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Stannis the Mannis

Imlerith Ker'zaer - "De la Fuerza nace el Orden"

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Imlerith Ker'zaer
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« Guerrero de Luz »

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"La muerte es la servidora de la justicia"


 



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Nombre: Imlerith. Apellidos: Ker'zaer Veloë   
Raza: Sin’Dorei - Sexo: Masculino

Edad: 91 años (Nacido en Septiembre)

Altura: 1,90cm

Peso: 88kg

Lugar de nacimiento: Tol’deith (Isla de la Llama)

Profesión: Caballero de Sangre

 


Descripción física: De gran estatura (1,90 cm) y extremidades largas. 91 años De rasgos faciales delicados, barbilla fina, mejillas algo hundidas y pómulos poco pronunciados.

Pelo pelirrojo, largo que le llega hasta los hombros y ondulado.

Tiene los músculos tonificados y es algo ancho de espaldas, pero sin perder la figura común de su raza. . Alguna cicatriz en alguna parte de su cuerpo, pero sin importancia.

Porta siempre un pendiente el lóbulo de la oreja derecha. Una pequeño rubí guardado en oro.

 

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Descripción psicológica: Es un elfo orgulloso, duro, frió, maquiavélico, algo fanático en algunos sentidos como su patriotismo. Leal a su causa y a los compañeros que comparten sus ideas, aunque no dudara en castigar el mismo a los que lo traicionan a él o a sus lealtades.

Un férreo sentido de la justicia. Honor sin caer en la estupidez, compromiso con sacrificio.

Todo aquel que no comparta ciertas ideas con él, es un enemigo de la patria y por ende de él mismo. Así es como él cree.

Uno de sus rasgos característicos es la manía de rechinar los dientes si está nervioso, molesto o centrado en una tarea concreta.

 

 

 

 

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Prologo
: Horizontes tormentoso

 

«A menos que la victoria demuestre tu superioridad, es una ilusión. Es de carácter temporal»

 

Tol’deith: era una isla no muy lejos de la costa de Quel’Thalas, la cual se encontraba en el Mare Magnun. Era sin duda un entorno muy diferente al de Quel’Thalas, sus bosques dorados y eterna primavera. El mar siempre parecía estar furioso con los que osaran navegar cerca y no pocos barcos quedaban encallados o se hundían: salvo los barcos Thalassianos, que con arte milenaria de navegación y magia, lograban domar las olas.

¿Por qué mantener esa isla? Pues porque era un buen enclave, era una isla fortaleza que defendía las costas occidentales y las rutas comerciales. Era dura, era fría, era oscura, pero era útil. Habitada por marineros, carpinteros y soldados con sus familias: Una de ellas era la de Imlerith.

 

Imlerith: El pequeño y joven niño elfo, de cabellos rojizos, introvertido, maduro para su edad, solemne y no muy alegre.

En Tol’deith no había muchos niños de su edad y si los había, Imlerith no se relacionaba con ellos. Si no fuera por su hermano mayor: Aed’din, el elfo pelirrojo se hubiera encerrado en si mismo.

Imlerith quería a su hermano, tanto como a sus padres. Aunque fuera retraído y hosco, no albergaba sombras en su corazón, amaba a su familia y siempre era servicial con ellos, obediente, compasivo… pero con el tiempo fue cambiando. Los sentimientos negativos le inundaban y atormentaban. Sentía el desprecio de los demás, la inferioridad, el siempre ser comparado con su hermano mayor.

Aed’din tendría unas décadas más que su hermano y ya era todo un Quel’Dorei. Era la personificación de la raza: Alto, noble, hermoso, benigno, de basto conocimiento y además diestro, entre muchos más calificativos…  Imlerith quedaba a la sombra de su hermano. Lo que Imlerith conseguía, Aed’din ya lo había logrado antes y mejor. Estos sentimientos permanecieron en Imlereith hasta la adultez.

 

Kasladria y Eredin: Los padres de Imlerith lo querían, lo querían tanto o incluso más que Aed’din y les dolía en sus corazones que siempre fuera tan adusto y cerrado. Hacian todo lo posible por hacerle sentir agusto en la isla. Le traían regalos del continente, artefactos arcanos de música, libros, tutores privados, cantores y bufones. Pero nada serbia, Imlerith no quería nada tan zafio, a diferencia de su hermano Aed’din que aceptaba gustoso tantos regalos y entretenimientos que sus padres les daban.

El matrimonio de Eredin y Kasladria nació fruto de las ambiciones de sus familias. Con el tiempo nació el amor y los hijos, la estabilidad y la alegría, la buena posición y el respeto. Pero el comienzo fue distinto.

