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Psique

Ivy -Desaparecida-

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¿Qué diferencia a dos gotas de agua?

Cristalinas, perfectas, iguales. Fría o cálida. Su naturaleza, su esencia, es la misma. Tan endebles, tan volubles, capaces de unirse en una sola forma o dividirse múltiples veces.

Lo mismo ocurre con los gemelos. Mismos ojos, mismos rasgos, mismo patrón de pensamiento. Lo que uno razona, el otro también lo hace. Cuando uno llora, llora el otro. Sin entender esa realidad en su naturaleza, a veces, no se conciben como un solo individuo, sino como uno solo cuya extensión ha sobrepasado los límites del cuerpo.

¿Qué las diferencia entonces?

Aun que su origen sea el mismo, el trayecto que siguen se ve alterado por tantos factores externos… Llega el momento en el que dos mentes, dos partes de un todo, se disgregan y se separan. Una caerá rápidamente, la otra encontrará qué aminore su descenso. Una se perderá en los relieves de una superficie accidentada, otra, se secará o llegará a tocar el suelo en su caída.

Lo que las diferencia entonces, es aquello que escapa de su naturaleza, aquello que desde fuera llega, y las cambia, extendiéndose, infectando su mente como tiñe la sangre el agua, o como el frío del invierno que congela la cascada.

Lo que las diferencia es…

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¿Cómo concebir el fin de un mundo que durante años había permanecido silencioso, invisible al exterior? ¿Cómo encajar la visión de una gloriosa ciudad cedida ante el envite del caos? De una manera sencilla: negándolo todo. No todo estaba perdido, no todavía.

La mano de su hermana tiraba de su brazo, guiándola junto a varios supervivientes hacia la salida de aquel infierno. Los gritos y los derrumbes abotargaban sus oídos, y el hedor de la madera quemada y la sangre nublaban su jucio. No se lo pensó.

Sus pasos, prestos y diestros la guiaron hacia el origen de unos difusos gritos que hacían eco en el interior de una vivienda lamida por el fuego. En su interior, un elfo se debatía contra la muerte que por seguro se lo llevaría. Pero rápidamente deshechó ese pensamiento. No todo estaba perdido. Aún no. ¿Qué pensar si no de una sociedad amparada bajo los ideales de grandeza, de perpetuidad absoluta en una tierra que rozaba la similitud con el paraíso? ¿Cómo sentirse derrotado, cuando tu corazón late fuerte y tus músculos aún pueden guiarte hacia una victoria heroica? Corrió hacia él, queriendo brindarse su auxilio, pero el mundo no está hecho de la misma masa que las leyendas y la retórica. Las batallas no eran como las narraban las canciones. Las ciudades son asoladas, sus habitantes devastados, y los muros, por altos y firmes que sean, pueden caer. Y los heroes, son los primeros en morir presa de su temeridad.

El derrumbe vino después cuando el fuego hizo que las vigas cedieran. No sintió nada, no al final, tras un golpe seco y un quejido sordo de huesos y tejidos.

Despertó tiempo después, rodeada de oscuridad. Sus manos tantearon a ciegas, empujada hacia fuera de una terrible pesadilla. Encontró unas manos firmes que cobijaron las suyas, arrojando algo de calidez a través de las vendas que las cubrían. Notaba su pulso endeble, frágil como el cristal, y el dolor ensordeció su mente. Imploró el nombre de su hermana, como siempre hacía cuando se despertaba tras un terrible sueño, buscando encontrar sus ojos, fríos y firmes. Yurie...Yurie, ¿dónde estás? No puedo verte en esta oscuridad...

Los segundos pasaron lentos como milenios, mientras escuchaba una voz difusa perdida en los ecos. No podía darle forma a las palabras que escuchaba, pero finalmente pudo adivinar que aquella voz era la de su hermana, titubeante y afligida, antes de volver a desmayarse.

Ambas fueron encontradas horas más tarde, guarecidas en el sótano de una antigua taberna. Yurie había podido defenderlas a ambas, no a cambio de nada. Pero desde luego, el precio que pagó fue mucho menos desolador que el que tuvo que pagar Ivy, quien, a partir de entonces, no conoció nada más que oscuridad.

Durante los meses venideros, Ivy se encerró tan dentro de si que perdió el arrojo incluso de hablar. Ni si quiera con Yurie, con quien desde siempre mantenía largas conversaciones, incluso durante el peor de sus enfados o la más incisivas de las tristezas. Dejó de sentirla como la sentía antes, algo se había roto en esa conexión esotérica entre ellas. Ivy se vio sobrepasada por la oscuridad, por la idea de no poder volver a ver la belleza de aquel mundo como lo hizo antaño, quedando a solas, llegando incluso a amar esa misma soledad.

