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SwordsMaster

Misiva sellada a la Iglesia de la Luz

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La misiva llegaría a manos de un soldado del ejército Imperial, con destinatario a la autoridad sagrada más alta y santa que pudiese llegar de los asentamientos eclesiásticos en Villadorada. La misiva era de todo menos compasiva, y claramente se notaba la frustración de quien la escribió pues había presionado mucho la tinta, acabando en letras gruesas y algunas manchas de tinta en el papel.

 

De: Santiago de Sveri, cabo de la XIII Legión del glorioso y respetable Ejército Imperial, auténtico bastión de Justicia del Imperio

Para: La autoridad eclesiástica que corresponda

Asunto: Carencia de bozales 

 

A la santísima, pura e incuestionablemente justa cabeza eclesiástica correspondiente. Escribo esta misiva para informar de la posesión de uno de vuestros fieles en nuestros calabozos, una muchacha de nombre Alondra. Ha agredido a uno de nuestros soldados y se requiere que la retiren para que decidáis su castigo.

Los hechos ocurrieron el pasado día cuarto. La muchacha vino a visitar a uno de los reos, Percival. El Sargento Faler estaba tomando el testimonio de la muchacha y su acompañante, un civil de nombre Alan. La muchacha se mostró reacia desde el comienzo a dar testimonio, claramente poco cooperativa y carente de respeto con el glorioso Ejército Imperial, un respeto que se espera que la iglesia inculque como mínimo entre sus fieles cuando recoge rateros de la barriada entre sus filas, pues de otro modo ensuciarían el nombre de la sagrada Iglesia de la Luz y no queremos eso, pues la gente perdería respeto por vuestra santa institución.
El Soldado Leonardo de la Vega apareció en mitad de la recopilación de los testimonios y fue acusado y amenazado por la muchacha por haber dado un trato duro al reo el cual parecía ser su amistad. Se trató de dialogar con la muchacha para explicarle que el ejército se reserva el derecho de tratar con los reos como se vea oportuno, pero incapaz de aplicar la imparcialidad esperada de un miembro de la sagrada institución de la Luz y alterada por las provocaciones de la Vega, quien se negó a seguir las órdenes de detenerse, la muchacha plantó cara al soldado. Tras un corto intercambio de amenazas entre ambos, la muchacha lanzó un golpe contra el soldado de la Vega, con tabardo, en servicio y en el mayor centro de operaciones del Ejército Imperial en Villadorada. La lucha fue detenida inmediatamente y ambos, la muchacha y el soldado, fueron llevados al calabozo. Cuando la muchacha estaba por ser encarcelada mostró un anillo con el símbolo de la Iglesia convencida de que aquello le daría inmunidad.

El ejército ya ha decidido castigar a nuestro infractor, y se espera que la Iglesia recoja lo que ha quedado tirado en nuestros calabozos y haga lo mismo, pues esta actitud entre miembros de una institución tan respetable y sagrada es una ofensa contra todo el Imperio y su Ejército. Se espera que la Iglesia, siguiendo el precepto de Justicia, entienda que ninguno de sus miembros está por encima de la ley y que agredir físicamente a un soldado de servicio en el cuartel general de Villadorada es un delito grave.

 

Por la Luz, por la Emperatriz, por el Imperio

emblema_ROLERRANTE_final.png

 

PD: Ha quedado una perra enorme encerrada en nuestros establos. Creemos que tiene la rabia. Si pertenece a uno de vuestros miembros retiradla antes de que muerda a alguien o tendremos que ejecutarla.

 

Santiago se secó el sudor y observó la carta que había escrito sobre el escritorio del cuartel. Sus manos sucias de tinta, su caligrafía no había sido la mejor y realmente había sido enérgico en cada palabra y frase. No rebosaba de cordialidad y ni le sorprendería si le sentenciaban a dos o tres días sin comida si la Iglesia mostraba la carta al ejército, pero estaba claro que no tenía ni las ganas ni el humor como para volverla a escribir, ni rebosaba de la suficiente simpatía por la institución vecina como para forzarse a hacerlo. Con un cansado movimiento selló el sobre con el símbolo del Imperio. Con esa carta, la muchacha oficialmente pasaba a manos eclesiásticas y se escurría de cualquier castigo que pudiese sentenciarle el ejército mismo, pero también sabía que no era la primer ni última autoridad del ejército que se sentiría de aquel modo en algún punto de su vida y no había nada que pudiese hacer al respecto sin romper la ley que había jurado proteger.
Con un silbido atrajo a uno de los guardias del cartel y le ordenó dirigirse a la edificación de la Iglesia en Villadorada y entregar la nota.
Él, por su parte, se quedó silenciosamente en el escritorio varios minutos más, observando a la nada y pensando. Estaba hecho.

 

 // @Malcador

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