Saltar al contenido
Conéctate para seguir esto  
Galas

Azálea Belore'zaram, justicia equilibrada.

Recommended Posts

 

Descripción física:  Metro ochenta y uno y setenta y cinco Kilogramos de peso componen el cuerpo de esta elfa, antiguamente dada a la vida del estudio, ahora entrenada en las artes de la guerra para luchar por su gente y su pueblo.
Su físico es atlético, y destaca su espalda ancha para la media de las féminas elfas, así como largos brazos y muslos torneados. Su piel, naturalmente pálida, permanece marcada por algunas cicatrices menores fruto de sus batallas por las Tierras Fantasma y las Tierras de la Peste.
De rostro anguloso y maduro, reflejando que ya no es una niña, porta siempre un gesto inexpresivo, aun que leves arrugas de seriedad en el ceño marcan la tendencia a gesticular de esa manera. Grandes ojos verdosos, como todo Sin'dorei, que destacan por su tendencia a siempre buscar el contacto visual incluso llegando al punto de la incomodidad.
Su pelo es de un rubio extremadamente pálido, cuasi blanco, y lo mantiene siempre corto en una media melena de frente y laterales cortados de manera recta.

 

Descripción psicológica:  De carácter recto y de corte protocolaria y hasta cierto punto militarista, su vida se ha visto marcada por dos pilares: La nobleza y la Fe. Pese al gran bache respecto a la Luz Sagrada del pueblo Sin'dorei, Azálea siempre ha mantenido una fe indudable en la Luz Sagrada, y como tal lucha por inculcarla de nuevo en su propio pueblo. 
Sin compartir el ego y la prepotencia de otros miembros de la nobleza Sin'dorei por gente de a pie, siempre ha mantenido el ideal de que el deber de todo elfo es luchar por el bien del conjunto, y eso se realiza independientemente de la posición social de nacimiento.

Con dificultades empáticas con el resto de sus allegados, así como una nula expresividad propia ya sea por gestos o tono de voz, prefiere un tono respetuoso y distante con la gente, evitando el uso de formulas como sarcasmos o retóricas, las cuales le cuesta horrores identificar en otras personas y aun más usarlas ella misma.

yKJv2r8.jpg
(Méritos del dibujo a DieKunster)

 

Editado por Galas
  • Like 3

Compartir este post


Enlace al mensaje

Historia

 

Las botas metálicas resonaban por las calles de Quel'thalas. Azálea caminaba prestamente hacia la mansión familiar. Por el camino, pudo ver como una pareja se besaba en un banco a la sombra de los bellos árboles de la ciudad. Todos corruptos, libertinos. Hacia muchos años que el humor de Azálea había ido volviéndose más arisco. Hija mayor de una poderosa familia noble, había sido criada con todo tipo de lujos y atenciones a su alrededor. Por desgracia para sus padres, su pequeña hija había rechazado los vestidos y enseñanzas sobre música y danza, y se había interesado mucho más en el culto de la fe en la Luz y las artes de la guerra.  En el camino a su hogar, Azálea era consciente de la corrupción que la rodeaba. Inconscientemente, acarició con suavidad el pesado libro de gruesas hojas que apretaba contra su peto. Un libro sobre la filosofía de la Luz.


 Llegó a su hogar, ubicado en una de las antaño calles más respetuosas de Quel'thalas, ahora casi abandonada. El ataque de la Plaga había acabado con la vida de la mayoría de los que habitaban esas casas. Las bellas fachadas, pese a estar en buen estado, puesto que el gobierno de Quel'thalas se encargaba de que así fuera, estaban abandonadas. Hacía años que no se escuchaban las risas de los nobles en sus habituales cenas por sus salones, ni la música de los delicados instrumentos en las clases que recibían las hijas nobles. La fachada de su casa no era distinta a las demás. De mármol de buena calidad, dos finos balcones con barandas de complico diseño se encontraban a cierta altura, sobre la pesada puerta de roble, adornada con finas siluetas de bellas danzarinas. Tras un ligero suspiro, como la mayoría de las veces que observaba la gloria de lo que había sido, entró. Por dentro, la apariencia no podía ser más distinta. 
El recibidor, con la amplia escalera que se dividía en dos hacia el piso superior, estaba en penumbra. Telarañas crecían sobre las paredes,y el polvo se acumulaba en muebles recubiertos de sábanas blancas y el suelo. La Sin'dorei caminó lentamente, mientras los recuerdos acudían a su memoria.
De pequeña, había sido una chica hermosa, pero silenciosa, que prefería estar rezando, o leyendo sobre diversos temas, que yendo a jugar por los jardines, o coqueteando con otros chicos de su edad.
Su futuro era casarse con un joven y apuesto noble, de familia adinerada, y así traer la gloria a su familia, o eso repetía siempre su madre, Ardhoniel, una Sin'dorei de carácter severo, que amaba sus hijos por encima de todo. Ella inculcó la fuerte doctrina de la Luz en ellos, enseñándoles la compasión, el perdón y la tenacidad. La fe se hizo fuerte, ahí donde todo lo demás se desmoronaba. 
Sus padres habían muerto, así como la mayoría de sus conocidos en el ataque de la Plaga.

