alba recogían los bártulos y hacían otra jornada a pie. Los carneros los dejaron en Theramore. Habrían durado muy poco entre tanta humedad, a decir verdad. Los cocodriliscos eran el mayor de los problemas. Por las noches era muy difícil distinguirlos, y era cuando más solían atacar. Por suerte hacían guardias de tres en tres, y hasta ahora habían conseguido salvar el pellejo sin más problemas que simples arañazos y cortes. Los mosquitos también eran un problema. Del primero al último, todos tenían la piel irritada e hinchada. Más que de costumbre. Trataban de persuadir a los insectos con barro, pero ninguno se arriesgó a usar plantas medicinales. Probablemente habría sido peor el remedio que la enfermedad. Más allá de eso, no habían tenido ningún problema. Gunter aseguraba todas las noches que un espíritu maligno les seguía los pasos desde que salieron de Theramore, pero todos conocían a Gunter y a sus tonterías, y no le hacían demasiado caso. Su objetivo era el raptor del Marjal. Una criatura que sólo habitaba en esas tierras. El comerciante quería sus escamas para la Luz sabe qué. Probablemente para comerciar con ellas. Los enanos se habían enfrentado a esas criaturas más de una vez. Guardaban recuerdos muy duros, pero era a lo que se dedicaban.Y les gustaba su trabajo. Sabían que acostumbraban a ir en grupos de seis o siete. Nunca iban solos. Que tenían buen olfato, y que eran mucho más rápidos que los carneros de Kharanos. Realmente creían que la búsqueda no se iba a hacer tan tediosa. Hasta ahora, lo único que habían conseguido era un vago rastro emborronado por los temporales. Si no encontraban rápido a los raptores, no tendrían más remedio que volver con las manos vacías. Y con otra gloriosa batalla menos que contar. Estaban terminando de comer. Se habían permitido el lujo de encender una hoguera y cocinar las ranas que con tanto esfuerzo habían conseguido cazar. Estaban hartos de comer cecina seca y pan duro. Además, se estaban quedando sin provisiones. Esa mañana se habían retrasado más de lo habitual. El campamento seguía igual que la noche anterior. Los gemelos estaban roncando y babeando todavía, pero el resto se entretenía maldiciendo el viaje y degustando las ranas. - Esto es una bazofia. - Gonhirrim tenía que hacer peripecias para no morderse sus propios dedos. Las ancas eran minúsculas, y sus dedos eran como morcillas. - Con esto no aguantaremos muchas más jornadas de viaje. Yo no, al menos. - No hay otra cosas, Gon. - Hrüin escupió unos huesecillos por ahí. - Tampoco está tan mal. - No sé cómo demonios coméis en Northeron. - Respondió Gonhirrim. - Pero desde luego esto no es comida para un enano. Estoy harto de estas miserias. La discusión entre enanos no hizo más que crecerse. Y estuvieron a punto de resolver las diferencias a nudillo desnudo. Pero un macabro silencio se adueñó del campamento en mitad del fragor, cuando un agudo gruñido destrozó los tímpanos del grupo. Los gemelos se levantaron de súbito. Todos reconocieron ese peculiar sonido. Lo dejaron todo, y se apresuraron a coger todo lo que tenían a mano; hachas, martillos, ballestas… Y cerraron un círculo con la mirada puesta en las fangosas cortezas de aquel cenagal. Fue la primera vez en todo el viaje que los zumbidos de los mosquitos no molestaban a nadie. Más allá podían escuchar el chapoteo de algo acercándose muy poco a poco. Los enanos estrujaron tanto sus armas que las llagas que tenían en los dedos les ardían. Pero en ese momento no sentían ningún dolor. Pocos segundos después, cuatro esbeltas figuras emergieron de la espesura. Acechantes y precavidas. Sus escamas reflejaban sutilmente los tímidos rayos de sol que se colaban entre las copas. Los ojos eran afilados y desafiantes. Y los dientes estaban pigmentados de un amarillo mustio muy desagradable. Desde luego tenían pinta de hacer mucho daño. Igual que sus garras. Los raptores no cesaron su marcha. Poco a poco, los enanos estaban siendo acorralados por sus cazadores, hasta que por fin Hygdur disparó la primera saeta. Que silbó el viento y acertó en una de sus patas. La criatura emitió otro sonido agudo de dolor, pero no dudó en atacar a los enanos junto al resto de raptores. Los enanos se envalentonaron y cargaron también. No había otra. Los filos partieron extremidades, los martillos destrozaron huesos, y los virotes atravesaron cuencas. Fueron quince minutos que se hicieron eternos, pero los enanos consiguieron alzarse con la victoria. No salieron bien parados, eso sí. Hrüin había recibido una dentellada en el antebrazo