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    Capitulo 1: Desconfianza. "Mucho puedes adivinar de la sonrisa de una persona. Pero ten cuidado, si te pierdes en su juego, no verás la daga que atravesará tu cuello." Aquella mañana había decidido comenzar como un regalo discreto, era fresca y se percibía el olor de la hierba mojada por el rocío matutino. El cielo, sin embargo, se encontraba magullado y aún gris, las nubes se alzaban juntas como un ejercito de algodón que amenazaba con tapar permanentemente el lienzo primario, no obstante, mañanas así eran de lo más común en la zona, no pasaría mucho tiempo para que el sol despejara el cielo y diera lugar al calor del sol. Al mismo tiempo que los animales de la noche buscaban un refugio, y los primero roedores se preparaban para una prueba más en el bosque, un par de hombres venían caminando por la derecha de un camino adoquinado y viejo. La suela de ambos raspaba contra la roca a cada paso que daban, siendo los únicos autores de movimiento en aquella vereda solitaria. Quizás era por la hora de la mañana, puede que se debiera a que en estos tiempos no transitan ya muchas personas por las rutas habituales. Lo cierto era, que el cabo Santiago de Sveri y su acompañante, el Montaraz Elegost Faler, eran las únicas almas humanas que caminaban en marcha hacia Costasur. Ambos habían tomado rumbo desde hace una hora, no hablaron mucho entre ellos, más que la posibilidad que hubiera renegados en la zona observando sus movimientos. De haber sabido los solos que estaban, quizás se llevarían una sorpresa. Tenían ambos media senda recorrida en un animoso silencio cuando el aprendiz de capellán se detuvo, el canto de las aves azules se hizo de autoridad en el ambiente, y sopló una leve brisa fresca que levantó unas hojas secas y sueltas en el suelo. Elegost, quien desde hace rato venia guardando una opinión importante que compartir con su compañero, consideró que este era el mejor momento para hacerlo. Se giró hacia santiago, quien se había fijado ya en la preciosidad de la vida animal retratada en un pequeño retoño de ave cantora celeste, quien alegremente saludaba al cabo con su inocente canto. -Santiago...-Dijo el capellán, sintió que este era el momento oportuno, pues delegar aunque fuese por unos minutos más el mensaje, podría traer consecuencias nefastas.-Tengo que miccionar ahora...- El cabo asintió en silencio, no necesitaba más para entender que debía cubrir las espaldas de Elegost ahora, y para ello, no debía haber más testigos que ellos dos. Apenas su compañero se giró y bajo un poco sus pantalones, santiago tomo su arco y apuntó al pajarito azul. Con la rapidez de una flecha, volvían a ser unicamente dos en el camino de piedra nuevamente. La calma reinó por unos instantes, El capellán estaba concentrado en sus acciones cuando vio un destello de blanco pasar por la coronilla de sus ojos, sus reflejos fueron rápidos y vio como un conejo blanco salía de su madriguera en el árbol ante la presencia del capellán, el hombre rubio intentó atrapar al pequeño animal de un pisotón, solo para ver como se alejaba una buena presa dando saltos por el bosque. Santiago había tenido mejor suerte, al menos ahora él si contaba con un pequeño bocadillo que había conseguido con su rápida flecha directa hacia el ave de hace unos momentos. Ambos se miraron en silencio un par de momentos antes de retomar el camino, la conversación hasta costasur se resumió en la posibilidad de ver renegados y temas del campamento, pronto, se vieron rodeados por un campo abierto donde solo se podían ver tocones, a la distancia, ya podían ver los edificios de la ciudad en la mañana. Costasur no era un lugar donde destacara una fuerte presencia militar, los miembros del campamento pudieron ver el entrenamiento matutino de los voluntarios (y no tan voluntarios) reclutas quienes marchaban bajo las ordenes de algún oficial. La mayoría de ellos se encontraban a punto cumplir dos docenas de veranos, y no se encontraban especialmente animados; ni cuando marchaban inútilmente al ritmo de los gritos, y mucho menos al preparar un burdo muro de madera como defensa ante un anticipado ataque. La pareja conformada por el capellán y cabo fue recibida en el improvisado puesto de vigilancia en la puerta de la ciudad; una pareja de miliciano, con apenas piezas de cuero tachonadas sobre sus ropas de campesinos, se dirigió a preguntarles el motivo de su visita a la ciudad, se veían cansados, con la mirada de alguien quien solamente espera la conclusión de un mal augurio. Elegost miró a los milicianos a los ojos, vio en sus almas el cansancio de muchas noches de guardia temerosa, esperando una redención que les permitiera regresar a su vida de campesinos, y no de ejercito improvisado contra la oscuridad. Quizás fue la luz quién le conmovió en aquel momento e inspiró su prosa. Puede, que fuese un instinto paternal o mera simpatía humana y compasiva, sea cual fuere la razón, el enviado de la iglesia se acercó a ellos, mostró su anillo de plata y empezó a hablar en voz alta. El hombre recitó un discurso en aquel momento, y mientras más elevaba su tono, también se levantaba el animo agotado de aquellos hombres. Primero se levantaron los más cercanos, luego se acercaron los veteranos, aquellos encargados de preparar y entrenar a la milicia. Pronto, se había conglomerado todo el puesto de vigilancia al rededor del capellán. Algunos asentían convencidos de sus palabras, otros se miraban entre ellos y daban golpes de pecho, de pronto la mañana ya no se hizo tan húmeda, ni el día una carga más. El único que se mantuvo alejado fue el cabo Santiago, quién dejo a Elegost a sus anchas mientras el buscaba un poco de rama suelta en el suelo para encender un pequeño fuego y hacer su desayuno. Mientras buscaba, logró escuchar