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Curly

Mélandyel Ronae

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Mélandyel Ronae

 

 

 

  • Nombre: Mélandyel RonaeXJ2F1T5.png
  • Raza: Quel'dorei
  • Sexo: Mujer
  • Edad: 86
  • Lugar de Nacimiento: Quel'thalas
  • Ocupación: Estudios arcanos e inscripción
  • Historia completa

 

indice

 

Misivas

 

 

Elementos relevantes

  • Certificado de ciudadanía Imperial de Pleno derecho (Pergamino): otorgado por el Magistrado durante la reconstrucción de la aldea tras la invasión gnoll.
  • Diploma del Magistrado de Villadorada: Contiene el sello del ayuntamiento, la firma del magistrado y de  numerosos lideres gremiales. Descuento del 15% en las compras en Villadorada sean hechas en gremios oficiales o en servicios del ayuntamiento. Carta previa

 

 

Editado por Curly

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Descripción Física:

Mide 1’65, Su fisionomía sigue los estándares Quel’dorei careciendo de musculatura entrenada. Su cabello largo, liso y azulado con reflejos algo más claros lo porta suelto y adornado con motivos florales. En los tobillos, muñecas y rostro cruzándole verticalmente por el ojo izquierdo lleva grabado en la piel marcas en Eredun que oculta dejando caer el cabello para taparse parcialmente el ojo izquierdo y no dejarlas expuestas. Huele a suaves fragancias de hierba y flores. Viste finas y vaporosas prendas que, en el conjunto de su apariencia se muestra excesivamente cuidada.

 

Descripción Psíquica:
Reservada, calculadora, creída, algo petulante y caprichosa, no le gusta llamar la atención de forma innecesaria, aunque no tiene reparos en criticar a otros seres las acciones que no le gustan. No duda en poner fin a una disputa o amenaza para evitar males mayores pese a poder salir perjudicada o quebrantar alguna ley si considera que los beneficios lo justifican. Trata de ser perfeccionista pese a que la inexperiencia juega en su contra. Perseverante en sus labores, su forma de pensar consiste en prevenir antes que curar.

 

 

Historia

Inicios – Pre Azote
Año -9 (edad 48)


La apacible tarde modulada por la eterna primavera que acariciaba perpetuamente el Alto Reino, mantenía un cielo despejado permitiéndole al sol, que para entonces había sobrepasado su punto más álgido, irradiar con rayos de luz cálidos el empedrado y las casas que conformaban la tranquila ciudad de Lunargenta. Los rayos de sol que bañaban la fachada de un discreto hogar compuesto de dos pisos situado en el sector comercial en el noreste de la ciudad, iluminaban con energía el escudo de madera que reposaba en la parte superior de la entrada, el cual mostraba el logo de una pluma atravesando un tintero.iLjqpjT.gif

La decoración interna del hogar resultaba ser algo simplista, carecía de adornos hechos con metales lacados o muebles repletos de cenefas doradas y plateadas de manufactura élfica, tan propia de la raza. La sala estaba compuesta por una puerta principal, custodiada entre dos ventanales con alfeizar de generosas proporciones, un par de sillas apostadas en la pared izquierda, y en la parte más profunda una vitrina mostrador con algunos componentes de inscripción en el lado izquierdo, y una escalera que daba acceso al segundo piso en el lado derecho.
Durante un instante, la luz que se filtraba por el ventanal diestro recorrió el interior de la estancia al haber sido reflejada por la plateada flauta travesera que Mélandyel guardó en una pequeña y rígida maleta. Sus movimientos eran algo torpes a causa de estar mirando de soslayo a aquel hombre que portaba túnica larga y oscura y apariencia demacrada salir por la puerta. Róthandyel, su padre, se encontraba ubicado detrás del mostrador, frunció el ceño al percatarse de la mirada que realizaba su hija sobre el cliente que marchaba.

  • ¿Se puede saber de qué te ríes, Melan?
  • De las apariencias de ese tipo, debe vivir debajo de un puente. —Habló mientras lo seguía con la mirada a través del ventanal, hasta que lo perdió de vista, cogió la maleta y se dispuso a salir por la puerta.
  • ¿Qué? —Exclamó de forma incrédula— Hija, ¿Qué son esos modales? Está mal burlarse de la gente por sus ropajes o apariencia.
  • ¿Y por qué no podría hacerlo cuando salta a la vista que ese tipo es común y vulgar? —Terminó de hablar mientras se alisaba la falda del vestido, y movió una mano por la nuca para que su cabello, largo y azulado quedara en reposo por la espalda— Debo irme ya padre, o llegaré tarde al conservatorio.
  • ¡Pero…! —Fue lo único que le dio tiempo exclamar.