bastante severa. A Hygdur le hundieron las fauces en el hombro, y a Gonhirrim habían conseguido atinarle en la cabeza. Tan cerca del ojo que perdió la vista. Octubre. Año 29 DPO. Kharanos - Dun Morogh El ambiente olía a cebada y carne asada a la miel. Era hora punta en la Cebatruenos, y estaba a reventar. El jolgorio y las risas estaban aseguradas. Igual que las historias y los chistes malos. Las jornadas más heladas estaban asomando la cabeza, y allá en el norte ya empezaba a refrescar más de lo habitual. Por lo que la mayoría de enanos buscaba el calor y la comida de la mejor posada del lugar. Allí era donde la mayor parte de soldados, cazadores y herreros se dejaban los cuartos tras la larga jornada de trabajo. Y no era para menos. Cuando los barriles se vaciaban, los enanos tenían que hacer peripecias para cruzar el umbral de lo gordos que salían. Junto a la lumbre siempre ponían la mesa más grande. Y para variar, estaba llena. La componía un variopinto grupo de enanos, que desde hacía años se habían agenciado esa mesa como suya. Entre todo ellos estaba Gonhirrim. Un enano tuerto cuya fiereza se olía desde un par de millas. En la diestra sujetaba una jarra bastante grande a la que le quedaba muy poco para terminarse. Tenía el culo bien pegado a la silla. Bueno, él y todos. Estaban contando historias. Algunas más reales que otras, pero historias al fin y al cabo. Esa noche, Gonhirrim había preferido escuchar, y había abierto la boca muy pocas veces. Había conseguido pasar desapercibido. O todo lo desapercibido que puede llegar a ser un enano beodo. Tenía planeado marcharse cuando su sexta cerveza se acabase, pero como suele decirse, los planes nunca salen bien. Notó el silencio. Y después todas esas miradas. Algunas las conocía. Otras no tanto. - ¿Vas a contarnos de una vez cómo perdiste el ojo, Gon? - Preguntó el enano que tenía enfrente. Tenía la mirada ida. Estaba más borracho que él. - ¡Venga, anímate! - Esa historia ya la conocemos. - Espetó otro enano. Al otro lado de la mesa. - Y también sabemos cuál era tu oficio. Y la historia de cómo conociste a tus compañeros, y la de esa enana que se te resistió, y la de… - ¿Y antes? - Interrumpió otro enano. El que parecía menos borracho. Aunque lo estaba. - ¿Que hiciste antes de todo aquello, Gon? No creo que te dedicases a cazar bestias cuando todavía no tenías barba. - A mi me parieron con barba, pazguato. - Gonhirrim dió el último trago a su cerveza, y posó la jarra sobre la mesa. - Si queréis que os cuente mi vida, tendréis que hacer un bote para pagarme otra cerveza. Quizá les interesó, o tal vez estaban tan borrachos que finalmente decidieron pagarle otra cerveza al enano. Y de paso pidieron otra ronda para todos. Cuando terminaron de acomodarse y el enano dio el primer sorbo a su jarra, empezó a relatar; Todo se remonta a una centuria. O algo más, no sé. He perdido la cuenta. Nací en la más humilde de las condiciones. Tan humildes que las comadronas tuvieron que pensárselo para no confundirme con una cría de carnero. Sí, mi padre dedicó toda su vida a la crianza de esas criaturas. Y las suyas eran las mejores, de eso no tengo ninguna duda. Mi madre, en cambio, siempre fue una mujer de casa. No solo ayudaba a mi venerado señor padre a la cría de carneros. También era la que extraía toda la leche de las hembras, junto a mis cinco hermanas. Luego las vendía en la ciudad, pero eso es otra historia. No fui el único varón. Antes de mí llegaron tres. Y después de mi llegaron otros cuatro. En total éramos doce. Y digo éramos porque algunos han muerto. Desde que era una rapaz mi padre intentó enseñarme todo lo que un buen enano debía saber. Era criador de carneros, pero manejaba el martillo como un soldado. Empecé a ordeñar cabras a los ocho. Creo. Y cuando se me hincharon los brazos pocos años después tanto mi padre como mis hermanos mayores se encargaron de hacer de mí un enano de provecho. Me sometieron a un duro entrenamiento diario. Como a todos vosotros, imagino. Y en los ratos libres leía. Aunque nunca me gustó. Ni creo que me guste jamás. Realmente estaba convencido de que mi única meta en la vida era la de seguir la estela de mi padre. Que ojo, no estoy diciendo que no fuese digna. Mi señor padre seguro que también vivió una época más ajetreada, pero terminó criando cabras. Yo en cambio me di cuenta siendo muy joven que lo que quería era ver mundo y tener historias que contar. Historias de verdad. No como las que contáis algunos de vosotros. Así que cierto día, unos viejos conocidos y yo hicimos