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IsildurJenkins

Alexander Gallardo

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· Nombre: Alexander Gallardo
· Raza: Humano
· Sexo: Hombre
· Edad: 30 años
· Altura: 1.88 m
· Peso: 95 kg
· Lugar de Nacimiento: Ciudad de Dalaran
· Ocupación: Cazador de monstruos a sueldo, alquimista
· Canción de fondo: 

 

 

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7VFHChq.pngDe alta estatura, aunque los hay por ahí más altos, Alexander mide 1.88 m. Es esbelto y musculoso. Su fuerte espalda simula una pirámide invertida: delgado de cintura, pero ancho de hombros. Además, tiene varias cicatrices en forma de cortes, arañazos, heridas e incluso mordiscos en su torso que demuestran que es un hombre de acción.


Sus brazos y piernas se ven bien musculados y tonificados. Siempre va con una armadura de malla que lo protege de las bestias a las que da caza, además de dos mandobles a la espalda, por lo que el mero hecho de cargar con ese peso hace que no haya cabida para la grasa, sino solo para el puro músculo. La expresión correcta sería “de músculos bien definidos”, y pesa unos 95 kg aproximadamente.


Su rostro es duro, curtido por el sol, el viento, la lluvia y el combate, con facciones marcadas que, a pesar de denotar un fuerte carácter y una personalidad seria, dejan cabida a gestos de alegría, felicidad y juventud de manera natural. Cabe destacar que su tez no es ni muy pálida ni muy morena, sino de un color típico de piel bañada por el sol.


De ojos profundos que expresan una gran seriedad y responsabilidad, Alexander haría vacilar hasta al contratista más osado con su mirada, una mirada que ha visto demasiado horror en este mundo, pero que no duda un solo instante; una mirada que está cansada de ver cómo se repiten las mismas historias.


Su pelo castaño oscuro, a modo de melena larga, lo recoge con una coleta a la altura de la nuca que no sobresale mucho. A pesar de llevar el pelo casi siempre recogido, varios mechones le caen a ambos lados de la cara. Además, su barba, arreglada, no corta, pero tampoco larga, poblada, adorna toda la parte inferior de su rostro.

 

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Alexander Gallardo es alguien que la mayoría de las veces se muestra como alguien apático, cínico, amenazante. A pesar de la primera impresión que pueda dar de alguien indiferente a sus alrededores y de naturaleza fría, aquellos que lo conocen de verdad señalan sin dudarlo que en su interior se esconde un amigo de verdad, un hombre de muy buen humor y alguien que no es indiferente al sufrimiento de los demás.


En algunas ocasiones se muestra como una persona sociable a lo largo de sus viajes por Reinos del Este. Es también muy protector con sus amigos y “ferozmente leal”, destacarían estos. Es alguien que está dispuesto a realizar grandes hazañas por aquellos que le importan, que cuida a los que ama y que puede llegar a ser muy bondadoso a pesar de esa fría máscara que muestra al resto del mundo.
 

nfWPl6s.pngNo se puede dejar en el tintero el hecho de que Alexander también es conocido por su habilidad para aliviar situaciones intensas si estas lo requieren. Su experiencia en el cruel mundo de Azeroth lo convierte en un hombre que intuye, normalmente de manera acertada, qué hay que hacer en cada situación. Es alguien que no tendría reparos en poner en riesgo su vida para salvar a alguien importante para él y que no dudaría en arriesgar el futuro de Reinos del Este por salvar a quienes ama.

De manera esporádica Alexander muestra remordimiento y revelaciones de su vida a lo largo de los viajes más duros. Incluso ha llegado a tener crisis personales, llegando a querer dejar su vida de cazador de monstruos a sueldo, o de “brujo”, mote que sus hermanos le colocaron, como dejó entrever en uno de esos arduos viajes con su hermandad de cazadores.
 

