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Psique

Helverion Isolrien

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Los Isolrien eran una conocida familia en el Alto Reino cuya dedicación por la artesanía les granjeó un reputado puesto en la sociedad como diestros carpinteros. Adoquines, tallas, estatuas, muebles... Por sus manos pasaban los encargos más codiciosos de magisters y políticos por igual, hasta que con el tiempo, los competidores empezaron a ser un problema. Thuold, el para entonces heredero de la estirpe, de carácter adusto y difícil de tratar, se dejó embaucar por la ambición de llevar su negocio fuera de la frontera, donde los autómatas no hacían la mayor parte del trabajo artesanal y donde la destreza de un elfo sería inigualable para otras razas inferiores. Fue así como junto con su familia, abandonó Quel'Thalas cuando su hijo a penas tenia cinco primaveras. Ventormenta acogió con escepticismo a Thuold, y con el tiempo, se ganó un lugar en el gremio.

La invasión de los orcos a Ventormenta no dejó a nadie indiferente, y toda la prosperidad que pudo reunir en aquel momento se vio truncada por aquella horda de seres barbáricos. Junto con otros refugiados, huyeron del reino del león para ampararse en su tierra natal, aun que fuera durante un breve periodo de tiempo. El conocido aire que allí se respiraba era como recordar a qué sabía la esperanza, era ese lugar donde uno se guarece de la tormenta, un sitio que siempre estará allí esperandote a perpetuidad, imperturbable.

Sin embargo el arrojo de Thuold no se hizo esperar, y pronto partieron hacia un nuevo destino: Kul Tiras, un añejo territorio de cuando los tiempos de Arathor con una asentada y refinada tradición naval que podría brindarle un nuevo enfoque a su negocio.

Las noticias de la Invasión llegaron tardías a ese confín, pillándolos por sorpresa. A pesar del reclamo de su soberano, mucho era a lo que debían renunciar. Al final, la seguridad de una vida ya establecida fue más fuerte que la necesidad de acudir a su deber patriótico, por lo que permanecieron en Kul Tiras como también optarían por hacerlo otros.

Sin embargo, la lejanía no les aislaría de las consecuencias de las acciones y medidas implantadas por el Príncipe Kael’Thas Caminante del Sol. A pesar de que los quel’dorei permanecieron fieles a los reinos humanos, las acciones del resto del pueblo renombrado como Sin’dorei, crearon un recelo en las razas aliadas, que endureció todavía más el racismo que estos ya soportaban. Como ciudadanos de segunda, hermanos de los crímenes del pueblo que abandonaron, las dificultades económicas terminaron llegando con el tiempo.

Hace relativamente poco tiempo, la familia volvió a Ventormenta en un último coletazo de esperanza, intentando arañar con las uñas los recuerdos de prosperidad que habían conseguido en el reino sureño del león hace unas cuantas décadas.

 

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La mañana estaba despejada, con ese típico cielo azul ventormenteño, un día de verano como cualquier otro. El sol se filtraba a través de las ventanas, iluminando el apagado color azul del vidrio que las cubre. Era como echar un vistazo a un lago donde te habías sumergido. La silueta de los transeúntes de la concurrida calle estaba tan difuminada que casi parecían pequeños peces que buscaban sustento en el fondo. Un golpe seco le sacó de su ensimismamiento, deteniendo el incesante tamborileo de su lápiz contra la mesa, que finalmente había crispado la paciencia del profesor de la academia. Le dedicó una mirada iracunda y un par de gritos de advertencia. Helverion tan solo pegó con vagancia la espalda contra el respaldo, dejándose caer levemente por él para volver la vista a sus apuntes, solo por tenerlo contento. Sin réplicas, sin provocaciones, cansado ya de ese constante tira y afloja con el susodicho. Dejó que el resto de horas pasasen solas, el tiempo es irrisorio cuando estás demasiado metido en tus pensamientos. Cuando perteneces a una raza tan longeva, incluso sin quererlo, tiendes a tomarte las cosas con más calma, como si el tiempo fuera un cuento, más aún cuando apenas has llegado a la primavera de tu vida.

 

Cuando las clases concluyeron, recogió sus apuntes y útiles de clase y se dispuso a salir del aula, encontrándose al profesor esperando a hablar con él. Helverion suspiró con cansancio resignado y le sostuvo la mirada mientras este hablaba, sin prestarle una real atención.

 

- [...] Tienes que esforzarte, y no te lo digo por cumplir, lo digo enserio. Tienes un gran potencial y ni si quiera has consultado tu último exámen.

