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Stannis the Mannis

Ariel de Valandril

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La Doncella Ariel de Valandril

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Edad: 23 años - Altura: 1,70 - Peso: 45kg - Lugar de nacimiento: Stromgarde - Pueblo de Valandril - Ocupación: Doncella

Ariel es de cuerpo esbelto, no es robusta pero tiene buena forma. De busto poco pronunciado, caderas estrechas y cintura contraída. Piel blanquecina y sonrojada. Labios pequeños y carnosos. Nariz prolongada pero no saliente. Unas pocas pecas en los pómulos  De pelo rubio oscuro, lacio y ondulado. 

Sumisa, servicial, amable, modesta, coqueta y extremadamente leal. Eso aparenta y así se comporta. Una doncella criada y enseñada a serlo desde que era una niña... Pero claro, hasta la buena cubertería puede dañarse, puede quedar manchada o perder su esmalte y mostrar lo que hay tras el blanco pulcro.

 

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Fragmentos de su vida:

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Vae Victus: Sufrimiento del conquistado. Irónico, ahora que era yo el que sufría. No se trataba de algo tan vulgar como el dolor físico. Más que una cruel punzada de rabia impotente, era la sed de venganza.

No me importaba si estaba en el cielo u en el infierno. Lo único que quería era asesinar a los que me habían hecho tal mal. Algunas veces, se consigue lo que se quiere… El Nigromante Jasón me ofreció la oportunidad de vengarme y yo como un incauto… Acepté su oferta sin considerar el precio a pagar.

Nada es gratuito, ni siquiera la venganza.

Con una risa quebradiza y enfermiza dijo mientras extendía sus manos hacia mi

- Tendrás la sangre que tanto ansías…

 

 

Origines

 

Nací en Valandril, hace veintitrés años, en el reino del puño carmesí, acantilados y campiñas verdes infinitas. En una humilde de piedra, madera y tejado de tejas. Valandril era un pueblo sencillo y ganadero, donde hubiera llevado una vida sencilla y monótona, pero no fue así como el destino quería que fuera mi vida.

Mis padres quisieron que no fuera una simple campesina, por lo que a corta edad empecé de criada de un terrateniente local, un hombre culto y marcial, que había servido en las viejas guerras. Este caballero tenía hijos y una bella esposa. Todo lo que pudiera desear un hombre corriente, este hombre lo tenía.

El hedor a campo colgaba de mi como una mortaja, yo no podía verme reflejada en un futuro vistiendo los galantes vestidos de la esposa del terrateniente, ni jugando con los detallados juguetes de sus hijos. Podría verme mejor que una simple lugareña, pero mis manos estaban manchadas, mis vestidos eran simples y mi alcoba era de paja.

Así, los años continuaron sin muchos percances para mi: Sucesos simples de una vida simple, que no requieren de ser contados en estas vivencias… pero con los años, las cosas en la hacienda del terrateniente cambiaron.

Los hijos del señor enfermaron y aunque eran jóvenes como yo, no pudieron resistir ante el destino mortal que les aguardaba en el abismo. Por muchos sacerdotes, por muchos rezos de su madre, por tanta piedad de la Luz o alquimistas que llegaran, nada los pudo salvar… y al final, el hombre quedó sin hijos, ningún heredero tendría pues era mayor como su esposa, que se había marchitado por estos infortunios y la propia edad.

Yo era por aquel, una chiquilla en su quincena, y atendía a la esposa del terrateniente en lo que fuera, pero tal era, que esa mujer era ya un cascaron sin alma.

Una noche, un grito me despertó, durmiendo yo en el cuarto de los sirvientes. Este grito no fue otro que el lamento del señor, al encontrar el ventanal de la habitación de su esposa abierta.. Ahora, tampoco tenía esposa.

La amargura, la desesperación y la falta de esperanzas le atormentó ahora más que nunca: Sin hijos, sin esposa, su legado olvidado. Un hombre con tantos honores, tantos acres, tanto que pasarles a las futuras generaciones… y ahora no tenía nada salvo sus ropas, sus tierras y su casa.

¿Què podría hacer alguien como él en este caso? Pues encontrar reposo en la bebida, en lo más bajo de la sociedad y en lo esotérico.

