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Bastián

Auric Plumargenta

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88f2dbafb261afe21d9070bb65e0e531.jpgNombre del Personaje
Auric Plumargenta

Raza
Alto Elfo

Sexo
Hombre

Edad
75

Altura
1,78m

Peso
67kg

Lugar de Nacimiento
Quel'danil

Ocupación
Ejército Imperial

 

Descripción Física

La madurez física ha alcanzado su culmen, convirtiendo al joven elfo en un espécimen alto, de complexión entrenada y saludable, con unos brazos ágiles y dedos largos pero fuertes, apropiados para el tiro con arco. Con su cuerpo curtido, está dotado de heridas y cicatrices sobre una tez pálida, ligeramente bronceada por el sol. Su rostro es vivo reflejo de su madurez, posee un mentón angulado y una nariz recta, aunque pequeña, con un ojo que vibra con el fulgor azul de los de su raza, uno, puesto que el otro yace oculto bajo una oscura bandana, o más bien allí donde estuvo, herido con violencia, dejando en su lugar una oscura marca. Una larga y fina ceja corona ilesa aquel ojo aguileño, del mismo tono de su cabello, una melena mal cortada, de un color dorado que empalidece hasta ser casi blanco, de la que se asoman dos orejas puntiagudas de una longitud humilde en comparación a otros elfos.

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Descripción Psíquica

Elfo reservado, desconfiado, con problemas para relacionarse con los demás y sin empatía alguna por la vida de sus enemigos, dueño un temple sensible, desequilibrado y con dificultades para manejar el estrés, pero que se esfuerza para mantenerse calmado. La eterna guerra contra los trols en Quel'danil hizo mella en él, haciendo que crezca y madure pero también apagando su espíritu, alguna vez idealista y vivaracho, ahora remplazado por uno ácido y melancólico. Pragmático cuando puede, aunque obsesionado con llevar a cabo una venganza personal contra toda una raza, puede dejarse llevar por las emociones y cometer alguna imprudencia o tomar decisiones en base a una emoción. Le cuesta disfrutar de las cosas simples como antes, con una actitud más bien pesimista con la vida, pero realista con poco espacio para fantasías. 

 

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-Bosque fronterizo de Tierras Altas, 34 D.d.P-

Su dirección se había vuelto más que evidente desde el último encuentro que tuvieron. Sus pisadas, de tres gruesos dedos, dejaban detrás de si, en el pie izquierdo, un rastro de sangre en el bosque. Llevaba un par de días persiguiendo a la criatura, enfrentándose en dos ocasiones, aunque sus flechas fueron disparadas con precisión, su piel gruesa le había salvado de cualquier ataque letal, y una regeneración sorprendente, sobrenatural, lo salvaba de morir por sus heridas, desangrado como el cerdo que era. Sin embargo, no fue sorpresa para el forestal que tras dispararle sus flechas este fuera capaz de seguir corriendo como si nada. Cualquiera lo habría dejado escapar, ignorante de sus propiedades curativas o por simple pereza. Era solo un trol, ¿qué iba hacer? Necios. Llevaba toda una vida combatiendo a los salvajes y aprendió de la forma más dolorosa que cuando luchas contra ellos, la piedad no es una opción. Son una raza rencorosa, llena de malicia y no tienen reparos en recurrir a venenos, trampas y toda clase de artimañas prohibidas para llevar a cabo su venganza. Por desgracia para este trol, el elfo que lo perseguía tampoco tenía cuidado cuando se trataba de un piel verde. 

