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Maw

Caliban El espantapajaros

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No recuerdo apenas de que color son las hojas de los arboles ni del cielo. Tenia 13 años cuando los vi por ultima vez.
Kainham  era una ciudad prospera, situada al Este de Andorhal a cinco días de camino hacia los valles de Darmen. El viaje se volvia abrupto conforme se ascendía por la montaña, llamada los Dientes de Zapios. La carretera estaba bien vigilada, pero los desprendimientos hacían que fuese a veces peligroso transitarla, sobretodo en las epocas de lluvia donde los deslizamientos de tierra habian sepultado a mas de un alma descuidada. La guardia la vigilaba constantemente y se podían encontrar puestos de avanzadilla y torres vigía cada cierta distancia. Una vez se cruzaba este tramo, se extendía el bosque de Melias que abarcaba todo el territorio. Tras entrar en el, dos kilometros mas adelante por el camino principal, se encontraba la posada del " Corcel Cojo ". Fue asi llamado, por que su propietario, cuyo nombre no me acuerdo, llegó alli de casualidad, cuando su corcel se habia torcido una pata. La zona resultó que era ideal para construir una posada, y asi hizo. 
La primera aldea era Makatel. No tenían muchos habitantes. Se dedicaban a la caza y la confección de pieles. Al norte de ella, se extendia las primeras arboledas de Melias. Obles era algo mas grande y mas rica, destacada por sus mataderos y buena ganadería. Las familias nobles vivian en este lugar. Sus apellidos, tampoco me acuerdo de ellos. 
 Kainham  estaba rodeada por una muralla, pues en el pasado, las tierras habían sido invadidas por los orcos, aun quedaban esparcidos restos de la contienda en algunos lugares donde se podia ver sus armas de asedio abandonadas, devoradas por la carcoma que se daba año tras año un festin con la madera. La  ciudad era prospera dedicada a casi todos los aspectos económicos que su tierra podía ofrecerle de forma bastante humilde, pero por lo que se destacaba era por sus minas de azufre y el tratamiento de la pólvora, esto estaba bastante relacionado con la incipiente escuela de artilleros que se había construido en el año 17. A diferencia del resto de ciudades, poseía cierto aspecto industrial . Habia gran numero de forjadores, herreros y un arraigado gremio de alquimistas así como la iglesia de la luz. Los campos que se extendian a los pies de la muralla, campos de trigo y tierras de molinos.
 Yo vivía en un orfanato. No conocí nunca a mis padres. Me abandonaron cuando nací o eso me dijeron. Tampoco importó. Trabajaba de vez en cuando como aprendiz de carpintero, mi maestro era el señor Samuel. Era un buen hombre. Algunas mañanas me dejaba desayunar con el una taza de chocolate, un sabor que tambien ha caido en el mas absoluto olvido. Apenas tengo nocion de su textura o incluso de aquel calor que desprendia la taza de hierro.  Nos pasa a muchos, el haber olvidado lo que fue y lo que pudo haber sido. Detalles, tan insignificantes para algunos, mantenerlos en la memoria era un regalo.
Fue a finales del año 19 cuando se empezaron a escuchar los rumores. Al principio, no eran mas que historias, nadie le prestó demasiada atención. Todo llegó de forma, lenta, inexorable. Como las temporadas de mal tiempo, de lluvia y tormentas.  Apenas nos pudimos dar cuenta,  hasta que fue demasiado tarde.  La gente hablaba, comentaba sobre el mal olor que a veces hacia, achacandolo a las cañerias y cloacas de la ciudad. Se empezaron a ver los primeros manchurrones negros en los campos de trigos. Desde la lejania, parecian yagas negruzcas sobre una piel amarilla. Los cielos se engrisecieron. Vientos gelidos empezaron a soplar. La mitad de las fuerzas que custodiaban la ciudad, marcharon hacia Andorhal y Stratholme cuando un desesperado mensajero dio el aviso urgente. Un llamamiento real a las fuerzas de Lordaeron, empujo a mas de 1500 soldados a movilizarse. Nunca supimos si llegaron a su destino. Las fronteras se silenciaron. Corria el rumor, que en los bosques, las brujas encendieron sus infames chimeneas, algo que no habia ocurrido en decadas. Sus canticos, se escucharon durante una semana entera, la melodia la arrastraba el mismo gelido viento apestoso. Todos las culparon  de los que estaba sucediendo. No se supo nada de quienes fueron tras ellas. Todo aquello, fue solo el comienzo.