Sin mediar más palabra, la joven Quel’dorei salió del hogar con la pequeña maleta en mano, cerró la puerta y se dispuso a caminar calle arriba. Su apariencia era tan pulcra como delicada. El cabello liso y brillante por los rayos del sol se mostraba cuidado con esmero, era de tonalidad azulada con ligeros reflejos claros. Sus facciones correspondían a las de cualquier niña quel'dorei de su edad, con una tonalidad de piel clara. Portaba un ligero y vaporoso vestido azul de finas telas con bordados thalassiano. En los pies calzaba unas ligeras sandalias que denotaban a su portadora cierta apariencia de pertenecer a familia adinerada. Su cuello estaba adornado por un colgante de fino cordel, y sujeto a este una gota cristalina azul marino, con la singularidad de que en su interior se podía observar unas inscripciones rúnicas, era un regalo de su padre que según él, la protegería de peligros.     

El conservatorio se encontraba a unas cuantas calles norte, y sabedora del escaso tiempo que le restaba para el inicio de sus clases aligeró el paso, pues la chica popular de clase no podía permitirse el lujo de llegar tarde, ello podría repercutir en su imagen social. Al girar la calle se percató de algo que la molestó de sobremanera, haciéndola frenar en seco, movimiento que hizo revolotear la falda de su vestido. Ante ella había un Quel’dorei de ropajes gastados, cabellos mate y un instrumento de cuerda a su lado, que le dotaban de un aspecto bastante mundano y agravado por el contraste que generaba tener a la joven cerca. Mélandyel arrugó la nariz y caminó hacia el extremo opuesto de la calle alejándose del sujeto mientras aceleraba el paso, andar que volvió a detener en seco cuando escuchó hablar al bardo. Mélandyel apretó los labios y lo miró de soslayo.

  • ¡Alabado sea Belore por alegrarme la tarde con la visión de tan precioso lirio de pie ante mis ojos! —Al ver la reacción de ella dibujó una sonrisa de medio lado.
  • ¡Será descarado! ¡Cállese…. gusano! —Airada dio un bufido e inmediatamente retomó el paso alejándose del sujeto calle arriba— ¡¿Con quién se cree que estaba hablando ese sucio Quel’dorei?! Espero que alguien le dé una lección, así la próxima vez será más respetuoso con las clases sociales superior.

De forma arisca caminaba cerca de las casas que habían situadas al este de la calle empedrada sin dejar de mirar tras sus pasos, no vaya a ser que ese sucio ser fuera a seguirla.

  • Y pensar que ese tipo desciende de los Altonato como yo… que desperdicio.
  • Veamos si tu espíritu es tan grande como tu boca… —Contestó una voz de tono apagado.
  • ¡¿Pero qué…?! —Alarmada trató de girar el rostro hacia el frente, para ver a quien pertenecía esa voz que le sonaba ligeramente conocida, pero una mano la sujetó del rostro impidiéndole el movimiento. La mano que la apresaba no estaba enguantada, era un trapo lo que dificultaba su respiración, y a los pocos segundos perdió la consciencia.

Un escalofrío recorrió su cuerpo instantes antes de entreabrir los ojos. La quel’dorei notaba una extraña sensación ¿A caso era frio? No estaba acostumbrada a ello, pues toleraba ben las bajas temperaturas. Pestañeó tratando de aclarar la vista nublada pero no conseguía ver más que penumbra. Su respiración era suave y espaciada, la correspondiente al despertar de un profundo sueño. Trató de pasarse una mano por el rostro a medida que iba recobrando sus sentidos pero algo se lo impidió. Bajó la mirada y atónita observó cómo sus muñecas y tobillos estaban firmemente fijados por unas cuerdas, alzó levemente la cabeza para tener mejor perspectiva del lugar, y extrañada apreció esa extraña cama donde se encontraba reposando atada. Era una losa de piedra con una serie de símbolos y líneas gravados en esta. La habitación hubiera permanecido completamente a oscuras si no fuera por las velas que habían repartidas en los extremos generando zonas totalmente oscuras en la estancia. Un ser ataviado con una toga oscura ocultaba su rostro, mostrando únicamente el brillo de sus azules ojos en el fondo de la oscuridad de su capucha.

  • ¡S-Suéltame ahora mismo! ¡¿Quién eres?! —Mélandyel se retorcía entre las ataduras sin conseguir otra cosa que dañarse con estas— ¿Quién te crees que eres para tocarme con tus sucias manos? ¡Haré que padre te dé una lección que no olvidarás!
  • El ser extendió el brazo izquierdo y con firmeza posó la mano en sus labios silenciándola. Los gritos de la joven Quel’dorei fueron acallados, y con los ojos desencajados observó cómo empezó a elevar el brazo diestro el cual portaba algo punzante que la penumbra no le permitía ver con claridad. En el momento que lo acercó a su rostro cerró con fuerza los ojos, y se estremeció cuando sintió algo húmedo tocarle el lado izquierdo de la frente y descender por la parte inferior del ojo izquierdo. El quel’dorei se retiró liberando sus labios.
  • Mi Señor se alegrará de obtener esta alma… si… —Habló con una voz tenue y gutural, mientras cogía la muñeca derecha de Mélandyel y con el pincel escribía otros símbolos.
  • ¡¿Q-que estás haciendo?! —Habló con voz trémula al ver que el Quel’dorei no se inmutaba ni lo más mínimo a sus amenazas.
  • El sacrificio está a punto de iniciar… honra las marcas que te guiarán junto al señor… —Inscribió los símbolos en ambas muñecas antes de incorporarse dirigiéndose a los tobillos para proceder a marcar aquellos símbolos con el compuesto negro que tenía impregnado el pincel.

