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[Historia] Melne Solardiente

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Melne Solardiente

 

DATOS BÁSICOS

Nombre del Personaje: Melne Solardiente
Raza: Quel'dorei
Sexo: Mujer
Edad: 88 años
Altura: 1'61 m
Peso: 63 kg
Lugar de Nacimiento: Quel'thalas
Ocupación: Aprendiz de Rompehechizos


DESCRIPCIÓN FÍSICA

Melne es una chica menuda. Apenas pasa el metro sesenta y su peso, a todos los efectos, está un poco por encima de lo debido. Su piel es blanca y su cabello aún más blanco, corto además. Como no, los ojos le brillan en un tono azul vagamente turquesa. Tiene una peca sobre el labio superior, en el costado derecho.

Viste ropas negras y ajustadas. Cómodas y flexibles. Lo que le permite, a su entrenado cuerpo, moverse como si no llevara nada. Por último, no es raro verla con una especie de venda negra sobre los ojos. Esta no es enteramente opaca, aunque tampoco transparente. Su uso, más que nada, es reducir un poco el caos que representa su vista, normalmente más sensible que la del resto debido a un accidente mágico. Eso la centra y la ha enseñado a no confiar en sus sentidos y regirse por su instinto.

 

DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA

Esta Quel’dorei es, a todos los efectos, lo que se podría describir como una chica “fría”. Su trabajo, o bueno, el camino que ha elegido llevar en esta vida, lo es todo para ella. Es su forma de ser, lo que la define y, por supuesto, su pasión.

Ha dedicado su vida a ello, no tiene memoria de un momento en el que no se ha estado preparando para la tarea. Podría decirse que es su pilar, más allá de eso no hay más que lealtad y deber —valores por los que se rige—. Ni más ni menos.

 

HISTORIA

Nacida en la inmortal tierra de Quel'thalas, Melne Solardiente disfrutó de una infancia normal y corriente durante muchos años. Proviniendo de una familia con una larga tradición en el orgulloso cuerpo de Rompehechizos de Quel'thalas.

Siguiendo con la tradición familiar, no fue raro que deseara ingresar en el cuerpo desde bien pequeña. Un deseo que,con el gran cisma, se vio fracturado por completo.

Sin embargo nos estamos adelantando en la historia, pues ese punto está en las cercanías del final, y a Melne, durante casi todo un siglo, le pasaron muchas cosas que la terminaron moldeando a lo que es hoy. Algo de lo que, pese a todo, siente orgullo.

El mayor pasatiempo mientras creía era entrenar con su madre. Esa mujer, de la cual estuvo muy orgullosa, le enseñó todo sobre cómo blandir una espada; y su padre, maestro de las artes arcanas, la instruyó en la materia —hecho no especialmente fructífero—.

La tragedia de su historia radica pues en el pasado reciente, cuando el azote arrasó con su Imperio y su pueblo, en la desesperación, hizo todo lo posible para sobrevivir. Mientras unos —sus padres y familiares— llegaron a hacer lo necesario para salir adelante, sacrificando su integridad y entregándose a poco más que un vil vampirismo, ella no pudo tras el primer bocado. Su vista, dañada en el proceso —hecho por el cual carga con cierta vergüenza—, le sirve de recordatorio.

Exiliada de por vida de su hogar, vagó durante años por los reinos del este. Malviviendo como buenamente pudo pero manteniéndose firme a sus principios. Trabajó como mercenaria, guardaespaldas y esa clase de cosas hasta que oyó que su pueblo, el de verdad, se reagrupaba en tierras enanas con un noble propósito.

Motivada por la idea, viajó en una caravana de suministros a Quel'Danil con la intención de ayudar a su pueblo.

 

Como un fénix desde las cenizas, vida y muerte de Melne Solardiente. Capítulo III.

Ha sido un viaje pesado, no voy a mentir.

Nunca he estado muy acostumbrada al norte, a subir los picos ariscos y nevados de las tierras enanas. No es que no me guste, no lo hace, pero si que me resulta incómodo.