Del interior de la ciudad, muchos habitantes empezaron a volverse locos, atacando y devorando a aquellos mas cuerdos. En el exterior los pocos remanentes del ejercito que se habian quedado a defender se habian desvanecido sin dejas rastro. Con el tiempo, sin control, sin dirigentes, el caos se desató por si solo. Poco a poco, todo el mundo que conociamos, se desmorrono. Las casas ardían, los campos se quemaban, la gente moría para volver a alzarse en busca de mas vivos que arrastrar a su mismo destino. Logre huir junto a otros hacia el ultimo bastión de la ciudad, la escuela de ingenieros situada al lado del cuartel.

Al mando de esta desesperada resistencia por la supervivencia, se encontraba el Padre Abel, recién nombrado por si mismo. Nadie podía culparle, su predecesor había sido devorado por una horda de hambrientos no muertos. Pero aquel hombre que empezó siendo un frailecillo, de cráneo despoblado, se convirtió para todos en una chispa de esperanza. Su voluntad, su entereza, nos salvó de sufrir una muerte lenta y dolorosa. Nuestro mundo se teñia de un matiz deforme y grotesco a cada dia que pasaba. No entendíamos con exactitud que nos estaba atacando, solo veiamos como todo el mundo habia descendido en cuestion de meses en el abismo. 

Levantamos nuestros muros, nuestros hogares y prosperamos como bien pudimos, entre la miseria y la decadencia de una ciudad agusanada. A pesar de la oscuridad a la que nos enfrentabamos, hubo esperanza. Nuestra fe, era nuestra salvación y Abel nos guió a todos por el sendero de la luz. Orando al unisono como una sola entidad con nuestras rodillas hincadas en el suelo logrando hacer frente a aquella realidad dia tras dia aun a pesar de que la luz no habia hecho acto de presencia, ni la mas mínima señal, Abel no cedió un ápice. Y nosotros tampoco lo hariamos

 

 Para Abel, nosotros eramos la prueba de que la luz prevalecía en Kainham, aunque ella no se mostrara. La esperanza era lo ultimo que se perdía. Evitábamos que las pesadillas entraran en nuestro santuario y en nuestros corazones. Era nuestra única vía de escape ante el horror que estábamos viviendo. Y luchabamos, por el amor de la luz que si luchabamos cada minuto de nuestras vidas, por respirar, por comer, por dormir.
Iban Lamost, era un aprendiz de artillero. Sus conocimientos sirvieron para crear armas de fuego y otras herramientas, con ellas pudimos hacer frente a la mayoría de adversidades. Y entre los mas destacados un ex capitán de la guardia llamado Avicus. La necesidad, la supervivencia, la esperanza y la desesperación, todo esto dio a luz a una incipiente orden religiosa surgida de las inmundas tripas de una ciudad cadáver. 
Los cazadores vestían con arrapos, cuero negro hecho jirones, trozos de chatarra y basura como protección y toscas armas. Algunas eran barras de hierro dentadas, hachas formadas a partir de una lamina de metal. 

Los primeros en salir no se hacian llamar cazadores, si no recolectores. Salieron al exterior en el año 22 y volvieron dos días después, de los cinco, tres estaban heridos y uno de ellos perdió el brazo. Trajeron  algunas semillas y cecina bien conservada de un deposito de la guardia. Tenia 14 años cuando decidí formar parte de ellos, no tenia elección, ninguno de nosotros. Me instruyeron, aprendí a luchar, a levantarme y huir cuando era necesario. No habían medias tintas. La ciudad, era una ratonera llena de trampas. Las decisiones mas insignificantes podian matarte. 
Encontramos otras comunidades repartidas por la ciudad y los campos exteriores, pequeños grupos de supervivientes, que a duras penas como nosotros lograban levantar cabeza. Aunque algunos se nos unian y con ello nos haciamos mas fuertes, no siempre todos eran amigables. Entre las ruinas aparte de necrofagos, zombies y monstruosidades, el hombre seguia siendo la peor de las criaturas. Los canibales acechaban entre las sombras, una amenaza mas a tener en cuenta. Hambrientos dementes a los que se intentabamos purgar. Era el año 25. Tenia 17 años cuando sali por primera vez de las protecciones de la plaza de la escuela de ingenieros. 
Recuerdo bien algunas casas, aun conservaban las tablas que tapiaban las ventanas y puertas, otras estaban abiertas tanto desde dentro como desde fuera. Cada umbral, tenia su propia historia. En una de ellas el jirón de ropa de algún vestido de color azul, oscilaba mecido por la mortuoria brisa. Nunca he podido olvidar esa imagen. No puedo evitar preguntarme  que clase de destino tuvo su dueño. Los vivos, no eramos mas que otra clase de almas perdidas esperando su juicio en aquel infierno.

Editado por Maw
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