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Firefly

Nevarye Blackheart

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 Nevarye Blackheart

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Detalles:

  • Raza: Humano
  • Sexo: Mujer
  • Edad: 25
  • Altura: 1,67
  • Peso: 54
  • Lugar de Nacimiento: Ventormenta
  • Ocupación: Buscavidas

Descripción física:

Blackheart es una mujer con un rostro duro y gastado, de piel nívea y reseca por los vientos durante sus viajes. Su mirada es gélida pues el color de sus ojos es como el del hielo a primera hora de mañana bajo los rayos del sol, adoptando un tono azul claro, cristalino.  Tiene la nariz fina y marcada, con un aro de metal en su extremo. Sus labios algo gruesos y rosados, aunque rasgados por la sequedad. En muchas ocasiones lleva marcas de pintura en su frente, pero lo que más destaca de ella sin lugar a dudas, es la enorme cicatriz de la quemadura que sufrió en el lado derecho de la cara. El cabello por otro lado, al igual que su piel, es de un color grisáceo casi blanco. Lo suele llevar recogido o echado hacia detrás para que no le moleste, aunque a veces lo utiliza para ocultar la cicatriz de su rostro, pues la hace fácilmente reconocible.

Su cuerpo está musculado y fibroso, en ocasiones algo delgado cuando no tiene oportunidad de llevarse algo a la boca. Desde que comenzó a instruirse como paladina, hasta que abandonó la iglesia para continuar sola su camino, ha estado entrenando físicamente para el combate con armas grandes y pesadas. Suele llevar una armadura de metal, que bien puede combinar con telas y cueros. Además de que en muchas ocasiones oculta su rostro bajo una capucha, tratando de ocultar su identidad o para después no ser relacionada con los lugares por si es buscada posteriormente. Tiene numerosas cicatrices a lo largo de todo su cuerpo, quedando éstas ocultas bajo la capa de ropa y armadura.

Descripción psíquica:

Posee un carácter serio y poco delicado, demasiado centrada en llevar a cabo sus tareas dejando a un lado el disfrute y las necesidades personales hasta que no puede más. Es bastante activa y gusta de moverse por diferentes lugares intentado no llamar la atención, sin quedarse demasiado tiempo parada en ningún lugar y evitando los núcleos de población donde pueda sentirse agobiada. Prefiere la soledad y el silencio de los bosques a la comodidad de una posada, por lo que no es raro que acampe fuera de las ciudades en vez de buscar una cama entre sus muros.

Es reservada y no le gusta hablar de su pasado. Pero también es una persona comprensiva que sabe escuchar a los demás, difícil de enfadar y mostrar su lado agresivo. Intenta ayudar a los demás si la razón es de peso y no se preocupa por cosas tales como las riquezas o el poder. Se considera una persona libre y odia que se entrometan en su camino, por lo que se enfrentará a cualquiera que busque pararle los pies cuando ya tiene una decisión tomada en su cabeza.

No tiene un trabajo fijo, sino que se dedica a buscar herejías y bestias allí donde escucha rumores de que puede haberlas. Entre tanto, emplea sus manos para cualquier otra función y así sacar algunas monedas para pagarse la comida o las reparaciones de su ya gastado equipamiento.

 

Historia

- Ha sido niña, mi señor, una niña sana – pronunció con suavidad la femenina voz de la sirvienta, con las manos manchadas por el rojo de la sangre.

Nevarye llegó a este mundo en una oscura noche de tormenta, donde el agua golpeaba con fuerza sobre las ventanas de cristal y los relámpagos hacían que la estancia se iluminase por completo, dejando en ridículo a los numerosos candelabros encendidos. Por leve que pareciera, esa situación marcaría desde entonces el resto de sus días como un acero candente llevado hasta su nívea piel. Donde las cálidas noches de verano desaparecía y daban lugar al frío y al miedo, una vida llena de miedo.

Aquel hogar antaño fue un lugar noble, situado en una buena posición dentro de la grandiosa ciudad de Ventormenta. Sus padres, la familia Whiteheart, se habían entregado desde sus inicios a servir a Luz Sagrada y se habían convertido en renombrados sacerdotes dentro de la capital humana. Criaron a su hija bajo sus estrictas enseñanzas, queriendo que esta adoptara el mismo destino que sus padres habían buscado para ellos. Así pues, con edad temprana, tuvo que abandonar su hogar lleno de caprichos y abundancia, para marcharse al convento donde sería tratada como cualquier otra niña.

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Al principio todo fue rebeldía y rechazo pero poco a poco, a base de castigos y enseñanzas, fue entrado en vereda para convertirse en una buena estudiante. Aprendió a leer y escribir con fluidez, llegando a devorar los libros uno tras otro sin salir de su sobria habitación durante días. Parecía que la Luz Sagrada había llegado a cautivarla por completo, pero para entonces su vida no había hecho más que comenzar.

 

En mitad de la noche sus sueños hicieron que se agitara, murmuraba palabras en voz baja mientras su rostro se perlaba por el sudor de lo que su mente imaginaba. Cuando de pronto un fuerte trueno hizo que se despertara, sobresaltada y angustiada, respirando entre sus finos labios con los ojos completamente abiertos. Un instante después, la puerta de madera que había frente a la cama recibió un par de suaves golpes.

