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Beretta

Jeremiah Cort

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Apodo: Padre Cort, Jer Nombre: Jeremiah Cort
Raza: Humano Origen: Las tierras más meridionales de Páramos de Poniente.
Edad: 48 años Alineamiento: Legal neutral - Legal Bueno
Estatura: 1’80 m Fe: La Luz 
Peso: 50Kg Ocupación: Novicio de la Iglesia de la Luz de Ventormenta. 
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Ojos: - Pelo: 
Complexión:  Piel: 

Vestimenta habitual:  

Armadura: 
Abalorios/amuletos:  Armas: 
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BARRIOBAJERO DEVOTO DE LA LUZ
   
TRANQUILO HAY QUE SER REALISTA
   
DE BUEN COMER FUMADOR EMPEDERNIDO
  // está todo pendiente, en cuanto pueda lo edito.
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Las primeras luces de la mañana se colaban entre los postigos de la ventana, alumbrando con luz trémula el interior de la habitación. Un olor dulzón y un tanto áspero flotaba denso en la habitación, espesando el ambiente de la ya de por sí densa y cálida estancia. Había pasado la mayor parte de la noche fumando de su pipa, entretenido en el mecánico proceso de preparar la cazoleta y encender las hierbas, para luego vaciar, limpiar y repetir todo el proceso, absorto en la lectura que lo ocupaba. 

Había encarado estas últimas semanas en la abadía de Villadorada con espíritu resuelto, repasando los códices repletos de historias, pensamientos, proclamas y divagaciones de los primeros sirvientes de la Luz y de aquellos que les siguieron en sus andanzas,  dedicando sus últimas horas entre aquellas paredes a devorar con avidez cuanto había caído en sus manos. Su ánimo se había ido enfriando conforme había ido avanzando en sus estudios y las horas iban consumiéndose, viéndose superado por la cantidad de material, y sintiéndose, como no, un hombre indigno de encontrarse en el lugar en el que estaba. Tarde o temprano sus propios pensamientos lo ponían en su lugar de nuevo, recordándole que aquel era un camino en el que la paciencia y el esfuerzo eran virtud. Tenacidad, claro. Tal vez fuera uno de los principios más fáciles de entender a priori, pero era tan difícil como el resto llevarla a cabo de forma constante. No en vano el camino era sacrificado, pero de eso iba la vida, ¿no?  Y sin embargo, no podía evitar de tanto en tanto sentirse como un bisoño, intentando adentrarse más en el autoconocimiento y la disciplina que la Luz exigía.

Tenacidad-... Una virtud que incluso a él le había costado asumir, al principio. Nacido en el seno de una familia que ya era numerosa cuando él apareció, en la zona más paupérrima y desierta de los Páramos, entregado a la tierra desde su niñez había trabajado los campos junto a sus hermanos, pero cada año que pasaba eran menos manos las que quedaban para trabajar y la tierra más árida y desdeñosa con sus frutos. Crecío odiando aquellas tierras, el arado, la zuela y la simiente, todo aquello relacionado con la vida que uno y otro día se repetía en aquel ciclo sin fin, intentando arrebatar miserias a la tierra que estéril, no tenía nada que otorgarles.

Abandonó en cuanto pudo familia y deber, dándoles la espalda por el dinero fácil y todos los placeres que el mundo tenía para otorgarle. Ratero, contrabandista, traficante. Había hundido sus manos en toda clase de turbiedades, labrándose una pésima reputación en aquellas tierras que como no lo había terminado conduciendo bajo la sombra de hombres temidos y odiados por igual. Uno diría que después de lo que había ocurrido con la Reina, haberse encontrado cerca de aquella gente lo debería haber llevado a la horca, pero para su suerte no habían sido esos los delitos por los que había terminado con sus huesos en prisión. Un mísero cargamento de aguardiente casero, realizado fuera de los controles del reino y que había conseguido esquivar toda aduana había sido lo que, finalmente, había hecho saltar la alarma. Un error en el proceso, una estupidez cometida tras la jarana había terminado por dejar a dos hombres ciegos y un muerto.  El tabernero no había dudado ni un seguido en dirigir toda la culpa hacia él, cosa que entendía por otra parte. En otros tiempos él no habría dudado ni un miserable segundo en hacer lo mismo.

Pero ya con su trasero en la fría cárcel poco podía hacer, y le tocó tragar con las merecidas  consecuencias de sus actos. Visto en retrospectiva, el cómo ese incidente había reconducido su vida, merecía la pena haber sufrido los largos años tras los barrotes, hasta que los problemas habían irrumpido en las cercanías de la villa. Necesitados de tropas, no dudaron en sacar a cuanto reo pudieran de aquellos que ya llevaban muchas primaveras entre rejas para que combatiera junto a ellos, otorgándole después como recompensa por sus servicios un indulto parcial por su buen comportamiento. Como hombre arrepentido valoraba cada momento que permanecía bajo la luz del sol, mucho más después de haber conocido a un sacerdote durante su servicio, con el que entabló cierta amistad mientras lo ayudaba a tratar a los heridos.

Su camino estaba totalmente nítido para él de nuevo y, sin pensárselo mucho aceptó cuando el humilde sacerdote le propuso encomendar sus esfuerzos y el resto de su vida al servicio de la santa Iglesia de la Luz. Ingresando como novicio permanecía desde entonces estudiando en silencioso respeto las escrituras y los salmos, ayudando a otros que, como él trataban de  redirigir sus pasos hacia la dirección del servicio y el engrandecimiento del mundo. No había tarea más ardua, eso seguro, pero la tenacidad estaba siempre ahí con él. 

Su comunión con la luz había sido el mayor de sus logros hasta entonces, opacando todo cuanto había conseguido en su vida. Todo parecía ya borroso tras él, y los caminos que había tomado, aunque aún le eran un recuerdo nítido permanecían difuminados tras él. Había acogido a la Luz en su seno, y la luz lo había bendecido con el mayor de sus dones. Necesitaba ahora seguir difundiendo la palabra, ocupandose de que los desposeídos y los caídos consiguieran acercarse un tanto más a ella. 

Iba a ser una misión dura, y seguramente peligrosa. Algo que esperaba poder afrontar con cierta estoicidad, como todas las pruebas que la Luz había puesto para él en su camino.

Fumó de nuevo de su pipa, observando en silencio la villa, que a plena luz del día ya rebosaba vida. Los tenderetes montados durante la madrugada y ahora ya con la mercancía a la vista eran un agitado batiburullo de gente que gritaba, pedía y clamaba, mientras los precios se iban recitando hacia uno y otro. Sonrió con una expresión calmada, entornando la mirada hacia los libros una última vez antes de cerrarlos. Se había terminado ya el tiempo para el reposo y la meditación.

 

 

 

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