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Amnestria - Ad libitum

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  • Nombre: "Amnestria"
  • Raza: Elfo de Sangre no-muerto.
  • Sexo: Si te atreves.
  • Edad: 246 años.
  • Altura: 1,88m
  • Peso: 53 Kg
  • Lugar de nacimiento: Lunargenta, Quel'thalas
  • Ocupación: Agente Libre

 

 

  •  Índice:
    • Eventos masteados:
    • Eventos asistidos:
  • Misivas:
    •  

 

Descripción física: 

Esbelta, su piel palidece como la corteza de un abedul joven. Marcada por la no-muerte en unas cuencas que se hunden, disimuladas con profundo maquillaje , los ojos de esta elfa no-muerta palpitan con un fuego rojo sanguino y malicioso que quitan de toda duda, salvo para aquellos más ignorantes de la lóngeva raza de los reinos del norte, la verdadera naturaleza de esta criatura.

Fría es su piel, así como su expresión, que esbelta y orgullosa disimula la condición de una muerte que a su pueblo parece afectar menos que a otros. En vida, la elfa conocida actualmente como Amnestria era alta incluso  para su pueblo, erguida y de extremidades finas y ágiles y su silueta no ha hecho más que afilarse con el paso a la no-muerte, en un peso menor potenciado por el fuego oscuro que otorga movimiento a su cuerpo.

Sus orejas son altas y firmes, libre de mácula o de rastro de necrosis, con una piel tan clara como el resto de su cuerpo, y sobresalen por una larga melena de cabello oscuro como la noche, de manera cuasi antinatura que cae a bucles sobre su rostro, hombros y espalda, siempre peinada, pero raras veces recogida.

Luce ropas refinadas e impolutas, con filigranas, cordones inútiles y formas florales que contrastan con el poco cuidado por su indumentaria que muchos no-muertos suelen aplicar.

 

 

"Los animales que juegan más despreocupadamente son los depredadores, pues una presa nunca está lo suficientemente segura como para jugar."

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I
"El Inicio del Saber comienza con el temor"

-Hm... no llevas exactamente mi ritmo... A ver, intentémoslo otra vez - La batuta del maestro de orquesta de vetusta constitución se alzó con un movimiento firme. El elfo, enjuto en sus simples togas de color esmeralda se alzaba sobre casi los dos metros. Un prodigio entre sus iguales. Muchas voces resonaron en las altas calles de Lunargenta respecto al uso peculiar de sus talentos. Lord Inthari Va'vildi había sido destinado a la grandeza. Hijo de un linaje que databa al alzamiento del Imperio de los Altonatos, la magia arcana no corría por sus venas si no que palpitaba a cada uno de sus alientos. No fue lo arcano su senda, sin embargo. Tampoco lo fue la guerra, pese a que podría haber entrenado hasta tener la constitución de un lince de guerra.

El virtuosismo de Lord Inthari se había reflejado de otra manera muy distinta. En el arte y en la música, en la búsqueda del conocimiento mediante el entendimiento de todo aquello que rodea, de la emoción y de la extenuación del espíritu en su expresividad a través de , para y por los sentidos. Durante siglos había dominado docenas de instrumentos, pero había sido en la cuerda donde había encontrado su verdadera pasión.

-No, no... aun vas a destiempo... venga, de nuevo - El rasgar de una garganta desgarrada, el grito de amor de una madre que acaba de perder a su hijo frente a los trols, y el canto de un dracohalcón al alzar del sol, todo ello capaz de ser representado mediante los movimientos del virtuoso.

Había dirigido óperas y orquestas enteras en el Gran Teatro Real de Lunargenta, y sin embargo con el pasar de los siglos dejó de interesarse por las grandes multitudes, por las ovaciones de una hora, por las reverencias, los ramos de flores, las invitaciones. Lo disfrutó y tanto que lo disfrutó en su juventud, pero ahora buscaba algo más. Los asuntos terrenales le resultaban si bien no tediosos, si superfluos. La persecución de la perfección artística era lo único que aun despertaba en su corazón emoción y gozo. 

Como tantos otros elfos milenarios, se había desasociado de los asuntos del reino, dejándoselos a las manos de aquellos más jóvenes y con mayor interés en el devenir de un mundo que aun no se les había hecho aburrido. Pero no de la música. Nunca de la música. Aun lagrimaba cuando escuchaba el concerto nº3 en do menor de Lady Siravennia, como si fuese la primera vez que lo hacía.