La joven tenía la respiración acelerada y las pulsaciones de su corazón la estaban sofocando, hecho que aceleró la disipación de la droga que aletargaba sus sentidos. Mélandyel observó con impotencia como ese sujeto terminó de escribir las marcas, se incorporó dando unos pasos para atrás, y la luz de las velas se filtró por su capucha iluminándole el rostro.

  • Usted… ¿Usted es el Quel’dorei que hoy le compró materiales de inscripción a padre? Tartamudeó mientras yacía ahora sin moverse atada sobre la gran losa de piedra.
  • Chica atenta… Tus padres te bendijeron con la vida y sus herramientas serán las que te maldecirán arrebatándola… marcan el principio y el fin, Ironías de la vida… y ahora que comience el ritual… —El hombre esbozó una sádica sonrisa, elevó los brazos y empezó a murmurar un cántico continuo y cansino, en la lengua de los herejes.
  • ¡De-deténgase! Estoy segura que podemos lleg… ¡agh! —Apretó con fuerza la mandíbula al sentir dolor en el rostro y extremidades.

Mélandyel notó como las marcas escritas le quemaban en la piel, como si fuera hierro fundido adherido, y el dolor no disminuía pese a que los eternos minutos avanzaban. No comprendía por qué aún no había tomado su vida y demoraba el ritual. Se movíó con gestos bruscos tratando de soltar las ataduras, pero lo único que consiguió fue marearse por el sobre esfuerzo. El cultista seguía con los brazos elevados y las marcas de la joven se enrojecieron. La visión del ojo izquierdo se tornó rojiza, de forma desesperada pestañeó tratando de aclarar la vista de forma fútil. Las marcas empezaron a gotear sangre las cuales iban formando 5 pequeños charcos a los pies empedrados del exterior de la losa, correspondientes a la altura de tobillos, muñecas y cabeza.

El cántico del sacrificio era neutro y constante. El hombre permanecía estático sin moverse ni un ápice manteniendo los brazos alzados y concentrado en el cántico del lenguaje profano. Los pequeños charcos del incesante goteo fueron alimentando unas líneas grabadas en la base de piedra, y poco a poco se fueron trazando las líneas carmesí rodeando la losa con ese color tan intenso a medida que las líneas grabadas en la piedra iban conduciendo el líquido. Los eternos segundos fueron pasando y la joven cada vez más débil dejó de forcejear, jadeante mirando con rostro agotado a su captor. En el instante que el dibujo rojizo se completó formando trazos rectos alrededor de ella, una energía profana la atravesó, empezó a recorrer cada tramo de su cuerpo, y notó como arraigaba penetrando en el interior, sentía una extraña sensación como si una parte estuvieran siendo arrancada lentamente de lo más profundo de su ser.

Repentinamente el torso de la joven se iluminó cuando el colgante de Mélandyel centelleó, unos leves crujidos rompieron el silencio que acompañaba el cántico del Quel’dorei. La tonalidad rojiza de la sangre que se encontraba en el pequeño charco más cercano al cultista se oscureció, y con la velocidad de un rayo emergieron unas finas agujas en dirección al hombre de ropajes oscuros, el cual no se percató al estar concetrado en el ritual. El cántico se transformó en un alarido y se detuvo, en el instante que atravesaron su torso.

  • ¡Gahg! —Tenía los ojos y boca completamente desencajados, su pose dejó de ser firme y luchaba por mantenerse en pie, miró a la losa sin comprender lo sucedido y finalmente se desplomó al suelo.
  • ¡Hija! Qué… que te han hecho… —Con presteza, Róthandyel se adentró en la sala ubicándose al lado de su hija mientras la miraba horrorizado. Desató las ataduras, la cogió en brazos llevándosela de manera apresurada.

Semanas más tarde la joven Quel'dorei se encontraba caminando por la calle dirección al conservatorio con la pequeña maleta en la mano izquierda la cual contenía el instrumento musical. Su aspecto era prácticamente el de siempre, gracias a la asistencia médica y el uso de la luz sus heridas se regeneraron de manera acelerada, y su vitalidad restituída. Las principales diferencias radicaban en su forma de caminar menos enérgica, y en su peinado, si bien seguía llevando el cabello suelto, dejó el flequillo cayendo por el lado izquierdo del rostro cubriéndole el ojo izquierdo para ocultar las marcas que le habían quedado después del incidente con el cultista. Ensimismada en sus pensamientos siguió caminando sin darse cuenta de la persona que en esos instantes tenia a escasa distancia.

  • ¡Mi dulce lirio! ¿Cuándo me honrará con su presencia en uno de mis espectáculos?

La exclamación sobresaltó a Mélandyel sacándola de su ensimismamiento con un ligero grito, mientras alzaba rápidamente el rostro observando al sujeto que acababa de hablar, frenó en seco y retrocedía un paso. Con rostro de circunstancias el bardo se llevó un dedo a los labios instándola a que se calmara.

