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Taleesa - Vientos Abisales

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 Taleesa 

 

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  • Nombre: Taleesa
  • Raza: Draenei
  • Sexo: Mujer
  • Edad: 169 años
  • Altura: 2,19m
  • Peso: 123 Kg
  • Lugar de nacimiento: Costas del mar de Zangar.
  • Ocupación: Pacificadora de Sattrath

 

  • Índice:
    • Eventos Masteados:
    • Eventos Asistidos:

 

  • Misivas:

 

 

Descripción física

Draenei joven, 169 años de buena estatura, 2,19m y cuerpo fibroso y resistente aun que no musculado, 123 Kg. Su piel es de un color violeta oscuro y su pelo, blanco como la nieve y largo. Lo más destacable es su cola, notablemente larga. Su rostro es de rasgos afilados acorde a su edad, en el punto intermedio entre joven y adulto, y su cuerpo está definido con muslos marcados y fibrados. Su cornamenta luce entera y sana, erguida y vertical, con una suave curvatura. En el vientre, en diagonal cruzándolo desde debajo del pecho izquierdo, tiene una terrible cicatriz algo más clara que la tonalidad violeta oscura de su piel.

 

Descripción psicológica

Draenei joven lo cual se refleja en su carácter. Bastante poco refinada para una draenei, por donde se ha criado y educado. Con un fuerte instinto de supervivencia que muchas veces se deja de lado por la impulsividad que la embarga a veces, aun que intenta controlarlo por experiencias recientes en su vida. Bastante pragmática, aun que simpática, amable, y respetuosa con los Naaru, la Luz, los mayores a ella, y cualquiera que muestre una actitud similar. Aun así, sus colmillos pueden echar veneno si es necesario. Le gusta bastante el sarcasmo con gente que sabe que no se ofende por ello. 

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Historia

Era un día como cualquier otro en el norte de Terokkar. Los avispones rondaban por  las marismas costeras del Mar de Zangar como de costumbre. Los Esporiélagos se agazapaban entre los grandes champiñones esperando a que el sol se pusiese y las temperaturas bajasen para salir a cazar en bandadas. Usarían su táctica habitual. Rodearían a un animal mucho más grande que ellos, lo rodearían, y lo saturarían con esporas venenosas hasta que cayese rendido y comenzar a devorarlo como una bandada de moscas un trozo de carne podrida. 


Yo, por mi parte, me encontraba corriendo como de costumbre a toda velocidad. Mis pezuñas saltaron sobre un tronco derribado y semi podrido para seguir chapoteando a toda velocidad por el terreno embarrado. Por muy niña que fuese, llevaba medio siglo viviendo en estos pantanos y los conocía como mi propia cola. Desgracia para mi, el reptador de las Marismas que había molestado ese día, también llevaba toda su vida creciendo en este lugar. Las largas patas del animal se movían bastante más lentas que mis cortas piernas, pero una de sus zancadas era como diez de mis pasos. De tanto en tanto, mirando por encima de mi hombro, veia al furioso bicho acercarse tras de mi, agitando las pinzas y abriendo y cerrando las tenazas que tenía por boca. Una visión terrible la verdad, había visto docenas de veces a animales desventurados desaparecer entre las fauces de los reptadores. Pero qué podía decir.


Era joven, rápida, estaba aburrida, y el peligro me encantaba. Resbalando por el barro me escondí rápidamente tras el tronco de una gran seta, expectante, con el pecho subiendo y bajando según el aire entraba y salía a raudales por mi boca. Intenté calmarme y respirar por la nariz, según veía como el gran reptador pasaba un par de metros de largo, y se quedaba quieto, moviendo sus antenas, obviamente rastreándome. No perdí un segundo, y echando mano rápidamente al tirachinas que llevaba a la cintura, cargué un pequeño guijarro, dando de lleno a una de las dos protuberancias lumínicas que salían de la cabeza del animal. 
El reptador obviamente furioso chilló girándose frenético, pero yo ya no estaba ahí. Mis pasos ya me habían alejado bastante de la escena.

