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SwordsMaster

Fergus Rollers

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Nombre del Personaje: Fergus RollersMangas_a_high-quality_portrait_of_a_youn

Raza: Humano

Sexo: Hombre

Edad: 18

Altura: 1'70

Peso: Normal

Lugar de Nacimiento: Costasur, descanse en paz

Ocupación: Mortal con espada, voluntario de la Cruzada Escarlata

Descripción Física: Un muchacho joven, que no pasa de los 18 inviernos o quizás menos, de tez morena y cabello negro bien recortado pero mal peinado. Su complexión no destaca en nada para alguien de su edad y su cuerpo y cara no muestran aún cicatrices o estragos causados por la batalla, aunque sea cuestión de tiempo.

Descripción Psíquica: Un joven enérgico, con un alma inmensa y cargado de sueños y esperanzas para él, para la humanidad y para el futuro. Impaciente y arrojado, con sus ideales más pacíficos oscurecidos tras presenciar la destrucción de su hogar a manos de los renegados. Quizás más idealista e inocente que el voluntarioso promedio de la Cruzada Escarlata, pero no falto de agallas y coraje.
Es una mente simple, no nacido para resolver ecuaciones o sumar hasta más de 99, tosco, vulgar, carente de una buena educación; la mente más simple de entre dos hermanos gemelos, su hermano se encargaba de pensar por él qué gamberradas harían durante el día y cómo, lo cual le parecía un negoción.

 

 

 




10 años atrás
8 años de edad


 

Las pequeñas pedradas de las hondas cayeron encima del tejado del viejo Wayne, mientras los dos gemelos reían y comenzaban a correr, con el pobre hombre mayor, zapatilla en mano, corriéndolos y profesando maldiciones, hasta perderlos a la vuelta de una esquina. Arrojó la zapatilla al suelo resignado regresó una vez más a su hogar, otra vez sin haber logrado atrapar al par de endemoniados diablillos revoltosos de Costasur.
Los dos gemelos, Rollers, cuyo padre había presuntamente muerto durante la Tercera Guerra, regresaban a la casa de su madre, Lilián, con un par de manzanas que habían adquirido con de forma ilícitamente sutil en el camino de vuelta. Probablemente iban a comer sopa aguada hecha con las cosas de hace media semana otra vez, así que mejor era ir llenando el estómago.
 

7 años atrás
11 años de edad


 

El montaraz explorador y en aquel entonces sargento imperial de cabellos ligeramente dorados y cobrizos, de enorme nariz, se arrodilló ante la tumba de Lilián una última vez, y observó al muchacho cerca de la entrada del cementerio una vez más. Hacía tiempo, cuando su madre había sido capturada por los rebeldes que asolaban Costasur, su hermano gemelo había corrido para jamás ser vuelto a ver. Hacía ya meses de eso...
Ahora, su madre había caído por una peste que había llegado a la ciudad hacía poco. Aunque la peste se fue se había llevado consigo a su madre, y ahora el muchacho permanecía de pie en completa soledad.
Sargento y cabo lo debatieron a sus espaldas, meditaron y decidieron. El joven fue llevado con ellos al sur, donde podría tener paz y alejarse de la oscuridad que acechaba en las tierras donde le había tocado nacer. Fue puesto al servicio de la Iglesia de la Luz. Aunque prestos ambos soldados regresaron al norte, al menos había encontrado consuelo en saber que su abuelo, del que nunca había sabido nada, también se encontraba en Villadorada al servicio de la Iglesia de la Luz. Y con el tiempo su padre también regresaría, cojo y tuerto, como vuelto de entre los muertos. Jamás había conocido a su padre u oído hablar de su abuelo, pero aquella era su nueva familia ahora.
 

5 años atrás
13 años de edad


 

Veterano espadachín e hijo rieron mientras compartían dos vasos de leche en la posada Orgullo de León, un gusto que no poseía antes pero había adquirido pasando tiempo junto a Tiagus, de quien solo había oído historias de parte de su madre.
Su padre le había estado dando clases con la espada en los tiempos que su hijo no cumplía sus tareas en la capilla de Villadorada. Lo cierto es que aunque podría haberlo dejado, encontraba cierta paz en el tiempo que pasaba allí. Es verdad que le costaba entender las sutilezas de la fe o los complejos libros de filosofía y teología, que le sonaban innecesariamente pomposos. Pero siempre había algún padre o dos que amables se tomaban la molestia de explicarlo de un modo que el joven pudiese entender, si no los aspectos más complejos, al menos los básicos de la fe. Como rata callejera sin cultura que era resultaba un desafío, pero su determinación por aprender lograba palear en muchos casos con su vulgaridad y simpleza.
Y luego estaba el ver a los escuderos y paladines de la Mano de Plata ir y venir, con sus pulidas armaduras, día y noche ayudando y protegiendo a los necesitados. Un día él, también, sería un héroe de la humanidad, un paladín de la Mano de Plata, protegiendo a los débiles con un arma en una mano y la Luz en la otra, un campeón, un héroe. Y entonces podría salvar a la madre capturada por rebeldes de otros niños, y todos serían felices.
 

