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Dareon

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  • Nombre: Dareon Thul'andel
  • Raza: Quel'dorei
  • Sexo: Hombre
  • Edad: 100
  • Lugar de Nacimiento: Quel'thalas
  • Ocupación: Espadachín a sueldo
  • Historia completa

 

 

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Dareon se planta como un elfo de peso y estatura corriente entre los suyos. Con una melena pajiza que acostumbra a llevar revuelta y poco cuidada. Su semblante acostumbra más a estar fruncido que relajado, que sumado a la maraña de cicatrices que tiene en la cara no es que le haga especialmente agradable a la vista.

No puede presumir de ser el elfo más fornido. Más bien es delgado. Con los músculos suficientemente en forma como para aguantar largas jornadas a pie.

 

Los harapos que acostumbra a llevar no se alejan mucho de los que podría llevar un indigente. Salvo por el peto de cuero que suele ponerse a veces. Siempre lleva sus dos espadas bien sujetas a la espalda, que como todo su equipo, dejan mucho que desear.

 

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Tiene un carácter difícil para los desconocidos. Le podrían tildar perfectamente de huraño y borde de buenas a primeras. Pese a lo mucho que lleva vivido, todavía le cuesta horrores empatizar con las personas. Sobre todo con los humanos. Por lo que suele decir todo lo que piensa sin ningún tipo de filtro. Por mucho que pueda doler.

Es alguien que hace las cosas por instinto, sin detenerse a pensar demasiado en las consecuencias. Y eso le ha traído más problemas de los que le gustaría reconocer.

 

Más allá de todo eso, es alguien al que le preocupan más las personas que le rodean que él mismo. Aunque para ganarse su confianza haga falta tiempo y paciencia.

 

 

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Nacido en Quel’thalas durante una corriente noche estival. De padre militar y madre dramaturga. Ambos de buena cuna y de apellido reconocido en la ciudad. Sinceramente, fue una alegría para ambos. A Dareon le esperaba el mejor de los futuros. Unos buenos estudios. Un buen entrenamiento, y por supuesto una vida repleta de caprichos y comodidades. Desgraciadamente, no pudo ni siquiera acariciar todos esos sueños, pues sus padres murieron siendo él todavía un niño. En una reyerta contra unos trols. O una emboscada, mejor dicho. O una masacre, mejor dicho todavía.

 

La responsabilidad de criar al retoño, pues, pasó sin comerlo ni beberlo al hermano de su padre. Su tío. Un herrero de baja alcurnia. El último de los hermanos. El que nunca pudo presumir de apellido, salvo en la sombra. Un hombre que pese a todo, se dejó el lomo para que el muchacho no creciera siendo un iletrado. Aunque humilde, pudo ofrecerle una instrucción digna. Sobre todo en el oficio. Egoístamente, quizá. Pues pese a que la criatura desde muy temprana edad manifestó su deseo de enrolarse en las filas del ejército, su apreciado tío le obligó a trabajar en la herrería. Convenciéndole de que era un oficio noble. Más seguro al amparo de las enormes murallas de marfil de la ciudad élfica. Y era cierto, en realidad. Pero eso no les ahorró ni penurias ni problemas.

No eran los únicos maestros del metal. Y a su modesto negocio solo acudían elfos soberbios. Cegados de codicia. De esos que prefieren combatir con rumores y chismes antes que con la espada. Elfos que para lo único que deseban blandir acero o engalanarse en brillantes armaduras, era para presumir en los desfiles. Sin lugar a dudas, la vida que tenía predestinada distaba mucho de la que en realidad vivió.

 

Años más tarde se dió cuenta, de que de haber abandonado a su tío, el pobre habría caído en desgracia pocas semanas después. Al menos así, podían comer durante un mes más. Con lo justo, eso sí. Aunque nunca desearon mucho más. En cierto modo, tuvo la inmensa suerte de no convertirse en uno de esos repugnantes gusanos a los que le solía forjar las espadas.

