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Arnóvd

Dáin Ysheltal

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Dáin Ysheltal

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  • Raza: Quel'dorei 
  • Sexo: Hombre
  • Edad: 80 años. 
  • Lugar de Nacimiento: Aldea Brisa Pura-Quel'Thalas.                                                                  
  • Ocupación: Cazador Errante.
  • Orientación sexual: Heterosexual.
  • Compañero: Aldair. -Lobo-
  • Historia completa

 

Descripción física:

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De ribeteados cabellos plateados, que caen hacia atrás formando unos flecos perfilados, en un tono más blanquecino que el color plateado propiamente dicho, bordeando un rostro ovalado en el que destacan sus serenas facciones. Sus rasgos serenos no esconden un cambio hacia la fiereza que le acompaña, siendo característica que se marce en sus mejillas, ceño o nariz, un tanto "respingona". Suele adornar su cabello con diferentes coletas o trenzas, que caen a ambos lados, aportando un aspecto más místico y quizá, más salvaje. Sus ojos con brillo turquesa dejan ver unas pupilas rodondeadas con un ligero toque almendrado, descendiendo hacia su cuello, encontramos una perfecta proporción entre su cabeza y cuerpo, que se tornea, atlético y entrenado, pero no destacando por su fuerza, sino por su atletismo y capacidad para recorrer pedregosos campos, escarpadas montañas o senderos intransitables. Por tanto, se perfila como atlético y esbelto, más que musculado. En su costado izquierdo hay un tatuaje de unos colmillos de lobo, en honor a su compañero Aldair, mientras que en su vientre, por encima de los abdominales, tiene una marcada cicatriz, fruto de unas zarpas de oso. Aspecto que no desmerece, una torneada y curvilínea figura élfica, dando un aspecto claramente atractivo, con una belleza magnética en cada uno de sus rasgos.

Altura: 1,93.

Peso: 75 kilogramos.

 

 

Descripción psíquica:

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No es alguien de excesivas palabras, teniendo un comportamiento adecuado, marcando el silencio cuándo es necesario. Preferirá que sus actos hablen por él siempre, pues considera que las palabras nunca están con nosotros, mientras que si optamos por calar en la memoria de las personas, siempre estaremos con ellas. Con un fuerte sentido de la serenidad y la calma, Dáin no parece perder los estribos fácilmente, con una clara filosofía de "vive y deja vivir", mantiene un estilo de vida austero y tratando de conseguir la paz, aunque no todo el monte es orégano para él. Un fuerte trastorno a raíz de la muerte de su hermana en la que él no pudo hacer nada, perdiendo el vínculo más grande que había creado en su vida, le hizo convertirse en una persona que prefiere la soledad, teniendo miedo a crear vínculos afectivos, temiendo perder estos tarde o temprano. 

 

Historia

"Ten el carcaj bien provisto, el arco en buen estado y la vista sana, nunca sabes qué peligros pueden acecharte al poner un pie en un medio tan afable y tan agresivo como es un bosque"

 

"Arco en la zurda, lo levantas, tensas la cuerda, cierras un ojo, cuentas tres segundos, sueltas el aire y disparas. Luego llevas tu mano de nuevo al carcaj, palpas con la yema de tus dedos la punta trasera de otra flecha y haces lo mismo, como si fuera una parte de ti."

 

Dáin trataba de mentalizarse, estaba metido entre unos matorrales en pleno bosque de Quel’Thalas, aquel bosque que parecía no envejecer nunca, que permanecía siempre soleado, que estaba siempre vivo, vibrante, enérgico, aquel bosque era el mayor de los regalos que la creación podría haberle dado a alguien como él, aunque aún era joven y requería de la ayuda de su padre, Dáin sabía moverse por los bosques, medianamente bien y sin necesitar mucha ayuda más que los severos consejos de su progenitor. Entrecerró la vista para maximizar aquello que podría ver a lo lejos, un objetivo en una diana, perfectamente colocado, la linde en el claro era completamente esquiva, con árboles y arbustos, pero él ya había visto un punto que podría aprovechar para disparar y acertar en la diana, allí estaba su objetivo, un objetivo personal que ya era parte de él, desde joven había dedicado su vida a la arquería y a los bosques y como si fuera un estilo de vida, su padre se encargó bien que su hijo siguiera sus pasos y que no errara nunca en un disparo, era un entrenamiento severo pero que era parte de su vida diaria.

