Saltar al contenido
SkyeWave

Noreen Anderton

Recommended Posts

 

tCwT6vF.png

 

 

14b5ipz.jpg

 

BANDA SONORA DE

LA HISTORIA DE NOREEN

    

 


 

2ign2ax.jpg

 

  • Nombre del personaje: Noreen Anderton
  • Raza: Renegada
  • Sexo: mujer
  • Edad: 20 años en vida y 10 años en muerte
  • Altura: 1,70 m
  • Peso: 48 kg
  • Lugar de nacimiento: Stratholme
  • Ocupación: exsoldado

 


 

2yy8uh1.jpg

 

En vida, Noreen era una joven atractiva. Alta y de constitución fuerte, sin llegar a ser demasiado gruesa; de cabello muy claro, casi blanco; ojos azules, labios gruesos y un rostro pálido salpicado de pecas y alguna que otra pequeña cicatriz.

Sin embargo, la muerte hizo en ella todo tipo de estragos, y su aspecto no fue una excepción. Su pelo, ahora más corto, se oscureció al cabo de pocos años; dos líneas finas sustituyeron sus labios carnosos; su piel se oscureció, tiñéndose de tonos grisáceos y verdosos; y su columna se encorvó ligeramente, haciéndole perder algunos centímetros de altura. Lo único que se mantuvo fueron la fuerza de sus extremidades y su mirada penetrante y azul, aunque, con el paso del tiempo, se terminó convirtiendo en la mirada de alguien que busca su lugar en el mundo llevando a cuestas una carga del pasado que no solo no ha podido identificar, sino que no se ha podido perdonar.

 

qnrbfc.jpg

 


 

6jf52p.jpg

 

Noreen siempre había sido una mujer fiel a sus principios, defensora de la bondad, la lealtad y el coraje, valores que su padre le había transmitido. La caracterizaban su determinación y su constancia incansable. Sin embargo, la amnesia que comenzó a sufrir a raíz de su muerte y el tiempo que permaneció sometida al poder de Arthas la convirtieron en una persona inestable y reprimida, con una pesada carga emocional que ni ella misma logra identificar por falta de recuerdos con los que relacionarla. Por eso, cuando algo le altera, su humor puede cambiar de forma drástica, pudiendo volverse agresiva o, por el contrario, temerosa y desconfiada.

A pesar de todo, en el fondo, en su yo más profundo, aún queda algo de la antigua Noreen. Aunque tiende a aislarse de los demás al principio por su desconocimiento acerca de todo, incluso de sí misma, puede llegar a ser capaz de trabajar en equipo y preocuparse por las personas que se ganan su confianza.

 


 

343p8bd.jpg

 

Noreen nació en el seno de una familia noble en la ciudad de Stratholme, en el año 0. Era la mediana de tres hermanas, entre las que había tan solo un año de diferencia de edad. Su padre había sido teniente en el ejército de Lordaeron, como lo había sido su abuelo antes que él, y ella siempre había sentido atracción por aquella profesión. Desde muy joven, mostró más interés en aprender a defenderse con las armas que en seguir las enseñanzas de su madre, que pretendía enseñarle otro tipo de actividades, como las que enseñaba a sus hermanas, Adeline y Jeanine.

Noreen insistió a su padre durante dos años para que le enseñase su oficio, hasta que, a la edad de catorce años, Meredith, su madre, accedió a regañadientes a que comenzase su entrenamiento.

—No me gusta la idea de que siga tus pasos y pueda llegar a querer alistarse en el ejército en el futuro —le dijo Meredith a su esposo cuando ninguna de sus hijas la escuchaba—. No quiero que ninguna de ellas corra peligro.

—Tranquila, seguro que no es más que un capricho momentáneo—respondió él, confiado.

El padre de Noreen, Harbert, fue su instructor personal desde el principio. Ella, ilusionada por haber obtenido el permiso de su madre, se esforzó desde el primer día para ser la mejor. Tras varias semanas, su padre elevó el nivel de los entrenamientos considerablemente por orden de Meredith, con la intención de que terminase desistiendo por la dificultad. Sin embargo, aquello no sirvió más que para acrecentar su empeño por mejorar.

