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Webley

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  1. Yo coincido con Thala, veo muy necesario extender-ampliar la cronología (que al final son los datos que mejor se pueden manejar, buscar entre los post de la historia se puede hacer complicado) y perfilar el lore custom de una forma más clara de cara a los jugadores, que a veces podemos patinar con las historias y tramas si no encontramos algún dato (esto evitaría también tener que estar cada dos por tres consultando a los Maestres para conocer su opinión) o la referencia adecuada. Por otro lado también propondría la ampliación del lore correspondiente a la Horda, de modo que la facción resulte más atractiva para los usuarios.

    Aunque llevo algunos meses ausente, entiendo que la mayoría de jugadores (por no decir la totalidad) están afincados en Elwynn o zonas del imperio humano por lo que supongo que será prioritario, pero no hay que descuidar al resto. Dado que es así, se podría hacer también una breve descripción de cada reino, sus líderes y su funcionamiento interno (A saber, si se trata de una cultura con una economía urbana o rural, con un poder centralizado o descentralizado, la influencia que puedan llegar a tener otras facciones como la iglesia o los gremios en sus territorios...).

    El tema de la monarquía electiva es bastante interesante también, pero da la impresión de que es un cascarón vacío y salvo algunos preceptos, como el tema de la promoción estamental, desconocemos la mayoría de factores que puedan influir luego en los roles (que pueden ir desde cagarse en la reina a intentar montar un negocio o una orden militar.)

    Y eso, para lo que queráis podéis contar conmigo.

    Un saludo!

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  2.  

    Atributos
    6 Físico
    8 Destreza
    6 Inteligencia
    6 Percepción

    Valores de combate
    24 Puntos de vida
    18 Mana
    8 Iniciativa
    10 Ataque CC Sutil (Espada Larga/ Bastarda)
    10 Ataque CC Sutil (Dagas)
    10 Defensa

    Habilidades

    Físico
    2 Atletismo
    Destreza
    2 Espada Larga (Bastarda)
    2 Dagas
    1 Cabalgar
    2 Defensa
    1 Nadar
    Inteligencia
    2 Comercio
    1 Leyes
    1 Navegar
    1 Supervivencia/Cazar
    1 Tradición/Historia
    Percepción
    1 Advertir/Notar
    2 Reflejos


  3. The Revelator by Besar13

    •   Nombre: Hollard Bolster
    •   Raza: Humano.
    •   Sexo: Hombre.
    •   Edad: 46 años.
    •   Altura: 1'77 metros.
    •   Peso: 82 kilogramos.
    •   Lugar de Nacimiento: Risco Pálido, Montañas de Crestagrana.
    •   Ocupación: Marino, espada libre, vividor.
    •   Historia completa

    Descripción física:

    Spoiler

     

    Los años han curtido su piel y algunas arrugas asoman ya por su rostro. Es un tipo bastante normal, siempre suele llevar una sonrisa marcada en el rostro, con unos dientes sorprendentemente cuidados para la vida que ha llevado. Luce una media melena echada hacia atrás no demasiado cuidada, que suele acompañar con un bigote, donde las canas mellaron el color pardo hace algunos años.


    Es robusto, aunque no en exceso corpulento, y de estatura más que aceptable. Se mantiene en forma pese a los años. Alguna que otra cicatriz marca su cuerpo.


    Es de tez morena y los ojos son claros, algo hundidos y de mirada cansada. Porta buenos ropajes, espada larga con el blasón familiar grabado en la hoja pende del talabarte y un puñal de manufactura decente cuelga del cincho. Porta un peto de cuero endurecido, también con el emblema de la familia grabado, calzas de algodón y recias botas. También lleva un par de anillos y un colgante, todos alhajas de poco valor.

     

    Descripción psíquica:

    Spoiler

     

    Siempre fue el chico rebelde de la familia. Le proporcionaron sin embargo una educación que se convirtió en su mejor arma y le permitó mirar más allá de las tradiciones impuestas por supadre. Avispado e inteligente, nunca sintió apego por el hogar, lugar yermo y estéril donde sabía que no le esperaba nada, aunque heredó un buen sentido del deber y la importancia de acudir a la ayuda del linaje en tiempos de necesidad.

