Saltar al contenido
Conéctate para seguir esto  
Galas

Valya Athaleia - Sol Carmesí

Recommended Posts

yMXuhtX.jpg

  • Nombre: Valya Athaleia
  • Raza: Quel'dorei
  • Sexo: Mujer
  • Edad: 138 años
  • Altura: 1,79m
  • Peso: 68 Kg
  • Lugar de Nacimiento: Tranquillien
  • Ocupación: Forestal Errante
  • Historia Completa

 

Descripción física:

Quel'dorei de contextura atlética, alta y cuerpo entrenado por años de prácticas en su etapa como Forestal de Quel'thalas. 

De rostro ovalado y nariz pequeña, mantiene una complexión juvenil en el rostro propia de los elfos. Aun así, pequeñas marcas de cicatrices envejecidas en el rostro rompen con esa dinámica. Sus grandes ojos azules reflejan generalmente una mirada cerrada y fría, oculta tras el océano azul de sus irises. 

Una melena de color caoba rojizo cae sobre sus hombros, normalmente bien cuidada y limpia, que suele recoger en una coleta cuando ha de marchar por los bosques.

Su voz es débil, apenas audible, en un tono constantemente bajo. 

Numerosas cicatrices recorren su cuerpo. Las más visibles son las de sus mejillas, lineas pálidas y finas que recorren verticalmente sus pómulos desde debajo de los ojos hasta el mentón, 4 en cada una.

 

 

Descripción psíquica:

Elfa rota, insegura, sin ninguna clase de consideración personal sobre sí misma o sus cualidades.

Cobarde, huidiza, incapaz de soportar el estrés, con fobia a los no-muertos, intenta salir de un pozo oscuro donde no llega a ver la luz del Sol.

Antaño fue orgullosa, cabezota, simpática, habladora, leal, valiente. Hoy en día ya no es nada de eso.

 

 

Editado por Galas
  • Like 4

Compartir este post


Enlace al mensaje

Historia

 

La mañana se había alzado como un día de tantos de cielos despejados y temperatura ideal en el alto reino élfico. Uno de los miles de días que Valya había vivido ya, recorriendo los bosques junto a sus compañeros forestales. 
Algunos días eran felices, las risas llenaban las largas horas de patrulla y los juegos y bromas eran habituales. Otros días eran tristes, cuando las flechas y los tomahawk volaban y la sangre mojaba la tierra de Quel'thalas, y volvía menos de los que habían partido. 
Pero este día era distinto. Este día una presión ominosa pesaba sobre todos los integrantes del grupo, especialmente en el corazón de la recientemente ascendida Cabo de la Real Hermandad de Forestales del Alto Reino, Valya Athaleia.

Marchaban al sur de los bosques de Quel'thalas. Una amenaza como ninguna otra se cernía sobre sus tierras. Las noticias llegaron confusas y apenas hubo tiempo para organizarse. Un día, se avisó de que Ciudad Capital, cuna de la humanidad y el reino más poderoso de los Reinos del Este había sucumbido ante una horda imparable de cadáveres que mediante magia oscura abandonaban el descanso eterno para acabar con los vivos.
Los retazos y ejércitos humanos aun luchaban contra esta amenaza cuando el grueso de la Horda redirigió su atención hacia el Alto Reino de los elfos. No hubo tiempo a movilizarse al sur antes de que la primera puerta hubiese caído. 
Entre que a Valya y a su grupo le dieron orden de marchar para apoyar en el sur, y estos cruzaron el río Elrendar, la segunda puerta ya había caído. Eso hizo que todo el grupo apresurase el paso a un ritmo casi frenético, pues si la tercera puerta caía eso significaría que las hordas de no-muertos tendrían paso libre hasta prácticamente Lunargenta, y el primer núcleo de población importante que estaba tras la tercera linea defensiva del Reino Élfico era Tranquillien, el hogar de Valya. Rezaba a la Luz con todas sus fuerzas que su familia hubiese huido ya al norte, pero no podía saberlo ni podría comprobarlo, pues su destino estaba lejos de Tranquillien.

Ella y el grupo de 8 Forestales a su cargo, todos ellos compañeros, amigos, hermanos y hermanas, de los cuales a varios los consideraba mucho mejores Forestales que ella, más valerosos, más dignos, más diestros con el arco, llegaron a un pequeño poblado en las franjas occidentales del sur de Quel'thalas.
Cuando llegaron, este estaba desierto. Eran apenas una docena de casas, que se fundían con el bosque que las rodeaba. No tenía muros. ¿Y porqué iban a tenerlos? La frontera con los Amani estaba a semanas de viaje, y salvo la breve intromisión de la Horda durante la segunda guerra, jamás habían tenido necesidad alguna de ellos.

Su grupo se puso alerta al instante y se dispusieron a avanzar arcos en mano por la aldea. Estaban entrenados, estaban preparados, y habían luchado juntos en incontables ocasiones. Algunos habían caído por el camino, y otros nuevos se unieron, que con el paso de los meses o años, se volvieron sus hermanos.
Todos ellos confiaban los unos en los otros y darían su vida por un compañero sin dudarlo dos veces. Eso es lo que significaba ser Forestal.
Sin separarse demasiado unos de otros, cuatro de ellos esperaron en la plaza mientras el resto inspeccionaban los edificios. Valya se introdujo con la hoja curva semidesenvainada en una casa vacía cuya puerta estaba abierta. Sus pasos silenciosos no hacían siquiera crujir la madera que conformaba el suelo del hogar. Vio una mesa de platos que aun humeaban en ella. La familia que allí viviese debió de cenar cuando huyó... no, no huyó. Ascendió las escaleras lentamente, pero la escena que contempló en el piso superior no era ni comparable a los grotescos sacrificios caníbales de los trols.