Fue en su decimoséptimo cumpleaños cuando su padre le regaló una extraordinaria espada.

—Esto es por el tesón que has demostrado durante estos tres años de preparación, hija. Úsala siempre con cabeza —le dijo cuando se la entregó.

—¡Harbert! —exclamó Meredith en bajo, entre dientes, cuando Noreen se dio la vuelta, en señal de desaprobación.

—Noreen… Anderton —leyó la joven pasando las yemas de los dedos por cada letra grabada en la hoja.

Noreen no cabía en sí de alegría. Sin duda, aquel era el mejor regalo de cumpleaños de su vida. En cuanto la tuvo en sus manos, se imaginó a sí misma defendiendo la ciudad con ella, junto al resto de soldados, y se concentró en aquella imagen cada nuevo día de entrenamiento.

Llegó el día que su madre temía: a los dieciocho años, Noreen les expresó a sus padres su deseo de ingresar en el ejército de Lordaeron. Meredith buscó la colaboración de su marido para disuadirla de aquella idea que ella calificaba de locura, pero él replicó que, si el destino de su hija era estar junto al resto de soldados defendiendo Lordaeron, no debían impedírselo.

Sin embargo, Meredith, completamente en desacuerdo con su marido, cogió la espada de Noreen y la guardó en un armario que cerró con llave. Su hija insistió durante semanas para que se la devolviera, pero no obtuvo más que negativas y gritos de una madre enfadada que no estaba dispuesta a atender a razones. Hasta que una noche tomó la decisión de conseguir lo que quería por la fuerza.

Noreen se levantó de la cama en medio de la madrugada, se vistió, cogió algo de dinero, preparó un caballo y se dirigió al cobertizo donde guardaban la leña. Asió con fuerza el hacha que utilizaban para cortar la madera y se dirigió en silencio a la habitación donde dormían sus padres. Una vez allí, levantó el hacha y golpeó con toda la fuerza que pudo el lateral del armario donde su madre había escondido su arma. Así lo hizo repetidas veces hasta logró abrir un agujero lo suficientemente grande como para poder introducir el brazo y sacar la espada. Sus padres, sobresaltados, se habían despertado con el primer golpe, pero no se atrevieron a levantarse, intimidados por la rabia con la que su hija había destrozado el armario.

Cuando Noreen sacó la espada, dejó caer el hacha en el suelo y avanzó un par de pasos hacia la cama.

—Siento que he nacido para blandir esta espada, madre —le dijo levantando un poco la espada para mostrársela y respirando agitadamente por el cansancio—. Tengo derecho a elegir mi propio camino y partiré ahora mismo hacia Ciudad Capital para servir al ejército.

Noreen se dio la vuelta y salió corriendo de la casa. Montó en el caballo que tenía preparado y salió galopando hacia la lejanía. Sus padres bajaron corriendo a la entrada, pero la joven ya estaba demasiado lejos.

Hacia las ocho de la tarde, Noreen llegó a Ciudad Capital y se dirigió al cuartel para entrevistarse con el general Normand Ward, que se encargaba de los nuevos reclutas. Después de hablar con él y exponerle su caso, fue aceptada y se la destinó a la residencia donde se encontraban los miembros más recientes del ejército. Aquel iba a ser, por el momento, su nuevo hogar.

Noreen comenzó al poco de llegar la preparación específica que se impartía a los nuevos soldados. Aunque ya estaba bastante bien preparada físicamente, no dejaron de suponer un reto para ella. No solo se tenía que enfrentar a la dureza de los entrenamientos y la rutina militar, sino también a las miradas y los susurros de sus compañeros, entre los que apenas se encontraba alguna mujer, y mucho menos tan joven como lo era ella. Por esa razón se esforzó aún más en estar al nivel de cualquier soldado varón y mayor que ella, no quería que la vieran como una chiquilla lejos de ser un verdadero soldado.