a aquellas voces cantar en coro con el rubio capellán. Lo siguiente fueron los aplausos. Quizás en agradecimiento, o por haberse ganado el derecho, la guardia ya no hizo más preguntas y cedió el paso. Ambos hicieron su camino hasta la taberna de la ciudad, Santiago quería acabar con el asunto de una buena vez y dejar de perder el tiempo precioso de la mañana. Cuando llegaron a la taberna, vieron a un anciano pordiosero sentado en el pórtico con una taza pidiendo monedas. El hombre no dijo nada, ni siquiera se movía, su mano con la taza estaba tiesa como cadáver, no fue hasta que escuchó la voz de Elegost que se levantó y comenzó a llamarle Patrick. La escena dio mucha lástima, ninguno dijo nada y siguió hacia la entrada. Ni siquiera la luz ayudaría a una mente que se fue hace ya mucho tiempo. Dentro la posada estaba tristemente vacía, ni un resoplo de vida o de actividad podía escucharse en las mesas desocupadas. En el fondo se encontraba la barra, y sobre ella, un gordo posadero que se encontraba haciendo algo con sus bebidas, quizá, se encontraba rebajando su contenido para minimizar gastos en un tiempo de crisis como era este. Santiago pensó que era mejor una ruta rápida hacia su objetivo, con premura se acercó al tabernero y preguntó por el misterioso inquilino quién lo había citado en aquel lugar, al ver que el tabernero se mostraba poco colaborativo decidió pagarle una habitación para aflojar la información. El hombre no pudo ocultar el brillo en sus ojos al ver monedas sobre su mostrador y ya no puso más peros a Santiago .Arriba, en las habitaciones, esperaba el comerciante a la llegada del cabo. Sabía que vendría temprano, así que preparó la humilde habitación para recibirlo. A Santiago no le fue complicado encontrar el cuarto de su anfitrión pues la puerta estaba resguardada por sus guardaespaldas. El cabo intercambió palabras con uno de ellos, de acento gracioso y sombrero de afeminado. Después de identificarse como el encargado del campamento a las afueras en el bosque, recibió acceso a la habitación. Mientras tanto, un piso más abajo, Elegost decidió revisar la cocina de la taberna al ver que el tabernero adulteraba sus bebidas, el capellán creyó que seguramente encontraría a una fea mujer haciendo un estofado de ratas con grillos para el desayuno... Pero nada de eso. La luz le concedió con la visión de una hermosa doncella elfíca de cabellera negra como el azabache y mirada severa, la mujer se encontraba troceando el pollo para el estofado que preparaba cuando fue interrumpida por la voz del capellán. Al principio, ella se mostró distante y centrada en su trabajo, pidiendole al rubio que la dejara tranquila en su cocina. No fue hasta que Elegost se identificó como un miembro de la iglesia que recibió un trato màs amable por parte de la cocinera, ella sonrió y se mostró mucho más amable con el humano. No se sabe con certeza que ocurrió después de aquello, pero Elegost fue expulsado de la cocina casi a base de golpes con una espátula. Al mismo tiempo en la habitación, Santiago se había metido en una competencia con el comerciante sin haberlo notado. El cabo estaba seguro que se trataba de un criminal que necesitaba ayuda con un contrabando, y bajo esa premisa disparó preguntas a diestra y siniestra para hacer soltar la sopa al comerciante. Por cada pregunta que lanzaba con astucia, recibía una respuesta aún más elusiva y convincente. La conversación se alargó entre varios giros de argumentos hasta que Santiago pudo comprobar, tras una inspección al permiso de mercante de Loras, que no había nada ilegal con su trabajo, y podían cerrar el trato. Más, en la planta baja, un dilema se estaba cocinando. Elegost creyó que el tabernero mantenía en cautiverio a la damisela elfica, por lo que apenas salió de la cocina, tomó una silla y se la arrojo al hombre que estaba con sus bebidas, la elfa al escuchar el ruido salió alarmada, le preguntó a Elegost que le ocurría y sin pensarlo dos veces, corrió para informar a la guardia sobre el accidente. El capellán tomó una silla y esperó pacientemente a que llegase la milicia a buscarle. Grande fue su sorpresa cuando la capitana de la guardia ordenó arrestarle inmediatamente por sus acciones. El capellán alegó su inocencia y como estaba deteniendo a un criminal peligroso. Hubo silencio unos momentos hasta que aquella mujer tomò una silla y se sentó para encarar al hombre y contara la versión de lo que había pasado. Le siguieron varios minutos en los que Elegost explico como habia encontrado al tabernero diluyendo sus bebidas y le indicó que enviara a dos hombres para inspeccionar su bodega. Elegost decía la verdad, lo cual puso aun más estrés sobre la joven sargento. Ella no se encontraba con el humor ni con la cabeza para soportar lo que parecía un escándalo sin importancia. El capellán notó el peso de la carga sobre los hombros de aquella mujer, se acercó a ella y logro apelar a su lado más humano, Conversaron sobre lo estúpido que era el tema, y la gran responsabilidad que ahora ella tenía sobre sus hombros. Fue con carisma y encanto que Elegost no terminó en alguna celda aquel día. Acuerdos se alcanzaron ese día. Santiago salió de la habitación solamente para encontrar a un tabernero inconciente, un par de botellas rotas y sillas desacomodadas. Suspiró y sospechó quien estaba detrás de ese desastre. Pero por ahora, el tampoco tenia la cabeza para ocuparse de buscar a su compañero, decidió concentrarse en lo que se había discutido aquella mañana. Loras dijo una ultima advertencia al cabo mientras salía de la habitación, y el eco de sus palabras caló en la mente del cabo. Sin embargo, el trato era demasiado bueno para simplemente pasarlo por alto. Será, como diría Elegost, lo que la luz quiera que sea.
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