 

-Lo he practicado- Se repitió en la cabeza, una y otra vez, no tardó en palpar la punta trasera de la flecha, que tenía unas plumas de ave para efectuar de contrapeso, un contrapeso creado por él y que le facilitaba aún más la labor, si es que había algo fácil en aquella tarea.

 

Tomó una bocanada de aire en segundos, tensando la cuerda, que resonó al tacto de la grasa animal con la madera de su porte, de su tallo. Soltó el aire conforme aclaró su vista y disparó, la flecha recorrió perfectamente la trayectoria, pero lejos de dar en el centro de la diana, acabó acertando en uno de los puntos inferiores, había alcanzado el objetivo, pero no una muerte certera y rápida.

Un elfo de una estatura bastante considerable, con un porte similar al de Dáin, con cabellos azabache, bajó del árbol que estaba justo a la derecha de los matojos dónde Dáin estaba agazapado, su severa y veterana mirada, calaron en Dáin como si fuese más que un padre, un superior, o peor aún, un militar que iba a reprender a su soldado. Estiró su mano hacia la zurda de Dáin, que sostenía el arco y la colocó de una nueva forma, carraspeó, aclarándose la severa y marcial voz, antes de musitar palabra alguna.

 

-Tu mano estaba muy alzada, tu pie derecho estaba muy atrasado. Un error de novato que no voy a aceptarte- Frunció el ceño, mirando a Dáin y casi, pareció fulminarle con la mirada. Lo cierto es que era más exigente de lo que cabría esperar de cualquier instructor, más cuándo se trataba de su hijo.

 

-Daín no pudo hablar, no articuló palabra alguna y bajó la cabeza, con cierta decepción y vergüenza, había errado con fallos de novato, de principiante, eso era inaceptable hasta para él, su orgullo no le permitía aquel disparo, que aunque había acertado en el objetivo, no había conseguido alzarse como un disparo certero-

 

-Aunque… -Keleth, su padre, sonrió de forma imperceptible, rebajando su tono- La trayectoria era buena y si pules esos fallos, estoy seguro que acertarás siempre dónde te lo propongas. –pareció que sus facciones se relajaron, pero su porte no cambió-

 

-Dáin sonrió ligeramente, guardó silencio hasta que meditó unas palabras claras y alejadas de cualquier tipo de nerviosismo- Sí, mi intención era seguir sus instrucciones, padre.

 

Trabaron algunas palabras más antes de marchar de aquel lugar, de la linde del bosque, algo separada de la Aldea en la que vivían, la Aldea Brisa Pura. Tardaron poco más de media hora en llegar, a la casa humilde, aunque espaciosa y bien cuidada de la que disponían, no había muchos lujos, pues Keleth había dedicado toda su vida al bosque y su esposa, a ser ama de casa, pues quedó embarazada joven y tuvo una niña de la que cuidar, en cuánto a Dáin, parecía cuidar siempre de su madre y de su hermana, no obstante, su madre era una persona calma, serena y que parecía siempre qué palabras utilizar, no era una persona inculta, ni mucho menos, le gustaba cultivarse con todo tipo de lecturas y poco tardó en expresar su amor a la música hacia sus hijos.

Fueron buenos días en Quel’Thalas, la hermana de Dáin, Elindere, se hacía mayor a cada año y siempre retenía las miradas de todos, sobre todo la de Dáin, que trataba siempre de forma protectora y casi, como un macho alfa a sus crías, como si fuera su propia hija más que su hermana, siempre teniendo recelos a todos los que se le acercaban, al fin y al cabo, durante muchos años, fue su única compañera y amiga de juegos, la única mujer en la que había confiado, era ella. Parecía un espejismo, Dáin jamás encontró a su otra mitad, jamás encontró una mujer que le acompañase y aunque oportunidades no le fallaron, jamás encontró un motivo para atarse de por vida a alguien, para ser el compañero de vida de otra persona, quizá porque era muy meticuloso, o quizá porque “era muy suyo”, jamás encontró una razón para atar su vida ni tampoco para compartir su vida con alguien, o quizá simplemente, es porque aún no estaba preparado.

Vio cómo su Reino cayó, perdiendo en el proceso a su familia al completo, sin casi poder hacer nada, tuvo que huir a Ventormenta como muchos de su gente, se encontraba totalmente vulnerable, así que estableció su vida a la caza errante, lo único que se le daba bien era cazar, la música, el rastreo, así que no tardó en vender sus servicios como mercenario a cargo de una compañía de rastreadores y cazadores. Estuvo largo tiempo en ella, hasta que vio cómo su vida daba un rumbo completamente distinto, por primera vez, se sintió acompañado.

