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Stannis the Mannis

Lalaith Eithelarien - Sol Áureo

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~Lalaith Eithelarien~

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Raza: Quel’dorei

Sexo: Femenino

Edad: 131 (Cumpleaños el 15 de septiembre)

Altura: 1.75 cm

Peso: 65kg

 

Lugar de nacimiento:  Lunargenta – Quel’Thalas

Ocupación: Servidora de la Iglesia de la Luz

Nacionalidad: Theremotiana /¿?
 

El Jardín de las Delicias~

 

Descripción física:

Lalaith es una alta elfa… y no, no me refiero a su raza sino a que es eso: alta. Además de su tamaño, es también voluptuosa sin perder la figura o la gracia propia de su raza, pero si que no es una muñequita de parcela Thalassiana.

Cintura estrecha y caderas prominentes. De pecho preponderante y bellas piernas, así como unos muslos agraciados, pero firmes. De manos y pies finos, dedos largos y delgados, al igual que la de los pies.   

De piel morena y cabello larguísimo que le pasa de la cintura de castaño claro. Labios gruesos y de un tono apareja de la piel.

 

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Descripción psicológica:

En Quel’Thalas lo tuvo todo desde pequeña y eso aclimató que fuera una persona materialista, obsesiva con la imagen, con la ostentación y la satisfacción de los deseos. Además de arrogancia en base a su comodidad y conocimiento… pero eso cambió cuando el reino cayó y lo perdió todo.

En la actualidad es desprendida, cariñosa, de trato informal, salera, compasiva… Parece que intentara llegar a santa. Se toma quizás demasiadas confianzas, eso podría ofender y molestar al más serio, pero no a ella, que más bien se sentirá apenada.

Pese a todo, sigue dando importancia a la apariencia y las buenas formas, sin importar el lugar donde esté metida.

Amante de las artes, culturas e historias de todo tipo -a poder ser educativas-.

Muy sacrificada con todos, dando sus últimas energías y todas las atenciones a los demás antes que ella misma. También es demasiado sentimental, por lo que es fácil dañarla en personal, sea o no la intención del otro.

 

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Editado por Stannis the Mannis

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Historia

 

Prólogo

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Puerto de Theramore – Año 29 según el Calendario estandarizado Imperial.

-Las nueve de la mañana de un viernes cualquiera.

Nadie en el puerto… Ni un alma salvo por los dos soldados que parados estaban en el rompeolas del puerto.

El soldado veterano Theodore Fox: de porte serio, piel pálida y ojos grises, que más parecía una estatua decorativa en su armadura regional que un hombre de Gilenas; se encontraba de vigila en el puerto de la isla ciudadela de Theramore, observando el tormentoso cielo y las olas que golpeaban a los barcos amarrados en su cercanía.

-          Aún recuerdo cuando llegué aquí. Nunca me había montado en un barco y sabe la Luz que fui todo el viaje cagado de miedo -El joven guardia Stevenson, que no era tan pétreo como su compañero y siempre acababa por hablar solo. Justo como ahora.

Realmente, el mar estaba muy picado, todo parecía indicar que una tormenta iba a azotar la isla en lo que quedaba de día. Pocos habían marchado ese día o antes, por temor a esta tormenta, pero siempre había algún rezagado o unos marineros sin miedo a la muerte.

 

 

 

Iglesia de Theramore – Sala de estudio.

 -Atardecer del mismo día.

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Las luces anaranjadas del atardecer se colaban por las ventanas laterales de la iglesia, que iluminaban tenuemente la sala de estudios, lo suficiente para ver bien en las mesas sin necesidad de luz adicional.

La sala de estudios no era la zona más concurrida de la iglesia, era un lugar para repasar alguna cosa en concreto o educar al inculto en determinado momento: que no este.

 

Una elfa de piel morena y cabello trenzado, repasaba un tomo de las utilidades y propiedades de las plantas que crecían en el Continente de Lordaeron. Guía practica de herboristería – Por Matilda Roseburn; venia escrito en su portada ya desgastada.

 

Tranquila y sola en la humilde sala, con la única compañía de su libro. Un olor a incienso, velas y humedad, una combinación a la que ella ya estaba más que acostumbrada, al igual que la simpleza de la que era ahora su hogar.