- ¿Estás despierta, Nevarye? Tengo una mala noticia que darte – la voz del anciano sacerdote era débil, pero incluso en su tono podía notarse una mayor tristeza.

La puerta se abrió, dando paso al escuálido hombre que se hallaba tras ella. Tomó lugar en la misma cama donde la joven reposaba, ahora incorporada, para comenzar a relatarle una triste historia. El anciano le contó cómo los miembros de la iglesia habían marchado hacia el que de niña había sido su hogar, en busca de sus padres. Estos lejos de aparentar lo que en realidad eran, lucharon utilizando sus oscuros poderes y sembraron el caos durante unos minutos. Varios miembros de la Iglesia de la Luz perdieron la vida, pero finalmente también consiguieron terminar con los brujos que habían ido a capturar.

Tras aquel suceso, la joven Nevarye nunca volvió a ser la misma. Su boca enmudeció y su mente se volvió irascible y e incontrolable. Se convirtió en una persona muy lejana hasta lo que entonces había sido y durante muchos meses el anciano sacerdote rezó para que esto cambiara. Sin saber si fue por la luz o por el tiempo trascurrido, finalmente Nevarye acudió a él con los ojos llenos de lágrimas. Le rogó por su perdón y le pidió que la entrenara, que hiciera de ella una fiel sirviente de la Luz para luchar contra sus enemigos. El viejo hombre aceptó, a pesar de que él ya no podría seguir haciéndose cargo de tu tutela.

De nuevo, abandonó su hogar y a todo aquel que conocía, destinada a la abadía de Villanorte. Allí comenzó no solo sus enseñas teóricas, sino que también fue entrenada físicamente para que conociera el uso de las armas. Se le entregó una maza y un escudo, con los cuales hora tras hora combatía contra muñecos hechos de trozos de madera y paja. Compaginando sus actividades con los estudios. Pero incluso así, seguía teniendo una fuerte ira en su interior, una mancha que no podía limpiarse. Era incapaz de sentir la virtud de la compasión, lo que había provocado que el poder la Luz jamás se manifestara para ella.

 Mi señor – vociferó un jinete recién llegado a la abadía, dirigiéndose a uno de los viejos paladines que se encargaban de su enseñanza – Me mandan desde la ciudad de Ventormenta. Informan de que han visto a muertos caminar al otro lado del río, allá en las Tierras del Ocaso.

Le entregó una carta sellada, la cual el paladín tomó y leyó durante unos minutos antes de devolvérsela al mensajero.

- Regresad con vuestro ordenante y decidle que partiremos de inmediato. La nigromancia es una herejía que no podemos permitir – sentenció, antes de girarse y hacerle un gesto a los iniciados que practicaban con las armas.

 

Días después Nevarye se encontraba de camino hacia Bosque del Ocaso, montada en un carruaje junto a otra media decena de iniciados. Era la primera vez que los entrenamientos se volverían algo real y aquello provocaba que su miedo la consumiera. Sentía como le temblaban las piernas y su corazón latía con fuerza a medida que el carro se acercaba.  Tenía fe de que la Luz la protegería, que no les habrían mandado aquel lugar si no fueran a sobrevivir. Pero todo aquello se desvaneció de su mente cuando unos golpes en la madera de fuera indicaron que ya habían llegado a su destino.

Al salir se encontró una aldea destrozada, carente de vida alguna, pero tampoco había ningún cadáver. Examinó el lugar viendo enormes manchas de sangre en el suelo y por las paredes, hasta que a lo lejos vio una figura en el suelo. Con lentitud comenzó a acercarse, notando como el barro engullía sus botas a cada paso haciéndola más pesada, con la mano en el mango de su maza. Hasta que entonces lo vio. Era tan solo el cadáver de un viejo perro. Se podía apreciar por donde había sido destripado y de sus orificios brotaban una cantidad incontable de gusanos blancos que se alimentaban de la carne muerta. Se quedó observando aquella desagradable visión, casi hipnotizada, hasta que una voz desde su espalda la llamó haciendo que se girara.

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El grupo comenzó a seguir un rastro de huellas que se alejaban a pie de la aldea, con pasos erráticos  y constantes. Se aventuraron hacia el interior del bosque durante varias horas, hasta que el agua comenzó a cubrir el suelo impidiendo que continuaran aquellas pisadas. Pero a lo lejos se dibujó una figura, un ser obeso y monstruoso, completamente desnudo tan solo cubierto el rostro con una raída capucha. Su cuerpo era deforme y estaba lleno de heridas, habiendo adoptado su piel un color grisáceo y una textura húmeda y casi pegajosa.  