Tras dejar el códice en su cuarto, la única parte de la casa que daba la sensación de estar habitada, sin contar la de su hermano,Heim'doriel,  fue a las cocinas. Los hornos y fogones estaban negruzcos por el uso. Sus padres criticaban el uso de la magia para cosas tan mundanas como la limpieza o la cocina, y para evitarlas, habían tenido en los buenos tiempos, una marea de sirvientes que se encargaban de todo. Azálea había aprendido a cocinar de una de estas sirvientas, una elfa anciana de carácter amable. Su madre se enfadó al enterarse, pero Azálea, como joven a la que le gustaba aprender, sobretodo cosas útiles como esas, y que amaba el movimiento y las tareas físicas, había insistido. Nunca había sido su fuerte, pero la reconfortaba, y le permitía distraerse de preocupaciones más acuciantes, como la corrupción que asolaba su amado país. La comida que preparó era humilde, como todas las que había hecho desde la aciaga invasión.


 Pese a su porte noble, y su esplendoroso hogar, hacia mucho que el dinero era un bien escaso en la familia Belore'zaram. Antaño linaje poderoso, se había visto reducido a solo dos miembros. Azálea, la jefa de casa como hija mayor, y Heim'doriel, su hermano menor.
Llevó la ennegrecida cacerola hacia el pequeño estudio que usaban para comer ella y su hermano. Hacia mucho que habían dejado de hacerlo en el inmenso comedor de la casa, pues este, al igual que el barrio entero, transmitía un sentimiento de nostalgia y un pasado mejor insoportable. 
Como otras tantas noches, habló con su hermano sobre sus preocupaciones mientras tomaban la humilde comida.
 La corrupción continuaba asolando Quel'thalas. Magia usada de manera irresponsable, energía vil flotando en el ambiente. Hacia bastante tiempo que Azálea se había propuesto cambiar todo eso, pero seria un trabajo arduo y complicado. Sus únicas armas: Su fe inquebrantable en la Luz, y su tenacidad. 
Tras la cena, llegó el momento que más odiaba. Subió a su habitación, y comenzó el ritual de quitarse la armadura, regalo de su padre muchos años atrás. Este, pensando que había sido un capricho, le compró una bonita armadura de gala, que la propia Sin'dorei se encargó de modificar, y pintar de colores negro y rojo, cuando la nación habia caído. Azálea se quedó con el camisón y pantalones de lino, única ropa que llevaba bajo la armadura, y como siempre que se quitaba la coraza, se sintió desprotegida. Sabia que no corría peligro en su propia habitación, pero la armadura de metal representaba la propia coraza que ella misma había formado a su alrededor, como método de protección para con el mundo exterior. Un mundo que la aterrorizaba, pues no lograba comprenderlo. 
Se metió en su cama, dejando las ascuas encendidas, y una vez sola y en la oscuridad, los amargos recuerdos volvieron. 

-Mira Azálea, te presento a Thereon Sunedhore. Su padre es un buen amigo mio, un noble importante, ¿Por qué no le enseñas como tocas el arpa? - Su padre presentaba a los jóvenes. Azálea tenia por aquel entonces 64 años. Un apuesto y bien vestido Quel'dorei sonreía a Azálea. Tenia el pelo del color del fuego, al igual que su padre, un elfo con una ligera papada que se encontraba tras él. 
Azálea los conocía a los dos. Su padre y su madre no habían parado de hablarle de lo inteligente que era Thereon, de lo simpático que era Thereon, e incluso de lo bien que bailaba Thereon. Ella no comprendía a que venia tanto interés repentino por que ella se llevara bien con ese jóven elfo, hasta que su hermano menor, Heim'doriel , le había abierto los ojos.
Se encontraban en uno de los jardines de Quel'thalas cuando se lo dijo.
-Padref y Madfre quieren que te cafef con efe chico.- Heim se estaba comiendo unos pastelillos de los que habían llevado para merendar mientras se lo había comentado. -Lof he oído hablaf y dicen que ef hijo de un noble poderofo... que fera bueno para nueftra cafa... 
Azálea se había quedado pálida como el hielo, incluso más de lo que ya era de por sí. La furia había comenzado a invadirla en ese instante.
-¿Y no les importa que no me pueda gustar ese chico? ¿Y... y si no lo quiero a él? -Su jóven hermano se había encogido de hombros, mientras jugueteaba con par de hebras de césped. Esa noche, Azálea había pataleado, gritado, llorado y luego, en su habitación, rezado hasta haberse quedado dormida. Por suerte para la jóven, resultó ser que ese tal Thereon no era hijo legítimo, y tras muchas peleas, y una casa noble quedarse sin heredero, la boda había sido anulada. En ese momento, la fe de Azálea se fortaleció.

