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Sharinay de la casa Crestargenta - Luna Arcana

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Nombre: Sharinay de la Casa Crestargenta
Raza: Kaldorei
Sexo: Femenino
Edad: 137 años
Lugar de nacimiento: Eldre'thalas, Feralas
Ocupación: Restaurar el legado de su pueblo.

Descripción física: 

Joven elfa que recientemente ha alcanzado la madurez física. Su ascendencia altonato se caracteriza en un físico menos corpulento y asalvajado que sus coetaneos. Su rostro, de rasgos suaves, no solo destacaba por mantenerse impoluto libre de toda marca facial, si no por mantener una permanente apariencia ligeramente aniñada impropia de una kaldorei de su edad y madurez física.

Una melena media de color turquesa , normalmente recogida en una ancha trenza, desciende por su espalda, la cual si bien fina, comienza a demostrar los esfuerzos físicos a los que se somete Sharinay desde su salida de Eldre'thalas. Siguiendo el ideal físico que persiguen las Centinelas, para disgusto tanto de los otros Shen'dralar como de aquellos kaldorei a los que intenta imitar, su cuerpo delicado ha ido abandonando la fragilidad propia de su gente para, en su sutileza, acercarse más a la corriente Kaldorei tradicional.

Sus manos, antaño suaves, han reflejado el entrenamiento por el que pasa la Altonato en busca de mantener un físico apto. Sin llegar a las callosas manos de un artesano que lleva siglos trabajando su arte, cada vez sus dedos reflejan menos a la Shen'drelar y más a la guerrera que busca ser.

Sus ojos de un intenso brillo plateado y levemente rasgados, reflejan siempre una viveza en su movimiento para captar todos los detalles del entorno. Sendas cejas pobladas como cualquier otro kaldorei que comparten el color de su melena enmarcan sus ojos adornados con largas pestañas curvas en sus extremos.

Pese a todo, con un peso estándar, mantiene una estatura baja para lo que sería un Kaldorei, alzándose de la verde hierba a escasos 2,03m del suelo.

Descripción Psiquica:

Siempre curiosa, siempre haciendo preguntas que no venia respondidas en los libros de Eldre'thalas. De carácter respetuoso, ama con una profundidad sin igual a su madre, a sus compañeros Shen'dralar y al legado de los Altonato. Los verdaderos, aquellos que lucharon junto al pueblo Kaldorei por proteger el mundo y el arte arcana pura, no la mal versión demoníaca que tanto mal ha causado a su pueblo.

En su carácter abierto, en contraste con la cerradez de su progenitora, la apertura del mundo real para ella ha supuesto un mazazo a todas sus concepciones del mundo. En Elune ha encontrado una figura que ha opacado totalmente a lo Arcano como objeto de veneración. Sus Sacerdotisas, las Centinelas, incluso los Druidas, todos representan una pureza existencial y de ideales que aun a día de hoy fascina a la joven Altonato.

Introspectiva, mantiene una barrera forjada en base al respeto y la inseguridad por lo desconocido en  su trato con los demás. La une un lazo de profundo afecto con sus hermanos Shen'dralar, pero la presión que genera el buscar la aprobación de otros Kaldorei, consciente de los prejuicios existentes hacia ella, tienden a generar una ansiedad que camufla con un protocolo estricto. Desconoce lo que es odiar algo o incluso amar algo, pero ha leido mucho en libro sobre todas esas cosas. Aun así, en su pecho late un corazón idealista y bondadoso que solo busca el bien para sus semejantes y los demás, si estos son capaces de demostrar la misma pasión por una causa noble y justa.

En su ignorancia, con la humildad de conocerse como una ignorante en un mundo de titanes, desea desde el interior de su ser poder unir las concepciones del pueblo Kaldorei. 

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Aishara de la Casa Crestargenta, madre de Sharinay

 

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Historia

 

 

La pequeña polilla revoloteaba pacíficamente. Sus alas recubiertas de pelusa plateada brillaban en contraste con la tenue luz lunar que se filtraba por las vidrieras opacadas por el paso de los milenios y el polvo acumulado en ellas. 
El insecto, ajeno del lugar donde se encontraba, se daba leves golpes contra el desgastado cristal, buscando ,no , ansiando, una libertad que le había sido privada sin razón. Ni siquiera había visto lo que la esperaba fuera, pues como todo lo que moraba entre esos muros, había nacido en la oscuridad, entre el polvo y la sombra, ajena al exterior.
Pero el insecto, ignorante de la futilidad de su esfuerzo, luchaba heroicamente para atravesar el cristal. Valiente cruzado, tenaz en una batalla que no podía ganar. ¿Y para qué? ¿Porqué ansiaba con tanto ahínco como para dañarse a si mismo el salir al exterior, un lugar que no conocía? ¿Que no comprendía? ¿Que ni siquiera sabía si existía? 


