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Radz

Kenway Drake, Corsario.

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Kenway ha perdido recientemente su barco en una tormenta en alta mar, con sus hombres muertos y el malherido consiguió aferrarse a los escombros de madera del barco. Las mareas lo dejaron a la deriva durante 25 días, pescando y comiendo peces crudos y alimentándose del agua de la lluvia y su propio orín. El día 26 divisó tierra, algo que desconocía, remo con las pocas fuerzas que le quedaban hasta que llegó a una isla perdida de la mano de la Luz. Vivió como pudo alimentándose de bayas, fruta y marisco hasta que por fin divisó un barco mercante, creó una hoguera que tenía preparada en la playa, la incendió y tras el barco, darse cuenta de la situación se dirigió a la misma, recogiendo al corsario, de tez difusa debido a la desnutrición y pasando desapercibido hasta llegar a la capital humana, donde empieza su nueva y fatídica aventura para obtener un barco y su tripulación, de la manera que sea.

Editado por Barbas
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Viridi et Belli

La Sociedad Terrestre de Exploradores de Eisen. Escondidos como parte de una sociedad privada en esta villa pesquera del este ha estado a las órdenes de Lord Wyman Atrioch, dueño y señor de varios terrenos que rodean la villa y colidan con los bosques de la Emperatriz. Cuentan las voces en este lugar, que aunque pequeño muy activo, que la familia Atrioch había tenido en su poder una reliquia perteneciente a los primeros hombres que viajaron desde el Norte hasta instaurarse en lo que hoy es Elwynn.

 

Atrioch ha dedicado su vida a buscar esa reliquia, sin saber su forma, sin saber que es. Las notas de su abuelo, quien le inmuscuyó en la búsqueda de esta antigua reliquia familiar tampoco conocía de qué se trataba. Leyendas cuentan que es una corona dorada que un día su antepasado robó a un conde, la cual fundió y la convirtió en una dada de oro macizo. Otros hablan de un libro que contiene la historia de los eones de Azeroth pero lo que se cree de verdad es que se trata de la antigua espada de Thadeus Atrioch, el fundador y primer colono en estas tierras de Elwynn. Malas lenguas hablan de que fue un traidor a Lordaeron y que corrío al sur en busca de riqueza sin honor, pero la verdad, es otra.

 

Atrioch buscó el sur, cansado de los enfrentamientos entre naciones, buscaba un lugar fuera de aquel bullicio donde crear a sus hijos y tener un próspero lugar para su mujer Eis. Así, fundó la villa pesquera de Eisen, donde se estableció. Poco a poco las gentes se congregaron en torno a la enorme hacienda que construyó junto a sus criados los cuales se instalaron en la villa, construyendo sus propias casas. Esta es la verdad que Lord Wyman Atrioch toma como verdad. La espada de su antepasado es la reliquia familiar desaparecida durante más de 250 años.

 

La Sociedad Terrestre de Exploradores de Eisen son un grupo de expertos exploradores que han estado sirviendo a Wyman desde su creación, su abuelo Emant así lo quiso. Tras Lord Wyman encargarles esta tarea y no haber dado nunca con una solución, uno de los cargos intermedios de la sociedad envía una carta a un conocido un tanto peculiar con el que había coincidido en más de una guerra y quien tomó un camino separado. Su carta citaba una reunión, en la propia villa de Eisen, pegado al río.

“Se donde encontrarte, Kenway

Me cuesta mantener el acento común aun escribiendolo, despues de tantos años. Te escribo de Eisen, una villa al este de Villadorada. Intuyo que conoces su ubicación así que no me extenderé en darte los detalles de como llegar. Te escribo para cobrarme el favor que me debes por sacarte de aquella isla, no tienes que volver a agradecermelo, pero ahora necesito tu ayuda. Ven lo antes posible, te estaré esperando en la taberna de la Caballa Roja, en el puerto. Ven solo o acompañado, pero ven.

Un fuerte abrazo,

Krüger Van Vossler”

*Sello estampado de la casa Atrioch*

 

Se notaba una sedienta desesperación por cumplir los designios encargados por quien les pagaba y daba tales honores. La historia de la Reliquia de Atrioch, acaba de comenzar

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Nos tocó vivir una época complicada, aquellos barcos estaban continuamente en movimiento y con las velas siempre izadas.

