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Maw

Memorias de un Mensajero

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  • Nombre del Personaje
    Jeacob
  • Raza
    Huargen
  • Sexo
    Hombre
  • Edad
    37
  • Altura
    1`86
  • Peso
    80 kilos
  • Lugar de Nacimiento
    Gilneas
  • Ocupación
    Explorador.
  • Descripción Física

    Jeacob es un hombre de unos 37 años de edad, de nariz ganchuda, tez tosca machacada por una dura vida y densa barba descuidada que solo acentuan su aspecto de perro apaleado.

  • Descripción Psíquica

    Jeacob es un hombre traumado por la guerra cuya mente suele pender a veces de un hilo el cual no se rompe gracias a la entereza mental y a su voluntad por salir adelante y sobrevivir pese a las circustancias. Es presa de los sindromes que atañen a todo soldado que ha vivido lo suficiente en la guerra como para odiarla y necesitarla al mismo tiempo.

  • Historia

    La guerra llamó a mi puerta vistiendo una gabardina de color azul oscuro rematado con una camisa interior violeta. Se llamaba Albert, habia sido anteriormente notario y tras perder su trabajo acabó ejerciendo como reclutador local al servicio del regente de la ciudad de Garwich,  donde yo habia estado viviendo los ultimos 6 años junto a mi mujer y mi hija .


    jeacobportrait222.pngPor aquel entonces odiaba a los rebeldes como cualquier hijo decente de Gilneas que se vio empujado a la contienda, a abandonar su vida, sustituir la pluma, azada o pala por un rifle y una espada y mas le valia llevar en sus labios un rezo a la luz para que pudiera ser uno de los afortunados en sobrevivir. Existía un gran sentimiento patriota recorriendonos las venas como un veneno y estábamos convencidos de luchar por nuestra tierra y nuestros hogares asi como nuestras familias, pero a decir verdad, no eramos dueños de nuestro destino llegando a un punto en que los colores se engrisecian, y al final, todo era por una cuestion de supervivencia. Una supervivencia que a veces era demasiado cruel."


    El aliento se convertía en un denso vaho al salir de mis labios cortados. Me sabia la boca a sangre, y a pesar de las pocas medicinas que había estado tomando aun el escozor en la garganta persistía desde hacia ya dos semanas, esperaba que desapareciera  antes de que empeorara.

    La mayoría de nosotros, soldados del reino al servicio de la corona,nos apiñábamos temblorosos  por las bajas temperaturas acentuadas por la humedad de las recientes lluvias que habían encharcado las calles casi hasta anegarlas, y alli donde la tierra había sido batida por los elementos se creaba una espesa capa de fango sucio que cubría el suelo. Desde la ventana salpicada por las gotas de roció; en el segundo piso de una casa que había sido abandonada por su legitima familia no haría mas de dos horas, pude ver la fila india de soldados rebeldes avanzando por la estrecha callejuela que daba frente a nuestro escondrijos. Los cinco primeros soldados incluyendo a su capitán torcieron la esquina  que daba a una pequeña plaza coloquialmente llamada el Plato Pobre. Alli solian juntarse antes de la guerra los vagabundos y sin techo en busca de la comida caliente que ofrecían los buenos samaritados de la iglesia de la Luz.  

    Mi capitán nos dio la orden de apuntar con los rifles inmediatamente y disparar al centro de la fila. La primera andanada  destrozó  la mayoría de Rebeldes dejando sus cuerpos apoyados y tendidos en la pared gris, luego, una docena de soldados aliados emergieron de las casas a sus flancos envolviéndolos en una tenaza, tanto por vanguardia como por su retaguardia les cerramos el paso obligandoles a apiñarse. Recargue el rifle, tan rápido como mis entumecidos dedos decorados por alguna que otra ampolla me lo permitieron, y volví a disparar, notando el retroceso del arma sobre mi hombro tras apretar el duro gatillo metalico. Creo que di a un joven de no mas de 17 inviernos, tenia el pelo amarillo, pajizo. 


    Era asi como teniamos que ver a los rebeldes, como enemigos. No había ya margen, y dudar era a veces la diferencia entre morir a vivir, apretar exactamente el gatillo en el momento preciso, pero…

    Maldita sea, a ninguno de nosotros le gustaba matar. Y menos estar alli.