-¿Te estas burlando de mi, jovencita? - El silencio se hizo en el pequeño estudio. Tres pares de ojos, sumados al fulgor azul cielo de Lord Va'vildi se giraron hacia una joven elfa, larga su melena de cabellos azabaches recogida en dos largas coletas que descendían de sus hombros a su pecho. Esta se tensó, animalillo acorralado en su madriguera, con el chelo entre sus piernas. 

-No maestro, no me estoy burlando de vos. - La voz tenue de la elfa era titubeante. La joven se había unido como la última chiquilla "prodigio" al cuarteto de cuerda de maese Inthari. ¿Su familia? Ni bien posicionada, ni demasiado humilde. El punto de equilibrio justo para que en uno de sus paseos por las avenidas menos transitadas de la gran capital, el virtuoso de la cuerda la hubiese escuchado tocar a través del jardín que quedaba bajo su ventana. Resta decir que la sorpresa y susto de la joven elfa fue superlativo cuando al mirar por su ventana vio a un elfo milenario observándola fijamente. La sorpresa se quedó en nada cuando este explicó a sus padres quién era, y estés le reconocieron.

-¿Entonces podrás decirme por qué eres incapaz de seguir el ritmo del resto? ¿Acaso algo os distrae, señorita? - La mirada seria del hombre, peculiar ya a estas alturas la hacía encogerse. Rozaría ya la madurez, y sin embargo no podía sentirse si no desarmada ante el juicio del elfo, que acariciaba una larga barba de pelo canoso, fino y suave, digna de su estatus venerable. - Y decidme más. ¿Acaso eso que os distrae es más importante que lo que pasa por las cabezas de tus compañeros, de la mia propia? -La joven elfa negó, pero no pareció contentar a su maestro. - ¡Entonces dime, señorita! ¿Por qué eras incapaz de seguir el ritmo? ¿Acaso te estabas retrasando, o es que estabas acelerando demasiado?

-¿Acelerando? 

-¿Me lo dices o me lo preguntas? Respóndeme. ¿Quiéres? - La voz fría e inquisitiva eran como dagas clavadas en su nuca. Cogiendo con firmeza el chelo. Comenzó a tocar, buscando enmendar su error. Esto pareció contentar a su instructor, que con un movimiento sutil indicó al trio de elfos y estudiantes que se uniesen a ella.

Tocarían horas, y horas, hasta que el sol diese paso a la tarde y la tarde a la noche.  Y un día más, la joven elfa regresaría al hogar con una sensación danzante de respeto y horror ante la imagen de su maestro e instructor.

 

II
"¿Qué significa vivir?"

Los aplausos tronaban alrededor desde los palcos más altos hasta lo más profundo del gran teatro. Con una respiración que a duras penas le cabía en el pecho, la joven elfa hacia una reverencia. No más, pues una segunda habría sido considerada prepotente. Junto a ella, sus tres acompañantes, otros dos jóvenes elfos, y su compañera. Esta noche ella había tocado la viola, no era su favorito, prefiriendo los tonos más graves del violonchelo, pero sin embargo otro instrumento a dominar. 

Cuando bajaron del escenario , quedando atrás el eco de los aplausos sin ovaciones, ahí estaba esperándoles. Enjuto en una larga gabardina de tela oscura, azabache y parpadeante con estrellas de diamante que imitaban las constelaciones del cielo nocturno. Su expresión era de agrado. ¿No? No. Su maestro y virtuoso solo tenía una gesticulación, que parecía haber sido cincelada hacía siglos por aquellos que le dieron forma a la estatua de alabastro que era su cuerpo, antes de insuflarle vida. Un ceño, profundas sus arrugas, en una expresión permanente de insatisfacción y juicio silencioso que sin embargo se ha de hacer oir.

-Lorenthil, has desafinado en la doceava estrofa. Tú, Mier'lia, has demostrado habilidad al cubrir el fallo de Vor'thiger a su paso a adagietto pero te ha hecho forzar el ritmo. - La euforia duraba poco para los discípulos del lord. Aceptando sus críticas, estos se retiraban algo cabizbajos, pues el recuerdo constante de que los aplausos vacíos eran si no una distracción de la persecución de la perfección era algo que el virtuoso Inthari se había asegurado de gravar a fuego en sus mentes.

