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  1. SwordsMaster

    El nuevo Amanecer

    El nuevo Amanecer Las dos escuadras de cuatro soldados exploradores imperiales cada una se habían formado ya caída la noche. Los dos cabos salieron de la torre de la guarnición y observaron a los soldados formados en la entrada. Y comenzaron a pasar revista y revisión. La escuadra al mando del Cabo Faler era un lujo. Sus armas bien afiladas, limpias y engrasadas. Sus arcos igual, las cuerdas bien tensadas y mantenidas y las armaduras bien colocadas y cuidadas de los daños del ambiente. La escuadra estaba compuesta por Alberto de Villangosta, un hombre de unos 24 años nativo de Elwynn. Tin Dannison, un joven de 21 años originalmente nacido en el norte y que acabó refugiado en el sur de pequeño tras la tercera guerra. Enrique Sacacorchos, de 26 años (Aunque prefiera no utilizar su apellido por obvias razones), un hombre educado y honorable nativo de Elwynn y Gronn, un soldado robusto y silencioso que pasaba de los 30 años, desconocido su origen exacto. La otra escuadra... No tanto. Sus armas melladas y sin afilar, o simplemente hecho mal. Sus arcos y armaduras sin haber recibido poco o ningún cuidado contra los daños del ambiente. Todos ellos soldados recién ascendidos hace un par de meses, alguno más u otro menos. Damián Rocaverde era un joven temeroso y nervioso de unos 18 inviernos. Tristán Arribald era el segundo hijo de un noble arruinado, de 20 inviernos, que había sido alistado en el ejército por orden de su padre y había acabado siendo enviado al norte, sin quedar claro porqué su padre permitió tal cosa. Arnold O'Brien tenía 18 inviernos y era hijo de granjeros a las afueras de Villadorada que se alistó en el ejército ya casi finalizada la guerra gnoll. Y finalmente Elisa Grimmlyn, una muchacha de 19 inviernos nativa de las Montañas Crestagrana, demasiado inocente e idealista y... Única mujer del grupo. Tras darle una lección al joven Tristán que no olvidaría en mucho tiempo, el cabo Faler dio un discurso sobre comportamiento durante un largo rato a los soldados, especialmente dirigido a la escuadra joven e inexperta, pero no carente de regaños al otro grupo. Y seguido a eso, organizó a los exploradores en parejas mezclándolos entre escuadras para incentivar un compañerismo que faltaba a raudales entre ambos grupos de soldados, y un intento esperanzado de que los novatos pudiesen aprender algo de los otros soldados menos inexpertos. Las parejas serían... Alberto y Damián. Tin y Arnold. Enrique y Tristán. Y finalmente, Gronn y Elisa. Cada pareja se le ordenó montar una tienda en la que descansarían juntos, formando un pequeño campamento cercano a la Torre de la Guarnición a las afueras de Costasur, y el sitio donde el cabo Faler planeaba entrenarlos ante lo que se avecinaba. Pues aunque hubiesen sido entrenados como exploradores, a varios les faltaba el saber actuar como verdaderos soldados... Y ese sería el verdadero entrenamiento. // Rol corto para introducir a las tropas enviadas desde el Sur. No se ha usado ninguna habilidad.