  • ¡Shhh! ¡Deje de gritar! ¿Quiere que los Guardias de Lunargenta me detengan? Suficiente les molesta mi presencia por los sectores nobles como para encima buscarme más problemas.
  • Lo… lo siento… —Se disculpó a la vez que se encogía de hombros.
  • ¿Ocurre algo? —Frunció el ceño al verla alicaída. Con la mano palmeó el suelo empedrado de su lado, instándola a que se sentara— Se la ve con menos energía que de costumbre.

Mélandyel miró su pequeña maleta y por unos instantes tuvo un debate interno, finalmente accedió sentándose en el mismo lateral de la calle que se encontraba el bardo, manteniendo cierta distancia.

  • ¿Tal vez, ibais en dirección a la academia? —Preguntó al advertir su gesto— No quisiera retrasarla.
  • No se preocupe —Negó con el rostro— hace semanas que no voy, no creo que les importe mi tardía.
  • ¿Hay algo que le preocupa? —Observó cómo se sentaba distanciada y habló bromeando— Sabe, no es necesario que se siente tan lejos de mí, lo único que suelo contagiar son las melodías de mis canciones.
  • La magia… —Respondiendo a la pregunta del Quel’dorei, de forma dubitativa le miró de soslayo y por unos instantes pensó en dejar de hablar, pero finalmente prosiguió— la magia malvada… ¿cómo puede existir algo semejante? Me pregunto por qué vuelve de esa manera tan violenta a las personas…
  • Señorita, ¿No es usted muy pequeña para estar llenándose la cabeza de esos temas? —Frunció el ceño mientras la escuchaba hablar y clavó la mirada en ella al percatarse que bajó el rostro.
  • Es muy peligrosa… tiene que haber alguna cura o forma de poder proteger a las personas de ella…
  • No sé qué le habrá ocurrido, pero hablar de esa forma no es propio de una niña. —El bardo apoyó la espalda en la pared y desvió la mirada al frente, con un semblante algo más serio— Si tanto desea proteger a los seres, debería encontrar el método para que no se expongan a peligros, así directamente evitaría los daños.
  • ¿Algún método para evitar que reciban daños…? —Habló mirándole de reojo sumida en sus pensamientos, y finalmente esbozó una ligera sonrisa— Si… tal vez haya algo al respecto que pueda ayudar, investigaré sobre el tema.
  • Ese es el espíritu mi joven dama, pero no vaya a meterse en problemas ¿vale? —Le devolvió una amplia sonrisa en el momento que la ve incorporarse y acercarse situándose ante él, por primera vez ignorando las distancias que previamente les salvaban.
  • Le agradezco el consejo, sus palabras me resultaron de gran ayuda señor de ropajes gastados. —Con las manos juntas se inclina hacia delante de forma cortés, y empezó a retomar el viaje hacia el conservatorio mientras lo mira de reojo, y se despide con una mano— ¡Le prometo que un día de estos iré a ver uno de sus espectáculos!
  • ¿Señor de ropajes gastados? —La veía alejarse mientras se rascaba la cabeza, y terminó exclamando la respuesta— ¡Oh, sí! ¡La estaré esperando mi dulce lirio!

 

Estragos del Azote
Año 20 (edad 77)


El traqueteo incesante provocado por las grebas metálicas junto a los gritos de formación y avance inundaban el salón principal donde se encontraba, sonido acompasado que iba incrementando hasta que la lejanía lo hacía menguar. Desde la ventana situada cerca de la puerta principal de la casa observaba como escuadrones de Guardias de Lunargenta avanzaban en formación hacia el sur. La Quel’dorei había perdido la cuenta de cuantos pelotones habían pasado ante la fachada de su casa mientras esperaba impacientemente en la tienda el regreso de su padre.

  • Me pregunto a qué se referirá el guardia cuando menciono “El Azote” ¿Tan peligroso es como para gritarme ordenes de entrar en casa y atrancar la puerta? —Pensó mientras observaba a los militares circular en el exterior.

El tiempo pasó mientras divagaba sumida en sus pensamientos. Expectante se percató de que algo había cambiado, desde hace rato dejó de escuchar esos traqueteos metálicos que recorrían el empedrado de la calle. De rodillas sobre el alfeizar de la ventana miró el exterior de extremo a extremo tanto como el ángulo de visión de la ventana le permitía, y con preocupación observó como la gran afluencia militar y civil que circulaba en la vía desapareció en cuestión de pocos minutos convirtiéndola en una calle fantasmal. La ausencia de vida hizo que acongojada se alejara de la ventana situándose unos pasos más atrás.

  • ¿Qué estará ocurriendo? Espero que padre esté bien… —Se llevó ambas manos uniéndolas sobre su torso mientras caminaba de un lado a otro de la instancia delante de la vitrina de piedras rúnicas, como si ello fuera a calmarla.
  • ¿Debería ir a buscar a padre? Pero el guardia me prohibió deambular fuera… —Seguía caminando de un lado a otro de la sala mientras su debate interno cobraba fuerzas.
  • Podría coger unos cuantos glifos protectores de la vitrina e ir a buscarle —Habló para sí misma mientras se giraba mirando a dicho mueble situado al fondo de la sala, cuando de repente un golpe seco le provocó un ligero grito, y rápidamente se giró en dirección a la puerta.