2 años atrás
16 años de edad


 

Bajó del bote junto a su padre, ya llegando a los 40 y con alguna cana asomando en el cabello. Fergus había crecido en un muchacho joven y sano. Se encontraban llegando a Costasur, como su padre llevaba ya un par de años prometiendo que le llevaría. Era donde había crecido, y el simple hecho de volver a ver su puerto le llenaba de memorias y viejos recuerdos. Recuerdos con su hermano, con su madre, de bromas y juegos. Su vida en Costasur no había sido la mejor, había pasado hambre, había robado y se había metido en problemas. Pero... El hogar era el hogar.
Recorrer las calles le llenaba de nostalgia, la mayoría las conocía, alguna era nueva. La ciudad ciertamente había crecido con el tiempo, a medida que llegaban algunos refugiados a lo largo de los años, de aldeas cercanas.
Vio la casa en la que solía vivir, ahora en ruinas y abandonada. Junto a su padre entró, pero la mayor parte de cosas habían sido saqueadas. Había un rincón de entre las tablas, sin embargo, que solo su padre conocía. Retirándolos se hallaba una cajita, y dentro de la cajita de madera ya vieja se encontraban bien resguardados en su interior dos anillos. Su padre le explicó que eran de un tiempo cuando era joven e inocente, y creía que con amor lo iba a superar todo. Esos anillos, simples y de calidad algo pobre, iban a ser anillos de casados, pero el día nunca llegó, la Tercera Guerra había sido más rápida.
Se los dejó a Fergus y se encaminaron al cementerio, a ver la tumba de Lilián.
Se colocaron de rodillas, Tiagus colocó el manto gris que siempre portaba sobre los hombros de su hijo, sonriendo. Ahora su última esperanza era él. Guardaron un silencio solemne ante la tumba. Respetuoso...

Pero hay quienes no respetan a los muertos. Con varios gritos de pánico interrumpieron el pequeño momento de respeto. Era imposible saber qué ocurría fuera, pero el espadachín se hacía a la idea, y no le gustaba. Aferró de la mano a su hijo y comenzó a correr, agitado y sin saber a dónde. Pero Fergus ya tenía edad de comprender también, y supo por los gritos que la situación debía ser auténticamente desesperada. Sonaba a que no tendrían ninguna oportunidad saliendo por la puerta principal si había peligro. Había nacido en esta tierra, en esta ciudad, conocía sus entresijos y definitivamente sabía de un hueco o dos en la muralla de la ciudad para poder escapar. Pronto algunas personas se unieron en su carrera hacia las murallas, desesperadas y viendo que que parecían saber a dónde iban. A sus espaldas... Fergus echó una mirada. Las calles de la ciudad detrás comenzaban a ser sumergidas por humos tóxicos y abominaciones no-muertas que jamás deberían haber existido, pero lo hacían. Volvió la vista al frente, logrando llegar al hueco que solían usar ambos gemelos de pequeños para esconderse. Era apretado, pero sabía que daba al otro lado de la muralla. Podían pasar de uno en uno, él y su padre fueron primero, y el puñado de personas que les seguían después. Pero solo la mitad llegaron al otro lado, el resto habían sido alcanzados y masacrados al otro lado antes de poder pasar. La imagen de los cadáveres, los desmembramientos y los dos necrófagos devorando carne, sangre y hueso al otro lado era una imagen que no olvidaría pronto, quizás jamás.
Su padre le apresuró a seguirle al bosque, y el ahora reducido grupo de personas les siguió.

Pero no llegaron lejos. La flecha de un explorador renegado alcanzó la nuca de una de las mujeres que huían con ellos, haciéndola caer muerta al instante. Un esqueleto con espadas y otro acorazado hicieron presencia también entre los árboles, determinados en no dejar supervivientes. Uno de los pueblerinos miró al espadachín, no iban a ir a ningún lado con un cojo como él por el bosque y lo sabían... El espadachín lo sabía. Fergus intentó oponerse a lo que estaba a punto de hacer, pero el espadachín ordenó a otro de los hombres llevarse a su hijo, y obedeció.