VELAS NEGRAS

-¡Hombre a la deriva!

Fue lo último que escuché antes de sentir una soga que rodeaba mi pecho. Me desperté a los dos días, acostado en una hamaca en la bodega de un barco mercante. Hacía frío, a pesar de estar en el este donde siempre hace un calor que sofoca el cuerpo y todavía más la mente. Era una bodega tétrica, caían goteras que provenían de cubierta de las diversas olas que golpeaban los laterales del barco y hacía que el agua se filtraba por los tablones, directos a mi cara. Me faltaban las botas y también la camisa, en aquel momento supuse que se me habrían perdido en algún momento en aquellas aguas a la deriva.

Cuando estaba buscando mis vestiduras, a pesar de lo sabido, escuché unos sonoros pasos de botas mojadas bajar por la escalinata que daba acceso a cubierta. Cuando me giré un hombre de quizá veinticinco veranos se disponía a darme un plato de un estofado de pescado asqueroso echando un rápido vistazo. Tenía hambre, así que no tardaría en comermelo.

-Tu desayuno. -Me dijo aquel hombre con una bordería.

Era alto y delgado y tenía una salvaje melena que le caía por los hombros, llena de suciedad y humedad de pasar horas en la parte exterior del barco. Tras casi cuatro arcadas me acabé la mitad del plato y lo dejé a un lado. Salí por el mismo lugar que mi camarero improvisado. Cuando pise el último escalón el sol me pegó una bofetada de calor mañanero. Cuando mis ojos consiguieron habituarse a la claridad que producía aquella luz, mis oídos escucharon el vocerío de los marineros trabajando en alquitranar las tablas de cubierta, se escuchaban también sonidos de martillos y cepillos rebajando la madera y reparando desperfectos de

las regalas que parecían en bastante mal estado.

-¡Eh, naufrago!

Cuando oí aquella voz grave que me gritaba a mis espaldas y me giré. Reconocí perfectamente que aquel hombre se trataba del capitán del mercante. -¡Sube aquí! - me dijo tras soltar un grito que hizo girarse a más de un marinero atareado. Busqué la escalera de subida al puente y me encaminé a cumplir los designios del hombre al mando. A falta de mis botas las estaba pasando putas, aquellas escaleras estaban sin lijar y a pesar de que estaban húmedas, había diversas astillas salientes que se me habían clavado en las plantas de los pies. Cuando conseguí llegar, tras quitarme un puñado de ellas, el capitán me miró altivo. Era un hombre menudo y con una cara de facciones fuertes. Tenía unos pómulos muy marcados y unos ojos hundidos en una cara morena producida por el sol. Poseía una barba canosa y larga que le llegaba casi a la altura del pecho. Su ropa era bastante cara para lo que su profesión podría reportarle. -Llevas durmiendo dos días, chico. ¿Quieres marinero como mayordomo? Por la forma en que lo dijo, era obvio que estaba ocupando un catre que no me pertenecía.

-Lo siento y gracias por sacarme de las aguas-le dije con la mayor sinceridad que podría producir con mis palabras.

-Si hay un hombre a la deriva lo rescato, muchacho. ¿Quien eres, que te ha pasado?

Dar una respuesta sincera en ese momento era firmar mi sentencia de muerte y ser colgado de palo de mesana y seguidamente ser arrojado al mar. Traté de pensar en una historia creíble y que no tuviera fugas.

-Soy Kenway Drake, mi barco fue saqueado y hundido por piratas-tragué ante la mentira en ese instante.-Éramos simples transportistas en nómina de Astrid Wallace.-

-Malditos hideputas, asolan los mares y destrozan las tierras que tocan - dijo el hombre agarrando con fuerza el timón. -Lo siento por ti, muchacho, te dejaremos en Drache, estamos a dos días si el viento nos favorece.

Sentí alivio, pero Drache no era realmente un puerto que fuese santo de mi devoción. Era un mar de mercenarios y putas. Un puerto de paso donde nadie se quedaba por placer. Quienes allí dormían eran los operarios del puerto y los empleados del regidor del lugar.

-Por cierto, soy Alfred Hawthorn. Bienvenido a mi navío-dijo el capitán, mirando el horizonte.

Mi nueva vida, estaba a punto de comenzar.

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