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Stannis the Mannis

Carta de un admirador anónimo para una elfa llamada Azálea

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Sea como fuese, un mensajero audaz y entrañable le entrega una misiva a la DAMA de Sangre Belore'zaram. Ante las preguntas de quién la envía... la elfa no obtiene respuestas. La única pista es posiblemente, el aroma a bosque que desprende el interior del sobre, algo como humedad, rocío de la mañana, tierra...

 

No sé cómo empezar esta carta. Quizá te hayas olvidado de mi, quizá no quieras recordarme.
 

Tienes que saber que no puedo olvidarte, no puedo abandonarte en un rincón de mi memoria,
tu paso por mi vida no se me olvidará por muchos años que habite o vivencias que pueda afrontar.

Esa gélida noche, con tu rojo carmesí atuendo, cómo mantenías el temple para no tiritar incluso
con aquel frío que me hacía vibrar como las hojas de los árboles mecidas por el viento. 

Como la luz de la hoguera le cobraba a tu severa aunque radiante mirada, un tono único donde 
podía ver más allá de tu coraza y máscara, ver tus miedos y tus alegrías.

La bebida no ha sabido igual sin estar tú a mi lado. La compañía ha sido imposible de imitar si no es
la tuya. Tu presencia reconfortable no puede igualarse. 

Como tu corta melena era mecida por el viento al son que tus labios se pegaban al frío cristal y tus
mejillas se alumbraban de la misma tonalidad que tus ropas. Cómo una coqueta y pequeña sonrisa
fortificaba más que todos los triunfos y vítores de las más grandes hazañas. Eso era fortalecedor. 

 

No puedo decir más que susurrar tu nombre en la más remota existencia, susurrarlo y acompañarlo
con un encogido: Te quiero.

 

Siempre tuyo: Tu admirador anónimo.

 

 

Seguramente la carta era de algún Forestal que le daba vergüenza o alguna broma de sus compañeros de la orden... O quién sabe.
Qué misterios y dramas habrá vivido la casi siempre disciplinaria y sería Azálea, que pocos o nadie conocerá.

 

@Galas

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Gruñidos. Golpes, puñetazos y sudor. En el gran descampado, los Iniciados de la Orden de Sangre practicaban sobre la arena el combate desarmado cuerpo a cuerpo. Los cuerpos esculpidos por años, décadas de entrenamiento, adornados por cicatrices ganadas con dolor en el servicio, se retorcían unos sobre otros en una cacofonía coordinada bajo la severa mirada de los instructores que con vara en la mano corregían las posturas de los luchadores. 

Aunque otros elfos, como los Forestales, despreciarían el instruirse de esas maneras, los Caballeros de Sangre sabían que, a diferencia de los salta-árboles, una vez en la dura y brutal meele, el cuerpo era el mejor arma de un caballero. 

Además, era en estas lizas, donde la sangre ardía por la adrenalina y los jadeos en las nucas rodeaban el cuello de los elfos en un vaho cálido, donde se forjaban la mayor parte de amistades, de juguetonas rivalidades, o incluso algo más, que luego culminarían en que cada miembro de la Orden de Sangre considerase a sus hermanos más unidos a él que su propia familia de sangre.

Como muchas otras veces, Azálea mantenía una presa firme alrededor del cuello de su rival. Su pecho bajaba y subía alterado mientras jadeaba, sujetando contra su torso el brazo de su compañera, mientras sus tersos y sudorosos muslos aprisionaban su cuello, amenazando con causar la inconsciencia a su rival.

Por suerte para ella, esto no llegó, pues dando palmadas sobre la liza de arena, se sometió a la llave de la Iniciada de cabello rubio. Esta se incorporó, tendiéndole una mano envuelta en vendajes de cuero a su rival, la cual cogió con firmeza para, una vez en pie, ponerse ambas firmes saludando a su instructor, el cual les dio permiso para retirarse.

 

Los pasos de la elfa, destacaba sobre sus compañeras tanto por su altura como por su físico, se detuvieron, toalla al hombro, luciendo el conjunto de entrenamiento que exponía más piel de la que cubría, cuando un novicio joven de la orden se le detuvo delante, claramente cohibido ante la figura de la Iniciada.

- Iniciada Belore'zaram, esto ha sido entregado en las dependencias para usted. - Respondió, ligeramente titubeante y sin alzar la vista hacia su interlocutora.

-¿Una orden, de despliegue tal vez? - Inquirió con su habitual expresión neutra, aunque su respiración alterada la forzaba a jadear ligeramente, sin haber recuperado aun su porte marmóreo habitual.

- No Iniciada. Es una misiva externa a la Orden, personal.Y fue tras eso que se retiró, con su toga rojiza siseando entre sus piernas, alejándose del gran descampado de entrenamiento.

 

La Iniciada leyó la misiva, y según sus ojos descendían, absorbiendo los textos ahí escritos, sus cejas se alzaban en una relación inversamente proporcional. Al acabar de leer, no pudo evitar mirar a su alrededor. Pero no, a diferencia de otras veces donde había sido víctima de bromas de sus compañeros y compañeras de la Orden, no había nadie malamente escondido tras una columna o pared. 

Releyó la misiva de nuevo, por si acaso algún mensaje secreto se le hubiese pasado por alto, pero a la cuarta re-lectura tuvo que desistir.

Con un leve carraspeo, para aclarar la mente, reanudó su camino hacia el gran edificio de la Corte de Sangre.

Con paso firme, como era habitual aunque algo había variado en la alta elfa, pues sin embargo, un leve rubor rojizo había teñido las puntas de sus largas orejas, normalmente tan pálidas como su piel.

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