 

En cualquier caso, los años  siguieron su curso. Y Dareon creció con ellas. Oscuros y sangrientos días llamaron a su puerta. Fue en la invasión de la Tercera donde perdió definitivamente todo lo poco que tenía. Perdió a su tío. Como muchos otros perdieron a hijos, hermanos, a padres y a hermanos. Los muertos arrasaron con todo. Convirtieron las calles en ríos de sangre y vísceras. Y arrastraron a un joven Dareon, junto a muchos otros elfos, al exilio. Solo, y tan ingenuo como un rapaz. Durante una buena temporada vagó por las bastas tierras de Azeroth junto a otro grupo. En busca de un nuevo hogar.

 

Muchos fueron a parar a Quel’danil. Dareon fue uno de ellos. Y no fue por su destreza en el combate. En aquel entonces no había recibido más instrucción que la de su tío. Y él tampoco era un extraordinario espadachín. Más bien le mantuvo vivo el azar. O el destino. O sencillamente la suerte. Pues durante el camino perecieron más de los que les habría gustado. Fue allí, en las montañas del Valle de Quel’danil, donde verdaderamente empezó a crecer como espadachín. Durante una buena temporada trabajó como herrero, pero tuvo las oportunidades necesarias para desarrollar otras habilidades. Como la caza, el rastreo, el tiro con arco, y desde luego, el combate a espada. Y esta vez con elfos que sabían lo que hacían. Sin embargo, no fue allí donde decidió envejecer.  Después de aquello fue dando tumbos por el mundo. Viajando solo. Y alquilando o prestando su espada a quien él consideraba oportuno. Empezó a vivir de aquello, y de las alimañas que conseguía cazar en sus viajes. Al menos, tuvo las agallas de empezar a valerse por sí mismo. Convenciéndose cada vez más de que no necesitaba a nadie para sobrevivir. Fue en estos años, cuando definitivamente terminó de olvidar la sangre noble que corría por sus venas.

 

Con los años, fue a parar a una compañía de espadas libres del norte. Espadas errantes, que vagaban de un sitio a otro levantado el escudo y la espada por los que no podían hacerlo. Una compañía bastante humilde, liderada por un anciano veterano de cien batallas que una vez vistió los colores de los fieros guerreros de Stromgarde. Aquel fue su primer contacto con los humanos. Aunque también había enanos. Y gnomos. Se enfrentaban a poco más que escaramuzas. Y nunca se quedaban en un lugar fijo. Acostumbraban a moverse por las montañas y los valles. Y muy de cuando en cuando se dejaban caer por las villas.

Fueron labrándose cierta fama, no obstante. Y en más de una ocasión prestaron sus espadas a las milicias. Pero como suele decirse, todo principio debe tener un final.

 

Los actos de la compañía no hicieron más que entorpecer los planes de los señores más ambiciosos. Y como castigo, más de la mitad de la compañía fue pasada a cuchillo por los matarifes de aquellos que miraban a esos hombres como un estorbo. Una vez más, y tentando a la suerte, Dareon consiguió escapar de aquella masacre. Conocían su cara, pero eso no le impidió viajar más al sur. A lomos de un rocín que poco le quedaba para pegar su última carrera. Todo aquello no hizo más que regar su odio hacia los que viven solamente de su ambición. No era para menos, en realidad. Esa clase de personas llevaba pisoteándole desde que tenía uso de razón. Y ahora, habían masacrado a los únicos a los que podía llamar familia.

 

En cualquier caso, consiguió llegar a Ventormenta sin más problemas que los que se fue encontrando por el camino. Aunque, acostumbrado a la vida en las montañas, la gente de ciudad a veces le agotaba la paciencia. Nunca tuvo demasiada, en realidad. Pero quizá fuera allí donde por fin lograría conseguir un poco de paz. Quizá fuera allí donde por fin podría volver a empezar de cero.

Editado por ElCapitan

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