Pero tanta tranquilidad acabó, cuando la puerta de la sala se abrió de pronto y un hombre de corte a lo coronilla y barba recortada habló firme y determinante.

-          Lalaith, necesito que acudas conmigo al ala médica. Tenemos una emergencia y necesitamos a todos ayudando.

 

El Clérigo Athalarich dejó la puerta entreabierta y esperó que la elfa se pusiera en pie y marcha junto a él hasta la sala médica sin perder ni un instante.

 

 

 

Capítulo I
Los cuentos de los enfermos.

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Con tal tormenta que había fuera, un barco había naufragado al chocar con unas rocas no muy lejos del puerto. Los heridos eran unas cuantas decenas y sanadores iban atendiendo a los repostados heridos.

Lalaith de inmediato se puso a atender a un hombre que aún llevaba puesto su ropa de antes de naufragar: Una armadura, tal cual, pulida y ostentosa.

-          Pero hombre de Luz ¿Cómo vas con esto puesto en un barco y con este clima? -Le dijo la afligida elfa al convaleciente hombre.

-          ¡Es mi equipo de aventurero, de guerrero, de odioso luchador combativo! -Reclamó el hombre, tiritando de frío, con claros síntomas de neumonía.

La pobre elfa negó con una sonrisa, una de esas que les pones a un niño chico que aun sabiendo que lo que hizo es una idiotez, pues te callas y asientes.

-          He venido…. A combatir contra los orcos, viles criaturas malvadas. Deberían ser purgadas.

-          Ellos deben creer exactamente lo mismo, más cuando tú has venido a por ellos.

-          ¡Pero ellos son malvados, vinieron a nuestro mundo a matar a todos! -El hombre se removía y removía embutido en su armadura, haciendo que le fuera más imposible a Lalaith poder atenderlo.

-          La solución a la violencia no es más violencia. La muerte trae a la muerte… Y tú casi la tienes antes de tiempo. Anda, beber esto.

Y embutiendo un vial por la boca, drogó al hombre que en un plis plas quedó dormido y fue más fácil de tratar.

 

Lalaith siguió de herido en herido y acabó con un muchacho joven que tenía la pierna fracturada.

 

-          ¿¡Volveré a caminar, verdad!? -El muchacho agarró del hombro a la elfa que, pese a que el joven estuviera en pésimo estado, hacia incluso daño.

-          Hijo, debéis saber, que la Luz todo lo puede. ¿Cómo os llamáis?  -Con delicadeza intentó retirar la mano del joven en su hombro.

-          Me ... me llamo Johnny. Soy de Kul Tiras. -Las lágrimas y las palabras brotaban de él con dificultad.

-          Yo me llamo Lalaith. Te voy a dar algo que hará que tu pierna se mejore ¿De acuerdo, cielo? -La elfa acaricio los cabellos nudosos del muchacho moreno, que asintió con temor en su rostro.

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La mujer elfa le hizo beber lo mismo que al guerrero de antes y con la misma rapidez quedó dormido. Ese joven no volvería a andar, no al menos durante un buen tiempo o quizás nunca.

 

El tiempo transcurrió hasta llegar a pasar la medianoche y había sanadoras; entre ellas Lalaith, que seguían atendiendo a los supervivientes del naufragio.

 

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-          Disculpe señora… ¡Ejem! Eh ¿señorita? -El joven guardia Stevenson intentaba llamar la atención de Lalaith, sin alzar mucho el tono y unos pasos detrás de ella.  -Busco a un compañero soldado. Debe ser el único de los que haya aquí.

-          Sí, pues claro, aún con fiebres y temblando no altera ni un ápice su expresión firme. -Lalaith estaba ya algo cansada, pero no borraba su sonrisa y tono afable.

 

Theodore Fox permanece bien arropado, con un paño caliente en la frente. Sufría de fiebre y temblores. Stevenson explicó que su compañero se había arrojado al mar para ayudar a los marineros supervivientes y que había quedado agotado físicamente.

-          En menos de una semana estará como nuevo, parece un hombre muy fuerte. Sólo hay que ver esa expresión suya -Se atrevió a bromear Lalaith y Stevenson aunque algo nervioso y preocupado, sonrió a la broma.

