Donde nací es un lugar envidiable para muchos de los hombres que aun se mantienen con vida, aunque en la actualidad, pocos hubieran deseado tal destino de nacimiento. En el lugar que nací, siempre destacado por su belleza, historia y héroes, solo una quedará marcada y esta será la del Príncipe Traidor. Sí, nací en la bella ciudad-estado de Lordaeron, capital del gran reino humano de Lordaeron, uno de los más poderosos del reciente pasado. Puede que de esta solo queden ruinas, espíritus poseídos y legiones de No-muertos al servicio de la Dama Oscura, puede que muchos la quieran o incluso hayan olvidado esta, pero es difícil olvidar un hogar, eso, no lo olvida nadie.
Y es que muchos dirán que solo es una ciudad, un lugar, unas ruinosas piedras que el viento erosiona con el paso de los siglos, un lugar inanimado que no siente ni padece, que no contiene ningún valor real en la actualidad. Pero de todos es sabidos, que el valor del hogar no es el material, sino el sentimental. ¿Qué otra cosa puede guiar a las personas sino son los sentimientos de algo hacia alguien o algún lugar? Eso es Lordaeron, un sentimiento del que muchos solo pueden tener en mente en la noche oscura, donde el aire frío congela los pulmones de los fieles soldados que aun luchan por su libertad, de los que luchan por su hogar, aquellos que luchan por sus recuerdos.
Los paladínes, simples instrumentos muchos susurraran, simples marionetas de una Iglesia corrupta que solo vela por los intereses de la nobleza y de los hombres y mujeres poderosos. Esos que susurran no conocen a los fieles del norte, a los que luchan día y noche, no solo por la Luz, sino por como hemos citado antes, por sus hogares, porque otros puedan tener uno en un futuro o incluso lo puedan recuperar. Entre ellos me encuentro, servidor de la antaño gloriosa Mano de Plata, de la actual y frágil Alba Argenta.
Muchos han perdido la fe o incluso han olvidado lo que eran o porque luchaban, siendo convertidos en fanáticos obsesionados en encontrar una solución sea como sea, y con ello han llevado su Cruzada contra los muertos, pero desgraciadamente también contra los vivos. No siento odio hacia ellos, en lo más profundo de mi ser puedo comprender su dolor, puedo sentir compasión y sé, que algún día podrán abrir los ojos y ver el daño que hacen. No todos comparten mis ideas, es más, muchos incluso al verlos combaten y hacen justicia. Irónico que tengamos que luchar contra los nuestros cuando los seres no-muertos invaden nuestras tierras, pero la Luz sabe el porque de todo esto. Mi corazón sabe que siente dolor al ver todo esto y que este siempre está dispuesto para perdonar cuando cesen sus actividades. Llamadme iluso, pero esas ilusiones son las que mantienen a los soldados con vida en esta tierra corrupta. Solo nos queda la ilusión y la fe como armas, intentemos no perderlas como hicimos con las demás.
En el otro quedamos nosotros, el Alba Argenta, facción creada después de la separación de la Mano de Plata. Quedamos fieles a los principios básicos y originales que guiaban nuestra orden. Protegemos a los civiles que quedan por estas tierras y guerreamos contra los muertos vivientes. Miento si digo que estamos ganando o que incluso, estamos afectando a las filas de esos seres, pero eso no me detiene y jamás lo hará, porque si nosotros perdemos, entonces si que no quedará nada. Muchos hombres y mujeres son miembros y fieles a la Orden, pero lo que me entristece es que la mayoría que vemos son jóvenes voluntarios, los cuales son los que tristemente adornan el cielo con sus cenizas.
Quedamos pocos dicen algunos, sí. Quedamos pocos y seremos menos en los días que están por venir. Mis padres me dijeron eso el día que perecieron contra los orcos en la guerra, y en ese momento, joven e inexperto, no entendí tales palabras. Ahora sí. Puede que nuestro número no sea escaso, pero no se referían a ello cuando me dijeron tales palabras antes de partir. Pocos son los que quedamos intentando mantenernos fieles a nuestros ideales, y es estos momentos de dificultad donde el paladín debe demostrar que lo es, dar esperanza a los demás, cargar con el peso del liderazgo, esperanza y fe. El sacrificio forma parte de nuestra vida, una regla no escrita que todos conocemos y que desgraciadamente no todos quieren recordar o cumplir.