Un alarido de dolor estremeció los bosques, el grito del trol hizo que las aves se levantaran y revelaran su posición. El elfo se levantó del pequeño escondite que tenía entre las ramas de un pino pese al cansancio de una noche en vela, que si bien extenuante, había rendido sus frutos. Con el ceño metido debajo de la capucha afiló su mirada hacia la criatura que en efecto, había caído en la trampa. Una de sus piernas estaba atrapada por unos dientes de metal, una vieja trampa para osos, oxidada y sin embargo, aún útil para su objetivo: capturar bestias. Era uno grande, un guerrero posiblemente, vestido con pieles, algo expuesto y pintarrajeado con sangre y pintura, le superaba tanto en tamaño como en fuerza, pero eso no bastaba para sobrevivir en el bosque. Hacía falta ingenio y paciencia, y en consecuencia la ventaja ahora la tenía el elfo. Tensó el arco para apuntarlo hacia el cuello del salvaje, tenía un disparo limpio, una oportunidad que rara vez se presentaba en estos bosques, Arathi sin duda no era como Quel'danil, o al menos no en sus diferencias más sutiles, pues aunque sabía como moverse en un bosque, no conocía al dedillo estos terrenos como aquellos en los que se crio y era difícil predecir el movimiento errático de las tribus trols. 

Pasaron varios minutos en los que el guerrero trol, empleando la fuerza bruta, forzó la trampa para abrir los dientes que se clavaban en su pierna. Cuando por fin parecía conseguir la libertad, una flecha surcó el aire directamente hacia su garganta, aunque no la atravesó de llenó, la sangre comenzó a manar de su cuello como una cascada, manchando sus cerdas de vello y musgo con el rojo de su sangre. Lo cierto es que para otro tipo de enemigos, una herida como esa sería mortal, pero no cuando es un trol. Como la mala hierba, son complicados de eliminar, sobreviven a sus heridas y soportan el sangrado, por lo que forestal aprende a siempre rematarlos porque cabe la posibilidad de que se levanten de nuevo. Pero es posible que en este caso el trol hubiera preferido la muerte. 

86e340258f0b0418410527d318c4e888.jpgEl elfo bajó de los árboles ya que debía terminar lo que había empezado. Después de días de caza en estos bosques había alcanzado a su presa y ahora estaba frente a ella, expuesta, vulnerable. Con un tajo limpio en el cuello podía dejar concluso este trabajo y regresar al pueblo. Pagaban bien por sus cabezas, aunque lo cierto es que no era el dinero lo que motivaba al forestal, sino algo mucho más simple y terrenal, grabado a fuego lento en él. Odio. Un odio visceral y ancestral, como herencia de una guerra eterna entre dos pueblos. Los Quel'dorei habían sufrido durante años la violencia y el salvajismo de los trols del bosque, este elfo sabía eso mejor que nadie. Sus seres queridos, familia, amigos, vecinos. Muchos vio su sangre ser derramada bajo el hacha torcida de un trol, en una guerra que era dura, cruel y que parecía que jamás acabaría. La paz y el orden se veía como metas inalcanzables con el tiempo. Los principios, los ideales, el honor, se volvían trabas en un deber que cumplir. Su espíritu, que alguna vez fue incuestionable, ahora estaba resquebrajado y en constante sufrimiento. Solo había algo que calmaba, temporalmente, el dolor. No bastaba con que murieran, debían sufrir. Como lo hizo él y otros.  

Quedó contemplando al trol, el eterno enemigo de su raza, agónico forcejeaba aún dispuesto a liberarse, así tuviera que arrancarse la pierna. No iba llegar demasiado lejos de todas maneras pero le hubiera gustado verlo arrastrarse por el suelo. Su único ojo cerúleo se cruzó con la mirada rojiza del trol, en ella solo había rabia y odio. Con un gesto de repulsión cogió la daga del cinto y otra vez miró al guerrero a los ojos. Como dos rubíes brillantes inyectados en sangre. Había un dicho popular en estas tierras que Auric había aprendido de buena gana, "ojo por ojo..."

El forestal no salió del bosque ese mismo día, ni al anochecer de este. Pasaron al menos tres antes de que se volviera a ver al elfo en las proximidades de la aldea donde habían atacado los trols, con una bolsa ensangrentada donde llevaba su cabeza y una recompensa esperando por ella.

Editado por Bastián
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