-          El pobre, no tiene a nadie creo. No suele hablar mucho de su vida en Gilneas. -Stevenson observo a su amigo, que por una vez no le parecía tan firme y fuerte.

-          Hay personas que cargan con el pasado como si una maldición se tratara. -Lalaith no profundizó ni dijo más, pero Stenvenson sí.

-          ¿Y vos? Siendo una elfa, debéis haber pasado muchas penurias.

-          Algunas bien merecidas las tuve. Debe ser tarde para vos, es mejor que os retiréis… vuestro amigo está en buenas manos.

 

 

Y con sonrisas acabó la conversación y la visita.

Lalaith también tuvo que marchar a descansar y no alegre precisamente. Los heridos y las palabras cortas con el soldado no la dejaban dormir. Ella siempre le daba vueltas a las cosas y era tan frágil con las penurias de otros…

 

 

Capítulo II

Mareas de dolor.

 

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Los rayos del amanecer se colaban por la habitación compartida por las cuatro mujeres. Como la mayoría de las salas que eran más frecuentadas por los servidores del clero que del público, todo era sencillo y practico.

 

Lalaith despertó con sudores fríos, con un ahogado grito que hizo despertar a su compañera de al lado.

-          ¿Pesadillas, Lalaith? -Dijo desde la almohada una humana rechoncha de rostro pecoso y cabellos rojos.

-          Siento haberte despertado, corazón… -Lalaith se llevó las manos a la cara. Se sentía mareada, el corazón le golpea el pecho con fuerza y le ardían los ojos.

Su compañera que no se llamaba “corazón” sino Dorotea. Se bajó de la cama y camino descalza hasta la de Lalaith, para sentarse en el borde y darle un abrazo a la elfa.

-          Ya pasó, ya pasó. Todo eso quedó atrás. No debes temer al pasado…. Tú eres otra.

Lalaith no dijo nada, sólo devolvió el abrazo y quedaron así durante unos minutos. Quizás Dorotea se había quedado dormida ahí.

Pero no era la primera vez. Muchos eran los que tenían pesadillas, media isla debía tenerlas. Todos habían dejado atrás los horrores sufridos, las pérdidas, iniciar un nuevo comienzo en un lugar extraño… pero Lalaith además tenía otros males, males que algunos conocían, pero ella mantenía ocultos salvo para los más cercanos del clero, aquellos que la habían aceptado en su día.

 

Las pisadas de las sandalias de Lalaith y el canto de los pájaros era lo único que se escuchaba en el claustro; la iglesia contaba con uno, pequeño, pero con un hermoso jardín, una fuente elaborada, bancos e incluso una capilla en el centro. Lalaith caminó por el cuadrilátero durante un rato, repasando sus quehaceres hasta que paró y se sentó en el borde de piedra.

Años habían transcurrido desde que marchó del este… años de lenta superación, de adaptación y aprendizaje. Las cosas que hizo tiempo atrás no las iba a olvidar y siempre estarían fustigándola.

Da igual que fuera todo lo sacrificada y humilde, había cosas que no podían cambiar y ella no conseguía aceptarlas.  Un día sin más, se sintió enferma, agotada, deprimida. Ya no sonreía, ya no tenía apetito, ya no visitaba a su amiga la herborista con la que charlaba durante horas cuando tenían un tiempo libre.

Tan mal era su estado que el Clérigo Athalarich, que era su confesor y el primero en saber qué había hecho allá en su patria, tuvo que hablar con ella, ya por temor y preocupación.

 

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Lo que entre ellos hablaron nadie lo sabe, pero después de eso tomó sus cosas y marchó de la iglesia para ir a por provisiones… Iría allá donde necesitaran su ayuda y empezaría a trabajar a fondo en las personas de Theramore. No podría estar quieta en el lugar, cuando los espectros del pasado y las penurias de la gente la atormentaba.

 

 

Capítulo III

Sanadora en Theramore

 

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Barrio comercial de Theramore – Año 30. – Comienzos de año

-Por la media tarde.

 

 

 

-          Este vestido es precioso… ¡Oh Lucecita, ese tocado hace juego con las guardamuñecas de placa! Sastre, tome mis medidas, quiero uno como su maniquí de allí.