Bajo mi capucha y capa gris me he mantenido más o menos caliente por las noches. Sin el sol el terreno se vuelve bastante menos acogedor. He oido animales cerca, cada noche mientras tratábamos de dormir en el carromato. No se acercaban.

Quienes me han acompañado han resultado ser gente agradable, de bien. Un varón y dos mujeres, una de ellas la hija de los otros dos. Su nombre, o bueno, el de su casa, es el de Doblehoja. Dicen ser comerciantes, gentes dedicadas a abastecer a Quel'Danil durante estos aciagos tiempos. Me lo creo. Su aura, su presencia, lo deja claro.

Son buenas gentes, me preocupa que les pasara algo pese al poco tiempo que he estado con ellos. Desinteresados, nobles hasta un punto que no me esperaría de unos enanos. Me han hecho ver que, quizás, debo expandir mi visión del mundo.

He pasado toda mi vida entre mi pueblo, aislada entre las gentes de Quel’Thalas, gente que ha traicionado todo lo que creyeron. Mi familia lo hizo, prefirieron entregarse a ese mal, ese modo de vida. Yo no pude ¿Soy peor que ellos? ¿Mejor? Es un tema en el que prefiero no pensar, pero sigue acudiendo a mi cabeza.

Para mantenerme ocupada les ayudó con lo que puedo. Se poco más que blandir mi espada, pero me las he arreglado para ser de utilidad. Cazar, recolectar leña… Son todo cosas que he realizado este tiempo con ellos. Ha estado bien la experiencia, nunca me había rebajado a ello pero resultó… Gratificante ver la sonrisa de la muchacha mientras la ayudaba. Tenía la sensación de que le caía bien.

Desgraciadamente eso no duró para siempre, de hecho, tampoco para el último trecho del camino.

En contra de lo que alguien pudiera esperarse, no nos atacaron los bandidos. De haber sido esa eventualidad podría haber hecho algo, combatido con ellos y haber dado mi vida por la familia. No fue el caso, un accidente se la llevó. Una tontería que escapaba al control de todos.

No se cayó por un precipicio ni nada similar, no fue algo que se podría haber evitado. Resultó que el propio viaje la mató, el clima de la zona causó dificultades en su respiración y, tras enfermar, fue perdiendo la vida poco a poco.

Pude ver como su esencia se escapaba. Su mirada, tras pocos segundos de sus últimas palabras, estaba vacía. Ella ya no estaba ahí. Me recordó a cómo me sentí en mi hogar, cuando el cisma. No fue un buen recuerdo, pero sí uno necesario, especialmente tan cerca de mi propósito. Lo necesitaba.

¿Significa eso que su muerte fue necesaria? Quizás, pero he aprendido con el tiempo que mi yo no importa tanto. Ella no se merecía ese final, sus padres tampoco. Pero la vida no da finales felices, ni siquiera a una joven enana llena de ilusión. A mi parecer, yo y Quel’Danil les debe mucho a esa pareja, ya solo por el sacrificio.

La enterramos en la cima, lloré. Sus padres estaban destrozados, yo también aunque no lo mostrara mucho. El descenso al puesto se sintió mal, como que todo no era lo mismo. No se habló, no se cantó, simplemente se siguió adelante. Era lo que debía hacerse, lo sé, pero… Bueno, hizo que pensara en mis cosas, en la vida y en la muerte. Como, en ocasiones, vivir tanto podía suponer un problema. Aún era joven, lo sé, seguro que en el lugar a donde me dirigía iba a encontrar gente con experiencias similares, quizás incluso peores. Dudé, me entraron ganas de volver atrás, pero entonces su sacrificio sería en vano. Debía seguir adelante.

Eventualmente llegamos a nuestro destino. Me despedí de ambos regalándoles algo mío. No era necesario, sabía que no remplazaría su dolor, seguramente tampoco lo atenuaría. Era por mi, para consolar mi dolor.

No los volví a ver.

Editado por Lady Soup
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