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El paladín agarró su maza y acto seguido los iniciados le imitaron. Comenzó una lucha contra el monstruo sobre las frías y estancadas aguas del pantano, negras como la misma noche. Estas no tardaron en llenarse de sangre y un par de iniciados perdieron su vida combatiendo la abominación que cortaba su camino. Pero finalmente el experimentado paladín logró derrotarla, quebrado su cráneo como una nuez con ayuda de su arma. Observaron todos los cadáveres durante un tiempo, pero tras ello, siguieron su camino, marchando hasta una iglesia en ruinas que se encontraba al otro lado del pantano en lo más alto de un cerro.

Al salir del agua, Nevarye se arrancó las sanguijuelas de las piernas una por una, sin temor después de lo que sus inexperimentados ojos acababan de contemplar. Caminaron cuesta arriba hasta llegar a las viejas ruinas, donde varios hombres y mujeres con mirada ausente les estaban esperando. Sus ropas estaban rotas y podía verse bajo ellas la marca de las heridas. Aquellos debían ser parte de los aldeanos que buscaban.

La joven cargó contra ellos, siento más rápida y hábil que los cadáveres recién devueltos a la vida. Aun así eran superados en número y poco a poco se vieron rodeados. Algunos iniciados cayeron también uniéndose a la alfombra de cadáveres por las cuales sus pies se movían tratando de caerse, tratando de abrirse paso hasta el interior de las ruinas. Uno a uno fueron derrotando a los monstruos herejes, hasta que solo el paladín y la iniciada quedaron en pie. Ambos tenían heridas abiertas bajo la armadura y respiraban con dificultad agotados, tanto que la joven tiró el escucho incapaz de sostenerlo durante más tiempo.

 

Con ayuda de su maestro bajó las escaleras entre quejidos de dolor, llegando a una sótano medio sepultado donde un humano les esperaba sentado sobre un trono de madera. Iba vestido completamente de negro y entre sus manos reposaba una gran espada.

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- Tú has de ser el nigromante. Entrégate ahora y asume tu castigo, hereje, solo así podrás redimir tus pecados ante la Luz Sagrada – entonó el paladín, con tono altivo en sus palabras.

El anciano soltó una sonora carcajada que retumbó por las paredes, levantándose de su asiento para acercarse a donde se encontraban. Con un solo movimiento el paladín y la iniciada fueron separados, siendo arrojados cada uno hacia un lado hasta que colisionaron contra la pared cercana provocando que algunos ladrillos cayeran al suelo junto a ellos. Nevarye escupió sangre entre sus labios tras soltar un quejido de dolor, alzando la vista para contemplar como el nigromante se acercaba a su maestro y tomaba su rostro con una de sus manos.

- La Luz nunca será más fuerte que la Oscuridad. El mundo es caos, dolor y muerte; ¿Quién merece entonces algo de compasión? – susurró el anciano, con voz temblorosa y sin apenas fuerza.

De pronto unas llamas verdes brotaron del suelo y comenzaron a consumir al paladín, que entre gritos de dolor rezaba a la Luz Sagrada. Nevarye comenzó a arrastrarse por el suelo con las pocas fuerzas que le quedaban, acercándose a ellos viendo como las llamas consumían la carne, viendo como el monstruo se deleitaba con el espectáculo. Tomó una pequeña daga que llevaba oculta en su cinturón y en cuanto se hubo acercado lo suficiente… clavó su filo sobre la parte trasera del pie del anciano, haciendo que cayera hacia detrás al haber perdido sus tendones.

El fuego brotó de su mano, directo hacia el rostro de la joven iniciada, quemando su piel a la vez que esta se abalanzaba sobre su cuerpo. Clavó su puñal el costado del nigromante una vez, dos veces, tres veces… hasta en más de veinte ocasiones incluso cuando ya había dejado de moverse. Con el rostro medio desecho y el cuerpo lleno de heridas se dejó caer a un lado, cerrando los ojos incapaz de continuar, incapaz de aguantar un segundo más.

Semanas después despertó sin saber dónde se encontraba, tumbada en una cama con el rostro y el cuerpo cubierto de vendas y ungüentos. Antes de que descubrieran que había vuelto en sí, tomó las pocas posesiones que tenía y se marchó, dejando todo atrás, alejándose de lo que había conocido hasta el momento. Convirtiéndose en una nómada que vagaba por las tierras ganándose la vida de la mejor manera que podía.

Cuando un largo tiempo hubo pasado, decidió que era el momento de enfrentarse a la vida que había dejado atrás y reunirse con aquellos únicos que habían tenido el valor de acogerla. Como escolta de un mercader, que se dirigía a Ventormenta, regresó a la capital para encontrarse de nuevo con aquel viejo sacerdote con el que tantos años había estado, el mismo que se había encargado de criarla y buscarle un destino. Ante él confesó su abandono, avergonzada y con ojos acuosos, a lo que el viejo hombre respondió perdonándola por haber tomado su decisión. Le habló de la Sagrada Luz y cómo esta se manifestaba en los seres de Azeroth, pues no solo los miembros de la iglesia eran los encargados de velar por el honor y la justicia.

Desde ese día camina labrándose su propio destino. Entregando su espada a aquellos que la necesitan, protegiendo a los débiles de la injusticia y buscando cualquier señal de herejía o maldad que durante el viaje se cruce en su camino

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