Lalaith revoloteaba por la sastrería ante la atenta mirada del Gnomo que corría detrás de ella, avisándola de que si no estaba quieta, no podría hacer su trabajo… pero no había forma.

Las creencias materialistas de Lalaith luchaban o se mantenían en consonancia con su espiritualismo.  Su idea era juntar las dos cosas, pues era imposible cambiar del todo y vivir sin un aspecto era como desprenderse de por ejemplo; sus piernas.

 

Con ropas no muy adecuadas pero fastuosas, marchó a la herboristería. Pero de camino, se topó con una herrería de la zona, la cual tenía la zona de trabajo expuesta a la calle…

El herrero barbudo y con brazos musculosos parecía más un enano que un humano.  Replicaba en el yunque con su martillo, como el relámpago en la noche.

Lalaith quedaba ensimismada por el porte del herrero, pese a estar cubierto de escoria y sudor. Un asco, le daba asco… por eso estaba ensimismada. Le parecía asombroso que un trabajo tan sucio fuera tratado con tal devoción como la que le tenía el herrero.

El hombre comprobaba su obra… y si no le gustaba, volvía a fundirlo. Lalaith quedó mirándolo por lo menos una hora, hasta que al final se acercó para decirle algo. A medida que se aproximaba a la forja, el calor le hacía doler la cabeza, pero ella se mantenía firme.

 

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-          ¡Señor herrero, señor herrero! ¡La Luz sea con vos! -Pese a que Lalaith gritaba a viva voz, el herrero con sus golpes en el yunque no le hacía caso.

A la elfa no se le ocurrió otra cosa que tomar unas tenazas que colgaba de un pilar y lanzarlas cerca de donde estaba el hombre… que rápidamente miró hacia la elfa, no de muy buenas formas.

-          Señor herrero… me preguntaba yo, en mi total ignorancia. ¿Cómo forjó su primer martillo?

-          Lárgate de aquí de una puta vez

-          La Luz se lo pague buen hombre.

Lalaith se marchó de ahí con prisas. había cosas en los humanos, que aún no comprendía bien. Parece que eran menos propensos al trato personal o al menos no tenían tantos modales como los elfos.

 

-          Pobre hombre, que no sabría cómo explicar la creación de su primer martillo. -Se decía a si misma mientras caminaba con andares muy femeninos, por las calles del mercado de Theramore.

 

Cerca de la salida de la ciudad hacía los cenagales, había una casa de madera con un cartel con la forma de una planta y unas letras que indicaban que era una herboristería. Lalaith tocó la puerta principal y entró… la fragancia de diversas plantas la atontó por unos segundos hasta que una mujer de pasados ya los veinte la recibió

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-          ¡Lalaith, dichosos sean los ojos con los que se te ven! Hacia muchísimo que no te pasabas por aquí, amiga mía.

-          He estado decaída, tesoro. Pero al verte ya estoy mucho mejor.

Con abrazos y besos se reencontraron. Charlando al final de trivialidades mientras tomaban algún exótico té.

 

-          Así que tu idea es aventurarte por tierras peligrosas porque según tú, la Luz te ha mandado dar tu vida por los demás como condena por sus actos del pasado.

-          Sí, eso resume las dos horas en las que he estado contándote mi vida.

Las dos se rieron … pero Jasmina, la herboristería no se sería muy contenta ella.

 

-          Estás loca. Si sales al pantano, te van a devorar mil y una alimañas. ¿Por qué no vuelves a la iglesia?

-          No puedo seguir encerrada… ¡Necesito ver mundo, conocer gentes! Tengo la ilusión de reparar el daño que hice, de mejorar la vida de los demás. Mira, estoy escribiendo unas crónicas.

 

Lalaith sacó un cuaderno inmaculado, nuevo, recién facturado.

 

-          Está vacío, Lalaith…  -Jasmina pasaba las hojas, pero nada, no había nada escrito en sus hojas en blanco.

-          Pues claro que está vacío, cielo… ¡Es por eso que debo viajar! Debo llenar cada una de esas páginas con las crónicas: los sucesos del mundo, las personas que conozco, los eventos que sucedan a mi alrededor. Incluso, sobre las tradiciones de mi gente.

