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Galas

Crom el Poderoso

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CROM

EL BÁRBARO

  • Em6m7gy.jpg?1Nombre: Roman Polousnik. CROM
  • Raza: Humano
  • Sexo: MACHO
  • Edad: 34 años
  • Altura: 2,04m
  • Peso: 137 Kg de MÚSCULO
  • Lugar de Nacimiento: Baronía de Rocafirme, sur de Stromgarde
  • Ocupación: Superviviente

 

  • Índice:
    • Eventos Masteados:
    • Eventos Asistidos:

 

Descripción Física:

Roman, o Crom, como se hace llamar, es una mole de hombre, alto cual orco y casi tan corpulento como uno. De facciones duras y bastas, dista mucho de ser hermoso o siquiera atractivo, al revés.

Sus ojos son pequeños, de un color marrón intenso, y una mirada severa que refleja violencia e inestabilidad. Su cabello, desgreñado, es de un color negro, oscuro como la noche, y cae sobre unos hombros y una espalda increíblemente musculada, cerrando el marco de su rostro con una barba de varios días, mal afeitada y oscura. Su piel está repleta de cicatrices, de un color moreno oscuro, no natural, si no por un bronceado tras décadas bajo el duro sol. 

Sus manos son enormes, de gruesos dedos y palmas callosas, capaces de tumbar de una bofetada a una mula.

 

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Descripción Psicológica:

Roman es un hombre inestable. Su cuerpo recibió la mayor parte de los nutrientes en su desarrollo, dejando un cerebro relativamente lento. Jamás ha sido el más avispado, dejando ese papel para su hermana mayor, Anette. Su poca inteligencia, combinado con su gran tamaño, lo ha convertido con el paso de los años en un hombre violento, que se rige por sus impulsos, y tras años perdido en las selvas de Tuercespina, torturado, esclavizado y envenenado, esto solo ha enfatizado sus lados más salvajes, causando daños irreparables a su mente.

Sin el pilar fundamental a su psique que era su hermana Anette, inteligente, sagaz, empática, Roman es un hombre carente de guía y de fácil manipulación, de deseos simples y sin la capacidad de dibujar planes a largo plazo o rutas que seguir en su vida.

 

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Historia

Parecía plata fácil. Marchar a las junglas del sur con un reconocido explorador imperial, en busca de la riqueza del antiguo y caído imperio trol, que actualmente eran poco más que varias docenas de tribus caníbales que se mataban entre ellas por el control, así como por los sangrenegra que habían invadido sus selvas.

Anette no parecía muy segura, pero ante la promesa de su hermano Roman de que cuidaría de ambos, y que todo iría bien, acabó accediendo. No es que le faltase valor, al revés, Anette siempre había sido la más honorable y valiente de los dos hermanos. Cuando eran pequeños y los saqueadores trols de Arathi eran avistados en las cercanías de la aldea, el joven (Aunque no pequeño) Roman siempre era guiado por su hermana, entre sollozos, para ocultarse en el pequeño refugio que habían construido sus padres antes de morir bajo las zarpas de un zancudo de las colinas. Era entonces cuando la adolescente cantaba las nanas que había aprendido de su madre a su pequeño hermano, el cual le sacaba prácticamente dos cabezas pese a tener apenas ocho años, frente a sus trece. 

La vida no había sido fácil desde la muerte de sus padres, pero les habían dejado a su herencia una pequeña granja en una zona que si bien no era especialmente fértil, aportaba suficiente comida para que, por lo menos, los dos hermanos pudiesen sobrevivir. Por supuesto, contaron con la ayuda inestimable de sus familiares, pero con el paso de los años, el joven Roman fue creciendo para convertirse en una torre de hombre, pero todo lo que tenía de fortachón, lo tenía de simple y bonachón. En la aldea solían bromear con que Anette, que había crecido para convertirse en una joven cortejada por la mitad de los jóvenes de la aldea, no necesitaba comprarse una mula, pues tenía a Roman. Esas chanzas, aunque al propio Roman solían causarle gracia, eran respondidas con fuertes reprimendas por su hermana mayor. La Luz había bendito a su hermano con un cuerpo inmenso, y tan grande era su corazón como sus músculos. ¡Ay de aquel que hiciese incapié en su simpleza mental! Aunque, en honor a la sinceridad, en el contexto de una aldea de granjeros Strómicos, no es que esto se notase demasíado. 

