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Murdoch

El abismo te devuelve la mirada.

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ÍNDICE

PRÓLOGO. De las deudas, lo mejor no tenerlas.

CAPÍTULO I. Cieno, lodo y sangre.

[...]

 PERSONAJES (ST's)

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Nombre: Bernard Rosenberg. 

Edad: 38 años. 

Estado: Vivo.

Ocupación: Contrabandista.

Reseña: [...]

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OBJETOS

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NOTAS OFFROL

Iba siendo hora de empezar a dejar constancia de la trama que estoy planeando con Varno. Aquí tan solo os voy a comunicar un par de avisos para navegantes sobre ciertas cuestiones. 

La primera es que aunque estos roles hayan sido el pistoletazo de salida, y que por razones de interpretación y coherencia hayan sido algo “cerrados”, procuraré irlos abriendo para que cualquier interesado tenga cabida, buscando la excusa o el pretexto adecuados para introducir a más participantes. Espero que dentro de poco pueda engancharos a más de uno, de dos, y de tres, de los que pululáis por Elwynn y alrededores, especialmente a aquellos cuyos personajes han tenido más trato con Varno.

Esto va para largo y va con calma. No soy muy fan de establecer días y horarios rígidos por el foro, porque realmente todos tenemos una vida detrás del monitor, y podemos fallar (yo el primero) o no tener disponibilidad para ese momento. Además, hay varias tramas en marcha ahora mismo por la zona. Así que prefiero ir hablando con quienes se vayan interesando, por el Discord, e ir viendo cuando cuadra la cosa para seguir moviéndose.

También, y para que a nadie le pille por sorpresa, aviso de que el contenido de lo que se pueda rolear en determinados momentos podría ser susceptible de clasificación como PG-18 por fuerte, visceral o explícito; y de que existe riesgo de muerte y mutilación de los personajes. En todo caso, y que esto quede claro, nunca por un mal dado en un momento determinado, pero sí por las acciones o decisiones que puedan tomarse a lo largo de la trama, porque al fin y al cabo, las consecuencias de cada rol van a depender de ellas.

Nada más, chavales. Un saludo, y nos estamos viendo.

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PRÓLOGO.

 De las deudas, lo mejor no tenerlas. 

 

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En este momento me estoy preguntando algo, Varno. —las palabras se escapaban de entre sus labios con voz áspera y quebrada, sin perder siquiera un ápice de tranquilidadImagínate. Sabes que tienes que romperle el brazo a alguien que está sentado justo frente a ti. El derecho. O el izquierdo. Da lo mismo. La cuestión es que tienes que rompérselo, ¿hm? Porque si no lo haces… Bueno, eso tampoco importa. Digamos que ocurrirán cosas peores si no lo haces. Y me pregunto qué cojones harías tú en mi lugar ante esa situación. Ya sabes. ¿Le rompes ese brazo, deprisa? ¡Crac! Y… oh, vaya, lo siento. Deja que te ayude con este cabestrillo. Joder, ¿o alargas todo el puto proceso durante sus buenos ocho o diez minutos, y vas aumentando la presión y el dolor, poco a poco, despacito, hasta que aquello se convierte en algo rojo, y verde, y caliente, y frío, y, en fin, absolutamente insoportable?

En aquel instante el tiempo parecía haberse detenido para él. Sintió cómo su corazón retumbaba contra el pecho; cómo el sudor discurría, frío y mojado, por su rostro y por su espalda. Y sin embargo, en tan eternos segundos, no pudo hacer más que mirar al frente embotado y casi ausente. Justo a donde el cañón de la llave de chispa que sostenía el otro apuntaba directo a su morro. Un leve toquecito en el gatillo bastaría para que sus sesos se desparramaran contra la pared. Entonces se preguntó una vez más si estaría listo para adentrarse en la oscuridad. Pensamiento rápido, estúpido, y fugaz. Tragó saliva. Inspiró, y el humillo cálido y vaporoso  del opio quemado que flotaba en el ambiente le rascó la garganta. Tuvo que carraspear; tratar de aclararse la voz. Antes de pronunciar muy despacito; con fingida apatía.

Cuando esta tarde el cielo se oscureció, y…~ aunque no eran más que nubes, tuve la sensación de que todo se terminaba. Y la impresión de haber sentido lo mismo un millón de veces antes. —masticó cada palabra, saboreándola, y volvió a tomar aire, en un suspiro quedo—. Se hace tarde, Bernie. Afuera llueve. Y nada de lo que yo te diga aquí ahora va a cambiar el pasado. Puedes matarme; aunque para la mayoría ya estoy muerto. Puedes torturarme, pero nada cambiará. O puedes escuchar lo que tengo que decirte. Creo que está vez sí podría serte útil.

