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Beretta

Garlene

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Garlene

 

Edad
23

Altura
1,69

Peso
67

Lugar de Nacimiento
Gilneana

Ocupación
¿?

 

Descripción Física

Una mujer de estatura media, siempre vestida en prendas cómodas pero gráciles. Su rostro refleja normalmente una expresión tranquila, si bien sus ojos, de una tonalidad índigo, reflejan un carácter peligrosamente anárquico y desafiante. Una media melena rojiza cuidadosamente peinada y arreglada enmarca sus facciones.

Su voz, melosa y suave revelan una educación por encima de la media, casi señorial. También así sus modales que revelan costumbres corteses y atentas. Garlene es pues una mujer de porte señorial, altanero, que pese a todo no oculta en ningún momento lo que es. Se sabe, no obstante, que su compañía y sus servicios no son un bien que venda de forma abierta, sino que tan sólo lo ofrece a quien ella considera oportuno, lo que puede dar a pensar que su trabajo responde más a sus caprichos personales que a la necesidad de contentar a alguien por encima suyo.

 

Descripción Psíquica

Garlene posee un carácter que a primera forma puede parecer tranquilo y apacible, si bien algunas de sus expresiones y su forma de dirigirse a la gente que la rodea puede revelar cierto tumulto interior. Sus sonrisas ocultan un carácter inestable que rara vez sale a la luz. Reservada con los asuntos que la atañen a sí misma, muestra un excesivo interés en obtener la información de la gente que la rodea, utilizando esa búsqueda de respuestas como divertimento personal, lo que puede llegar a convertirse en una obsesión peligrosa ya que disfruta jugando con el peligro -algo que, por otra parte, no oculta-


 

Historia

- No parecéis la misma desde que habéis vuelto.

El hombre alargó una mano con la intención de acariciar su brazo, pero ella retrocedió con una grácil zancada, dándole la espalda para observar con atención el paisaje que los rodeaba.

Sobre ellos, se alzaban ominosas figuras de pieda oscura, talladas en un tiempo olvidado y situadas allí por quienes habían querido otorgar a aquel lugar un sentido especial. Aunque apenas podía distinguirlas con la débil claridad que se filtraba entre el espeso follaje del bosque, conocía cada forma, cada grieta en la pulida piedra. Podía verlos claramente ante sí, con la mirada clavada en la pareja frente a ellos.

De entre todos los lugares en que la mujer había estado, tal vez era aquél el que le inspiraba más respeto y reverencia. La primera vez que había pisado el claro frente a las estatuas había sentido un temor reverente y silencioso, que la habían llevado a cuestionar su auténtica pertenencia a aquél sitio.  Un lugar de meditación, de sosiego y calma. También de sacrificios y muerte. De rituales condenados por el reino y en ocasiones por las propias personas que los practicaban. Y mientras todo esto sucedía a su alrededor, las figuras observaban en silencio.

El refugio de los mendigos, lo llamaban. No eran mendigos lo que allí moraba. O tal vez sí, se dijo a sí misma mientras sus labios se corvaban en una débil sonrisa. Mendigos de poder, de  conocimiento y grandeza. Almas suplicantes que se arrastraban hasta allí buscando saciar su sed y su hambre. Había sido durante muchos años el lugar de reunión para la parodia de aquelarre que un pobre loco descerebrado había querido hacer en su día. ‘Maestro’  se hacía llamar. Acabó pereciendo -como todos aquellos que lo apoyaban- por la mano del hombre que ahora se encontraba junto a ella, como auténtico dueño de aquél pequeño lugar, oculto en el bosque.