El golpe sordo de madera lo había provocado la puerta que se mostraba abierta de par en par ante ella. Bajo el marco de dicha se encontraba su padre, un hombre alto de cabello largo y azulado con una mirada tan profunda como el mar. El hombre sujetaba a una Quel’dorei de mediana edad tan alta como él, la mirada entrecruzada de padre e hija fue breve pero suficiente, no necesitaban más para saber que ambos se encontraban aparentemente en buenas condiciones. El hombre entró a la instancia de manera apresurada mientras daba algunas instrucciones.

  • Mélandyel, toma a la mujer y haz que se recupere, la encontré desorientada y en estado de shock mientras regresaba de las murallas del sur, un traidor entre nuestra gente ha bajado la barrera defensiva y el Azote está adentrándose en la ciudad destruyéndolo todo a su paso. —El mago se adentró a la instancia cediendo la mujer para que la sujetara su hija, después caminó situándose en la parte posterior del mostrador.
  • El… ¿Azote? —Preguntó dubitativa mientras tomaba a la alta Quel’dorei por las caderas y la hizo caminar hasta sentarla en una silla de madera que se encontraba apoyado en la pared— Padre, eso no es posible,  ¿No pudiste detenerlos con uno de tus sortilegios?
  • Mi obligación era defender a nuestros hermanos, pero les fallé… Sin nuestra barrera defensiva el ejercito de no-muertos es imposible de detener, cuando vi su avance imparable y la masacre que estaban cometiendo… —Con fuerza Róthandyel golpeó con el dorso de ambos puños cerrados sobre el mostrador— Esto ya no es una guerra, debo hallar el modo de poder salvarte, lo conseguiré sea como sea… —Se quedó en silencio, mirando con una furia silenciosa la tabla de madera que componía la parte superior del mostrador.

La joven se quedó atónita tras observar la expresión del rostro que mostraba su padre, a lo largo de su vida solamente recordaba haberle visto una vez con aquella mirada tan severa, el día en que su hija casi perece y quedaron grabadas las marcas en su cuerpo. Sumida en pensamientos Mélandyel observaba las letras en Eredun que tenía marcada en las muñecas. Mientras las observaba se percató de la mujer que tenía sentada enfrente, era de mediana edad, su cabello rubio de tono cenizo y corto con el flequillo cortado recto la dotaba de un aspecto estricto. Su estado parecía traumático, pues tenía la mirada desencajada y perdida.

  • Mi señora, ¿Cómo se encuentra? —Acuclillándose ante ella alzó las cejas clavando los ojos en los de la Quel’dorei, y al ver que no reaccionaba la tomó de las mejillas con ambas manos— ¿Cómo se llama?

Al notar el contacto reaccionó de una manera un tanto extraña apartándose bruscamente de las manos que tocaron su rostro, evitando cualquier tipo de contacto físico o cercano. Miró a Mélandyel de una forma algo más centrada.

  • ¿M-mi  nombre? me llamo… Azálea… de la casa Belore’zaram. —Cerraba con fuerza los labios.
  • Señora Belore’zaram, no disponemos de tiempo, ¿Tiene algún lugar donde refugiarse? —Hablaba mientras se incorporaba tendiéndole una mano.
  • Heim… Mi hermano, tengo que encontrarlo, quizá esté en la mansión… o quizá esas cosas lo hayan matado… —Atemorizada por el caos que presenció volvió a sumirse en estado de shock.

Mélandyel no llegaba a comprender la magnitud de la amenaza que estaba en camino, pero al presenciar cómo el estado de esa mujer volvía a recaer elevó el brazo derecho y le dio una bofetada en la mejilla haciéndola reaccionar, seguidamente la tomó de los brazos instándola a que se incorporase.

  • ¡Si está tan preocupada por su hermano vaya inmediatamente a buscarlo! nuestro deber es el de proteger a nuestros hermanos. —Elevó la voz mientras apretaba los brazos de ella percatándose de que temblaba como una hoja.
  • T-tiene razón, debo apresurarme antes de que sea demasiado tarde… —Cruzó los brazos en sí misma como gesto de protección mientras con temor caminaba hacia la salida, se detuvo unos instantes y miró al hombre que se encontraba ensimismado en sus pensamientos situado detrás del mostrador— Le agradezco que me haya traído a lugar seguro.
  • Le prometo que algún día, cuando todo esto haya terminado, iremos a tomar una taza de té en los jardines del reino. —Esbozó una gélida sonrisa mientras observaba como cruzaba el umbral de la puerta— Que la luz guie sus pasos.

Mélandyel la acompañó hasta el exterior, intercambiaron una mirada fugaz y Azálea partió de inmediato dando media vuelta iniciando pasos rápidos calle arriba, hacia su hogar. La peliazul se encontraba sola en el exterior y un golpe de viento proveniente del sur hizo que se girará observando el horizonte, el cielo mostraba una tonalidad rojiza y en el ambiente se respiraba el aroma de la sangre. Ensimismada en sus pensamientos la voz de su padre la hizo volver a la realidad e inmediatamente ingresó en su hogar.