Se hizo un silencio cruel. El hombre no bajó la pistola. Aunque Varno sí su mirada; tornándola hacia abajo, para clavarla en la mesa carcomida que los separaba. En sus surcos y grietas halló la mugre acumulada a lo largo de una década. Todo en aquél sótano seguía tan sucio, extraño y ajeno como la última vez.

¿Y bien? —farfulló, con voz ronca.

Te ayudaré. Pero después quedaremos en paz.

***

De Bernard Rosenberg se decían muchas cosas. De seguro pocos querían tenerlo entre sus amigos, pero eran aún menos los dispuestos a anotarlo en su lista de adversarios. Resultaba difícil predecir en qué condición sería más peligroso.

En esas calles y en estos tiempos había medrado con el mercadeo deshonesto y la extorsión barata, y cualquiera se arriesgaría a concluir que a primera vista no era más que otro sucio putañero más, o uno de esos contrabandistas de licor, pistolas y tabaco desprovisto de escrúpulos. Pero lo cierto era que Bernie —como por allí se lo conocía— había decido ir mucho más lejos. Armado con poco más que una pizca de ingenio y un don innato para el chantaje y la intimidación, logró establecer su pequeña red clandestina dedicada al contrabando de artefactos mágicos y reliquias arcanas. Quizá la mayoría no pasaran de simples baratijas; mas poca duda cabe acerca de lo sombría que es la travesía por las aguas de semejante tráfico, pues son muchas —y muy variadas— las manos que pueden llegar a codiciar tales mercancías.

Pudo apretar el gatillo. Pudo ordenar a sus matones que partiera el brazo, los dientes, o cualquier desgraciado apéndice de nuestro trotamundos. Con Bernie nunca se sabía. Así que tan solo se limitó a descender su arma, y perfilar una sonrisa taimada y mordaz, que dejaba ver un par de dientes tan negros y podridos como el futuro que en aquel momento Varno presagió para sí.

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CAPÍTULO I.

 Cieno, lodo y sangre. 

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Atravesó la etérea masa gelatinosa de su cuenca; hurgó y tironeó a placer con los restos. Merecido botín. Soltó un graznido. Otros lo habían seguido. Toda una bandada. Ávida por picotear la carroña que la mañana les brindaba.

Las primeras luces del alba asomaban ya por entre la espesa niebla. Trémulas. Mientras el embravecido oleaje se encargaba de lamer los despojos del casco. El hedor a cadáver añejo se mezclaba con otros aromas más livianos; la humedad, las algas, el salitre. Sobre la otrora cubierta podían adivinarse cuatro o cinco cuerpos. Eso, si uno tenía la paciencia, y el estómago, para pararse a unir los trozos quebrados. Huesos rotos; miembros cercenados, vísceras desparramada. En fin, una imagen desoladora para cualquiera que aún conserve la virtud de estremecerse ante la crudeza de la muerte.

Allí, bajo los estropeados escalones y al amparo de la bodega, el guiñapo de lo que un día antes también había sido un hombre continuaba recostado cual ovillo. Mudo y sordo.  Su rostro, si es que aún merecía ser llamado así, no era ya fácil de mirar. Un disparo certero había hecho que el perdigón atravesara el cráneo y esparciera los sesos por toda la pared.  

Los cuervos no habían sido los primeros en posarse sobre aquel lugar.

***

Su lengua se desliza por unos labios resecos y agrietados. Sofoca un quejido tímido al acariciar alguna de las heriditas. Mirada perdida. Hundida en las grietas que el techo apolillado de la buhardilla revela. Ya es de día, sí. Y esas luces de la mañana también se cuelan por los ventanucos de su alcoba.

Varno espira una bocanada de aire por la boca. Cansado. Deja que sus párpados caigan como dos guillotinas; y permanece en silencio. Sucio, magullado y exhausto, tal vez. Pero con la cabeza sobre los hombros. Es consuelo suficiente. Por ahora.

***

Resumen y consecuencias.

—Has seguido a Varno por las marismas, al encuentro de los restos del naufragio. Salisteis airosos del encontronazo con una partida de exploradores gnoll en la ciénaga, y lograsteis acceder a los restos del navío pese al oleaje. Allí pudisteis contemplar el desalentador panorama, y encontrar a quien parecía el único superviviente.

Un brusco movimiento de Alondra provocó que el hombre apretara el gatillo, e hiriera a la muchacha en el muslo izquierdo. Por fortuna, el perdigón no secciono la arteria, y un improvisado torniquete bastó para evitar que te desangraras como un puerco en el sitio. Necesitarás que alguien te saque la bala, y los cuidados de algún galeno decente.