    La escaramuza no duro mucho mas. Podia escuchar el seco sonido de otros tantos rifles escupir plomo no muy lejos de donde estabamos, y aun mas lejos, el rugido de los cañones realistas bombardear las cabezas de los Rebeldes que intentaban tomar el palacio real. La ciudad entera se habia convertido en un campo de batalla. Grandes columnas de humo negro ocasionadas por los incendios se alzaban hacia los cielos impregnando la atmosfera de una capa de ceniza y acre hedor a polvora. 


    Mi grupo  empezó a moverse al atardecer. Recorrimos las callejuelas estrechas de la ciudad hacia las barriadas, buscando el lugar para tender la siguiente emboscada. Yo, iba delante, junto a los otros dos exploradores, Tim y Jerof. El primero era un joven muchacho entusiasmado por dar batalla, un entusiasmo que tras dos dias se habia desvanecido al sentir en la punta de la lengua el amargo sabor de la bilis y la guerra. Aquel chico se arrepentía de haber venido, como otros tantos del batallón. Ardía en deseos por volver a su anterior trabajo de escriba en el Castillo Del Sauce situado a varios kilometros de la ciudad, hacia el Este, donde aun quedaban varias plantaciones de rábanos y remolacha que no habian sido victimas de los incendios.

    Jerof era el segundo al mando de la escuadra de exploradores,  mas mayor que yo. Era un viejo cazador  de 50 años astuto como un zorro. Aprendi muchos trucos de el  durante toda mi estancia como soldado. A mi no me era desconocido el arte de interpretar rastros, conocia el oficio, pero aquel anciano tenia demasiados ases bajo la manga.
    Meses atrás  me había dedicado al correo militar tomando el papel de mensajero. Llevaba de un  lado a otro los informes de batalla y otra clase de documentos. Me mantenia lejos de los campos de batalla pero eso cambió cuando los Rebeldes del muro empezaron su invasión a la capital, los capitanes, Cringris, los nobles, enviaron a todo el que pudieron a la ciudad. 

    Antes de la guerra, habia vivido cerca de las costas, al Oeste de Gilneas.  Mi padre era cartografo y gracias a su oficio habíamos amasamos una buena fortuna. Cristian, mi padre, habia tenido seis hijos, incluyéndome a mi el cual era el mas pequeño de todos y el único que mostró interes por su trabajo. Ahora, estaba muerto, junto a la mayoria de mis otros hermanos de los cuales no tenia ninguna noticia. Era triste ver como los lazos que antes me unian habian sido cercenados. Los desgraciados que acabaron con la vida de mi padre  fueron unos jovenes rebeldes del muro de no mas de 19 años que creian que la taberna donde se reunian algunos intelectuales era un buen objetivo para su causa. Cuatro desconocidos entraron armados con pistolas de chispa y cuchillos, asesinando a varios escritores, poetas y versados, entre ellos tambien hubieron burgueses y el hijo de una familia importante. La mayoría de lo agresores acabaron presos por la guardia y posteriormente ejecutados, pero  aquello solo fue el principio de la guerra civil.

    Toda aquella vida, mi niñez, la adolescencia incluso mi propia boda  me parecía un sueño, como si otra persona la hubiese vivido y yo solo fuera un espectador. Pero aquellos recuerdos me servia para poder vivir el presente, a esperas de un futuro mejor. Aquella salida era Mheya, mi mujer y Agatha, mi hija. Mantuve la esperanza. Maldita sea si lo hice. Los habia dejado en un pueblo a salvo gracias a que pude mover unos cuantos hilos, y cobrandome algunos favores hechos a unos amigos de la familia, pero si algo había aprendido es que solo los ricos y los afortunados pueden huir de la guerra.