-¿A donde crees que vas señorita? Acompáñame. ¿Quieres? - Una sensación de frio ascendió por su columna, una respuesta instintiva y animal, de puro terror que explotó en su nuca, de presa frente a depredador. Sabía lo que venia a continuación. Dejando marchar a sus compañeros, siguió en silencio la silueta de su maestro.

Los pasillos del Teatro Real eran un testimonio de antiguos interpretes y virtuosos de las artes élficas. Sus estatuas, bustos o retratos decoraban las paredes como recuerdo constante de aquellos que habían alcanzado la supremacía. ¿Donde estaría la estatua de su maestro? Delante suya, claro, él mismo era el testimonio viviente de su obra. Los ruidos quedaron lejos, así como las voces, los susurros y las luces. 

Ya solo eran ellos dos, y abriendo la puerta, el anciano elfo indicó a la joven que pasase. Era un cuartillo pequeño, aunque tales adjetivos eran relativos a su condición élfica, pues probablemente empequeñecería muchas viviendas humanas. Pero para ellos, era un cuartillo. A un lado, un gran sofá, de sedas cómodas de un color negro profundo, sin mácula, con rebordes decorados con hilos de oro que brillaban como si estuviesen permanentemente fundidos en un efecto visual transmutado.

El maestro elfo no dijo nada. Ella sabía para qué habían venido. El ruido de la puerta al cerrarse tras ella le hizo contener una arcada, un sabor a bilis amargo que ascendió hasta su boca. Lentamente comenzó a retirarse el pesado vestido que había usado para su interpretación. ¿El suyo? Un azul cian claro, con unas mangas que remataban en copos de nieve tejidos, a juego con el resto de indumentarias de sus compañeros, representando unas estaciones que a los elfos fascinaban tanto como les resultaban alienígenas.

Liberada del peso de la tela molesta sobre sus hombros , no se giró, pero sintió la silueta de su maestro tras ella. Para sorpresa de muchos, ella sin llegar a su embergadura también había crecido para ser un ejemplar prodigioso de la altura de su pueblo, tan enjuta como Lord Va'vildi, pero empequeñecía y no solo por la diferencia de tamaño ante la presencia del milenario elfo.

Tragó saliva. Observó la silueta recortada por las luces tenues de la instancia a su diestra. Extendiendo la mano, cogió la herramienta de su maestro. Este exhaló satisfecho como si hubiese estado esperando toda la noche para este momento.

-Bien. Comenzaremos por la página cuarta. Es donde comenzaste a acelerarte dejando atrás a tus compañeros. Ya se que no tienen tu habilidad, pero aun estas lejos de tener el privilegio de actuar en solitario. - Con el arco del violín en la mano que le había dado su maestro, la muchacha elfa se sentó en el alto taburete e inspirando, luciendo unas ropas más cómodas , que portaba bajo el pesado disfraz que lució en el escenario, acomodó su instrumento al hombro.

¿Debía sentirse honrada por la atención dedicada a ella por su maestro? Sin duda alguna. La perfección, él decía, conllevaba gran dolor y sacrificio. Y sin embargo había una soledad en la cima, y aun más solitaria era la escalada hacia ella.

¿Era esto lo que realmente deseaba? Lorenthil estaría amenizando la velada junto a los demás con sus habituales juegos ilusorios, mientras Mier'lia preparaba su afamado salteado. Entre risas, celebrarían lejos de la presencia abotargante de su maestro la gran interpretación que habían realizado.

¿Y qué si no era perfecta? ¿Y qué si habían cometido errores?

¿Qué era la vida si no disfrutar de esos momentos?

Un carraspeo de su maestro la quitó de esas ensoñaciones. No. Esa no era su vida. 

Esa era la vida de aquellos sin el talento para alcanzar la cima.

Esa era la vida de los mediocres.

 

III
"La anticipación a la conclusión de una historia a medio leer."

La sangre salpicaba su vestido. ¿Era suya? ¿O de la muchacha que la había empujado? No, era suya. Al retirar la mano pudo ver, o creyó ver en una vista torva por la pérdida de sangre el baile de las sierpes negras que eran sus tripas. Eso no le impidió seguir apretando, como si por pura voluntad su espíritu fuese capaz de sobreponerse a las limitaciones de la carne.

¿Y a donde iba, acaso? El aire estaba lleno de humo y cenizas. Los gritos lejanos eran una cacofonía de horror y muerte. Y no por sus invasores. Esto no eran trols, de leyenda, bestias salvajes que llegaban gritando y secuestraban doncellas para sus sacrificios, no.