¿Acaso sentía en su pecho ese mismo ardor? ¿El ansía por conocer, el ansia por extender? ¿Por dar un paso más, por liberarse de los yugos y las cadenas impuestos sin motivos, solo por el mero hecho de limitar su potencial?
Un golpe. Otro golpe. Uno tercero, pero nunca llegó el cuarto. Las alas de dibujos sinuosos de la polilla se encendieron en un brillo violáceo y se consumieron en un ápice de segundo. Donde antes revoloteaba el pequeño insecto, solo quedaron unas motas arcanas que desaparecieron en breves.

La joven elfa parpadeó, sorprendida y saliendo de su ensimismamiento. Tragando saliva, giró el rostro, incorporándose en la pequeña mesa ante la cual estaba sentada, para observar el gesto severo y adusto de la elfa de la noche de rostro maduro e irritado que se plantaba ante ella, delante de una gran pizarra de color oscuro como la noche sobre la cual resplandecían numerosas runas de colores que bailaban del blanco al violeta pasando por azul y rojo.


Las pequeñas velas arcanas que flotaban en la sala fueron intensificando su brillo, según la furia se iba acentuando en la altonato adulta. Su larga sombra se extendió, mientras su figura parecía crecer por segundos mientras la de la joven sentada frente a ella se encogía sobre si misma, rezando a lo arcano adquirir la capacidad que había leído en los libros que tenían ciertos reptiles con caparazón, escondiéndose en si mismos para huir de la furia de su progenitora.
Cuando habló, no hubo gritos, ni salidas de tonos. Ni siquiera el gesto adusto y gélido de finos rasgos élficos de su madre se rasgó más allá de la fina linea dibujada por sus delicados labios violáceos. Su tono, frío y cortante, hizo desear a Sharinay que se hubiese puesto a gritar y a balbucear.


-Es la quinta vez esta semana, Sharinay, que te distraes en nuestras prácticas y repasos de la conjuración abjuracional teórica al antiguo estilo Suramaritano. ¿Es que acaso he de asumir por tus constantes pérdidas de atención, que no te interesan los temas que estamos dando? ¿O acaso es que soy mala instructora?
-¡N-no madre! Solo... solo estaba mirando a una polilla y me... distraje... -Balbuceó la joven elfa, cuyo pelo turquesa descendia en una coleta por su espalda, agachando la cara hacia adelante con una inclinación de sus largas y violetas pálidas, casi grisáceas orejas, en una pose de sumisión absoluta.
-¿Te distrajiste? Ya veo. 


Los pasos de su madre resonaron con el ruido de sus estilizados zapatos mientras esta se acercaba a la vidriera opaca donde hace un minuto estaba la atención de su hija centrada. Posando sus delicados dedos de largas uñas sobre el cristal que impedía ver el exterior de Eldre'thalas, comenzó a bajarlos lentamente, haciendo un ruido extremadamente agudo que causó que Sharinay se encogiese sobre si misma con expresión de dolor.


-¿Crees que no lo he visto, hija mía? ¿Crees que no lo he notado? ¿Tus miradas hacia los largos pasillos protegidos que conducen al exterior? ¿A la muerte? ¿Tu también quieres irte? ¿Tu también quieres morir ahí fuera, donde solo existen demonios, donde solo espera tu final?
-¡No madre, no es eso! ¡Pero... no puede estar todo tan mal como dec...! - No acabó su frase, pues su madre se apartó del ventanal con un golpe de toga y capa de larga seda púrpura, mientras se encaminaba hacia la puerta.
-¡Harás como tu padre, su sangre maldita corre por tus venas, siempre lo ha hecho y siempre lo hará! ¡Saldrás al exterior y morirás, dejándome sola! ¡Cuanta deshonra ha de afrontar Aishara de la Casa Crestargenta antes de que los pecados de mis antepasados queden saldados! ¡Azshara me dea paciencia y un saco para llev...! - Los barboteos de la elfa madura se cortaron de golpe cuando la puerta de madera crujió con un seco portazo al salir airada de la polvorienta sala de estudio.


El golpe de la puerta fue seguido con el apagón de todas las velas que mágicamente iluminaban tenuemente la sala.
En la penumbra, Sharinay desvió la vista hacia los leves rayos de luz que apenas conseguían filtrarse por las polvorientas cristaleras. Levantándose en silencio, apoyó las suaves yemas de sus dedos sobre los vidrios de colores opacos y deslizó los dedos con lentitud dejando sendos surcos donde su piel apartaba la espesa capa de polvo que los había recubierto.


Aun así, el exterior permanecía oculto tras una barrera de grueso cristal colorido. No podía romperlo, lo había intentado ya hacía décadas, su madre se había encargado de evitar posibles fugas, traumatizada en secreto por la marcha de su progenitor antes siquiera de nacer ella.
Apoyó la frente contra el frío cristal, cerrando los ojos. En su mente, vislumbró a una pequeña polilla, de alas brillantes y violetas, alzándose hacia el infinito cielo nocturno, lejos, lejos de esa prisión de polvo, roca, y libros.