Déjame adivinar… -Dijo con voz ronca, la que queda tras no haber abierto la boca en horas y por los irremediables cambios hormonales. La voz de un mezzo con constipado, que deja de ser algo melódico para volverse desafinado como un chello en mal estado.-Un cinco sobre diez.

Olvida el cinco.

Ya.-Deslizó la mirada desinteresado hacia la ventana vidriosa, buscando los peces.

Escucha, Helvion… He visto a otros chicos como tú en todos estos años, y te digo que todos acaban de la misma forma: conformándose con lo poco que consiguen rascando con las uñas en lugar de abrir la mano y coger lo que merecen. No seas como estos chavales, no te hagas eso a ti mismo. Los exámenes de acceso a la Academia están cerca y te aseguro que esto -dijo cogiendo el exámen y lanzándolo con desdén sobre la mesa- no son más que juegos de niños.

¿Y si son juegos de niños, por qué debería de tratarlos como si no lo fueran?

 

Imperó un tenso silencio durante unos segundos, cuando el profesor, como siempre, elegía una metáfora o paralelismo que él con fluido y poco meditado desdén le daba la vuelta. Siempre conseguía sacarle la puntilla, siempre. Fuera un discurso calibrado durante horas o una simple frase coloquial. Y eso, terminó, como siempre, crispándole.

- Vete a casa, Helverion. -Dijo dando el asunto por perdido.-Dale saludos a tu familia.

Nada más dijo esas tres primeras palabras, Helverion ya había comenzado a marcharse. Ya había atardecido y el cielo había dejado atrás el despampanante azul para vestir el anaranjado. Los pájaros surcaban el cielo en bandadas hacia sus nidos, para guarecerse antes de que cayera la noche.

 

El sonido de sus botas marcaba un ritmo de cuatro por cuatro, la base más básica, propia de las melodías conocidas. Mientras caminaba, el repiqueteo de sus dedos contra el asa de su bolsa ceñida a un hombro armaba la ilusión de estar tocando las teclas de su zanfoña, cuyo sonido casi parecía venirle de las orejas y no de la memoria.

 

Unos rápidos pasos le alcanzaron prontamente, arrítmicos con la llamada de una voz azucarada, una soprano inquieta.

 

¡Helverion! ¡Helverion, espera!-Helverion volteó quedando de canto y no precisamente inmediatamente. Alice Brown se detuvo apoyando las manos sobre las rodillas, cogiendo aliento. Su sonrisa algo rígida por el esfuerzo hacía despuntar todavía más su nariz respingona, la corona de un rostro alargado y cubierto de manchas por el sol.- Tienes las piernas más largas que yo, ¡casi te me escapas! ¿Volvemos juntos a casa?

Sí, claro. -Dijo vagamente volviendo a retomar el camino. Durante el trayecto, su compañera de clase no paraba de contarle cotilleos de otros, rumores que le importaban tirando a nada y algunas impresiones vagas y desordenadas sobre el último exámen.-[...]¿Cómo lo haces tú? Esa parte del temario se me escapa… ¿Me ayudarías? Solo un par de clases, por favoooor.-El elfo se quedó mirándola mientras esta casi se colgaba de su brazo cuya mano mantenía ceñida la mochila al hombro. Relajó el brazo provocando que casi se cayera por apoyar demasiado peso sobre él, acabando con el brazo estirado y la mochila sobre el empedrado de la calle. La chica le miró con ojitos de cordero, suplicante, obviando la broma.

Abres el libro y lees. No es difícil, no me hizo falta estudiar.

¿Enserio no estudiaste nada? ¡Si era muy difícil!

No.-Le insistió.

Venga, por favor. Solo dos clases, ¡no!, una. Sí, con una me conformo.

No se me da bien enseñar. Déjalo estar, Alice, no seas pesada.

 

La joven hizo un mohín desilusionada y continuó el resto del trayecto en silencio. Siempre le buscaba, con la misma excusa o parecida. Era la típica que se rompe los cuernos estudiando, la típica alumna pedante y pelota cuya vida gira entorno a un número sobre un papel. Pero siempre, sacaba menos nota que él, y esa insistencia no era admiración, era envidia malsana disimulada por interés.

 

La academia no estaba lejos de su casa, tal vez a unas cuatro o cinco manzanas tras atravesar el parque y cruzar el puente, cerca del puerto.

 

La tienda de carpintería de su familia, si destacaba por algo, era por el contraste que mostraba entre el interior y el exterior. Por fuera, de ladrillo blanco y tejas azules, como todas las casas de la zona, por dentro, una vez pasada la parte delantera de la tienda, se vestía de detalladas molduras de madera, telas tejidas de corte refinado y sendos muebles de corte thalassiano. Era un pequeño refugio, un apartadillo, para aquellos que ni se mojan ni bordean el río. El empeño de su madre por cubrir el hogar de recuerdos fue acogido por Helverion como una muestra de hipocresía, como quien acude a la iglesia los domingos por aparentar pero nunca reza en casa, solo que en este caso era a la inversa. Ella había cambiado, se había adaptado, si de verdad echaba todo eso de menos ¿por qué no volvió?