    Por lo demás ha sido un hombre que se ha preocupado más por vivir que por el legado que iba a dejar detrás. Siempre ha apreciado un buen viaje, una noche de borrachera o poner los pies en un burdel. Quizá su carácter se viera endurecido con la guerra, los conflictos y la miseria a su alrededor, aunque nunca los ha considerado un problema propio.

     

    Historia:

    Spoiler

    La vida del segundón de una familia no tenía por qué ser tan detestable como marcaban los estándares de la dignidad nobiliaria, y Hollard Bolster era un vivo testimonio de aquello. Fue el cuarto, tal vez el quinto de cinco hermanos. Le precedía Lorren, el mayor. Entre ambos estuvo Brandon, un inepto tanto para la guerra como para el placer que murió en un accidente de caza algunos años antes, también otros dos cuya prematura muerte se convirtió sólo en un amargo recuerdo.

    Se llevaban dieciséis años. Decían las malas lenguas que era un bastardo, fruto de alguna aventura que su madre, una pía mujer de Elwynn, habría tenido con un caballero del Risco. Habladurías sin lugar a dudas que hicieron de él un objeto de odio por parte del padre, aquel que rigió los designios del Risco con puño de hierro por tantos años. Apenas podía comprender el mundo cuando Lord Ardrian  lo confinó a la lectura de pesados volúmenes y tomos con la esperanza de que el chiquillo, tan enjuto y vivaracho, tomase pronto el hábito en Villanorte. Con suerte ostentaría algún puesto que elevaría la dignidad de la familia, aunque esto solo eran ensoñaciones del señor.

    Hollard se escabullía del bastión numerosas veces, yendo a parar a Villa del Lago o a alguna aldea aledaña, donde se desenvolvió, ya desde chiquillo, con las más despreciables y poco recomendables compañías. Tahúres taimados, rameras, contrabandistas y cualquier calaña se arrimaba al joven señor con la esperanza de emponzoñar sus oídos. Dada su condición rebelde se tomó una condición: el chico debía ser encerrado tras los sólidos muros del salón familiar. Se le prohibió salir del torreón y a la larga lista de libros que ya enriquecían su conocimiento se le añadió la disciplina castrense, que enderezaría su espíritu.

    El señor asistió satisfecho a la madurez de su hijo, que pareció dejar de lado sus escapadas y aventuras. Sin embargo, la llegada de la horda orca cambiaría la situación. Tras una serie de refriegas en las que las levas de su casa quedaron machacadas, y con la ciudad arrasada, lo más lógico habría sido que, como todo el que podía permitírselo, hubiesen huido al norte, abrazando la seguridad de Lordaeron. La retirada, sin embargo no entraba entre las virtudes de los Bolster. Se cuenta que la valentía y el afán de resistencia de aquella familia evitaron que los orcos tomasen el paso que protegía su pequeña fortificación, pero lo cierto es que el insignificante interés estratégico del lugar, así como su posición escarpada fueron factores de peso para determinar su supervivencia.

    Sucesos turbios acontecieron aquellos días en el seno de la familia. La sedición y el intento por parte de algunos de dominar la vida familiar acabaron en una refriega fratricida donde unos pocos parientes acabaron muertos, entre ellos el señor del Risco. Lorren tomaría al día siguiente el poder, acabando con los traidores. A su lado estaría Hollard; contaba con diecisiete años recién cumplidos.

    Aquello marcó su carácter, aunque se mantuvo algún tiempo más al lado de su hermano, ofreciendo su consejo y su espada al nuevo señor, quedaba claro que aquella vida de intrigas y puñaladas traperas no estaban hechas para él. Al término de la segunda lo tenía decidido, huiría de aquella tierra yerma. Tomo de la casa algunas vasijas de plata que malvendió, así como un corcel y sus armas. No se le volvió a ver por allí en mucho tiempo.