A pesar de todo, es un hombre, y como todo hombre tiene gustos, manías, ideales, fetiches, principios, secretos… En el caso de Alexander no hace falta ser un lince para darse cuenta de que siente una atracción especial por las hechiceras. Un ejemplo de ello es su romance con Lilith Bradley, pero eso es ya otro tema…
 

En definitiva, Alexander se podría definir como una persona de dos rostros: frío, amenazante y serio, pero que cuando se quita su máscara es una gran persona por dentro, alguien con un gran corazón. Sabe cuándo debe ser amable y cuándo no. Es alguien que intenta mantenerse al margen de la política, pero nunca duda en ayudar al que lo necesita de verdad. Y, después de todo, es un hombre, y un hombre al que le encantan las mujeres…

 

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El Mal es el Mal. Menor, mayor… es igual. Las proporciones son convenidas y las fronteras, borrosas. No soy un santo ermitaño, no siempre he obrado bien, pero si tengo que elegir entre un mal y otro, prefiero no elegir en absoluto.
 

¿Y deberíamos someter nuestra vida a la religión, o deberíamos interpretar la religión para que sirva a nuestras vidas en su lugar? Hay tantas escuelas como filósofos, tantas historias como humanos. Yo, por mi parte, puedo jurar con toda certeza que no hay forma de reconciliarlos a todos a la vez, y lo que le agrada a uno provocará bromas y enfurruñamientos en otro, y sin duda causará que un tercero busque su cuchillo. ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo deberíamos vivir? Por qué, cómo nos gusta, cómo lo pide nuestra alma, sin tener en cuenta todos los rebuznos de los filósofos y los especialistas en ética, incluidos los incluidos en estos tomos, ignóralos como lo haríamos con los cuentos de hadas o las leyendas de las viejas esposas.


1pp0ton.pngEl mundo a nuestro alrededor es asqueroso, pero esa no es razón para que todos nosotros nos volvamos asquerosos.


Deja zanjados todos tus asuntos antes de morir. Despídete de todos tus seres queridos. Deja escrita tu voluntad. Discúlpate con aquellos a quienes has perjudicado. De lo contrario, nunca dejarás este mundo.
 

No sabemos mucho del amor. Con el amor es como con la pera. La pera es dulce y tiene forma. Intentad definir la forma de la pera.


Fácil es matar con un arco, muchacha. Y también fácil es soltar la cuerda y pensar “no soy yo, no soy yo, es la flecha. En mis manos no hay sangre de ese muchacho. La flecha lo mató, no yo”. Pero la flecha no sueña nada por la noche. Que tú tampoco sueñes nada por la noche, dríada de ojos azules.


Hace mucho tiempo, los humanos construyeron ciudades para aislarse de un mundo de monstruos. Pero como los monstruos también vagaban por el interior de las murallas, los miedos de los humanos no se disiparon. Los muros no son ninguna garantía de seguridad. Un lugar en el que te encierras y mantienes fuera a todo lo demás... no es tu hogar. Tu hogar, a veces, está muy lejos y tienes que encontrarlo.


A la gente le gusta inventarse monstruos y monstruosidades. Entonces se ven menos monstruosos a sí mismos. Cuando beben como una esponja, engañan, roban, le dan de palos a su mujer, matan de hambre a su vieja abuelilla, golpean con un hacha a la raposa atrapada en el cepo o acribillan a flechazos al último unicornio del mundo, les gusta pensar que, sin embargo, es todavía más monstruosa que ellos la Muaré que entra en las casas a la aurora. Entonces, parece que se les quita un peso de encima y les resulta más fácil vivir.

 

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Corría el mismo año de la apertura del Portal Oscuro, hito que supuso un cambio en la manera de contar los días y años que pasaban. Mientras que muchos ignoraban lo sucedido, o preferían mirar a otro lado, otros intentaban continuar sus vidas sin temor.

Durante una fría noche de invierno las suaves luces arcanas de la joya de la magia de Azeroth iluminaban los serenos caminos suavemente nevados de la ciudad de Dalaran mientras sus habitantes leían, cenaban y charlaban en el interior de los templados edificios.

Pero no todos estaban tranquilos. Una pareja de magos se encontraba nerviosa en una de las casas de la ciudad. Gritos de dolor traspasaban las paredes junto a llantos e insultos variados. Y no, no era una disputa de pareja, sino uno de los fenómenos más bellos, aunque grotescos, de la naturaleza: el nacimiento de una nueva vida.

