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TitoBryan

Marco Octavio Flavio

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Marcus Octavius Flavius (Octavio)

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De cuerpo larguilucho, pero sin llegar a destacar entre la media. Su piel nívea y de porcelana resplandece cuando toca el sol junto con su dorado pelo se mueve al compás de la brisa que se agita al andar. 

Suele portar una toga blanca con pequeñas decoraciones azules, donde espera algún día blandir el blasón del puño plateado. En el cinto resposan varias falquitrera. 

Al andar suele apoyarse en su bastón, pues dice que este nunca dejará que pise mal y le guiará por donde sea que la luz le lleve. Aunque tambien sirve para apoyarse y soportar mejor el peso de una maza que por obligación tuvo que aprender a portar. 

 

 

 

Descripción Psíquica

Inocente y bondadoso. Siempre buscando apoyar a quien sea, aliado o enemigo. Fiel a la luz y al bien. Tiene un afán por la justicia muy agudo, no soporta ni tolera las injusticias de ninguna de las maneras. 

 

Año 17.

 

 

 

 

El chico miró hacia atrás, con la mano aún sosteniendo la puerta y una mueca de tristeza en el rostro.

 

- Eh, idiota. Date prisa, hay trabajo que hacer. -Al otro lado de la puerta, sentado en un banco se encontraba un amigo de la banda en la que pertenecía Marcus. En chico jugueteaba con un cuchillo entre los dedos y una sonrisa picarona dejaba claro su ser, era como un libro abierto al que podías leer desde metros.

 

 

 

 

Se quedó ahí. Con la mano en la puerta y en completo silencio mientras buscaba palabras que decir. Pero desde la cocina se escucho el suspiro de decepción.

Y se marchó, cerrando la puerta y dejándose agarrar por su compañero que le prometía oro y chicas mientras caminaban.

 

 

Marcus se reunía cada noche con un grupo de jóvenes que se dedicaba a robar por las calles de Lordaeron y apalizar a quienes quisieran por un puñado de cobrizas. Eran astutos, pues conseguian evadir a los guardias... Hm... Casi siempre.

 

El joven desaparecía por las noches y volvía al día siguiente, o a veces no se le veía el pelo en dias.

¿Por qué hacía esto? Su madre trabajaba a su edad aún y era mantenido, recibía cariño, mucho más que cualquiera de sus compañeros. Marcus tampoco se sentía cómodo yendo con sus amigos, pues siempre andaba de espectador no como jugador. Ni se le ocurriría robar, jamás.

 

Año 22

 

Un día mientras Marcus daba su rutinaria patrulla por las calles. Se tambaleaba de lado a lado somnoliento y apestando a alcohol. Pero, en su rostro se percataba su infelicidad, incluso se lo preguntaba a diario “¿Por qué?”

 

En la calle se escucharon gritos, y el retumbar de una campana.

El muchacho corrió en esa dirección, tropezando un par de veces hasta que se topo con una multitud que le tapaban la vista a lo que sucedía.

Las cajas de mercancía variada amontonadas le confiaban una buena vista en altura. Se subió como solía hacerlo por otros muros y arboles.

 

Habían guardias que habían formado un cordón de retención, abriendo el paso a caravanas que cargaban muertos y heridos de guerra por igual. Los alaridos eran tales que retumbaban en la resacosa cabeza de Marcus.

 

Esa noche el muchacho no durmió para nada bien. Esa y durante los próximos días.

 

Sus amigos volvieron a llamar a la puerta, exigiendo una respuesta por su ausencia. Marcus, enfurecido, les dijo que ya no quería ir con ellos.

 

 

Sus amigos se burlaron de él y uno de ellos le tomó del brazo a Marcus, pegandole un tirón para que se dejará de tonterías y volviera al tajo.

 

 

 

Sus amigos lo estamparon contra la pared, ya furiosos.

 

-¿Se puede saber que coño te pasa mocoso? ¿Es que te quieres morir? -Asomaban las voces por detrás del amigo de Marcus.

 

 

Y un puñetazo salio disparado como un rayo hacía la cara de Marcus, haciendo que caiga al suelo. Nunca había recibido uno, pero con ese que acababa de recibir se arrepentía de no haberse peleado antes, así se hubiera acostumbrado al dolor que estaba sintiendo ahora mismo.

 

Marcus se iba a levantar, arrodillado. Pero en el acto la rodilla de su amigo le golpeo estrategicamente en la boca del estomago seguida de una patada en barrido que lo tumbó, golpeándose la cabeza en el viaje hasta el suelo.

 

Se retorcia en el suelo mientras sus amigos se burlaban de él. No era justo, para nada justo y nadie movía un dedo ¿Es que no lo veían? Nunca se lo había preguntado cuando veía cuando sus “amigos” se peleaban con otros y ahora que es el que recibe las palizas intuye que alomejor los otros que sufrieron a manos de su grupo también tuvieron su momento para preguntar eso mismo.