Roman siempre había jugado con grandes varas a modo de espadas, pues jamás había olvidado las historias que su padre le contaba sobre los grandes caballeros del reino, que luchaban contra bestias mágicas y fantásticas para proteger a los inocentes, y aunque su hermana intentó apartarle esas ideas de la cabeza, al pasar los años el inmenso Roman no tardó en llamar la atención del noble local, que no tardó en reclutarlo para su pequeña guarnición profesional, pues apenas una década había pasado desde la segunda guerra, y viviendo cerca de la frontera sur de Stromgarde, los nobles del rey aun se encontraban debilitados tras haber resistido el avance de la Horda Orca en el inmenso puente de Thandol durante años.

Y como no podía ser de otra forma, cuando ambos tenían apenas veinte inviernos, Anette siguió a Roman en su vida como guerrero, pues no podía dejar a su hermano solo. Aunque su reclutador no estaba muy convencido de que la mujer, que pese a su cuerpo atlético, no parecía tener conocimiento de combate alguno, consideró que reclutar a una muchacha joven era un precio asequible para tener entre las filas de su señor a semejante mastodonte.

Sería así como en los años venideros, ambos serían instruidos con dureza y a golpe de vara, sobre todo en el caso del grandullón. Aunque en honor a la verdad, tras abrirle el cráneo al primer instructor en un impulso violento y pasarse tres meses en una celda, los siguientes instructores aprendieron a respetar los impulsos del gran hombre. Lo sorprendente, pese a todo, fue que el verdadero diamante en bruto no era el mastodonte, cuya simpleza hacía que su gran tamaño no pudiese ser explotado al máximo de su potencial, si no la joven Anette, cuya mente avispada la convirtió rápidamente en una de las mejores espadachines al servicio de su señor. Tan rápida era su espada y daga como lo era su lengua y su cabeza, e incluso con arco y ballesta se mostró diestra en apenas unos años. 

Seria así que aproximándose a la treintena de edad, tras casi una década de servicio, el anciano noble marchó al seno de la Luz, y aunque su heredero e hijo intentó convencer a ambos hermanos para que se quedasen con él, estos prefirieron marcharse en buenos términos, pues consideraban haber dado suficientes años de su vida a la defensa de su hogar. 

Así marcharían al sur, en busca de una nueva vida. La comodidad de su posición como guardia noble se había acabado volviendo redundante, y los que antiguamente habían estado satisfechos con una vida de granjeros, comenzaron a valorar la atracción de la adrenalina y la emoción de lo desconocido. Roman era adicto a estas sensaciones, y en pocos lados se sentía tan extasiado, su mente tan clara, como en mitad de una buena pelea. Por suerte, siempre tenía a su hermana mayor al lado, para controlarlo y hacerle mantenerse centrado en sus objetivos.

 

Pasarían los años de durezas en el sur, y aunque su vida descendió en cuanto a calidad, no así sus experiencias. Los hombres perro atacaron, más ambos hermanos no estaban ahí para verlo, pues por aquel entonces ya se habían embarcado y desembarcado en las costas del sur.

La Gran Esmeralda, El Tesoro del Sur. Vega de Tuercespina, una extensión cuasi infinita de vegetación salvaje, venenosa, y fauna letal, que se extendía por todo el sur de los Reinos del Este.

Unos dos mil hombres y mujeres marcharon a la espesura, y solo una treintena regresaron tras más de cuatro años de lo que no podía describirse como otra cosa que un infierno. Por desgracia, ninguno de ellos fueron Roman, ni su hermana Anette.

Formaban parte de un grupo reducido, su labor era viajar en el flanco derecho de la columna, a varias horas de distancia, para mantener a raya a las bestias salvajes de las bestias de carga y transporte, así como para combatir a las patrullas de cazadores Gurubashi que pudiesen encontrarse. Pero eso era más fácil decirlo que hacerlo. Los meses de viaje habían pasado factura, y las fiebres, la enfermedad, las bestias venenosas, la comida contaminada, pasaban factura a todos, incluido Roman. Hasta su hermana parecía haber envejecido media vida en lo que llevaban en esa selva. 