El rostro del hombre, que ahora ahora la observaba con un tinte divertido en los ojos  parecía también tallado en la fría piedra. Había aprendido a ocultar su tumulto interno bajo una máscara de fría y estudiada indiferencia, acompañándolo por una postura neutral y objetiva. Su profunda autodisciplina y control era una de las cosas que la habían cautivado desde el primer momento, y que más se había afanado en aprender e imitar. Su larga melena pelirroja, recogida de forma cuidadosa, enmarcaba su rostro como si las propias llamas que usaba para aplastar a sus enemigos lo estuvieran consumiendo. ‘Una bella metáfora para lo que sucede en su interior. Para lo que acabará sucediendo con todos nosotros...’’

-Y bien, ¿Váis a responderme, pequeña? 

- No soy vuestra pequeña.

Chasqueó la lengua, molesto. Una torva sonrisa afloró en sus labios, mientras volvía a acercarse a ella para  tomarla con fuerza  del brazo, sin ninguna presunción de falsa delicadeza.

- ¿Creeis acaso que no sé dónde habeis estado? - acercó su rostro al de la mujer, situándose tras ella mientras la encaraba hacia las estatuas, manteniendo el mentón en alto, desafiandola a que le respondiera - ¿Con quién habéis estado filtreando? Me creeis un estúpido si pensáis que no estoy al tanto.

- Tenéis un concepto extraño del filtreo. - El hombre exhaló un bufido divertido, soltándola con un empujón despectivo.  

- Es una interesante elección, en el mejor de los casos. Os empalaría y os haría arder en medio de la plaza Mayor de Ventormenta si supiera cuanto habéis hecho - sonrió, quitándose los guantes y dejándolos colgados de su cinto. Acercó su mano al rostro de la mujer, pasando el pulgar por su mejilla a modo de caricia. A esa distancia pudo ver las cicatrices que recorrían su mano y se perdían bajo su túnica, trepando por su brazo en dirección a su maltrecho pecho. - Os hará besar el fuego.. Yo ya he sido besado por el fuego. Es una amante placentero, pero fugaz. Y tras él solo dejará cenizas. -la sonrisa se ensanchó en sus labios, mientras volvía a ponerse los guantes, lentamente. 

-Melodramático. Encantador. 

- Mantente cerca de él si quieres. Pero recordad a quién debéis  vida y lealtad.

- No hace falta que me recordéis lo que ya sé. No creáis que soy tan prepotente de no conocer lo poco que tenemos aquí, lo fácil que es arrebatarlo.

- Tú lo llamas prepotencia. Yo insensatez. Tantos años en ésta ciudad, querida, y con todos los ejemplos que has tenido a tu alcance aún no comprendes la miseria y la desgracia de la propia humanidad.

- Pensé que hablábamos de los magos, no de la humanidad en su conjunto.

- Todos tenemos nuestra propia hierba del diablo.

- ¿Sin excepciones? ¿En qué nos deja eso?

La sonrisa desapareció en los labios del hombre, sustituida por una mueca amenazadora. 

- En carnaza temprana para la Legión.

Con un leve asentimiento, La mujer decidió dar por zanjado el tema, temiendo que el hombre volviera a aleccionarla . Tras unos instantes el hombre volvió a hablar, usando un tono lento y pausado de nuevo, como si toda sombra de amenaza no hubiera existido nunca.

- Ocaso ya no es una zona para nosotros. Ha cambiado, ya no nos acoge. Vais a tener que volar a un nuevo nido.

Con una reverencia burlona, el hombre se despidió de la hechicera, tendiendo un sombrero imaginario en su dirección. Mientras los quedos pasos de Marlobe se perdían entre el follaje del bosque, la mujer devolvió su mirada a las estatuas. 

 

De entre todos los lugares en que la mujer había estado, tal vez era aquél el que le inspiraba más respeto y reverencia. La primera vez que había pisado el claro frente a las estatuas había sentido un temor reverente y silencioso, que la habían llevado a cuestionar su auténtica pertenencia a aquél sitio.  Un lugar de meditación, de sosiego y calma. También de sacrificios y muerte. De rituales condenados por el reino y en ocasiones por las propias personas que los practicaban. Y mientras todo esto sucedía a su alrededor, las figuras observaban en silencio.


 

 

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