 

*****
 

Bajo la plateada luz de la gran Dama Blanca, cuya presencia iluminaba el firmamento y los corazones de los hijos de las Estrellas que hacían sus tareas bajo su protectora vigilia, una joven elfa caminaba con aires animados y embobados, observando su entorno con fascinación absoluta.
Alguna mirada se desviaba hacia ella, los ojos más suspicaces percatándose realmente de su herencia y mostrando sendas expresiones de desagrado, pero gracias al bien pensado acierto de adquirir una toga más humilde de manufactura Kaldorei, Sharinay pasaba desapercibida bajo la apariencia de una elfa joven, pues un rostro impoluto libre de marcas y un rostro y rasgos más suaves e infantiles que lo normal para elfas de su edad ayudaban a atenuar su contraste.
Observaba los ríos, observaba los lagos, observaba los canales que como venas recorrían la verde ciudad llenándola de frescor, llenándola de vida, llenándola incluso de curiosos seres que vivían en el liquido elemento, respirando agua como ella respiraba aire. Escurridizos y asustadizos, se movían en su terreno con suma agilidad y velocidad.


Las casas y edificaciones que en armonía abrazaban en espiral los árboles sobre los que se asentaba rezumaban vida. Estandartes de vivaces colores, violetas, azulados, plateados, verdosos, ondeaban bajo el fresco viento que silbaba entre los altos edificios. En ellos los elfos reían, los elfos cantaban, elfos que traian las artesanías hechas con sus propias manos para ser cambiadas por otros bienes útiles, eran elfos felices, elfos vivos.
Eran elfos libres.
Sin quererlo, los pasos la condujeron por encima de los pétreos puentes que se alzaban sobre el frescor de las aguas que bañaban la capital y se fusionaban como nacidas del mismo suelo verdoso que recubría todo. Al fondo observaba un inmenso edificio, de belleza plateada. No sabía porqué había superado el miedo, el temor de acercarse a tal lugar, pues su impresionante estructura encogía el corazón con solo mirarlo, pero en el fondo de su alma, una breve llama iluminaba, instándola a avanzar, a acercarse.  


A posteriori sabría que se trataba de el Templo de la Luna, pero ignorante de a donde se dirigía, no podía más que maravillarse según se alzaba en todo su tamaño ante ella. Donde el mármol y la roca de Eldre'thalas era opaco, era gris, polvoriento, era el olvido, era la muerte, la pálida y plateada roca del templo brillaba, pura, hermosa, instándola a acercarse, instándola a entrar.
Un conglomerado de Kaldorei de todo tipo iban acercándose al edificio, con calma y manteniendo un silencio ceremonioso bajo la atenta mirada de las disciplinadas guardianas Kaldorei. Por un momento, el miedo de mezclarse con semejante numero de Kaldorei atenazó su corazón ,pero esta presión fue rápidamente sustituida.
Desde el fondo de su corazón, unas alas golpeaban contra una vidriera, instando a su cerebro a avanzar, a seguir hacia adelante. 
Con paso acelerado, con cuidado de no chocar con nadie, avanzó lentamente entrando en el inmenso edificio. 
Según entraba, deslizándose entre elfos y elfas, el ruido calmo empezó a sonar en sus largas orejas. Era una voz, pura, que inflamaba el alma, henchía el corazón. La escuchaba baja al principio, pero cuando asomó por bajo el brazo de un corpulento macho, pudo ver una belleza que opacaba todas las maravillas que había experimentado desde su salida de la ciudad perdida de Feralas.


Una gran poza, de blancas aguas que emanaban una energía que hasta ella notaba, y en el medio, con el agua blanquecina hasta las rodillas, una figura femenina. Bella y solitaria, con nada más que una vaporosa toga blanca recubriendo su cuerpo. Una larga melena de color azulado se deslizaba por su espalda, sin ningun adorno, sin ninguna fruslería. Y aun ante la carencia de joyerías y cualquier tipo de adorno u orfebrería, era más bella, más digna, más imponente, que su madre aun engalanándose en sus mejores ropajes. 
Su voz, potente como una cascada brava, sedosa y suave como la brisa del viento que mece las hojas bajo el son de la mañana, se alzaba primero leve, como una marea de emociones que asciende y se intensifica, para ser acompañada luego ,paulatinamente, poco a poco, como escenificando un alba, por medio centenar de sacerdotisas que sentadas, en ropajes tan hermosos y a la vez tan simples como los de la Suma Sacerdotisa , rodeaban en semicírculos la poza lunar donde Tyrande cantaba en un idioma cuyo significado se escapaba para Sharinay.
Bajo la intensa luz de Elune que se deslizaba a través de los cristales de la inmensa vidriera en el centro de la bóveda de mármol blanco, cientos de kaldorei escuchaban en silencio respetuoso y ceremonial, el hermoso canto de la suma sacerdotisa.
Y entre toda la muchedumbre, entre toda esa maravilla y magnificencia, una joven altonato lloraba, con sendos goterones descendiendo por sus impolutas mejillas, incapaz de entender como tal belleza podía existir en el mundo.

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