Estaba en una misión cualquiera, en pleno bosque de Elwynn, allí pudo ver como una manada de lobos, atacaba a un cachorro, muy joven de lobo, este estaba herido y le faltaba un ojo, que estaba infectado por algunas bacterias que habría tenido la mala suerte de coger de algún parásito o carne en mal estado que habría rapiñado. El cachorro era de un tono blanco, como su cabello y casi parecía que habían sido hermanos, pues a pesar de ser lobo y elfo, su cabello era exactamente el mismo, salvando las distancias entre el cánido y el elfo, claro.

Había tres lobos rodeando al cachorro, claramente iba a ser la cena para esa noche, llevó una mano al arco y lo descolgó, la zurda.

 

“Arco en la zurda, lo levantas, tensas la cuerda, cierras un ojo, cuentas tres segundos, sueltas el aire y disparas. Luego llevas tu mano de nuevo al carcaj, palpas con la yema de tus dedos la punta trasera de otra flecha y haces lo mismo, como si fuera una parte de ti.”

 

Las palabras de su padre resonaron en su cabeza, viendo al pobre cachorro siendo asediado por tres bestias impasibles, que tenían deseos llenos de necesidad, pero también de bestialidad, como su nombre indicaba, no eran lobos por nada. Un chirrido de dolor salió de las fauces del cachorro, que trató de correr, sin éxito. No lo soportó, quizá porque se vio a sí mismo siendo atacado por la Plaga, o quizá como acto de compasión, Dáin disparó tres flechas sucesivas, haciendo huir a dos lobos, el tercero cayó en el acto, siendo atravesado en el cuello por una de las saetas. El cachorro temblequeó, viendo a Dáin y las flechas y temiéndose lo peor, huyó al bosque de nuevo, magullado y hambriento, quizá a algún riachuelo en el que poder lamer sus heridas y abastecerse.

 

-Gracias. –murmuró para sí Dáin, con cierta ironía, pero en el fondo, se encontraba satisfecho-

 

Pasó toda la tarde en un claro del bosque de Elwynn, sobre una de las rocas que lindaba en uno de los riachuelos, ahí, podía concentrarse para perfilar al completo sus flechas, su punta, sus protectores y engrasar la cuerda de ligamento animal del arco, que tenía una madera claramente impoluta, el arco era parte de su alma. Escuchó un chirrido nuevamente, girando su cabeza hacia atrás. El cachorro estaba junto a las pisadas embarradas de Daín, agachando la cabeza y agazapado, claramente tenía miedo. Dáin conocía bien la mentalidad de los animales, no iba a acercarse, retiró de su bolsa un poco de carne, de algún cérvido menor, en un paquete que hacía que la carne se conservase y lanzó el trozo de cecina hacia atrás. El cachorro tardó poco en abalanzarse sobre el trozo de carne, comiéndolo como el gran manjar que era, como si fuera su última comida. Su ojo izquierdo estaba completamente infectado, el cachorro no duraría mucho sin cuidados. Pero comenzaba a llover de nuevo, los truenos resonaron y el cachorro se agazapó contra las rocas, quizá buscando cariño maternal en el elfo que le había salvado la vida y le había dado de comer.

Daín se agazapó contra las rocas, haciendo un refugio provisional, con un paño limpio y algo de agua, pasó por la superficie exterior el paño, limpiando la infección del cachorro, que aún era pronto para dar por “salvado”. Dáin estuvo toda la noche en vela, cuidando de aquel pobre cachorro abandonado, herido y hambriento, pero el cachorro logró conciliar el sueño, al menos por esa noche, tras muchas tantas sin poder hacerlo.

El cachorro fue creciendo, dedicando su vida a Dáin, más que una mascota, se convirtió en un compañero, había perdido el ojo izquierdo, pues aunque la infección no avanzó hacia su cerebro causándole la muerte, Dáin logró taparlo y hacer que al cachorro no le doliese, que ahora era un lobo hecho y derecho, un lobo calmo y sereno, pero que sabía ser fiero cuándo tenía que serlo, un reflejo del miedo de antaño, que se había vuelto fiereza y compasión, la compasión que volcó Dáin en él, una compasión que incluso había dado nombre el elfo; Aldair.

No tenían mucho para vivir, pues el lobo comprendió que era libre, pero elegía estar junto a su nuevo “hermano”, nunca sabría quién era el macho alfa de aquella manada, pues Dáin no actuaba como un Alfa, sino como un Compañero. Mientras que Dáin aprendió la lección de su vida en un acto tan simple y compasivo como era salvar una vida ajena, prestar una mano amiga al que más lo necesita, aprendió que incluso cuándo crees que lo has visto todo, esta vida te puede enseñar a dar un paso más hacia adelante, un paso más hacia los vínculos.

