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Blues

Audrey Lee Osbourne.

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  • Nombre: Audrey Lee Osbourne
  • Raza: Humano
  • Sexo: Mujer
  • Edad: 19
  • Lugar de Nacimiento: Páramos de Poniente
  • Ocupación: Errante, sin ocupaciön especifica.
  • Historia completa

 

Descripción física:

Cita

Audrey Lee tiene una estatura algo encima del promedio de 1.69, tiene una complexión delgada y un peso de  55-59 kg aproximadamente. Tiene una Piel caucásica algo castigada por el sol y el trabajo de campo, en su rostro hay pecas sobre sus mejillas y a través del puente de la nariz. Tiene el cabello negro y corto, sobre los hombros y se confunde con un corte varonil. Sus manos presentan callos por la vida que llevaba y se puede decir que se le ve algo frágil. Su complexión y su inclinación natural para trepar le han dado cierto talento para esta tarea además de otras habiilidades que requieran de agilidad.

 

Descripción psíquica:

Cita

 

Audrey lee es una persona reservada, no habla mucho con la gente que no conozca y aun con los que tiene confianza no habla demasiado. Es bastante perceptiva de su entorno, le gusta usar sus habilidades para sentirse util con las personas a su alrededor y que puedan requerir su ayuda. Es consiente de su pasado y como fue abandonada en el pueblo donde creció, frecuentemente piensa sobre ello aunque intenta evitar romperse mucho la cabeza buscando las razones. Sin embargo tiene curiosidad en su pasado y le gustaría saber más si se presenta la oportunidad.

Su principal motivación para salir del pueblo se produjó tras leer un libro de cuentos sobre un pirata. Ella, aunque sabe que se trata de un cuento, esta convencida que es posible ser como el pirata de los cuentos y decide buscar su propia aventura como en el libro, no obstante vera que la realidad es completamente diferente y puede que se encuentre con una gran decepción en su tan esperada aventura.

Sabe leer y escribir aunque no sea muy buena en la ultima tarea, Tambien disfruta mucho de trepar cosas aunque puede que no sea muy conciente del peligro que representa. Le es dificil aprender cosas complejas pero tiene una memoria tan buena como el promedio.

Le cuesta socializar con otras personajs, puede que se deba a su pasado como abandonada o a su ambiente tan cerrado y monótono donde crecio. El hecho de su abandono es una cicatriz en ella, aunque no quiera pensar en ello ni recordarlo.

 

Historia

Cita

Primero vino el viento, cálido y seco como la temporada de verano. La brisa soplaba como las notas de una flauta a través de las doradas y bronceadas llanuras de los páramos de poniente.

Era verano, y el sol castigaba a todo ser viviente que osará estar en su presencia cuando el rey de los astros colocaba su corona directamente sobre la tierra.

Los humildes granjeros lo sabían bien, tenían que romperse la espalda todos los días, todas las mañanas y espiritualmente, toda la vida. Viven de la tierra, y por ella han de morir. Es el ciclo natural de las cosas. Siembras, cosechas y cortas. Y lo repites una y otra vez, en una rutina.

 

Había centros, lugares donde la población local se reunía. Eran pequeños, eso sí, apenas rozaban la clasificación de aldea.

 

En uno de estos pequeños centros de personas había una carretera, estrecha y mal mantenida pero todavía transitable si se logra ignorar los baches. También existía una pequeña capilla, humilde pero completamente necesaria que la vez funcionaba como asamblea e improvisada biblioteca.

Y como las lluvias estacionales, iban y venían por aquella erosionada carretera, las caravanas de individuos con enormes maletas y cansadas mulas. Traían siempre libros, objetos de comercio y estómagos vacíos. Ocurrió que una vez vino una en particular…

 

Vino en ella un hombre oscuro, alto y de rostro oscurecido. Su caravana estaba conformada por tres vagones de un color rojo intenso, no tan opaco como la sangre fresca pero si cercana a la coagulada y seca. El hombre nunca dijo su nombre, nadie supo de dónde venía ni a dónde se dirigía. Pero era bien recordado en el único poblado en el que detuvo a su caravana porque había dejado muchas cosas.