Llegó el día en que la destinaron a su primer puesto como guarda de la armería. Noreen estaba entusiasmada por poder empezar a hacer algo de utilidad. Pero mientras a ella la colocaban en una puerta a vigilar quién entraba y salía, a muchos de sus compañeros recién llegados los habían enviado fuera de la ciudad junto a soldados más experimentados, dirigidos por el propio príncipe Arthas. ¿Por qué a ella no? ¿Acaso no era ella igual de válida para servir al príncipe? Pensó en su madre. “Si supiera lo que estoy haciendo, no estaría tan preocupada…”, se dijo a sí misma, resignada.

Sin embargo, si Noreen hubiera sabido hacia dónde se dirigían los soldados y cuáles iban a ser las órdenes que recibirían de su líder, se habría sentido afortunada de que no la hubieran elegido a ella para formar parte de ese destacamento. Días después llegó a Ciudad Capital la noticia de que había penetrado en Stratholme una extraña enfermedad que no solo acababa con la vida de los infectados, sino que los revivía en forma una especie de muertos vivientes que arrasaban con los que quedaban vivos. Noreen se alarmó ante tan preocupante suceso, pero antes de que tuviera tiempo para siquiera pensar en su familia, escuchó que Arthas había purgado la ciudad entera. Ante la potencial amenaza de que todos los habitantes se convirtiesen en seres terroríficos, había decidido que la mejor alternativa para preservar la seguridad de su pueblo era acabar con todos ellos.

Noreen se quedó petrificada según escuchó aquellas demoledoras palabras. Su cuerpo permanecía paralizado mientras su mente se llenaba de terror y desesperación.

—Ellos estaban allí, estaban allí… —murmuró para sí—. Todos. Muertos. No puede ser, es imposible, es imposible, imposible —se repetía una y otra vez, tratando de autoconvencerse de que su familia no había perecido en la matanza, a pesar de que no se hablaba de supervivientes.

—¿Sucede algo, soldado? —el general Ward, que se había percatado de su reacción, la sacó de su ensimismamiento.

Ella levantó la mirada hacia él, con los ojos muy abiertos, el rostro descompuesto, las manos temblando. El propio Ward había sido la persona que le había comunicado lo sucedido en Stratholme.

—No, yo solo… —su garganta, seca de repente, le impidió continuar durante unos segundos—. No me encuentro muy bien hoy, eso es todo.

“¿Eso es todo?” pensó la joven, reflexionando sobre lo equivocado de sus palabras, “¿ESO ES TODO?”. Pidió permiso para retirarse aquel día de su puesto y le fue concedido. Noreen se había quedado destrozada. Sus hermanas, tan inocentes, no se merecían nada de aquello. Ni su padre, un hombre bueno que había servido bien al ejército y sin el cual no podría haber llegado donde se encontraba ahora. Ni siquiera su madre, a pesar de que la relación entre ambas se había vuelto bastante tensa. De pronto, su única familia se había desvanecido del mundo sin ningún sentido, y ahora se sentía, de repente, completamente sola. Saber que ellos estaban allí le reconfortaba; ahora, en cambio, su determinación y su fortaleza se habían esfumado.

Le resultaba tan irónico que su madre hubiera intentado retenerla en Stratholme para protegerla… No podía evitar que el sentimiento de culpa la invadiese. Una parte de ella era consciente de que no habría podido hacer nada para salvarlos, aunque hubiera estado con ellos, porque ella misma habría sido víctima también de la enfermedad y de los soldados que ejecutaron la matanza. Aun así, sentía que su actitud al haberse ido de casa era reprochable. Su afán por servir y proteger a los ciudadanos de todo el reino no había servido ni para proteger a su propia familia. Si no había podido ni tan siquiera mantener a su familia a salvo, ¿cómo iba a poder defender a nadie? Noreen tenía claro que ella estaba allí para servir a Lordaeron, pero la decisión del príncipe le parecía, cuanto menos, cuestionable. Aquellos pensamientos estuvieron rondándole en la cabeza durante semanas, haciéndole preguntarse si sería capaz de acatar las órdenes de quien había mandado ejecutar no solo a su familia, sino a una ciudad entera llena de gente inocente. Cada vez más, la idea de estar bajo su mando le resultaba más desagradable. ¿Cómo era posible que el sueño que había perseguido desde niña se hubiera convertido en una pesadilla? Ahora no solo no tenía a dónde ir, sino que además se había comprometido a servir a quien, indirectamente, había acabado con su familia.