Eran criaturas de pesadilla, y que sin embargo en su avance inexorable eran completamente silenciosos. Los había visto, un regimiento de esqueletos, movidos a un son que solo en sus cráneos brillantes resonaba, masacrando a todo cuanto elfo se cruzase en su camino. Coordinados, sin profesar una sola palabra o maldición. El fuego azul que brillaba en sus ojos no daba margen de duda al odio. 

Era una masacre totalmente impersonal. Tanto, que nisiquiera sabía porqué estaba sucediendo. ¿Qué habría pensado de saber que el final de un reino de más de cinco mil años de historia sucedería por la mera realización de un ritual?

¿Tan poco significaban los Altos Elfos, orgullos en su ciudad de la Luna Plateada, que su reino era arrasado en una guerra mayor, sin interés alguno por su futuro? Quel'thalas iba a ser destruida, y solo sería recordado tal suceso como una nota a pie de página en los libros de historia que hablasen de un conflicto mayor.

Se creían reyes del mundo, y en su aislamiento se habían vuelto irrelevantes.

Esto no era una invasión. Era un despertar del universo para con el pueblo elfo. La indolencia les había hecho creerse por encima de la mortalidad. Pero nada lo está. Nisiquiera los inmortales.

¿A donde se dirigía? En su mente solo había un lugar. Un santuario. No, no era un santuario. Pero en su mente entorpecida, su instinto infantil la llamaba a un lugar donde un monstruo aun más temible que aquellos que la perseguían moraba. Él los mantendría a raya, sí, por supuesto. ¿Pero cómo? ¿Con un arco de cuerda? Eso no se lo había siquiera planteado, ahora mismo, con su sabia vital escurriéndosele entre los dedos, en su mente tenía sentido. 

Un par de giros de calle más y habría llegado. Y todo estaría bien. Ahí la veía. La fachada de la hacienda de los Susurro de la Luna, con sus peces danzarines y sus hipocampos rampantes. 

Pero sus piernas ya no le respondían, pues en su vientre se hundía un acero roto, de manufactura élfica. Levantó su mirada, que se oscurecía por momentos. Mientras caía, observaba una silueta que enjuta y alta como un abedul, se encorvaba sobre ella.

 

IV
"Los nombres son una expresión del yo. Una declaración de nuestros sueños y esperanzas."

Arrodillada la elfa agachó una cabeza encapuchada. Bajo las telas carmesíes una larga melena que flotaba con vida propia, aquella que le faltaba a ella se desparramaba sobre el suelo de piedra desgastada. Sus manos en reverencia la pusieron a cuatro patas. 

De su silla de madera vieja adornada con oro brillante, se alzó una figura. Era alta, mucho más que la mayoría de los que ahora moraban entre esos salones y pasillos, y a diferencia de la mayoría no lucía encorvada, como si su espalda hubiese sido forjada firme bajo el yunque de un dios furibundo. Sus orejas puntiagudas se alzaban erguidas, y tras juntar las manos bajo las anchas mangas de su toga, las centellas rojizas que eran sus ojos bajaron la vista a la criatura que con sumisión se presentaba mendicante frente a él.

SlBQT6k.jpgEste se deslizó hacia ella sin que llegase a intuirse el movimiento de sus finos pies bajo la ancha túnica que pesada hacia un ruido de frufrús a su paso. 

-Levantate Amnestria. Has cumplido bien. Pero puedes cumplir mejor. - Esas palabras lanzaron una sensación eléctrica por todo el cuerpo de la elfa, que se incorporó para cruzar con su propia mirada carmesí a la de su maestro. 

-Habrás de marcharte, pues así lo han dispuesto otros que por encima de tu o que yo están.  - El amago de réplica fue acallado con una mirada y un ceño fruncido, que se encogía mortalmente pálido en una piel que sin embargo no mostraba mácula alguna por los estragos de la podredumbre. 

- Ahora, hazme el favor. Y acompáñame. ¿Quieres?

Dejando el instrumento de madera oscura, viejo y tallado con maestría en el regazo de su maestro, la no-muerta cogió su violonchelo de manufactura elfa, mucho más reciente y adquirido no sin esfuerzo. Y en las profundidades de la cripta que durante años había sido su hogar, acompañó al virtuoso en lo que tal vez sería un último dueto. 

Irónicamente, el primero que Lord Inthari había permitido compartir con su discípula. 

Al anochecer siguiente, ya había partido.

Editado por Galas
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