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Midas

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  1. Midas

    Rhaah'kumai de los Sañadiente

    Nombre: Rhaah'kumai Atributos 7 Físico 8 Destreza 6 Inteligencia 6 Percepción 6 Espíritu Valores de combate 28 HP 24 MP 6 Iniciativa 10 At. CC Guja Ligera 10 At. CC Lanza Ligera 9 At. CC Hacha de Guerra 8 Defensa Físico Destreza Inteligencia Percepción Espíritu 2 Atletismo 2 Guja Ligera 2 Religión Loa 2 Adv/Notar 2 Voluntad 2 Hacha de Guerra 2 Lanza Ligera 2 Supervivencia 2 Lanzador 1 Ley Trol 1 Sanación/Hierbas 1 Historia Trol Escuelas/Especializaciones
  2. Midas

    Rhaah'kumai de los Sañadiente

    Nombre del Personaje Rhaah'kumai Raza Trol de bosque Sexo Hombre Edad 24 Altura 229 cm Peso 112 KG Lugar de Nacimiento Shaol'Watha, Tierras del Interior Ocupación Ejército de la Horda Orca Descripción Física Un trol firme, con un cuerpo esbelto mesomorfo de tonalidad verde helecho, manteniendo una musculatura bastante trabajada con los años. Diversas zonas de su cuerpo están recubiertas de un moho que se extiende desde sus hombros hasta el dorso de sus manos, desarrollándose también por el dorso de sus pies, ocultando así, muchas de las cicatrices que se reparten por todas esas zonas de su piel. Tiene un rostro alargado, con un mentón redondeado y marcado. De sus voluminosos labios sobresalen largos colmillos en los que han sido tallados marcas características de los Amani relacionadas con el Loa oso Nalorakk. Al igual que su recortado pelo, tiene unos ojos de un tono rojizo carmesí que acompañan un rostro arrugado y cubierto por más de ese distintivo moho de los trol de bosque. En su ceja derecha tiene un zarcillo y en sus orejas tiene varios pendientes que las adornan, al igual que las dilataciones que se ha hecho en estas. Descripción Psíquica A pesar de ser alguien irascible y frenético en el campo de batalla, fuera de esta parece un trol diferente: Rhaah'kumai es un hombre sereno que siempre intenta meditar todas sus acciones antes de lanzarse. Busca la gloria en la guerra y para ello tiene intimar con ella de forma profunda, de ahí su ansía por recibir órdenes de lucha, pues siempre está preparado exceptuando sus días más perezosos que suelen ser por algún motivo: Los jueves. Entre los guerreros busca ser honorable, por tanto siempre querrá evitar derramar sangre sin sentido o sentir miedo ante el fragor de la batalla. Para él, la mayor fuerza superiora siempre serán sus Loas, a los cuáles venera siempre que puede. Dará prioridad a su Loa sobre cualquier otro miembro superior del ejército, aunque su Loa no le habla... aún. Por su personalidad decidió enfocar su adoración en Nalorakk, el Loa de los guerreros Amani. Ficha Rápida No (600 palabras mínimo) Historia Desde niño siempre fui un chico tranquilo: cuando todavía no había ni aprendido a caminar pasaba las tardes durmiendo o chupando teta de mi madre Oon'wa creciendo con la fuerza de los Sañadiente, cumpliendo así las expectativas de la tribu y mi familia. Tan pronto comencé a usar los pies ya salía de casa a jugar con los demás cachorros con palos largos y gruesos, simulando las batallas que mi padre luchaba como guerrero Amani en las tierras del Interior, hasta el día de su muerte. La muerte entre los míos es natural, por ello no sentí pena o tristeza cuando mi padre pasó a mejor vida en el campo de batalla contra los Martillo Salvaje, sino honor de que mis antepasados muriesen en la guerra con dignidad, dejando como legado una semilla dentro de mi madre, de la que al poco tiempo nació mi hermano Zin'jo. En mis cuatro años por primera vez veía como surgía la vida de forma tan cercana, algo que me dio a qué pensar en aquellos tiempos. Otros cuatro años más tarde, a mi familia nos preocupaba el crecimiento de mi hermano, pues para su edad era mucho más menudo que un trol de bosque como el resto de trols en