Entre llantos por parte de la criatura y suspiros de alivio por parte de Celina, la madre, ella acurrucaba a su pequeño. Lágrimas de felicidad caían por las mejillas del padre, Tristán, y entre los dos llamaron a su amado niño Alexander.

n4ACPvd.pngLa infancia del joven fue lo que se esperaba del hijo de uno de los bibliotecarios de la ciudad de Dalaran, una infancia entre libros. Por muy interesantes que fuesen algunos de los tomos de la colección personal de su padre, Alexander era aún pequeño, y carecía de la madurez suficiente como para valorar muchos de los libros que sus padres le obligaban a leer.

Por suerte, no todo rondaba alrededor de las palabras escritas y de párrafos interminables. Su madre era alquimista de profesión, y una muy buena. En los ratos en que no venían clientes, su madre le entretenía mezclando algunos líquidos para dar lugar a frascos luminiscentes de todos los colores.

El tiempo fue pasando, y la sociedad en la que vivía Alexander le obligaba a aprender las artes arcanas por mucho que le disgustase la idea de pasarse horas y horas estudiando y ensayando una y otra vez los mismos conjuros con resultados nulos o, en ocasiones de mucha suerte, mínimos.

Él no era un chaval de teorías y repeticiones, a él le gustaba moverse, hacer prácticas de campo, salir de la ciudad con su madre para recoger hierbas, disfrutar de la naturaleza y admirar las bellas criaturas de esta.

A pesar de sus intentos de escaquearse de los estudios mágicos, Alexander tuvo la obligación de continuarlos, ya no solo por la tremenda presión de la sociedad, sino porque sus padres también eran magos. No eran hechiceros como los que convocan lluvias de hielo y lanzan bolas de fuego enormes, pero tampoco eran moco de pavo.

Su padre, Tristán, era un forofo de la abjuración arcana. Empleaba muchas veces conjuros para que sus libros resistiesen el pasar del tiempo y los líquidos derramados sobre los papeles, casi siempre culpa del pequeño. No era el mejor de los abjuradores, pero conocía unos cuantos trucos interesantes.

En cambio, su madre, Celina, manipulaba las artes arcanas de la ilusión. No estaba muy bien visto su empleo con clientes, pero cuando había alguno que se pasaba de la raya en la tienda Celina no dudaba en emplear sus artes mezcladas con suaves palabras que convencían hasta al más terco de los hombres.

Aparte de la aplicación en sus respectivas profesiones, Tristán y Celina habían empleado sus hechizos en más de una ocasión por necesidad. La mujer era tremendamente bella, y era el pan de cada día que varios hombres silbasen a su pasar o intentasen coquetear con ella, incluso con Tristán delante, así que la magia de ilusión era una herramienta disuasoria perfecta.

En el caso de Tristán, la influencia de su padre, el abuelo de Alexander, fue determinante. Aparte de haber sido un mago con experiencia en combate en su juventud, era muy buen profesor de la escuela de abjuración. Carecía de renombre alguno, pero eso no impedía que los pocos que fueron sus alumnos lo valorasen como uno de los mejores profesores. Tal vez sus métodos no fueran los más ortodoxos, pero sirvieron para hacer de su hijo, Tristán, alguien muy diestro dentro de esta escuela.

Así que Alexander aprendió de su madre y de su padre. No tenía mucha facilidad para la magia, pero eso no imposibilitó su aprendizaje en las artes arcanas. Al final acabó siendo capaz de manejar conjuros básicos, siendo su desempeño mucho mejor en las pruebas de abjuración e ilusión.

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Pero no era aquí donde destacaba Alexander, sino en la alquimia. La curiosidad que despertaba en él ver a su madre elaborar elixires de todos los componentes y efectos habidos y por haber le resultaba fascinante. A saber la de horas que pasó en la trastienda mezclando compuestos varios…

El pequeño y joven se convertía ya en un hombre. El tiempo pasa para todo el mundo. Alexander ya tenía dieciséis años y se había convertido en un adolescente apuesto y encantador. Tenía un corazón de oro y no lo ocultaba. Todos a su alrededor lo sabían: era alguien con quien se podía contar.