-          ¿Tu gente? ¿Los elfos? Si aquí hay muchos…

-          Hay muchos y temo que pierdan su razón de ser. Entre tú y yo, que no suena mal pero poco a poco los veo más como humanos que como elfos. Los elfos imitan a los humanos y ellos a los elfos. Es una locura.

-          Tal locura como tu idea...

 

El tema de conversación fue pasando a otro.. y a otro… y al final acabó. Jasmina no quería que su amiga corriera peligros, era evidente, pero Lalaith estaba demasiado segura de lo que haría.


 

Jasmina abrió la boca… la mujer de pelo rizado negro y ojos verdes esmeralda se quedó blanca como una muerta.

-          Si te quedas con la boca abierta así, se te meterán mosquitos.

La mujer resopló y se pasó las manos por la cara.

-          Lalaith…. Mira, ten. -La mujer volvió adentro y al rato le pasó un libro, un saquito con hierbas. -Vas a necesitarlo.

Las dos mujeres; humana y elfa se dieron un fuerte y último abrazo.

 

Lalaith lo tenía pensado todo. Marcharía hacia el oeste y se pondría al servicio de la Iglesia de la Luz e iría por las tierras, portando la palabra de la Luz, cumpliendo su deber con ella y con la gente de buen corazón.


 

Capítulo IV y epílogo.

El sol naciente

 

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-Punto inconcreto en el Mare Magnun

 

 

-          ¡De verdad os digo, la Luz me habló y me dijo que debía de ayudar al indefenso y reconducir mi vida!

-          Es una bruja, una bruja hereje elfa.

-          Todas las elfas son brujas.

-          Eso es racista, Santagus

-          ¡Que me llamo Sandocán!

 

Era ridículo cómo había quedado Lalaith a merced de unos marineros. Pero no unos cualquiera, sino los mismos que debian llevarla a puerto… Ahora debatían porque Lalaith hablaba de visiones de la Luz y demás locuras que a los marineros no les hacía mucha gracia.

Y eso que solo llevaban dos días navegando.

 

-          A ver, está claro, que si está con la Iglesia… ¡Pues llevará un tabardo! -Dijo uno de los marineros, que habría tomado mucha agua de mar.

-          ¿Un tabardo? ¿¡Con este vestido!? -Lalaith alzo las largas cejas, parpadeó y rodó los ojos, poniendo una sutil mueca de asco.

-          No viste como los que son de la iglesia…

-          Normal, es una elfa, os digo que es una bruja elfa.

-          Y dale con las peras al almo, Santagus.

-          Chicos, escuchadme. ¿No es evidente que soy una servidora de la Luz? ¡Si brillo y todo! -Replicó Lalaith, esperando que fueran tan tontos como para aceptar eso.

-          Normal, eres muy morena.

 

Al final acabó por llegar el capitán Nautelius: el joven capitán moreno que casi parecía haberse bañado en chocolate y que era el chiclé del capitán de los cuentos de piratas.

 

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-          Lleváis días con esto. Veis una elfa y os volvéis locos. ¿Ahora qué es? ¿Que puede invocar tormentas? ¿Que escucháis cosas al pasar al lado de ella?

-          Capitán. Viste demasiado provocador y dice que la Luz le habló

-          No me habló, cariño… La Luz no habla, tú sientes algo y…

-          ¿¡Lo ve Capitán!? Claramente es herético. Que yo estudié… yo sé de estas cosas. Y de que la Emperatriz es el ideal supremo a que todo ser humano está -Pero fue callado por las voces de sus propios compañeros… todo era griterío.

-          ¡¡SE ACABÓ!! -Nautelius disparó una de sus pistolas, dejando un agujero en el techo de la sala del barco que usaban para el ocio.

-          Chicos, chicos -Decía Lalaith en mitad del silencio. – Si todos tenemos unos turnos de palabra, estoy segura de que encontraremos el modo de resolver este problema. Por ejemplo: empiezo yo.

 

Una semana le llevó explicar que no era una hereje ni estaba loca. Una semana, curando a heridos, discutiendo, enseñando truquitos de la Luz y haciendo dibujos a los marineros.

 

-          Verá, santidad…

-          Con “Su Iluminidad” basta, hijo mio. -Le contestó Lalaith a un marinero que se estaba confesando en privado con ella.