Extraños hombres y mujeres venían a ver al señor, nadie sabía quienes eran o qué hacían, más habían rumores… ¡Brujos! Practicantes de la magia oscura corrupta. Producto del pecado y la mortalidad, de la corrupción de otros.

Algunos sirvientes se asustaron y terminaron por abandonar la hacienda, otros, como yo, nos quedamos, bien por el dinero, por el cobijo, por el señor… A mi tanto que, de lo primero, pues el señor nos recompensó el doble por habernos quedado.

Más importante fue cuando compartió el secreto con los más fieles.

Yo, siempre desde pequeña les había servido: Había jugado con sus hijos, había peinado a su esposa, había calentado con el brasero su cama, todo servicial, toda con sonrisas y mejillas sonrojadas… Pero lo que nos enseñó no era tan inocente.

Poco a poco nos fue haciendo partícipes de instrucciones oscuras, complejas. Enviar una carta a una casa abandonada, ayudarle en extraños rezos que no eran precisamente a la Luz, servir a esos misteriosos hombres que venían a enseñarle y atenderle en sus prácticas.

Y yo, ya sea por mi juventud o alguna otra explicación más turbulenta, me tomó como su sirvienta personal. Llegué a ojear esos viejos libros que con recelo se guardaban y transportaban. Llegué a estar presenten en ciertos rituales inmortales.

Un día, un fatídico día, los buscadores de herejes llegaron a la hacienda. Cuanto mal hicieron… cuanta sangre derramaron. Las tierras del señor ardieron, los sirvientes condenados por herejía, sus familias sentenciadas. Mi propia familia ajusticiada por haberle servido.

Y yo… yo abandoné tal lugar, tomé todo lo que puede y marché lejos. Algunos libros, comida, ropas, todo lo que puede tomar entre el caos. Entre fuego y gritos escapé de mi hogar para no volver jamás.

 

El bosque

Tenía miedo, miedo de que ellos me encontraran, miedo de terminar quemada, decapitada, profanada… Miedo de estos que tenían que protegernos, miedo de sus sonrisas, sus ropas pulcras, miedo pero también ira, una ira que se volvió odio y el odio en venganza.

Había pasado muchos kilómetros, había recorrido muchos pueblos pero nunca me quedaba más de la cuenta, quien sabe si esa gente estaría tras mis pasos.

Así fue como llegué al Bosque de Ocaso. Un lugar maldito, un lugar oscuro y olvidado, un lugar que salvo los más virtuosos y valientes cazadores de brujas se atreverían a venir.

Villaoscura tendía recelosa ante mi presencia, era una misteriosa que actuaba raro para ellos… y sabía, de cábalas que habitaban no muy lejos. Y en estas cábalas tuve que buscar ayuda, pues los habitantes de villaoscura parecían notar una marca en mi.

Las cábalas, me dieron una leve ayuda a cambio de tareas mundanas en villaoscura, cosas que los herejes no podrían lograr sin que sospecharan… pero, una vez, esos necios si sospecharon de mi y me siguieron por el bosque hasta que dieron conmigo.

Entre vítores, gritos, herramientas de granja, fuego y odio, estos seres que poco más eran bestias sin voluntad más allá de sucumbir a sus más bajos instintos… Se lanzaron contra mí.

Con sus manos querían despojar tela, piel, carne y huesos, hasta que mi salvador hizo aparición.

 

El nuevo señor

Jasón el Nigromante, la Némesis, el Sodomita reconvertido en una voz de un nuevo culto que se movía como una mera sombra de un nigromante mayor. Voluntades superiores doblegadas a poderes más allá de una incomprensión, pero nutrida sólo por la avaricia. Por avaricia había visto a muchos hombres cometer locuras que les habían condenado a ellos y a mi misma.

Pero este hombre, me había salvado de los bárbaros, me había dado una oportunidad y una opción imposible de negar… más que opción, era la única solución para no nutrir sus hordas de descerebrados.

Él, me prometió venganza, poder y venganza. Qué más podría pedir yo… Extraño. Aquel que no puede aceptar aquello que lo sostiene. Yo en mi vida y él en su dominio de la muerte. Pero la muerte no puede reinar en un mundo sin la vida. Y pronto descubriría que la búsqueda frente a mi… Era mía y de nadie más que mía. Pero por venganza, acepté la oferta sin considerar el precio a pagar.

 
 

 

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