Los años pasaron. Los años se hicieron lustros, los lustros décadas, y las décadas fueron sucediéndose en la vida de una aburrida draenei de las marismas del Mar de Zangar, hasta que como todos sabremos a día de hoy, estalló lo que en el futuro sería conocido como el genocidio draenei. 

Por mi parte no me vi personalmente afectada por el asunto… aun que eso no significa que no sufriese como muchos otros.


  Un día a nuestras humildes cabañas comenzaron a llegar docenas de refugiados que parecían haber visto a todos sus fantasmas.  La realidad era mucho más terrible. Los orcos, corruptos por los que antaño llamamos hermanos y ahora eran unos corruptos hijos de… atacaron de manera relámpago a nuestro pueblo. Su avance fue atroz y sus hachas sesgaron rápidamente las vida de miles de draenei. 
Pero lo que me contaron a continuación fue aun mucho más doloroso. Un día llegaron una gran cantidad de refugiados… de la batalla de Sattrath. ¿Sattrath? ¡Ahí era donde servía mi madre! Orgullosa capitana de la Guardia del Cielo Sha’tari, que llevaba sirviendo en ella protegiendo la gran ciudad desde que yo tenía uso de razón. Me pasé durante días gritando a todos los refugiados cuantos venían, gritando su descripción y su nombre, pero nadie sabía nada. Un día incluso intenté salir del pueblo dirección Sattrath, pero mi padre me descubrió y entre mordiscos y arañazos me encerró en mi habitación con gesto serio, aun que juraría que en ese momento lo vi llorar. Al cabo de una semana nos despejamos de dudas. 


El ritmo de llegada de los refugiados había ido disminuyendo hasta que habían dejado de llegar. Hasta que un día llegó un draenei muy herido, con un tabardo desgarrado. Salimos en su auxilio rápidamente y lo atendimos, aun que pude ver como cuando me vio palideció. 
Tras un par de horas, habiéndolo dejado descansar, me acerqué a la casa donde estaba, para ver porqué había reaccionado así al verme. Entonces lo supe. No había venido al poblado por casualidad. Lo habían enviado… lo había enviado mi madre. Me informó de que me había reconocido al momento por mi gran parecido con ella. Me narró como su unidad luchó valientemente contra los orcos, hasta que… 
Un medallón. Su medallón de la guardia del cielo Sha’tari. Todo lo que me quedó  de ella. 
El soldado no sobrevivió a sus heridas, pero pudo marcharse tranquilo habiendo cumplido su promesa. 

Lo que un día llamábamos hogar se estremeció con la fuerza de diez mil hidras. Ante nuestros ojos pudimos ver como el cielo sobre nuestras cabezas comenzaba a temblar. ¡A contraerse! Sí, no me he comido ninguna seta. El cielo comenzó a mutar repentinamente. ¡Pude ver como una colina salía volando por los aires! Bueno, siendo sincera, sí que parece que me haya comido un champiñón. Bueno, como decía, el mundo se quebró sobre si mismo. Lo que antes era el Mar de Zangar, se convirtió en una enorme extensión de las marismas que lo rodeaban.  Años después me enteré de todo el asunto. De como los orcos una vez exterminados los draenei decidieron que como que este mundo se quedaba pequeño. Je. Menudos prepotentes. Eso que les hicieron esos humanos les estuvo bien merecido… aun que una desgracia que todo acabase como acabó. 
Pero viéndolo por el lado bueno, gané unas marismas de docenas de hectáreas para correr por ellas. 

Una pena que la inocencia que tenia cuando corría por ellas de niña, no fuese algo que se pudiese recuperar…

Sería en Sattrath donde encontraría mi futuro. Muchos años después, cuando las legiones recorrieron nuestro mundo roto y fragmentado y destruyeron a los que se habían alzado como sus señores. Y sin embargo, se marcharon, desinteresándose de lo que ahora ya no les importaba. 

Terrallende es un mundo muerto, pero no aquellos que viven en él. Y alguien debía protegerlos. ¿Yo? No. Yo no era nadie. Pero tal vez haría a mi madre orgullosa, si pudiese cumplir su ultimo deseo, y proteger Sattrath  y a su pueblo de aquellos que lo acechaban.

 

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