-          Su ... eh... su ¿Iluminidad?” -Lalaith asintió. – Vale pues verá. Yo siempre que voy a puerto, me voy al burdel. Siempre, pero siempre. Y claro, yo a veces me pregunto ¿Y si tengo hijos por ahí que no sé si son míos? A veces me lo pregunto y me siento mal… yo no sé qué hacer.

-          Eso hijo mio, no está bien.

-          ¿Tener hijos?

-          No… No eso, a ver déjame terminar. No está bien que vayas a los burdeles.

-          ¡Pero los demás van! -Dijo en alto el marinero, aunque luego bajara la cabeza pues Lalaith le recriminó con la mirada.

-          No está bien que vayas con una y otra mujer. ¿Tú no sabes que eso es peligroso? Y que no, hijo, no está bien… Les rompes el corazón y tú también. ¿A ti te gustan las mujeres?

-          ¡Hombre que si me gustan! -El marinero bufó y asintió. pero se le fue borrando la sonrisa ante la mirada de la elfa.

-          No puedes estar con tantas mujeres ni gustarte tantas, porque tu alma se gastará. Estos actos viles donde te desvives por los sentimientos pasionales rompen tu alma, la corrompen al dejarte caer en la depravación y el descontrol. Tu alma será torturada hasta la infinidad en el vacío, por seres oscuros que jugarán con tu maltrecha y oscura alma, como el niño que juega sin preocupación con sus muñecos.

 

El marinero quedó enmudecido… no se atrevía a decir nada, no luego de ese aviso de tormento por toda la eternidad.

-          Es más, noto tu alma ya corrompida, hijo mio… -Dijo con mucho pesar Lalaith.

-          No.. ¡No! Debe.. debe haber una forma de salvarme de todo eso ¿No?

-          Pues claro que hay: Dejad esta vida de vicios. Ser bondadoso, dar lo que no necesitéis e ir a la iglesia cada día. La virtud no tiene parangón ni debilidad. Arrepentirse es el primer paso para la salvación eterna.

Un beso del marinero en la mano de Lalaith… una reverencia y el marinero se marchó, esperando llegar a puerto para dejar atrás su mala vida. Con ese ya había tres arrepentidos, no estaba mal y ella estaba contento.

 

Pronto llegaría a costas del este y la verdadera labor comenzaría. ¿La recibirían como en el barco? ¿Con miedo y luego odio, para acabar con adoración y respeto? ¿Acabaría ella misma cediendo a su pasado y volviendo a los deseos oscuros que albergaba su corazón? Era esto último lo que ella más temía… Pero ella no tenía las respuestas para estas preguntas.

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Comprendió de artes de la Luz e inscripciones sacras.

Luz Sagrada

- Protección

Crear Luz: Difi 12 - Nivel 1 (Toque) Crea luz sobre un objeto (no vivo) durante 10 minutos/nivel del hechizo. También puede usarse como rayo cegador para paralizar 1 turno al rival, se evita realizando una tirada de atributo Percepción dificultad = 12 (+1 por cada 3 puntos que el lanzador supera la dificultad del hechizo) o con defensa mágica en el caso de disponer de ella.

- Sagrado

Purificar alma:Difi 12 - Nivel 1 (Toque) : El taumaturgo sacro reclama las energías sagradas de la Luz para purgar toda molestia que aflija a un ser vivo (Veneno, maldición, heridas leves…etc)

Sanación de toque: Difi 14 - Nivel 1 (Toque) Se ruega reclamar el poder que permita aliviar el dolor de los heridos, el taumaturgo reclama esencia sagrada entre sus manos la cual podrá aplicarse a heridas y fatiga acelerar su regeneración.  Cura 2d6 puntos de vida, requiere contacto cuerpo a cuerpo.

Detectar malestar: Difi 14 - Nivel 1 (Toque) El taumaturgo sacro usa su conexión con la Luz para detectar el estado de salud de la gente que le rodea. Le permite detectar a gente debilitada, al borde de la muerte, enferma o maldita con males ocultos… el análisis le revela información parcial del malestar.

 

Inscripción Sacra

Infundir Valor: Runas en papiro escritas con tinta bendecida las cuales marcan gestas heroicas que infunden valor al sujeto que recibe tal escrito. (Dura tantos turnos por habilidad tenga el escriba)

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