la aldea, sin embargo, cuando paseaba por mi propia cuenta por el poblado un par de adultos trataban de separar a duras penas a mi hermano de otro chavalín de su edad que sangraba en el suelo: a Zin'jo le faltaría el tamaño, pero no la fuerza que nos hace a los nuestros. Esto aclaró mis dudas sobre él, despejando mi cabeza para ocuparla de otras preocupaciones. Uno de mis mayores intereses era explorar los bosques de los alrededores, convertirme en un árbol más de la floresta, pero no podría cumplir mis propios deseos hasta ser un adulto para que mi madre no me prohibiese alejarme de la zona segura de la tribu por los enanos o bestias de la zona. Aunque mosqueado por la restricción, acaté la norma como debía, pues también me obligaba a cuidar de mi hermano pequeño tras aquel incidente para que no volviese a ocurrir. Desde su primera pelea con cuatro años se le quedó una cara de malhumorado, por ello me costaba a veces comprender sus intenciones con las personas durante un tiempo, pero poco a poco me acostumbré a su rostro de mala hostia. A los diez años ya podía alejarme un poco de las empalizadas siempre y cuando se pudiese ver la aldea desde donde estaba yo. Un jueves al atardecer decidí llevar a mi hermano a un pequeño claro que tenía como limitación la entrada al bosque en una leve colina donde me gustaba echarme: —Ya estamos. —Me dejé caer sobre el césped, exhalando con calma tras acomodar el cuello sobre mis brazos con la vista puesta en el cielo. Podía escuchar a Zin'jo corretear frente a mí dando vueltas, todavía era un niño con ganas de juego, pero pensé que acercándole a mí de esa forma aprendería a ser más calmado como yo. —¿Ves? ¿No respiras tranquilidad en este lugar? ¿No te sientes uno más con el bosque? —Al echar una mirada hacía mi hermanito le vi correteando tras una mariposa, intentando agarrarla. Sonreí levemente, volviendo a otear las nubes. —Si estuvieses quieto, podrías dejar que la mariposa se te pose encima, en vez de perseguirla como un bruto. —Al poco otra mariposa un tanto más grande pasó revoloteando frente a mis ojos, yendo a situarse en mi dedo pulgar. —¿Ves? No hace falta gastar energía en esto. —Dirigí mi atención a Zin'jo: pude ver que se había parado con la mano en la boca, cuando se giró de frente a mí y bajó la mano comprobé que se había metido al insecto en las fauces, con sus alas asomando levemente de su interior mientras luchaban por escapar. No iba a poder cambiarle, sino adaptarme a él. Teniendo a parte mis intentos fallidos de corregir el agresivo comportamiento de mi hermano, seguía tratando de hacer duelos a palos contra otros trols de mi edad dentro de la tribu para poner a prueba las nuevas habilidades que practicaba o para ejecutar algunas estrategias de combate que se me habían ocurrido, por desgracia, tenía que acostumbrarme a la negativa de los demás ante estos duelos porque muchos ya daban por hecho que yo saldría victorioso, aunque por algún motivo algunos volvían días más tarde para reconsiderarlo. En aquellos años de mi vida observaba como los guerreros Sañadiente salían armados al exterior, y yo por mera curiosidad o fascinación decidía seguirlos a escondidas hasta que se encontraban con su enemigo natural los Martillo Salvaje. Era un niño, pero conocía el riesgo que suponía alejarme tanto de la zona segura y acercarme tanto a una tierra en conflicto. por ello escalaba los árboles de los que se pudiese ser un simple espectador, espiando como ambos bandos luchaban por el territorio una y otra vez, estudiando sus estrategias, sus movimientos, a veces observaba los duelos individuales que ocurrían en la locura de la lid. Cuando escuchaba el primer grito de retirada yo corría de vuelta a casa, en busca de mi hermano para actuar como si nada hubiese pasado. Esta rutina se repetiría hasta el día en el que me considerasen mayor de edad. Los tambores de la guerra volvían a sonar, pero