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Conoció de cerca lo que era sentirse engañada. Los ideales de un pueblo no servían para olvidar las penurias individuales. Se le hacía imposible volver a alzar la vista para dejarse cegar por los valores de una bandera, y así, olvidar los suyos. Cuando sus hermanos regresaron al Alto Reino, con promesas de reinstaurar una nación mejor, más fuerte, renacida de sus cenizas, ella no pudo sino apartar la mirada y caminar lejos. El embauque era el mismo, el mismo discurso en voz de un mismo príncipe que en su desconcierto quiso aceptar medidas intolerables. La desdicha no debía ser alimentada por más desdicha.

Tanteó a ciegas su cuarto, por el que había aprendido a desenvolverse. La casa estaba tan vacía... Las voces de sus familiares ya no volverían a escucharse. Eran las únicas supervivientes de una casta noble abocada al exterminio. Y no se quedaría para verlo. Su cuerpo aún resentido, débil, no ayudaba en la tarea. Los objetos se resbalaban de sus manos, y se tropezaba con los muebles. En un trastabillo, notó como las manos de su hermana la sujetaron para que no cayese.

-¿Estás bien?-Preguntó Yurie, ya acostumbrada a no escuchar respuesta alguna en sus preguntas. Ivy se había convertido en una acompañante taciturna y melancólica, encerrada en si misma. Sin embargo, con voz ronca y poco audible, Ivy comenzó a hablar.

-Lo has visto... Tú has podido ver nuestra desdicha. ¿Por qué volver a dejarse engañar por unos ideales que son como el opio para un pueblo, más grandes de lo que un solo individuo puede llegar a abarcar, los cuales les convencen para que se entreguen a ciegas en pos de un ideal injusto y egoísta? ¿Por qué los reinos insisten en abanderar sus ególatras causas en lugar de aceptar que la compasión, el individuo en si es el único que procura su prosperidad? Si ellos caen... Su reino caerá. Si ellos mueren, no habrá ideales que defender. La Luz nunca nos pediría más de lo que somos capaces de dar. Ni nos daría más de lo que nos merecemos. ¿Por qué culparla? ¿Porque culpar a nuestro propio ego es inaceptable? La Luz no gobierna sobre cenizas. No me quedaré para participar en esto.

Yurie la detuvo. Sintió la caricia compasiva de su mano rozándole la mejilla. Y al notar como su calidez la abandonaba, empezó a escuchar como su hermana comenzaba a emitir difusos ruidos, como si estuviera apilando unos libros, o doblando ropa, tal vez la que había desordenado Ivy intentando hacer el equipaje. Al principio creyó que trataba de evitar que se marchara. ¿Cómo iba a hacerlo sin su ayuda? No llegaría lejos sin su vista, y aun que así fuera, ¿cuánto sobreviviría a aquel inclemente mundo? Ivy agachó la cabeza, apretando sus puños con la escasa fuerza que le quedaba. Yurie era ese lazo que la ataba al suelo firme cuando se perdía en sus propias ideas. Tal vez era lo mejor, tal vez aquello era el único camino que recorrer. El único posible. Volver a dejarse cegar... Olvidando las sombras que proyecta tan intensa luz. Se resignó. Por un momento el temple le abandonó y comenzó a sollozar de impotencia, esperando las frías y férreas palabras de su hermana. Somos solo piezas que mueven quienes coronan este mundo. Pero en ellas no encontró una atadura, sino la salida.

Emplearon el dinero que quedaba de su familia en largos viajes. Ivy quería comprobar si las penurias eran iguales en todas partes. Cuando se libra una guerra, no es el soldado quien muere de hambre en el frente, sino quienes permanecen tras los muros del reino. Granjeros, profesores, huérfanos, comerciantes... Obligados a soportar el castigo de no partir a la batalla como si su nula destreza fuera un pecado. Una vergüenza que esconder bajo la sombra de una bandera, de una causa mayor en favor a una guerra que solo entienden quienes la provocan. Todas las naciones parecían seguir en la práctica las leyes mortales por encima de las de la Luz, cuando eran estas últimas las únicas y verdaderas. Por eso rehuyeron completamente de la Cruzada Escarlata, y tomaron el Alba como el punto de partida de su nueva vida. Su apellido ya no importaba.

Yurie fue sus ojos, quien cada noche le relataban lo que había visto durante el día. E Ivy, en su oscuro mundo, comenzó a tejer un pensamiento que la alejó del dogma eclesiástico, naciendo en ella una postura más filosófica, una corriente humanista que apoyaba la idea de que el mundo físico engañaba a la mente, nos alejaba de la virtud. Obrar de acuerdo a una forma de vida virtuosa era mejor que cometer injusticias y rezar durante horas, confiando en que ese daño sería mitigado a través de la fe. Nos equivocamos al pensar que éramos herramientas, incluso sus hijos.

Somos la Luz, y allá donde fuéramos, ella estará.

 

Editado por Psique
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