  2. Nombre: Eneryel Aur'Ithladin Raza: Sin'dorei Sexo: Hombre Edad: 76 Altura: 1'70 Peso: 60 Lugar de Nacimiento: Aldea Brisa Pura, Quel'Thalas Fecha de Nacimiento: 10 de Septiembre Ocupación: Viajero Descripción Física: Un elfo de recién alcanzada madurez, con rasgos finos y juveniles. Lleva un cabello dorado, largo y sin muestras de preocuparse demasiado por peinarlo. Sus ojos brillan verde y son verdes, totalmente verdes. Su tono de piel es pálido, pero no en exceso; es una palidez natural, no la que se vería en alguien que nunca sale a tomar el sol. Su estatura y peso no destacan del de cualquier otro elfo de su edad ni tiene problemas de salud, pero no es sin embargo un físico ejercitado. Descripción Psicológica: Es una persona amable y llena de empatía por todo y todos, el tipo de persona que fácilmente puede ser superado por los remordimientos. Es pacífico, tratará de evitar las luchas y los encuentros agresivos, y si hay una opción que no acabe con todos muertos la preferirá por encima de las luchas que al resto de seres en Azeroth parece fascinarles tanto. No es, sin embargo, un extremista y se defenderá a él o a sus amigos si tiene que hacerlo, simplemente prefiere evitar esa opción en el máximo de situaciones posibles. Denominado por su profesor de magia como “uno de los elfos más afortunados del alto reino”, jamás tuvo que sufrir la pérdida de su familia, la cual sobrevivió al completo, lo cual es una experiencia de doble filo; no tiene los estragos mentales de la mayoría que sufrieron tales pérdidas, pero es en consecuencia bastante más inocente. Historia Los rayos de luz se colaban por la ventana de la habitación, descendiendo lentamente sobre todas las superficies, ayudando a iluminar con un tono cálido y primaveral lo que probablemente pasaría como una habitación de las más sencillas de la Aldea Brisa Pura, sitio natal del joven elfo que escribía con calma bajo la calidez de la luz que otorgaba el sol matutino. La cama no destacaba en nada, con unas simples mantas de un solo color plano, turquesa. Había un armario donde probablemente estaban sus vestimentas, una pequeña estantería con libros a su lado y, finalmente, aquel viejo escritorio que llevaba toda su vida acompañándole sobre el cual se encontraba un pequeño libro, pluma y tinta. Eneryel acabó de escribir sus últimas anotaciones en su pequeño libro-grimorio, con los últimos avances que había hecho ayer junto a su profesor. Releyó con una leve sonrisa aquellas últimas anotaciones, satisfecho del avance que había hecho desde aquel entonces. Mientras releía el olor de unos panes horneados y té iba ascendiendo desde la primera planta de la casa, y como cabría esperar pronto se oyó la voz de su madre llamándole a desayunar. Tras cerrar el libro, tapar el frasco de tinta y limpiar la pluma se encaminó por las escaleras al primer piso, donde la escena de su madre sirviendo tres pequeñas tazas humeantes, con un plato lleno de panes recién salidos del horno y su padre listo para irse a aplicar su trabajo como tutor de magia le recibió. Si cualquier persona hubiese visto aquello, habría pensado y con razón que aquello sucedía antes de la invasión de La Plaga al glorioso reino élfico, el Alto Reino. Pero no era el caso. Acabado el desayuno, todos se preparaban para seguir su rutina. Eneryel y su padre una vez más se encaminarían juntos a la pequeña academia en Brisa Pura, hablando de temas tan banales como el clima o los progresos de su hijo. Con cada palabra de camino, su padre parecía mostrar en su rostro el mayor de los orgullos mientras su hijo relataba sus avances. Quizás no fuese una mente brillante avanzada a su era, pero sin dudas el joven tenía el don del esfuerzo y el entusiasmo, siendo eso probablemente la mayor fuente de orgullo para su padre. Llegados a la simple y pequeña academia en Brisa Veloz padre e hijo se separaron en caminos, uno dirigiéndose a enseñar y otro a aprender. Hacía tiempo, la Plaga, una horda de terribles no-muertos habían osado atacar, asediar, arrasar y masacrar el Alto Reino, Quel’Thalas, y a todos los elfos que allí vivían. Sin