Erwina descansaba tranquila en el cuartel con nada más que el gambesón, la verdad es que la vida en la ciudad era un poco aburrida, y no había pasado nada desde hace tiempo. Aunque al menos estaba viva y podía comer algo todos los días.
Pero su descanso se vio interrumpido bruscamente por la orden del sargento - ¡MONROY, venga conmigo!
Y con él fue la soldado, tenía que seguir las ordenes de sus superiores, y de todos modos no había más para hacer. En un despacho con olor a madera húmeda el sargento le explicó la situación de unos soldados imperiales, como ella, perdidos, y que debía de ir a buscarlos de inmediato, era una orden. Le dio las indicaciones de dónde y cuándo ir y le hizo repetir el juramento del Ejercito.
La mujer salió del despacho y suspiró, y sonrió para sus adentros, se la notaba contenta. Salvaría a sus camaradas imperiales, inocentes y no más que hombres de Ley y Orden con familias que los esperaban, y además haría valer la comida y la paga que le dan, como cuando era más joven.