    Viajó, se enroló en un barco mercante primero, en uno corsario más tarde. Luchó contra piratas y bandidos, alcanzó costas lejanas. Nunca le importaron el dinero o la fortuna. A menudo las monedas se iban en fumar opio o acabar en el lecho de alguna meretriz, cuando no pasaba la noche en vigilia, agarrado a una botella.

    El estallido de la tercera guerra le pillaría en Lordaeron. Ayudó a muchos a huir en un balandro desvencijado –que había adquirido años antes– hacia el sur. Sintió la añoranza del hogar y allí se presentó. No fue el recibimiento que esperaba, y las duras palabras que pronunció su hermano, envejecido en exceso y aquejado por diversos problemas, mellaron su relación. El futuro de la familia se tambaleaba, pero no sería él quien lo solucionase. Acabó en malos términos, aunque tuvo oportunidad de conocer a sus sobrinos, con quienes intercambió libros, historias y algún que otro choque de aceros en el patio de Risco Pálido.

    Después de aquello no tenía donde volver, pero sabía que su lugar no estaba allí. Partió hacia Kalimdor junto a Lady Jaina, añadiendo su viejo cascarón a su flota. Sobrevivió, y aunque pasó sin pena ni gloria amasó la suficiente fortuna como para retirarse a una pequeña hacienda a la sombra de Theramore. Buscó mujer, engendró algún vástago que pudiera reconocer y pasó años inquieto, sentado frente al mar.

    Aquella vida de comodidad y sedentarismo no estaba hecha para él después de todo, y pese a que la edad y la guerra habían templado su carácter, en el fondo no podía renegar de su propia naturaleza. Empezaba a gestar nuevas aventuras en su cabeza, hilando el modo de huir de allí.

    Había pensado en todo: vendería la hacienda y se enrolaría de nuevo en algún buque, o cabalgaría en una compañía de espadas libres. Desaparecería.

    El pretexto no tardaría en llegar. El único hermano que le quedaba vivo, Lord Lorren Bolster, había fallecido retorciéndose en su propia mierda, aquejado por la vejez y la enfermedad. Lo había perdido todo, sus tierras, la poca riqueza que le quedaba, los títulos. No había nada. Su padre, aquel hombre recio, curtido en los escarpados riscos de Crestagrana había sido una persona rígida, perdida en viejas costumbres y formas, pero que se había encargado de dejar a sus hijos una premisa clara: la familia, sobre todo el nombre, es lo primero.

    Partiría al este de nuevo. A fin de cuentas, dudaba mucho que los hijos de Lorren –si es que seguían vivos– fuesen capaces de mucho por su cuenta.

     

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  4.  

    Atributos
    6 Físico
    8 Destreza
    6 Inteligencia
    6 Percepción

    Valores de combate
    24 Puntos de vida
    18 Mana
    7 Iniciativa
    10 Ataque CC Sutil (Dagas)
    10 Ataque CC Sutil (Espada ligera)
    10 Defensa

     

     

    Habilidades

     

    Físico
    2 Atletismo
    Destreza
    2 Dagas
    2 Espada ligera
    1 Cabalgar
    2 Defensa
    2 Sigilo
    Inteligencia
    1 Callejeo
    2 Comercio
    1 Supervivencia/Cazar
    Percepción
    1 Advertir/Notar
    1 Rastrear
    1 Reflejos

     

     

    Escuelas/Especializaciones


    • Nombre: Laeris Thaedas
    • Raza: Quel'dorei
    • Sexo: Hombre
    • Edad: 124
    • Altura: 1'80
    • Peso: 78
    • Lugar de Nacimiento: Lunargenta
    • Ocupación: Espada de alquiler
    • Historia completa

    Descripción física:

    De tez sensiblemente más morena que sus compatriotas, es esbelto y de buen porte. Su rostro tiene alguna que otra cicatriz y salta a la vista que le han partido la nariz en alguna ocasión. La oreja izquierda yace rajada por la mitad, fruto de un corte que cicatrizó bastante mal. Su espalda muestra el fruto de largas sesiones de tortura que le han dejado marcas de latigazos, y en el costado derecho tiene, marcado a fuego, el símbolo de la Cruzada Escarlata. Le falta la primera falange del anular derecho, también fruto de las torturas a las que fue sometido. Obviando estas características, presenta el semblante propio de un quel'dorei, de facciones finas y marcadas.