Pasaron varios meses durante los que Noreen continuó su adiestramiento militar, como desde el día que ingresó en las filas del ejército, pero con la diferencia de que su motivación había desaparecido casi por completo. Sentía que, al igual que era su destino formar parte del ejército, también lo era afrontar lo sucedido y resignarse a seguir las instrucciones de sus superiores. Así lo había decidido ella el día que decidió inscribirse.

Todas las alarmas sonaron cuando corrió la noticia de que el rey Therenas había sido asesinado y una hueste de no-muertos había penetrado en la ciudad arrasándolo todo a su paso. Todos los soldados del ejército, incluidos los novatos, como Noreen, fueron llamados a filas para repeler el ataque de no-muertos. Necesitaban la mayor cantidad de gente que fuera posible, la situación estaba descontrolada. Por un momento, Noreen experimentó una inseguridad que no conocía. Por fin iba a poder blandir su mandoble en un combate real, pero los pensamientos sobre su familia y la enfermedad que los transformó en no-muertos le nublaban la mente y los sentidos. No obstante, no era el momento de dudar, así que salió a la batalla junto a sus compañeros, dispuesta a defender la ciudad de la ofensiva.

Noreen hizo su mayor esfuerzo por mantenerse viva a sí misma y a los de su alrededor, pero la muerte le llegó por la espalda. Ni siquiera vio al agresor. Un fuerte golpe en la cabeza la dejó inconsciente en medio de la multitud, pero el traumatismo fue lo suficientemente grave como para causarle la muerte, y no solo eso.

A partir de ese momento, Noreen no fue consciente de nada de lo que ocurrió a su alrededor ni de que pasó a formar parte del ejército de no-muertos de Arthas. Así pasó un tiempo hasta que, de nuevo, recobró la consciencia. Se encontraba junto a otros de su especie, sin ninguna referencia sobre en qué fecha ni lugar se encontraba, caminando con el único rumbo que marcaban las pisadas de los demás no-muertos. Tras un viaje cuya duración no fue capaz de determinar claramente, se encontró a sí misma en un núcleo urbano que no supo reconocer: Remol. No sabía a dónde debía ir ni qué debía hacer. No recordaba quién era ni de dónde venía, ni que había sido miembro del ejército, ni que había tenido una familia. Solo conservaba un recuerdo doloroso, remordimientos por algo que había hecho alguna vez, sentimientos cuyo origen desconocía… Sentía que llevaba una carga y que había algo que aún no había logrado perdonarse a sí misma.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando su mano izquierda chocó con algo a la altura de su cintura. Bajó la mirada y vio que llevaba colgada una larga espada. La sacó de su vaina despacio, no sin antes mirar en derredor para comprobar que nadie la observaba, y la sujetó con ambas manos.

—¿Noreen… Anderton? —se preguntó la no-muerta pasando las yemas de los dedos por cada letra grabada en la hoja.

 

huru6h.jpg

 

Editado por SkyeWave
  • Like 3

Compartir este post


Enlace al mensaje

Join the conversation

You can post now and register later. If you have an account, sign in now to post with your account.

Guest
Responder en este tema...

×   Pasted as rich text.   Paste as plain text instead

  Only 75 emoji are allowed.

×   Your link has been automatically embedded.   Display as a link instead

×   Your previous content has been restored.   Clear editor

×   You cannot paste images directly. Upload or insert images from URL.


×
×
  • Crear Nuevo...