 

Zyen apareció por la puerta de la cocina dándole la bienvenida. Vestida como las amas de casa típicas, un delantal, un faldón desgastado y una camisa holgada muy sufrida, para que las tareas domésticas no terminasen armando una tragedia con una prenda más refinada y elegante. Los elfos nunca fueron machistas, pero hasta ella parecía haber olvidado eso, haber olvidado que una vez, fue una reconocida maga. Hija única de una familia añeja del Alto Reino, en la cual se puso la expectativa irrefutable de verla convertida en una ilustre maga. Jamás dijo que le disgustara serlo, incluso enseñó a su hijo a evocar algunos hechizos básicos, pero el hecho de que con los años terminara abandonándolo sólo lo confirmaba. Lejos de la influencia familiar, no tenía expectativas que cumplir salvo las que su familia más cercana esperara de ella. Siempre tan complaciente… Tan sumisa, con una perpetua sonrisa cándida en su rostro.

 

Cenaron a solas, su padre como siempre, volvería más tarde del puerto tras cerrar unos asuntos. Con el tiempo dejó de darle importancia, de todos modos, no tenía nada de qué hablar con él. Cerró la puerta de su habitación y se encaminó al escritorio. El dormitorio parecía más un pequeño taller desordenado que un lugar donde descansar, pero era a su gusto, su refugio. Había recortes de madera, tallas inacabadas, alguna maqueta a mitad de construir y el suelo cubierto de limaduras y virutas dispersas. Pasaba largas horas allí dando rienda suelta a su creatividad que, a pesar de ser artísticamente considerable, no cumplían una función específica más allá de entretenerle. Ni si quiera cuidaba sus obras más destacables, como si una vez acabadas perdieran todo su valor. Lo hacía para entretenerse y luego, se aburría de ellas, así que las dejaba en montones o en las estanterías sin orden ni limpieza.

 

Agur descansaba plácidamente en su posadero, con la pata derecha escondida entre el plumaje inflado, despertándose al ver que su dueño había llegado. Un cernícalo ventormenteño, de plumaje pardo y blanco amarillento, despeluchado y medio desplumado, lejos de lucir los colores vivos de su adultez puesto que no era más que un pollo que encontró en un nido en el bosque cuando apenas tenía un puñado de días de vida. Nada más decidió quedárselo, se buscó la vida para convencer a un cetrero de que le enseñase a criar uno. Éste le dedicó una mirada desdeñosa al tratarse de un falco menor, un primo inferior a la grandeza de los halcones que él criaba y adiestraba para los nobles que gustaban de practicar la caza de liebre. Sin embargo aceptó enseñarle a cambio de confeccionarle un par de posaderos nuevos, cuyo acabado y detalle lo dejó boquiabierto. A pesar de la insistencia de brindarle más pedidos, incluso de facilitarle algún contacto, Helverion no mostró interés, pues el hecho de tener que trabajar por encargo y ceñirse a un plazo de entrega era algo que le provocaba pereza. Además, él era un estudiante, no tenía intención alguna de terminar herendando el negocio familiar, si bien tampoco había decidido a qué quería dedicarse en el futuro. Estudiar magia era una espectativa silenciosa que su madre reservaba para él. Es común que entre las familias de altos elfos, al menos un integrante recorra la senda de la sabiduría arcana. Su madre nunca se lo dijo claramente, es de ese tipo de mujeres que guardan sus deseos para si mismas, legibles tan solo en los pequeños detalles y que cuyo incumplimiento les reporta una tristeza que al igual, guardaban dentro. A él al final, le daba igual, pocas cosas de este mundo que dependieran de sus manos y memoria no se le daban bien.

 

Agur comenzó a piar pidiendo comida, con el copete inflado coronando el pompo que era su cuerpo. Helverion abrió el seguro de las pihuelas y lo sostuvo en su mano, llevándoselo consigo a la cama. Alargó el brazo y sacó de una caja un pequeño saltamontes que había cazado el día anterior y lo soltó para que el pollo se dedicase a perseguirlo por la habitación hasta darle caza, con el fin de mantener avivado su instinto.

 

Se recostó en la cama y se dedicó a tallar con su navaja un pequeño trozo de madera de abedul mientras Agur revoloteaba por la habitación.

Editado por Psique
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