    Luce una melena negra -recogida normalmente en una coleta- y algo de barba. De aspecto para la mayoría desaliñado, suele vestir de manera modesta y desarrapada, dada su limitada capacidad económica. Normalmente emplea una coraza de cuero ajada y descolorida que tiempo atrás fue presentó una fina manufactura, de colores pardos, en definitiva poco llamativa.

    Descripción psíquica:

    De expresión taimada, aunque profundamente atormentado por las acciones que durante los últimos tiempos llevó a cabo. Parco en palabras, aunque aprecia el buen vino y una conversación si se dan las circunstancias adecuadas. Suele pasar el tiempo callado, sin relacionarse demasiado con los demás. Ha aprendido a hacer lo necesario para sobrevivir, y no suele vacilar a la hora de hendir su hoja en la carne de otros. Poco después llega el arrepentimiento. Aborrece a los humanos y su debilidad de espíritu, considerando ésta la lacra que ha quebrado a tantos de sus hermanos, tornándolos seres embrutecidos y sin un objetivo en la vida. Al fin de cuentas un tipo solitario que prefiere no depender de nadie.

    Historia:

    Spoiler

     

    El día que lo "armaron" caballero estuvo exento de todo lujo y los esperpentos ceremoniales que tanto gustaban a los humanos. Ocurrió hacía ya años, en medio el caos en el que se sumió el norte tras la aparición del Azote y la devastación de reinos y ciudades. Fue en un claro de Tirisfal, escenario de una batalla entre la Cruzada Escarlata y los suyos. Muchos perecieron, la totalidad de sus compañeros de armas y también un buen puñado de cruzados. Allí, de manera oficiosa, fue nombrado caballero y lugarteniente del Duque.

    Él había llegado a lo que otrora fuera Lordaeron junto a una caravana de  refugiados thalassianos sin ninguna intención de volver a aquella tierra ahora inquieta y profanada. Nunca había temido la llamada a las armas y siempre destacó por su valentía, aunque distaba mucho de ser temerario. Laeris Thaedas había pasado el siglo hacía ya algún tiempo. Era el primogénito hijo de una familia de artesanos y comerciantes bien afianzada en Lunargenta, aunque desde joven mostró interés por la carrera de armas. Resultó el muchacho no sólo ser un decente espadachín sino que también mostró picardía y saber desenvolverse entre finanzas, por lo que algún día heredaría aquella empresa familiar. Todo aquello se torció cuando las hordas de muertos vivientes irrumpieron en los herméticos bosques élficos. Acudió a presentar batalla y, derrotado, huyó con los suyos, reorganizando como pudo una resistencia. Con todo perdido y ante el abandono de su príncipe, decidió emprender la marchó hacia el sur como muchos otros.

    La situación no era mucho mejor en aquella tierra maldita disputada entre diversas facciones de vivos y muertos. Fue entonces cuando fue a parar frente a las huestes del Duque. Aquel hombre respondía y honraba dicho título mejor que muchos otros de noble condición; de mirada taciturna y barba poblada no era más que un villano que haciéndose con la armadura de su difunto señor, un paladín de la extinta Mano de Plata, había reunido y acogido bajo su dirección a todo aquel que pudo proteger. Cabalgó con su séquito, apoyándolo primero como un mero soldado más, luego, como su lugarteniente. Sucedieron los meses y la situación de los humanos y sus aliados era cada vez más desesperada. En medio de todo aquello surgió la Cruzada Escarlata, quienes comenzaron a dirigir sus embates ya no sólo contra la muerte, sino frente a quienes desafiaran su poder y menospreciasen su autoridad en aquel páramo putrefacto. Declarados bandidos por los cruzados, fueron allí a morir.