El corazón no era lo único de oro que él tenía. Su labia era excepcional también, y con la adolescencia vienen los primeros amores, y él no fue menos. Tras numerosos intentos por conseguir cautivar a Lilith Bradley, una chica hechicera de un curso por delante que él, consiguió su propósito.

Aunque Lilith era la clásica joven responsable, no era capaz de resistirse a los encantos del irresponsable de su novio. Muchas veces se escabullían durante las clases para pasear por los jardines o incluso salir de la ciudad cuando se lo podían permitir para disfrutar de la belleza de la naturaleza.

Cuando llevaban ya un año y medio juntos decidieron aprovechar una temporada que iba a haber sin clases para salir juntos de la ciudad de Dalaran. Habían pensado en ir a los pueblos de alrededor para ver cómo era la vida fuera de la magia, y ardían en deseos de ver la gran ciudad de Lordaeron, aunque no sabían si iban a poder llegar.

Fue durante este viaje donde Alexander se dio cuenta de los monstruos que habitan más allá del empedrado de su ciudad. Su viaje comenzó alegre, excitante y prometedor. Muchos aldeanos de los que se encontraban eran simpáticos y hablaban con ellos. Les enseñaban cómo era la vida ahí, y la pareja no podía evitar imaginarse a sí mismos juntos viviendo sus vidas de la misma manera.

Pero también vieron los temores de algunos. No todas las criaturas eran tan dóciles como los cervatillos a los que estaba acostumbrado Alexander. Algunas eran auténticos monstruos que mataban, destruían y amenazaban a la gente. Y lo peor de todo fue que se dio cuenta de que ese comportamiento monstruoso no era único de las criaturas, sino que había personas que eran incluso peores.

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Fue en ese momento cuando Lilith y Alexander decidieron volver a Dalaran. Ya no estaban a gusto fuera de la protección que suponía su ciudad y se sentían muy poco seguros. Nada más llegar de su viaje y después de saludar y narrar sus vacaciones en pareja a quienes correspondía, el chico fue directo a su padre y empezó a leer libros de historia y fauna. No quería quedarse de brazos cruzados. No podía.

Con el paso de los meses se percató de qué quería hacer durante su vida, de cuál quería que fuese su objetivo: ayudar a la gente. No podía ser que hubiese tanta maldad y tanto monstruo suelto. Él no diferenciaba entre criaturas y humanos malvados. Todos eran monstruos a su juicio.

Como era de esperar, él quería prepararse para salir de la ciudad y empezar a cumplir su sueño, su camino autoimpuesto en la vida. Y como era de esperar, sus padres se negaron en rotundo, pero esto no supuso diferencia alguna. Alexander seguía estudiando libros sobre historia y fauna para saber a qué se iba a enfrentar y cómo lo iba a hacer. Fue cuando, sin que su madre se enterase, le compró a un mercader que había pasado por su tienda una espada de prácticas.

Y empezó a practicar esgrima. Vaya si lo hizo. Se centró tanto en los libros y en la esgrima que acabó descuidando las clases y a Lilith. Él se excusaba en que era por y para su noble cometido, pero todo tiene un final, y el de la relación con la joven hechicera llegó antes de lo previsto.

Para evitar caer en un foso de desesperación, Alexander se centró cada vez más en su entrenamiento. Planeaba cómo salir, hacia dónde ir, cómo sobrevivir… No dejaba pregunta sin responder. Hasta aprendió a hacer varios elixires con vistas a facilitarle su deseo de erradicar a los monstruos que caminan a sus anchas por el mundo.

Tristán y Celina veían cómo su hijo no cambiaba de parecer, y cómo se acercaba el momento de una despedida. Así que antes de dejar que su hijo marchase sin la debida protección decidieron juntar todos sus ahorros y comprarle por su decimoctavo cumpleaños una serie de regalos para asegurarse de que su pequeño pudiese ser capaz de volver a casa.

Llegó la fecha, y el día era igual que el de su nacimiento. La nieve caía con suavidad, el cielo estaba nublado y las luces arcanas iluminaban el pavimentado de la ciudad. Y con la nieve Alexander recibió los regalos de sus padres y amigos, entre los que se encontraba un precioso mandoble de acero con grabados y detalles de veraplata.vaQjs8L.png

Dado que no era tonto se esperó al fin de las nevadas, a la llegada de la primavera, para empezar su viaje, y así lo hizo. Se despidió con abrazos y lágrimas de todos sus seres queridos: amigos, familia… Incluso Lilith fue a la despedida, y no se dijeron “adiós” simplemente... Era demasiado difícil para Alexander resistirse a los vivos labios de la mujer que amó.