esa vez yo era uno más de ese ejercito del que tanto sentía orgullo. Por fin sería participe de una de esas muchas batallas que desde joven curioseaba, con los mazos aporreando los instrumentos mi piel se ponía de gallina y sabía que nada me iba a poder parar. Sin miedo a acabar como mi difunto padre me lancé directo al enemigo con las gujas defensivas que se me habían otorgado al alistarme, luchando cuerpo a cuerpo contra esos enanos que ya había visto anteriormente: con los años había ideado tácticas para este momento, pero nunca antes las había probado. Distraído en la matanza no me había dado cuenta hasta que escuché su grito de batalla, mi hermano Zin’jo que todavía tenía trece años se había lanzado completamente desarmado al combate, atacando a todo enemigo con sus puños enloquecido por su rabia incontrolable. Pasé el resto de aquella contienda a su lado, defendiéndolo hasta que terminase. Tras el enfrentamiento no dudé en regañar las acciones de mi hermano, pero en vez de aprender de su error decidió golpearme en la cara, ataque que devolví para iniciar una larga pelea que yo ganaría. No estaba realmente enfadado con él, pero algo iba a tener que hacer para solucionar aquel problema. Decidí dejar de pelear para centrarme en la instrucción de mi hermano. Dos años después, al cumplir diecinueve años ya había enseñado a mi hermano todo lo que pude en el arte del combate. Nuestra madre nos ayudó a la hora de aprender sobre nuestros Loa y ya teníamos claro cuál sería: elegí a Nalorakk, el Loa de los guerreros. A pesar de que Zin’jo no fuese del todo mayor de edad era fuerte y había aprendido a manejarse con armas de verdad, por eso y por evitar que vuelva a lanzarse desarmado a una batalla de permitieron luchar con el resto de trols. Por fin lucharíamos juntos, codo con codo, como debía ser. Guerreamos con valor durante tres años en las tierras del Interior, sin embargo, me sentía encerrado con ese mismo paisaje, esas mismas montañas y ese mismo bosque: muchas veces fantaseaba con irme a otros lugares con tal de ver nuevo mundo. Pronto lo haría. Nuestra última batalla juntos en las tierras del interior fue la más sangrienta que jamás había logrado presenciar: podría decirse que ningún bando logró ganar nada aquel día, pues tanto trols como enanos perdieron innumerables soldados y el pasto antes de tonalidades verdes, cobró un tinte rojizo que dejaría marcas en esas tierras: Entre jadeos, cubierto tanto de sangre amiga como enemiga, me acerqué a mi hermano tirado sobre un montón de cuerpos con una sonrisa maniaca y con un ojo completamente rasgado. —Zin’jo, hermano. —Todavía cansado me acosté a su lado. Ya estábamos seguros pues los enanos se habían retirado mientras que los nuestros recogían los cuerpos. —He estallado como las llamas de Jan’Alai, ¿Lo has visto? —Contestó con la mirada en el cielo aun sonriente, recordándome a mí cuando trataba de enseñarle. Se le notaba tan cansado como a mí, pero ambos nos alegrábamos de seguir vivos. —Sí, sí que lo he visto… Ambos hemos luchado bien, pero… nuestro poder debería alcanzar guerras en otros lugares… estas se nos quedan pequeñas. —Respondí con cierto orgullo, buscando alguna excusa para salir de las tierras del interior a pesar de que también me gustaba la idea de luchar en contiendas más importantes. —Voy a ser cazador de sombras. —Hablaba con determinación a pesar del agotamiento, nunca antes le había oído hablar de aquella idea, pero la aceptaba. —Entonces lo seremos juntos… —Le di un leve golpe de respeto en el hombro, terminando la conversación para quedamos durante minutos, fantaseando con ese futuro que soñábamos, tumbados sobre aquellos contra los que luchamos hace poco. Pronto marchamos a Kalimdor con la bendición de nuestra madre, donde pronto nos alistamos a luchar por la Horda Orca allá donde fuésemos enviados.
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