 

Eredin era el único superviviente de una noble casa: Ker’zaer. Había luchado antiguas guerras contra Trols y demás seres hasta que unas hazañas contra unos terribles nagas le dieron un ascenso meteórico y un obsequio: ser el castellano de la fortaleza en Tol’deith y gobernador militar de la isla junto al Magistrix.
Un regalo no tan cuantioso en base a lo sufrido, pero al menos era mejor que mantener la cabeza agacha en las reuniones sociales de caballeros de Lunargenta. Ahora tenía al menos la excusa de sus compromisos como señor.

 

Kasladria Veloë pertenecía a una anteriormente acaudalada familia de comerciantes que habitaban en el Gran Bosque Verde. Todo parecía indicar que la ardiente y hermosa Kasladria sería la mujer de un Magistrix de una ciudad importante de Quel’Thalas, una mujer con contactos, de una familia con posibles… pero esos posibles se acabaron.

Desgracias como: Asesinatos, pérdidas de mercancía, luchas en la corte, delitos de contrabando… hizo que la pobre -en más de un sentido - tuviera que aceptar casarse con el castellano de Tol’deith: Eredin. Así el linaje de los Ker’zaer continuaría y el de los Veloë quedaría olvidado en una remota isla fuera de la mirada de la nobleza y la burguesía.

 

El fatídico día: En uno de los viajes al continente que hacían los padres de Imlerith: Kasladria y Eredin, sucedió algo que lo marcaria para siempre.

Era conocido el clima antinatural que rodeaba Tol’deith y que sólo la maestría de los capitanes de nave y los conjuros podían domar, pero ese día falló algo: la magia. Los conjuros no funcionaron, de alguna forma la barrera mágica de la tormenta se abalanzó sobre la embarcación.

Imlerith contemplaba desde el balcón de la fortaleza-palacio de Tol’deith. cómo el barco de sus padres se despedazaba contra las rocas, cómo las olas batían sus restos, cómo en un momento no quedaba nada.

 

El joven elfo, que debía rondar ya los treinta y pocos años; maldijo la magia, maldijo cómo había podido fallar justamente ahora, justamente con sus padres, justo cuando volvían a casa, al lugar que defendía su propio padre. La magia en la que todos confiaban: había fallado y por su culpa, el destino le había arrebato el poco cariño que Imlerith tenía en este mundo.

 

 

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Capítulo I: La Caída de la Luz y el surgir de la Oscuridad

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"El éxito se conmemora. El fallo tan solo se recuerda

 

Los años que pasan: Décadas habían transcurrido desde el “Incidente” en los acantilados del a isla de Tol’deith. Aed’din había superado la pérdida de sus padres con gran rapidez. Ahora era capitán de la guarnición de la isla: un regalo por la pérdida de su padre.

Aed’din no era melancólico y se notaba: se daba a las celebraciones, fiestas con vino y comida, danzarinas y hedonismo. Si alguien en Tol’deith quería algo parecido a las fiestas del continente: Había que ir a las de Aed’din.

En cambio, Imlerith sólo albergaba dolor, el cual había mutado en odio, un odio hacia el Magistrix de la isla por el desprecio a la memoria de su difunto padre y odio hacia su hermano, que tiraba el dinero y la reputación de los Ker’zaer quedando como: Los mayores anfitriones de Tol’deith y occidente de Quel’Thalas.

 

El Magister: Imlerith despreciaba a ese elfo, despreciaba la pomposidad, la arrogancia, los insultos y cómo le trataba. Ahora Imlerith era algo parecido a su ayudante y aprendiz, pero él sabía que sólo era una jugada del Magister para bien quedar con los que aún recordaban al antiguo castellano de la fortaleza-palacio de Tol’deith.

Además, que el Magister se sentía cómodo teniendo a los dos hijos del castellano a su servicio: Uno como capitán de la guardia y otro como su “secretario”

Imlerith tampoco era estúpido y aprovecha su situación, aprendía lo que podía alcanzar, atendía lo que lograba escuchar.

 

Alasdrien Quel'nirrim: La prometida escogida por la madre de Imlerith. Una doncella de la corte en Lunargenta. Dulce, gentil, inteligente, piadosa, cortes y humilde.

Kasladria había escogido bien, quería que su hijo fuera feliz y que no quedara en la soledad por siempre.

Alasdrien servía en la corte del Magister así que se veía siempre con Imlerith: quisiera o no éste último.

En verdad fue Alasdrien la que acompañó durante mucho tiempo a Imlerith durante los años siguiente a la muerte de sus padres. Ella se mostraba distante pero atenta y dispuesta en todo momento para él. Parecía que de verdad la joven elfa sintiera afecto por Imlerith, afecto juntado con lástima.