    Tras la batalla y la caminata encontramos un lugar idoneo para descansar nuestros cuerpos fatigados. La noche caía y el frio era opresor a esas horas pero soliamos apañarnoslas encendiendo un fuego el cual nos aliviara, apiñandonos los unos con los otros en el interior de  una vieja herrería. Cubríamos nuestros cuerpos con mantas de cuero sucias y embarradas para conservar el calor y alli aguardamos al dia siguiente o a las proximas ordenes de nuestros superiores. De los 50 que eramos, una docena montaban guardia, el resto buscábamos  consuelo en los trozos de pan duro y insípida cecina que teníamos por comida. Aquellos momentos eran los que mejor recuerdo y mas aprecio a su manera, la camaraderia. Jerof daba consejos y lecciones al resto de soldados compartiendo sus vivencias. Muchas veces hablabamos de los viejos tiempos, y recordábamos entre risas y añoranza los festejos de las cosechas o las buenas temporadas de caza.

    Aquel mismo dia tras mi septima refriega, cuando estaba a punto de dormirme el capitan Esclen me dio un puntapie, haciendome un gesto para que le acompañara. Avanzamos por la herrería cruzandola de lado a lado sorteando al resto de soldados dormidos hasta salir al exterior. Una vez fuera, me puso la mano sobre el hombro y me tendió una carta. 

    - Lleva esto al siguiente puesto, al Este, busca la compañia del capitan Remias y daselo. Es importante.-
    - ¿ Que es?- Pregunte extrañado frotandome las manos antes de coger la carta y ver que tenia el sello real.
    - El fin de la guerra.- Me di cuenta tarde que el eco de los cañones habia parado de resonar. Aun los escuchaba dentro de mi cabeza.

    Se equivocó, fue el fin de la batalla, pero no de la guerra. Llevé la misiva del alto al fuego al Capitan Remias que se escondia en una iglesia cuyas puertas estaban llenas de agujeros de bala, y como yo, otros tantos mensajeros de un bando como del otro recorrieron las calles de Gilneas, salieron de la ciudad y llevaron las cartas hasta donde pudieron. Muchos suspiraron aliviados, Cringris, habia ganado, los realistas nos alzabamos triunfantes pero no pudimos saborear la victoria. Habia algo peor ahi fuera que habia estado creciendo a nuestras espaldas. 

    Todo quedo incomunicado. La tierra, herida por la guerra, estaba plagada de aquellas criaturas salidas de las pesadillas. Lobos que parecian hombres, o hombres que parecian lobos, daba lo mismo como se les definiera. Ante la situacion, los enemigos se volvieron amigos y viejos odios quedaron parcialmente enterrados frente a un enemigo comun que no conocia la piedad.  La oportunidad de poder ir a Olerid se me presento varios meses después cuando grupo de soldados habían recibido la orden de explorar los parajes Verdeantes que rodeaban el poblado. Me ofrecí  voluntario para acompañarlos a pesar de que sabia que aquello era casi un suicidio. Conocía aquella zona lo suficientemente bien como para guiar al grupo por sendas relativamente seguras, por desgracia, no lo fueron.

    Fuimos emboscados, atrapados como un rebaño de ovejas, dispersados y cazados uno a uno. No se cuantos hombres se perdieron en la espesura ni se cuantos lograorn retirarse a tiempo, pero tenia claro que no iba a ir a ningun lado sin mi mujer y mi hija. Tras haberme cubierto de mugre hasta las cejas para ocultar mi olor, consegui ya caida la noche encontrar el poblado desolado. Las marcas de garras decoraban puertas, ventanas y paredes. Habia escuchado que numerosos poblados habian sido evacuados en las ultimas semanas. Quise creer que Olerid fue uno de los afortunados.

    Entré en la habitación con la pistola por delante y mi Kukri. La casa estaba sumida en el  silencio. La ventana de la cocina estaba abierta de par en par y la suave brisa que entraba hacía que las cortinas hondearan como las olas del mar. Trague saliva, respire hondo solo para captar el inconfundible olor a sangre,  sangre y perro mojado. Me gire a tiempo, el suficiente como para poner los brazos por delante. Fue en el izquierdo, en al antebrazo, ahí clavó los colmillos. Le dispare a quemarropa deteniendo a la criatura en seco apartandola inmediatamente de un empujón. Apenas noté el dolor por la adrenalina.