Duración: 10 horas.
Máster: Varno @Murdoch.

Personajes participados y habilidades usadas:

 

Varno: Nadar / Advertir / Escalar / Reflejos / Defensa / Espada ligera / Pistola de chispa

Alondra: Nadar /  Advertir / Escalar / Reflejos / Defensa / Daga 

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CAPÍTULO II.

 Amistades peligrosas. 

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—Por las barbas de mi madre, chico. No se te puede dejar solo: estás hecho un desastre.

Varno escudriñó el rostro de su viejo camarada de correrías, aún lívido. Lo cierto es que tenía una pinta tan deplorable como la última vez, quizá peor.  Era un enano grandullón (o al menos lo era entre los suyos) y corpulento, tuerto y atenazado por los rigores de la vida en alta mar, con una larga barba enmarañada tan negra como una bala de cañón pegada al rostro duro. Estaba algo más delgado, y desde luego un poco más calvo; aunque ya se había acostumbrado a rematar su pronunciada corona de laurel con una trenza larga y grasienta que le descendía hasta la mitad de la espalda.

—Estoy bien, Tarnn. De verdad.—replicó el joven, mordisqueándose los labios.

Ambos estaban sentados al borde del par de camastros de la habitación de Varno, uno frente al otro. El joven se había acomodado en el catre raído y roto, tal vez por temor a que si fuera su socio quien aposentara las posaderas allí este acabara por romperse del todo, provocando la furia del infausto mesonero que una y mil veces lo había advertido de que esa cama no debía usarse.

—¿Bien?—repitió el enano, oteándolo desde enfrente con la mirada cristalina de su único ojo—. Te he encontrado durmiendo con los puercos ahí fuera. Estás lleno de porquería, y hueles peor que mis calzones. —esbozó una sonrisa amplia, jocosa, que dejaba entrever la pareja de fundas de oro que relucían entre su dentadura—. Si esa es tu idea de que las cosas vayan bien…

Era cierto. Varno tenía la ropa llena de barro y mierda de cerdo, y la boca aún le sabía a vómito. Se había desplomado en la porqueriza de madrugada, mientras regresaba a la posada.

—Solo ha sido esta vez. Anoche un soldado me dio algo de fumar que…~ no me sentó muy bien. —pronunció las palabras despacito, avergonzado por las trazas tan poco dignas en las que había tenido la mala fortuna de ser hallado por el enano.

—Ya. Un soldado…—repitió el otro con sorna, acostumbrado a pillar al joven en más de un embuste, de dos, y de tres—. Todavía me miras como si estuvieras viendo a un fantasma.

—No es muy diferente a eso. Quería pensar que aún no te habían matado, pero imaginaba que seguirías en la Bahía, o en algún otro puerto desastroso de los Mares del Sur. Gastándote hasta el último cobre en aguardiente y fulanas. —lo miró un instante, y trazó una sonrisa leve, algo melancólica—. Ya sabes, como en los viejos tiempos.

Qué mas quisiera. Pero las cosas se pusieron feas. —tomo una bocanada de aire, corta. Y la dejó escaparse en un suspiro hondo y grave—. Tengo poco tiempo. Me ha llevado toda la mañana encontrarte y ya debería estar de vuelta.

—¿De vuelta en dónde? —interrogó Varno.

—Déjame hablar, mocoso. A eso he venido. Tengo un negocio que proponerte, y los dos podemos sacar tajada. —el enano irguió la espalda, sentado al borde de la cama. Mirando a Varno—. Llevo todo el invierno trabajando con unos tipos. Son tan pazguatos como tú, o más. ¿Recuerdas lo bien que se me da manejar el esquife? Pues al desgraciado que lo hacía con ellos antes no se le ocurrió otra cosa que morirse. Así que necesitaban reemplazarlo. Yo estaba en Ventormenta, y alguien les habló de mi en un lupanar del puerto.

—¿Has vuelto al contrabando? —volvió a inquirir Varno, aunque el tono no se antojaba un reproche.

—Sí. —alzó los hombros, y los dejo caer, con indolencia—. Pero escúchame rapaz. Me he cansado de ellos. No es que sean mala gente, pero creo que los voy a mandar a tomar por el culo. Y he pensado que como decís vosotros “para lo que me queda en el convento, me cago dentro”. —sonrió, volviendo a mostrar los dientes de oro—. Hará un par de semanas recogimos una mercancía que me hizo acordarme de ti. No es ninguna baratija, te lo aseguro. Y puedo decirte dónde está nuestra guarida, qué días saldremos a remontar el río…

—Vas a pedirme que les de el palo por ti. —sentenció Varno, interrumpiéndolo, antes de trazar una sonrisa, a medio camino entre la resignación y la sorna.