 

Y que de un cachorro con miedo e indecisión, podría nacer un lobo con fiereza y pasión.

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I. Índice.

Eventos participados:

Eventos creados:

Progresos: Entrada a la Guardia Imperial como Recluta de las tropas Auxiliares junto a su compañero Aldair y su reciente amigo Cyrus. 

Crónicas:  II. Una mala pesadilla.

-Añadida imagen del personaje al perfil principal.

-Cambios a nivel estético realizados.

 

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II. Una mala pesadilla.

Había estado lloviendo durante toda la noche, refugiado en un claro del bosque, improvisadamente, había tendido una manta encima de una de las rocas, dónde Aldair podría dormir, acurrucado contra él como cada noche. Lo único que le calmaba era la respiración del cánido, que dormía plácidamente aunque, siempre con una oreja levantada, por si pudiese pasar algo. Dáin sentía que podría dormir tranquilo una noche más, sabiendo que su amigo y compañero estaba con él, con el único ser con el que se sentía totalmente vulnerable y los recuerdos pesaban en su mente. Parecía como si aquel lobo, fuera su confidente, al que le contaba todo, había una relación de amistad entre ellos y aunque Aldair no respondía y no comprendía del todo a Dáin, el animal mostraba mucho más cariño y apego que muchas personas habían mostrado por Dáin. Escuchando la lluvia y bajo la atenta mirada de la luna, ambos durmieron aquella noche en paz.

El día amaneció, completamente soleado para la sorpresa de ambos y Aldair, animado, comenzó a correr por el bosque, sin alejarse de Dáin por motivos de seguridad, el can se sentía libre, aunque apegado a su compañero. Dáin preparó todo el instrumental para la caza, algunas trampas simples para cazar algún roedor pequeño, que colocaría en las madrigueras que encontrase por el camino, con un buen cebo, algunas semillas o plantas silvestres. Mientras que, por otro lado, él analizó su arco y flechas, asintió de forma aprobadora, entonces fue cuándo la caza dio comienzo.

Corría por el bosque, saltando entre las rocas y bajando las escarpadas laderas, flexionó sus rodillas y se agazapó contra uno de los arbustos que daba contra un árbol, ahí, pudo observar entrecerrando su mirada y afilando esta, un pequeño ciervo que comía plácidamente, pareciese que la luz del sol le iluminase incluso. Musitó por lo bajo las instrucciones, Aldair estaba a su lado, agazapado y mostrando los colmillos ya, giró su cabeza y señaló hacia otros arbustos, el lobo permaneció quieto, corrió luego hacia los arbustos y el ciervo levantó la cabeza. En cuánto lo hizo, Dáin disparó la flecha con punta, burdamente afilada, que impactó en su cadera izquierda, este, tratando de huir, corrió hacia las profundidades del bosque, pero era tarde. Aldair, que fiel a su compañero había entendido las instrucciones, se lanzó contra el ciervo, mordiendo su cuello de un salto, gruñendo y aullando a partes iguales, la sangre manchó sus colmillos y su blanco pelaje de las fauces. Dáin corrió hacia él y con una caricia en su cabeza, el lobo dejó de hacer fuerza, descolgó de su cinturón un pequeño cuchillo de mano y acabó con la vida del ciervo, para que dejase de sufrir, casi en un acto compasivo y necesario a partes iguales, la sangre manchó sus guantes de cuero, este frunció el ceño y se contrajo para sí mismo, aunque los pensamientos comenzaron a arribar su mente. Con unas cuerdas, amarró las patas del cérvido y lo llevó en brazos hacia el refugio, que estaba lindando con el riachuelo, para abastecerse de agua siempre que fuese necesario.

Llevó de nuevo la mirada hacia los guantes ensangrentados, sin poderlo evitar, corrió hacia el río y comenzó a lavarlos, incluso los retiró de sus manos cuarteadas por el trabajo, metió las manos que estaban limpias en el agua, pero él no veía limpieza, veía sangre en sus manos, una y otra vez, las frotó en el agua, las lágrimas salieron de sus ojos conforme no podía dejar de pensar en el pasado, cuando sintió que todo había pasado, de rodillas, tomó aire y exhaló fuerte luego, mirando a Aldair de reojo. Una mala pesadilla, sólo eso.

 

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