    Frente a lo que esperaba -ser degollado en el campo donde todos sus camaradas habían perecido- fue hecho prisionero y enviado a un torreón perdido entre la espesura. Allí conoció a su captor, un sádico, autoproclamado inquisidor, si bien no era más que un mero torturador de la Cruzada que, con cierta impunidad, había entendido otro modo de hacer la guerra.

    Allí, con la intención de transformarlo en una herramienta, lo sometió a todo tipo de padecimientos, el hierro candente, el látigo, hambre y frío. La tortura no había cesado en semanas, así como tampoco él se había postrado ante los designios de aquellos pobres desgraciados. Hacinado en una jaula y tratado como que perro pulgoso su orgullo no era lo único que había resultado herido; su espalda quedó repleta de cicatrices que el tiempo no borraría, le habían amputado una falange del dedo anular en la diestra, gangrenado al golpearlo con un martillo y su fino rostro estaba cubierto por magulladuras.

    Terminó por ceder, asumiendo la doctrina escarlata, aceptando convertirse en un purgador de la herejía mediante el acero. Siempre oculto a los ojos de los miembros de la Orden, dado que no era humano. Asumió que aquel era el único modo de sobrevivir que tenía, y también el único de llegado el momento oportuno, escapar. Así pasó los días, vagando allá donde su amo lo requería, asesinando a vivos, muertos y acallando cualquier voz que se alzase en el seno de la organización.

    Se ganó así la confianza del inquisidor y cobró su vida en una suerte de acto redentor una noche lóbrega y lluviosa, donde los gritos del que fuera su captor quedaron ahogados por los truenos y el fuerte repiquetear del agua sobre el tejado de tan penosa estructura. Furtivo y al amparo de las sombras prendió fuego al lugar, tras lo que partió en un caballo robado hacia el sur.

    Había cambiado mucho en él, tanto en su porte como en los principios que un día rigieron su vida. La tan apreciada libertad, por la que tanto había padecido. La marcialidad había dejado paso a una actitud apática y animosa. Refugiado en la bebida, trastornado por todo lo que se había visto obligado a hacer deambuló por las tierras humanas de Arathi, poniéndose al servicio como espada de quien se lo pudiera costear.

    Sin embargo, no había olvidado el deber que contrajo un día con los desamparados, y fantaseaba muy a menudo con el recuerdo ya lejano de los tiempos en los que cabalgó con el falso duque y sus aliados. Queriendo huir de aquel páramo miserable, deseoso de cambiar su vida, empeñó sus pocos ahorros en un pasaje seguro hacia tierras de Ventormenta. Era un lugar, según decían, repleto de oportunidades para empezar de cero.

     

     


  5. Atributos
    7 Físico
    6 Destreza
    6 Inteligencia
    7 Percepción

    Valores de combate
    28 Puntos de vida
    18 Mana
    9 Iniciativa
    9 Ataque CC (Espada bastarda)
    7 Ataque a Distancia (Ballestas)
    8 Defensa
     
     

     

     

    Habilidades
    Físico
    2 Atletismo
    2 Espada larga (Bastarda)
    Destreza
    1 Ballesta ligera
    2 Cabalgar
    1 Escalar
    2 Defensa
    1 Nadar
    Inteligencia
    2 Supervivencia/Cazar
    1 Tradición/Historia
    Percepción
    2 Advertir/Notar
    1 Rastrear
    2 Reflejos

     

     

     


  6. [Imagen: jaak__truths_and_lies_by_charro_art-d4xmije.jpg]

     

    • Nombre: Bertrand
    • Raza: Humano
    • Sexo: Hombre
    • Edad: 29
    • Lugar de Nacimiento: Alterac
    • Ocupación: Espada a sueldo, buscavidas.
    • Alineamiento: Caótico Neutral
    • Afiliaciones: Ninguna

    Descripción física:

    De una altura considerable si bien no es todo lo corpulento que debiera, es un hombre fuerte que puede aún resistir el peso de una armadura en combate. De ojos pardos y mirada seria, suele sonreír. Tiene una cicatriz bajo el pómulo derecho que la barba no alcanza a esconder, así como alguna otra en el torso, oculta bajo los ropajes. Su melena, de una longitud media, es de color castaño. Se conserva bastante bien para lo que se espera de un hombre de su condición.

