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TitoBryan

Alfred Rowan

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  • Nombre del Personaje
    Alfred Rowan
  • Raza
    Humano
  • Sexo
    Hombre
  • Edad
    24
  • Altura
    1'77
  • Peso
    70kg
  • Lugar de Nacimiento
    Stromgarde
  • Ocupación
    Soldado
  • Descripción Física
  • Spoiler

    110 James franco ideas | james franco, franco, franco brothers

     

    De estatura promedia y complexión atlética, cumpliendo con el estereotipo en V de los hombres, hombros anchos y cintura estrecha. Pese a su aspecto, es más bien debilucho, con poco músculo en donde destacar. Por el contrario, su agilidad le delata por ella sola. Poseé unas piernas fuertes y largas, se mueve con el nervio de un adolescente pero con la gracia felina de un elfo.  

    El pelo, rizado y castaño, cae hasta la altura de la nuca. Es de ojos oscuros, aunque vivídos, de mirada intensa y juvenil. Sus facciones son cuadradas y rectas. Un poco de dureza empieza a asomar, advirtiendo del poco tiempo que le queda para ser considerado un adulto completamente. 

    Carece de ciactrices serias, aunque algunas muescas y pequeñas marcas se esparcen disimuladamente por su cuerpo, al igual que unas manos callosas que hace mucho tiempo que no gozan de la finura del descanso. 

  • Descripción Psíquica

    Es atrevido y arrogante, parece de carecer de vergüenza ni remordimientos hacia su elevada auto estima. Le gusta reirse y tomarselo casi todo con burlas. Tiene un comportamiento social indiferente y pasotista, suele desafiar a la autoridad, pero no tiene reparos en agachar la cabeza cuando el deber militar se presenta.  

    No es el más valiente, pero agallas no le faltan. No es hombre de compromisos ni confianzas, y no tiene reparos en avisar de ello antes de prometer nada. Aunque guarda un especial cariño y privilegios para sus cercanos. 

     

    Alineamiento - Caótico Bueno 

  • Ficha Rápida
    No (1000 palabras mínimo)
  • Historia

    Durante el reclutamiento, todo hombre y mujer que deseara jurar ante la bandera del Imperio era sometido a… “Ciertas pruebas” antes de permitirle tal “honor”. Durante ese mes, todos debíamos acatar sin rechistar, nada del otro mundo. Claro que, en la letra pequeña del contrato nadie mencionaba nada acerca de quedarse a merced tanto de los oficiales, como de los suboficiales. Ni yo, ni mi hermano, fuimos capaces de adivinar que nos estaba esperando. 

     

    Aquella noche fue indiscutiblemente una de las peores. No fue ese sudor frio y corrosivo, no era el tick-tack del reloj de bolsillo del cabo, mucho menos la sinfonía desafinada de los compañeros al roncar. No, esa noche no habia podido conciliar el sueño por una sola razón. ¿Pero quien tenía tiempo de pensar en esas cosas cuando lo único que te separaba de la oscuridad era una fina capa de pieles en forma de tienda? Tragas fuerte y te duermes.

     

    No era extraño que los reclutas saliesen a patrullar, era parte de sus quehaceres diarios junto a los soldados fuera de campaña, encargados tambien de acompañarnos a lo largo del mes instructivo. Era reconfortante que hubiese una camaradería intachable entre los reclutas y los soldados, algunos más altivos y arrogantes que otros, pero aceptables dentro de lo que cabe.

     

    Hacia exactamente 28 dias desde que yo y mi hermano nos alistamos. De haberlo sabido ¿Nos hubiéramos echado atrás? Yo desde luego que no, este era nuestro trabajo después de todo. Pero cada vez que me peleaba con la manta, o daba otra vez la misma vuelta inútil buscando una comodidad que a mi espalda le pareciese mínimamente pasable, me encontraba con su careto. Incluso a nuestra edad, el cabrón no había cambiado ni una pizca. El jodido era feo como un trol. Pero había algo en él, incluso dentro de sus putos ronquidos, que me traía de vuelta a casa. 

     

    El olor a hidromiel, al guiso que preparaba madre, trovadores que pasaban a dejar su marca en la taberna y en alguna de las hijas de los soldados, el calor reconfortante de la chimenea que hacía semanas que padre tenía que reparar. Maldita sea, puedo recordar el chirrido de las puertas de las habitaciones, y de los tablones del suelo que se cagaban en la estirpe de algún soldado borracho que se había olvidado quitarse la armadura. 

     

    No era una buena vida, pero era sencilla. Es solamente en los peores momentos cuando el pasado que una vez te resultó insufrible, lo llamamos ahora “buenos momentos”.  Y madre mia si tuvimos buenos momentos. 

     

    ¿Quien se hubiese imaginado que el cabron que me partió la cara de pequeño ahora era el cabron que guardaba mis espaldas? Y yo la suya.  Lo recuerdo como si fuese ayer, y no por nada en especial. A la mayoría de los crios se les caen los primeros dientes de forma natural, quizás se los atan a una silla y la tiran por el balcón, o atan hilo en el pomo de la puerta y se sientan a esperar. Lo mio fue diferente. 