Al sacerdote le dejó un par de libros, muy caros al parecer pues el hombre canoso siempre esperó por el regreso del extranjero, quizás siempre esperó recibir más libros.

 

Al sastre le regaló una tela púpura. Tan fina, delgada y extraña que el hombre balbuceó al tocarla, agradeció al extraño y ocultó la tela para mantenerla a salvo, con el paso de los años olvidó donde la había dejado y también borró de su memoria el rostro de aquel ser tan generoso.

Y él hizo muchos más regalos a todo aquel que se acercaba a pedirle cosas. SIn embargo hubo uno que resaltó entre todos los bienes que había dejado. Y en aquella aldea olvidada de la mano del reino, donde el sol castiga la piel y el viento seca el sudor, ese bien olvidado era más bien una molestia.

 

Cuando se fue, dejó detrás de su paso a una criatura.

Era extraña, por no decir menos, Tenía pecas en el rostro y ojos muy abiertos, atentos. La pequeña no podía tener más de cinco inviernos y aún así ahí estaba, en la mitad de un pueblo donde el sol caliente seguramente iba a castigar la piel tersa, blanca y suave de una niña, que nunca había conocido lo que es romperse la espalda en una rutina y jamás había sentido el viento de otoño sobre su frente con sudor.

En aquella tierra y en aquel tiempo su presencia resultaba nada menos que incómoda. La comida era difícil de obtener y los techos tenían fugas. Ella era una desconocida, extranjera como el hombre que la había traído y pronto llamó la atención de los vecinos…

 

El sacerdote fue el primero en acercarse, estaba encantado con sus libros y tenía esperanza en que la chica revelara la identidad de aquel forastero, con la intención de pedirle más. Sin embargo la chica retrocedió apenas intentaron acercarse a ella.

No dijo una palabra aquel día, ni con el estímulo que los dulces provocan en los niños. Intentaron con todo, desde preguntas amables hasta con amenazas, y lo único que lograron fueron hacer sollozar a una niña extraña, de ojos grises que nunca había conocido lo que es romperse la espalda.

 

Los días pasaron y los aldeanos perdieron interés en intentar que hablara, la chica o bien era incapaz o no quería decir nada. Todos hicieron una asamblea con la pequeña como centro de atención. Era pequeña, y no podía hablar al parecer, pero tenía un par de manos y aún alguien como ella podía ser útil, era un ayudante en potencia, con algo de trabajo quizás hasta podría ser entrenada para ser de utilidad.

Las discusiones tomaron lugar aquel día, los granjeros, carpinteros, el sacerdote y el herrero discutieron. El sastre y su esposa, la panadera, no pudieron ir porque aún buscaban un lugar donde ocultar su tela. El veredicto del pueblo habló y la chica se quedaría con el granjero Jensen Oswald y su esposa, la duquesa de los quesos, era llamada así por la excepcional receta de queso azul que podía preparar, de las pocas cosas que pueden disfrutarse en la tierra donde el sol quema la piel.

 

Jensen Oswald era un hombre de pocas necesidades, al final del día solamente necesitaba un jarro de agua fría, algo de pan en la mesa y la sonrisa de su esposa para recibirlo. Sin embargo cuando se presentó una tarde con una pequeña de ojos grises no recibió una sonrisa. Lo que recibió fueron lágrimas de dolor en el rostro de su mujer. Jensen le dio señas a la niña para que saliera de la casa.

Hubo silencio, después mucho ruido, a la distancia se ocultaba el sol sobre los dorados campos como hojuelas, sopló el viento sobre la ropa y frente de la chica y se desconectó de los ruidos en la casa.

 

Así pasaron las semanas, los meses y antes de que se dieran cuenta, los otoños y veranos. La chica ahora respondía al nombre de Audrey, lo había recibido de una vaca lechera que murió poco después de su llegada, el granjero jensen adoraba a esa vaca. Audrey, también reaccionaba ante el nombre de “lee”, un apodo que fue cariñosamente acuñado por los lugareños para referirse a ella, pues solamente respondía al llamado del granjero Oswald, para cualquier otro, incluso para la esposa de jensen, no entendía, o simplemente no quería atender.