Ella era el consuelo de Imlerith. Aunque tardó años en abrirse a ella, cuando lo hizo, compartió sus pesares, incertidumbres, sueños…Ella era su confidente, su amante, su vía de escape, su luz. Y fue con la Luz, que Alasdrien ayudó a Imlerith.

 

La Luz e Imlerith: Alasdrien había sido enseñada en los sagrarios de Quel’Thalas en las artes del mundo. La comprensión de lo arcano y la divinidad de la Luz. Y vio bien en enseñarle a Imlerith las tres virtudes: Respeto. Tenacidad y Compasión.

Imlerith se mostró reacio, pero con el tiempo fue aceptando las palabras de Alasdrien no como la de un clérigo, sino como la de una amiga, alguien que quería su bien y al pasar Imlerith de la compresión de la propaganda a la bondad, entendió que las tres virtudes no eran simples formas de adoctrinar sino de comprender, vivir y hacer un mundo justo.

 

Los últimos años en Tol’deith: Los años pasaban y los dos hermanos se encontraban ya en la adultez. La isla les quedaba pequeña y era momento de abandonarla, ir al continente y obtener un verdadero futuro.

Cual fue la sorpresa de Imlerith cuando su hermano mayor le dijo que se casaría con Alasdien e irse a vivir al continente, en una hacienda dadas por el padre de ella. Aed’din tendría a su prometida, tierras, disfrute y la vida hecha, además de formar parte en un alto puesto de la guardia de la ciudad.

Imlerith no pudo hacer nada: El primogénito lo obtiene todo. ¿Quién era el hermano menor para negarle al mayor? ¿Acaso se impondría más los deseos que la sangre? Además, de que Aed’din era mejor partido y los padres de Alasdiren bien poco le importaban los sentimientos de Imlerith, que no había logrado nada, mientras su hermano si.

Otra vez truncándole la oportunidad de avanzar Y de ser posiblemente feliz en un buen matrimonio. Imlerith de nuevo era pasado por su hermano mayor, mientras ascendía más y más y él quedaba en la sombra.

Mientras Aed’din y Alasdrien marchaban a Lunargenta para casarse, Imlerith marchaba a enrolarse en la guardia de la ciudad y ser de utilidad para alguien, olvidadlo todo y defender una patria la cual parecía ser lo único que le quedaba y era “suyo” y nadie le quitaría nunca. Hasta que la muerte llegó.

 

 

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Capituló II: Sangre de mi Sangre

 

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"La verdad de lo que puedes llegar a ser está solamente en tu interior y, sin duda, esa verdad es una terrible carga."

 

La vida en Quel’Thalas: Desposeído de todo el refinamiento y el prestigio que podría tener en Tol’deith, Imlerith era otro soldado más, otro defensor del reino eterno. Sin duda alguna el honor era su maná y el deber era su sustento. Aunque no olvida, no olvidaba lo que una vez fue suyo: Su familia, su apellido que ahora portaba con orgullo su hermano como cabeza de la familia: Ker’zaer.

Imlerith se entregó de lleno en su cometido y en ser el mejor, siempre el sobresaliente. Más leal que los demás, más honorable, siempre con el deber por encima de sus sentimientos.

Tenaz, carente de sentido del humor, que no despertaba sentimiento alguno de simpatía o lealtad entre sus compañeros. Conocido por un inalterable sentido de la justicia y por su obsesión desaires, reales o imaginarios, de lo que fuera víctima.

Lejos de la vida social, se entregaba en cuerpo y alma a su deber. Nunca volvió a visitar a su hermano luego de separarse los dos en la isla de Tol’deith. Tampoco acudió a la boda de su hermano y Alasdrien, a la que fue invitado.

Aunque no se volviera a juntar con su hermano, sabía cómo este había cambiado para peor. Pese a que todos lo veían como el adalid Quel’dorei, Imlerith sabía la verdad. Por cartas de Alasdrien (que nunca eran respondidas) supo que su hermano era infiel a su esposa, la que antaño fuera la prometida del propio Imlerith.

Nadie sabía la verdad e Imlerith no la haría pública: Qué vergüenza para todos. Aed’din seguiría siendo tratado con respeto y amado por la gente, pero nadie vería cómo era un desdichado, que repudiaba de su propia mujer, que se dejaba llevar por los caprichos.

¿Qué podría hacer el hermano menor sino guardar silencio y agachar la cabeza?

 

La caída del reino: La desgracia llegó a las puertas caídas de Quel’Thalas y su propagador era el azote del príncipe Arthas.

Imlerith como guardia de la ciudad tuvo que luchar en las calles y exterior de la ciudad. Aed’din que era un capitán de la guardia, era su oficial. La desgracia había hecho que los hermanos se volvieran a encontrar y anteponiendo el deber a sus sentimientos: El hermano menor cumplió.