Y con esto empezó su viaje. Pertrechado hasta arriba, con el conocimiento de los mapas, las plantas y las criaturas en su mente, con el mandoble de sus padres a la espalda y con un medallón que le regaló Lilith que, según ella, avisaba cuando había peligro o magia cerca.

Su viaje fue más duro de lo que esperaba. Cuando pasaba por algún pueblo o aldea preguntando a los habitantes por algún peligro del que hacerse cargo casi nadie se fiaba de él. A fin de cuentas, era un extraño con un mandoble a la espalda que aseguraba ser capaz de acabar con cualquier monstruo.

Poco a poco se fue ganando la confianza de la ruta de pueblos que se marcó en el mapa. Desde Arathi hasta Lordaeron recorría los puestos humanos buscando contratos con los que pagarse la comida y la compañía femenina del día siguiente. Hay que tener en cuenta que era un joven de casi veinte años muy apuesto, aunque eso no le ayudó demasiado a conseguir los trabajos que ansiaba.

Un día escuchó rumores que le aseguraban encontrar cantidad de prometedores contratos más al sur, por la zona del bosque de Elwynn, así que marchó aprovechando las rutas de los mercaderes. Alexander sabía cómo hablar con ellos para que no les molestase su compañía, y sus pequeños hechizos ilusorios ayudaban bastante.

Por fin acabó llegando a Elwynn, y tras un merecido descanso por la fatiga del viaje se puso a buscar algún contrato suculento. Tras una larga búsqueda infructuosa, acabó conociendo a un contratista, alguien que vestía finas y delicadas ropas, que ofrecía una generosa recompensa por la caza de una bestia que llevaba unos días destruyendo los cultivos de un pueblo.

La descripción del monstruo, a pesar de ser vaga y poco fiable, hacía que este se asemejase a algo similar a un cruce entre ciervo y alce, con dientes de lobo y de un tamaño mayor, pero no hacía parecer a la bestia muy peligrosa, y la bolsa de monedas con su sonido metálico hacía que valiese la pena ese contrato.

Qué iluso fue Alexander… Cuando se dispuso a buscar a la bestia ni siquiera preguntó a los locales por ella. Fue directamente a seguir un rastro que se internaba en el bosque. De repente, se encontró con el monstruo del contrato: un oso enorme, con flechas clavadas que hacían de cuernos, enrabiado por el dolor y la infección de las heridas. Pero lo que más le llamó la atención fue la presencia de otro cazador de monstruos como él.

QEIlCbn.pngEl peligro era inminente y no era momento para charlas. Ambos se prepararon para acabar con la criatura. Ya habría tiempo de negociar quién se llevaba qué. El combate fue duro y con sangre —y no solo proveniente de la criatura—, pero consiguieron acabar con su vida.

Fue aquí donde Alexander conoció a Erick Farrow, un cazador de monstruos a sueldo igual que él. Resultó ser alguien que había tenido más éxito en la búsqueda de contratos, así que no le importó llevarse una parte menor por la caza. Volvieron juntos al contratista, cobraron la recompensa y se dirigieron a la taberna más cercana a brindar por el éxito.

Resultó ser alguien que le cayó muy bien a Alexander, lo suficiente como para continuar juntos como equipo durante un tiempo. Formalizaron un contrato de un año para dividirse las ganancias y los costes, y les salió redondo el negocio. Sí, es cierto, pasaron dificultades, y el joven hijo adoptado de Erick, Vincent, había ocasiones en las que más que ayudar dificultaba las tareas, pero acabó siendo una buena fase en la vida de Alexander. Se dio cuenta de que no era el único con su sueño.

La despedida fue dura. Habían estrechado lazos y largas conversaciones de hoguera en las que Erick hablaba sobre monstruos y criaturas legendarias, pero sus caminos se tenían que separar. Alexander siguió por su cuenta en su búsqueda de contratos, y debido a la poca cantidad de trabajos simples para alguien como él, empezó a incluir a hombres en ellos. Tuvo que ser extremadamente cauto con estos contratos, pero las recompensas, tanto morales como económicas, hacían que mereciese la pena.

