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  1. Blues

    [Los Baldios,Orco] Exilio

    "Déjalo vagar por la tierra, que se pierda en el polvo y su sangre vuelva a su hogar. Es piadoso dejar que se lo devoren los buitres." Prólogo El ambiente asfixiante y cálido dentro de la tienda principal del clan amenazaba con engullir completamente cualquier esperanza de salir con el honor intacto. Afuera asolaba como una mala maldición el calor del sol sobre las pieles dispuestas sobre una estructura de madera, creando una carpa de matices rojizos como la sangre seca sobre el cuero, como consecuencia, dentro se respiraba un aire pesado y cálido que solamente hacía más sofocante la conversación en curso. Se encontraban todos los cazadores del clan reunidos en un circulo que rodeaba a un único orco inclinado con la cabeza baja. Su espalda se encontraba desnuda, exuberante de sudor que perfila la piel tensa de sus hombros. Su cabello negro y largo caía como un velo sobre su rostro, se encontraba sucio y lleno de cebo. Toda la sala se había quedado callada, juzgando en silencio al hermano en el centro, ni siquiera se escucharon susurros entre los presentes. Tampoco se escuchaba la respiración de ninguno. -Te lo preguntaré una vez más Daerek- Exhaló el más fuerte de todos, el orco que se encontraba orgulloso sobre un trono hecho con huesos, piel y espinas. -¿En que dirección huyó?.- El joven cazador tomo aire seco por su nariz, le sirvió para saborear el sonido de su nombre, la sequedad de su garganta y revivir el ardor de su mano derecha que sangraba como una catarata roja de tibio dolor, algún día esa herida se hará una cicatriz, pero no será una de la que Daerek se sentirá orgulloso. -Se fue hacia el Oeste, padre, montó y marchó hacia el oeste.- El orco en la silla del jefe se reclinó hacia atrás en su respaldo hecho con cuero grueso de jabalí y adornado con cráneos de jabiespínes secos y atravesados con estacas en el tocado de la silla. Su nudillo derecho se tensó sobre el brazo de madera negra y sus dientes gruñeron con un inconfundible bufido cargado de decepción. -Y tú dejaste que te emboscara, pisoteara tu honor y después...¡Permitiste que se llevara tu montura!-Dijo, su tono levantó hasta las motas de polvo sobre los hombros del humillado joven, quien tenía el cabello negro cayendo sobre sus hombros como un velo de verguenza, No había forma que pudiera ver a su padre a los ojos después de mostrar tanta debilidad. -Para cuando me di cuenta de lo que estaba planeando...Era demasiado tarde Padre. ¡Sí hubiera sabido que ella...!.- -SI lo hubieras sabido no estarías ahora humillado ante mi como un inútil. ¡Tú, no eres hijo mio a partir de ahora, ni un hijo de nuestro clan!- La sala se estremeció en silencio, los presentes, en especial los más viejos, solamente asintieron en silencio. Algunos ya tomaban sus objetos y miraban a la salida de la tienda, la sentencia era obvia, pero aún así tuvieron la cortesía de asistir al juicio de Daerek, hijo de Dorik, del clan Pasosombrío. -Ire a buscarla al Oeste...-Dijo finalmente, cuando el silencio se disipó después del arrebato de su padre, la sentencia ya estaba dicha. Su destino, sellado. Desde ahora era un Exiliado de su clan, de su padre y de todo lo que había conocido. La herida en su mano derecha empezó a palpitar con un enloquecedor ardor. -Iré a buscarla al Oeste...-Repitió.- Me internaré en la planicie, la buscaré entre los cadáveres y entrañas corroídas por el sol y las bestias. Buscaré el agujero en el cual se esconde...¡Y entonces la traeré de regreso, para restituir mi honor ante mi clan!- Se produjo un inquietante silencio en la tienda. Las miradas, entre ellas las del joven Daerek, se centraron en el único ojo de Dorik, el señor de los Pasosombrío. Nadie esperaba una absolución tan sencilla, mucho menos después de lo que había sido una expulsión del clan. La tensión en el ambiente ahora era similar a la que siente el león antes de flexionar sus músculos, lanzarse desde su escondite y morder el cuello del antílope que bebe sin darse cuenta del peligro. -Eso no cambiará nada, Orco sin clan, Tu palabra ya no significa nada en este lugar, fallaste en tu propósito como miembro de nuestra estirpe...Y ahora, eres un jinete sin lobo, Eres peor que escoria.- el viejo jefe se levantó entonces de su silla, se acercó al ahora exiliado miembro del clan y tomo su cabellera negra y abundante. recogió el cabello en una larga coleta con una mano, y luego puso la otra sobre la cabeza del orco. -A ti, ya no te queda nada Daerek, ni siquiera tu nombre.- Dijo antes de hacer presión hacia arriba, jalando la cabellera del orco con un rápido y brutal movimiento. Se escuchó un grito de dolor por parte del joven, y otro más de su padre liberando la furia y el dolor causados por la vergonzosa falla de su primogenito. Algunos juraron que la vida del cazador terminaría ahí mismo, con su cuero cabelludo arrancado de tajo por la mano de su padre, pero no, fue por poco. Poco importa si se trataba de vivir sin honor, sin un clan y una montura que lo acompañase. Fue la ira, el dolor y la creciente necesidad de venganza que su cabeza se mantuvo pegada a su cuello, y él, no sucumbió ante el brutal castigo. Afuera la noche ya había caído, y con ella, el clan se preparaba para las salidas de caza nocturnas. Los cazadores mas experimentados habían presenciado la brutal expulsión de un prometedor lider, pero todas las promesas de grandeza y cazas exitosas se habían desvanecido con los ultimos gritos de dolor del joven. Ahora lo veían marchar con la cabeza alta, con sangre brotando de su cabeza y cayendo como rios sobre las arrugas de su rostro. La luz azul de las lunas llenas pintaba de un color como el cobre sus heridas, y la planicie árida de la savanna no ofrecía ninguna sombra donde pudiera ocultarse el cazador y tapar su verguenza. Los cazadores observaron mientras tomaba lo único que se le había permitido llevar consigo. Su hacha, quien había pertenecido a su madre, y apenas una pequeña bolsa de cuero con suficientes raciones para morir lentamente de hambre. El ahora cazador sin clan caminó en solitario hasta la entrada de los muros con pinchos que habían levantado con la sangre de muchos. Allí, le esperaba un lobo pequeño, cojo y enfermizo que no servía para la guerra, ni para la cacería. Quedaba en el si montarlo hasta matarlo, o matarlo para después comerlo y vivir un par de días más en su miserable existencia. Pensó en aquella mañana mientras montaba el lobo que ahora sería su único compañero, sintió su pelaje gris y también, como el animal resintió el peso del orco, Jamás podría correr a toda velocidad con él arriba, así como él jamás podría huir de su verguenza, ni de la marca permanente que dejó su padre como símbolo de su magnitud error. Había perdido todo por culpa de un mero descuido, una efímera fantasía. Su cabeza aún ardía en deseos de venganza, y supuraba sangre por sus heridas aún abiertas. Pero no pudo importarle menos aquello, o lo que fuese a ocurrir ahora. Debía buscar un grupo de caza que lo siguiera al oeste, a la planicie en su exilio. Debía hacerlo para encontrarla a ella, y recuperar su honor con el último suspiro de su cuello cuando la estrangulara hasta la muerte. La sola idea de aquello calmó su dolor
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