Audrey Lee se había vuelto en una especie de mascota para el pueblo, Muchas veces era vista deambulando por la carretera erosionada por donde había llegado con el hombre de la caravana. Otras veces era vista sobre los tejados de las casas, en especial en la del sastre, lo cual lo enojaba, pero muchas veces aprovechó que la chica estuviera sobre su tejado para pasarle un martillo y pedirle que arreglara su techo.

 

La chica disfrutaba mucho de esto al parecer, le gustaba trepar por los muros de la iglesia, muchas veces el granjero jensen protestó por esto pero con el paso del tiempo aprendió a aprovecharse de eso. Los vecinos ahora lo llamaban cuando los tejados comenzaban a llorar durante las lluvias de la primavera, y él llamaba a la chica para que se encargará de estos.

Audrey lee no hablaba mucho entre los vecinos, no es que no pudiera como todos pensaban al principio, simplemente no hablaba más de la cuenta. No pasaba de lo más esencial para una conversación.

 

No obstante hubo una persona con la cual soltaba más sus pensamientos. Y fue con el sacerdote del pueblo.

Al principio solamente hacía encargos para el sacerdote, quizás limpiar la capilla de las infinitas olas de polvo que el viento traía consigo, otras veces se trataba de subirse al techo para quitar las telarañas que ahí habitaban. Y cuando el sacerdote tuvo más confianza en Lee, le presentó la humilde, pero honrada colección de libros que había amasado con los años.

 

No tardó mucho antes de que la chica tomara interés por los manuscritos. Pronto el sacerdote recibía la visita diaria de la chica a la capilla donde hundía sus narices en la pequeña colección de ejemplares. El sacerdote tomó nota de la curiosidad de la joven en tales piezas, así que un día le arrebató un libro de las manos y lo abrió para ella, inmediatamente la chica inspeccionó las hojas, viendolas rápidamente y tocandolas como si fuesen fina seda, pero eran mudas para ella. No decían nada y solamente eran símbolos en tinta negra sin significado.

El viejo sacerdote sonrió entonces. -. Se llaman libros, y sirven para leerse.- Comentó con una sonrisa amable mientras llevó a la chica al centro de la capilla.

 

Así pasaron más otoños, más inviernos y en la primavera era cuando las caravanas de viajeros visitaban el pueblo más frecuentemente, Audrey lee jamás vio ninguna de esas caravanas, pues el ahora más canoso Jensen Oswald no la dejaba ir hacia el poblado. El granjero había tomado cariño de la chica con el paso de los días, y tenía miedo de que la caravana roja que la trajo hace años volviera a buscarla, el viejo jensen ya había perdido así hace años, antes de que llegara la chica de ojos grises. Su hijo, el único del matrimonio, había marchado hace tiempo con otros muchachos del pueblo.

 

Se fue a luchar una guerra del cual el nunca había escuchado, nunca había sentido y nunca había observado. No obstante el se había refugiado en el pensamiento improbable de que su hijo se había establecido en la capital del reino, tenía una familia ahora y algún día iba a regresar, en una caravana cargada de riquezas y felicidad, y juntos se irían hacia ese lejano lugar, donde, según contaban los viajeros, había calles de piedra y hermosos monumentos.

 

Audrey Lee creció ignorante de todo eso, creció en un lugar alejado del alcance del mundo donde la gente solamente se dedicaba a vivir de la tierra, a contar las historias que escuchaban de los viajeros o comerciantes, y a buscar consuelo en la capilla con el canoso sacerdote. 

Ella sabía que había más en esa carretera de piedra, seguramente existía algo mejor que eso. Lo había leído en los libros del sacerdote. Cuando aprendió a leer su mundo se abrió de par en par, ella aprendió sobre las aventuras de un individuo, un hombre listo, fiero y que vivía grandes aventuras en el mar.

 

Ella había aprendido dos cosas al leer la vida y obra del capitán Darion Timothy Osbourne. Una que existía un mundo mucho más grande donde había serpientes gigantes, donde había tormentas sobre cuerpos extensos de agua, donde había seres como humanos pero pequeños e inteligentes, donde había horrores, donde habían cofres llenos de riquezas y naves hechas de madera. Tan grandes como un castillo. Y eso que ella nunca había visto un castillo. Pero seguramente eran enormes.