Se acercaba ya su vigésimo segundo cumpleaños y decidió darle una sorpresa a su familia, así que partió a Dalaran para reunirse con todos sus seres queridos. Habían pasado cuatro años desde su adiós, y tenía multitud de historias que contar. No todo le había ido bien en su viaje. Diablos, anda que no hubo días que se quedó sin comer o que se le escapaba un contrato, pero eso ya no viene a cuento.

Alexander era consciente de lo tensa que estaba la situación en el norte. El marchar de La Plaga dejaba un sendero de caos y desolación a su paso, pero también podría abrir una puerta a posibles contratos —arriesgados, sí, pero si se las apañaba bien podría conseguir una buena suma de dinero por un riesgo mínimo—.

Ojalá todo hubiese salido como Alexander tenía en mente. La situación era muchísimo peor y no pudo hacer otra cosa que derrumbarse al ver su ciudad rodeada de esa barrera mágica. Por un motivo u otro no era capaz de pasarla, y el desconocimiento acerca de lo que había al otro lado de esa pared arcana no mejoraba la situación.

HcgiXGG.pngCon el peligro a la vuelta de la esquina y sin un refugio cercano, decidió hacer de tripas corazón y marcharse a algún asentamiento para poder dormir bajo un techo. Preguntó a la población nada más llegar acerca de lo sucedido en el norte, y conocer la verdad simplemente provocaba un deseo tremendo de volver atrás en el tiempo para no haberse ido de su ciudad, para no haber dejado atrás su anterior vida.

Tardó en recuperar el ánimo, pero el polvo de su bolsa de dinero vacía y su estómago —que andaba casi por el mismo camino que el monedero— le obligaron a retomar sus contratos. Con el tiempo recibió un mensaje, una carta de su amigo Erick. Hacía como un año que no sabía nada de él, así que recibir noticias de una amistad le alegró bastante dada su situación.

En la misiva Erick preguntaba a Alexander acerca de cómo le iba y le contaba algunas historias. Le hablaba del entrenamiento del joven Vincent, de gente que había conocido en su viaje. Al final concluía con un proyecto al que Alexander estaba invitado: una hermandad de gente como ellos dos, cazadores de monstruos a sueldo con ideales similares.

A Alexander ni le parecía bien ni le parecía mal. Simplemente no tenía nada mejor que hacer, y su ánimo tampoco le permitía sentirse animado respecto a algo. Cogió sus cosas, hizo un par de contratos para tener el suficiente dinero para el viaje y, tal y como hizo en el pasado, aprovechó las rutas de mercaderes para ir al punto de reunión: la casa de Erick en Elwynn.

Cuando llegó se encontró con una cálida bienvenida por parte de su compañero. Había más invitados, pero no conocía a ninguno. No importaba, la verdad. Si estaban ahí eran porque valían la pena, porque se habían ganado un asiento en esa mesa en el sótano de la casa de Erick.

Y así comenzó la época dorada de Alexander junto a sus hermanos. Sus vínculos eran fuertes y sus ideales los unían más aún. Tuvo oportunidad de retomar en serio la alquimia y, al igual que hacía su madre, él preparaba elixires para venderlos. Fue así, contrato tras contrato, venta tras venta, como consiguió el suficiente dinero como para comprarse a su primer caballo: un joven corcel castaño llamado Roche.

Pero esta edad de oro de su vida duró poco. En el año 24 decidió agarrar su montura y marchar nuevamente a Dalaran. Quería ver a sus padres, quería ver a sus antiguos amigos, a toda la gente que conocía de su ciudad. Volver a pasear por el pavimentado bajo las luces arcanas, disfrutar de los jardines, las bibliotecas…

Fue un viaje duro, sí, pero tener a Roche le facilitó las cosas, y tener a un compañero al lado le ayudó a superar el tremendo batacazo que sufrió al ver el cráter de la ciudad. Dalaran no estaba, había desaparecido. Sí, se alegró al ver que no estaba la barrera y que podía cruzar, pero no poder ver la ciudad provocó una tremenda confusión en su mente.