  • ¿Padre? —Preguntó al verle terminar de escribir con pincel sobre un papel y ponerlo junto a un frasco de tinta y otro pincel.
  • Mélandyel, cielo, la herencia de nuestra familia nos otorga una leve posibilidad de salvarnos, en nuestras manos recae aprovechar los conocimientos que nos otorgan nuestros antepasados. —Róthandyel habló en tono severo, con la mirada profunda que le dotaban esos ojos azules que parecía como si le permitiesen ver más allá del plano material— Desconozco si aún estamos a tiempo pero debemos intentarlo. Necesito que cojas la pluma y dibujes en los dos extremos exteriores del hogar los símbolos que escribí en el papel, cada símbolo debe de tener las dimensiones de un palmo, yo me encargaré de la parte trasera ¿Entendido? —Sin esperar confirmación por parte de su hija dio media vuelta e ingresó en la sala posterior de la vivienda.
  • No le decepcionaré padre. —Decidida cogió el papel, el pequeño frasco de tinta y el utensilio y se dirigió hacia el exterior con los ojos clavados en los símbolos que habían escritos en el papel con tinta aún fresca— Son los símbolos que suelo inscribir en las piedras para ayudarle pero, ¿cada uno debe ser del tamaño de un palmo? Eso es demasiado… Jamás vi que los necesitara tan grandes, me pregunto que tiene en mente.

Tras dar el paso que la dejaba en el exterior paró en seco, notaba que algo siniestro estaba ocurriendo, ¿Qué era esa oscuridad que ensombrecía la calle? Miró hacia los lados y finalmente inclino la cabeza hacia atrás contemplando el cielo, abrió los ojos de par en par al percibir la sensación de que se le caía encima. ¿Por qué estaba tan oscurecido? Algo terrible estaba a punto de desatarse.

Rauda caminó hacia la esquina frontal norte de la casa, repasó por última vez los símbolos que habían inscritos en el papel para memorizarlos con fuego en su mente, y tras mojar con tinta el pincel empezó a inscribir el sigilo sobre el pilar. Su caligrafía era destacable pero a mitad de la inscripción se dio cuenta de que el resultado no la satisfacía, pues no estaba acostumbrada a hacer los símbolos de ese tamaño.

 ¿Qué era ese sonido que empezaba a escuchar? Le recordaba al susurro continuo del mar, pero otros más agudos rompían esa calma, eran sonidos metálicos. Se apresuró a finalizar el primer sigilo y seguidamente dio un paso hacia atrás para examinar la inscripción cerciorándose de que no había cometido ningún error, volvió a empapar la punta del pincel en el pequeño frasco de tinta y se dirigía al pilar del extremo sur de su hogar. Mélandyel se irguió parando atención en ese chasquido metálico que se escuchaba cada vez con mayor intensidad.

  • Ese repiqueteo… ¿Acaso son espadas? —Frunció el ceño al percibir la sensación de que ese sonido incesante que le recordaba al mar estuviera acercándose, clavó la vista en el horizonte y miles de reflejos alertaron su atención, los ojos de brillantes iris azules característico de su raza que la dotaban de aquella brillante mirada se clavaron en aquella marea de brillos que se avecinaban en su dirección, el frasco de tinta se le desprendió de la mano en el instante que empezó a asimilar las formas de esas criaturas que portaban los metales causantes de ese número abrumador de brillos— Por Belore, que oscura fuerza es la que se cierne sobre nosotros…

La joven apretó con fuerza el puño que sostenía la pluma y con una expresión gélida en su rostro empezó a trazar sobre el pilar las líneas que conformaban los símbolos. Empezaba a comprender la expresión severa de su padre y la desesperación de la civil. Se maldecía a si misma por carecer de poder para proteger a sus hermanos Quel’dorei, pero algo si tenía claro, dibujar esos trazos estaban al abasto de sus posibilidades, y si con ello podía salvar la vida de su padre no dudaría ni un instante en permanecer el tiempo que hiciera falta para completar la tarea que le había sido encomendada. Los gruñidos enfermizos empezaban a ser insoportables cuando solamente un símbolo del sigilo la separaba de su cometido, instante en que empezaba a percibir movimientos en su extremo diestro mientras su visión permanecía clavada en el pilar.