Vio a lo que antaño debió ser un elfo, un niño elfo, de apenas unos 20 años. Su boca estaba llena de sangre y agazapado mordisqueaba lo que debió ser el rostro de su padre. Cuando giró el rostro hacia Valya, no había hermosa luz cerúlea alguna en sus irises, solo un brillo amarillento y unos ojos opacos. La Forestal no llegó a tener tiempo de hablar antes de que se abalanzase sobre ella, derribandola.
Los dientes del crío se clavaron con fuerza en la protección de cuero de su antebrazo, y tras los primeros segundos de confusión Valya reaccionó apuñalando le en la garganta y tirándolo a un lado con un grito, mezcla de frustración y miedo. 
Observó con los ojos abiertos como platos como la figura aun aun se resistía y gruñía intentando llegar a ella pese a tener el filo de la elfa atravesándole el cuello de lado a lado. Sentada, se arrastró para alejarse de la figura del niño elfo que se arrastraba hacia ella, gruñendo, regurgitando sangre. Lo intentó alejar con las piernas, su respiración acelerada como un rápido lince que caza al conejo, pero esta vez las posiciones se habían invertido. Gritó y cuando ya lo tenía encima de nuevo, cogió una de las flechas que se le habían caído del carcaj, y con un grito comenzó a clavársela en el rostro, una, otra, otra vez, hasta que su mano no estaba recubierta de sangre y el rostro del niño elfo había desaparecido reducido a una pulpa acuchillada y quebrada.

Fue en ese momento cuando a sus oídos, que se habían aislado de todo ruido externo hasta ese momento, comenzaron a escuchar los ruidos de pelea fuera. Se incorporó rápidamente, apenas recogiendo un par de flechas, sin desclavar siquiera su filo del cadáver del niño, y corrió escaleras abajo, resbalando y tropezando, para llegar al marco de la puerta.
Un coloso de carne cosida golpeaba de lado a lado a Shanna, la mayor del grupo y que consideraba una mentora y hermana, como si fuese un niño malcriado con un juguete de trapo. Su sangre salpicaba la plaza de la aldea cual lluvia.


Ilr'thredas gritaba mientras cinco criaturas agazapadas de afilados dientes le devoraban vivos, y el resto luchaban por sus vidas, gritando su nombre.
"¡Valya, VALYA!" decían. "¡¿Donde está la Cabo?!" oyó gritar. "¡Debemos retirarnos, por la Luz!", esa voz juraría que era la de Mare'yha. "¡No podemos abandonar a Valya!", fue lo último que oyó, probablemente de Ka'thrien, que si los rumores eran ciertos llevaba un par de meses planeando declararsele.
No oyó más porque para entonces ya había cerrado la puerta de la casa y tapándose los oídos con fuerza, se refugió bajo la mesa del comedor, las lágrimas recorriendo sus mejillas, su respiración agitada amenazando con fulminarla allí y ahora, con su corazón quebrándose cual vasija de frágil cerámica.
Pero no tuvo esa suerte. Los gritos por su nombre cesaron. Los gritos de dolor también cesaron. Y entonces se hizo el silencio, un silencio horrible. ¿Cuantos días habían pasado? No lo sabía. Lo que le dio las fuerzas suficientes para abandonar su escondite, deshidratada y hambrienta, fue un dolor intenso en el pecho, como si le hubiesen clavado un filo ardiente en el pecho, atravesándola de lado a lado. Algo que siempre había estado ahí pero que nunca había notado, acababa de ser cercenado de ella, y su falta se sentía más dolorosa que la mayor de las torturas.

Lloró, lloró incesantemente. No por sus amigos, no por sus familiares, si no por el vacío inmenso que había devorado su alma cual vorágine. El Pozo del Sol había sido corrompido, aunque ella no lo supiese en aquel entonces. Se tambaleó, saliendo de la casa ruinosa. Pero lo que vio no era Quel'thalas.
La primavera eterna había dejado paso a un bosque oscuro, de árboles muertos y retorcidos, los cadáveres agolpados en las calles. Caminó al sur, escondiéndose de las hordas de no-muertos errantes tanto como de los otros grupos de elfos con los que se cruzaba.
Se perdió en lo que antaño fue su hogar pero ahora era el infierno en la tierra, hasta que abandonó el hogar ancestral de los elfos para nunca regresar.

Compartir este post


Enlace al mensaje

Join the conversation

You can post now and register later. If you have an account, sign in now to post with your account.

Guest
Responder en este tema...

×   Pasted as rich text.   Paste as plain text instead

  Only 75 emoji are allowed.

×   Your link has been automatically embedded.   Display as a link instead

×   Your previous content has been restored.   Clear editor

×   You cannot paste images directly. Upload or insert images from URL.

Conéctate para seguir esto  

×
×
  • Crear Nuevo...