    - Le...Agatha ¡ Agatha  !. Mayha!- Un suave crujido de madera me obligo a girarme. La trampilla de madera del suelo, a un metro frente a la chimenea cedió hacia fuera y del escondrijo asomó el rostro sucio de Agatha. Me acerque a ella, casi arrastrandola para sacarla de alli y abrazarla. Por el contrario, mi mujer no estaba por ningun lado y empece a teorizar sobre su destino, pero la verdad, es que no tuve valor para comprobar mas de cerca el cadaver del Huargen.

    Corríamos a toda prisa a través del bosque. Mantuve cogida por el brazo a Agatha quien intentaba seguir mi ritmo, pero su velocidad no fue suficiente para dejar atras a nuestros perseguidores ni tampoco lo era la mia. Me detuve en seco, me agache hasta ponerme a su altura. Tomé la mitad de mi medallon de bodas y se lo puse en el cuello a mi hija quien me miro con sus ojos verdes, humedecidos y llenos de lagrimas. Lo único, lo ultimo que le dije, fue " Corre ". Ojala no hubiesen sido mis ultimas palabras. Iba a cometer una locura, un suicidio aunque ya iban dos en aquel dia. No esperaba sobrevivir a aquello. Cargue la pistola, aquella maldita y ruin pistola. Me adentre en los bosques hacia el Oeste a paso ligero,  hacia donde si la memoria no me fallaba por los mapas, habia una granja cercana y un campo de cepos dentados lo suficientemente grandes como para atrapar a un oso que pusieron aposta para mantener alejadas a las criaturas. Lo peor de todo es que no tenia un plan concreto. Corri  hacia aquel punto atravesando el letal jardin de acero dentado prácticamente a ciegas. Un corredor fue la primera de las criaturas en darme alcance. Los mas rapidos se adelantaban para frenar a su presa y que el resto llegara para el festin. No fue el caso, me detuve en seco cuando escuche un chasquido metálico seguido de un lastimero gemido de dolor. Casi no tuve oportunidad de girarme encontrándome a escasos dos metros a la bestia arrastrándose por el suelo valiéndose de sus brazos como remos para darme alcance mientras arrastraba su pata mutilada y atrapada aun en el cepo. Aprete el gatillo de la pistola agujereandole el craneo. Segui mi camino, con el suficiente margen como para llegar a la granja. Pasé por delante de los campos abandonados y dejé atras el granero, frente a la entrada de la vivienda principal habia un tocon en cuya parte superior un hacha de leñador permanecía firmemente clavada. Me oculte en el interior de la casa. El interior estaba ensombrecido, las ventanas tapiadas con tablones puestos en distintos ángulos por cuyas juntas entraba la tenue luz de la luna, se podía ver las motas de polvo  cuando pasaban por delante del haz de luz. Me mantuve en silencio. Los escuchaba fuera, olfateando, siguiendo el olor de la sangre.

    La casa se conformaba por una sala de estar humilde y pequeña conectada a un pasillo que llevaba a una cocina con puerta trasera. Antes de llegar a ella, pasé por la habitación de los dueños de aquel lugar que un permanecían alli, tumbados sobre la cama abrazados y muertos. Junto a una botella de Vodka había una taza vacia llena de unos petalos ya marchitos de una planta venenosa conocida como lengua de salamandra. 

    No le dedique mas atencion a aquella escena, me prepare, dejé que me acorralaran y que pensaran que no había caído en la cuenta de la segunda entrada, asi que me arrodille frente a la puerta principal con el rifle apuntando hacia ella. Uno de ellos embistió contra la pesada puerta haciendola vibrar del golpe, las bisagras chirriaron, la madera empezó a crujir y descorcharse conforme las garras del monstruo rasgaban su superficie. Entonces escuche al segundo a mi espalda. Me quedé muy quieto dejando que se acercara. Caminaba a cuatro patas, con su torso casi rozando el suelo como haría cualquier depredador. Una gota de sudor me recorrió la frente, tomé una bocanada entrecortada de aire y me gire tan rapido como pude justamente en el momento en que la criatura saltaba sobre mi, apreté el gatillo del rifle al instante, la bala entro en su costado derecho, creo que le di en el costado pero aquel golpe no fue suficiente ni logré que su envite tartamudeara. 