el petate y nos fuimos hasta donde los pies nos llevasen. Idiotas, inexpertos y bastante ingenuos. Los primeros años fueron duros. Todavía estábamos saliendo del cascarón, pero salíamos adelante con lo que teníamos. Que era más bien poco. Empezamos haciendo encargos fáciles para ganar dinero. Sobre todo para comerciantes y coleccionistas. Hubo un tiempo en el que fuimos realmente famosos, pero esos años ya pasaron. Yo tengo más canas, y la mayoría de mis camaradas están bajo tierra. El caso es que poco a poco nos dimos cuenta de que aquella vida era la que realmente nos llenaba. Tuve la inmensa suerte de visitar lugares que de haberme quedado en casa no habría conocido jamás. Y con una compañía extraordinaria. Todos los enanos que partimos de aquí siempre tendrán un sitio en mi corazón. Algún día me reuniré con ellos, pero de momento no tengo ninguna prisa. Fueron unos años que hasta que no esté senil no olvidaré jamás. Pero como suele decirse, todo principio tiene un final. Y nuestro final llegó ese día en el que Hygdur nos dejó definitivamente. Partimos de aquí siendo diez, pero cuando Hygdur murió quedamos solo cinco. Decidimos que nuestro tiempo había llegado, y cada uno escogió un camino distinto. Yo regresé a la tierra que me vió nacer. Y empecé a ganarme la vida como escolta. Como todos sabéis. A día de hoy puedo presumir de haber tenido una vida llena de peligros y haber sobrevivido. Y mentiría si dijera que no añoro esos tiempos. Desgraciadamente jamás volverán. - Gonhirrim alargó una pausa. Y miró su jarra, que a lo largo de toda la historia había ido vaciando. - Todavía eres joven. - Dijo uno de los enanos de la mesa. - Quizá puedas continuar con ello. - No soy tan joven. -Respondió Gonhirrim. - Y me he estado oxidando en los últimos siete años. Además, jamás encontraré un grupo como aquel. A veces es mejor no forzar al destino, camarada. Las horas pasaron. Aunque la taberna seguía llena, Gonhirrim se despidió de sus camaradas y salió fuera para que le diera el aire. La cerveza y el calor de la lumbre había enrojecido sus mejillas y su nariz. La gélida brisa de Kharanos le atizó en la cara como cien cuchillos, pero ya estaba acostumbrado. Pese a tener los dedos medio entumecidos, tuvo la suficiente habilidad para prepararse la última pipa del día. Y cuando la encendió, observó las montañas entre la neblina. La melancolía se apoderó de él, cuando de pronto escuchó una voz extrañamente conocida; - Sabía que te encontraría aquí. - Dijo la voz. Con una voz rasgada y grave. Gonhirrim giró la cabeza. Y pese a los años que habían pasado, reconoció a aquella sabandija. - ¿Hrüin? - ¿Cómo has engordado tanto en los últimos años? - Hrüin dibujó una sonrisa bajo el bigote. Y abrió los brazos. - Ven aquí, mangurrián. Los dos enanos se fundieron en un basto abrazo. Habían pasado siete años desde la última vez, pero Hrüin seguía llevando esas extrañas pieles y esos extraños collares llenos de plumas. - Por las barbas del creador. - Dijo Gonhirrim, palmeándole el hombro y con una sonrisa tan ancha como su espalda. - ¿Qué diantres haces aquí? - Invítame a una cerveza y a un buen asado y te lo contaré todo. Ambos enanos volvieron dentro, entre carcajadas. Solo con verlo, a Gonhirrim se le había encendido una chispa de esperanza. Quizá sus amigos tuvieran razón. Quizá sus días como cazador de bestias no habían llegado a su fin.
  12. ¡Hola! Me parece que estamos en las mismas condiciones. Yo también soy nuevo por aquí. Lo único que puedo decirte es que el ambiente que se respira es fantástico, y que el servidor promete mucho. ¡Nos vemos por Azeroth, compi!
  13. ¡Muchas gracias por la bienvenida, compañeros! Como bien ha dicho mi compinche enano Archibald en su post, estamos terminando las historias para ponernos con las fichas a la mayor brevedad. Y de paso terminando de leer lo indispensable para no andar demasiado perdidos. Se agradecen los enlaces, Abrahel. ¡Pronto nos veremos en Azeroth, camaradas! La primera ronda corre de mi cuenta.
  14. Saludos, me llamo ElCapitan y soy rolero desde que tengo uso de razón. Navegando por la web, y gracias a un viejo compañero de correrías, dimos con este servidor de casualidad. Al entrar y leer todo lo que nos podía ofrecer, hemos decidido probarlo. Con la esperanza de quedarnos. Ayer estuve leyendo lo básico. Guías, reglamentos, etc... y creía que iba siendo hora de escribir la presentación. Así que nada, un placer compartir aventuras con vosotros ¡Nos vemos en Azeroth!
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