El veterano espadachín quedó entonces solo mientras los pueblerinos y su hijo se alejaban. Aferró su espada con ambas manos, colocó un pie delante y la pata de palo detrás, colocándose en guardia. Un hombre y su espada, un mortal, un cojo, un tuerto, un viudo, alguien que jamás había recibido nada más que dolor por parte del mundo, y aún así había encontrado la voluntad para pararse de pie, frente a frente con la muerte, y mantener su posición. Sin titubear. Sin dudarlo por un solo segundo.
Intercambió filos destellantes y bloqueó ataques de los esqueletos con destreza durante varios asaltos, lanzando golpes y cortes que apenas hacían mella en los duros huesos de los esqueletos. El sudor helado comenzaba a recorrer su rostro, mientras comenzaba a adoptar una posición más defensiva, bloqueando y desviando ataques con su espada e intentando hacer tiempo.
Pero fue al final una flecha envenenada, certera, bien preparada y apuntada con cuidado por parte del explorador lo que sentenció su vida. La visión de su único ojo se nubló por un instante cuando la punta penetró su hombro, se sintió agotado, débil, y para cuando pudo ver qué ocurría, la espada del esqueleto acorazado se encontraba en una trayectoria clara hacia su cuello. Con las pocas fuerzas que le quedaban bloqueó el golpe, con un grito agotado y débil, un último acto de desafío. Pero la espada del otro esqueleto le atravesó la espalda, dejando caer la espada sobre la tierra sin fuerzas. Cerró el ojo con calma y paz en el corazón, sabiendo que el tiempo que había hecho salvaría vidas. Salvaría a su hijo...
El esqueleto a sus espaldas retiró la espada lentamente, cayendo el espadachín de rodillas, su sangre goteando y bañando el suelo. Alzó la mirada para ver una última vez a los ojos vacíos y malditos de su ejecutor. El esqueleto alzó la espada sin mostrar un ápice de emoción...

Su hijo vio desde la lejanía como decapitaban a su padre, con lágrimas bañando sus ojos enrojecidos.
 

1 año atrás

 

Cuando a la embajada de la Cruzada Escarlata en Stromgarde había llegado hacía ya un año un joven con los ojos rojos, la cara sucia y la ropa medio rasgada, no había hecho muchas preguntas cuando dijo que quería luchar por la causa.
Ahora ataviado con una armadura, una espada y ocasionalmente un ligero escudo que colgaba a sus espaldas, el muchacho parecía otro que cuando había llegado a pasar unos días en Costasur hacía un año.
El entrenamiento era cuando aprovechaba a meditar en silencio. En la Iglesia, en el sur, siempre le habían dicho que podía ser un gran paladín, como todos, si entrenaba duro, si aprendía un montón de cosas que no llegaba a comprender, si se olvidaba del legado de su padre y aprendía a usar otra arma, que rezando mucho y siendo muy fiel un día la Luz acudiría a él, y que luego de eso, entrenando aún más, podría ser un paladín. Lo que era decir, en otras palabras, que jamás sería un paladín. Que estaba fuera de sus posibilidades. Que debía sacrificar quién era, y que solo si la Luz acudía a él podía ser un campeón digno de la humanidad.
Pero había visto un hombre con su espada, un mortal, un cínico, un cojo, tuerto, viudo, sin armadura y sin Luz en sus manos sacrificarlo todo por salvar vidas, y ese día comprendió que la Luz actuaba en más de una forma. Podía ser un campeón de la Luz, de la humanidad siendo un hombre y su espada, podía vengar todo el sufrimiento que le habían hecho pasar, cada muerte, siendo un hombre con su espada. Y eso estaba bien. La Luz le quería a él tanto como a cualquier otro, incluso si nunca había logrado invocarla físicamente, y la Cruzada le ofrecía esa oportunidad.
Llevaría la retribución de la Luz, incluso si era un simple muchacho y su espada. Pues la Luz estaba de su lado y le llevase a la muerte o a una larga vida, moriría cumpliendo su voluntad. Moriría, si hacía falta, llevando a cabo el castigo divino de la Luz, en el proceso ayudaría a vengar su ciudad, y a su padre.

Tras terminar de entrenar se pasó una mano por el rostro secándose el sudor. Colgó su espada a un lado, se acomodó el grueso, viejo, simbólico y fiel manto gris sobre sus hombros, se colgó el ligero escudo y se encaminó a descansar. Un día más...

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Historias, muertes, hazañas y moralejas

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