    Descripción psíquica:

    Nunca ha sentido apego por las formas y dignidades propias de la nobleza, aunque hace gala de ellas cuando la ocasión lo merece. Los años de guerra y hambre han marcado su carácter, convirtiéndolo en un hombre marcial a la hora de dirigir a los suyos y con un profundo sentido del deber para con quien contrata sus servicios, aunque valora salvar el pellejo antes que mantener su palabra. Detrás de esta fachada, herencia de la educación que una vez recibió, se esconde un tipo ambicioso y con las ideas claras que hará lo necesario para conseguir lo que quiere.

     

     

     

    Historia

     

    Todavía crepitaban las últimas ascuas en aquel cadáver de hoguera cuando espabiló de manera repentina. Comenzaba a despuntar y las primeras aves silvestres emitían sus quejidos matutinos. Respiró hondo y paladeó, emitiendo una suerte de quejido; la cabeza le daba vueltas y la brisa nocturna había entumecido su cuerpo. La última parte de su ritual fue incorporarse a tientas y buscar algo que echarse a la boca, para aclarar su garganta.

    La vida en general no había sido demasiado generosa con Bertrand, y tendía a arrebatarle todo casi de un modo caprichoso, aunque no se podía quejar de su suerte. Su padre era un pequeño propietario de Alterac, putañero y bebedor del que no supo ni el nombre. La madre dejó al pequeño antes de que fuera consciente si quiera del peso del mundo. Desde entonces estuvo solo en las calles de aquella ciudad en la que el invierno parecía eterno, sobreviviendo sólo gracias a algún alma bondadosa, a los recados puntuales por los que algún artesano le ofrecía y a una astucia que afloró pronto en la mente del crío.

     

    Ser un crío en las calles nunca fue fácil, y serlo en las calles de una ciudad en bajo asedio mucho menos. La Segunda Guerra había estallado meses atrás, y cuando los primeros estandartes de Stromgarde perfilaron el horizonte Bertrand estaba malviviendo entre aquellos muros, y por ende encerrado. Legiones de hombres de Arathi arrasaron con todo lo que veían y pasaban a cuchillo a todo el que opuso resistencia de camino a la capital del reino, donde el miedo y el hambre comenzaban a cobrarse sus primeras víctimas. Rebuscó entre las pertenencias de muertos y moribundos más de una vez.

     

    Con los arietes quebrando las puertas y los muros derrumbándose junto al resto del reino de Perenolde, parecía que el chiquillo iba a terminar sus días clavado en una estaca como el resto de sus congéneres. En última instancia, uno de los muchos guerreros que recorrían las casas saqueando y quemando se apiadó de su pobre existencia, tomándolo como paje.

     

    Se acomodó junto a las brasas, palpándose sus sienes en lo que evocaba su primer golpe de suerte. Algo de sangre seca se había acumulado en una de ellas debido a un porrazo, hacía dos noches de aquello, quizá. Fuese como fuese había llegado el momento de mover ficha. Después de unos minutos se incorporó, apagó el fuego y tomando sus escasas pertenencias –su espada, un cuchillo, y el apenas abultado petate a la espalda- emprendió camino al oeste.

    Nunca tuvo grandes pretensiones, aunque sí que soñaba con el día en que por fin pudiera asentarse y comenzar a mover hilos; labrarse un futuro, como quien dice. Estaba harto de la mala vida a la que hasta entonces le habían sometido los designios del destino.

