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Psique

Garnak del Clan Quiebracraneos

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  • Nombre del Personaje
    Garnak del Clan Quiebracraneos
  • Raza
    Orco
  • Sexo
    Mujer
  • Edad
    27
  • Altura
    2.10
  • Peso
    110 kg
  • Lugar de Nacimiento
    Nagrand
  • Ocupación
    Cazadora
  • Descripción Física

    Curtida, adulta, fuerte, abundante. Así es Garnak, hija de Go'nah y Kongor. Un ejemplar sano y fuerte, de piel bronceada. Tiene dos colmillos prominentes en lugar de uno fruto de la ascendencia de su clan, que los distingue entre los demás orcos. A veces tiñe su piel con tatuajes rituales hechos con ceniza y sangre, que le confieren un aspecto fiero. Tiene numerosos pendientes y perforaciones que vuelven su aspecto más primitivo. Viste con piel de gacela escuetamente su cuerpo, pues todavía no ha cazado nada mejor que le permita lucir su honra.

  • Descripción Psíquica

    Los Quiebracraneos criaron a una orco inquieta pero leal a sus gentes. Amante de la caza, resulta insaciable a la hora de aprender sobre la profesión, que le despierta un gran interés en comparación a la guerra, siguiendo el designio de sus antepasados. Una gran oratoria la distinguen, no por la profundidad o intelecto de sus palabras, sino por su don de gentes, desenvuelta, dada a la improvisación. Tiende a jugar el papel de hermana mayor entre los suyos, muy maternal con quien ama, terrorifica contra quien aborrece.

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Historia
 


Nací en un clan pequeño y remoto de cazadores y domadores de huargos, perdido en los valles de Nagrand. Nuestro linaje se habia separado del clan Warsong para dedicar su vida a la caza íntegramente, lejos de la guerra y el conflicto con otros clanes, buscando honrar a nuestros ancestros a través de la cacería.

Llevó tiempo que el consejo aceptase que lo que restaba de Nagrand era muy poco. Demasiado poco para todo lo que se masificó en ese pedazo de tierra flotante. Las disputas se hicieron diarias, y el problema de los ogros y los gron estaba ahi.

Nuestro espíritu guerrero aletargado se cobró muchas vidas en el trayecto hacia el Otro Mundo, pero llegamos, al fin, y nos asentamos en la región nombrada como Durotar. Vagamos sin descanso por sus tierras yermas, nos enfrentamos a las arpías de los cañones, hasta que dimos con la tierra prometida.

Un manatial brotaba de la roca desnuda, y de él nacía un lago a la sombra del cañón. Los animales, grandes y pequeños acudían allí para aplacar su sed, herbívoros, carnívoros, era como un pacto silencioso de no agresión. Nuestro chamán lo señaló como una señal de los espíritus de que allí era donde debíamos anidar.

Pero el conflicto no tardó en estallar, pues no eramos los únicos que llamaban a aquel pedazo de tierra hogar.

Las arpías del cañón fueron un severo problema durante los años sucesivos, hasta que empezamos a crecer. Nuestro clan vio la prosperidad, y con nuestros números, las arpías fueron expulsadas hacia sus territorios, reclamando el manatial para nosotros. Solo para nosotros. Pero eso trajo otros problemas, un problema que el consejo se negaba a reconocer pero que tanto yo como otros más jóvenes, veíamos con claridad: las presas estaban menguando, empezabamos a ser demasiados, obligándonos a aventurarnos cada vez más lejos para cazar. Además, nuestra presencia a menudo espantaba a los hervíboros tales como las gacelas, nuestra principal fuente de alimento, y si ellas no acudían, los depredadores tampoco lo harían.

Las peleas contra las arpías durante años se convirtió en nuestro Om'riggor, donde el joven debía demostrar ser un orco dando caza a una de ellas y traer su calavera como muestra de su victoria. En Nagrand, nuestro rito era dar muerte a un joven uñagrieta. Los tiempos cambiaban, y nosotros, con ellos.

Recuerdo el mio como si fuera ayer. La mayor de tres hermanos, orgullo de su padre, amor de su madre, les ofrendé una arpía bien gorda para nuestros ancestros. Su calavera ahora siempre va conmigo, recordándome el compromiso con mi clan.

Como hija mayor, mi deber era guiar a mis hermanos y enseñarles todo cuanto me enseñaron a mi primero. Los llevaba generalmente de cacería, les enseñé a tejer redes y a armar trampas, además de cómo despellejar y trocear las presas para su posterior ingesta. Aún vestían con piel de gacela (reservado para los niños) cuando llegó aquel día. El día en que mi hermano se reunió con sus ancestros.

Caminabamos cobijados por la sombra de los cañones, dirigiéndonos al manantial por quinta vez esa semana. Los demás días no habia habido suerte, y seguía preguntándome por qué el consejo no quería hacer nada al respecto. Como fuera, tal vez conseguiriamos dar caza a alguna alimaña para el almuerzo, me contentaba con eso. Tenían que despertar su instinto, de lo contrario se adormecería. La encomienda era suficiente para tenerlos activos y productivos.

El cañón estaba despejado. El camino hasta el desprendimiento era claro y ese dia, no habría problemas. No hacia demasiado tiempo de mi prueba de adultez, y para ese momento ya llevaba conmigo el premio de mi enemigo en el cintuón, sin embargo, las pieles que me vestían seguían sido de gacela, dejando claro que a penas sí habia llegado a la adultez.

Ellos bromeaban. Era un día como otro cualquiera. Go’nor iba delante seguido por Grunt.

Observamos entonces la presencia de una gacela mientras esperábamos, que habia acudido al lago a beber de sus aguas. Con lentitud bajó la cabeza, aun indiferente a nuestra presencia.

Go’or quiso ir primero, hambriento de demostrar sus capacidades para con su clan, se adelantó salvajemente.

Por desgracia, no eramos los únicos que tenían hambre.

La criatura se lo llevó, y lo dejó caer como si fuera un quebrantahuesos.

Ese sonido, esos gritos aun me persiguen en sueños. Vengué su muerte, pero no me lo devolvieron.

La noticia fue acogido con funesta respuesta. Era natural, pensaron algunos, pues las arpías eran tanto nuestras competidoras como nuestras depredadoras naturales en este cañón. Pero jamás su peligrosidad se me hizo tan cierta, siquiera en mi rito de adultez, como aquella vez.

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