—No me mires así piltrafilla.  Será sencillo, ya lo verás. Te diré todo lo que tienes que hacer. Luego hablamos de cómo nos repartimos el pastel. —le devolvió la mirada, clara, y torció algo el gesto—. Y además me lo debes. Después de todas las que me he comido yo por ti.

 

[...]

—Te lo juro jefe. Un petardo. Y luego empezó a salir humo. —repitió el mozo, delante de sus compinches.

Hacía frío, aunque el sol ya brillaba en lo alto cuando la mesnada de contrabandistas se reunió a la vera del pantalán en un corrillo. No eran más de una quincena, la mayoría muchachos jóvenes y harapientos salidos de las aldeas cercanas. Y Tarnn, el enano, estaba entre ellos.

Aquel era un lugar casi desolado. Un viejo puesto de aduanas, quizá, que en otro tiempo habría tenido un aspecto más solemne. El abandono y la guerra lo habían reducido a poco más que una ruina: un cobertizo roñoso, un pantalán que a duras penas se erguía sobre el río, y el par de cabañas desvencijadas que daban cobijo a tan desnortada banda de pillastres.

Las aguas del río descendían con cierta premura bajo sus pies; iban a reencontrarse con el gran Nazferiti, que en su ancho y calmado caudal discurría hacia poniente.

—Sois imbéciles. Os he dicho mil veces que quiero que estéis de guardia cuando salgamos a hacer negocios. —bramó el tipejo que parecía su cabecilla, un hombre alto y esmirriado, calvo y con una espesa barba taheña—. ¿Qué se han llevado?

—Pues he estado toda la noche haciendo inventario. —se atrevió a decir alguno—. Está todo. Menos un baúl. Ese que nos dieron tus amigos de los páramos la otra semana; el verde.

—¿El verde? —el jefe soltó un bufido—. No me jodas, hombre. Ese lo tenía apalabrado con una gente de la capital.  —el hombre le pegó una patada a una piedra, con rabia, tal vez por no dársela a alguno de sus compinches en los morros—. Qué puta suerte. Me han robado en mi casa, y mientras la mitad de mis hombres estaban holgazaneando y jugando a las cartas. Os juro que os vais a enterar de lo que vale un peine.

Alguna sonrisa ladina se dibujó entre la turba, tímida y avergonzada. La calvicie de su líder solía ser motivo de mofa habitual, pero solo a sus espaldas.

—¡¿Qué cojones os hace gracia, gilipollas?! —rugió, casi fuera de sí—.  Aquí algún hijoputa se ha ido de la lengua. Y cuando me entere de quién ha sido más le vale rezar lo que sepa.

***

Resumen:

—Habéis ayudado a Varno a dar el palo a la banda de contrabandistas. Llegasteis a su guarida poco después del crepúsculo, y aprovechando la oscuridad sorteasteis cada obstáculo, eludiendo la mirada de los cuatro tipejos que montaban guardia fuera. En más de una ocasión estuvisteis a punto de ser descubiertos, pero al final nadie os ha visto. Todo ha salido casi bien, y eso no está nada mal. 

Consecuencias:

—Nadie os ha visto, pero habéis dejado claro que estuvisteis allí. El petardo-trampa de Doyran para cubrir la huida, y el cerrojo del almacén forzado por Alondra son pruebas palpables de la incursión. 

—Alondra se ha llevado una señora hostia al caer desde el tejado del almacén al suelo, entre el fango. 

Recompensas:

—Baúl verde, algo roñoso y mas bien pequeño. Qué será, qué tendrá.

Duración:  7 horas (4 de evento, y 2 o 3 de preparación).
Máster: Varno — @Murdoch

Personajes participados y habilidades usadas:

@Murdoch como VarnoSigilo / Escalar / Advertir / Ilusión básica / Buscar

@Beretta como Alondra: Sigilo / Escalar / Advertir / Cerraduras / Buscar; y como Runa: Advertir

@Nora Folch como Nora: Sigilo / Escalar / Advertir

@Akrosscomo Doyran: Sigilo / Escalar / Advertir  / Armas arrojadizas

 

Notas offrol:

La trama personal de Varno vuelve de entre los muertos. Ahora que tengo más tiempo que cuando la empecé voy a seguirla, y meterle caña. Así que aquí queda esto. Muchas gracias a los que estuvisteis en el rol de anoche, seguiremos haciendo. Y como siempre, por favor, evitad postear cualquier cosilla en este hilo, para que vaya quedando despejado para los capítulos que estén por venir.

Editado por Murdoch
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