Empezó a escuchar los rumores y tenía que separarlos unos de otros. Eran demasiados, como era de esperar para la época. Había rumores de todo tipo: sobre los impuestos, sobre infidelidades, sobre la subida o bajada de algún producto en el pueblo de al lado, sobre peligros en las fronteras, sobre unos cazadores de monstruos que iban de asentamiento en asentamiento aceptando contratos...

Pero poca información había sobre el paradero de la ciudad de Dalaran. La joya de la magia de Azeroth había desaparecido. Fue aquí donde Alexander tomó una decisión muy importante: envainar las espadas para no volver a usarlas jamás. Se acabó su vida de cazador de monstruos. Se acabaron los viajes y las cazas. Alexander dejó su oficio. Se arrepentía demasiado de sus decisiones del pasado.

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Así que cogió a Roche y cabalgó hacia Arathi. Allí, alejado de todo, en una diminuta aldea, montó su nueva vida como granjero, una vida lejos de conflictos donde uno come de lo que cultiva, con el mínimo dinero posible de por medio. A sus oídos llegaban rumores de la hermandad de cazadores y del pasado de sus anteriores vidas, pero los ignoraba de la misma manera que ignoraba las cartas de sus antiguos compañeros.

Su vida de granjero era pacífica y alegre. Sus vecinos eran simpáticos y amables, incluso le ayudaron a montar su granja. Era querido por la gente del pueblo. Eran todos una pequeña familia, incluyendo a su ecuestre amigo Roche, su única compañía en la aldea.

Cultivaba lo que necesitaba, y los niños muchas veces se acercaban a jugar con el caballo. Alexander les enseñaba a montar y les hablaba de historias y cuentos que, a pesar de lo reales que eran algunas, contaba como historias ficticias. No quería que nadie supiese quién fue. Había preguntas, sí, pero no quería responderlas.

Los años pasaron y Alexander prácticamente se olvidó de sus anteriores vidas. Él no era Alexander, el “Brujo”, apodo que sus compañeros cazadores le pusieron. Tampoco era Alexander Gallardo, hijo de Tristán y Celina. Tampoco era un alquimista. No. Él era Alexander Gallardo, el granjero, y así fue por más de un lustro.

Llegó un momento en que él consideraba que su vida empezó en la aldea, que todo lo anterior fue un sueño o la vida de otra persona. Su identidad estaba con la aldea, y ahí quería que se quedase. Vivía feliz alejado de los monstruos que caminaban por el mundo, lo suficiente como para no verlos: “ojos que no ven, corazón que no siente”.

FS0zJvE.pngPero el mundo no se olvidó de sus anteriores vidas, y un emisario acabó llegando con una carta sellada. Los rumores y cotilleos se despertaron por toda la aldea, y Alexander sospechaba de qué se trataba al ver al jinete con ropa de cuero oscura y la firma de Vincent, el hijo adoptivo de Erick Farrow, en la carta.

Sin preguntar, sin llamar la atención, entró en su casa y leyó con detenimiento la carta. Por alguna extraña razón sentía que debía leerla, que esta no debía ser ignorada… y menos mal que la leyó. Erick había muerto, y con él varios miembros de la hermandad, con muchos de los cuales Alexander compartió bando en las cazas.

El mensaje terminaba con una sentencia que sorprendió al joven de ya 30 años: la hermandad, tras haberse disuelto en el año 28, volvía a reunirse, esta vez en la mayor de las clandestinidades. Pero la carta no decía nada más, aunque se notaba que ocultaba más información de la que daba.

Tras días dándole vueltas a la cabeza, Alexander tomó una decisión, una decisión que hizo vibrar a su colgante guardado en la cómoda, el colgante que le regaló Lilith Bradley en el pasado. Cogió sus dos espadas —la que fue un regalo de sus padres y la que se compró para no llamar la atención con los detalles de veraplata del filo—, se abrochó las correas de su armadura, ensilló a Roche y cabalgó hacia el sur, hacia Ocaso.

Y fue en Ocaso donde empezó su nueva historia, donde empezó su nueva vida…

Editado por IsildurJenkins
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