  • ¡Lo finalicé! —Exclamó en el momento que giraba el rostro hacia ese mar devastador de muerte que iba llenando completamente la calle cual plaga de langostas arrasándolo todo, seres que estaban a escasos metros de ella — Que la luz ilumine las sombras que se ciernen sobre nosotros…

Tan rápida como sus piernas le permitieron Mélandyel se adentró en el hogar, los pasos la situaron en el centro de la sala. Una oscura energía perturbaba su cordura y en fragmentos de segundos el tiempo se detuvo cuando el exterior de su hogar mostrado por dos ventanas con una puerta central pasó de la calma ensombrecida por la noche prematura a una corriente de muerte que avanzaban desbocada, con criaturas que en el pasado dejaron esta vida para ser abrazadas por la muerte. Ante ese rio de destrucción la joven vio el error que había cometido, la puerta estaba abierta de par en par y una abominación la observaba quieta en el exterior. El ser dio unos pasos y su enorme corpulencia no le permitió adentrarse en la vivienda, emitió un enfermizo gruñido gutural y el marco de la puerta estalló en miles de astillas con un crujido que pareciese fuera a derrumbar la casa. Mélandyel puso los antebrazos ante ella tratando de cubrirse pero el estallido de la madera la hizo trastabillaba cayendo de espaldas en mitad de la instancia. Pataleó tratando de alejarse de ese ser pero supo que de poco le serviría en el momento que elevó el rostro y vio a la abominación erguida ante ella con el brazo alzado y la clava iniciando el mortífero descenso.

  • Padre… Ayúdame… —Musitó tirada en el suelo. Trató de patalear hacia atrás para evitar el mismo destino que estaba azotando a su raza, pero esta vez su cuerpo no respondió resultándole imposible moverse

La joven apretó con fuerza la mandíbula al ver como el arma iba tomando mayor velocidad a medida que descendía sobre ella, y cuando empezaba a aceptar el abrazo de la luz tres enormes lanzas de hielo avanzaron a gran velocidad silbando sobre ella clavándose en la abominación. Los tres proyectiles hicieron volar a la putrefacta criatura expulsándola de la instancia y la clavaron en la fachada del hogar situada al otro extremo de la calle, Mélandyel giró el rostro y vio a su padre erguido ataviado con su túnica situado a escasos metros de ella. El mago avanzó situándose a su lado.

La corriente de muerte que circulaba delante de su casa que por algún motivo avanzaba de forma desbocada hacia el norte repentinamente se detuvo, y una cantidad de seres con formas grotescas observaron a los dos Quel’dorei desprotegidos por el gran boquete de la pared frontal que había dejado instantes previos la abominación, Róthandyel le devolvió la mirada a la muerte, mirada que en ese instante desprendía un brillante fulgor azul liliáceo. Un número abrumador de seres ponzoñosos observaban en silencio a padre e hija.

Mélandyel, retrocede hacia las escaleras —La orden de su padre rompió el siniestro silencio que momentáneamente reinaba en la instancia, acción que empezó a dar paso al inicio de decenas de gruñidos rabiosos.

Gracias a la voz protectora de su padre la joven cobró parte de su cordura e inmediatamente gateó hacia las escaleras del fondo de la estancia mientras se incorporaba. Con preocupación observó como a escasos metros de su padre se vislumbraba la calle llena de esos seres que ahora empezaban a ingresar en su hogar. En el instante que los gruñidos guturales empezaron a llenar la sala Róthandyel elevó los brazos en dirección a la plaga e inició un leve y continuo susurro, el aire de la sala empezó a condensarse y miles de líneas blanquecinas proveniente de todos los rincones de la sala trazaron arcos alimentando la concentración de energía que se arremolinaba ante sus manos. Una ventisca helada golpeó el cuerpo de la Quel’dorei obligándola a resguardarse detrás de la pared que conformaba el pasillo de las escaleras hacia el segundo nivel.

La fuerza del remolino iba incrementando por instantes a la vez que giraba con más energía sacudiendo con violencia la larga túnica de su conjurador que aguardaba inmóvil ante la amenaza cerniente ante él. Los cuadros y muebles empezaron a mostrar una capa cristalina, en las esquinas de la habitación se acumulaba escarcha y el suelo empezaba a ser símil a un lago congelado. Mélandyel entrecerró los ojos luchando por ver la alarmante cercanía en la que se encontraban esas criaturas de su progenitor. Una decena de necrófagos y esqueletos se encontraban ingresando al hogar, y si miraba más allá la cifra se incrementaba de manera sobrecogedora. Mélandyel estuvo a punto de gritar cuando uno de los necrófago saltó abalanzándose sobre su padre, instantes en que la ventisca dejó de azotarla y escuchó hablar a su progenitor.

  • ¡Qué la ira del legado Altonato os devuelva al agujero del que salisteis! —El remolino de escarcha se contrajo en sí mismo comprimiéndose en una bola blanca elemental de energía pura, la cual centelleó justo antes de liberar el poder focalizado hacía la amenaza, naciendo de esta una ventisca con tal furia que los pilares del hogar crujieron. La ventisca de polvo de escarcha estalló en un vendaval haciendo retroceder a las viles criaturas mientras en cuestión de segundos sus cuerpos se congelaban y resquebrajaban sin importar la corpulencia o voluntad de estas.

Después de la tormenta vino la calma. En el momento que la bola de energía concentrada se evaporó el silencio volvió a reinar en la habitación. Las paredes y el suelo estaban congelados al igual que la calle. Mélandyel cayó de rodillas observando como en el exterior miles de fragmentos congelados descendían simulando una suave nevada que jamás había visto en el Alto Reino. Sin terminar de creerse que aún siguieran con vida no pudo evitar esbozar una tenue sonrisa mientras observaba a su jadeante y agotado progenitor, sonrisa que se esfumó en el instante en que volvió a escuchar ese murmullo cansino similar al del mar.