excepción y sin distinciones, avanzaban matando a todo ser viviente que encontraban, cada pueblo arrasado, cada familia masacrada. El fuego y los gritos recorrían cada esquina del otrora glorioso reino, convirtiendo por un momento la mayor de las utopías… En la peor de las distopías. Cuando los ejércitos de no-muertos llegaron a Brisa Veloz, pocos sobrevivieron. Viejos vecinos, antiguos amigos, todos desaparecían bajo las espadas, lanzas e incluso garras de las peores abominaciones que los mortales habían visto jamás. Bajo una vista más detallada, se podía ver una casa vacía. A veces algún no-muerto entraba, revisaba, rompía algo y salía. Más allá, bajo las escaleras, una puerta llevando al sótano. Más allá de la puerta, un escudo arcano aislaba el sótano del resto de la aldea. Mientras todos morían… Ellos estaban a salvo. ¿Cómo podría alguien tomar jamás la decisión entre su familia o luchar por defender a los suyos? El escudo arcano resistió, incluso cuando la puerta al sótano cedió y algunas abominaciones trataban de abrirse camino debajo para acabar con sus presas. Pero nunca ocurrió, y para cuando la horda siguió su camino… Seguían vivos. Brisa Pura se recuperaría con los años, pero jamás recuperaría a quienes habían caído. Varios caídos que quizás habrían sobrevivido si alguien hubiese escogido luchar en lugar de esconderse… Pero ¿cuál habría sido el precio a pagar? Eneryel tomó asiento. Otro día. Más lecciones. Sacaba apuntes, practicaba, estudiaba. No solo magia, a veces historia, a veces geometría. El día acababa de nuevo. Padre e hijo se encontraban para volver a casa, sin romper la rutina. Cayendo ya el sol en el horizonte, otro té les esperaba para la merienda. Más tarde, Eneryel se pondría a leer y eventualmente acabaría por irse a la cama. Una rutina inalterable. Mientras yacía en la cama observó la ventana, con las lunas brillando en el cielo juntas. Alguna vez habría comparado a su pueblo con ellas, brillando en lo alto, inseparables, a través de las semanas, los meses, los años y los siglos; allí seguían, en lo alto, brillando juntas. Ahora todo lo que quedaba era un pueblo disperso y roto por el pasado, reconstruyéndose, pero roto. Roto… ¿Pero y si alguien pudiese repararlo? Estaba acostado, divagaba y pecaba de inocente. Pero las ideas se asentarían con el tiempo… Eneryel abrió los ojos. Hoy era un día especial. Su septuagésimo quinto cumpleaños. Prácticamente dando un salto de la cama, abrió las puertas del armario de par en par y se quitó el pijama para pasar a ponerse ropas adecuadas para el día a día. Bajó los escalones con entusiasmo para encontrar, como suponía, un pastel sobre la mesa y sus padres esperando. El día pasó con lentitud. No muchos sabían que aquel día cumplía años que no fuesen cercanos a él, pero los pocos que lo sabían se habían tomado la molestia de detenerse a saludarle. Misma rutina de siempre. Academia, estudiar, practicar, volver a casa. Ya cayendo la noche Eneryel decidió que era tiempo de poner en marcha las ideas que llevaban tiempo gestándose en su cabeza. Reuniendo a sus padres en la sala principal del hogar, expresó sus ganas y entusiasmo por dejar Brisa Pura ya alcanzada la mayoría de edad. Quería ver el resto del Alto Reino, las penas de su gente, y ayudar a sanar las heridas que los mantenían aletargados y separados, anclados a un pasado que necesitaba ser superado. Al comienzo escépticos, ambos padres acabaron aceptando que ya no podían ir en contra de los deseos de su hijo. Con entusiasmo subió a su habitación. Tomo una mochila, metió libros, ropa, tinta y pluma tras despedirse de su fiel escritorio, se fue a la cama. A la mañana siguiente sus padres le dieron un último abrazo antes de que partiese, y mientras se daba la vuelta hacia la salida de la Aldea Brisa Pura solo una advertencia oyó de su padre: Hijo, el Alto Reino ya no es lo que solía ser. Verás y quizás hasta harás cosas que pondrán en duda quien eres y tus ideales. Así que, por favor hijo: Cuídate… Y nunca dejes de ser Eneryel. Nunca dejes de ser… Tú
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