    En la ciudad de Stromgarde las cosas cambiaron mucho para Bertrand. Ya había concluido la guerra, con la victoria de la Alianza, para cuando alcanzaron sus puertas. Su protector resultó ser un caballero que impuso al muchacho una disciplina castrense, además de instruirlo en el uso de las armas, se encargó de que su sirviente aprendiese a leer y escribir –nociones básicas para un escudero quizá, pero algo a lo que el muchacho jamás habría podido aspirar- creció ejercitando el cuerpo y la mente, mas el pajar en el que convivía con otros dos sirvientes siempre se le antojó demasiado poco, sobre todo teniendo en cuenta la enorme cantidad de tareas que debía de hacer para su amo.

     

    Fue durante aquellos años cuando sintió el anhelo de la llamada del hogar. Había habladurías de que los restos del marchito reino norteño se arremolinaban bajo el estandarte de la Hermandad, y que pretendían reclamar las colinas que en otro tiempo fueron arrebatadas. Seguro de que no volvería a pisar Stromgarde, no al menos por voluntad propia, aprovechó la noche y se escabulló, considerando su deuda más que saldada. De hecho reclamó los intereses de aquella servidumbre, robando una de las espadas que su señor guardaba con tanto recelo en el caserío.

     

    Se instaló en el norte y pasaron los años. Conoció lo que quedaba de su gente, los fieles a los Perenolde, luchando una cruzada perdida por recuperar su independencia. No tardó en llegar el bandidaje, el dinero fácil y las rencillas por el botín que obtenían de aquellos que se interponían entre ellos. Estaba a punto de estallar la Tercera cuando se hizo con el liderazgo de aquella banda de golfos y ladrones. Para cuando la plaga comenzó a hacer estragos en el norte, y con las partidas de Stromgarde pisándoles los talones, convenció al grupo para alistarse como una compañía mercenaria al servicio de Lordaeron.

     

    El recuerdo de aquella infructuosa guerra, aquella derrota anunciada de antemano, le resultaba amargo aún entonces. Pese a que el mundo se había tambaleado tanto durante aquellos años, las carnicerías presenciadas y tantos compañeros que terminaron siendo pasto de la muerte recorrían su médula con un trémulo escalofrío. Desertaron. Todo el que pudo huyó como una rata hacia el sur, rezando por que aquella putrefacción no lo alcanzase.  Y en el caso de Bertrand no lo hizo, pero tal vez ahí terminara su suerte.

    La brisa matutina que ofrecían los bosques del sur no tenía nada que ver con aquel aire fresco y limpio que soplaba en las colinas. De hecho poco tenían que ver los urbanitas de Elwynn con su gente, recios y acostumbrados no solo a las inclemencias del clima, sino a lidiar con ogros, orcos, y todo lo que había decidido asentarse en aquel valle. Despreciaba la comodidad de los sureños en cierto modo, aunque no era estúpido: tenían oro, y el oro compraba hasta los corazones más rectos. Trabajaba de recadero aquí y allá, propinando alguna paliza, cortando leños, cargando sacos, hundiendo su hoja en el pecho de algún desdichado si la ocasión lo merecía. Nada había cambiado en aquellos años de éxodo, aunque los gnolls infestaban los bosques desde hacía tiempo. Y aquello le devolvió la suerte.

    Una semana antes, encontró a dos moribundos en el linde del camino. No podía hacer mucho por los hombres, que habían sucumbido probablemente emboscados por los hombres perro. Ahorró el sufrimiento del que aún respiraba, y se dispuso a examinar sus pertenencias. Junto con algunas monedas de plata y un par de botas nuevas encontró una carta. La ojeó sin demasiados miramientos. Un tal Edric Bolster tenía que morir y aquello significaba dos cosas. La primera que era un tipo importante, la segunda que aquella información valía un precio. Y si Edric no podía pagar, quizá quienes lo querían muerto si lo hicieran. Su suerte volvía a cambiar.

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