Las eternamente verdes hojas se mecían suavemente con la brisa del atardecer, bañando con su fresca sombra a una pareja de elfos sentados en un banco. El hombre, de pelo color azabache, hablaba con tono teatral y empalagoso a una joven elfa.
-Eres especial, paloma mía, mi amor por ti es tan alto como la más alta montaña- Azálea se encontraba en un banco. A su lado, el apuesto Gilthas Kithirion, un joven y apuesto criomante, y en su tiempo libre, poeta.  La elfa tenia unos escasos 72 años por aquel entonces, y había caído en las redes del apuesto Gilthas. Él le había prometido que se comprometerian, que se encargaría de todo. Y Azálea, con su ingenuidad de una joven mujer que ha pasado la mayoria de su tiempo rezando, estudiando o entrenando, lo había creído.  Desde que lo conoció, no podía evitar oír murmullos y sonrisas a su paso, pero el amor le había hecho ignorarlas. Una de sus “amigas” incluso le había insinuado que Gilthas era un Don Juan, y que solo la quería para lo que la quería, pero ella, aduciendo que ni siquiera se habían besado, la había ignorado. 
Como otras tantas veces, había sido Heim'doriel , el que le había abierto los ojos. 
Era de noche, cuando él la había despertado apresuradamente.
-Vamos hermana, levanta, quiero que veas la verdad.- Azálea se desperezó, y se extrañó de que su hermano estuviera vestido, pero su confianza en él era tan grande como su fe en la Luz, y no titubeó  en seguirlo.
Corría apresuradamente por las callejuelas tras su hermano. Él no respondía a sus insistentes preguntas, y se limitaba a decir que “Ya lo verás con tus propios ojos”. Y lo vió. Sí que lo vió, aun que en el fondo de su alma, desearía no haberlo visto. 
En un banco, debajo de un árbol, se encontraba Gilthas. Y no estaba solo. Con él, otra elfa, que a diferencia de Azálea, si había decidido entregarse a Gilthas. 
En ese momento, Azálea se quedó sin respiración. Había corrido como no lo había hecho nunca. Se derrumbó en su cama, y lloró como nunca antes lo había hecho. Había abierto su corazón al mundo por primera vez, y lo habían apuñalado y vaciado, saqueándolo por completo. A la mañana siguiente, su madre no pudo evitar preguntarse qué había ocurrido, para que su inocente aun que alegre hija, se hubiera vuelto una fría losa de mármol.

El asalto de Quel'thalas por la Plaga también vino a su mente esa noche, como la mayoría, pero estos recuerdos eran más confusos, empañados por el horror y el pánico que había sentido.
Había suplicado que la dejaran luchar, que se había estado entrenando todos esos años para algo como aquello, pero su padre la había ignorado. Cuando se preparaban para partir, la Plaga atacó. El caos, la muerte y el horror la rodeaban. Vió morir a su alrededor a muchos de sus seres queridos, entre ellos a sus propios padres, pero para su suerte, cuando su propia fortaleza había fallado, la estoicidad de su hermano menor, había salvado su vida. Había sentido la sed de magia, como toda su gente, pero su fe y su autocontrol, le permitieron superarla. Había notado como la luz la abandonaba cuando sus hermanos de raza se sumían más y más en la corrupción, pero por su amor hacia su gente y su familia, se prometió que purgaría el reino, y volvería a ser bendecida por la luz. Su fe se vió incrementada, y con la restauración de la fuente, no hizo más que reafirmarla.

XppX93C.png
En la oscuridad de su lecho, la ya madura Azálea, lloró como lo había hecho esos días. En esos momentos, cuando la armadura de mármol e hierro endurecida por la fe desaparecían, volvía a ser la inocente niña, que en su día había rezado para que sus padres no la comprometieran con un joven que ni siquiera conocía. Pero como siempre, la noche terminó, el sol salió,  Azálea meditó, rezó y volvió a vestir su armadura. La metálica y la personal. Una que la protegía de los ataques físicos, y la otra, de unos más abstractos, pero no por ello menos dolorosos. Tenia una misión que cumplir. Una misión que pondría a prueba su fe, y su propia cordura, pero que llevaría a cabo, o sucumbiría como la mayoría de su gente en el intento.

 

Editado por Galas
  • Like 3

Compartir este post


Enlace al mensaje

Join the conversation

You can post now and register later. If you have an account, sign in now to post with your account.

Guest
Responder en este tema...

×   Pasted as rich text.   Paste as plain text instead

  Only 75 emoji are allowed.

×   Your link has been automatically embedded.   Display as a link instead

×   Your previous content has been restored.   Clear editor

×   You cannot paste images directly. Upload or insert images from URL.

Conéctate para seguir esto  

×
×
  • Crear Nuevo...