 

Consiguió levantarse. Pero a medio de camino notó como le cogían del pelo y seguidamente el estallido de otro puñetazo en la mejilla que le hizo rebotar contra la pared como una bola de futbol.

 

- Maricón de mierda, eso es lo que eres. ¿Qué es lo que quieres, eh? Esque miradlo, parece maricon con esas pintas. -Su amigo se reía al coro con sus compañeros.

 

Miró a su amigo a los ojos, notando la sensación de humedad en su cabeza y un ligero mareo. Cerró el puño y lo hizo viajar hasta el tabique del amigo que literalmente voló. Poniéndose en guardia seguidamente.

-¡¿Ese puñetazo te parece de maricón?! -Marcus escupió sangre mientras cerraba los puños con fuerza, tembloroso por la adrenalina que le hacía flaquear por los espasmos.

 

No tuvo tiempo ni a dar otro puñetazo antes de que le atraparan los brazos contra la pared, inmovilizándolo. Marcus forcejeaba con rabia, ¿Cuatro contra uno? No hay honor en esta pelea. Aunque si se pone a pensar, todas las que había presenciado, en ninguna ha habido.

 

Su “amigo” se levantó del suelo, sonriendo. Se acerco poco a poco, enseñando su puño de nudillos sangrientos y magullados. Con un movimiento seguido de una rotación de cadera estampó el puño en el abdomen de Marcus, encadenando golpes repetidos como si el joven fuera un saco de boxeo.

 

Tras varios minutos de golpes repetidos, como un ariete contra un portón. Dejaron caer al muchacho al suelo y propinarle un par de patadas antes de salir corriendo. Marcus se retorció en el suelo, con los ojos lagrimosos y el orgullo pisoteado.

 

Pasaron varios días desde que se recuperó. Cogió valor de donde no tenía y se acercó a los cuarteles. Todos ellos repletos de soldados heridos por la guerra y a sacerdotes intentando sanarlos.

Algo en él se encendió en su pecho, tenía ganas de hacer algo. De ayudarlos, no podía evitar no sentir lastima por esos pobres soldados que seguramente tenían familia. No sería justo mirar hacía otro lado. Se arremangó y se presentó voluntario como auxiliar y ayudante de doctores.

 

A cuantos más soldados conseguía curar, más soldados entraban pidiendo auxilio.

Pronto, y sin pedirlo, se le ofreció participar como auxiliar en un campamento apostado en Durnholde , tratando las heridas de los soldados y ayudando a los doctores.

 

Durante el camino, los rumores acerca una plaga que se extendía por Lordaeron corría como el viento. ¿Muertos alzados? Era imposible, meras leyendas.

 

Año 25

 

Lordaeron cayó bajo el azote de la plaga. Marcus aunque hizó todo lo posible para ofrecer ayuda a los heridos, nisiquiera bastó para nada. No tenía ni formación y sus utensilios al igual que conocimientos eran muy limitados. Junto a su madre huyó con otros supervivientes hacía Trabalomas, donde fueron acogido por el bastión Menethil. Aunque no se quedarón mucho tiempo, pues la ciudad de Ventormenta parecía alzarse en potencia y sería un buen comienzo de una nueva vida.

 

Año 28

 

Cuando el joven Marcus llegó a Ventormenta, tenía en mente lo que quería hacer y ser. Su razón por la justicia le impedía avanzar como persona. ¿Era justicia? ¿O sed de venganza? Por suerte, durante el viaje un destacamento de caballeros de la Mano de la Plata los escoltó hasta tierras Ventornianas. Ahí un sacerdote se fijó en Marcus, en su devoción por la luz y en sus ansias por ayudar a los heridos, pues era un nervio. Cuando acababa de vendar o ayudar a alguien corría a por el siguiente, con pocas horas de descanso.

 

El sacerdote vio bondad en él y decidio de ofrecerle una posibilidad de servir a la mano de plata. Pero antes, tenía que superar varias pruebas rigurosas y demostrar sus conocimientos acerca de la luz y sus virtudes.

 

Pasarón años antes de que Marcus pudiese llegar a superar la prueba. El sacerdote le enseñó a leer, a escribir, le enseñó qué es la luz y como moldearla para hacer el bien. Como era de esperar, Marcus aprendió las virtudes básicas: Tenacidad, Compasión y Respeto. Pero no tardó en correr tras su amada “Justicia”. 

Destacaba por su inteligencia, pero a la hora de combatir cuerpo a cuerpo dejaba mucho que desear... Y eso que practicaba a diario con sus compañeros. 

 

Todo apuntaba a que estaba preparado, pero muchos sentían recelo pues apenas parecía un crió que se había empollado todo y no tenía lo que requeria ser un novicio de la mano de la plata. Necesitaba experiencia, demostrar que podía poner en practica su teoría.

 

Esa era su prueba final.

 

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