El peligro constante de recibir una lluvia de dardos con veneno mortal de rana en la espalda no ayudaba. En su caso, su perdición fueron los trols. Antes de poder darse cuenta, uno de los primeros en su grupo de treinta pisó una trampa que le empaló cuando una estructura de madera se alzó disparada desde el suelo, matándolo en donde hacia medio segundo estaba vivo. Lo siguiente fue el caos. Las flechas y los dardos cayeron sobre ellos, matando a un tercio, mientras el grandullón pegaba su espalda contra la de su hermana, desenfundando su gran espadón de hierro. 

Los trols no tardaron en caer sobre ellos. Roman siempre se había considerado grande, de hecho, jamás en su vida había tenido que alzar la cabeza para mirar a alguien a los ojos. Eso cambió tras entrar en la jungla. Incluso alzando la cabeza se quedaba corto para observar a un trol de la jungla erguido. Sus músculos hinchados, recubiertos de un espeso vello violáceo y apestoso, con un sudor vomitivo. Sus colmillos eran capaces de atravesar el pecho de un hombre sin protección. Y en la jungla, uno no puede permitirse lucir demasiada protección. 

Habían pasado apenas veinte minutos, y tanto Roman, como su hermana Anette y media docena de sus compañeros eran arrastrados maniatados por la jungla, con un destino incierto. No fueron los altares de sacrificio lo que se encontraron, al menos, no todos. Alguno fue devorado en banquete ritual, es cierto. Pero el destino de la mayoría fué el entretenimiento, las arenas. 

Mataron grandes tigres, fauna salvaje, Roman incluso llegó a intercambiar puñetazos con un enorme gorila de espalda plateada, más sus recuerdos de esa época simplemente no llegan a su mente, pues los potentes cócteles venenosos que estaban obligados a consumir de manera constante acabarían por acentuar su violencia e inestabilidad, dañando su mente de manera irreparable. 

El grandullón, que por aquel entonces era llamado Crom por los trols, un término que seguramente tenga significado en su lengua, había acabado siendo el último superviviente de su grupo. No recordaba cuando su hermana había fallecido, lo único que podía recordar era el sentimiento infinito de furia que le había invadido, la violencia consiguiente, y luego el vacío en su espíritu, pues una parte de si, la mejor, le había sido arrancada de cuajo, de la peor manera posible. Roman no era un hombre sensible. Su simpleza no le había hecho más empático como muchos otros, al revés, pero la pérdida de su hermana hizo que de sus ojos oscuros fluyesen ríos de lágrimas, que fueron sin falla, motivo de burla por sus amos trols.

 

Crom no sabría decir cuantos años estuvo encerrado en su celda de madera y hueso, pero si que empezó a percibir cuando sus amos trols se aburrían de él. Ya no solo en la arena, pues más de una vez le sacaban para usarlo en toda clase de duras torturas para su mente y su cuerpo. Con lo poco que quedaba de su mente fragmentada, ideó un plan de huida, que le llevó más de dos semanas de perfilar y ultimar los detalles. Prestó una atención que pocas veces prestaba a las cosas. Anotó mentalmente las rutas de las patrullas trol, de sus cambios de guardia, si es que tenían tal cosa pues al fin y al cabo, no era más que una tribu.

La noche de su huida, su vigía era un joven trol, apenas un adolescente. Crom esperó pacientemente, y con pequeños guijarros, consiguió atraer la atención del piel azulada, cuyos colmillos apenas estaban si desarrollándose. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca, no tardó en cogerle de la cabeza y romperle el cuello con un violento giro. 

El primer paso de su plan de huida había sido un éxito. Ahora faltaba el segundo paso. Cogió las llaves de hueso que colgaban del taparrabos del trol, y abrió su celda. 

Con ello, completó el segundo y último paso de su elaborado plan de huida. En plena noche salió corriendo, completamente desnudo, en dirección a la jungla. No tardó en comenzar a escuchar los gritos de alarma tras él, y de haber sido un hombre más religioso, Roman podría haber deducido que la Luz debía estar cuidandole en su huida, pues más de una vez una jabalina, una flecha o unas boleadoras le pasó a apenas unos centímetros.

Fuese intervención de la Luz, suerte, o su puro instinto de supervivencia bombeando adrenalina en su cerebro, lo cierto es que consiguió huir de los trols tras arrojarse de cabeza a un río, del cual salió tras asfixiar a una cría de crocolisco que intentó devorarle la pierna.

Crom, pues el hombre conocido como Roman había muerto en esa selva, junto a su hermana Anette, marchó en dirección norte, cansado, herido, mareado, pero con una convicción ardiente, un instinto primario. Sobrevivir.

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