Mientras la ciudad ardía y el azote marchaba al norte, rodeados por la muerte y el hedor de los alzados, la oscuridad latente en el corazón de Imlerith afloró. Su hermano: Aed’din, en brillante armadura comandando al batallón y él, en cambio, un simple guardia. Él, que lo había dado todo y nunca había pedido nada a cambio, él, que había callado mientras su hermano había bramado. El hermano pequeño maquinó y elaboró un pérfido plan.

Era momento de acabar con el hermano mayor. El que tantas desgracias le había hecho pasar. Aquel que estaba destrozando el prestigio de su familia. Le haría un bien al reino… el reino que caía se alzaría de nuevo sin la perfidia de su hermano Aed’din en ella.

Con falsedad y adornos, alejó a su hermano del batallón y lo alejó hasta llevarlo a un puente que coronaba la cicatriz muerta. Bajo ellos, toda una marea de muerte. Era el lugar perfecto… Pero en el momento en el que Imlerith estaba por empujarlo al vacío, en puente se vino abajo y de no ser por tener un armamento más ligero, no habría podido saltar a tiempo.

Mientras Imlerith se arrastraba por el puente derruido, su hermano mayor colgaba de él.

-¡Imlerith, hermano! ¡Ayúdame!

Aed’din se aferraba a la roca del puente, rascando la roca con sus propias uñas. El miedo en sus ojos, la petición ahogado en sus labios temblorosos.

Y ahí estaba, su momento, el justo castigo, la hora de rendir cuentas.

Con el rostro impávida, la mirada puesta en Aed’din, Imlerith levantó su espada y la clavó en la mano de su hermano que aún aferraba el puente a los pies del menor. Con alevosía y el rostro imperturbable, le dijo:

-Reúnete con tu amado pueblo, hermano mayor.

Imlerith alzó la espada, dejando libre la mano de Aed’din que ya no albergaba fuerzas para agarrarse. Y así, sin más, cayó al abismo, destrozado y devorado por los necrófagos.

 

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Capituló III: Presagio de sangre

 

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"La única respuesta posible a la traición, es la venganza"

 

El reino había vuelto lentamente a florecer, pero por ahora seguía siendo una sombra su antaño floreciente e incorruptible belleza.

Traidores a la patria que aún se hacían llamar: Quel’Dorei seguían viviendo más allá de las fronteras del reino. Aliados anteriormente enemigos se arrastraban dentro del propio reino. El príncipe Kael’Thas seguía sin aparecer…

Imlerith no había perdido nada más de lo que ya perdió años atrás: Su familia era ya un recuerdo, su prometía había muerto luego de la caída del reino y su casa ya no existía más allá de él. Lo único que conservaba Imlerith era: el deber para con su reino.

Por eso fue por lo que, estabilizado el reino eterno, Imlerith pidió ingresar en la Orden de los Caballeros de Sangre, la nueva orden que defendería e impulsaría Quel’Thalas. Un nuevo orden, una fuerza para tener en cuenta.

Un nuevo poder resurgía e Imlerith quería ser su artífice. Tomar lo que era suyo por derecho, no ser la nota en el pie de página del libro de historia de otro.

Ahora, era un iniciado de la Orden. Había llegado el momento de los Sin’dorei y destruiría a todo aquel que se interpusiera entre él y su reino. Tanto de enemigos externos como internos...

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·Libro Sacro de la Orden de los Caballeros de Sangre·

Artes ofensivas de la Reprensión

 

  • Reprender esencia: (Rango) (Difi 12) (-1 Maná) (Nivel 2)
     Permite detectar y reclama la presencia de Luz pura para usar sus propiedades de manera básica. Se puede arrojar a seres causando 1d3 de daño mágico en vivos y 1d6+3 en demonios y muertos.
  • Detectar Entes Malvados: (Rango) (Difi 12) (-1 Maná) (Nivel 1)
     La conexión con la Luz del taumaturgo le permite detectar las energías dañinas de las cercanías, usadas recientemente, o entes que las lleven como parte de su naturaleza: No-muertos, Demonios...
     
  • Toque de Luz: (Toque) (Difi 14) (-2 Maná) (Nivel 1)
     Arrojas una descarga de Luz generando 1d6+2 de daño mágico contra vivos y 2d6+2 daño mágico a demonios y muertos, requiere contacto C/C (Cuerpo a cuerpo).
  • Imbuir arma: (Toque) (Difi 14) (-2 Maná) (Nivel 2)
     Envuelve el arma en esencia sagrada obteniendo un bono adicional al daño de +1 contra vivos y +3 contra demonios y muertos. El hechizo dura 1 turno/nivel, y el turno conjurado no resta a su duración.
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