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    Descripción Física Un esqueleto humano levemente encorvado, cuyos huesos han sido blanqueados y limpiados con especial mimo y cuidado: la envidia de todo esqueleto. Viste ropas propias de un antiguo magi humano, más similares a una jaula oxidada envolviendo lo que antaño era su torso y brazos. Porta una corona metálica oxidada atascada en el cráneo. Descripción Psíquica Frio, calculador, ambicioso... Tiene un humor muy, muy negro. Hay momentos en los que parece no ser consciente que está muerto... o mejor dicho, no-muerto. Del mismo modo, parece empatizar con el sufrimiento del resto de no-muertos a su alrededor... en cambio no parece hacer tal cosa con los vivos. Anhela trascender esa "jaula" física que son sus huesos para ascender, convertirse en un liche. Historia El interior de la cripta se hallaba en silencio, tal como llevaba años. El polvo se había ido acumulando sobre todas las superficies de la sala y las velas de los candelabros que antaño habían estado encendidas, ahora permanecían consumidas y decoradas con telarañas. Del mismo modo, desde la superficie habían comenzado a filtrarse raíces de los árboles y con éstas, pequeñas goteras que habían creado un par de charcos en el suelo, con su correspondiente musgo. Esa calma se vio rota cuando las piedras que tapiaban el acceso a la sala fueron empujados desde el exterior, cayendo sin muchos miramientos sobre el suelo, provocando un considerable estruendo: hasta siete de esas piezas cayeron al suelo, una tras otra. Una antorcha asomó por el hueco creado y tras unos segundos entraron por ese hueco dos hombres: uno más anciano, con ropas de cuero desgastadas y ceñidas con correas, con una antorcha en la mano y una ballesta al hombro; el otro, portaba una palanca al hombro y una ristra de pistolas en el cinto. Ambos parecían no haber comido en meses y su higiene brillaba por su ausencia. ¡Estaban poniendo perdido el suelo con el barro de sus botas! El anciano dio un suave golpe al otro hombre con su mano libre y soltó una risotada: -Te lo dije, muchacho... te dije que aquí había algo... tengo muy buen olfato para éstas cosas. -No lo dudo, "abuelo". Pero tengo una mala sensación... El viejales con la antorcha avanzó, iluminando la estancia, alzando su brazo para ello. Entonces, pudieron apreciar varios tapices de colores carmesíes, negro y purpuras en la estancia, con diferentes grabados y runas en colores plateados que no alcanzaban a comprender. En un extremo de la sala, había un expositor sobre el que se encontraban una viejas ropas de magi, así como una pieza de madera que había cedido a la humedad y había sido devorado por las termitas: el cabezal de lo que antaño había sido un báculo reposaba en el suelo. Unas ánforas de vino viejo y unos cálices de plata descansaban sobre una encimera de piedra. -Eso es normal, es de las primeras veces que te aventuras a hacer algo así... ¡Y la fortuna favorece a los audaces! El más joven, no parecía del todo convencido, exploraba con más cautela la estancia, dubitativo. -Tomamos cuanto encontremos de valor y salimos de aquí, sin hacer ruido... Dejamos todo como estaba... Ya verás que cara ponen el resto cuando lleguen y vean que "alguien" se adelantó. Mientras el anciano hablaba, inspeccionaba la superficie del sarcófago de piedra sin adornar. -¿Y tenemos que mover esta pieza? ¿Qué puede haber de valor dentro? El anciano mostró una sonrisa desdentada. -Quien sabe, quien sabe... Los magos suelen enterrarse con sus objetos de valor... y suelen ser objetos mágicos, lo cual aumenta más su valor. -Oh, por la Luz... No me pongas los dientes largos... vamos, ayúdame a mover esto... Tras un largo forcejeo, entre ambos hombres consiguieron desplazar la pieza superior del sarcófago hasta que esta cayó al suelo: ambos hombres, jadeantes por el esfuerzo, se asomaron a comprobar el contenido del sarcófago... Nada. Sólo un esqueleto inmaculado, limpio de toda carne o resto orgánico, ni siquiera ropa alguna, el anciano, bordeó hasta el otro lado del sarcófago, alzando su antorcha, tratando de ver mejor el interior... nada. Ambos hombres, casi al unísono, se dejaron caer de espaldas al sarcófago, sentados y maldiciendo por lo bajo. -Maldita sea... ¡Maldita sea! Todo esto para nada. -Vamos... a lo mejor sacamos algo de esas viejas ropas a algún anticuario o por los cálices... -No me jodas, muchacho... ¿No puedes dejar de ser optimista ni por un puto segundo? El anciano se incorporó, maldiciendo todavía y pocos segundos después, el muchacha hizo lo mismo, encarándose uno al otro. -Mantendrás la puta boca cerrada cuando volvamos al campamento. No hemos estado aquí. El joven se disponía a abrir la boca para replicar al anciano cascarrabias, pero enmudeció de golpe, pues el esqueleto del interior del sarcófago se había incorporado lentamente hasta quedar sentado entre ambos, pudiendo ver además la cara de estupefacción del viejo, así como ese cráneo impoluto. El esqueleto giro su rostro lentamente para mirar al anciano, luego al muchacho. Si hubiera tenido carne en el rostro, hubiera pestañeado confundido, pero no era el caso. Abrió su quijada y soltó un grito de sorpresa, lo cual provocó la misma reacción de ambos hombres, haciendo que éstos tomasen sus armas: el anciano tomó su ballesta y el muchacho sacó su pistola, disparando sus armas casi al unísono, mientras el esqueleto llevaba sus manos al rostro, para cubrirse. Cuando la nube de humo fruto del disparo se disipó, ambos hombres estaban en el suelo, a sendos lados del sarcófago: habían disparado a través de la caja torácica del esqueleto y se habían alcanzado entre ellos, muriendo en el acto en anciano, sus sesos desparramados por el suelo y la antorcha titilando levemente, amenazando con casi apagarse, mientras que el joven yacía en el suelo, con una saeta atravesándole el hombro, gimoteando de dolor. Tras palparse el rostro y la caja torácica, comprobando que ninguno de los proyectiles le había alcanzado, se puso de pie sobre el sarcófago, arrojando su sombra sobre el muchacho herido en el suelo, pues la antorcha proyectaba ésta desde su espalda. Su voz resonó por las paredes de la estancia, rebotando con intensidad. -¿En que año estamos? El muchacho tan solo consiguió acentuar más su gimoteo, tratando de girarse y arrastrarse hacia la entrada. De un salto, el montón de huesos se dejó caer sobre el suelo de piedra, levemente encorvado, caminando con lentitud, cerca del vivo y posando su pie sobre el tobillo del malherido. -Te he hecho una pregunta, sabandija. Cuanto logró escaparse de la garganta del muchacho fue otro gimoteo de terror, bloqueado por el miedo de semejante visión: -¡Piedad! ¡Por la Luz! Una vez hubo terminado de ponerse sus viejas ropas, tomó asiento junto al sarcófago, tratando de poner sus pensamientos en orden. Arrojó al suelo el cáliz, pues el vino ya no le sabía a nada, junto al cuerpo sin vida del muchacho. ¿Cómo había acabado dentro de ese sarcófago?
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