    Estaba sentado encima de la barra, limpiando toda una horda de jarras vacias y algunas aún por vaciar. No me hacia mucha ilusión, y menos sabiendo que encima de mi, en las habitaciones privadas, la señorita Kesha se preparaba para irse a dormir. 

    Entre eso y que algunos soldados aún iban dando tumbos por el salón, y de vez en cuando se me acercaban a chincarme, no estaba yo de muy buen humor. 

    Y entonces llegó el cabrón. Cuando lo vi entrar, detras de su padre, a quien si conocía, se me cayó la jarra de las manos. Mi padre y el suyo se fueron cagando leches a una mesa a beber, pero su hijo, el muy cabron, pensó que podía hacer migas conmigo solamente porqué me sacara una cabeza y media de altura. Es mas, lo recuerdo perfectamente, como torció una sonrisa pilla y se me acercó con aires de superioridad. 

    Claro que antes de que abriese la boca, ya me estaba mofando de él. Y nisiquiera tuve tiempo a decirle lo mucho que se parecía a un trol antes de que, sin venir a cuento, me saltaran varios dientes de leche del puñetazo que me dió. Uno no podía antojarsele una carcajada sin que le salten los dientes hoy en dia, eso tampoco ha cambiado. Naturalmente que la cosa no quedó ahí, pero tampoco quiero entrar en detalles. 

     

    Y parecerá una broma de mal gusto, pero ese puñetazo y el que yo le di de regreso, fundaron las bases de una amistad que ha durado hasta…  Hoy. 

    La primera jarra de cerveza que me tomé fue con él, en la bodega, resguardados entre la seguridad y la discreción que una montaña de barriles pueden ofrecer. Por supuesto, el mismo dia mi cuerpo tambien inauguró su primera borrachera y a la mañana siguiente, al igual que el cabron, mi primera resaca. Pareciamos dos muertos andantes, como los de las historias. 

    No fueron mis primeros pechos, pero si los suyos. Tenía un secreto, algo que a nadie le habia confiado más que a mi mismo. Resumido, la taberna de padre tenía un patio trasero en donde un manzano habia crecido desde mucho antes que yo naciera. Este manzano, poseía en lo más alto de su tronco, una rama con una caracteristica muy particular. Era lo suficientemente gruesa como para aguantar el peso de un mocoso como el cabron, pero no lo suficiente como para aguantar el peso de un adulto. Y fue ahí, acercandonos hasta una ranura en la ventana cerrada del cuarto de Kesha, en donde el cabron pudo apreciar por primera vez la belleza de la figura femenina. No fue el mismo despues de lo de aquello.

     

    Pronto nos dimos cuenta de que no eramos tan distintos después de todo, pese que él midiera dos cabezas más que yo y ocupase la mitad de la silla en la que yo me sentaba cuando ibamos a comer. 

    Y ni hablar de la comida, gracias a él, podía salir a la calle y disfrutar de una comida a la luz del sol, sin tener que preocuparme de los otros chicos. Llegando a una época en la que los otros chicos, no sin pelear, nos ofrecían su comida, algunos más educados que otros.

     

    Siempre nos metíamos en problemas, a veces causados por mi, y otras… Bueno, la mayoría eran causadas por mi, no me voy a mentir a mi mismo. A padre no le gustaba que me peleara, pero cuando él y el padre de mi amigo nos veían llegar embarrados y deshilchados por todos lados, solo faltaba decirles que los otros acababan peor para ganarnos unas risotadas y un vitoreo de los soldados que frecuentaban la taberna. Pero no mentíamos, podía ser un canijo esmirriado, pero cuando habia que cuadrar golpes rápidos nadie me ganaba. Y“nombre”, él si era un bestia, y sigue siendolo. Practicamente solo tenía que cubrirme detras de él y emboscar a quien fuese que quisiera meterse con nosotros. 

     

    Pero los malos tiempos llegaron, y ahora que soy mayor, me gustaría decir que en algún momento Stromgarde vivió buenos tiempos durante mi niñez, pero creo que es solamente un cuento de mi imaginación y, como siempre, las cosas no eran tan bonitas como se suele decir. 

    Él y yo, por alguna razón, decidímos alistarnos al ejercito Imperial. La idea no me convencía mucho al principio, pese a ser un buen trabajo. Pero dia a dia, hablar con la soldadesca, servirle y escuchar sus historias, tanto a mi como a“nombre” nos encandiló el corazón. Y a partir de ahí, solo bastó una mirada fugaz para saber que idea cruzó por nuestras cabezas. 

    Al dia siguiente partíamos hacia el cuartel, en donde durante el mes venidero nos esperaría el más exhaustivo, duro y demantante entrenamiento al que jamás nos habíamos enfrentado. No hubo pelea, ni escapada, ni trastada que hubieramos hecho que se asemejara a las torturas físicas por las que nos hicieron pasar. No era solamente completar los circuitos, o hacer las más arduas y cabrones tareas, ni el entrenamiento cuerpo a cuerpo. Era el hacerlo todos los dias, de todo el mes y durante nuestras vidas.

     

    Pero finalmente, como era costumbre, nuestra unión perseveró. Eramos soldados del ejercito Imperial. 

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