  • ¡Padre! ¡Logré inscribir los símbolos tal como me encomendó! en poco tiempo esos seres volverán a estar aquí, ¿Que debemos hacer? —Exclamó a la vez que se incorporaba y avanzaba hacia él, ignorando las esquirlas heladas que se desprendían de sus ropajes a causa de los pasos.
  •  Me siento orgulloso de ti, hija…—Habló quedamente entre jadeos mientras cerraba con fuerza el puño presionando su pecho, y una tenue sonrisa fraternal se dibujó en su rostro—
  • Padre… —Mélandyel se encogió de hombros tras la respuesta que tanto contrastaba con los acontecimientos del momento, y al ver que extendió los brazos hacia ella sin moverse del centro de la sala la joven caminó acercándose hasta quedar entre sus brazos y estrecharle mutuamente. Su presencia protectora la reconfortaba y ambos cayeron de rodillas mientras los gruñidos guturales volvían a escucharse con claridad.

La calle helada volvió a estar rebosante de muerte, ambos Quel’dorei miraban de forma impasible a  las despiadadas criaturas que estaban a punto de ingresar en el hogar y fue cuando Róthandyel estrechó con fuerza a su hija levantando un ligero escudo de energía que cubría a ambos, apretó la mandíbula unos instantes antes de hablar.

  • ¡Prisión helada!

De los cuatro pilares que conformaban las esquinas del hogar se superpusieron cuatro pilares de luz blanca que se elevaron hasta sobrepasar unos cuantos metros el hogar, súbitamente cambiaron de rumbo y mientras se elevaban fueron trazando una línea hasta unirse en el eje central. El aire que había dentro del espacio que conformaban las líneas se fue condensando y haciéndose cada vez más pesado hasta llegar al punto de solidificación, convirtiéndose en hielo con una densidad extrema forjado por la magia.

 

 

Actualidad
Año 27 (edad 84)


El carromato de mercancías tirado por un caballo gris de grandes proporciones abandonó la ruidosa Ventormenta tomando ruta hacia las cercanías de Quel’Alah, Mélandyel tuvo la suerte de que aquél humano la llevara gran parte del recorrido a cambio de unas pocas monedas de cobre. El navío que realizó el viaje intercontinental partiendo de Theramore cruzó el océano reduciendo la duración del trayecto un par de días llegando con antelación gracias a la fuerza del viento de poniente que sopló a su favor.

En los últimos años, A raíz de la pérdida de su antiguo hogar a causa del abandono de Quel’thalas, la muchacha y su padre estuvieron viviendo en la ciudadela de Theramore tratando de asentarse en un nuevo hogar. El acomodamiento no fue fácil por el cambio que suponía pasar del verdoso entorno con clima controlado que les brindaba el Alto Reino a la embarrizada y grisácea fortificación sumando el desprecio que muchos de los humanos mostraban constantemente por los Altos elfos. Pese a las continuas muestras de rechazo por parte humana no tardaron en encontrarles utilidad gracias a los conocimientos mágicos de Róthandyel, y así terminaron pasando 4 años hasta que pudieron afianzar su nueva morada.

Una vez asentadas las bases en el nuevo territorio la situación personal llegó a un punto en que carecía de sentido su estancia en la ciudadela. La elfa no disponía de conocimientos prácticos en el campo de la magia para ayudar, y la falta de tiempo por parte de su progenitor al tener que cumplir con las funciones de la humilde tienda que habían abierto fue el causante de la decisión sobre su partida hacia el continente del este con la esperanza de obtener conocimiento que la joven deseaba para conseguir acercarse a los objetivos que habían estado rondando por su cabeza estos últimos años. Mélandyel deseaba desarrollar habilidades para permitirle proteger a los seres y evitar que se repitan desagradables sucesos que vivió otrora.

Se inclinó hacía un lateral para evitar el contacto de unas ramas que puenteaban el sendero y observó con agrado el verdor de esos parajes naturales que tanto había añorado por culpa de sus hermanos corruptos le privaran de tal derecho cuando los expulsaron de Quel’thalas. La poca fauna que conseguía avistar se alejaba a toda prisa por el ruido que producía el carromato.

  • Este desvío es el punto más próximo de Quel’Alah al que le puedo acercar, señorita. —Informó el humano irrumpiendo el sonido cansino de las ruedas del carromato— Debo de tomar el desvío pero no te preocupes que siguiendo el sendero llegarás sin problemas.
  • Le agradezco sumamente su ayuda mi señor. —Miró en dirección al camino que debía de tomar y seguidamente desmontó del carromato— Anu belore de’lana.
  • Si, si… lo mismo para ti. —El humano frunció el ceño mientras la miraba y seguidamente azotó con las correas al caballo para reanudar el viaje.

Sin más demora que la de dar un vistazo general a aquel natural paraje llamado Bosque de Elwynn, Mélandyel emprendió el camino hacia la pequeña aldea.

 

 

 

Editado por Curly

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