La otra, es que esa vida tenía que ser de ella. Tenía que salir por esa carretera y buscar el mar...Había visto ríos antes y había uno algo lejano del poblado pero jamás algo tan grande como era descrito en el libro. Debía verlo, debía comprobar que el capitán Darion Osbourne había surcado esas aguas y había luchado contra la tripulación de James “ojo tuerto” Mckay.

 

Audrey Lee Osbourne se encontraba en la edad justa para hacerlo. Darion Osbourne había empezado sus aventuras a los doce inviernos, Ella se encontraba más adelante que esa edad. Había sentido el sol de diecinueve veranos y abrazado la brisa de todos esos otoños.

Fue ahí cuando tomó una decisión, justo cuando el sol se ocultaba en la lejanía del horizonte. Ella sintió el viento en sus oreja y pudo oir a la lejanía. Escuchó a  los pajaros listos para refugiarse a la noche. Habían hojas crujiendo en los árboles y donde estaba podía notar al anciano Jensen llevando a los animales al corral.

 

Ella se iría esa noche.

 

Audrey Lee se preparó aquella tarde, hace tiempo que la idea de irse había estado cortejando su mente. Lunas anteriores se había dedicado a recoger cosas útiles para sus aventuras. Lo primero que obtuvo fue el libro del capitán, el sacerdote adoraba sus libros más que a nada, así que lo tuvo que sacar de la capilla sin que se diera cuenta. No fue difícil, pues hace tiempo había aprendido la rutina del anciano sacerdote y sabía que dejaba la puerta abierta en las noches, por si alguien necesitaba su guía a altas horas.

 

También había robado algunas hogazas de pan de la esposa del sastre, tomó una tela de color naranja que habían dejado afuera para que se secara y pretendía usarla como capa, justo como el capitán usaba una.

Y por último, tomó un cuchillo de la cocina del anciano Jensen. Pues Darion Osbourne había tomado uno igual la noche que se fugó de la casa de esclavos, según el libro.

 

Tenía todo preparado, por el agua no había que preocuparse porque estaban en temporadas de lluvia, además sabía donde estaba el río y no tendría más que seguirlo para llegar a un puerto y después, navegar como el capitán hacia el desconocido océano de la incertidumbre.

 

La noche de su fuga estaba especialmente silenciosa, Audrey había esperado hasta que la noche estuviera en un punto perfecto, donde hay suficiente ruido para que sus pasos no fuesen escuchados. Pero no mucho como para delatar su intento de fuga.

Comenzó a caminar rápidamente por el pueblo, temerosa de que algún vecino la sorprendiera a tan altas horas y la llevara con el granjero Jasen. Claro no era tan emocionante como escapar de unos esclavistas como hizo el Capitán Osbourne, pero había un sentimiento de calidez e inquietud en su estómago.

 

Pronto tomó la carretera de tierra con piedras, podía escuchar los grillos en la noche y en la lejanía los aullidos de la noche, y el beso del viento en las ramas de los árboles.

Y sus pies se movieron con libertad, como si se hubiesen quitado unas cadenas de sus tobillos, comenzó a correr, sin considerar el ruido que hacían sus pasos sobre la piedra del camino. Una risa repentina la embriagó por completo, estaba caminando, no más bien corriendo a lo desconocido. Cómo lo hizo el capitán antes de ella, como lo relataban en los libros.

Ella solamente corrió con todas sus fuerzas y cuando se detuvo, se encontraba en la mitad del camino, de la llanura extensa y deprimente. Había un tono azul en sus brazos y en su piel además del frío de la noche.

Tomó la tela naranja que había robado del sastre y la usó para cubrir su cabeza y lo que pudo de su cuerpo. Y sonrió bajo su improvisada capa.

Ahora era Audrey Lee Osbourne, y como su homólogo de los libros, va a buscar su lugar en el mundo, a través de las tormentas en el mar y en islas desiertas con tesoros ocultos.
Lo que ella no sabía, ni sospechaba en ese tiempo, era que la ficción, era eso. Puramente Ficción...

 

 

 

 

Editado por Blues

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