    Se me hecho encima enrabietado por el disparo logrando de alguna forma; dada la extraña posicion en la que nos encontrabamos, en ponerme la garra encima, por detrás de mi omóplato izquierdo arrastrando sus garras cual rastrillo rasgandome la piel como si fuese mero pergamino,al mismo tiempo logre desenvainar mi Kukri hundiendosela en la garganta y mientras gorgoteaba y se ahogaba, incruste el arma repetidas veces en su vientre solo para asegurarme que no se levantaba de nuevo. No supe lo que estaba haciendo, guiandome puramente por los nervios, la rabia y el miedo. Me incorpore a duras penas, con mis manos ensangrentadas y apestando a sudor y sangre. Sentía como la mordedura infecta me ocasionaba unos  latigazos de dolor que bajaban por toda mi espalda, mi brazo izquierdo se quedo unos instantes rigido he inmovil mientras notaba como los musculos casi se me partían como la porcelana. Salí al exterior unicamente armado con mis dos Kukris. No sabia si deseaba morir o vivir, pero tenia claro que iba a llevarme a aquel malnacido conmigo. 

    ¿ Que esperaba ganar con aquello?. La primera embestida que recibí por sorpresa casi me saca las tripas por la boca, caí al suelo rodando reaccionando por puro instinto cuando la criatura intentó lanzarse sobre mi. Su garra derecha se clavó en el suelo, yo gire hacia el lado contrario y volvi sobre el mismo camino con mi fiel cuchillo curvo, tracé un arco horizontal provocando un lacerante corte en el mismo brazo que había dejado expuesto. No tarde en arrepentirme de avivar mas su ira. Con su otra mano, me hundió las garras en el pectoral derecho ensartandome cual  gancho de  matadero, alzandome varios centimetros para luego estamparme la espalda contra el suelo, logró hacerlo una segunda y a la tercera. Me estaba reventando. Le propine en una de esas bajadas una patada en su entrepierna y con la otra tras que aflojara le empujé lo suficiente como para separarlo y darme tiempo a incorporarme. Evité un bravo zarpazo destinado a mi rostro dando varios pasos hacia atrás, poniendome justo a espaldas del tocon del arbol. Arremetí otro cuchillazo, el, puso su grueso antebrazo por delante para que no le cercenara el cuello. Me dio un revés con su antebrazo contrario que me hizo volar otros dos metros hacia atrás, rompiendome la nariz y desencajandome la mandibula. Caí justamente a escasos palmos del hacha cuya empuñadura tomé en el momento en que el huargen cargaba a cuatro patas contra mi.

    Me senté en el sillón. Yo estaba destrozado, bebiendo de la botella de  Vodka de mi mano derecha mientras que con la izquierda acariciaba la cabeza seccionada del huargen que aun permanecía tallada en una feroz mueca a la cual no me atrevía  mirar. Sentia los espamos, la rigidez muscular, fiebre, las arcadas, el ardor de las heridas, la mitad eran ahogadas por el alchol y la adrenalina. Desenfunde la pistola, metí la ultima bala  en la recamara para ponerme el arma en la sien. Empecé a sentirme mareado, la vista se me nublaba. Mis ultimos pensamientos fueron dirigidos a Mheya. Mi mayor lamento, no queria aun aceptar que habia sido yo quien la habia asesinado, queria recordarla por sus cabellos de color castaño, su rostro delgado, sus cejas pobladas y el olor a madera tratada y pulida que tenia cuando venia de trabajar de la carpinteria y no la bestia en la que se habia convertido. 

    Aprete el gatillo


    Se encasquillo

     Mire el arma fijamente con un toque de incredulidad y sonrisa amarga. Tras aquello la solté y cai de frente echándome las manos a los costados sintiendo un atroz dolor como si una fuerza invisible me empezara a separar las costillas desde dentro de mi cuerpo  intentando salir a traves de mi piel y musculo, convirtiendome en un mero envoltorio el cual iba a ser destrozado. Fue lo ultimo que recordé, el dolor. Tras aquello, todo son imagenes borrosas, confusas sin orden aparente, sensaciones, olores y sabores que han quedado en mi memoria a fuego.

    Y como si de un sueño me despertase, abri los ojos. Solo para enfrentarme a la misma realidad que creía que habia terminado. La guerra.
     

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